Breve recuento de los puntos nodales que sostienen centros de fuerza en México[1]
En el periodo precolombino, los indígenas vivían bajo organizaciones sociales relativamente complejas que poseían construcciones políticas elaboradas. La comunidad agraria (el calpulli en el caso mexica y el ayllu en el inca) fue la célula socioeconómica sobre la que se levantaron los imperios[2]La tierra era dividida en familias (de acuerdo a sus necesidades y periódicamente redistribuida), aunque la propiedad de la parcela era comunal. No existía venta de la fuerza de trabajo ni excedentes económicos. El comercio era más bien regido por el trueque de productos que se necesitaban y que una determinada familia no podía producir. Los tributos (organizados de tal manera que no afectaban al tributario) se hacían desde los jefes de familia poseedores de la tierra al representante del centro de fuerza. Aunque existían varias formas de distribución de la tierra (tierra asignada directamente al trabajador para su consumo, tierra asignada para gastos del imperio, tierra para el mantenimiento de la religión, tierra destinada a gastos bélicos y tierra para el mantenimiento exclusivo del palacio), fue el calpulli el que constituyó la unidad que mantenía todo el orden social. La habitual redistribución de la tierra, la exigencia de tributos y los aparatos religiosos eran importantes factores de cohesión política y social. En la época precolombina existían diversos centros de fuerza, sin embargo el que logró cierta hegemonía fue el liderado por Tenochtitlán[3]
Toda la compleja red social agraria fue retomada por los conquistadores que, desde el antiguo centro de fuerza (Tenochtitlán), cimentaron su organización política. Aunque al principio la labor de los conquistadores consistió en la depredación de las civilizaciones mesoamericanas debido al descubrimiento súbito de gran cantidad de metales preciosos, después se logró organizar a los indígenas espacialmente utilizando dos mecanismos que continuarían más o menos iguales durante toda la colonia: el repartimiento y la encomienda, que se constituirían como los nuevos puntos nodales sobre los que se cimentaría el centro de fuerza. El proceso de regionalización obedeció a factores económicos: el repartimiento que obligó a los nativos a trabajar en las haciendas y en muchos casos a asentarse en pueblos controlados desde el centro de fuerza asignado, y la encomienda, que institucionalizaba la concesión de tierra al encomendero, y este último tenía que pagar tributo a la corona (donde la triada Sevilla-Cádiz-Madrid eran los mayores centro de fuerza y productores de hegemonías, a los que se sometían los centros de fuerza de las colonias, y entre ellos, la ciudad de México). El repartimiento y la encomienda constituyeron la nueva célula de organización social y de extracción de riqueza durante la colonia[4]El riguroso control metropolitano sobre la producción en las colonias, acentuaba en ellas la dependencia. Bagú explica en relación a esto: «La primera época de la historia económica de las colonias norteamericanas fue de aplicación de iniciativas privadas, con la mínima participación imperial. Los éxitos logrados deben acreditarse a los colonos, no al imperio. Inglaterra carecía entonces de fuerza imperial para volcarla en América e imponer allí una política […]. No podemos afirmar lo mismo respecto de España y sus posesiones americanas […]. La centralización administrativa es una condición indispensable para la aplicación de una política económica contraria a los intereses de los colonos»[5]. Además, el control político de la metrópoli impedía la creación de un mercado interno en la Nueva España e impedía el desarrollo de ciertas formas de producción de lo social propiamente modernas por las concepciones religiosas ibéricas[6]
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