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El Apego ¿Entorno Cultural de Validación?

Enviado por Francisco Munguia


    El apego: ¿entorno cultural de validación? – Monografias.com

    El apego: ¿entorno cultural de validación?

    En todos los espacios de las modernas comunidades se puede apreciar con toda profusión la intensa promocionalidad que el sistema hace de "sus valores" tal que datos de identidad para sus ciudadanos. Los medios de comunicación, parte connotada del hábitat ciudadano, permanecen saturados de publicidad que, a más de promover el consumismo, estatuyen maneras de cómo los miembros del conglomerado social pueden y deben sentirse integrados a su mundo, pertenecientes a él: indumentaria, expectativas laborales y existenciales, preferencias materiales, hábitos personales… La sensación de bienestar de la población, aparte del acceso a los satisfactores promocionados, radica en ese espíritu de "coincidencia" con el genérico "deber ser" asumido según se cree con libertad, y que se constituye en condición irrecusable de pertenencia: el apego.

    Para el sistema, la ideología tiene el significado de "forma de pensamiento" que asocia a su propia manera de interpretar al mundo como la única correcta, de donde los desacuerdos en este punto solo indican disociación con "la lógica" -la "lógica" propia entendida como patrimonio exclusivo- y por tanto, formas inválidas o irracionales de pensar.

    El marxismo, en su momento, hizo un análisis de los contenidos ideológicos de la superestructura de las sociedades en todo y cualquier momento de la historia para concluir que cualquier forma de pensamiento que se desfasa de la movilidad material real, objetiva, viene a ser ideologización bastarda, y por tanto y con ello, forma de pensamiento espurio, "ideología" precisamente, con una función convencional en relación al sistema económico-político en que se da: justificarlo. Y no andaba tan equivocado: hoy sabemos con certeza que toda forma de organización social tiene sus patrones mínimos de "pensamiento aceptable" que no coincide necesariamente con otras formaciones, desde donde se rechaza toda forma de valoración ajena a sus intereses. ¿Por qué toda forma de pensamiento no crítico resulta falaz? Porque aparte de acotar la realidad a presupuestos falsos aunque convenientes para el status, tiene la función de crear identidad en los miembros del conglomerado social. E identidad convencional es fantasía, irrealidad: esquema postizo creado exprofeso; el apego es la primera condición de factibilidad. Y apego es inclinación afectiva con función sicológica desde donde un individuo construye su apariencia y ejerce su proceso de valoración. O sea: el apego genera "convicciones"…

    Apariencia es el ejercicio de los individuos merced al cual consiguen ser lo que socialmente vemos con independencia de lo que hay realmente en el ámbito íntimo de cada sujeto. Es el conjunto de cualidades de que un individuo se rodea, tanto físicas como conductuales, que lo distinguen de los demás, condición por demás muy connotada por las aspiraciones del orden constituido.

    Valoración es la escala de elementos constantes que justifican cada pretensión individual. Las valoraciones humanas están armadas en función de las necesidades físicas fundamentalmente, pero a partir de allí se asiste al redimensionamiento de tales necesidades con el resultado de hallar toda una jerarquización que se ostenta como "deber ser social" al cual los individuos de cada conglomerado se dedican a cumplimentar haciendo de ello verdaderos objetivos de vida. Como "escala de valores", todos los pueblos y cada cultura han conferido distintos grados de validez a los grandes temas de su existencia: la vida material, la vida política y social, la vida íntima. Y como elementos de configuración, las grandes racionalizaciones culturales: las políticas de gobierno, los roles sociales, el Derecho, la religión, la patrimonialidad… En su conjunto, todos estos elementos conforman, para cada individuo, lo que se conoce como identidad, y es resultado de la formación que cada miembro de la sociedad recibe a través del proceso educativo, proceso diseñado por el propio sistema en base a sus paradigmas fundacionales, como cada cultura hace.

    Los individuos así "domesticados" viven sus vidas en función y alrededor de las conceptualizaciones que el sistema prohíja. Eso es el apego. A título individual, se permiten o toleran determinados énfasis particulares en algún grado divergentes siempre que no contesten radicalmente al orden establecido pero que, con el correr del tiempo, y dada una posible y creciente aceptación de tales valores divergentes o marginales, llegan a convertirse en predicados de reordenación: la ambición de Bienes materiales (por ejemplo), evaluada originariamente como defecto y pecado, ha venido a convertirse, en el moderno mundo capitalista, en condición y exigencia necesaria para la plena realización humana. El dinero igualmente: más allá de la función de medida general de valor comercial, ha advenido ya en verdadero avatar del éxito, objetivo central de la interacción de los individuos, centro de la demanda social y económica: la voluptuosidad observada respecto de este "valor" lo ha convertido ya en obsesión, exigencia obligada y necesidad al grado de llegar hoy en día hasta el asedio. El gran fetiche del sistema, divinidad verdadera en la escala de apreciación pública y privada.

    Desde tiempo inmemorial se ha remarcado, por pensadores que ubicaron la existencia del Hombre y su desarrollo como axial en y para el proceder humano, que el apego a las formas que cobra la realidad cultural del Hombre mismo es una labor ilusoria, que equivale a decir falsa, alienante o equívoca. El Eclesiastés lo equipara a la vocación de "atrapar vientos"…

    En primerísimo sitio la doctrina zoroástrica, definida sobre la base del predicado convencional de la doctrina aria (derivada de los fundamentos religiosos de los pueblos del norte medio asiático, doctrinas de "destinos finales post-mortem" sin consecuencias concretas –como la generalidad de los enunciados religiosos de los pueblos del Medio-Este, Akad y Sumer-), Zoroastro o Zaratustra, un iluminado Medo, cerca de un milenio antes de Cristo desarrolló el principio de la relatividad del mundo material, ámbito de choque entre las fuerzas del Bien y sus principios permanentes y las fuerzas del Mal condenadas a desaparecer. A posteriori esta "Revelación" se convirtió en lo que sería conocido como pensamiento –o religión- persa de carácter dualista, credo que carecía de templos y ritos, fundada sobre las revelaciones del Zend-Avesta, libro de la tradición oral que incluso Lao-Tse de China se acercó a conocer para llevar esa prédica a su pueblo alrededor del siglo V a.C. A nosotros, ciudadanos del siglo XXI, esto debe parecernos una alegoría o un contrasentido ocioso; pero en verdad, fue un pensamiento consecuente durante más de un milenio… Que tuvo, incluso, importantes consecuencias en la estructuración posterior del cristianismo. De hecho, la destrucción del Imperio Persa por Alejandro no constituyó el fin de este pensamiento: continuó su desarrollo hasta lo que se encuentra tardíamente en época de Jesús como Mitraísmo, cuando la fe de los Magos (los sacerdotes de Ahura-Mazda) desarrolló la doctrina de redención, un paso más allá del lineal "premio o castigo" directo sobre los actos de la vida a que habían llegado ya las religiones de la humanidad: griegos, egipcios, e hindúes. En su momento, los dioses griegos no fueron opción para los dualistas mazdeístas: su elaboración era superior… Toda su teogonía era particular y perfectamente disímbola respecto de las creencias convencionales del entorno. Al final, el pensamiento de Zoroastro también se pervirtió al convertirse en filosofía iniciática, misteriosa.

    La promoción de Lao-Tse, por su parte, en China, de promoción del desapego material, de renuncia a las pretensiones del mundo y de autenticidad personal también resultó fallida: en principio hubo de vérselas con las fórmulas de Kung-Fu-Tse, un promotor de la filosofía del convencionalismo socio-político que tampoco tuvo éxito de momento: China estaba encantada con el pensamiento Tao, una filosofía magicista y milagrera a la que fundieron incongruentemente el pensamiento de Lao-Tse hasta llegar a la decadencia y la corrupción total de un adoctrinamiento absurdo. Fue entonces que retomaron las ideas de Confucio para incorporarlas al "deber ser" de su sociedad hasta elevar a ese predicador a nivel de santón político.

    Lo importante para nosotros, hoy por hoy, es la presencia ya entonces de una prédica trascendentalista y su apreciación de un "mundo relativo" de muy escaso –y, como consecuencia, muy dudoso- valor propio, verdadero hito en su momento por el cuestionamiento que involucra, por el contrario del resto de explicaciones habituales que se daban los pueblos aledaños para quienes el mundo, tal y como es, ES la instancia definitiva del quehacer humano, la opción única, natural y obligada para el Hombre, y de ningún modo una dimensión transitoria. El hecho de que el zoroastrismo terminara como "religión formal" es solo indicativo de que el pueblo lato, el conjunto como grupo social, no está en condiciones de aceptar una conciencia liberadora de su "yo" personal, autónoma e independiente de cada individuo respecto del resto: ni en aquellos siglos, albores del despertar de esa conciencia que ya era una emergencia no-evadible hacia el siglo V a.C., ni aún hoy día por causa de la invalidación del espacio no empírico de la existencia por la ciencia humana.

    Poco después, más al Este, y para explicar también el sentido de la vida, Buda hizo una sencilla exposición del universo el mundo y la vida por sobre la filosofía tradicional brahmánica, en que descartó la vida post-mortem de premio y castigo perfectamente indemostrable, para en cambio explicar la impermanencia del mundo empírico como una fluidez constante, continua, una expresión o pulsación del Ser-No Ser en que se asienta el mundo material inmediato ( algo muy parecido a la exposición del mundo por Heráclito en el mundo griego) y lo cual, y por lo mismo, revela la existencia como algo ilusorio, fantasmagórico. Esto impone la necesidad de renunciar a ese mundo por conciencia, con lo cual puede lograrse el avance personal hasta la fusión definitiva en/con Nirvana, forma perfecta de conciencia de Ser. Buda eliminó así toda forma de ritualidad como también dioses y demonios: la ignorancia, generadora de toda incontinencia y deseo (que es la manifestación de la falta de autocontrol) es justamente el "pecado original". Y este concepto es, por cierto, uno de los primeros asertos de la primitiva doctrina sánscrita… Por lo mismo se ha considerado al Budismo, tal y como de origen fue dado, una forma típica de doctrina racionalista. Que después los discípulos concluyeron en caminos distintos hasta consolidar el carácter religioso que hoy le conocemos a contrapelo de lo que enseñó el Buda solo indica que la doctrina original no estaba al alcance de la mayoría, del pueblo lego, que exige y requiere "fórmulas" que reconcilien su prendimiento necesario de la realidad convencional con la percepción intelectual o racional de las cosas a que el Hombre puede llegar. Por eso aparecen las corrientes conocidas como Hinayana y Mahayana –así como el mismísimo "budismo místico tibetano"- transfiguraciones, todas, de los "deber Ser" ideales en los que se diluyó el pensamiento psico-filosófico original hasta convertir al propio Buda en un dios prodigador de "bendiciones mundanas" como se lo conoce hasta hoy.

    Para subsanar la inestabilidad y finitud obvia de la existencia real, los pueblos desarrollaron la idea del Ultramundo, que al principio solo tenía la imagen de continuación anodina de la vida presente. Pero aparecía ya el inserto "espiritual" de continuación… Esta idea permitía "fijar" la existencia: esta ya podía resultar estable y permanente. Esta "entidad espiritual" se volvió entonces la constante en la mayoría –por no decir en todos- los esquemas de pensamiento común, el eje o centro a partir del cual la realidad se organiza. De aquí, a validar la existencia material inmediata para "premio o castigo" post-mortem solo había un paso: los griegos lo dieron con el Elíseo y el Hades, al igual que el mazdeísmo y las antiguas religiones originales de Mesopotamia y Egipto, cada cual con sus particularidades peculiares, que por lo general echaron mano del principio de "iniciación" para justificar su tránsito; lo importante había quedado a resguardo: la vida en el mundo, en la tierra, es definitiva. Y aún más: prevaleció el principio elemental de retribución en que la propia vida material afortunada, de privilegio, era por sí misma una bendición y un indicio inequívoco de bienaventuranza, de elección por los dioses… O por Dios. La pobreza nunca ha sido para ningún pueblo una opción.

    Hacia el fin de la Edad Antigua (el siglo I de nuestro tiempo) se presentó Jesús de Nazaret. Él tenía un llamado distinto al habitual entonces, a pesar de exponer una doctrina prendida de la Revelación judaica tradicional: el mundo es providencial, y la trascendencia y la Verdad no radican en el mundo habitual, físico y material que conocemos, sino en el Conocimiento, y Conocimiento de Dios. Los "haberes" que da la civilización obnubilan la comprensión y estorban el acceso al Mundo superior. La solución de Jesús, como lo propuso Zoroastro, como lo explicó Buda, es: Retiro y Renuncia. La ciudadanía del Mundo superior pasa por la ajenidad del presente. Tal filosofía pareciera atenerse a la idea "espiritualizada" del "mundo etéreo" preeminente como base del mundo real. Y sin embargo no es así: Jesús no predicó "premio o castigo" post-mortem como conclusión del comportamiento en el mundo, durante la vida. Para él, la herencia humana era el propio mundo material, físico, pero reconstituido –como lo expusieron los Profetas siglos antes- en plan de "nueva opción" a partir de la Voluntad divina. Su propuesta de la inmanencia de Dios no involucraba la necesaria similitud del Hombre con semejante status. Era una explicación similar a la de los filósofos, que llegaban a la necesidad como directriz universal eje de la cual era "el Ser" ("Ontos" le llamaron los griegos) y que Jesús identificó con el Dios revelado a Moisés.

    Como sabemos, la filosofía de Jesús fue transformada por Pablo (un hombre que ni siquiera fue su discípulo) en una religión quasi-iniciatica, a tono con la modalidad de la época, que como tal revirtió los valores originalmente dados por Jesús para integrar en cambio el antiguo principio elemental de logro y riqueza tal que signos de predilección de lo Alto; y aunque la "promoción de la pobreza" aparece en sus escritos, todos sus correligionarios y los dirigentes del post-paulismo, enfrascados en rivalidades mortales por este principio y por otros más, construyeron un mundo, a la disolución de Roma, fundado en principios tradicionales: premio o castigo después de la muerte en base a los logros o fracasos tenidos en vida considerando la vida humana como sempiterna, por lo que el mundo, su estructura y sus valores, eran obligados: habían sido dados por Dios. Era lo que Dios quería…

    La transmisión de valores del mundo antiguo al capitalismo de hoy día se dio, centralmente, a través de Pablo y su doctrina del "mundo en prueba", y quedaron inscritos en los pensadores que desde el siglo XVI tomaron por cuenta propia la explicación del mundo desdeñando, solo en la forma, la doctrina clerical. De hecho, y aparte de retirar a Dios de los procesos de creación y sostenimiento del mundo vía la autonomía evolucionista, se inventó toda una teoría paralela para cada uno por separado, de los procesos de la vida y de la realidad, de modo que se parcializó también el acceso al conocimiento, pero que de fondo común, le decía al propio Hombre, como comunidad, que era independiente, libre, casual, y sujeto de y a las leyes de la naturaleza: la ley del más fuerte. Esto se volvió el gran paradigma y prolegómeno de la cultura universal hasta hoy día: el Mundo se salvó a sí mismo. Retomó los valores concretos de su realidad material única haciendo caso omiso del subterfugio paulista de "la prueba", pero aceptando la evidencia ancestral de la consistencia inexpugnable del mundo para erigirlo en "el Valor" por excelencia. Accedemos hoy día, no solo gracias a eso, sino también a la irreductible elementalidad del pragmatismo, al pensamiento plano que define a nuestro universo como autónomo, resultado de un proceso único y aleatorio validado por sí mismo como única y última instancia: los valores materiales de aquí y ahora son los que cuentan. La religión, la ética, la estética resultan ser solo "valores relativos" de una instancia pragmática muy reducida, y por lo tanto, confinados al ámbito personal, íntimo, individual de cada sujeto. No se les niega tajantemente: pero no empatan con la "verdad de la ciencia", y por lo tanto, no son temas de validación científica. El mundo laico parece no haber tenido otra opción de conocimiento: quizá difícilmente la haya… Pero sí habría la consideración de partir al conocimiento, por lo menos, desde la evaluación holística del propio Hombre como su propio eje y objetivo, y no como se hace y se seguirá haciendo, evidentemente: el Hombre abstracto, generalización que no corresponde con el Ser humano integral de la realidad.

    Como seres racionales, nos sabemos finitos, limitados, y cabalmente materiales. Lo "espiritual" ha venido quedando poco a poco en el rincón de lo probable, lo no constatable ni evidente: en el espacio religioso. Pero sucede que ese comando y sus valores ya no rigen la motivación de nuestras vidas cotidianas hoy día, y ha venido a ser de lleno una instancia marginal dado que la valoración que se tiene actualmente de los principios religiosos es como la estima que se hace de la apreciación estética y de los grandes sentimientos humanos (amor, honestidad, solidaridad…): elementos de relación, más asociados a la conveniencia, al "adecuado" manejo, que al carácter emancipador que tienen para el Hombre como elementos de su integralidad. Y es que el Ser humano social promedio, dista mucho de ser plenamente racional: es un individuo formado a partir de mutilaciones mentales, condicionado, dirigido. Enajenado. Ni siquiera –puede decirse con certeza- se debe a sí mismo sino al cuerpo social que lo formó, en el cual vive, y el que a su vez lo justifica y explica. Un retorno al primitivo entorno social de la infancia humana, con el agravante de una conciencia personal rendida al alma colectiva por adopción. Una regresión, pues.

    Con esto presente, podemos explicarnos la promoción reciamente afincada de figuras de valoración cuyo resultado más inquietante es la deshumanización del Hombre contemporáneo, su atadura a las formas que acaban en sí mismas, con ninguna trascendencia porque no proyectan consumación alguna de valores superiores legítimamente humanos: dinero, éxito, escalamiento social; manejo "conveniente" de verdades y mentiras… Todas, instancias locales, de valor superfluo asociadas al sistema de vida de las personas sin referencia holística al Hombre… Y todos los miembros de la sociedad decididos a hacerse cargo de esas exigencias a título personal como modo de conformidad y acuerdo con los reclamos del orden imperante. El drama de todo este encuadre es que la civilización, en cualquiera de sus expresiones, no corresponde a lo que el Ser humano justamente es: un microcosmos plenamente compatible con la realidad material en otro encuadre, que es otra definición: Ser cumbre de la organización material, expresión de la capacidad y calidad de la materia organizada hasta tal nivel, que se expresa a sí misma como entidad autoconsciente.

    A cambio de esto, el orden actual ha decidido parcelar la personalidad del Ser humano, y con ello, exaltar su capacitación para el trabajo y su rendimiento como elementos centrales, relegando su raciocinio a "instancia intelectual" sin aplicación básica de ningún tipo a la lógica que debiera exhibir su praxis, instancia que se maneja independiente y libremente como expresión de pleno derecho de la conveniencia momentánea, local, puramente epicúrea.

    En el decurso de las civilizaciones, ¿en qué época fue el Hombre más racional, más íntegramente perteneciente a sí mismo? En ninguna. Nunca. Todas las edificaciones humanas han adolecido de irracionalidad respecto de su medio ambiente por su utilización indiscriminada como "recurso" gratuito a su disposición; de injusticia y desigualdad respecto de sus semejantes, enfatizando siempre diferencias estúpidas de carácter social y hasta racial; de brutalidad en relación a sus conveniencias políticas tenidas como el súmmum de sus aspiraciones; de ventajas y abusos en el entorno económico, erigido en el sancta-sanctorum de su desempeño; y de venalidad y autocomplacencia para sus propias pasiones exactamente en proporción opuesta a los más altos rangos de su exigencia ético-moral, que solo le ha servido para adornarse pomposamente pero con ninguna clase de compromiso cierto, lo que hace parecer, seriamente considerado, que el Ser humano prescinde de su inteligencia cuando se trata de abordar su propia actividad y su mundo, resultado de aquella.

    Si todos estos defectos han exhibido las culturas del Hombre a través de toda su historia, ¿qué podemos encontrar en nuestra moderna civilización de predominio tecnológico? Los mismos errores, solo que hoy día disimulados, entre otros argumentos, con la lisonja de los "derechos humanos" que no se cumplen nunca y, antes bien, han servido para promover desviaciones del orden natural respecto del mismo Hombre, y que proyectan al género humano, como un todo, al tobogán ciclónico de la autodestrucción, sin contar con los síntomas de la degradación que emparentan la actual cultura con las expresiones más obtusas de la decadencia.

    Y todo esto sigue siendo apego del Hombre a la apariencia del mundo material como divorciado de la lógica racional, como si esta realidad siguiera un orden distinto, una lógica independiente de la propia razón objetiva… ¡Lo cual resulta ser divorcio del Ser humano de sí mismo! En estos términos encontramos a los Estados nacionales, "cabezas" del desarrollo organizacional humano –como lo dijo Hobbes– arrogándose el papel de divinidades que supervisan, controlan, suprimen y castigan: todos sus ciudadanos plegados a las disposiciones que esta suprema deidad dicta. Los cleros religiosos, por otra parte, reducidos al ámbito de mera referencia cultural, aún pelean su antigua primacía. Pero con todo ello, normalmente coinciden con el Estado para refrendar la idea del "Bien común".

    La sociedad misma, como entidad autónoma y depositaria de todo valor y derecho, ejerce su propia discrecionalidad rectriz para imponer sus reglas de permisibilidad y/o rechazo. En nuestro mundo multi-diverso, como antes en los sistemas de dominación esclavista, por la estratificación en clases o grupos sociales. La estratificación cumple, en este caso, un papel fundamental: los estratos desposeídos, con la asignación de echar a funcionar los procesos básicos, "sucios", de la producción y la distribución; y los poseedores, con el roll de "manejar", administrar y asignar las cuotas de la riqueza social.

    Para lo mismo, las reglas de imitación del estrato dominante por el resto de las clases en función de su distancia con el grupo en el poder: a mayor distancia, mayor permisibilidad y cierto (y limitado) cambio de valores. El bloqueo u objeción por un individuo o grupo de individuos de este principio puede provocar su extrañamiento y hasta el ostracismo, en casos extremos. Y justamente esta estratificación le da juego y cancha a la posible movilidad, sin lo cual el juego social humano dejaría de tener sentido y su propio "coto de caza". En esta misma progresión, la familia moderna, como célula social, es la encargada de modular la agenda de prohibiciones y aceptaciones, lo cual garantiza la continuación y reproducción del esquema socio-cultural y sus "valores" parcializados. En la medida en que ningún ciudadano puede o se atreve a remontar estas limitantes, en esa misma proporción seguirá atado al sistema, dependiente de él, apegado a él: el "filisteo" de Kierkegaard. Así que, en términos de permisibilidad, no es verdad que todo lo no prohibido esté permitido: el Estado, de suyo, tiene un orden interminable de prohibiciones que, como se dijo, refrenda su clero, todos sus santones y corifeos que hacen, frente a los ciudadanos, el papel de intérpretes o "exégetas" de la voluntad estatal de lo cual no se hace siempre cargo la sociedad porque esta tiene a su vez otras prohibiciones, y sus reprensiones suelen ser más violentas que las del propio Estado pero menos identificadas como represiones. De manera que toda permisibilidad se da casi siempre en tono marginal.

    En todo este complejo cuadro, ¿dónde entran, dónde están o dónde actúan los apegos? Y, ¿qué son? El apego es basalmente uno: identidad, rendición al medio social y su demanda de sumisión respecto de sus valores y expectativas, formas redondas de comportamiento; abrevación en sus fuentes y sostenimiento en y de todo ello. Es lo que hace al "Ser civilizado" de la sociedad, "Ser", y a todos los miembros en común comportarse "adecuada, prudente y convenientemente". Como "se debe". Como corresponde, como está dispuesto y entendido que se haga. Y no solo eso, sino también qué y cómo pensar. Esto es crucial, por lo cual el apego no es epidérmico: es profunda y esencialmente la parte que ha venido a conformar la mentalidad y la identidad de cada individuo en cada grupo social, y a nivel global, en cada país. Es toda la serie de consideraciones, de expectativas y de "valores" que le dan forma y sentido a cualquier ciudadano dándole exactamente un lugar en el seno comunal y reconocimiento a sus esfuerzos. Es el cúmulo de detalles pintados en la manera de pensar de cualquier individuo, de sus preferencias, de sus opiniones e intereses.

    ¿Qué inserto es ese, no expuesto pero, sin el cual, un individuo viene a ser una rémora, un extraño o un renegado? La sintetización de esto es el Ethos vivencial, y presenta en la vida diaria pequeñas variantes entre un individuo y otro de modo que parece encontrarse uno ante una diversidad que, bien vista, es solo apariencia. Hasta los delincuentes y los bandidos son partícipes de ese élan referente. Y la sociedad los reconoce como igualmente reconoce a sus políticos dirigentes y a sus usufructuarios, los "prohombres". Los únicos que no entran en ese juego son sus detractores serios: los revolucionarios y los disidentes renegados, los que renuncian a ella.

    Y el problema central en la comunión con el entorno social y político de cualquier sociedad es que esta se encuentra ordinariamente ajena respecto de su realidad material a la cual no acierta a identificar objetivamente. De hecho, la ciencia misma, escindida de su pertenencia original, la filosofía, ha contribuido grandemente a asentar la visión parcelada, analítica del mundo en el cual el Hombre se siente ajeno, solo "parte" a medias: el universo el mundo y la vida como entorno hostil, como "ámbito de conquista"… Una pretensión más que atrevida, estúpida. Y es que la vida, hoy día, va anclada al pragmatismo utilitario.

    Lo que queda de todo esto es otra duda en verdad seria: ¿por qué cambiar? Y, ¿para qué cambiar? ¿Para qué "des-apegarse" de los cartabones ordinarios de la vida en sociedad?

    Basalmente, porque el mundo en que vivimos es un producto estrictamente lineal del teorema darwiniano aderezado con las terribles teorías del "laissez-faire" y del desarrollo plano como lo propusieron Rousseau, Hobbes y A. Smith según lo cual la vida, la presencia multigenérica de seres vivos y la organización del universo son, todas, fortuitas, cabalmente intrascendentes y que a fortiori verán su oclusión en una perspectiva más o menos distante (para las proporciones humanas) sin mayor contenido que solo la casualidad ciega del cosmos.

    Ante una mística tan materialista del entorno existencial, por supuesto que se justifica y explica la actitud desencantada, profundamente hedonística, pragmatista a ultranza y hasta nihilista de una visión arrogante del mundo que se siente exclusiva: de hecho, esas mismas corrientes de pensamiento (pragmatismo, hedonismo, pesimismo, nihilismo) son producto explicado del propio sistema y parte de él. Por esa misma razón la antigüedad vio ya emerger escuelas como la de los Cínicos, la de Epicuro y algunas más: también ellos, a la caída de sus dioses, quedaron sin el "Telos" de la existencia, sujetos a la viabilidad inmediata de lo tangible como entidad sin contenido, en un mundo en el que todo se vale porque todo es posible: la ley del más fuerte y la sobrevivencia del más apto como paradigma rector de lo posible… La organización social y política solo como ardid para darle cordura convencional y dirección a un movimiento y un proceso humano que inevitablemente compite para imponerse, sin más razón que su propio impulso endógeno.

    Sea que se tenga una visión como la budista, o que se persiga un propósito justipreciativo como el propuesto por Jesús de Nazaret, o que tan solo se tenga un valor de la vida como de algo que merece una orientación racional y congruente en función del Hombre porque este, como Ser pensante, amerita la justipreciación de su propia razón (sin incluir entidades "espirituales" o de otra índole –como lo fueron los dioses en su oportunidad, o como empiezan a ser "los extraterrestres"-) como expresión suprema de la conciencia material, entonces habrá que estar al tanto de los vicios distorsionadores del orden que nos ha tocado vivir y que dan al traste con las necesidades humanas de ascenso a nombre de una animalidad que purga la existencia de toda aspiración real y trastorna la propia salud física y mental del propio Hombre a la par que banaliza sus expectativas para encadenarlo a las disponibilidades que otorga el dinero, a las frustrantes experiencias amorosas fugaces y multimodales, y a la alienante experiencia de una vida social y política de orden y pompa sin contenido, de carácter puramente temporal, convencional y local: terminal en sí misma. Pensemos, pues.

    BIBLIOGRAFÍA.-

    La Estructura del Mal. Ernest Becker.- Fondo de Cultura Económica. México, 1980

    La Incógnita del Hombre. Alexis Carrel.- Fondo de Cultura Económica. México, 1980

    Así Hablaba Zaratustra. Federico Nietzsche.- Ed. Edimat, Madrid, 1997

    Buda. Maurice Percheron.- Ed. Salvat, Barcelona, 1985

    El Eclipse de la Muerte. Alexis Carrel.- Fondo de Cultura Económica, México, l977

    La Lucha Contra el Mal. Ernest Becker.- Fondo de Cultura Económica, México, l980

    ¿Qué es el Hombre? Martin Buber.- Fondo de Cultura Económica, México, 1983

    El Sacrificio Inútil. Jean Dubignaud.- Fondo de Cultura Económica, México, 1977

     

     

    Autor:

    Francisco Munguia