Venezuela: granero del mundo
Venezuela ha estado siempre llamada a ser uno de los graneros del mundo.
Esta aseveración no está dirigida sólo a afirmar el potencial agrícola del país. La afirmación tiene también otro valor muy diferente pero a la vez muy relacionado. Para entenderla es preciso preguntarnos que ha hecho Venezuela de sí para llamarse o considerarse libre, país soberano. ¿Acaso lo es sólo por la independencia lograda en el siglo XIX y las ratificaciones de soberanía sobre un territorio reconocido por la comunidad internacional a lo largo de los años? Esta realidad ha tenido vigencia durante ese contexto histórico, pero está cambiando y va indefectiblemente a cambiar.
‘Libre’ o ‘soberano’ ya no será la facultad de un país de ejercer la autoridad suprema e independiente sobre su territorio. Se deberá entender como ente que puede proporcionarse la cualidad que ahora no tiene. ¿Cuál es la ‘cualidad’ de un país que ahora no tiene? Habrá tantas respuestas como ciudadanos del país pero la historia tiene una sola: la cualidad está en la revisión y en la renovación, en la actualización. Las historia nos dice que es preciso adelantarse a los cambios para ser abanderado de los cambios. De lo contrario, los cambios se adelantarán y entonces habrá que seguir a los cambios. Venezuela haría bien en no desechar esta advertencia y aceptar a la historia como consejera y guía. Ella nos advierte que lo que es constante en el pasado es probable en el futuro, que quienes desatiendan o ignoran sus lecciones tienden a repetir sus errores, que menos malo es agitarse en la duda que descansar en el error.
Venezuela debe reconocer que posee otras cualidades económicas a las que actualmente predica. Son las fortalezas para convertirse en marcador mundial en áreas muy específica, entre ellas, la producción agrícola. Venezuela puede proporcionarse la cualidad agrícola que ahora no tiene. Pero si consideramos a la Venezuela de nuestra época, incapaz de alimentarse a sí misma en las últimas décadas, se pensará que convertirse en ‘uno de los graneros del mundo’ es una
afirmación carente de todo sentido, pero no es así. La indiscutible verdad, la verdad sin rodeos, es que Venezuela puede. Posee grandes extensiones de tierras aptas para el cultivo intensivo o extendido, suficientes o abundantes recursos hídricos, un clima estable y básicamente predecible, emisión y luminiscencia solar suficiente para muchos cultivos, vientos constantes y moderados, topografía benigna en muchas áreas cultivables que facilita la preparación de los suelos, el abono, la siembra, el riego, la recolección, el transporte y las comunicaciones, y el adecuado entorno biológico. Posee además, en conjunto, otras ventajas que la colocan por encima de países actualmente productores masivos de cultivos. Cuenta con fuentes casi ilimitadas de energía de diversos tipos y tiene una privilegiada situación geográfica, condiciones aún más determinantes para impulsar la comercialización de una macro-agricultura.
Lo tiene todo para vencer dificultades y para convertirse en uno de los graneros del mundo, pero no lo es porque simplemente no supera obstáculos que ella misma se ha creado, entre ellos, la de creer que no es país agrícola, una mentira que la hemos convertido, por la repetición, en verdad tramposa. Por esa mentira,Venezuela no se proporciona en el campo agrícola la cualidad que ahora no tiene, la de granero del mundo. Sin embargo, la decisión de que lo sea o no, no le será opcional, ya no será una decisión de soberanía. La nueva realidad la obligará a ser lo que está llamada a ser, granero del mundo, lo quiera o no, por las buenas o por las malas.
Cuestionar la lesión a la soberanía en nuestros días ‘por las malas’ se toma de rompe como una desorbitada especulación. Se dirá que el país es libre y soberano y el desarrollo de su potencial agrícola lo aceptará como una cuestión enmarcada en esas prioridades, nunca por imposición de una presión del mundo ni mucho menos por la fuerza, por ‘las malas’. Además, se dirá que nadie como los venezolanos para conocer mejor a su país, para definir sus prioridades de desarrollo y crecimiento y, por eso, la presión o fuerza bruta externa, como respaldo a la tesis de ‘por las buenas o por las malas’, no pasa de ser alarmismo fuera de todo contexto.
Sin embargo, la historia que hemos citado enseña hasta el cansancio que a medida que la población aumenta y no es capaz de abastecer con sus propios recursos sus crecientes necesidades, demanda la satisfacción de esas necesidades mediante el abastecimiento de recursos producidos en otros territorios. Es una presión inevitable. Treinta años atrás la pesca del atún aleta azul era una actividad costera y de orientación artesanal en Japón y en otros países. El agotamiento total de esas fuentes ha llevado la pesca a alta mar, a distancias enormes y con buques altamente capacitados. Se recurre a otras áreas, a otros territorios para obtener las fuentes de suministro. Mientras mayor es ese crecimiento poblacional y mientras más sean limitadas las posibilidades o áreas de producción para aliviar esa presión, esa población ampliará su radio de acción, inclusive el tecnológico con la ingeniería genética.
La verdad económica actual de Venezuela y la evidente debilidad que se nota en los planes de desarrollo dan pie para afirmar que el país no agudiza su visión de futuro, que no está en alerta para anticiparse a los cambios para que los cambios la sigan y para no estar, consecuentemente en la situación contraria, para seguir a los cambios. Venezuela está en la peor de las situaciones, a la espera del ‘qué va a pasar’. Lo ha estado por décadas y se ha sorprendido y se sorprende con los cambios sobrevenidos. Si no despabila, si no despierta, continuará en lo mismo: seguirá a los cambios.
II
La Segunda Guerra Mundial y las Naciones Unidas modificaron momentáneamente el uso de la fuerza bruta para la obtención de recursos naturales en otros territorios. Inspirados en las horribles consecuencia de la guerra, se ha optado, para la obtención de nuevos recursos para satisfacer las necesidades de la creciente población mundial, por explorar zonas extremas, como es el mar abierto, tanto en la superficie como en sus profundidades, y los desiertos y los polos. Se recurre también a zonas que deberían haber permanecido para siempre vírgenes e incorruptas. La exploración petrolera en Alaska, en las tundras y las selvas tropicales es un claro ejemplo. Estas exploraciones no son libres de guerra, pero esa guerra es contra el medio ambiente. En el desarrollo de todo ese proceso nunca se ha descartado, como una presión permanente, la acción de siempre sobre las fuentes tradicionales sólo que ahora no se usa la fuerza bruta sino otro tipo de fuerza. Es el poder económico y financiero moderno, la influencia internacional, y la ciencia y la tecnología. Lo único inquebrantable es el cohecho de la sociedad cómplice que acepta las devastaciones de países que integran el llamado tercer mundo, los mayores productores de recursos naturales y que aún retienen las mayores reservas.
Sin embargo, estas alternativas ‘no-bélicas’ están en desgaste y entrarán en una fase de agotamiento en la misma medida que se agoten las disponibilidades, las facilidades y el acceso a las fuentes tradicionales y aumente la población. Rebrotará entonces el planteamiento del viejo concepto de la colonización y la fuerza. En lo que se refiere a la energía y la alimentación, Venezuela, como reserva mundial, no escapará a esa renovada presión. En ese momento los venezolanos entenderán que Venezuela nunca fue una última frontera ni el maltratado y menospreciado subproducto de la abundancia petrolera y de la terquedad de los venezolanos de no querer entender y aplicar a tiempo la siembra el petróleo, lo que tanto enseñó Úslar Pietri.
Se reconocerá que Venezuela es lo que es, un territorio óptimo, prime, una reserva exquisita y, además, dormida. Será llamada a cumplir su responsabilidad, a ‘darse la cualidad que ahora no tiene’, la cualidad de uno de los graneros del mundo, y no lo será porque el gobierno o el pueblo de Venezuela lo decrete o lo quiera sino porque se lo reclamará su propia alimentación y su obligada e inevitable cuota de participación en el alivio de necesidades de otras partes del mundo. En ese momento, le guste o no a los venezolanos, se convertirá en blanco directo y abierto de los objetivos extranjeros, aunque sea por la fuerza, por absurdo que ahora suene.
Venezuela está a tiempo de tomar sus acciones, de destronar al balancín que se yergue frente al edificio de la estatal petrolera en Los Chaguaramos, en la capital venezolana, como el símbolo de su poder y que se ha convertido en deidad del dolce far niente venezolano. Está tiempo de comenzar a desplazar todo lo que en las últimas décadas ha adormitado el espíritu venezolano, en otra época heroico y emprendedor. Esa diosa, representada con la forma del mecedor mecánico, ha aletargado en el pueblo venezolano sus ideales y su manera de pensar, pero la esencia de su espíritu real permanece. Está a tiempo de despertar para hacer lo que tiene que hacer, pero no le queda mucho tiempo.
Ese espíritu, tan detenido como la dirigencia política y económica, está obligado a reconocer que dejamos de estar en aquel mundo donde se creía que todo lo que subía tenía que bajar. Ese pequeño planeta llamado Tierra hizo en la segunda parte del siglo XX una minúscula pero efectiva grieta en el infinito con la exploración espacial. La Tierra, de repente y aún con esa
pequeña grieta, se hizo inconmensurablemente inmensa. Pero, a la vez, paradójicamente, se ha convertido en un mundo chico. Esa misma tecnología la hizo mínima. La Tierra es ahora, para repetir la consabida metáfora, una aldea. África o Asia no están a una distancia de meses, semanas o días. Es cuestión de horas y, si de comunicaciones se trata, de nanosegundos. Esa miniaturización la hizo cada vez más interrelacionada, más interdependiente. Las dificultades de África, de Asia, de América, sur, centro o norte, se dejan sentir aprisa en cualquier otro lugar porque están demasiado cerca. Las guerras, las guerrillas, el hambre, la sequía, las inundaciones, las epidemias, los estragos naturales y los infortunios de otros países u otros continentes no es cosa de otro, ya no son ajenos a otros países o a otros continentes.
Venezuela es y será parte de ese mundo chico. La depauperación que mata de hambre a miles de seres, especialmente a niños, en Asia, África y en nuestra propia América, no es sólo un problema para los países que auxilian y las instituciones internacionales que acuden a ayudar. Lo es y lo será para todos. Los países que creen que es ‘cosa de otro’ y, en especial, para los países que son en real o potencialmente productores de recursos, tendrán que prepararse para la rectificación de su gravísimo error. Lo deberán incluir en su agenda de corrección al igual que la cuestión ambiental. Los extensos daños ecológicos que se causen en apartadas o cercanas fronteras deben ser tomados tan en cuenta como si fueran propios porque, de hecho, lo son. Quizás muchas deforestaciones y devastaciones en la amazonía brasileña se hubiesen evitado si Venezuela hubiese entendido que es un daño propio. Si sola o en combinación con Brasil y/o Colombia hubiese explotado racionalmente sus extensos llanos para la agricultura, posiblemente muchas de las devastaciones se hubiesen evitado. Si esta reflexión es válida, Venezuela es en buena parte tan responsable por esos desastres como lo es Brasil. Sin embargo, ella todavía no siente la presión ecológica en toda su magnitud porque los efectos no han tocado visiblemente a los incrédulos o indiferentes, pero cuando ello suceda, se le reclamará su pasividad y no se podrá excusar diciendo que fue ‘cosa de otro’.
Y el reclamo vendrá de afuera porque, ya lo dijimos, Venezuela es un territorio prime, exquisito, y la alimentación mundial es un fardo que tendrá que ser compartida procurando a la vez el equilibrio ecológico. Esa creciente población mundial demandará a Venezuela, y a territorios como el venezolano, su cuota de participación en ambas responsabilidades. Ya no se
mirará con benevolencia y sonrisas que cada nuevo presidente venezolano sea un niño pobre que encuentra un juguete caro y que al final de jugar, se convierte en un niño rico que deja a un juguete pobre y exasperadamente endeudado. El mundo mismo se sorprenderá de su grave error de cohecho. Ya no darán risas las payadas de los presidentes folclóricos y sus compañeros de juegos con sus abultadas cuentas bancarias en los bancos de los cómplices banqueros internacionales guardianes hasta la muerte del secreto bancario. Ese mundo hambriento y ecológicamente destrozado se dirá a sí mismo y le dirá a Venezuela y a los países como Venezuela: ¡YA BASTA¡ y entonces reclamará resultados y no excusas.
Si Venezuela hace caso omiso a este reclamo porque no despierta, o nada hace porque prefiere adorar al balancín, su diosa, o porque no sabe o porque sencillamente no lo entiende, otros no harán por ella lo que tiene que hacer sino que harán que lo entienda y que lo haga, por las buenas o por las malas. De hecho, ya tiene esa presión. Es el fuerte apremio alimentario interno, propio, pero lo alivia porque tiene petróleo que le generan las divisas duras para comprar alimentos en el mercado mundial y que le impiden recibir una clara señal. Este aviso siempre le ha dicho que lo verdaderamente duro, como divisa, no es el dólar sino su potencial agrícola. Los granos, la moneda de las monedas, son los que se tienen que utilizar para pagar con trueque o divisas obtenidas por las ventas de sus excedentes sus otras importaciones alimentarias que por limitaciones físicas o naturales no son aconsejables económicamente de producir, o son deficitarias.
Venezuela en las últimas décadas ha mantenido una fuerte agricultura de puertos, los barcos cargados de granos importados en los puertos venezolanos. Habrán más o menos barcos dependiendo de la producción interna venezolana. Pero en la práctica, no es realmente la producción nacional ni los precios internacionales ni las divisas disponibles provenientes del petróleo la que determina los cargamentos en los barcos en la agricultura de puertos. La agricultura de puertos la define el Ejecutivo Nacional con sus licencias de importación u otros requisitos previos a la importación. De esta manera, el estímulo a la producción agrícola es,
directamente y en mayor o menor medida, atribuible a esa política de Estado que a su vez, depende de la producción nacional. Esa es lo que muchos gobiernos han entendido como una política de producción coherente, estable y permanente de granos. No la perciben como una política de perdigonadas, de muchos blancos pero con escasos aciertos. En ese círculo de producción y juego proteccionista, muy poco intervienen los precios internos que, además, han estado o pueden estar regulados o subsidiados. El libre juego del mercado, para la importación o la exportación, no es el factor determinante. La libre comercialización es apenas irrelevante. La determinación ha sido la intervención estatal. Es así como Venezuela ha entendido la comercialización de sus productos agrícolas de producción extensiva.
En el mundo moderno, lo que se da por llamar commodities, los productos de consumo masivo no terminados, como lo es el petróleo (tiene que ser refinado para su consumo final) o los granos (tienen que ser cocidos o preparados para su consumo final), que se embarcan a granel y generalmente se negocian en lonjas especializadas, compiten entre ellos, segundo a segundo, según el lugar y el momento. En la jerarquía de elementos de satisfacción a las necesidades humanas, uno será más importante que el otro dependiendo de la coyuntura. En un momento es la alimentación, en otro la energía, quizás ambos a la vez, pero la situación podría cambiar en fracciones de segundos. Depende en qué medida satisfacen necesidades y en qué momentos son esenciales para la vida, la salud y en muchos casos, para la estabilidad de los gobiernos.
Venezuela, tradicionalmente, no reconoce o admite esta realidad. Es más, desea continuar centralizando su interés en una sola jerarquía, la del petróleo y es por su eso un país esencialmente monoproductor, tanto que su producción es capaz de afectar al mercado mundial de crudos porque tiene el poder de variar en más o en menos centavos de dólar los precios internacionales. Esa es la única influencia que tiene Venezuela en el mundo. No tiene ninguna otra, y mucho menos en el campo científico, cultural, económico o deportivo, y no le importa. Internamente, esos centavos de dólar le confiere a los políticos y los planificadores el margen populista de votos que identifica lo que hoy en día se llama democracia, la doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno.
Pero, como dijimos, el mundo moderno es esa aldea que cada vez se hace más chica. Es en la ‘aldea global’ donde estará el contexto democrático. El gobierno de la mayoría de la población de un territorio llamado Estado soberano se convertirá en el gobierno de quienes entiendan las necesidades globales, que a su vez, serán las propias. La aldea global definirá el concepto de democracia. El concepto actual de democracia y soberanía no será lo que quiera la mayoría de un país sino lo que quiera el mantenimiento y la propagación de la esencia de la vida en la aldea global. Es así como se tendrá que entender la globalización. Quién lo ignore sufrirá el enfrentamiento y ya sabemos que la vida será siempre la triunfadora. Por eso Venezuela tendrá que acceder, le guste o no. Si está preparada como granero del mundo vencerá, de lo contrario será vencida. Ese nuevo concepto no le permitirá a Venezuela, o a países como Venezuela, su folclore político. El concepto de tradiciones, creencias y costumbres políticas propios cambiará y será sustituido por lo que determinen las necesidades globales de vida. Deidades con pie de barro, como el balancín en Los Chaguaramos, y los mesías políticos que surgen cada cierto tiempo como producto del folclore político, irremediablemente caerán y con ellos todo el daño que le han causado al espíritu creador y combativo del venezolano.
La idea de que los países son libres y soberanos, y que el desarrollo de su potencial lo aceptará como una cuestión enmarcada en sus prioridades, dejará de ser. Eso de que nadie como sus nacionales para conocer mejor a su país y para definir sus prioridades de desarrollo y crecimiento, pasará a ser la auténtica ficción, y la Unión Europea es un ejemplo vivo. La producción agrícola de cada uno de sus países miembros esta esencialmente determinada por los dictados de la conveniencia del conjunto, de la Unión o, mejor, de la vida de y en la Unión. La cesión de soberanía es una realidad palpable, no teórica. Es un reflejo de lo que es el mundo que se proporciona la cualidad que antes no tenía, que se adelante a los cambios, que da paso a la vida. ‘Por las buenas o por las malas’ no es alarmismo fuera de todo contexto. Es real.
Para Venezuela convertirse en un granero del mundo no significa que se producirá gratuita y graciosamente para el mundo. La retribución económica es esencial porque es el sustento de la producción. Pero una cosa es producir, ser ‘granero del mundo’ y otra es vender o, mejor, saber vender los excedentes. Para vender bien, el país y los privados tienen que conocer las reglas y prácticas de la comercialización de los commodities. Los términos y las costumbres
de negociaciones internacionales son complejos, al igual que el idioma, las cláusulas y los signos crípticos contractuales relativos a embarque, términos y condiciones bancarias y financieras, penalidades, calidad del producto y tiempo de entrega. La dilatada experiencia comercial de casas comercializadoras extranjeras data de muchas decenas de años, en ciertos casos, de cientos de años, como la de algunas casas japonesas. Esa experiencia la llevan como valioso activo en sus negociaciones con vendedores o compradores, expertos o inexpertos, pero mientras mayor es la inexperiencia de la contraparte, mayor es el aprovechamiento y las ventajas que toma el comercializador internacional experto.
La comercialización no es, por supuesto, un tema nuevo para Venezuela. A partir de la nacionalización petrolera, los venezolanos comenzaron a tomar figuración en ese proceso dentro de la industria petrolera. En otras áreas, la más notoria de relativa reciente aparición —y desaparición— fue la Corporación de Mercadeo Agrícola. También figuraron la CVG Internacional y los Fondos para el Desarrollo del Café y del Cacao. Fueron sin embargo, experiencias que llenan de desánimo, o de luto. Son instituciones que han muerto o, hasta donde se tiene conocimiento, cadáveres insepultos
Fueron proyectos serios de comercialización estable, inspirado en la planificación para la prevención, pero, en buena medida, se convirtieron en medios políticos para superar emergencias. A la Corporación de Mercadeo Agrícola se la llamó para resolver, mediante la importación, constantes apremios de desabastecimiento alimentarios del país mientras que era, al mismo tiempo, el administrador de primera línea de las divisas preferenciales que se otorgaban para la importación de esas deficiencias. Con pleno conocimiento de las exigencias del cargo, con muy contadas excepciones los nombramientos para dirigir ese ensayo no recayeron en técnicos sino en políticos o en técnicos convertidos en políticos, o amigos de los políticos. Muchos de ellos, poco o nada conocían a fondo lo que pasaba, o respondían a ‘ordenes superiores’ que desviaban los objetivos previamente trazados. Los resultados de esas fugaces aparición en el firmamento comercial venezolano de serios ensayos de comercialización niegan todo nuevo intento por el estado venezolano y mucho menos reconocer la importancia de algo así como una doctrina de comercialización porque la desconoce o le tienen recelo y miedo.
Ese entorno de desconocimiento e improvisión fue el tipo de ambiente más acechado por el experto negociador internacional independiente o representante de las tradicionales casas
comercializadoras internacionales y, buscado o no, surge el caldo de cultivo para la corrupción. En la CMA, el sonado caso de la importación del maíz surafricano y la compra del buque Sierra Nevada fue el que más acaparó resonancia. Otros también concentraron abultados centimetraje en los diarios de la capital y desangramiento para el Fisco Nacional. Ante la imposibilidad de saber controlar el absceso en que se había convertido, y luego la incontenible purulencia de la corrupción, se optó de un plumazo de dar corte a ese importantísimo ensayo de comercialización. Sus oficinas principales ubicados en el sector Boleita de Caracas dieron paso a la Dirección de Inteligencia Militar. Muy poco se conoce acerca del destino de sus archivos. Aparentemente no hubo interés real en preservarlos adecuadamente ni retener las lecciones de las experiencias buenas y malas.
Quizás se puede decir lo mismo del transporte y los fletes marítimos, un eslabón fundamental en la comercialización. Con todos los factores comercializadores ideales a su favor, la Venezolana de Navegación (CAVN) fracasó. Esta empresa estatal, con más de 70 años de existencia, quedó para ser una depositaria de vicios y malas prácticas y por eso quebró a pesar de las millonarias cargas de commodities secos que se negociaban para o a través del Estado venezolano. Esas cargas fueron transportadas en su inmensa mayoría en buques de bandera extranjera. La intervención de la CAVN en esas cargas se limitaba a ser un intermediario para la obtención de la dispensa, el waiver, de la bandera extranjera, algo que, por lo demás no era, estrictamente hablando, un requisito de ley. Sin embargo, aún con esa intermediación que le significó extraordinarios ingresos no fue capaz de generar una flota ni una experiencia para las cargas a granel digna de la bandera nacional. La única experiencia que generó fue la de intermediación de fletes que incremento los costos, por la que muchas veces se le acusó, y no sin razón, como una simple cobradora de peaje, que tuvo la particularidad de tener inmensos ingresos y no pagar impuestos.
La industria petrolera, la que sí tiene experiencia en comercialización, no está exenta de culpas. Con su cerrada visión de país, es igualmente culpable, pero culpable por omisión. Para la industria petrolera, el país es otro. No existe más allá de sus propias fronteras, es decir, sus oficinas. Sus experiencias y conocimientos en el campo de la comercialización son celosamente guardados para otros entes del Estado. Las petroleras pudieron ser, y pueden ser, un invalorable
auxilio a los intentos de comercialización del Estado y de los privados. Actuaría como lo hacen los expertos negociadores internacionales. Ellos no sólo llevan a la mesa de negociación la pericia y conocimiento sino que están apoyados por toda una batería de reserva. Muchas de esas comercializadores suelen tener representantes u oficinas propias en los países huéspedes a cargo muchas veces de ciudadanos del país que pertenecen a una clase que juega muy bien a la influencia política y económica. Existe otro tipo de ayuda menos participativa pero, que en su momento, pueden llegar a ser igualmente útiles, como son las cámaras y asociaciones de comercio en los países huéspedes y las embajadas que si bien su fin primordial es promover la amistad y el intercambio comercial y cultural entre anfitrión y huésped, y lo cumplen, también son en ocasiones vehículos dirigidos a atender más a los intereses extranjeros y a la inteligencia comercial. La experiencia de la industria petrolera en la comercialización es muy útil y debe servir de apoyo a todos los intentos de comercialización que realice el país.
No se pueden dejar negociaciones sobre la comercialización de commodities en manos de funcionarios improvisados o peregrinos desconocedores de la materia, de sus prácticas, entre ellas, el lenguaje. No se pueden tampoco desviar los objetivos y los organismos entre sí deben prestarse muy estrecha colaboración, compartiendo sus recíprocas experiencias. Son condiciones básicas que deben ser tenidas muy en cuenta por países productores en sus negociaciones internacionales. Los desaguisados señalados reflejan razones por las cuales los países productores de materias primas pagan y siguen pagando caro su inexperiencia en la comercialización y por eso no se proporcionan la cualidad que ahora no tienen, esto es, los de marcadores mundiales en áreas específicas. Si Venezuela repite sus nefastas experiencias, nunca será por las buenas, un granero del mundo.
¿Qué se debe hacer Venezuela para convertirse en ese granero del mundo?
Parte de la respuesta ya han sido dadas, en opinión del autor. Por lo pronto, puede empezar por reconocer que debe aceptar que no es un país industrializado y que no lo será en un futuro inmediato. Esa cualidad de país industrializado que ahora no tiene, tampoco la tendrá en ese futuro próximo. A la industria que existe no se le niega su importancia, y se la debe
estimular, pero no es lo trascendental en estos momentos. Lo importante esreconocer, con una convicción profunda, que es un país de grandes fortalezas económicas y un excelente productor de materias primas (petróleo, mineral de hierro, aluminio, bauxita, granos, aceites comestibles vegetales), y de ciertos derivados. El grueso de su economía se basa en esas producciones, y continuará apoyándose en ellas. Es también un importante importador de materias primas (trigo, harinas proteicas para la alimentación de animales, aceites crudos vegetales, granos, químicos etc.), de productos industriales semi-elaborados y de tecnología. Ese reconocimiento le permitirá comenzar a enfocar e impulsar sus doctrinas de desarrollo conforme a esa realidad para así hacer frente a los cambios globales. También la prepararán para la conversión a un país de un auténtico nivel industrial.
Los reconocimientos mencionados no deberán responder a simples decretos o planes genéricos de desarrollo sino a doctrinas, a filosofías, unidas a otras filosofías y planes concretos paralelos, como la es la austeridad, el ahorro, y la recuperación, la libre comercialización, la preparación del elemento humano y su mística, y hasta prepararse para cambios radicales, entre ellos, de conceptos de uso común, respetando siempre el libre juego de la producción y comercialización de commodities por todos los sectores. No es un proceso fácil que se resuelve con plumazos, carpetazos, buenas intenciones o simples cambios de ministros o presidentes. Tampoco es un proceso rápido ni milagroso. Una porción de tierra que no sea apta para la producción agrícola no lo será porque lo determine un decreto. El proceso en su conjunto es complejo y algunas partes puede llevar años, pero hay que empezar. El recorrido de mil kilómetros se empieza con un primer paso.
Respuestas más específicas a la pregunta son extensas y seguirán en la segunda parte de este trabajo.
Jorge Antonio Partidas Alzuru
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