- Tyr, dios de la guerra
- La Espada de Tyr
- La Historia de Fenrir
- Bragi, dios de la poesía
- La Historia de Kvasir
- La Búsqueda del Trago
- El Robo de la Bebida
- El Dios de la Música
- El Culto a Bragi
- Idunn y las manzanas de la juventud
- La Historia de Thjazi (Thjassi)
- El Regreso de Idunn
- La Diosa de la Primavera cae en el Inframundo
- Heimdall, el guardián de los dioses
- El Guardián del Arco Iris
- Loki y Freya
- Los Nombres de Heimdall
- La Historia de Riger
- Hermod y el Adivino
Tyr, dios de la guerra
Tyr, Tiu o Ziu, era hijo de Odín y, según algunos mitólogos, su madre era Frigg, la reina de los dioses, o una bella gigante cuyo nombre se desconoce, pero que era una personificación del mar furioso. Él era el dios del honor marcial y una de las doce principales deidades de Asgard. Aunque aparentemente no tenía una morada concreta allí, siempre era bienvenido en Vingolf o Valhalla y ocupaba uno de los doce tronos en la gran sala de consejo de Gladsheim.
Como dios del valor y de la guerra, Tyr era invocado con frecuencia por varias naciones del Norte, que le aclamaban, al igual que a Odín, para obtener la victoria. Que su jerarquía figuraba detrás de la de Odín y Thor está demostrado por su nombre, Tiu, habiéndoselo dado a uno de los días de la semana; el día Tiu que en inglés moderno se ha convertido en Tuesday (martes).
Bajo el nombre de Ziu, Tyr era la divinidad principal de los suevos, que originalmente, habían llamado su capital, la actual Ausburgo, Ziusburgo. Esta gente, venerando al dios como lo hacían, solían rendirse culto bajo el emblema de una espada, su atributo distintivo y en su honor se celebraban grandes danzas de espada, donde se interpretaban varias figuras. A veces, los participantes formaban dos largas líneas, cruzaban sus espadas, la apuntaban hacia arriba y retaban al más audaz entre ellos a que diera un salto por encima de ellos. En otros tiempos, los guerreros unían las puntas de sus espadas para formar una rosa o una rueda, y cuando la figura estaba completa, invitaban a su jefe a alzarse sobre el ombligo así formado de hojas de acero reluciente y afilado y entonces lo paseaban por el campamento, triunfantes. La punta de la espada llegó posteriormente a ser considerada tan sagrada que se convirtió en una costumbre el hacer juramentos sobre ella.
Un rasgo distintivo del culto a este dios entre los francos y algunos otros pueblos nórdicos era el de que los sacerdotes llamados druidas o godi. Ofrecían sacrificios humanos en sus altares, generalmente cortando el águila extendida o sangrienta sobre sus víctimas, es decir, realizando una profunda incisión en cualquiera de los dos lados del espinazo, sacando hacia fuera las costillas así aflojadas y arrancando las visceras a través de la apertura resultante. Por supuesto, sólo los prisioneros de guerra eran sometidos a esta práctica y era considerado como una gesta de honor entre las razas del Norte europeo el soportar esta tortura sin un solo quejido. Estos sacrificios se llevaban a cabo en toscos altares de piedra llamados dólmenes, que todavía pueden ser vistos en el Norte de Europa.
Ya que Tyr era considerado como el dios patrono de la espada, se consideraba que era indispensable el grabar el signo o la runa que le representaba bajo la hoja de todas las espadas, una práctica que la Edda impuso a todos aquellos que desearan obtener la victoria.
Las runas debéis conocer,
si la victoria deseáis obtener,
y sobre el puño de vuestra espada los grabaréis;
algunos en el templo,
algunos en la guardia,
dos veces mencionad el nombre de Tyr.
Tyr era idéntico al dios sajón Saxnot (de sax, o espada) y a Er, Heru o Cheru, la divinidad principal de los cheruski, que también le consideraban el dios del Sol y creían que el filo de su reluciente espada era un emblema de sus rayos.
La Espada de Tyr
Según las antiguas leyendas, la espada del dios de la guerra, que había sido fabricada por los mismos enanos, hijos de Ivald, que habían forjado la lanza de Odín. Era considerada muy sagrada por su gente, a cuyo cuidado él había confiado, declarando que aquellos que la poseyeran tendrían la victoria segura sobre sus enemigos.
Pero aunque era cuidadosamente guardada en el templo, donde colgaba de forma que reflejara los primeros rayos del Sol matinal, desapareció misteriosamente una noche. Una vala, druida femenina o profetisa, consultada por los sacerdotes, reveló que las Nornas habían decretado que quienquiera que la empuñara conquistaría el mundo y moriría por él; pero, a pesar de todos los ruegos, ella rehusó contarles quién se la había llevado o dónde podría ser encontrada.
Tyr, cuyo nombre era sinónimo de valentía y sabiduría, también tenía, según los antiguos nórdicos, a sus órdenes a las blancas valkirias, las asistentes de Odín y creían también que era él quien decidía qué guerreros deberían transportar ellas hasta el Valhalla, para ayudar a los dioses en el último día.
La Historia de Fenrir
Tyr era generalmente representado y considerado como un dios manco, al igual que Odín era considerado un dios tuerto. Diversas explicaciones son ofrecidas por las diferentes autoridades en la materia; algunos afirman que se debía a que sólo podía concederle la victoria a un bando; otros, porque una espada tenía una sola hoja. Sea como fuere, los antiguos preferían la siguiente versión:
Loki se desposó en secreto en Jotunheim con la horrible giganta Angurboda (presagiadora de los tormentos), con la que tuvo tres monstruosos hijos: el lobo Frenrihr o Fenrir, Hel, la parcialmente coloreada diosa de la muerte y Iormungandr, una terrible serpiente. Él guardó en secreto la existencia de estos monstruos tanto tiempo como pudo. Sin embargo, crecieron tanto tan rápidamente que no se les pudo mantener por más tiempo confinados en la cueva donde habían nacido.
Odín, desde su trono, pronto se percató de su existencia y también de la inquietante velocidad a la que crecían. Temeroso de que estos monstruos invadieran Asgard y destruyeran a los dioses una vez hubiesen aumentado su poder, Allfoedr decidió deshacerse de ellos y, tras dirigirse hasta Jotunheim, arrojó a Hel a las profundidades de Niflheim, diciéndole que ella podía reinar sobre los nueve tenebrosos mundos de los muertos. Después arrojó a Iormungandr al mar, donde alcanzó unas proporciones tan inmensas que al final terminó por rodear la Tierra hasta el punto de poder morderse su propia cola.
Nada satisfecho con las pavorosas dimensiones que la serpiente alcanzó en su nuevo elemento, Odín resolvió llevar a Fenrir hasta Asgard, con la esperanza de, con un trato amable, convertirlo en un animal tratable y gentil. Pero todos los dioses se encogieron consternados cuando vieron al lobo y ninguno de ellos se atrevió a acercarse a él para darle de comer, excepto Tyr, a quien nada le intimidaba.
Viendo que Fenrir crecía diariamente en tamaño, fuerza, voracidad y ferocidad, los dioses se reunieron en consejo para deliberar sobre la mejor manera de deshacerse de él. Decidieron unánimemente que, como matarlo profanaría su lugar de paz, lo atarían fuertemente para que no pudiese causarles ningún daño.
Con tal propósito a la vista, se hicieron con una gruesa cadena llamada Leding y le propusieron alegremente a Fenrir atarle para poner a prueba su alardeada fuerza. Confiado en que sería capaz de liberarse, el lobo permitió pacientemente que le ataran a conciencia y cuando todos se hubieron puesto a un lado, sin gran esfuerzo se estiró y fácilmente reventó la cadena que le aprisionaba.
Ocultando su disgusto, los dioses elogiaron en alto su fuerza, pero después fabricaron una cadena mucho más fuerte, Droma, con la cual, tras algunas persuasiones, permitió el lobo que se le volviera a atar como antes. De nuevo, un corto e intenso esfuerzo bastó para reventar sus ataduras, por lo que en el Norte es proverbial usar las expresiones figuradas "soltarse de Leding" y "librarse de Droma", siempre que sobrevenían grandes dificultades.
Los dioses, dándose cuenta ahora que las ataduras normales, por muy fuertes que fueran, no servirían para derrotar la gran fuerza de Fenrir el lobo, le pidieron a Skirnir, sirviente de Freya, que descendiera hasta Svartalfaheim y ordenara a los enanos que fabricaran unas cadenas que nadie pudiese romper. Utilizando artes mágicas, los elfos oscuros manufacturaron una fina soga sedosa, a partir de materiales tan impalpables como el sonido de los pasos de un gato, la barba de una mujer, las raíces de una montaña, la nostalgia de un oso, la voz de los peces y la saliva de los pájaros. Cuando estuvo finalizada, se la entregaron a Skirnir, asegurándole que ningún tipo de fuerza podría llegar a romperla y que cuanto más fuerza tensada, más fuerte se volvería.
Armados con esta cuerda llamada Gleipnir, lo dioses se dirigieron junto a Fenrir a la isla de Lyngvi, en medio del lago Amsvartnir y de nuevo le propusieron poner a prueba su fuerza. Pero aunque Fenrir había alcanzado una fuerza aún mayor, desconfió de una cadena que se veía tan fina. Por consiguiente, rehusó permitir que le ataran, a menos que uno de los Aesir consintiera poner la mano en su boca y dejarla allí como garantía de buena fe y de que no fuera utilizada ningún arte mágico contra él. Los dioses oyeron tal decisión consternados y todos se echaron atrás, con la excepción de Tyr, el cual, viendo que los demás no consentirían esta condición, dio audazmente un paso al frente e introdujo su mano entre las fauces del monstruo. Los Aesir rodearon entonces firmemente el cuello y las patas de Fenrir con Gleipnir y cuando vieron que sus más denotados esfuerzos para liberarse fueron infructuosos, gritaron y rieron con júbilo.
Tyr, sin embargo, no pudo compartir su alegría, pues el lobo, al verse capturado, arrancó de un mordisco la mano del dios a la altura de la muñeca, que desde entonces se ha conocido como la articulación del lobo. Privado de su mano derecha, Tyr se vio obligado a usar el brazo mutilado para sujetar su escudo y empuñar la espada con la mano izquierda. Sin embargo, tal era su destreza que siguió abatiendo a sus enemigos como antes.
Los dioses, a pesar de los esfuerzos del lobo, estiraron el final de la cadena Gleipnir a través de la roca Gjoll y lo ataron al canto rodado Gelgja, el cual fue enterrado profundamente en el suelo. Abriendo sus pavorosas fauces, Fenrir profirió aullidos tan terribles que los dioses, para acallarle, sumergieron una espada en su boca, con la empuñadura apoyada contra la mandíbula inferior y la punta en su paladar. La sangre comenzó a brotar entonces, con tales chorros, que se terminó creando un río llamado Von. El lobo estaba destinado a permanecer atado de esa manera hasta el último día, momento en el que rompería sus ataduras y se liberaría para vengar sus agravios. Mientras que algunos mitólogos ven en este mito un emblema del crimen refrenado y convertido en algo inofensivo por el poder de la ley, otros ven el fuego subterráneo, que guardado en sus confines no puede dañar a nadie, pero una vez liberado llena el mundo con destrucción y dolor.
Al igual que se decía que el ojo de Odín descansaba en el manantial de Mimir, la segunda mano de Tyr (su espada) se encontraba en las fauces de Fenrir. Él no tiene más necesidad de dos armas que el cielo lo tiene de dos soles. El culto a Tyr se conmemoraba en diversos lugares como en Tübingen, Alemania, que tenían versiones más o menos modificadas en su nombre. El nombre también se la ha dado a la acónita, una planta conocida en los países nórdicos como el "timón de Tyr".
Bragi, dios de la poesía
En los tiempos de la guerra entre los Aesir y los Vanir, cuando la paz se hubo decretado, un jarrón se trajo a la asamblea, dentro del cual escupieron solemnemente ambos bandos. De esta saliva, los dioses crearon a Kvasir, un ser célebre por su sabiduría y bondad, que recorría el mundo respondiendo a todas las preguntas que se le formulaban, instruyendo y beneficiando de esta manera a la humanidad.
La Historia de Kvasir
Los enanos, habiendo oído de la gran sabiduría de Kvasir, lo codiciaron y, encontrándolo dormido un día, dos de ellos, Fjalar y Galar, le mataron a traición y derramaron hasta la última gota de su sangre en tres recipientes: el hervidor Odhroeir (inspiración) y los cuencos Son (expiación) y Boden (ofrenda). Tras mezclar debidamente esta sangre con miel, crearon un tipo de bebida tan inspiradora, que cualquiera que la probase se convertiría inmediatamente en un poeta, pudiendo cantar con un encanto que le haría ganarse con certeza todos los corazones.
Sin embargo, aunque los enanos elaboraron este maravilloso hidromiel para su propio consumo, ni siquiera lo probaron, sino que lo escondieron en un lugar secreto, mientras partieron en busca de más aventuras. No habían avanzado mucho cuando se encontraron al gigante Gilling dormido, echado sobre una orilla húmeda y maliciosamente le llevaron rodando hasta el agua, donde pereció. Después, corriendo hasta su morada, algunos escalaron hasta el tejado, transportando una enorme piedra de molino, mientras que otros, tras entrar, le comunicaron a la giganta que su marido estaba muerto.
Tales noticias provocaron en la pobre criatura un gran dolor y salió corriendo al exterior para ver los restos de su esposo. Mientras atravesaba la puerta, los retorcidos enanos dejaron caer la piedra de molino sobre su cabeza, matándola. Según otra versión, lo enanos invitaron al gigante para irse a pescar con ellos y lograron matarle enviándole en una barca que hacía aguas, la cual se hundió bajo su peso.
Este doble crimen no permaneció impune por mucho tiempo, pues el hermano de Gilling, Suttung, partió rápidamente en búsqueda de los enanos, decidido a vengarse. Agarrándoles con sus poderosas manos, el gigante los llevó hasta un bajío muy dentro del mar, donde seguramente hubieran perecido a la siguiente marea alta de no haber tenido éxito en redimir sus vidas al prometerle al gigante que le entregarían el hidromiel que habían elaborado recientemente.
Tan pronto como Suttung les llevó a tierra, ellos le entregaron el precioso brebaje, el cual confió a su hija Gunnlod ordenándole que lo vigilara día y noche, y que no permitiese que ni dioses ni mortales llegaran a probarlo. Para cumplir mejor con esta tarea, Gunnlod transportó los tres recipientes dentro de una montaña ahuecada, donde veló por ellos con el más escrupuloso cuidado, sin sospechar que Odín había descubierto el lugar en el que se ocultaba, gracias a los agudos ojos de sus cuervos siempre vigilantes, Hugin y Munin.
La Búsqueda del Trago
Ya que Odín dominaba la ciencia de las runas y ya había bebido de las aguas del manantial de Mimir, él ya era el más sabio entre los dioses. Pero una vez supo del poder de la poción de la inspiración elaborada a partir de la sangre de Kvasir, ambicionó poseer el fluido mágico. Con tal propósito viajó hasta Jotunheim.
De camino hacia la casa del gigante, pasó al lado de unos terrenos donde se encontraban nueve feos esclavos atareados recogiendo heno. Odín se detuvo por un momento y les observó en su trabajo y, percatándose de que sus guadañas parecían muy despuntadas, se ofreció a afilarlas, algo que ellos aceptaron entusiasmados. Sacándose la piedra de afilar de su pechera, Odín procedió a afilar las nueve guadañas, creando hábilmente uno filos tan cortantes que los esclavos le rogaron que les regalase la piedra.
Con resignación bienhumorada, Odín arrojó la piedra sobre la pared, pero los nueve esclavos saltaron simultáneamente para cogerla, hiriéndose entre ellos con sus afiladas herramientas. Enfurecidos ante sus respectivos descuidos, comenzaron a pelearse y no se detuvieron hasta que todos estuvieron o bien heridos de muerte o muertos.
Impávido ante esta tragedia, Odín continuó su viaje, llegando poco después a la casa del gigante Baugi, un hermano de Suttung, el cual le recibió de forma hospitalaria. En el transcurso de la conversación, Baugi le informó de que estaba muy azorado, pues era tiempo de cosecha y todos sus hombres acababan de ser encontrados muertos en el campo.
Odín, que en esta ocasión se había presentado con el nombre Bolverk (causador de males), pronto ofreció sus servicios al gigante, prometiéndole realizar el trabajo equivalente de los nueve esclavos y trabajar diligentemente durante todo el verano, a cambio de un solo trago del hidromiel mágico de Suttung cuando la atareada estación hubiese acabado. El trato fue inmediatamente aceptado y el nuevo sirviente de Baugi, Bolverk, trabajó incesantemente durante todo el verano, más allá de lo que requería su contrato, recogiendo apropiadamente todo el grano antes de que las lluvias de otoño comenzaran a caer.
Cuando llegaron los primeros días de invierno, Bolverk se presentó ante su señor, reclamando su recompensa. Pero Baugi vaciló y puso reparos, diciendo que no se había atrevido a pedirle abiertamente a su hermano Suttung el trago de la inspiración, pero que intentaría obtenerlo usando la astucia.
Bolverk y Baugi se dirigieron juntos hacia la montana donde Gunnlod vivía y, como no pudieron encontrar otro modo de entrar en la cueva secreta, Odín extrajo su fiel taladro, llamado Rati, y le ordenó al gigante que usara toda su fuerza para hacer un agujero por el que pudiese arrastrarse hasta el interior.
Baugi olfedeció en silencio y, tras trabajar durante un corto período de tiempo, retiró la herramienta, diciendo que había atravesado la montana y que Odín no tendría dificultad en deslizarse hasta dentro. Pero el dios, desconfiando de tal afirmación, se limitó a soplar dentro del agujero y cuando el polvo y los guijarros salieron hacia el exterior, le ordenó severamente a Baugi que reanudara su trabajo y que no intentara engañarle de nuevo.
El gigante hizo lo que se le pidió. Transformándose en una serpiente, Odín reptó por el interior con tal rapidez que logró evitar el afilado taladro cuando Baugi se introdujo traicioneramente tras él con la intención de matarle.
El Robo de la Bebida
Tras alcanzar el interior de la montaña, Odín volvió a adquirir su apariencia divina y manto estrellado y entonces se presentó en la cueva de estalactitas ante al bella Gunnlod. Pretendía ganarse su amor como medio para inducirle a concederle un trago de cada uno de los recipientes confiados a su cuidado. Conquistada con su apasionado cortejo, Gunnlod consintió convertirse en su esposa y, tras haber permanecido durante tres días enteros con ella en su guarida, la giganta extrajo los recipientes de su lugar secreto y le dijo que podía tomar un sorbo de cada uno de ellos.
Odín se aprovechó bien de este permiso y bebió tan profundamente que vació completamente los tres recipientes. Entonces, tras haber obtenido lo que quería, salió de la cueva y poniéndose sus plumas de águila, se elevó hacia el cielo, en dirección a Asgard.
Todavía se encontraba lejos del reino de los dioses cuando se percató de que alguien de perseguía y, ciertamente, Suttung, habiendo asumido también la forma de un águila, venía tras él a gran velocidad, con la intención de forzarle a devolver el hidromiel robado. Así que Odín voló más y más rápidamente, estirando todos sus nervios para llegar a Asgard antes de que el enemigo le alcanzara. Mientras se aproximaba, los dioses observaron inquietos la carrera.
Viendo que Odín sólo sería capaz de escapar con dificultad, los Aesir reunieron rápidamente todos los materiales combustibles que pudieron encontrar y, mientras volaba sobre las murallas de su morada, prendieron fuego a la masa de carburante, para que las llamas chamuscaran las alas de Suttung al seguir persiguiendo al dios, tras lo cual cayó en el mismo centro del fuego, donde pereció abrasado.
Mientras, Odín voló hasta el lugar donde los dioses habían preparado recipientes para el hidromiel robado, y vomitó el fluido de inspiración con tanta rapidez que unas pocas gotas cayeron y fueron dispersadas por la tierra. Ellas se convirtieron en la porción de poetas y escritores, reservándose los dioses la mayor parte del brebaje para consumo propio, concediéndole ocasionalmente un sorbo a algún mortal al que favorecieran, el cual, inmediatamente después, cobraría fama mundial por sus inspirados cantos.
Ya que los hombres y dioses le debían el preciado regalo a Odín, ellos nunca dudaban en expresarle su gratitud y no sólo le llamaban por su nombre, sino que le veneraban como el patrono de la elocuencia, la poesía y el canto, y de todos los escaldos.
El Dios de la Música
Aunque Odín había obtenido así el don de la poesía, raramente lo usaba. Estaba preservado a su hijo Bragi, el hijo de Gunnlod, el convertirse en el dios de la poesía y la música, y a seducir el mundo con sus cantos.
Tan pronto como Bragi nació en la cueva rodeada de estalactitas en la que Odín se había ganado el afecto de Gunnlod, los enanos se presentaron con un arpa mágica de oro y, colocándole en uno de sus barcos mágicos, le enviaron al mundo exterior. Mientras el barco surcaba pausadamente por la oscuridad subterránea y navegaba a través el umbral de Nain, el reino de los enanos de la muerte, Bragi, el bello e inmaculado joven dios, que hasta entonces no había mostrado señales de vida, súbitamente se incorporó y, asiendo el arpa que se encontraba a su lado, comenzó a entonar la maravillosa canción de la vida, que a veces se elevaba hasta los cielos, para entonces hundirse en el tenebroso reino de Hel, la diosa de la muerte.
Mientras tocaba, el barco fue arrastrado hasta las agidas iluminadas por el Sol y pronto llegó hasta fierra firme. Bragi siguió entonces a pie, encaminando sus pasos por el raso y silencioso bosque, tocando mientras caminaba. Al sonido de su hermosa música, los árboles comenzaron a brotar y florecer y la hierba a sus pies se vio adornada con innumerables flores.
Allí se encontró con Idunn, hija de Ivald, la hermosa diosa de la juventud eterna, a quien los enanos permitían visitar la tierra de cuando en cuando y, en su presencia, la naturaleza asumía invariablemente su más hermoso y delicado aspecto.
Era de esperar que dos seres como éstos se sintieran atraídos el uno por el otro y Bragi pronto obtuvo a la bella diosa como esposa, juntos corrieron hasta Asgard, donde fueron cálidamente bienvenidos y donde Odín, tras trazar runas sobre la lengua de Bragi, decretó que éste debería ser el trovador celestial y el compositor de las canciones en honor a los dioses y los héroes a quien él recibía en Valhalla.
El Culto a Bragi
Ya que Bragi era el dios de la poesía, la elocuencia y el canto, las razas nórdicas también le denominaron a la poesía por su nombre, y escaldos de ambos sexos eran frecuentemente designados como hombres o mujeres de Bragi. Éste era muy venerado por todas las razas nórdicas y por tanto siempre se brindaba en su nombre durante las ocasiones solemnes y festivas, pero especialmente en las fiestas funerarias y en las celebraciones de Jul.
Cuando llegaba la hora de hacer este brindis, que siempre era servido en copas con forma de barco y era conocido como el Bragaful. Se hacía primero la sagrada señal del martillo; entonces, el cabeza de familia prometía solemnemente, realizar algún gran acto de valor, el cual estaba obligado a ejecutar antes del fin de año, a menos que deseara ser considerado como alguien desprovisto de honor. Siguiendo su ejemplo, todos lo invitados solían hacer promesas similares y declarar lo que iban a hacer, y puesto que algunos de ellos, debido al alcohol, hablaban más bien desenfrenadamente acerca de sus intenciones en estas ocasiones, esta costumbre parece conectar el nombre de dios con el vulgar pero expresivo verbo inglés "to brang" (fanfarronear).
En el arte, Bragi es generalmente representado como un hombre ya entrado en años, con largos y blancos cabellos y barba, sosteniendo el arpa de oro, de la que sus dedos podían extraer acordes tan mágicos.
Idunn y las manzanas de la juventud
Idunn, la personificación de la primavera o de la juventud eterna, la cual, según algunos mitólogos, no había tenido un nacimiento y nunca experimentaría la muerte, fue cálidamente bienvenida por los dioses cuando hizo acto de presencia en Asgard junto a Bragi, su esposo. Para asegurarse su afecto, ella les prometió un bocado diario de las maravillosas manzanas que llevaba en su cesto, y que tenían el poder de otorgar la juventud y la belleza eterna a todos aquellos que las saborearan.
Gracias a la fruta mágica, los dioses escandinavos, que, ya que habían surgido de una mezcla de razas, no eran todos inmortales, evitaron el paso del tiempo y la enfermedad por ellos, y se mantuvieron enérgicos, hermosos y jóvenes durante innumerables décadas.
Consiguientemente, estas manzanas fueron consideradas una posesión muy preciada, e Idunn las atesoraba cuidadosamente en su cofre mágico. No importaba el número de ellas que extrajera, el mismo número quedaba siempre dentro para ser distribuidas en el festín de los dioses, los únicos a los que ella permitía que las saborearan, a pesar de que enanos y gigantes estaban ansiosos por poseer la fruta.
La Historia de Thjazi (Thjassi)
Un día, Odín, Hoenir y Loki emprendieron una de sus habituales excursiones a Midgard y, tras deambular durante un largo período de tiempo, llegaron hasta una región desierta, donde no pudieron encontrar un lugar para alocarse. Cansados y muy hambrientos, los dioses, tras percibir una manada de bueyes, mataron a uno de los animales y, encendiendo un fuego, se sentaron al lado la hoguera para descansar durante un rato, mientras la carne se cocinaba.
Para su sorpresa, sin embargo, a pesar de las llamas, la carne permaneció más bien cruda. Concluyendo que debía ser obra de la magia, miraron a su alrededor para descubrir que era lo que dificultaba su cocción, cuando divisaron un águila posada sobre un árbol que se encontraba encima de ellos.
Viendo que era objeto de la sospecha de los viajeros, el ave se dirigió a ellos y admitió que había sido él quien había evitado que el fuego hiciera su trabajo, pero prometió retirar el hechizo si ellos le daban tanta comida como pudiera devorar.
Los tres dioses accedieron, tras lo cual el águila descendió, avivando el fuego con el batir de sus enormes alas, y la carne se asó rápidamente. El águila se dispuso entonces a llevarse tres cuartos del buey como porción suya, lo cual le pareció demasiado a Loki, quien asió una gran estaca que se encontraba a mano cerca de él y comenzó a apalear al voraz ave, olvidando que estaba dotado de poderes mágicos.
Para su consternación, uno de los extremos de la estaca se quedó adherido al lomo del águila y el otro a sus manos, tras lo cual fue arrastrado sobre las piedras y al través de las zarzas, a veces por los aires, con sus brazos casi arrancados de sus hombros. En vano pidió clemencia e imploró al águila para que le soltara; el ave siguió volando, hasta que Loki prometió cualquier rescate que su apresador pudiera pedirle a cambio de la libertad.
El aparente águila, que era el gigante de la tormenta Thjazi, accedió finalmente a liberar a Loki con una condición. Le hizo prometer por el más solemne juramento que sacaría a Idunn hasta el exterior de Asgard, para que Thjazi pudiera hacerse con la posesión de ella y de su fruta mágica.
Finalmente liberado, Loki regresó donde Odín y Hoenir, a los cuales, sin embargo, se cuidó mucho de no confiarles la condición con la que había obtenido su libertad. Una vez estuvieron de regreso a Asgard, comenzó un plan con el que pudiera inducir a Idunn a salir al exterior de la morada de los dioses.
Unos pocos días después, estando Bragi ausente en uno de sus viajes de juglar, Loki buscó a Idunn en las arboledas de Brunnaker, donde ella había construido su residencia y tras describirle astutamente, las manzanas que crecían a corta distancia, las cuales había declarado con mendacidad que eran exactamente iguales a las de ella, la indujo a dejar Asgard con un plato de cristal lleno de fruta, que pretendía comparar a las que él había ensalzado.
Sin embargo, tan pronto salió Idunn de Asgard, el embustero Loki la abandonó y antes de que pudiera regresar al refugio de la morada celestial, el gigante Thjazi descendió rápidamente desde el Norte sobre sus alas de águila y, tras cogerla con sus crueles garras, la transportó velozmente hasta su árido y desolado hogar en Thrymheim.
Aislada de sus amados compañeros, Idunn languideció y se tomó triste y pálida, aunque siguió rehusando persistentemente permitirle a Thjazi el más mínimo bocado de su fruta mágica, la cual, como él bien sabia, le daría la belleza y renovaría su juventud y su fuerza.
El tiempo pasó. Los dioses, pensando que Idunn se encontraba en compañía de su esposo y que pronto regresaría, no prestaron atención al principio a su ausencia, pero poco a poco fueron desapareciendo los efectos benéficos del último banquete de manzanas. Comenzaron a notar el paso del tiempo y a ver cómo su juventud y su belleza desaparecían.
Consecuentemente alarmados, comenzaron la búsqueda de la diosa desaparecida. Investigaciones concluyentes revelaron que había sido vista por última vez en compañía de Loki y cuando Odín le ordenó severamente que se explicara, se vio obligado a admitir que la había entregado traicioneramente al poder del gigante de la tormenta.
El Regreso de Idunn
La actitud de los dioses se volvió muy amenazadora y a Loki le resultó obvio que si no ideaba los medios de recuperar a la diosa, y pronto, su vida correría un considerable peligro. Consecuentemente, aseguró a los indignados dioses que no escatimaría esfuerzos para asegurar la liberación de Idunn y, tomando prestado el plumaje del halcón de Freya, voló hasta Thrymheim, donde se encontró a Idunn sola, lamentando tristemente su exilio de Asgard y de su amado Bragi.
Transformando a la diosa en una nuez, según algunas versiones o, según relatan otros, en una golondrina, Loki la sostuvo fuertemente entre sus garras y entonces emprendió rápidamente el camino de regreso a Asgard, esperando alcanzar el refugio de sus altas murallas antes de que Thjazi regresara de la excursión de pesca en los mares del Norte a la que se había ido.
Mientras tanto, los dioses se habían congregado en las murallas de la ciudad celetial y esperaban el regreso de Loki con mucha más inquietud de la que habían sentido cuando Odín había partido en búsqueda de Odhroeir. Recordando el éxito que había tenido su estratagema en aquella ocasión, habían reunido grandes pilas de combustible, las cuales estaban preparadas para ser prendidas en cualquier momento.
Vieron regresar a Loki repentinamente, pero divisaron en su estela a un gran águila. Éste era el gigante Thjazi, que había regresado súbitamente a Thrymheim, descubriendo que un halcón se había llevado a su prisionera, ave en la que fácilmente reconoció a uno de los dioses. Ataviándose rápidamente con sus plumas de águila, se lanzó rápidamente, en su persecución, alcanzando poco a poco, pero con gran rapidez a su presa.
Loki redobló sus esfuerzos mientras se aproximaba a las murallas de Asgard y antes de que Thjazi le diera alcance, alcanzó su meta y cayó exhausto entre los dioses. No se perdió ni un solo momento en prender el fuego al combustible acumulado y cuando Thjazi pasaba sobre las murallas las llamas y el fuego le llevaron hasta el suelo malherido y medio aturdido, presa fácil para los dioses, que cayeron sobre él despiadadamente y le dieron muerte.
Los Aesir se alegraron muchísimo por el rescate de ídun y corrieron a comer de las preciadas manzanas que ella había traído de regreso ilesas. Sintiendo que su acostumbrada fuerza y belleza regresaban a cada bocado, declararon afablemente que no era de extrañar que incluso los gigantes desearan probar las manzanas de la eterna juventud. Por tanto, juraron que colocarían los oojos de Thjazi en el cielo como una constelación, para suavizar cualquier sentimiento de cólera que sus parientes pudieran sentir cuando descubrieran que había caído muerto.
Hacia arriba arrobo los ojos
del hijo de Allvadi,
dentro del cielo sereno;
ellos son las señales de las más grandes
de entre mis hazañas.
(Balada de Harbard)
La Diosa de la Primavera cae en el Inframundo
Ya que la desaparición de Idunn (vegetación) era un suceso anual, es de esperar encontrar otros mitos que tratan acerca del llamativo fenómeno y existe otro favorito de los escaldos, el cual, desgraciadamente, ha llegado se ha conservado de forma fragmentada y muy incompleta.
Según esta versión, Idunn se encontraba en una ocasión sentada sobre las ramas de fresno sagrado Yggdrasill, cuando, desvaneciéndose súbitamente, aflojó su agarre y se desplomó hacia el suelo que se encontraba por debajo de ella, hasta las más infranqueables profundidades del Niflheim. Allí yació, pálida e inmóvil, contemplando con ojos fijos y llenos de terror las horribles vistas del reino de Hel, estremeciéndose violentamente mientras tanto, como alguien vencido por un frío penetrante.
Viendo que no regresaba, Odín ordenó a Bragi, a Heimdall y a otros dioses que fueran en su búsqueda, entregándoles una piel blanca de lobo con la que pudieran arroparla, para que ella no sufriera el frío y pidiéndoles que emplearan todos sus esfuerzos para despertarla del estupor que su presciencia le habían dicho que se había apoderado de ella.
Idunn permitió pasivamente a los dioses que la arroparan en la cálida piel de lobo, pero rehusó persistentemente hablar o moverse, y de su extraño comportamiento sospechó tristemente su marido que ella había experimentado una visión de grandes desgracias. Las lágrimas corrían continuamente por sus pálidas mejillas y Bragi, abrumado por su tristeza, pidió a los otros dioses que regresaran a Asgard sin él, jurando que permanecería junto a su esposa hasta que ella estuviera preparada para abandonar el lúgubre reino de Hel. La visión de su dolor le oprimió tanto que no tuvo corazón para sus habituales canciones alegres y las cuerdas de su arpa permanecieron mudas mientras él continuaba en el inframundo.
En este mito, la caída de Idunn es simbólica de la caída otoñal de las hojas, que yacen desamparadas sobre el frío y raso suelo, hasta que la nieve las oculta de la vista, representada por la piel de lobo, que Odín, el cielo, envía para mantenerlas templadas y el cese de los cantos de los pájaros se representa posteriormente con el silencio del arpa de Bragi.
Heimdall, el guardián de los dioses
En el transcurso de un paseo en la orilla del mar, Odín vio una vez a nueve bellas gigantas, las doncellas de las olas. Gjalp, Greip, Egia, Augeia, Ulfrun, Aurgjafa, Sindur, Alia e Iarnsaxa, profundamente dormidas en las blancas arenas. El dios quedó tan prendado de las hermosas criaturas que, como relatan los Eddas, se desposó con las nueve y se combinaron, en el mismo momento, para traer al mundo un hijo que recibió el nombre de Heimdall.
Las nueve madres procedieron a alimentar a su bebé con la fuerza de la tierra, la humedad del amor y el calor del Sol, una dieta que demostró ser tan fortalecedora que el nuevo dios adquirió un crecimiento completo en un espacio de tiempo increíblemente corto y corrió a unirse a su padre en Asgard.
Encontró a los dioses observando con orgullo el arco iris del puente Bifrost, el cual acababan de construir con fuego, aire y agua, los tres materiales que aún pueden verse en este extenso arco, donde brillan los tres colores principales significativos de estos elementos: el rojo representando al fuego, el azul al aire y el verde a las frescas profundidades del mar.
El Guardián del Arco Iris
Este puente unía el cielo con la tierra y terminaba bajo la sombra del poderoso árbol Yggdrasill, cerca del cual se encontraba el manantial que Mimir velaba, y el único inconveniente que evitaba el pleno disfrute del glorioso espectáculo era el temor a que los gigantes de hielo llegaran a usarlo para lograr acceder a Asgard.
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