- Cuadro de situación
- Cartas redactadas por Dorrego cuando ya se encontraba prisionero, pero ignoraba su suerte final y pretendía exiliarse en Estados Unidos vía la Banda Oriental
- Versión del Coronel Juan Estanislao Elías
- Versión de Gregorio Aráoz de La Madrid
- Bibliografía General
Cuadro de situación
Siendo gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el Coronel Manuel Críspulo Bernabé Dorrego (1) (1787-1828), y ante la revolución del 1º de diciembre de 1828 encabezada por el General Juan Galo de Lavalle (1797-1841) para derrocarlo, Manuel Dorrego abandona Buenos Aires pretendiendo recuperarse en tropas y armamento en la campaña provincial. Este proceso finaliza en pocos días, con el fusilamiento de Dorrego, en Navarro por orden de Lavalle, el 13 de diciembre de 1828, dando culminación a los hechos revolucionarios en sí e iniciando varias décadas de enfrentamientos armados entre ambos bandos. Federales y Unitarios.
Resumiendo al máximo los sucesos previos podemos mencionar que: Dorrego se dirige a Cañuelas donde estaban reunidos varios cuerpos de Milicias del Sur, bajo el mando de Juan Manuel de Rosas. El 6 de diciembre de 1828, Lavalle salió de Buenos Aires en busca de Dorrego, a quien derrotó el día 9 en Navarro. Mientras Rosas marchó hacia Santa Fe buscando el apoyo de Estanislao López, Dorrego prefirió llegar hasta Areco donde se hallaba un acantonamiento militar, destinado a proteger la frontera noroeste de los indios y comandada por el Coronel Ángel Pacheco. El 10 de diciembre, al anochecer, alcanzó el puesto "El Clavo". Allí lo detuvo el sargento mayor Mariano Acha, por orden del teniente coronel Bernardo Escribano, que estaba al frente del Regimiento de Húsares Nº 5 de línea y comienza la trama final del drama.
Al margen de las numerosas consecuencias políticas que derivaron de esa innecesaria ejecución, la trágica muerte de Dorrego y sus particulares circunstancias, ha producido en nuestra historia un innumerable material que merece ser estudiado con la mayor seriedad, que impone un hecho desafortunado e impregnado con la mayor de las pasiones políticas mostradas a flor de piel. Una de las tantas derivaciones a nivel del estudio de la disciplina histórica es la crónica que de ese hecho hacen los diversos testigos del mismo. Otra la numerosa correspondencia que Dorrego escribe a distintos personajes, a familiares íntimos y a varios amigos personales en los instantes previos a su ejecución. Intentaré presentarlas agrupadas por grupos de destinatarios.
La pretensión de este comentario es mostrar a los lectores, la innegable importancia de la subjetividad cuando una persona opina sobre algo. Dos o más personas son testigos oculares de algo. Estuvieron en el mismo sitio observando el mismo hecho y sin embargo sus crónicas difieren, muchas veces, sustancialmente; o su atención se centra en aspectos que otro testigo no repara para nada. Con ese objeto la primera parte de la monografía muestra la correspondencia que Dorrego redacta cuando ya sabía la suerte que correría. Luego se transcribe la memoria que sobre los sucesos redacta el coronel Juan Estanislao Elías y se finaliza con la memoria de los hechos redactada por el luego general Gregorio Aráoz de La Madrid. Ambos son testigos presenciales de los hechos.
Cartas redactadas por Dorrego cuando ya se encontraba prisionero, pero ignoraba su suerte final y pretendía exiliarse en Estados Unidos vía la Banda Oriental
Carta a Guillermo Brown. (2)
"Señor don Guillermo Brown.
Mi apreciado amigo:
Voy a esa, preso en mi tránsito para la provincia de Santa fe, de donde me dirigiría a la provincia oriental solicitando hospitalidad.
No dudo que usted hará valer su posición para que se me permita ir a los Estados Unidos, dando fianzas de que mi permanencia allí será por el término que se me designe.
Mis servicios al país creo merecen esta consideración, al mismo tiempo que el que usted influirá a que se realice.
Deseo me oiga usted a la llegada a esa.
Su afectísimo Q.S.M.B.
Manuel Dorrego
Cañada de Giles, en marcha a 11 de diciembre de 1828."
Carta a José Miguel Díaz Vélez (3)
"Señor don José Miguel Díaz Vélez
Mi querido amigo:
Ya estoy en marcha en calidad de prisionero, y el jefe de este regimiento me ha permitido dirija a usted ésta, que es reducida a que tenga usted la bondad de verme en el momento de mi llegada a esa, y creo que no será difícil se conformen después de oírme, con las indicaciones que haré con respecto a la cuestión del día.
No olvide usted que la lenidad ha dirigido mi administración.
Es de usted afectísimo, Q.S.M.B.
Manuel Dorrego
Somos 11 de diciembre."
Ambos destinatarios a quienes escribiera Dorrego, reaccionaron de manera diferente. Brown como gobernador provisorio actuó acorde a sus funciones del momento, dado que respondía a Lavalle que era el Gobernador. Este período de Brown, lo podríamos denominar como su período unitario. Años más tarde se haría Federal y partidario de Rosas. En ese momento Brown le informó a Lavalle sobre la carta de Dorrego y opinó con severidad respecto a su pedido de exilio. Es indudable que Brown también sumó su grano de arena para el logro del trágico final. En cambio José Miguel Díaz Vélez, quien también era el Ministro General de Lavalle; y unitario declarado de siempre, fue el único de los dos que le respondió la carta a Dorrego y socialmente, que no era poca cosa en esos momentos, se comportó en esta circunstancia con mayor altura. Ambas notas se transcriben seguidamente:
Carta de Guillermo Brown a Lavalle
"Buenos Aires, diciembre 12 de 1828 (en la noche)
Señor Gobernador don Juan Lavalle
Mi apreciado señor:
El Coronel Dorrego se halla preso, y al gobierno delegado no le ha parecido bien que se introduzca su persona en esta capital, por la agitación que se ha sentido en ella luego que se anunció su captura; en consecuencia, se ha mandado lo conduzca con toda seguridad al teniente coronel Escribano al punto donde usted se halle con el ejército.
La carta original de Dorrego que incluyo a usted le informará de sus deseos de salir a un país extranjero, bajo seguridades; mi opinión a este respecto como particular, está de conformidad, pero asegurando su comportación (sic) de no mezclarse en los negocios políticos de este país con una fianza de 200 a 300 mil pesos, de que responderán sus amigos en debida forma, antes de permitir su embarco por la Ensenada. Esta es mi opinión privada, mas usted dispondrá lo que considere mejor para asegurar los grandes intereses de la provincia; quedando su muy atento amigo y servidor Q.S.M.B.
W. Brown
Adición: La carta marchará mañana por haberla dejado en mi casa.
W. Brown."
Carta de Miguel Díaz Vélez a Manuel Dorrego
"Señor don Manuel Dorrego
Mi querido amigo:
Consultando los deseos de usted, manifestados en carta al señor gobernador delegado, (Brown) se ha resuelto que vuelva a Navarro a presentarse en el cuartel general.
Espero que obtendrá lo que desea, y a esto tienden nuestros esfuerzos.
Aquí han estado su hermana y sobrinas; las he consolado y haré otro tanto con mi señora Angelita. (la señora de Dorrego)
No debe dudar un momento de la amistad del que es su siempre seguro amigo que S.M.B.
José Miguel Díaz Vélez".
Cartas de Dorrego cuando, llegado a Navarro, Lavalle asumiendo toda la responsabilidad de la ejecución, ya había ordenado la misma en un plazo perentorio.
Correspondencia a sus familiares. Carta de Manuel Dorrego a su esposa.
"Mi querida Angelita:
En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia divina, en la cual confío en este momento critico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí.
Mi vida, educa a esas amables criaturas, (sus dos hijas) sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado. M. Dorrego."
A medida que escribe algo, repara en detalles que le quedan faltantes y en nuevos papeles, redacta agregados referidos a deudas varias e importes y bienes que le adeudan a él.
Agregado a su esposa. "Mi vida: Mándame hacer funerales, y que sean sin fausto. Otra prueba de que muero en la religión de mis padres. Tu Manuel."
Nuevas indicaciones a su esposa. Todas ellas están redactadas individualmente, en papeles separados que Dorrego agregó en el mismo paquete dirigido a su señora.
"Un documento de un diputado de Catamarca de cinco mil y pico de pesos contra el Estado, declaro que estaba en mi poder y pienso se habrá quemado."
"También otros de Tierras de … a medias conmigo."
"Díaz, el que fue guarda, tiene unos documentos de tierras mías en Arroyo …"
"Pido a Fortunato Miró que haga una transacción con don Francisco Elia."
"Todos los documentos de minas en compañía de Lecoc, están en la cómoda vieja, que Lecoc sea dueño de todas y dé a mi familia lo que tuviese a bien."
"Doscientos pesos plata a don Pablo Alemán, de Salta."
"Que Fortunato te entregue lo que en su conciencia crea tener mío."
"Calculo que Azcuénaga me debe como tres mil pesos."
"José María Miró, mil quinientos."
"Don José María Rojas, seis mil."
"Debo una letra de tres mil quinientos pesos a doña Isabel Axes."
"De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, solo recibirás las dos terceras partes, el resto lo dejarás al Estado."
"A Manuela, la mujer de Fernández, le darás trescientos pesos."
"A mis hermanos y demás coherederos debes darles o recabar de ellos como mil quinientos pesos, que recuerdo tomé de mi padre y no he repartido a ellos."
Esquelas dirigidas a sus hijas Angelita e Isabel.
"Mi querida Angelita: Te acompaño esa sortija para memoria de tu desgraciado padre. Manuel Dorrego."
"Mi querida Isabel: Te devuelvo los tiradores que hicistes a tu infortunado padre. M. Dorrego."
Versión del Coronel Juan Estanislao Elías
Esta carta es la versión de lo ocurrido según Juan Estanislao Elías. Le narra en la misma a su hijo menor Ángel Elías, quien se encontraba residiendo en Buenos Aires; y está fechada en Tucumán el 13 de junio de 1869. Cuenta el suceso luego de más de cuarenta años de ocurrido el fusilamiento, el que acaeciera el 13 de diciembre de 1828. (4)
"… En el acto que llegó el coronel Dorrego, el general Lavalle me llamó y me dijo:
Vaya usted a recibirse a Dorrego que confío a su celo y vigilancia, y como la tropa que ha traído el comandante Acha debe retirarse, lleve usted una compañía de infantería para cuidar de él.
Llevé, en cumplimiento de esa orden, una compañía mandada por el capitán Mansilla (5), y me situé en una casa de espacioso patio a las inmediaciones del cuartel general.
Muy luego el general Lavalle con el ejército, se fue a situar en la estancia de Almeyda, más allá de Navarro.
Luego que me recibí del coronel Dorrego y que hube tomado todas las medidas de seguridad conveniente, me aproximé al carro en que Dorrego se hallaba, y le dije:
Coronel, estoy encargado de custodiarlo y responder de su persona. Entonces él, con esa amabilidad que lo distinguía, me alargó la mano y me dijo:
Mucho me felicito de que usted haya sido elegido para desempeñar ese cargo.
El coronel Dorrego me significó en seguida la necesidad que sentía de alimentarse. Poco después le fue servido un abundante almuerzo.
Este caballero insistió porque yo subiera al carro para almorzar con él, a lo que no accedí con excusas honorables.
Era la una de la tarde cuando recibí un papelito del general Lavalle que contenía lo siguiente: "Elías: Sé que Dorrego tiene bastantes onzas de oro, recójalas usted y dígale que no necesita de ellas, pues para todos sus gastos usted le suministrará lo que necesite". (6) Esto se lo dije al coronel Dorrego, teniendo yo la delicadeza de no hacer registrar el carruaje, pues me había asegurado de no tener un solo peso, y porque, debo decir la verdad, me lastimaba el abatimiento de un hombre a cuyas órdenes había hecho como ayudante, la campaña de Santa Fe y asistido a la desastrosa batalla de Pavón, en la que perdió el ejército por temeridad e impaciencia en no esperar las fuerzas de Buenos Aires que se hallaban inmediatas.
Como a la una y cuarto, recibí por un ayudante del general Lavalle la orden de trasladarme con el coronel Dorrego al cuartel general.
En el acto estuve en marcha, pero Dorrego, inquietado por esta maniobra, me llamó y me dijo:
Elías, ¿Dónde me lleva usted?
Coronel, le contesté, al cuartel general, situado en la estancia de Almeyda.
Entonces me preguntó si allí estaban el general don Martín Rodríguez y el coronel La Madrid. Le contesté afirmativamente y manifestó satisfacción.
No habíamos andado media legua, cuando por el camino de Buenos Aires me alcanzó un comisario de policía acompañado de dos gendarmes en caballos agitados por la precipitación de la marcha. Traía pliegos urgentes que contenían la súplica del gobierno delegado para que el coronel Dorrego saliera fuera del país.
Dorrego, que todo observaba con inquietud, me preguntó:
¿Qué quiere este hombre?
Yo le dije la verdad. Entonces me dijo:
Mi amigo, hace un sol y calor terribles, suba usted al carro y marchará con más comodidad.
Le agradecí este ofrecimiento que repitió con insistencia.
Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro frente a la sala que ocupaba el general Lavalle y, desmontándome del caballo, fui a decirle que acababa de llegar con el coronel Dorrego.
El general se paseaba agitado, a grandes pasos, y al parecer sumido en una profunda meditación, y apenas oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo estas palabras que aún resuenan en mis oídos después de cuarenta años:
Vaya usted e intímele que dentro de una hora será fusilado.
El coronel Dorrego había abierto la puerta del carruaje y me esperaba con inquietud. Me aproximé a él conmovido y le intimé la orden funesta de que era portador.
Al oírla el infeliz se dio un fuerte golpe en la frente, exclamando: ¡Santo Dios!
Amigo mío -me dijo entonces- proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con urgencia al clérigo Castañar, mi deudo, al que quiero consultar en mis últimos momentos.
Efectivamente, poco después estuvo ese sacerdote al lado del coronel Dorrego, que escribía.
Castañar estaba impasible y veía a la victima conmovido.
Yo estuve al pie del carro como una estatua y pude presenciar la entrega que le hizo Dorrego de un pañuelo que contenía algunas onzas de oro.
Como la hora funesta se aproximaba, el coronel Dorrego me llamó y me dio las cartas, una que todo el mundo conoce, para su esposa, y la otra de que yo solo conozco su contenido, para el gobernador de Santa Fe, don Estanislao López.
Ambas cartas se las presenté al general Lavalle, quien sin leerlas me las devolvió, ordenándome que entregase la dirigida a su señora y que a la otra no le diera dirección.
Formado ya el cuadro y en el momento de marchar al patíbulo, Dorrego, que estaba pálido y extremadamente abatido, me llamó y me dijo:
Amigo mío, hágame llamar al coronel La Madrid, pues deseo hablarle dos palabras en presencia de usted.
Mientras llegaba este jefe que en el acto hice llamar, me dijo:
A su amigo el general Rondeau y al General Balcarce, dígales usted que les dejo la última expresión de mi amistad.
El coronel La Madrid se presentó y Dorrego lo abrazó con ternura, y sacándose la chaqueta de paño azul bordada que tenía, se la dio al coronel pidiéndole en cambio otra de escocés que tenía puesta. Además, le entregó unos suspensores (tiradores) de seda que habían sido bordados por su hija Angelita, rogándole que se los entregara.
Todo había acabado…
Dorrego, apoyado en el brazo del coronel La Madrid y en el del clérigo Castañar, marchó lentamente al suplicio.
Un momento después oí la descarga que arrebato la vida a ese infeliz. Yo no quise presenciar ese acto cuyas tristes consecuencias preveía.
Yo me hallaba mudo al lado del general Lavalle que profundamente conmovido me dijo:
Amigo mío, acabo de hacer un sacrificio doloroso que era indispensable.
En seguida escribió su célebre parte del gobierno delegado, participándole la ejecución del coronel Dorrego."
"Juan Estanislao Elías a Ángel Elías, Tucumán 13 de junio de 1869."
Versión de Gregorio Aráoz de La Madrid
Juntamente con la versión de Elías, esta es la segunda versión de testigos presénciales de los hechos, dado que ambos, Elías y La Madrid estuvieron en el lugar, hablaron con Dorrego y observaron lo ocurrido. Fácilmente se pueden encontrar varias diferencias en las apreciaciones de lo observado; o uno repara en detalles que el otro no menciona. Probablemente la verdad se encuentre en la síntesis de ambas.
Gregorio Aráoz de La Madrid deja estos recuerdos en su clásica "Memoria del General Gregorio Aráoz de La Madrid". El suscripto toma este texto del volumen segundo de la edición en rústica de EUDEBA, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Dos tomos, 1968.
Existieron varias impresiones anteriores a la de EUDEBA, de distintas editoriales pero en la actualidad aún se puede conseguir una notable edición más moderna y de mejor impresión, publicada por la Editorial Elefante Blanco en 1989, con ilustraciones efectuadas por artistas de primer orden, en papel ilustración. Una pequeña joya de la bibliografía histórica argentina.
El General Gregorio Aráoz de La Madrid, (1795-1857) nace en Tucumán y para 1811, a los dieciséis años ya se había alistado en la milicia provincial, donde obtuvo su despacho de Teniente. Desde Vilcapugio, Ayohuma, Venta y Media y Sipe Sipe como oficial de Belgrano, pasando por ayudante de San Martín en varias de sus campañas y llegando hasta Caseros tomó parte en la gran mayoría de los combates por nuestra independencia y en los de la guerra civil entre federales y unitarios hasta Monte Caseros en 1852, donde participó como comandante del ala derecha de la caballería entrerriana-correntina que estaban al mando de Urquiza y de Benjamín Virasoro. Es más fácil si hiciéramos una lista donde no participó, que numerar en las que si lo hizo.
En le guerra civil, aproximadamente entre 1820 y 1852, casi siempre luchó por el bando unitario, pero ¡OH! sorpresa no siempre fue así, entre 1937 y 1940 ya con el cargo de general, fue uno de los jefes militares más destacados de la Confederación Argentina bajo el mando de Rosas. Este dato se olvida mencionarlo cuando se narra ese período. Lo que suele denominarse como "memoria sesgada con finalidades políticas".
La Madrid no demoró tanto como Elías para dejar sus Memorias, para 1860 ya se conocían de manera fraccionada las conocidas "Memorias" de La Madrid. La parte respecto al fusilamiento de Dorrego es la siguiente:
"… Antes de llegar preso a Navarro el gobernador Dorrego habíame dirigido una esquela escrita con lápiz, me parece que por conducto de su hermano don Luis, suplicándome, que así que llegara al campamento, le hiciese la gracia de solicitar permiso para hablarle antes que nadie.
Yo, sin embargo del desagradable recibimiento que dicho gobernador me había hecho a mi llegada de las provincias no pude dejar de compadecerme por su suerte y el modo como había sido tomado; pues aunque tenía sus rasgos de locura y era de carácter atropellado y anárquico, no podía olvidar que era un jefe valiente, que había prestado servicios importantes en la guerra de nuestra independencia; y en fin, que era gobernador legítimo de la provincia y mi compadre además.
En el momento de recibir dicha carta o papel, fui y se la presenté al general Juan Lavalle, para solicitar su permiso para hablar con el señor Dorrego, así que llegara. Dicho general, impuesto de ella me permitió pasar a verle y lo hice en efecto, al momento mismo de haber parado el birlocho y habiéndome abrazado, díjome:
Compadre, quiero que usted me sirva de empeño en esta vez para con el general Lavalle, a fin de que me permita un momento de entrevista él. Prometo a usted que todo quedará arreglado pacíficamente y se evitará la efusión de sangre, de lo contrario, correrá alguna: no lo dude usted.
Compadre, con el mayor gusto voy a servir a usted en este momento, le dije, y me bajé asegurándole que no dudaba lo conseguiría.
Corrí a ver al general; hícele presente el empeño justo de Dorrego, y me interesé porqué se le concediera; mas viendo yo que se negó abiertamente, le dije:
¿Qué pierde el señor general con oírle un momento, cuando de ello depende quizá el pronto sosiego y la paz de la provincia con los demás pueblos?
No quiero verle ni oírle un momento… fue su respuesta.
Aseguro a mis lectores que sentí sobre mi corazón en aquel momento, el no haberme encontrado fuera cuando la revolución, y mucho más, al verme al servicio de un hombre tan vano y tan poco considerado.
Salí desagradado, y volví sin demora con esta funesta noticia a mi sobresaltado compadre. Al dársela, se sobresaltó aún más, pero lleno de entereza, me dijo:
Compadre, no sabe Lavalle a lo que se expone con no oírme. (7) Asegúrele usted que estoy pronto a salir del país, a escribir a mis amigos de las provincias que no tomen parte alguna por mí, y dar por garantes de mi conducta y de no volver al país al ministro inglés y al señor Forbes, norteamericano; que no trepide en dar este paso por el país mismo.
Aseguro que me conmovieron tan justas reflexiones; pero le repuse:
Compadre, conozco la fuerza y la sinceridad de las razones que usted da; pero por lo que visto en este mismo momento, dificulto que el general se preste porque lo acabo de considerar el hombre más terco. Sin embargo, voy a repetirle sus instancias; pero le pido a usted que se tranquilice, pues no creo deba temer por su vida.
Haga lo que quiera, fue su respuesta; nada temo, sino las desgracias que sobrevendrían al país.
Bajéme conmovido, y pasé con repugnancia a ver al general. Apenas me vio entrar, díjome:
Ya se le ha pasado la orden para que se disponga a morir, pues dentro de dos horas será fusilado. No me venga usted con nuevas peticiones de su parte.
Me quedé frío…
General, le dije, ¿Por qué no le oye un momento, aunque le fusile después?
No quiero, díjome, y me salí en extremo desagradado; y sin ánimo para volver a verme con mi compadre, me retiré a mi campo, pero allí se me presentaba un soldado a llamarme de parte de Dorrego, pidiéndome que fuera en el acto.
No había remedio, era preciso complacerlo en sus últimos momentos. Estaba yo conmovido y marché al instante. Al subir al birlocho, se paró con entereza y me dijo:
¡Compadre, se me acaba de dar la orden de prepararme a morir dentro de dos horas! A un desertor al frente del enemigo, a un bandido se le da más término, y no se condena sin oírlo y sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quién ha dado esa facultad a un general sublevado?
Proporcióneme usted, compadre, papel y tintero, y hágase de mi lo que se quiera. Pero cuidado con las consecuencias.
Salí corriendo y volví al instante con lo necesario para que escribiera. Tómolo y puso a su señora la carta que ha sido ya litografiada y es de conocimiento público. Al entregármela, se quitó una chaqueta bordada con trencilla y muletillas de seda, y me la alcanzó diciendo:
Esta chaqueta se la presentará con la carta a mi Ángela, de mi parte, para que la conserve en memoria de su desgraciado esposo.
Desprendiéndose en seguida unos suspensores (tiradores) (8) bordados en seda, y sacándose un anillo de oro de la mano, me lo entregó con la misma recomendación, previniéndome que los suspensotes se los diera a su hija mayor, pues eran bordados por ella, y el anillo a la menor; pero no recuerdo sus nombres.
Habiéndome entregado todo esto, agregó:
¿Tiene usted, compadre, una chaqueta, para morir con ella?
Traspasado yo de oírle expresar con la mayor sangre fría cuanto he relatado, le contesté:
Compadre, no tengo otra chaqueta que la puesta, pero voy a traerla corriendo, y me bajé llevando la carta y las referidas prendas.
Llegado a mi alojamiento, me quité la chaqueta, púseme la casaca que tenía guardada, acomodé en mi valija los presentes de mi compadre y su carta y volví al carro. Estaba ya con el cura o no recuerdo qué eclesiástico, y al entregarle mi chaqueta dentro del carro, me reconvino por qué no me había puesto la suya; y habiéndole yo respondido que tenía esa casaca guardada, me hizo más fuertes instancias para que fuese a ponerme su chaqueta y regresara con ella. Me fue preciso obedecer, y volví al instante vestido con ella, y después de haberle dado un rato de tiempo para que se reconciliara, subí al carro a su llamado.
Fue entonces que me pidió le hiciera el gusto de acompañarle, cuando lo sacaran al patíbulo. Me quedé cortado a esta insinuación y hube de vacilar. Contestéle todo conmovido, denegándome, pues no tenía corazón para acompañarle en ese lance:
¿Por qué compadre -me dijo con firmeza- , tiene usted a menos el salir conmigo? ¡Hágame este favor, que quiero darle un abrazo al morir!
No, compadre, le dije con voz ahogada por el sentimiento. De ninguna manera tendría yo a menos salir con usted, pero el valor me falta y no tengo corazón para verle en ese trance. Abracémonos aquí y Dios le dé resignación.
Nos abrazamos y bajé corriendo con mis ojos anegados por las lágrimas.
Marché derecho a mi alojamiento, dejando ya el cuadro formado. Nada vi de lo que pasó después, ni podía aún creer lo que había visto.
La descarga me estremeció y maldije la hora en que me había prestado a salir de Buenos Aires.
Retirados los cuerpos (9) del lugar de la ejecución, se me avisó, o que el general había llamado a todos los jefes, o que todos iban a verle sin ser llamados. No puedo afirmar con verdad cuál de las dos cosas fue; pero si, que juzgué de mi deber ir.
Puestos todos en presencia del general Lavalle, dijo éste, poco más o menos, lo que sigue:
Estoy cierto de que si yo hubiese llamado a todos los jefes a consejo, para juzgar a Dorrego, todos habrían sido de mi opinión; pero soy enemigo de comprometer a nadie, y lo he fusilado de mi orden. La posteridad me juzgará."
Bibliografía General
Vicente Osvaldo Cutolo. Nuevo Diccionario Biográfico Argentino. Editorial Elche, Buenos Aires, 1987.
Ángel Justiniano Carranza. El General Lavalle ante la justicia póstuma, Buenos Aires, Librería Hachette S.A. 1941
Carlos Parsons Horne. Biografía del coronel Manuel Dorrego, Buenos Aires, Imprenta y Casa Editora "Coni". 1942
Aclaraciones:
(1) Los padres de Manuel Dorrego fueron el comerciante portugués Josué Antonio do Rego y la dama criolla María de la Ascensión Salas. El apellido Dorrego es una castellanización del apellido portugués do Rego. Manuel era hijo de Josué Antonio Do Rego y de María de la Asunción Salas. Por ironías del destino, el apellido de Lavalle –su ejecutor- tampoco era Lavalle, era De La Valle. Era hijo de Manuel José De La Valle y Cortés, y de María Mercedes González Bordallo
(2) Dorrego escribe a Brown por que éste era el Gobernador Provisorio, dado que Lavalle estaba en campaña.
(3) José Miguel Díaz Vélez era el Ministro General de la gobernación de Lavalle.
(4) El Coronel Juan Estanislao de Elías y Larreategui, fue un destacado militar argentino de larga trayectoria e innumerables participaciones en diversas campañas durante la primera mitad del siglo 19. Nació en Charcas, Alto Perú el 07.03.1802 cuando pertenecía al Virreinato del río de la Plata y falleció en Tucumán el 30.03.70, un año después de escribir la carta que nos ocupa. Varios autores sostienen que la misma se debió a un intento de dejar por escrito su versión y deslindar responsabilidades, que por otra parte nunca le correspondieron, en este luctuoso hecho.
(5) "El Capitán Mansilla", de las tropas de Lavalle, es el que con los años sería el General Lucio Norberto Mansilla, cuñado de Rosas al casarse con su hermana Agustina Ortiz de Rozas (ella no se cambió el apellido).
Este aspecto de que las personas cambien de bando político, fue y sigue siendo lo más habitual y no debe extrañar para nada. Él mismo Elías efectúa el mismo proceso de cambio, pasa del unitarismo con Lavalle y de combatir contra Rosas, al federalismo con Urquiza, para terminar siendo mitrista. En 1852, luego de Monte Caseros, es nombrado por Urquiza Embajador de la Confederación Argentina ante Bolivia. Durante su último lustro de vida, fue en Tucumán, un activo partidario mitrista.
(6) No debería extrañar un gesto tan poco honorable por parte de Lavalle, como es el encargarle a un subalterno que le pida el dinero que lleva encima un condenado a muerte. La sociedad porteña lo ubicaba muy justicieramente entre el grupo de "Los tarambanas". Varios historiadores como: "La espada sin cabeza" y José María Rosa como "El cóndor ciego", habiéndole dedicado con este título un libro a su figura; aunque dada la característica de este deshonroso gesto que nos narra Elías, los motes podrían ser muy bien de otro tenor.
(7) Las consecuencias más perniciosas fueron: contribuir con más odio mortal a una guerra civil de dos décadas, seguida por un enfrentamiento por la organización nacional de otras dos décadas. Cuarenta años de enfrentamientos armados entre argentinos que podrían haberse intentado evitar, en algún momento había que comenzar y ese fue una circunstancia clave para hacerlo, mirar para un mismo lado, cosa que a los argentinos nos parece imposible de lograr.
(8) El tema de los cinturones y los tiradores -que sostenían los pantalones- no era un aspecto menor en los que se preparaban para morir fusilados y menos los ahorcados, que luego eran expuestos durante varios días, como medida ejemplarizadora.
Un clásico sobre este tema de los tiradores y cinturones es el que se produjo cuando la ejecución de Don Ciríaco Cuitiño en 1853; y su preocupación sobre este aspecto. Solo mencionaré que cuando Cuitiño fue fusilado junto con Leandro N. Alen el 28.12.1853, pide un cinturón más grueso y cose sus pantalones al cinturón, diciendo: "Como después de fusilado nos van a colgar, no quiero que a un federal ni de muerto se le caigan los pantalones".
(9) Se debe notar que La Madrid menciona "los cuerpos". Efectivamente fueron varios los oficiales ejecutados. ¿Alguien alguna vez estudió en la Historia Argentina, que cuando es fusilado Dorrego se hayan ejecutado a otras personas? Oportunamente nos ocuparemos del tema.
Autor:
Roberto Antonio Lizarazu