Según Aldo Ferrer, en su libro La economía argentina, explicó que este hecho influyó de modo importante el desarrollo consecuente de la agronomía: sin dudas que "esto cristalizó el régimen de la tierra que influiría sensiblemente en el desarrollo posterior"…
Por eso mismo es que siempre es que Alberdi asegura que siempre "Habrá ladrones y asesinos mientras no haya gobierno. No habrá gobierno mientras la provincia de Buenos Aires confisque todos sus elementos en provecho local suyo. Lo habrá cuando más para Buenos Aires, y será la única provincia que se pueble, gracias a eso, no solo con inmigrados de Europa, sino también con los habitantes de las otras provincias desheredadas de toda seguridad. Tal será el caso en que se verán los intereses materiales en las otras provincias argentinas, mientras carezcan de un gobierno nacional propio y eficaz".
Esas eran las deducciones de Alberdi, no en nuestros días ni en 1660, sino que en el año 1869 aproximadamente. Buenos Aires fue desde su misma fundación, una suerte de reina del feudo, todo iría a parar a Buenos Aires: habían transcurrido poco más de dos siglos de la fundación de Buenos Aires, aunque la modalidad continuaba siendo la misma. Es allí, en especial, donde se afincaría ese sistema fronterizo entre lo pagano y lo cristiano.
La figura de Dios ya no sería tan abstracta como lo enseñaron las doctrinas de Santo Tomás y San Agustín en la Edad Media, sino que se tornaría mucho más próxima y concreta.
De allí que el sacerdote, el virrey o el patrón pasarían a ser las figuras de Dios. Dios pasaría a ser "la tiranía del rostro humano" de la cual hablaría Charles Baudelaire en medio de la metrópolis parisina.
Esa tiranía alternadamente discreta a veces y brutal otras, gobernaría al habitante de Ciudad Indiana. La soledad, la infinitud, la laxitud de las costumbres, la apariencia militar de su fachada, lo irían moldeando de esa manera. De antaño la religión era un agente que operaba en la conciencia, en América, en cambio, la religión se suplantó por otras cosas, otros entes que en si no eran tan contemplativos, aunque cabe decir que estos elementos que suplieron a la religión, no es que la eclipsaron sino que le dieron su lugar como cualquier otro pueblo que se precie de civilizado.
De allí radican estas curiosas cruzas entre el oro, el paganismo y el catolicismo. Todo eso más la fe en "un futuro grandioso de la patria" lo que lo han hecho tomar ciertas características que se transmitieron de generación en generación inexorablemente. La fe era una gracia del Todopoderoso, la nación y su grandeza significaba poseer riquezas aunque siempre en el sentido subjetivo: La ecuación era más o menos esta: "Yo-nación tengo riqueza".
El pensamiento del americano era demasiado simple, se basaba en la más despiadada inmediatez, tanto temporal como espacialmente.
Lo lejano respondía para el americano a algo que se le escapaba directamente de las manos. Lo lejano era algo que no correspondía a este universo y a esos tiempos. La ciudad Indiana fue una ciudad creada, como cualquier empresa humana, desde y mediante la fe en el futuro, pero una fe tan intensa como estrecha; evidentemente se trataba de una fe imposible de sostenerse en los siglos venideros. A esto justamente hace referencia Juan Agustín García al comenzar su libro: "Creo que tres o cuatro sentimientos se destacan con bastante nitidez: la fe en la grandeza futura del país, el pundonor criollo, el culto nacional del coraje, el desprecio de la ley, que han sido los motivos de la voluntad social en esa época".
Juan Agustín García describe además, la verdadera situación del hombre destinado a vivir en suelo sudamericano: "Si se tiende la vista, dice un contemporáneo por la vasta extensión de estas campañas, al instante se presenta la triste situación del labrador: éste, aunque dueño absoluto de una porción de tierra, capaz en otras partes en mantener a un potentado , vive en ella escasamente y se halla sin recursos y sin auxilio para hacerla producir una porción de frutos apreciables que podrían hacer feliz a una familia: desconoce enteramente todo genero de industrias; labra solamente aquella porción que considera necesaria a su sustento; lo que es peor, desconoce enteramente aquel deseo que nace en los hombres de aumentar sus comodidades y sus bienes.
Triste situación que mantendrá a nuestra América en la infancia por un tiempo ilimitado, si de común acuerdo no ocurrimos a inflamar el corazón del labrador haciéndole recordar del letargo en la que le ha sepultado la inacción" eso dice el autor en alguna pagina de La Ciudad Indiana.
La ciudad indiana fue una suerte de continuación de las costumbres medievales españolas, en la cual existía un gran comercio. Los modos de vida de esta ciudad, nada tuvieron que ver con las ciudades de origen precolombino, a pesar de que el español convivía con el nativo. Muchas misiones han tenido en la época que la ciudad indiana comenzaba a ser una realidad: Hernandarias hizo una nueva legislación para el trabajo indígena (1603), y numerosas expediciones: a Patagonia para buscar la ciudad de los Césares (1604) y a Uruguay y Brasil para contener a los portugueses.
En 1617, se dividió la región rioplatense en dos gobernaciones: la del Guayrá, que comprendía las ciudades de Asunción, Santiago de Jerez, Villa Rica y Ciudad Real, y la del Río de la Plata. Los franciscanos hicieron algunas misiones entre los guaraníes, creando en 1612 la provincia, pero los que verdaderamente crearon las misiones paraguayas fueron los jesuitas. Era una ciudad con múltiples propósitos, era una imitación más de aquella Utopía que Tomas Moro había escrito, pero una versión de esa ciudad aunque más militarizada, más expuesta a las energías de la naturaleza como del salvaje, (pues todas las expediciones han estado basadas de alguna u otra manera en ese libro que a su vez, este estaba basado en La República de Platón.)
La utopía consistía en recobrar ese paraíso cristiano que los cristianos habían perdido. El resto de las fuerzas que sobraban en Europa, especialmente España, estaban a disposición de un Nuevo Mundo, que comenzaba a dar sus frutos para la corona española.
Psíquicamente esos episodios serían capital en la evolución de una nación. La inacción de un hombre atónito al contemplar esa extensa atmósfera, seria la que determinaría los derroteros de la patria. Dicha causa podría en manifiesto nuevamente en la página 77, al argumentar que debido a la futura grandeza de la nación, los habitantes de este suelo debía "vivir contentos en su miseria".
Pero a tal ciudad tal ley, es por eso que, Ricardo Levene, en un folletín en homenaje al tercer centenario de la Política Indiana, al referirse a Solórzano, el autor de La Política Indiana, dice: "Refiere que uno de los títulos de la dominación según todos los autores era el de las inspiraciones y revelaciones con que Dios fue impulsando a los Reyes y la gran felicidad y facilidad con que habían actuado en todas partes, siendo tan pocos los que iban a descubrir y conquistar y muchos los milagros".
Las leyes jurídicas eran suministradas de un modo selecto y al azar, desde las leyes naturales, ya que lo libre era para quienes lo encontrasen primero. Solórzano admitía que el dominio de los Reyes de las tierras donde habitaban los indios era genuino, ya que estos eran solo bárbaros "por carecer de razón y discurso bastante para usar bien de ella".
La política Indiana fue ideada en los siglos XVI y XVII y corresponde la época del Siglo de Oro español. La Política Indiana era desde luego euro centrista: se trataba de convertir "en hombres" primero y en cristianos después a todos los que no eran europeos. La principal inspiración de esta política era Aristóteles, quien había dicho que en el mundo había siervos esclavos por naturaleza, quienes debían obedecer a los más prudentes ya sea voluntariamente, ya sea por la fuerza: "El Padre José Acosta había dividido esta materia en tres clases: en la primera a los chinos, japoneses y Orientales que tenían su forma de gobierno, leyes, letras que revelaban su capacidad; en la segunda los peruanos, los mexicanos y chilenos que también, "aunque no tanto" mostraron tener alguna capacidad y se gobernaban por leyes y en poblaciones sí bien todo tiranizado; y en la tercera "cuenta a los más", que carecían de esto y andaban desnudos por los montes". De los primeros no se trataba, de los segundos, muchos consideraban que se les podía quitar su gobierno y tomarlos los Reyes de España a su cargo y de los terceros "convienen todos", que no se había hallado otro modo de reducirlos, pudieran con justicia ser dominados "porque para hacerlos cristianos era primero necesario hacerlos hombres"" dice Levene.
Ahora bien: esa era la política que era más común en la época de Solórzano. Esta manera de pararse como jueces ante el resto del mundo, en nombre de Dios, de los Reyes de España y de la buena moral, etc.; respondía a la "causa justa", en la que, demás está decirlo, jamás era puesta en tela de juicio…
Entre 1619 y 1621 Solórzano Pereira intentó fundar una Tribunal de la Inquisición en Buenos Aires. Para él, la herejía era perjudicial para la religión como para la política de la Ciudad. Ese plan dicho sea de paso, fracasó.
Pero sin embargo sí logró fundar una Audiencia, éste hecho fue el que influyó en Buenos Aires, incluso en nuestros días. Solórzano Pereira "en voto singular ponderó la necesidad de tal establecimiento en este puerto y que con esto se hallaría la ciudad más poblada y asistida de personas de autoridad, la justicia y real hacienda mejor administrada y la plaza más ayudada para cualquier defensa del enemigo", dice Ricardo Levene en este folletín.
Aunque la Política Indiana ideada por Solórzano Pereira era propicia para defender al indio y "Justicia recta y, limpia y santamente, sin lo cual no pueden conservarse los Reynos, como ni los cuerpos humanos sin alma" podría ser el corolario más representativo de este jurista.
Todo evidentemente había sido pensado: a una política, una ciudad. Importaba más la política que la ciudad; esta última había sido para el dominio físico del paisaje, pero la política tenia una función, si se quiere, más sutil. Mediante la misma y sus respectivas leyes, se afincaría un dominio incluso psicológico. Es de esa manera se encontraba la vía más efectiva para introducirse en lo más privado de quien no era europeo. A todo esto Solórzano se opuso, e mediante su visión política que más tarde serviría de basamento para el Derecho Patrio Argentino y de cada una de las Naciones de Hispano-América: su concepción era en relación al Derecho Antiguo, crear un Derecho Indiano en pos de la libertad, la igualdad, la propiedad y la solidaridad social.
En La Ciudad Indiana, Juan Agustín García cuenta no solo el origen de una ciudad que pasaría pronto a ser Buenos Aires, es también un registro psicológico y social de lo que en este país sudamericano jamás ha dejado de estar y de ser. Fue uno de los pocos historiadores que ha sabido ver lo actual en el origen de la Argentina, o mejor dicho, en la prehistoria de la Argentina, por consecuencia, el Gran Chaco, guarda una gran relación con esa Ciudad Indiana, fundada por Juan de Garay.
Ese sentimiento se diseminaría a lo largo y ancho de un territorio en el que se había fundado una ciudad en la cual las únicas riquezas serían la llanura, su tierra y una miríada de cabezas de ganado que eran su pan y su sustento. Jamás olvidaremos su fecha: 1580. Desde esa fecha, el dominio tendría lugar en un sitio enclavado junto al puerto y que actualmente se llama Buenos Aires.
Su actitud demandante persiste debido la inercia misma de los siglos, su demanda, para decirlo de un modo metafórico, cae sobre el interior de un país con un peso no de hormigón sino de siglos, lo cual es aun más inexorable. Es ese su peso que roza con lo metafísico; por eso a la hora de hablar del embelesamiento que causa su misteriosa existencia debemos recordar ese peso y ese tiempo, de ese modo Buenos Aires no fue la ciudad que entronó la conquista en el sector sur de América del Sur sino su tiempo que lleva enmarcada allí… Lo cierto es que el Río de la Plata, hacia 1580, volvió a poblarse por motivos económicos y dar un puerto al servicio de Paraguay y Tucumán.
Luego de la fundación de Santa Fe por Juan de Garay en 1573, sirvió de avance, Garay hacia 1580, por orden del Adelantado Torres de Vera, procedió a refundar Buenos Aires. Entre ellos había colonos asunceños: 10 españoles, 55 mestizos y 1 mujer. Poco después se erigió Cabildo y se repartieron tierras. Pronto empezó a configurarse el Río de la Plata como la boca ilegal de salida de la plata del Potosí. En 1617, se dividió la región rioplatense. La Gobernación del Río de la Plata comprendió las ciudades de Buenos Aires, Concepción, Corrientes y Santa Fe. En 1620 Buenos Aires consiguió tener obispado. La zona prosperó mucho gracias al contrabando con Brasil durante la unión de las dos Coronas y en 1602 se autorizó el comercio entre ambos territorios. En 1618 se pretendió aminorar el contrabando mediante el comercio directo con Sevilla, que podría hacerse en dos naves anuales, pero en 1622 se estableció la aduana seca de Córdoba, que asfixió la economía bonaerense.
Buenos Aires aumentó de unos mil habitantes en 1620 a unos 5.000 en 1680, y las encomiendas de 15 en 1639 a 26 en 1673. En 1663 se creó la Audiencia de Buenos Aires, que se extinguió en 1671. Durante el siglo XVII, se despobló Concepción por la presión de los indios, trasladándose sus vecinos a Corrientes.
Pero más allá de estos interesantes hechos que comenta Juan Agustín García, él supo inaugurar una tradición que iría a influir muy ciertamente en Ezequiel Martínez Estrada.
García, como Martínez Estrada, como Spengler, fueron tres pensadores que se remontaron a los orígenes de la historia de los pueblos, para buscar las principales características y rasgos que jamás se desligan de los mismos; Juan Agustín García se remite a la esencia de la Argentina, y por cierto, nada hay que lo desdiga, merito que Martínez Estrada parece también haber logrado.
Podemos decir esto sin miedo a estar equivocados, en Ciudad Indiana no se trata de ciencia lo que se pretendió hacer, sino que entre sus páginas hay algo de predicción, hay como un tenor, un dejo de ciencia oculta, para decirlo de modo metafórico, hay algo de lucida y poética elucidación de la sociedad de su época que por ser tener el mismo origen, es también nuestra.
Alfredo Armando Aguirre, aparecido en monografías.com, en un articulo referido a "La ciudad Mestiza", (obra que fue publicada cuando Evita moría, y "donde el polo grasita hacia su duelo mientras el polo intraoccidental festejaba la muerte de la "Perona", en un macabro aquelarre donde se amasijaban marxistas, liberales y católicos, los que pocos meses antes habían intentado derrocar a Perón, olvidándose de sus catecismos democráticos y que pocos años después acometerían una vesania, que se ufanarían en calificar Revolución Libertadora" nos comenta además Alfredo Aguirre. ).
La obra de Gunther Rodolfo Kusch, al mismo tiempo Aguirre nos aporta una fuente más de García: "En cuanto al título, que da lugar a estas digresiones, no resulta muy forzado sostener que se inspiró en ese poco conocido sociólogo argentino, cual fuera Juan Agustín García, autor de "La ciudad indiana", obra que muchos citan pero que pocos han leído, yo incluido. Y tampoco resulta atrevido pensar que García se inspiró en "La ciudad antigua" de Coulanges, quien a su vez tal vez se haya inspirado en "La ciudad de Dios", de San Agustín".
Ciertamente La ciudad Indiana parece ser, debido al modo en que está narrado el libro, no tanto un hecho históricamente objetivo, sino que parece ser también un hecho imaginado… como una suerte de utopía errónea, o como la decepción de un corazón utópico.
Hablar de la Ciudad Indiana es hablar de uno de los periodos históricos más prolongados en la historia de América, en nuestra región. Hablar de la Ciudad Indiana significa hablar de un tiempo que va de 1580 hasta 1806. Ya como hemos dicho, el Juan Agustín García, al igual que Spengler y Martínez Estrada, negaron que los pueblos pudiesen realmente evolucionar. Por lo que el olvido no existe ya que ese supuesto pasado es presente, la continuación directa de eso que supuestamente pasó.
En el prologo García expone sobre "tres o cuatro sentimientos que se destacan con bastante nitidez: la fe en la grandeza futura del país, el pundonor criollo, el culto nacional del coraje, el desprecio de la ley, que han sido los motivos de la voluntad social en esa época. El lector los percibirá animando todos los fenómenos; imprimiendo sus rasgos peculiares a la evolución de la sociedad y del derecho; incorporados al organismo físico individual de una manera permanente y definitiva como los demás sentimientos comunes, la simpatía, la familia, el patriotismo".
Sin lugar a dudas la visión de Juan Agustín García, se basa en los sentimientos demasiado exacerbados en el país. Sentimientos que se encuentran por siempre impresos en los pueblos y que ciertos regimenes dictatoriales, como el Fascismo y el Nazismo han sabido explotar. Por otra parte este libro, y su abordaje han estado adelantados a su tiempo: García concibe al país como una construcción del espíritu, como un fenómeno de aquél, y como una invención surgida de los seres humanos. De allí que pone en duda este caprichoso edificio formado sentimientos construyendo el país de allí que García siempre descreyó de los valores como ser Patria, Justicia, Fraternidad. De allí que uno puede leer La Ciudad Indiana como si se tratase de un lugar ficticio…Todo esto, que Castoriadis entre otros nos haría ver más de medio siglo después, ya lo había dicho Juan Agustín García, hacia el 1900.
Al igual que Sarmiento, Juan Agustín García nos habla de un orden de cosas que conformaron el país tal como él llegó a ver. "La vida de los campos argentinos, tal como la he mostrado, no es un accidente vulgar: es un orden de cosas, un sistema de asociación característico, normal, único, a mi juicio, en el mundo (…). La asociación normal de la campaña es la desasociación". Dice el Facundo de Sarmiento. Lo genial de ambos autores es cómo conciben un supuesto caos, pero que sin embargo saben explicarlo. "Para Sarmiento", dijo alguna vez Halperin Donghi, "se refirió a la barbarie no es tan solo lo que el civilizado sabe: es también sabiduría de lo que el civilizado ignora ".
A pesar de no ser leída ni tampoco conocida. La Ciudad Indiana es una excelente reflexión que no ha pasado de moda, ya que se hunde en los orígenes mismos de un país aun joven,
Como conclusión García dice: "Como lo habrá observado el lector, la lucha entre la sociedad y sus instituciones es el rasgo predominante del sistema (…) Se puede afirmar que el país no ha salido del régimen antiguo. Los nombres de las instituciones han cambiado, es cierto, pero el espíritu que las anima es idéntico".
Autor:
Andrés Ugueruaga
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