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Algunas consideraciones martianas sobre la presencia irlandesa en Estados Unidos


    Contrario a lo que se pueda creer, Irlanda y sus habitantes es un asunto bastante recurrente en la obra martiana, pues aborda diversas temáticas: la cuestión de su independencia de Inglaterra, la descripción de la situación y las costumbres de la emigración en Nueva York, el santo patrono de Irlanda, San Patricio, su fiesta y la catedral con su nombre que existe en esa ciudad, la realidad política propia de Irlanda, entre otras.

    El Apóstol da su visión y valoraciones sobre la situación de los irlandeses en la cultura y la política estadounidenses, así como sobre las relaciones de estos ciudadanos emigrados con su patria natal, Irlanda, y, en determinados artículos y escritos, deja entrever su apoyo y partidismo hacia la independencia del elemento inglés. Estas situaciones el habanero las vivió en su estancia exiliada en Estados Unidos, durante buena parte de la década de 1880 e inicios de 1890.

    Sin lugar a dudas, el gran número de emigrantes irlandeses y de otras naciones constituyó la base de la mano de obra que el capitalismo norteamericano requería, a la altura de finales del siglo xix, resultado lógico de su expansión como potencia emergente que deseaba insertarse en el concierto exclusivo del club de naciones hegemónicas.

    Dentro de este mundo donde predomina el capital y existe una gran ausencia de valores éticos y morales, se incorporaron a esta sociedad por sus eslabones más bajos, trabajadores sencillos a los cuales el capitalista explotaba despiadadamente hasta sacarle el último sorbo de la plusvalía.

    «No hay trabajo recio y mezquino que no hagan con buena voluntad los hombres de Irlanda, ni sirvienta que no sea irlandesa […][2]» decía el Maestro, dándonos la impresión del tipo de labores que realizaban estos hombres y mujeres: los peores. Y sería lo «lógico», pues estos eran la «basura social» que llegaba de Europa: personas sencillas que deseaban un nuevo comienzo en un país que los recibía con los «brazos abiertos», para luego cerrarlos y exprimirlos hasta el último grado con su «abrazo fraternal».

    Es sobre la visión martiana de la realidad política anglo-irlandesa en Estados Unidos en la cual me detendré.

    El Maestro, durante su estancia en Nueva York, siguió paso a paso el desenvolvimiento de los acontecimientos sobre Irlanda, tanto los que ocurren dentro de ese país y se conocen en Estados Unidos por medio de la prensa periódica, como los que suceden en la propia nación norteña. En sus escritos se encuentran innumerables referencias de este proceder.

    Martí logró observar y vivir, literalmente, por las casualidades de la historia, dos acontecimientos trascendentales de la nación estadounidense y del mundo, en sentido general: la inauguración de la estatua de la libertad y la apertura del puente de Brooklyn.

    Estos sucesos despertaron en él y en otros inquietudes y emociones sobre el progreso de esta gran nación, pujante y capitalista, que se acercaba a pasos agigantados a una nueva etapa de su desarrollo nacional: la época imperialista. Sobre la construcción del puente, además de las loas al progreso tecnológico que significó su creación y los aspectos negativos que encontró en dicha obra ingeniera, mencionó también el empleo de los inmigrantes europeos, entre ellos irlandeses, pero no valoró cómo el hecho que su inauguración fuera el día del cumpleaños de la reina Victoria de Inglaterra, fue utilizado con fines políticos.

    «¡Oh! ya viene, ya viene el día de la fiesta. ¡Han querido trabajadores indiscretos e irlandeses odiadores, impedir que el puente se abriese al público entre bosques y mares de fuego, y ruido de campanas, tambores y cañones, y flamear de banderas y de almas, el 24 de mayo, porque es día en que Victoria, reina de Inglaterra, de Irlanda odiada, cumple años! Mas no ha sido homenaje de este pueblo, sino coincidencia![3]»

    Los conflictos de clase y las luchas a brazo partido entre los obreros europeos, particularmente irlandeses, apenas son tratados, críticamente, por el ilustre habanero. No valoró las implicaciones que al parecer, este simple suceso, por la «sencillez» de una fecha histórica, entraña. Los irlandeses, que odian de los ingleses hasta el día en que nacen, no podían pasar por alto este atropello a su nación y su comunidad, ni siquiera en la nación que prácticamente constituye su segunda patria.

    Los enormes valores de Martí, sus concepciones en esta etapa de su vida sobre cómo se debía llegar a una independencia, no lo llevaron a concebir que una nación obtuviese su libertad a expensas de una revuelta que inundase de sangre a pueblos enteros.

    Para él –y para otras personas, incluso en nuestros días– el fundamentalismo político está vedado como opción libertadora. Aquí aún el Maestro no plantea, al menos públicamente, un criterio favorable a la liberación del pueblo irlandés del dominio inglés. Para él, la opción válida sería llegar a un consenso político, o que los partidos irlandeses se postularan para las elecciones y ganaran, por medio del escrutinio, la autonomía política que deseaban.

    Una revolución, que lamentablemente conduciría a la muerte de personas, incluso inocentes –como cualquier guerra– no se presentaba como solución para José Martí en esta etapa de su vida.

    Sin embargo, con el paso del tiempo, el habanero fue cambiando sus concepciones y puntos de vista sobre esta antagónica e histórica confrontación entre ingleses e irlandeses.

    Cada vez más, sus posicionamientos permutaron, según las propias concepciones que tuvo para con su patria, a legitimar los orígenes de esta confrontación, y tomar parte en la causa irlandesa por su autodeterminación, –a la par que vio extrapolada en ella la confrontación de Cuba con España– y evolucionó hacia posiciones cada vez más beligerantes:

    «Y como para sofocar la indignación americana y arrancar de los brazos de los fanáticos que la ahogan (…), reúnense, (…) en Filadelfia, los delegados de las innúmeras asociaciones irlandesas de los Estados Unidos, para decir en alto, y a todos los vientos del orbe, que la Libertad no es hija del crimen, que los patriotas irlandeses repudian a los que amasan con barro armas de muerte en las tinieblas, que los fanáticos no son el cuerpo de ejército de la Reforma, sino sus buitres, y que (…) la Liga Agraria Irlandesa de los Estados Unidos, y cuantas sociedades se le asemejan, se convierten espontáneamente en una sola formidable asociación, que acepta en su gobierno y objetos las declaraciones de la Liga Nacional Irlandesa (…) con el propósito de arrancar al Parlamento inglés, por vías legítimas y jamás penables, el alivio del hambre, la distribución justa de la tierra, y la gerencia de los negocios propios, sin lo que no calma sus cóleras Irlanda (…)[4]»

    Y luego continúa:

    «Está Irlanda de gozo, porque sus hijos prósperos, que en centenares de miles pueblan los Estados Unidos, (…) han jurado (…) unirse en masa a la admirable y sagaz Liga Irlandesa. David que ha puesto el guijarro en medio de la frente del Goliat británico.[5]»

    Sin embargo, se puede llegar a una hipótesis con lo anteriormente visto: el concepto humanista martiano de "patria es humanidad", si bien se aplica fundamentalmente con un sentido internacional latinoamericanista, trasciende, en mi opinión, esas fronteras para expandirse incluso hasta Europa.

    Para Martí –en mi opinión– dicho concepto se amplía a cualquier nación que intentara independizarse de una potencia extranjera que la sojuzgara, no importa de dónde fuere.

    El "caso irlandés" es un ejemplo típico de este fenómeno: personas que luchaban por ver su nación libre e independiente de la dominación inglesa, la que no soportaba que frente a sus costas se levantara un país que pensara y opinara contrario a sus códigos, valores, costumbres o creencias. Una tierra cuya cultura y tradiciones milenarias –incluso más antiguas que las inglesas– serían objeto a lo largo de la historia, de intentos de asimilación por parte de los británicos por todas las vías posibles.

    Un ejemplo de cómo Martí observó el conflicto anglo-irlandés, que involucraba incluso a los ciudadanos de origen irlandés en Estados Unidos, sus querellas, pasiones, enfrentamientos políticos, tensiones, entre otras, es el caso del papel que asume el líder político norteamericano James Russell Lowell.

    Nacido en Estados Unidos pero de padres irlandeses, llevaba este conflicto, aunque de manera indirecta, en sus venas.

    El Maestro realizó una síntesis que involucra a estos tres territorios (Irlanda, Inglaterra y Estados Unidos), y señala cómo los emigrantes irlandeses, en calidad de nuevos ciudadanos norteamericanos, continuaban participando y defendiendo a su nación de origen, aunque no se encontrasen en ella. Esta línea de acción Martí la conocía muy bien, pues más de una vez sufrió exilio con tal de ver libre a su país, y de hecho, logró organizar un movimiento independentista contra España desde el exterior.

    En tono de crítica, utilizó los criterios que sostenía el gobierno inglés, y con ellos, valoró la supuesta «inocencia» británica tras el recurso leguleyo y político de la neutralidad que la nación inglesa adoptó hacia los Estados Unidos. También señaló la influencia decisiva en la vida política nacional que la comunidad irlandesa había ido ganando con el paso del tiempo, la cual ha sido utilizada más de una vez para alcanzar un determinado objetivo, hasta el punto de influenciar en la toma de decisiones del propio presidente de la nación norteña. Al respecto expuso que:

    «Como los irlandeses de América están airados contra Lowell, los envidiadores de Lowell se aprovechan de la ira de los irlandeses. Y como éstos son tantos, e influyen de tal modo con sus votos en la política del país, varios diarios de fama los apoyan, y van los rumores hasta suponer que, por no enajenar al partido republicano las simpatías del elemento de Irlanda, consentirá el Presidente Arthur en privar de su ministerio a Lowell.[6]»

    Logró llegar a la médula del problema en sí: en Norteamérica se utilizó el conflicto entre las dos comunidades europeas para lograr determinadas decisiones políticas que influyan en la vida nacional de tal manera que rijan, en la mayor parte posible, la política exterior a seguir.

    Así, las consideraciones martianas han evolucionado, de posiciones en las cuales no logró entender las complejidades de las luchas de clases en Estados Unidos, –antagónicas, y que una simple reforma o un consenso no pueden dirimir–, a posturas más o menos radicales a favor, por ejemplo, de la lucha irlandesa por la causa liberadora que defendían. Su inmenso humanismo es su gran virtud y su gran limitación, pues no le permite llegar a conclusiones acertadas sobre problemáticas que le son, temporalmente, cercanas, por encontrarse en el lugar donde se desarrollaron estas, pero a las que no logró vislumbrarles una solución (por ejemplo, a los conflictos entre obreros y capitalistas en Estados Unidos).

    Sin embargo, su pensamiento, inmenso caudal de río, desembocó en el ancho mar de la comprensión del conocimiento del problema, y si bien no logró solucionar todos los aspectos de la convulsa sociedad norteamericana de fines del siglo xix, llegó a comprender la esencia del sistema político norteamericano, carcomido y pestilente desde sus entrañas.

    No veía entre los hombres problema alguno que no pudiera resolverse, y consideraba como la mejor vía para la solución de estos la palabra, el diálogo, el consenso, el acuerdo pacífico. Al vetarse esta vía por la tozudez española de no querer renunciar de Cuba, optó por la vía armada como única solución al conflicto entre criollos y peninsulares. Esta es la lógica que, como hombre de su época al fin, defendió en este período de su vida.

    Este trabajo constituye un débil primer intento en el análisis y compresión de tan intrincada problemática.

    Solo se ha rasgado la superficie del cúmulo informativo que nos han dejado sus escritos. Sirva pues, para motivar el estudio y profundización de este y otros temas en la obra martiana, tan interesante, variada, importante y totalmente vigente en nuestro siglo XXI; siglo de constantes cambios en todos los sectores de la sociedad mundial, y que si el Apóstol hubiera vivido, tal vez tampoco hubiera escapado de su pluma incisiva y curiosa.

     

     

    Autor:

    Dúnyer J. Pérez Roque.

     

    [1] Este trabajo constituye un resumen del publicado por el autor bajo el título "Algunas consideraciones martianas sobre la presencia irlandesa en la política y la cultura estadounidense", Revista Honda, Sociedad Cultural José Martí, La Habana, no. 35, 2012, pp. 59-54.

    [2] José Martí. Obras Completas (Edición Crítica), Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, t. VIII, p. 69. (En lo adelante esta obra se citará como O.C.)

    [3] O.C., t. IX, pp. 418-419.

    [4] Ibídem, p. 406.

    [5] Ibídem, p. 411.

    [6] Ibídem, p. 306.