El lobo estepario, un intelectual perdido en una sociedad ajena a su mundo
Enviado por Luis Ángel Rios
- Introducción
- El perfil de Harry Haller
- Las anotaciones de Harry Haller
- El tratado del lobo estepario
- Siguen las anotaciones de Harry Haller
- Las contradicciones del lobo estepario
- Harry Haller reflexivo y contestatario
- En defensa del lobo estepario
- Conclusiones
Introducción
He aquí una obra grandiosa, en la que se evidencia el derroche de genialidad de su creador. Para tener la agradable sensación de disfrutarla, de saborearla, de vivirla y de recrearla, se necesitan, además de las habilidades del hermeneuta, del semiólogo, del lógico, del retórico y del gramático, es decir, del lector entrenado; la visión del filósofo, del psicólogo, del sicoanalista, del antropólogo y del sociólogo, y poseer un espíritu romántico y percibir la preferencia del autor por las tradiciones orientales, para sumergirse en la profundidad del texto, comprender al autor y extasiarse con la inagotable riqueza de una hipernovela que conmueve, sensibiliza, cuestiona, desmitifica, socaba paradigmas e impele a reflexionar sobre la búsqueda del auténtico sentido de la vida que pareciere imposible de encontrar en una sociedad deshecha por los convencionalismos, las contradicciones, la superficialidad, las imposturas, las creencias, los conflictos entre el espíritu y la naturaleza, la razón y el instinto, la lucha entre el hombre y la máquina, el dominio de la tecnología, la mecanización de la vida, el determinismo, el hastío de la vida burguesa, la neurosis colectiva, "el mundo civilizado de hojalata", un continente superpoblado, agobiado por las nociones de culpa y deber, "un mundo sobrecargado y necio", una civilización afectada e intimidada por el poder de las armas, el absurdo ideal americano y bolchevique, la insaciable competencia, las "costumbres mentidas y desnaturalizadas", la deshumanizada sociedad cartesiana, hobbesiana, kantiana, hegeliana y comteana (en conflicto con una sociedad menos cosificada y pragmática como la nietzscheana, freudiana, goetheana, kafkiana y sartreana, idealista, romántica y existencialista), la existencia desgarrada, la individualidad, la unidad del yo, la cosificación de las relaciones, las ciudades contaminadas con avisos publicitarios, el ansia de poder que conduce a la guerra, el mundo sólo para políticos, arribistas, camareros y vividores y sin aire para las personas, el encarcelamiento de la fantasía y otros malestares que nos enferman dentro de una cultura fementida y de hojalata. Herman Hesse deleita y nos invita a reflexionar con sus elucubraciones producto de su agudo espíritu crítico, libertario, irreverente, anticonvencional, contestatario, mordaz, irónico, cáustico y controversial.
Buscando compartir con los lectores que no lo han leído, suspendieron su lectura, les pareció "ladrilludo", no lograron comprenderlo o simplemente no les gustó, leí y releí este libro, palabra por palabra, frase por frase, párrafo por párrafo, saboreándolo y disfrutándolo, con el ánimo de que se acerquen a él, lo disfruten, lo reflexionen y lo vivan intensamente como lo viví y me lo gocé durante su estudio y análisis.
Vale la pena leer esta grandiosa novela, ¡qué digo!, este profundísimo ensayo psicológico y filosófico, uno de los textos literarios más profundos que se haya escrito. Es un tratado en el que muchos, de una u otra manera, nos vemos reflejados, ya que tenemos algo de lobos esteparios.
Cuidadoso de no falsear el auténtico sentido de la obra (ciertamente complicado de entender) y ser lo más fiel posible, dejo "hablar" al autor, y por ello utilizo gran parte de sus textos, transcribiéndolos entre comillas[1]
Muy respetables son quienes no han experimentado y vivenciado el aciago desarraigo existencial de El lobo estepario, pero si no lo leen ¿cómo podrán constatar la validez o la invalidez de mi aserto?
Habrá algunos amables lectores, dotados de una profunda sensibilidad literaria y de una honda pasión por la irrefutable genialidad creativa de Hesse, que tal vez coincidirán conmigo en el sentido de afirmar que El lobo estepario es una de las novelas en que, con mayor hondura, se explora la insondable naturaleza humana.
El autor, dado su irrefutable conocimiento de las grandezas y miserias del alma, de lo divino y demoníaco que hay en la psiquis humana, se sumergió en lo más recóndito del espíritu humano, escrutando, buscando y extrayendo, con singular derroche filosófico, sociológico, psicológico, antropológico y sicoanalítico, todo ese complejo, intrincado, inextricable, rico y variado universo emotivo, anímico, comportamental, existencial y social de las personas situadas en el convulso y competitivo siglo XX y envueltas en un una cultura tejida con hilos de superficialidad. Hesse explora, desnuda, desenmascara y fustiga la extraña, paradójica y compleja existencia dolorosa y sufrida de los intelectuales, incomprendida por el rebaño, que no acepta sino los patrones y estilos de vida impuestos por el sistema, los convencionalismos, las tradiciones y cultura imperante. "Y lo que, por el contrario, me sucede a mí en las raras horas de placer, lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo más que si acaso en las novelas; en la vida, lo considera una locura".
Más que una novela tradicional, El lobo estepario es una profunda alegoría psicológica y filosófica de un ser descarriado, desarraigado, neurótico y esquizofrénico, incapaz de comprender el mundo que le rodea. Se trata de una grandiosa pieza literaria donde subyace el pensamiento nietzscheano, el sicoanálisis freudiano, el mundo literario de Goethe, el espíritu romántico y la magia musical de Mozart, Buxtehude, Pachebel, Bach, Hándel, Haydn, Liszt, Wagner, Schubert, Hugo Wolf, Chopín, Brahms, Beethoven…, la música verdadera, "noble y serena", digna de beberse tal como los dioses liban la ambrosía. La Flauta mágica, de Mozart, que era para Harry "lo más excelso del mundo", por ejemplo, "representa a la vida como un canto delicioso, ensalza nuestros sentimientos, que son perecederos, como algo eterno y divino…"
El perfil de Harry Haller
Con sólo leer la introducción tenemos el conocimiento profundo del enigmático personaje. En ésta, un hombre, que vivía "una vida minúscula y burguesa, pero asegurada y llena de deberes", con profunda hondura psicológica realiza un perfil del singular intelectual Harry Haller, "un ser extraño, salvaje y sombrío", autodenominado "el lobo estepario". Este perfil lo efectúa con fundamento en los nueve o diez meses que mantuvo un trato indirecto, ya que residió como inquilino en la misma casa, y en unos manuscritos conocidos como las "Anotaciones de Harry Haller, sólo para locos". Refiere el burgués que Harry era insociable, cortés, nada vulgar, talentoso, anacoreta, "lleno de espiritualidad", enigmático y extravagante; una persona de conversación agradable, que vivía en un profundo aislamiento "a causa de su predisposición y de su sino"; un hombre "de algún modo enfermo del espíritu, del ánimo o del carácter", cuya enfermedad no dependía de su naturaleza, sino "de la gran abundancia de sus dotes y facultades desarmónicas"; con una mirada mucho más triste que irónica, insondable y amargamente triste; un misterioso ser que pareciere proceder de un mundo extraño al de los demás, y en cuyo alrededor se percibía "una atmósfera extraña y, al parecer, no buena y hostil"; con una aparente "vida anímica interesante, excesivamente agitada, enormemente delicada y sensible"; llevaba una vida impotente, suicida, desolada, melancólica, aislada, incomprendida y perdida; era un lobo estepario perdido en el rebaño de las grandes ciudades. "Haller pertenece a aquellos que se han enzarzado entre dos épocas, que se han salido de toda seguridad e inocencia, a aquellos cuyo sino es vivir todos los enigmas de la vida humana sublimados como infierno y tormento en su propia persona". De sus anotaciones ("estas fantasías maravillosas, en parte enfermizas, en parte bellas y llenas de ideas") dedujo que la enfermedad psíquica de Harry Haller no era la quimera de un solo individuo, sino la enfermedad colectiva del siglo XX, la neurosis de aquella generación a la que Harry pertenecía, "enfermedad de la cual no sólo son atacadas sólo las personas débiles e inferiores, sino precisamente las fuertes, las espirituales, las de más talento". En palabras del expositor, las anotaciones de Harry Haller "significan literalmente un paseo por el infierno, un paseo, ora lleno de angustia, ora animoso, a través del caos, de un mundo psíquico en tinieblas, emprendido con la voluntad de atravesar el infierno, murar frente a frente al caos, soportar el mal hasta el fin".
Las anotaciones de Harry Haller
Las "Anotaciones de Harry Haller", matizadas de ideas, reflexiones, diatribas, análisis, planteamientos, inconformidades, nostalgias, reminiscencias, elucubraciones, fantasías, delirios, sueños y visiones mágicas, comienzan con una velada diatriba de éste a la dinámica cotidiana y mediocre del ser humano, creyente en "en el monótono y adormilado dios de la mediocridad", prisionero en "la llamada cultura con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata".
Desde el comienzo de "las anotaciones" ya captamos que el personaje que nos va a acompañar es un ser enfermo del cuerpo y del alma, que malbarata su tiempo con su "manera primitiva y extraña de vivir", en días "corrientes y normales", dedicado a la lectura de los clásicos y a la meditación tranquila y objetiva. La idea del suicido ya empieza a echar sus raíces. Así fuere con navaja, con arma o con veneno, esta letal idea cada vez más lo encadenaba, robándole su tranquilidad.
Fastidiado de la autosatisfacción, de la semisatisfacción, de lo mediocre, de lo normal, de lo corriente, en fin, del insoportable orden social burgués, se inflamaba en su "interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados…, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgués". Esto era lo que más odiaba, detestaba y maldecía en su fuero interno: "esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente".
Atrapado por su complejo e insondable mundo y su extraña manera de vivir, con sus "ideas habituales", reflexionaba sobre su pasado y su presente. Era evidente el hastío de la vida burguesa, a la que detestaba; en ella ni se encontraba a sí mismo ni le encontraba el sentido a su vida, y por eso buscaba entre los escombros de su propia vida el sentido que se había perdido con su peculiar existencia. "¡Ah, es difícil encontrar esa huella de Dios en medio de esta vida que llevamos, en medio de este siglo tan contestadizo, tan burgués, tan falto de espiritualidad, a la vista de estas arquitecturas, de estos negocios, de esta política, de estos hombres! ¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención? No puedo aguantar mucho tiempo ni en un teatro ni en un cine, apenas puedo leer un periódico, rara vez un libro moderno; no puedo comprender qué clase de placer y de alegría buscan los hombres en los hoteles y en los ferrocarriles totalmente llenos, en los cafés repletos de gente oyendo una música fastidiosa y pesada; en los bares y varietés de las elegantes ciudades lujosas, en las exposiciones universales, en las carreras, en las conferencias para los necesitados de ilustración, en los grandes lugares de deportes; no puedo entender ni compartir todos estos placeres, que a mí me serían desde luego asequibles y por los que tantos millares de personas se afanan y se agitan… Y en efecto, si el mundo tiene razón, si esta música de los cafés, estas diversiones en masa, estos hombres americanos contentos con tan poco tienen razón, entonces soy yo el que no la tiene, entonces es verdad que estoy loco, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la bestia descarriada en un mundo que le es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento".
El tratado del lobo estepario
Las "anotaciones" prosiguen con el Tratado del lobo estepario, la esencia misma de la novela. En este profundo ensayo filosófico, sociológico, sicoanalítico y psicológico, Harry Haller pretende verse reflejado hasta en lo más hondo e intrincado de su ser. Harry, el del "lobo estepario", era un hombre muy inteligente y erudito, pero que no había aprendido "a estar satisfecho de sí mismo y de su vida". Ese era su karma. Se ignoraba si había nacido con alma de lobo estepario, si la educación lo había convertido en lobo estepario, o si la creencia de esta condición lobuna "no era más que un producto de su imaginación o de un estado patológico". Para Harry era irrelevante si el supuesto lobo se había introducido en su ser por arte de magia, por la fuerza de la educación domesticadora o sólo se tratara de una fantasía de su atribulado y alienado espíritu. Su sino era su doble naturaleza: la humana y la lobuna, que estaban en constante conflicto, ofreciéndole una vida imposible; por eso no llevaba una vida agradable y venturosa, sin que por ello fuera totalmente desgraciado. "Quien no lleva dentro un lobo, no tiene por eso que ser feliz tampoco. Y hasta la vida más desgraciada tiene también sus horas luminosas y sus pequeñas flores de ventura entre la arena y el peñascal. Y esto ocurría también al lobo estepario. Por lo general era muy desgraciado, eso no puede negarse, y también podía hacer desgraciados a otros, especialmente si los amaba y ellos a él. Pues todos los que le tomaban cariño, no veían nunca en él más que uno de los dos lados. Algunos le querían como hombre distinguido, inteligente y original y se quedaban aterrados y defraudados cuando de pronto descubrían en él al lobo. Y esto era irremediable, pues Harry quería, como todo individuo, ser amado en su totalidad y no podía, por lo mismo, principalmente ante aquellos cuyo afecto le importaba mucho, esconder al lobo y repudiarlo. Pero también había otros que precisamente amaban en él al lobo, precisamente a lo espontáneo, salvaje, indómito, peligroso y violento, y a éstos, a su vez, les producía luego extraordinaria decepción y pena que de pronto el fiero y perverso lobo fuera además un hombre, tuviera dentro de sí afanes de bondad y de dulzura y quisiera además escuchar a Mozart, leer versos y tener ideales de humanidad". Aquí encontramos el espíritu romántico que señala que el hombre posee dos naturalezas en constante conflicto, una concepción antagónica a la de los antiguos griegos, para quienes éstas se encontraban en armonía.
Dada su doble condición, a veces vivía como lobo y a veces como hombre; "pero cuando era lobo, el hombre en su interior estaba siempre en acecho, observando, enjuiciando y criticando, y en las épocas en que era hombre, hacía el lobo otro tanto. Por ejemplo, cuando Harry en su calidad de hombre tenía un bello pensamiento, o experimentaba una sensación noble y delicada, o ejecutaba una de las llamadas buenas acciones, entonces el lobo que llevaba dentro enseñaba los dientes, se reía y le mostraba con sangriento sarcasmo cuán ridícula le resultaba toda esta distinguida farsa a un lobo de la estepa, a un lobo que en su corazón tenía perfecta conciencia de lo que le sentaba bien, qué era trotar solitario por las estepas, beber a ratos sangre o cazar una loba, y desde el punto de vista del lobo toda acción humana tenía entonces que resultar horriblemente cómica y absurda, estúpida y vana. Pero exactamente lo mismo ocurría cuando Harry se sentía lobo y obraba como tal, cuando le enseñaba los dientes a los demás, cuando respiraba odio hacia todos los hombres y sus maneras y costumbres mentidas y desnaturalizadas. Entonces era cuando se ponía en acecho en él precisamente la parte de hombre que llevaba, lo llamaba animal y bestia y le echaba a perder y le corrompía toda la satisfacción en su esencia de lobo, simple, salvaje y llena de salud".
La naturaleza de los artistas, "cuya existencia es muy agitada", es muy afín a la de Harry, el lobo estepario, porque dentro de sus dos almas y sus dos naturalezas "existe lo divino y lo demoniaco, la sangre materna y la paterna, la capacidad de ventura y la capacidad de sufrimiento, tan hostiles y confusos lo uno junto a lo otro, como estaban en Harry el lobo y el hombre". Debido a su dualidad los artistas no tienen una vida verdadera, "su vida no es ninguna esencia", su vida es amorfa; no son en realidad héroes, pensadores o artistas como lo son los representantes de otras profesiones, "sino que su existencia es un movimiento y un flujo y reflujo eternos y penosos, está infeliz y dolorosamente desgarrada, es terrible y no tiene sentido, si no se está dispuesto a ver dicho sentido precisamente en aquellos escasos sucesos, hechos, ideas y obras que irradian por encima del caos de una vida así. Entre los hombres de esta especie ha surgido el pensamiento peligroso y horrible de que acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo salvaje y horriblemente desafortunado de la naturaleza. Pero también entre ellos es donde ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea sólo un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses y destinado a la inmortalidad".
El estilo de vida nocturno, su independencia y el fantasma del suicidio eran los principales caracteres de Harry, el lobo estepario. Como buen romántico, sólo durante la noche se encontraba en su elemento porque el día era para él un tormento; tal vez por su naturaleza lobuna, necesitaba de la noche para sentirse él mismo. "Es en la noche cuando el hombre romántico cuenta con toda su capacidad creadora y poética"[2]. Gracias a su acendrado espíritu libertario y emancipador, "no se vendió nunca por dinero ni por comodidades, nunca a mujeres ni a poderosos; más de cien veces tiró y apartó de sí lo que a los ojos de todo el mundo constituía sus excelencias y ventajas, para conservar en cambio su libertad. Ninguna idea le era más odiosa y horrible que la de tener que ejercer un cargo, someterse a una distribución del tiempo, obedecer a otros. Una oficina, una cancillería, un negociado eran cosas para él tan execrables como la muerte, y lo más terrible que pudo vivir en sueños fue la reclusión en un cuartel… En esto estaba su fortaleza y su virtud, aquí era inflexible, aquí era su carácter firme y rectilíneo".
No obstante su espíritu independentista, que en un principio era su ventura, fue su amargo destino. "El hombre poderoso en el poder sucumbe; el hombre del dinero, en el dinero; el servil y humilde, en el servicio; el que busca el placer, en los placeres. Y así sucumbió el lobo estepario en su independencia. Alcanzó su objetivo, fue cada vez más independiente, nadie tenía nada que ordenarle, a nadie tenía que ajustar sus actos, sólo y libremente determinaba él a su antojo lo que había de hacer y lo que había de dejar. Pues todo hombre fuerte alcanza indefectiblemente aquello que va buscando con verdadero ahínco. Pero en medio de la libertad lograda se dio bien pronto cuenta Harry de que esa su independencia era una muerte, que estaba solo, que el mundo lo abandonaba de un modo siniestro, que los hombres no le importaban nada; es más, que él mismo a sí tampoco, que lentamente iba ahogándose en una atmósfera cada vez más tenue de falta de trato y de aislamiento. Porque ya resultaba que la soledad y la independencia no eran su afán y su objetivo, eran su destino y su condenación, que su mágico deseo se había cumplido y ya no era posible retirarlo, que ya no servía de nada extender los brazos abiertos lleno de nostalgia y con el corazón henchido de buena voluntad, brindando solidaridad y unión; ahora lo dejaban solo. Y no es que fuera odioso y detestado y antipático a los demás. Al contrario, tenía muchos amigos. Muchos lo querían bien. Pero siempre era únicamente simpatía y amabilidad lo que encontraba; lo invitaban, le hacían regalos, le escribían bonitas cartas, pero nadie se le aproximaba espiritualmente, por ninguna parte surgía compenetración con nadie, y nadie estaba dispuesto ni era capaz de compartir su vida. Ahora lo envolvía el ambiente de soledad, una atmósfera de quietud, un apartamiento del mundo que lo rodeaba, una incapacidad de relación, contra la cual no podía nada ni la voluntad, ni el afán, ni la nostalgia. Este era uno de los caracteres más importantes de su vida".
Un espurio fantasma del suicidio importunaba a Harry, pues suicidas no sólo son los que se quitan la vida. Desde la perspectiva psicológica, quien se suicida por casualidad no es un auténtico suicida; las personas del rebaño si son genuinos suicidas. "El suicida -y Harry era uno- no es absolutamente preciso que esté en una relación especialmente violenta con la muerte; esto puede darse también sin ser suicida. Pero es peculiar del suicida sentir su yo, lo mismo da con razón que sin ella, como un germen especialmente peligroso, incierto y comprometido, que se considera siempre muy expuesto y en peligro, como si estuviera sobre el pico estrechísimo de una roca, donde un pequeño empuje externo o una ligera debilidad interior bastarían para precipitarlo en el vacío… Como millares de su especie, de la idea de que en todo momento le estaba abierto el camino de la muerte no sólo se hacía una trama fantástica melancólico infantil, sino que de la misma idea se forjaba un consuelo y un sostén… Todos saben muy bien, en alguno de los rincones de su alma, que el suicidio es, en efecto, una salida, pero muy vergonzante e ilegal, que en el fondo, es más noble y más bello dejarse vencer y sucumbir por la vida misma que por la propia mano". Analizado el suicidio, desde la profundidad metafísica, los suicidas se "ofrecen como atados al sentimiento de la individuación, como aquellas almas para las cuales ya no es fin de su vida sus propias perfección y evolución, sino su disolución, tornando a la madre, a Dios, al todo. De estas naturalezas hay muchísimas perfectamente incapaces de cometer jamás el suicidio real, porque han reconocido profundamente su pecado. Para nosotros, son, sin embargo, suicidas, pues ven la redención en la muerte, no en la vida; están dispuestos a eliminarse y entregarse, a extinguirse y volver al principio". Para que Harry sea un hombre elevado y esté entre los inmortales no le basta con el suicidio, tiene que anular "la dolorosa individualidad", y ser un genio "para intentar la aventura de la encarnación humana", sin que ante las dificultades saque a colación el lobo estepario.
La pretendida doble naturaleza de Harry es una ficción, un engaño. El lobo estepario es una falacia. En la dualidad hombre-lobo no se pueden introducir lo espiritual y lo sublimado del hombre y lo instintivo, lo fiero y lo caótico de lobo. El hombre no está compuesto de dos naturalezas (hombre y lobo, instinto y alma, santo y libertino), sino de varias. "Harry no está compuesto de dos seres, sino de ciento, de millares". En un solo cuerpo muchas almas; "el hombre es una cebolla de cien telas, un tejido compuesto de muchos hilos". La misma Armanda, su amiga, le refutó que su pretendida división de su ser entre hombre y lobo, no era más que una figuración, una fantasía. La rica, variada y complicada trama de la vida no se puede encerrar en la dualidad hombre-lobo. "Como cuerpo, cada hombre es uno; como alma, jamás". El yo no se puede representar como unidad, porque éste es diversidad, multiplicidad. Ningún yo es unidad; "sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades".
Hesse, con su espíritu romántico, muestra que para el hombre romántico, la singularidad era la condición más importante. Este tipo de hombre reniega de todo lo que se le presente en bloque. Aquí vemos cómo el autor expresa la influencia filosófica de Fiedrich Schleiermacher, defensor de la idea de que cada persona es portadora de múltiples facetas. Haller cuestiona la denominada vulgarización de la cultura y se muestra adversario del avasallador desarrollo tecnológico y la industrialización mecanizada, porque en ese escenario se pierde la singularidad.
La esencia del alma humana no se puede explicar mediante la duplicidad hombre-lobo, mediante la unidad del yo, sino mediante la multiplicidad. "El tratado del lobo estepario y Armanda tenían razón con su teoría de las mil almas; diariamente se mostraban en mí, junto a todas las antiguas, algunas nuevas almas más; tenían aspiraciones, armaban ruido, y yo veía ahora claramente, como una imagen ante mi vista, la quimera de mi personalidad anterior. Había dejado valer exclusivamente el par de facultades y ejercicios en los que por casualidad estaba fuerte y me había pintado la imagen de un Harry y había vivido la vida de un Harry, que en realidad no era más que un especialista, formado muy a la ligera, de poesía, música y filosofía; todo lo demás de mi persona, todo el restante caos de facultades, afanes, anhelos, me resultaba molesto y le había puesto el nombre de "lobo estepario"".
Siguen las anotaciones de Harry Haller
Siguiendo con "Las anotaciones de Harry Haller", éste se veía retratado en el Tratado del lobo estepario ("frío y trazado con alta objetividad por persona extraña"); este estudio inteligente dibujaba sinceramente lo insoportable e insostenible de su estado. A su juicio, estaba escrita con exactitud toda su historia y todo lo que le importaba". Entonces se vio ante la posibilidad del suicidio o de la autoencarnación. La idea del suicidio ("una salida vulgar y vergonzante para huir de este torbellino de sufrimientos"), que lo inquietó y acosó temerariamente, siguió apoderándose de él. Releyendo el tratado le parecía como un mago invisible que dirigía su vida y lo rechazaba por insulso, pues pensaba que era "una abstracción engañosa", incapaz de comprender la tensión y el tono de su existencia, en el cual era imposible encerrar su verdadera alma.
Su vida cambió sustancialmente a partir del momento en que conoció en un bar a Armanda, una especie de alter ego, de conciencia, de hada madrina, de nana, de profesora, de consejera, de vidente, de profeta, de ángel de la guardia, de madre, de ventana para mirar su utópico y extraño mundo desde otro horizonte, de metáfora de su vida. "Ella era la pequeña ventanita, el minúsculo agujero luminoso en mi sombría cueva de angustia. Era la redención, el camino de la liberación. Ella tenía que enseñarme a vivir o enseñarme a morir; ella, con su mano segura y bonita, tenía que tocar mi corazón entumecido, para que al contacto de la vida floreciera o se deshiciese en cenizas". Mientras él vivía su existencia con profundidad, ella, haciendo derroche "de su infantil alegría", se las arreglaba en la superficie. "Vosotros los sabios y artistas tenéis toda clase de cosas raras dentro de la cabeza, pero sois hombres como los demás, y también nosotros tenemos nuestros sueños y nuestros juegos en el magín". Ella, que le recordaba a un amigo de su juventud, lo enseñó a bailar, a sonreír y a disfrutar de las cosas simples y sencillas de la vida; con su simpleza se propuso simplificarle su vida. "Armanda me estaba demasiado cerca, era mi camarada, mi hermana, era mi igual, se parecía a mi mismo y se parecía a mi amigo de la juventud, Armando, el soñador, el poeta, el compañero de mis ejercicios y correrías espirituales".
Aunque le decía que bailar era tan sencillo como pensar, él sabía que no tenía las condiciones para ello: "alegría, inocencia, ligereza, impulso". Se ocupó de él, luego de que lo percibiera como un muchacho, como un "espíritu infantil sin igual", que requería de su protección; lo "trataba como verdadera madre". Ella reconoció que en Harry Haller lo espiritual está altamente desarrollado, pero que se había "quedado muy atrás en toda clase de pequeñas artes de la vida". Sabía Armanda que él se tomaba el amor terriblemente en serio. "-Un joven muy niño eres. Y lo mismo que eras muy comodón para aprender a bailar, hasta el punto de que casi ya era tarde, así eras también muy comodón para aprender a amar. Amar ideal y trágicamente, oh amigo, eso lo sabes con seguridad de un modo magnífico, no lo dudo, todo mi respeto ante ello. Pero ahora has de aprender a amar también un poco a lo vulgar y humano. El primer paso ya está dado, ya se te puede dejar pronto ir a un baile".
Una parte del alma de Harry Haller "aspiraba sus palabras y las creía" y la otra parte "asentía bondadosa y comprendía que esta Armanda tan inteligente, sana y segura, tenía por lo visto también sus fantasías y sus estados crepusculares". Fue tal la influencia de su amiga que su vida espiritual se había atomizado y perdido su sentido. Ejercía un extraño poder sobre él, y éste obedecía. Los dos querían aprender el uno del otro. "-Yo te enseño mi pequeño teatro, te enseño a bailar y a ser un poquito alegre y tonto, y tú me enseñas tus ideas y algo de tu ciencia", le dijo ella. "-Ah, Armanda, en eso no hay mucho que enseñar; tú sabes muchísimo más que yo. ¡Qué persona tan extraordinaria eres, muchacha! En todo me comprendes y te me adelantas". No obstante, Armanda era como Harry Haller. "Porque estoy precisamente tan sola como tú y como tú no puedo amar ni tomar en serio a la vida ni a las personas ni a mi misma. Siempre hay alguna de esas personas que pide a la vida lo más elevado y a quien no puede satisfacer la insulsez y rudeza de ambiente". Él, que aceptaba que Armanda sabía más que éste, reconocía en ella una persona extraordinaria, porque en todo lo comprendía y lo adelantaba. Ella lo comprendía porque era como él.
Armanda representaba para él un enigma, ya que se las arreglaba con la vida jugando y tenía una maravillosa consideración hacia las cosas y era "una artista de la vida". Por ello, intrigado, le preguntaba cómo podía sufrir con el mundo y cómo podía desesperar. "-No desespero, Harry. Pero sufrir por la vida, oh, sí; en eso tengo experiencia. Tú te asombras de que yo soy feliz porque sé bailar y me arreglo tan perfectamente en la superficie de la vida. Y yo, amigo mío, me admiro de que tú estés tan desengañado del mundo, hallándote en tu elemento precisamente en las cosas más bellas y profundas, en el espíritu, en el arte, en el pensamiento. Por eso nos hemos atraído mutuamente, por eso somos hermanos. Yo te enseñaré a bailar y a jugar y a sonreír y a no estar contento, sin embargo. Y aprenderé de ti a pensar y a saber y a no estar satisfecha, a pesar de todo. ¿Sabes que los dos somos hijos del diablo?"
Le parecía que todos los pensamientos de ella no eran tal vez sus propios pensamientos, sino los de él, que la clarividente había leído y aspirado y le devolvía, haciendo que ahora se concretaran y surgieran nuevos ante él. Necesitaba esclarecer su idea de eternidad, y Armanda lo había hecho, porque sin esa idea no podía vivir ni morir. "Y la eternidad no era otra cosa que la liberación del tiempo, era en cierto modo su vuelta a la inocencia, su retransformación en espacio". En lo eterno no había futuro, sino mero presente. Gracias a Armanda había oído reír a los inmortales; los inmortales, otra de las ideas que tanto lo inquietaban.
Así como Harry se contrariaba con las pinturas que no reflejaban la auténtica realidad del personaje pintado, Armanda tampoco soportaba a los santos a los que quería. "De ellos veo algunas veces cuadros, y también del Redentor y de la Virgen, cuadros hipócritas, falsos y condenados, y los puedo sufrir tan poco como tú a aquel cuadro de Goethe. Cuando veo uno de estos Redentores o San Franciscos dulzones y necios y me doy cuenta de que otras personas hallan bellos y edificantes estos cuadros, entonces siento como una ofensa del verdadero Redentor, y pienso: ¡Ah! ¿Para qué ha vivido y sufrido tan tremendamente, si a la gente le basta de él un estúpido cuadro así? Pero yo sé, a pesar de esto, que también mi imagen del Redentor o de San Francisco es hechura humana y no alcanza al original, que al propio Redentor mi imagen suya habría de resultarle tan necia y tan insuficiente como a mí aquellas imitaciones dulzonas…" No era devota, porque para serlo se necesitaba tiempo, mejor dicho: independencia del tiempo. "No puedes ser seriamente devoto y a la vez vivir en la realidad y, además, tomarla en serio; el tiempo, el dinero… y todas estas cosas".
Como a un niño expósito, Armanda lo recogió "ante la puerta del infierno", le rompió la soledad, lo despertó de nuevo y lo enseñó a bailar, a reír y, fundamentalmente, a vivir. Le hizo saber que si para divertirse necesitaba del permiso de los demás, no era más que un pobre diablo. "Oh, en esto era Armanda como la vida misma: siempre momento, no más, nunca culpable de antemano… Esta mujer, que me había penetrado tan perfectamente, que parecía saber de la vida más que todos los sabios, se dedicaba a ser niña, al pequeño juego de la vida del momento, con un arte que me convirtió desde luego en su discípulo. Y lo mismo da que fuese todo ello alta sabiduría o sencillísima candidez. Quien sabía vivir de esta manera el momento, quien vivía de este modo tan actual y sabía estimar tan cuidadosa y amablemente toda flor pequeña del camino, todo minúsculo valor sin importancia del instante, éste estaba por encima de todo y no le importaba nada la vida". En el siguiente párrafo se puede captar la poderosa influencia que ejerció sobre él Armanda, la cual, junto con Goethe (su dualismo fáustico predomina en la obra), Mozart (el dios de su juventud) y Pablo, fueron sus profesores.
"De dónde ella sacaba estas fuerzas, de dónde le venía la magia, por qué razones misteriosas había adquirido para mí esta profunda significación, sobre esto no me era posible reflexionar, además daba igual; yo no tenía el menor interés en saberlo. Ya no me importaba en absoluto saber nada, ni meditar nada, de todo ello estaba ya supersaturado, precisamente estaban para mí el tormento y la vergüenza más agudos y mortificantes, en que me daba cuenta tan exactamente de mi propio estado, tenía tan plena conciencia de él. Veía ante mí a este tipo, a este animal de lobo estepario, como una mosca en las redes, y notaba cómo su sino lo empujaba a la decisión, cómo colgaba enredado e indefenso de la tela, cómo la araña estaba preparada para picar, cómo surgió a la misma distancia la mano salvadora… Fuese quien quisiera esta muchachita inteligente y misteriosa, fuera cualquiera el modo de haber llegado a esta relación conmigo, me era igual; ella estaba allí, el milagro se había realizado de que yo hubiera encontrado una persona y un interés en la vida. Importante era sólo que esto continuara, que yo me entregase a esta atracción, siguiera a esta estrella… Con la progresiva destrucción de aquello que yo había llamado antes mi personalidad, empecé también a comprender por qué, a pesar de toda la desesperación, había tenido que temer de modo tan terrible a la muerte, y empecé a notar que también este horrible y vergonzoso miedo a la muerte era un pedazo de mi antigua existencia burguesa y fementida".
Con María, una cortesana, con quién Harry vivió un efímero pero significativo idilio, su transformación prosiguió. Ella, siguiendo instrucciones de Armanda, quería hacerse cargo de sus penas. En las caricias de la joven, Harry encontró la realización sublime de la música que había oído momentos en un concierto. "María me enseñó –en aquella primera noche singular y en los días siguientes- muchas cosas, no sólo lindos jugueteos desconocidos para mí y arrobamientos de los sentidos, sino también nueva comprensión, nuevos horizontes, amor nuevo". Le dijo que no debía ser de otra manera más que como él era.
Luego de yacer con ella y disfrutar algo nuevo, distinto, como nunca antes lo había hecho, reflexionó sobre su pasado, y esas imágenes constituían la propiedad y el valor de su existencia, "que seguían viviendo indestructibles, sucesos eternizados como estrellas que había olvidado y, sin embargo, no podía destruir", cuya serie era la leyenda de su vida y cuyo brillo astral era el valor indestructible de su ser. "Mi vida había sido penosa, errabunda y desventurada; conducía a negación y a renunciamiento, había sido amarga por la sal del destino de todo lo humano, pero había sido rica, altiva y señorial, hasta en la miseria una vida regia… Pero aquella noche fue cuando de nuevo por vez primera desde la época de mi derrota me miraba mi propia vida con los ojos inexorablemente radiantes, y volví a reconocer a la casualidad como destino y a las ruinas de mi vida como fragmento celestial. Mi alma respiraba de nuevo, mis ojos veían otra vez, y durante algunos instantes volví a presentir ardientemente que no tenía más que juntar el mundo disperso de imágenes, elevar a imagen el complejo de mi personalísima vida de lobo estepario, para penetrar a mi vez en el mundo de las figuras y ser inmortal. ¿No era éste, acaso, el fin hacia el cual toda mi vida humana significaba un impulso y un ensayo?" Gracias a María había aprendido a entregarse "infantilmente una vez más en el último instante al jugueteo de la superficie, a buscar las alegrías más fugaces, a ser niño y bestia en la inocencia del sexo", un estado que en su vida anterior sólo había conocido como excepción rara, pues la vida sensual y el sexo habían tenido para él casi siempre el amargo sabor de culpa, el gusto dulce, pero timorato, de la fruta prohibida, ante la cual debe ponerse en guardia un hombre espiritual.
No obstante lo que había aprendido de su amiga y de su amante, Harry seguía aspirando a la corona de la vida, seguir purgando la culpa infinita de la vida, que era lo que le estaba reservado. Una vida fácil, un fácil amor, una muerte fácil, no eran cosas para él. Tanto Armanda como María eran pobres mujeres que existían "afanosas y ocupadas, llenas de preocupaciones y al mismo tiempo ligeras, inteligentes y a la vez inconscientes, vivían estas mariposas su vida tan pueril como refinada, con independencia, no en venta para cualquiera, esperando lo suyo de la suerte y del buen tiempo, enamoradas de la vida, y, sin embargo, mucho menos apegadas a ella que los burgueses, dispuestas siempre a seguir a su castillo a un príncipe de hadas y ciertas siempre de manera semiconsciente de un fin triste y difícil… El mundo de los locales de baile y de placer, de los cines, de los bares y de las rotondas de los hoteles, que para mí, solitario y estético, seguía teniendo siempre algo de inferior, prohibido y degradante, era para María, Armanda y sus compañeras, sencillamente el mundo, ni bueno ni malo, ni odiado ni apetecible; en este mundo florecía su vida breve y llena de deseos; en él estaban ellas en su elemento y tenían experiencia".
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