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La inquisición y la expulsión de los moriscos (página 2)

Enviado por María Ester Santul


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Por su parte Bennassar establece una relación entre la "identidad entre el aparato de estado (la monarquía hispánica) y el poder inquisitorial" (Bennassar 1979, p. 76.) Esto sugiere que la Inquisición no hizo otra cosa que asegurar la unidad religiosa primero e indirectamente favoreció la emergencia del estado moderno. Así, la Inquisición española se convirtió en un instrumento en manos del Estado más que de la Iglesia, aunque los eclesiásticos, y de forma destacada los dominicos, actuaran siempre como sus funcionarios.

La conversión forzada

Según Henry Kamen[4]la España mora, la España de los invasores procedentes África del Norte, estuvo en algunos lugares bajo el dominio musulmán unos siete siglos. Así, los pueblos que entraron en la historia de España, formaban parte de su estructura tanto como los cristianos y los judíos. Hubo matrimonios mixtos entre ellos, e intercambiaron ideas y lenguajes, así que las tres religiones fueron reconocidas como parte de un imperio. La Reconquista cambió todo esto. En otro texto este autor señala la Reconquista del territorio musulmán había llevado a las razas cristianas a dominar y explotar a los moros vencidos desde la segunda mitad de la Edad Media.

Los cristianos, en su avance, tomaron Zaragoza en 111.8, Córdoba en 1236, Valencia en 1238, y Sevilla en 1248; finalmente, y tras un largo intervalo, Granada cayó en 1492. El fin poder político musulmán significaba que los moros dejaban de existir como nación, y que pasaban a ser una minoría dentro de un país cristiano. Como súbditos musulmanes de un rey cristiano, se convertían en mudéjares. Los términos de la rendición de Granada fueron generosos con los vencidos y reflejaban las tradiciones de la convivencia de la época medieval. Recibieron garantías sobre la conservación de sus costumbres, propiedades, leyes y religión; conservaron sus propios funcionarios, aunque éstos estuvieran supervisados los gobernadores castellanos, y aquellos que deseaban emigrar tenían permiso para hacerlo. Muchos de entre la élite mudéjar encentraban intolerable una vida sometida a la ley cristiana y emigraron al Norte de África. Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla y más tarde primer marqués de Mondéjar, fue encargado de la reorganización del territorio. Hernando de Talavera fue nombrado primer arzobispo y como tal estimuló las conversiones a través de la persuasión, la caridad, el respeto a la cultura mudejar y el uso del árabe como lengua litúrgica. Pero el avance fue lento y Cisneros pidió permiso a Isabel y Fernando, que a la sazón estaban en Granada (1499), para poner en marcha una política más dura. Kamen continúa diciendo que la nueva fase de conversión obligatoria, basada en bautismos masivos, no se realizó pacíficamente sino que hubo distintas revueltas. La rebelión más importante de moriscos se produjo en las Alpujarras, entre 1568 y 1569, por los decretos que limitaban el derecho de propiedad a los moriscos.

Con las conversiones forzadas el Islam desapareció del territorio castellano pero fue tolerado en Aragón por el gran poder de la nobleza terrateniente y la autoridad de las Cortes. Los mudéjares eran, en las fincas de los nobles, una fuente de mano de obra barata y altamente productiva. En este punto Kamen coincide con Bennassar[5]al sostener esta diferencia en el trato morisco tenia que ver con dos razones: en primer lugar, existían regiones enteras donde la población era exclusivamente morisca y donde, por consiguiente, había pocas probabilidades de delación. En segundo lugar, los moriscos de Valencia, por ejemplo, eran casi todos vasallos de los grandes magnates y es conocida la protección relativa, o por lo menos la falta de cooperación entre la alta nobleza valenciana y el Santo Oficio, puesto que los moriscos eran la mano de obra esencial de los grandes magnates

La Inquisición se ocupó de mantener a los mudéjares dentro de los términos de su bautismo. A la objeción de que las conversiones habían sido hechas por la fuerza, se contestaba siempre de la misma manera: escoger el bautismo como alternativa a la muerte significaba que se había ejercido el libre albedrío, y por lo tanto el sacramento era válido. Con base en esta premisa, se ordenó a la Inquisición que prosiguiera con la suposición de que todos los bautismos hechos con propiedad eran válidos.

En ese momento se volvió incongruente tolerar que hubiera musulmanes en la corona de Aragón. En noviembre de 1525, Carlos V promulgó un decreto en el que ordenaba la conversión de todos los mudéjares de Valencia para finales de año y en todos los demás reinos para finales de enero del año siguiente, 1526. A partir de 1526 la religión musulmana ya no existía oficialmente en España: todos los mudéjares eran ahora moriscos.

Los moriscos rechazaban la cristianización. En 1526, en Granada, Carlos V fue informado de que «los moriscos eran muy finos moros: veinte y siete años había que eran bautizados no hallaron veinte y siete de ellos que fuesen cristianos, ni aun siete». En Granada y Valencia rendían culto a su religión, practicaban la oración, los ritos y las abluciones y fortalecían su fe a través de sus sacerdotes, los alfaquíes. La tensión social aumentó en el trato cotidiano ya que los cristianos viejos se irritaban a causa de las vestimentas, el lenguaje y la comida. También tendían aislarse en comunidades separadas de las demás. Los moriscos rechazaban la doctrina de la Trinidad y de la divinidad de Jesús, y sentían gran repugnancia por el sacramento del bautismo.

Hubo muchos intentos por catequizar a los moriscos y algunos para acercarse a la cultura árabe como los jesuitas pero en Aragón hubo una fuerte oposición a este programa misionero. Mientras tanto los nobles presionaban constantemente a las cortes para que los moriscos quedaran libres de las confiscaciones inquisitoriales.

Desde el principio, la legislación había intentado privarlo de todos los rasgos de su identidad cultural, pero ellos mantuvieron una postura desafiante y proclamaron ser distintos: sus costumbres hasta la forma de sentarse eran consideradas heréticas.

La legislación represiva se repitió en 1567. Las tensiones acumuladas durante dos generaciones explotaron en la revuelta que comenzó la Nochebuena de 1568 en Granada y que pronto se extendió a las Alpujarras. Fue una guerra salvaje en la que se cometieron atrocidades por ambos bandos, y la represión militar fue brutal. Kamen señala que miles de moriscos murieron y más de 80.000 fueron expulsados por la fuerza del reino y obligados a asentarse en Castilla. El final de la rebelión no solucionó el problema. Los granadinos introdujeron en las comunidades castellanas una presencia islámica que antes había sido desconocida en Castilla, que pasó de una población de 20.000 a una de 100.000 mudéjares de lengua árabe y cultura musulmana. Además, la amenaza militar se volvía una evidencia: unos 4.000 turcos y bereberes habían venido a España a luchar al lado de los insurgentes de las Alpujarras. El bandolerismo morisco llegó a su clímax en el sur de España durante la década de 1560; tenían esperanzas milenaristas y deseaban liberarse de la opresión. Inevitablemente, viendo la obstinación de los moriscos las autoridades se volcaron en una política represiva.

La Inquisición fue particularmente activa después de 1560, los moriscos fueron perseguidos y juzgados. Para los moriscos los inquisidores eran como "lobos robadores, su oficio es soberbia y grandia, y sodomía y luxuria y tiranía y rozamiento y sin justicia", y la Inquisición era un tribunal "donde preside el demonio y tiene por consejeros el engaño y la ceguedad"

La amenaza morisca era poderosa y real ya que conspiraban con Enrique VI de Francia. En 1608, los moriscos valencianos pidieron la ayuda de Marruecos, aunque retuvieron su identidad como comunidad, su cultura activa se vio impelida a la clandestinidad bajo el peso de la confrontación. Para poder coexistir con una religión mayoritaria, la ley musulmana permitió la práctica de la taqiya o simulación, por medio de la cual fingían ostentar el credo establecido y al mismo tiempo practica su propia fe.

Existía el convencimiento de que la población morisca estaba creciendo de una manera incontrolable: entre Alicante y Valencia, por un lado, y Zaragoza por otro, una vasta masa de 200.000 almas moriscas penetraba el cuerpo de la España cristiana. En Granada hubo posteriores expulsiones para contrarrestar el creciente número de moriscos. En Aragón había, en 1495, 5.674 moriscos, mientras que en 1610 su número había aumentado a 14.190 constituyendo ya una quinta parte de la población total. En Valencia, los resultados de los censos de 1565 y 1609 sugerían que el número de cristianos viejos había aumentado un 44,7 por ciento, mientras que los moriscos lo habían hecho en un espectacular 69,7 por ciento. "Su intento era crecer y multiplicarse como las malas hierbas", decía un escritor en 1612. Martín de Salvatierra recomendó la castración en 1587 como posible método de control.

La imagen del Morisco

Por el miedo a una posible invasión, la sospecha de conspiración con Francia, el crecimiento de la población y la falsa conversión de los moriscos al cristianismo, hubo si un enfrentamiento entre los valores mayoritarios de la población de España y los de una minoría étnica inasimilable.

Los moriscos fueron englobados en un grupo homogéneo, arquetípico y perfectamente identificable que reunía dos características: "de un lado, se enfatizó el matiz conspiratorio, necesario para unificar los fines perversos de la comunidad. Del otro, se afirmó un arquetipo de morisco o de "lo morisco," necesario para unificar y cosificar la comunidad, pudiendo así expulsarla, como un todo, del cuerpo social"[6].

La literatura hecha por los cristianos desde la época medieval es una prueba testimonial de ciertas actitudes discriminatorias que sirvieron para consolidar la hegemonía del cristianismo frente a sus adversarios religiosos y militares. En Don Quijote se pueden visualizar los prejuicios que los cristianos tenían ante los otros grupos religiosos y la representación de las imágenes que reforzaban el estrato inferior de las comunidades minoritarias en la sociedad del siglo XVII, reiterándose así en esta obra una serie de referencias y comentarios estereotipados sobre la figura del árabe.

La creencia en la superioridad cristiana se refleja en el capítulo VIII de la segunda parte del Quijote cuando Sancho dice "cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien" (II, 503). En este comentario de Sancho es evidente el enfoque negativo hacia la figura del otro, quien aparece aquí representado con el nombre de judío. Es importante recordar que ya las palabras "moro, judío o hereje" se usaban desde siglos anteriores para categorizar al intruso y excluirlo de la sociedad cristiana, facilitando así el rechazo colectivo que estas comunidades llegaron a experimentar.

Frente a la expulsión Cervantes también crea un personaje morisco, Ricote, que apoya la heroica resolución le Felipe III "de hechar frutos venenosos de España, ya limpia, ya les embarazada de los temores en que nuestra muchedumbre la mía".

Puentes Sanchez, quien realiza un abordaje del morisco desde la vision de Cervantes indica que en El Quijote hay muchas otras referencias al carácter moro, ninguna buena: personajes maléficos surgidos de la imaginación del caballero andante que también son moros, músicas árabes que suenan cuando van a aparecer fuerzas del mal y curiosas y no muy positivas referencias a negros, judíos y gitanos. También hay muchos recuerdos a la Reconquista y al motivo que la provocó: la historia del último rey visigodo, don Rodrigo y la Cava, (puta, en árabe) hija del conde Don Julián, gobernador de Ceuta, en la que éste abre las puertas del Estrecho a los árabes al saber que su señor natural ha seducido a su hija, que estaba en Toledo, lejos de la protección paterna.

Sin embargo, si hay una constante, sobre todo en la 2ª parte, por el ya citado decreto de expulsión de los moriscos, es la cantidad de veces que Sancho, y algún otro personaje, se enorgullecen de ser "cristianos viejos", es decir, sin mezcla de sangre mora ni judía entre sus antepasados. En (I, 47, p. 733) Sancho Panza afirma de sí mismo: «aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie (…) y cada uno es hijo de sus obras» [7]

Siguiendo el analisis realizado por Corbalan ella señala el significado que tenía conquistar a una mora, es decir, ello implicaba conseguir una victoria adicional frente al otro por medio de la posesión del bien más preciado del enemigo: sus mujeres. Por ello, la conversión de Zoraida representa una forma más de garantizar la expansión religiosa y otro triunfo del cristianismo frente al Islam: "quiero que sepas que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio; ella va aquí de su voluntad, tan contenta, a lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tienieblas a la luz, de la muerte a la vida y de la pena a la gloria" (I, 350).

Sin embargo, la primera impresión que causa Zoraida es de rechazo entre las mujeres de la venta, ya que su apariencia física sigue siendo la de una mujer árabe. Esto provoca la pregunta que hace Dorotea al cautivo con el objetivo de decidir si la aceptan o no en su grupo: "¿esta señora es cristiana o mora? Porque el traje y el silencio nos hace pensar que es lo que no querríamos que fuese" (I, 317). En este pasaje se ve nuevamente los prejuicios negativos que los españoles tenían hacia los musulmanes. Estos prejuicios se perciben también cuando aparece por primera vez en Don Quijote Ana Félix, la hija del morisco Ricote, y la van a ahorcar pensando que es un "turco de nación, o moro, o renegado" (II, 857). No obstante, desde el momento en el que se descubre su identidad femenina y su cristianismo, se convierte en objeto de deseo, exactamente al igual que ocurre con Zoraida, pues la idealización de su belleza es tan extrema que "toda la gente de la ciudad, como a campana tañida, venían a verla" (II, 861). Asimismo, de sus palabras se desprende un marcado tono de odio hacia el resto de los moriscos, al describir e insultar a los turcos como "codiciosos e insolentes" y al mencionar que los moros y turcos que viajaban con ella "no sirven de más que de bogar al remo" (II, 859).

Estos son algunos ejemplos de cómo Cervantes plasma en su literatura la visión respecto del morisco y se considera importante tenerlo en cuenta ya que las obras literarias habían sido utilizadas como vehículos de publicidad y propaganda de la hegemonía española y cristiana en todo el mundo

LA EXPULSION:

La expulsión fue decretada el 4 de abril de 1609, y se llevó a cabo por etapas hasta 1614. Las operaciones comenzaron en Valencia, que tenía la mitad de los moriscos de la península y que por lo tanto era la provincia potencialmente más peligrosa. En total fueron expulsados unos 300.000 moriscos de una población peninsular estimada en 320.000. Aunque las pérdidas humanas de la expulsión representaban poco más del 4 por ciento de la población de España, el impacto real de la medida en algunas áreas fue muy severo. En las zonas donde los moriscos habían sido una amplia minoría, como Valencia y Aragón, ocurrió inmediatamente una catástrofe económica; pero también para los lugares en los que habían un número reducido: su ausencia significaba una dislocación económica. Los ingresos de los impuestos bajaron y el rendimiento agrícola disminuyó.

Con el apoyo de la Inquisición, en el espacio de un siglo las autoridades realizaron una operación radical para extirpar de España a dos de las tres grandes culturas de la península.

Para Kamen, los moriscos fueron acusados de ofensas contra la religión, y solo un pequeño grupo de moriscos logró obtener permisos especiales y quedarse en España: se trataba en parte de la nobleza bien asimilada y, en parte, de esclavos (Kamen, 1986. Pág. 199). Casi en su totalidad, la España musulmana fue rechazada y arrojada al mar: miles de personas sin otro hogar que éste fueron expulsadas a Francia, África y el Oriente. Fue el último paso para la creación de una sociedad cerrada y completó la tragedia que se había iniciado en 1492.

La deportación, pese a su brutalidad, contemplaba algunas excepciones. Las mujeres casadas con cristianos viejos, los niños menores de diez años, los ancianos y los minusválidos. Una parte de la nobleza local valenciana se esforzó por evitar el éxodo, interesada en no perder unos vasallos laboriosos que pagaban sus impuestos. La corte no atendió estas peticiones ni la de ciertos religiosos, como Fray Juan de Pereda. Este intentó en vano convencer a Felipe III de que los moriscos murcianos se habían integrado a la perfección en la sociedad cristiana.

Pasados unos años, los moriscos que podían regresaban clandestinamente a la península. Se arriesgaban a ser descubiertos y condenados a remar en galeras. Cervantes incluyó uno de estos casos en un capitulo del quijote en el que Sancho Panza encuentra a Ricote, antiguo vecino suyo. Al reconocerle, el escudero le pregunta: "¿Cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura?". En su respuesta, el morisco expresa la nostalgia de los suyos por la tierra perdida: "Donde quiera que estamos lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural". (Historia y Vida, Pág. 71)

A pesar de la propaganda oficial, no existen pruebas de que misión recibiera el apoyo de los españoles. Fernández de Navarrete comentaba en 1626: "Es una política muy maligna del Estado que los príncipes retiren la confianza a sus súbditos". (Kamen, Pág. 156)

Según Benassar (2005, Pág. 53) hasta el año 1640, el poder político de España, ya minada en muchos aspectos, sigue siendo considerable. Felipe III (1598-1621), lamentable soberano, más hecho para el convento que para el trono, deja gobernar al duque de Lerma y a una serie de ministros mediocres y ambiciosos. La corrupción de la que da ejemplo el gobierno es imitada por los altos funcionarios, los tribunales y los hombres de la Iglesia. Fuera de algunas decisiones sin gran alcance (creación en 1601 de una Comisión para una mejor percepción de los "millones", impuestos sobre el vino y el aceite, el hecho principal es la expulsión de los moriscos que afectó primero a los del reino de Valencia (22 dé septiembre de 1609), se extiende pronto a sus correligionarios de Andalucía (diciembre de 1609), de Aragón (mayo de 1610), de Cataluña (marzo de 1611) y de Castilla (diciembre de 1611); en total se expulsa de España a casi 275.000 moriscos —de los cuales más de 100.000 .pertenecen sólo a Valencia, que buscan refugio en África del Norte (Marruecos, Oran); así se realiza la unidad religiosa y se preserva la "pureza de sangre", pero al precio de una profunda decadencia económica de las provincias meridionales de España.

Al respecto Amparo Felipo Orts[8]sostiene que esta expulsión obedece a una política de carácter absolutista exigida por la unidad religiosa de la Monarquía, que pretendía acabar con la diversidad de una minoría que había mostrado una recalcitrante resistencia a la asimilación.

CONCLUSIÓN

A través del desarrollo de este trabajo se puede visualizar el carácter "moderno" que adquiere la Inquisición que se convierte en un instrumento del Estado absolutista español para eliminar la diversidad cultural y hacer sentir su poder coercitivo ya sea mediante decretos, leyes o el ejercito. Esto supone que no se trató de un fanatismo religioso católico y que, inevitablemente, la monarquía, al deshacerse de una parte de sus súbditos más laboriosos, habría precipitado la decadencia económica del país. Su existencia en la sociedad generó distintas representaciones, aunque para los nobles significaba una mano de obra barata, no supieron hacer prevalecer sus intereses, aunque algunos moriscos permanecieron como esclavos de esa sociedad marginal.

Este Estado para construir su identidad lo realiza por exclusión y, en este sentido, la literatura se constituye como otra herramienta para publicar una imagen negativa del morisco en la sociedad española y a la vez para imponer la superioridad cristiana

También se observa las estrategias que los moriscos implementaron para mantener sus costumbres así como la violencia ejercida sobre su cultura.

BIBLIOGRAFÍA

BENNASSAR, BARTOLOMÉ Y OTROS, Historia Moderna, Cap. XVI, XVII, XVIII y XX, Editorial Akal, Toledo, 2005

KAMEN, Henry. Cap 7. La sociedad marginal en La sociedad europea (1500-1700), Alianza, Madrid, 1986.

KAMEN, Henry. La inquisición española. Ed

Felipo Orts Amparo, Monarquías rivales, Francia (1610-1661) y España (1598-1665) en Floristán Alfredo, (coord.) Historia Moderna Universal, Editorial Ariel, Barcelona, 2005

Revista Historia y Vida N º 441. Pág. 64 al 71

Archivos en PDF

Bango Torviso Isidro G. Inquisición Universidad Autónoma de Madrid

Corbalan ,Ana Entre la aversión y el deseo: Aproximación a la mirada del otro en las páginas de Don Quijote. University of North Carolina, Chapel Hill

Escudero, José Antonio. La Inquisición En España Catedrático de la Universidad Complutense Director del Instituto de Historia de la Inquisición

Peña Díaz Manuel Libros permitidos, lecturas prohibidas (siglosxvi y xvii) en Cuadernos de Historia Moderna Anejos

Míkel de Epalza Los moriscos antes y después de la expulsión. Biblioteca Virtual de Cervantes

Lic. Javier de la Puente Sánchez Los Moros En El Quijote Foro de Educación, n.o 9, 2007, pp. 37-45

Bartolomé Bennassa. La Inquisición De Aragón Y Los Heterodoxos en Rev. Zurita, 63-64. Pp. 87-92

Internet

Las revueltas de los moriscos (http://club.telepolis.com/pastranec/interesantes/expluislam.htm)

http://www.alyamiah.com/cema/

http://www.duke.edu/web/spanish-lit/docs/kamen.html

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