El decreto de comercio libre en 1778 rompió el monopolio comercial y permitió a las colonias comerciar con otros países americanos. Pronto dos grandes grupos económicos criollos se perfilaron como dominantes: el grupo comerciante exportador y el grupo de los grandes propietarios de minas[7]Las regiones de Veracruz, Guanajuato y Zacatecas cobraron gran importancia, debido a que las actividades económicas que se desarrollaban en esos lugares eran las más lucrativas en aquel tiempo. Sin embargo otras regiones ligadas a la producción agrícola también tenían un papel en la oligarquía, cuyo grupo social era representado por los hacendados. Un último actor que estaba ligado a los comerciantes en los puertos, los industriales mineros y los hacendados, era por supuesto la Iglesia. Por tanto no resulta casual que las conspiraciones se lleven a cabo en ciertas regiones (particularmente en el Bajío, en donde hay una fuerte industria textil, minera y agrícola, y al mismo tiempo, se localizan importantes colegios religiosos). El sentimiento patriótico criollo (resultado de un acaparamiento de posiciones estratégicas económicas y políticas por los españoles), la introducción de ideas ilustradas (y el ejemplo estadounidense y francés de llevarlas a cabo) y la invasión de Napoleón a España y la claudicación de Fernando VII (y por ende el desconcierto de las autoridades virreinales sobre lo que había que hacerse) fueron los factores que propiciaron que ciertos grupos criollos dominantes iniciaran el proceso ideológico y posteriormente armado de la revolución de independencia[8]
Como explica Zepeda Patterson «la Independencia desmontó la jerarquización de los circuitos comerciales dominados por la ciudad de México y enfrentó dos proyectos antagónicos para su redefinición»[9]. Las primeras décadas de vida independiente enfrentaron dos grupos que a nuestro parecer pertenecen a dos formas históricas muy distintas: por un lado los terratenientes (resabio del viejo modelo agrario, aunque muy fuerte en ese momento) y a los comerciantes (grupo social con ideas liberales). Para los fines de este esbozo creemos válido el sintetizar dos cadenas de equivalencias para esquematizar las rivalidades surgidas en este periodo: proponemos la relación entre comerciantes-liberales-federalistas por un lado y los terratenientes-conservadores-centralistas, por el otro. La ausencia de un sistema político fuerte que lograra estabilizar la producción, provocó la emergencia de poderes locales que no se sentían parte de un programa político nacional (que aunque no existía ni el Estado, ni una visión de él, sí habían ciertas tendencias políticas). Zepeda dice: «La incapacidad de las oligarquías para encontrar una fórmula viable de alianza política significó en la práctica la carencia de un Estado reemplazante de la administración colonial»[10].
El desafío no cumplido de establecer alianzas políticas para mantener un control del territorio, provocó el abandono de las periferias más alejadas, que fueron absorbidas por otros centros de fuerza. Una de las causas principales de la pérdida de la mitad del territorio responde a esta ineptitud política. Por ende, en este periodo no hubo punto nodal sobre el que pudiera descansar un centro de fuerza hegemónico. El periodo comprendido por las primeras décadas de vida independiente es sintetizado muy bien por López Cámara: «La extensión considerable de su territorio, la escasa población, la carencia de comunicaciones y transportes, el retraso económico y los violentos contrastes sociales, así como la formación natural de estrictos intereses locales, muy alejados los unos de los otros, hacían de México una entidad política que tenía mucho de ficción. El país se dividía en zonas de actividad económica prácticamente aisladas, de carácter consuntivo, donde el escaso comercio era el único vínculo interno. La vida giraba en torno a ciertos puertos, verdaderos huecos de entrada y salida de esas zonas, y acaso se extendía el eje a algunas ciudades del interior que operaban como centros de distribución de productos. La comunicación interior entre esas zonas representaba una verdadera aventura, tanto para personas como para mercancías: inexistencia de caminos, asaltantes, obstáculos naturales, impidieron durante mucho tiempo lo que hoy llamaríamos una auténtica "integración nacional". En esas zonas aisladas subsistían sociedades inconexas, tanto con el resto del país como dentro de ellas mismas, por razón de la distancia abrumadora que separaba a unas clases sociales de otras. Era normal que proliferaran allí los cacicazgos políticos y sociales, sin ningún vínculo ni subordinación con las autoridades del "centro", cuyo poder, más allá de las regiones controladas por la Capital, era meramente simbólico»[11].
El desarrollo de la agricultura comercial y por ende la descomposición social agraria -y su reemplazo por trabajadores asalariados-, junto con deseos de capitales extranjeros de invertir en el país, crearon las condiciones para el despliegue del capitalismo en México, sin embargo, se necesitaba un centro de fuerza hegemónico para todo el país. La dominación de un centro de fuerza era necesaria por las exigencias externas del mercado global en el que el país se fijaba formalmente, y eso lo supo leer Porfirio Díaz.
Los liberales nunca entendieron que el país estaba atrasado, y que la aplicación de ciertos principios políticos liberales (como el poder excesivo al legislativo en detrimento del poder del ejecutivo), podría empeorar el problema. Díaz, por el contrario, aglutinó en el centro de fuerza a grupos importantes provenientes de varias regiones del país, y colocó a hombres de confianza en regiones estratégicas que en última instancia acataban los designios del centro de fuerza. La profesionalización del ejército y la conformación de un aparato burocrático devolvían el poder a la ciudad de México. La consolidación del centro de fuerza hegemónico es fundamentalmente obra, pues, de la expansión del sistema económico mundial en el que se ve insertado México. Sin embargo podemos encontrar tres puntos nodales importantes en este período: 1) la política de privilegios, estímulos y concesiones que garantizaba la sumisión, 2) la concepción de desarrollo convertida en política económica y 3) la personalización del poder[12]
Los elementos sociales más explosivo fueron por un lado, los campesinos sin tierra, obligados a trabajar en haciendas, y los empresarios norteños, frenados por obstáculos legales del porfirismo. No es casual que la lucha revolucionaria sucediera en ciertas regiones del centro y norte del país. Carranza fue el único con la visión de construir un gobierno fuerte primero, y de carácter social después (el carácter de reforma social que quedó registrado en los artículos 3, 27 y 123 de la Constitución de 1917 fue más una estrategia política de Carranza, que buscaba ampliar el control de las masas y con eso vencer a Villa y Zapata, todo esto en para fomentar el desarrollo de instituciones que facilitaran la inserción de México al mercado mundial[13]Los movimientos armados destruyeron las redes de articulación y atomizaron las estructuras locales, que ya no respondían al centro de fuerza.
El desafío consistió en destruir el caudillismo, aminorar la dispersión y entrar en una etapa de institucionalización del poder. El primero en hacer tener una idea más o menos clara fue Calles, quien trató de unir a "la familia revolucionaria" bajo un mismo partido, sin darse cuenta que el fundamento de la unión nacional residía en las masas[14]La política de masas de Cárdenas cimentó nuevos puntos nodales: 1) la constitución de una compleja red corporativista de masas que institucionalizaba el conflicto y despolitizaba a las regiones, 2) la fundación de un sistema de gobierno que, apoyado en las reformas sociales, fue paternalista y autoritario, dándole un poder extraordinario al ejecutivo y 3) El dominio del Estado sobre las relaciones de propiedad (art. 27), pero siempre promocionando a la clase empresarial (y el principio de propiedad privada) y dependiendo de ella para el desarrollo[15]El tránsito al sistema político cardenista fue el tránsito al centralismo que conllevó una alianza entre partido hegemónico, Estado y sociedad.
Los mecanismos de control del Estado sobre la economía y la sociedad civil, el poder indiscutido del presidente, la integración corporativa de amplios e importantes sectores de la sociedad en el partido oficial y una ideología unificadora fueron un modelo funcional durante cuarenta años[16]El sistema había logrado enmascarar bien un mecanismo autoritario que, aunque no era democrático, tampoco era dictatorial. El año de 1968 es clave para entender el rebasamiento de los mecanismos de control del Estado: el uso del ejército desenmascaró un régimen autoritario que ya no respondía a las necesidades sociales. La "transición democrática" llega entonces por la incapacidad del régimen de absorber el conflicto social. Cansino utiliza terminología muy precisa para explicar el cambio político y la debilidad del régimen. Nos dice que la crisis del régimen es derivada de una fractura entre las coaliciones dominantes (crisis en el mecanismo autoritario) y la pérdida de eficacia de decisiones del gobierno (crisis de legitimidad)[17].
La apertura política da lugar a una rearticulación de fuerzas; distingue en los procesos de crisis política y liberalización política tres posibles desenlaces: 1) la reconstrucción de la coalición dominante autoritaria; 2) el hundimiento del régimen y el paso a otra forma política que tiende a ser la democrática o 3) la transición política controlada por las élites hegemónicas en el poder[18]El caso mexicano hace referencia a un proceso de liberalización política de larga duración.
El Estado sufrió presiones por parte de los grupos populares por la política de austeridad, presiones por los sectores medios a causa de la demanda de representación política y presiones de las élites económicas por la intervención económica en este rubro. Cada una de estas presiones demuestra la debilidad del antiguo régimen. Cansino identifica tres etapas históricas en este proceso de liberalización política. La primera etapa desenmascaró el carácter autoritario del régimen y al mismo tiempo evidenció los movimientos sociales conflictivos y las escisiones dentro de los grupos en el poder. Esto llevó al gobierno la aplicación de un renovado discurso populista. Se identifica, pues, con una persistencia de un régimen obsoleto a las nuevas necesidades sociales, (1968-1977). Puede identificarse el inicio de una segunda etapa en 1977, cuando López Portillo llevó a cabo una ley que modificaría la ley en materia de organizaciones políticas y procesos electorales.
Esta etapa corresponde a la apertura de algunos espacios políticos que abría la posibilidad de mayores transformaciones (1977-1988). Por último se localiza una etapa de aparente re-consolidación del régimen con el gobierno de Salinas de Gortari el afianzamiento de pactos con distintos sectores (1988-1991)[19]. Ubicamos entonces la búsqueda de nuevos puntos nodales, donde el sistema neoliberal aparece de manera fuerte. El nuevo equilibrio de poder ha resquebrajado el centro de fuerza, que no encuentra puntos nodales fuertes para hacer eficaz su hegemonía en la nación. El poder presidencial debilitado y su verdadera negociación en el congreso, la existencia de grupos empresariales muy fuertes que incluso pueden elegir al próximo presidente y la emergencia del narcotráfico hacen de este país un lugar en donde el centro de fuerza no puede, siquiera, garantizar la seguridad de sus miembros. La crisis del centro de fuerza es tan profunda que la función misma del Estado como totalidad se ve amenazada (en cuanto a su poder de eficacia y en cuanto a la respuesta a problemas sociales).
Autor:
Roy Marín
UNAM – FCPyS – Sociología
Regiones Socioeconómicas de México
[1] Pensamos que la distinción entre centro y regiones se asume siempre en relación a la dominación dentro del territorio de un Estado-nación determinado. Sin embargo, si pensamos espacialmente los procesos sociales, veremos que muchas veces las fronteras políticas de una nación son rebasadas por algunos de estos procesos, o también puede suceder que en un mismo Estado-nación convivan y se superpongan varios procesos. Al mismo tiempo consideramos que las divisiones nacionales no siempre corresponden a las divisiones culturales (usos de los italianos del sur y los del norte por ejemplo). Entonces, en vez de pensar en un centro y sus regiones dentro de una lógica del territorio de un Estado-nación, preferimos hablar de la existencia de varios centros de fuerza con influencias simbólicas dentro de una determinado Estado (aunque en el caso mexicano sea indiscutible la primacía de la ciudad de México. Sin embargo también reconocemos que en un mismo Estado-nación puede haber un solo centro de fuerza, o ninguno con un poder hegemónico real). La idea la rescatamos del pensamiento de Laclau, quien trata de repensar la sociedad abandonando el “modelo topográfico de niveles” de Marx en donde el punto nodal para la explicación de lo social es la producción en particular y la economía en general (LACLAU, Ernesto. “La imposibilidad de la sociedad”, en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Nueva Visión, Buenos Aires, 1993, pp. 103-106. Sin embargo este punto de vista es tratado desde el propio Marx -aunque cayendo en el error de creer en un fundamento último de la realidad- hasta Mulkay y “el programa fuerte” en filosofía de la ciencia y sociología de la ciencia, que reconocen la contingencia de la historia y la imposibilidad de lograr un retrato de cómo es la sociedad. También rescatamos la concepción que maneja Brunner respecto de la política, utilizando el concepto de poder de Foucault y el de hegemonía de Gramsci).
[2] BAGÚ, Sergio. Economía de la sociedad colonial. México, FCE, 1992, p.16
[3] Ibídem. p. 15-29
[4] MARTÍNEZ, Severo. La patria del criollo. Ensayo de interpretación de la realidad colonial guatemalteca. México, FCE, 1998, pp. 66-74. Podemos añadir que la encomienda y la repartición son la nueva célula de organización social en la colonia, estas sostenían y eran sostenidas principalmente por la explotación minera, principal fuente de riqueza en aquel periodo.
[5] BAGÚ, Sergio. Economía de la sociedad colonial. México, FCE, 1992, pp. 66-68
[6] BRUNNER, José Joaquín. América Latina en la encrucijada de la modernidad, documento PDF, Santiago, FLACSO, Serie: Educación y Cultura No. 22, 1992. Obtenido de http://www.di-social.org/edu/mod/resource/view.php?id=226. Consultado el 18 de agosto del 2010. pp. 5-6
[7] VILLORO Luis. «La revolución de independencia», en Historia General de México, El Colegio de México. Vol. 2, capítulo IV. México. p. 594
[8] Ibídem, pp. 596 y ss.
[9] ZEPEDA, Jorge. «La nación vs las regiones» en NORIEGA, Cecilia (coord..), El nacionalismo en México, documento PDF, El Colegio de Michoacán, p. 501 Obtenido de http://www.di-social.org/edu/mod/resource/view.php?id=228. Consultado el 5 de septiembre del 2010
[10] Ídem.
[11] Citado en CÓRDOVA, Arnaldo. La formación del poder político en México, 1ª edición, decimoctava reimpresión, México, Ediciones Era, 1993, p.77
[12] CÓRDOVA, Arnaldo. La formación del poder político en México, 1ª edición, decimoctava reimpresión, México, Ediciones Era, 1993, p. 15
[13] CÓRDOVA, Arnaldo. La ideología de la Revolución Mexicana. La formación de un nuevo régimen, México, Ediciones Era, p. 23
[14] LEÓN, Samuel. «Del partido de partidos, al partido de sectores» en El partido en el poder. Seis ensayos, documento PDF, pp. 91-94 Obtenido de http://www.di-social.org/edu/mod/resource/view.php?id=228. Consultado el 21 de agosto del 2010
[15] CÓRDOVA, Arnaldo. La formación del poder político en México, 1ª edición, decimoctava reimpresión, México, Ediciones Era, 1993, pp. 33-34
[16] CANSINO, César. La “transición política” en México: dinámica y perspectiva, p.8
[17] Ibídem pp. 11-12
[18] Ibídem p. 16
[19] Ibídem pp. 21-28
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