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El comercio medieval


  1. Ruptura del equilibrio económico de la antigüedad
  2. El Renacimiento del comercio
  3. Las Ferias
  4. La moneda
  5. Orientaciones del gran comercio: importaciones y exportaciones hasta fines del siglo XIII
  6. Bibliografía

Para comprender el renacimiento económico que tuvo lugar en la Europa occidental a partir del siglo XI, es preciso examinar brevemente el período anterior.

Ruptura del equilibrio económico de la antigüedad

Los reinos bárbaros fundados en el siglo V en Europa occidental habían conservado el carácter más patente y esencial de la civilización antigua: su carácter mediterráneo. Para los bárbaros establecidos en Italia, África, España y la Galia, el Mediterráneo era aún la gran vía de comunicación con el Imperio Bizantino, y las relaciones que mantuvieron con éste, permitieron que subsistiera una vida económica en la que se puede ver una prolongación directa de la antigüedad. Es posible citar a modo de ejemplos la navegación siria del siglo V al VIII, entre los puertos de Occidente y los de Egipto y Asia Menor; el hecho que los reyes germánicos hayan conservado el sueldo de oro romano, instrumento y símbolo de la unidad económica mediterránea y que se haya mantenido la orientación general del comercio hacia las costas de ese mar. En aquel tiempo el Mediterráneo continuó siendo un Mare Nostrum al igual que en la época romana.

Fue precisa la brusca irrupción del Islam durante el siglo VII y su conquista de las costas orientales, del sur y del oeste mediterráneo para poner a éste en una situación nueva. En lo sucesivo, en vez de seguir siendo el vínculo que había sido hasta entonces entre Oriente y Occidente, este mar se convirtió en una barrera. El mar Tirreno quedó bajo poder Sarraceno; por el oeste los árabes controlaron España; por el sur, las costas africanas y afianzaron su dominio en las posesiones de las Islas Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia. A partir del siglo VIII el comercio europeo estuvo condenado a desaparecer de ese amplio cuadrilátero marítimo. Los cristianos dirá en su momento Ibn Kaldun, "No logran que flote en el mediterráneo ni una tabla…".[1]

El equilibrio económico de la antigüedad que había resistido a las invasiones germánicas, se derrumbó ante la irrupción del Islam. Los carolingios impidieron que el Islam se extendiera al norte de los Pirineos, pero no pudieron arrebatarle el mar. El imperio de Carlomagno, en contraste con la Galia romana y merovingia, sería puramente agrícola o si se quiere, continental. De este hecho fundamental deriva por necesidad un orden económico nuevo que es propiamente el de la edad media feudal.

Los musulmanes y los cristianos de Occidente.

Si bien es cierto que desde el siglo IX los bizantinos y sus puertos en las costas italianas (Nápoles, Bari, Venecia) traficaron con los árabes de Sicilia, de África, de Egipto y Asia Menor, sucedió algo muy distinto en el resto de Europa occidental. En ésta, el antagonismo de las dos religiones en contacto, los mantuvo en estado de guerra. Los piratas sarracenos atacaban frecuentemente el litoral; saquearon Pisa (935) y destruyeron Barcelona (985). Los cristianos occidentales, demasiado débiles para pensar en poder atacar, se replegaron y abandonaron el mar a sus adversarios. Del siglo IX al siglo XI el Occidente quedó bloqueado.

Desaparición del comercio en Occidente.

El movimiento comercial no le sobrevivió, pues la navegación constituía su arteria vital. En el curso del siglo VIII los mercaderes desaparecieron a consecuencia de la interrupción del comercio. La vida urbana que perduraba gracias a ellos, se derrumbó al mismo tiempo. Se manifestó entonces un empobrecimiento general. La moneda de oro desapareció para ser reemplazada por la moneda de plata con que los carolingios tuvieron que sustituirle. El nuevo sistema monetario que crearon en lugar del antiguo sueldo romano es prueba de su ruptura con la economía antigua, o mejor dicho, con la economía mediterránea.

Regresión económica bajo los carolingios.

Es erróneo considerar que el reino de Carlomagno fue una época de ascenso económico. Si bien en Aquisgrán, donde residía la corte imperial existió cierto movimiento comercial con los alrededores, esto no era la regla y los vikingos además terminaron con él rápidamente. A partir del siglo VIII, Europa occidental volvió al estado de región casi exclusivamente agrícola. La tierra fue la única fuente de subsistencia y condición de la riqueza. La existencia social se fundo en la propiedad o en la posesión de la tierra.

El sistema feudal fue el resultado de la desintegración del poder público entre las manos de sus agentes, que por el mismo hecho de que poseían cada uno, parte del suelo, se volvieron independientes y consideraron las atribuciones de que estaban investidos como parte de su patrimonio. La aparición del feudalismo en la Europa occidental en el curso del siglo IX, fue entonces la repercusión, en el orden político, de la transformación de la civilización a una sociedad rural.

El comercio en esta etapa.

Cada cual vivía de su propia tierra, no había compradores, así el terrateniente tuvo que consumir sus propios productos; se trato de una economía sin mercados exteriores. El señor no se adaptó por libre elección a esta situación, sino por necesidad. Dejó de vender porque ya no había compradores a su alcance. Tomó providencias no solo para vivir de su reserva y de los tributos de los campesinos, sino también para procurarse en su propio dominio, ya que no podía conseguirlos en otra parte, los implementos necesarios para el cultivo de sus tierras y los vestidos indispensables para sus criados. Para ello se establecieron talleres o gineceos en cada dominio, cuyo único objeto era subsanar la ausencia de comercio e industria.

Los mercados locales.

Prácticamente el único tipo de intercambio que se daba era de carácter local. Abundaban mercados muy pequeños, la única excepción fue la feria de Saint Denys, en las cercanías de París que atraía una vez al año a peregrinos, compradores y vendedores.

El resto lo constituyeron pequeños mercados semanales donde los campesinos de los alrededores ponían en venta unos cuantos huevos, pollos, algo de lana y burdos paños tejidos en casa. La utilidad de estas pequeñas asambleas consistía en cubrir las necesidades locales de la población de cada comarca.

Los Judíos.

Los judíos fueron los únicos mercaderes profesionales de la época. Solo ellos desde los inicios del período carolingio, practicaron con regularidad el comercio. Unos cuantos se establecieron en el sur de Francia, pero la mayoría provenía de los países musulmanes del Mediterráneo, de donde se trasladaron, pasando por España al occidente y al norte de Europa.

Todos eran Radanitas, perpetuos viajeros, gracias a los cuales se mantuvo un contacto superficial con las regiones orientales. El comercio a que se dedicaron fue el de las especias, el de las telas preciosas y el del incienso que se utilizaba en la Liturgia de las iglesias, que transportaban desde Siria, Egipto y Bizancio hasta el Imperio Carolingio. Importaban pimienta (condimento que se había vuelto tan raro y caro que a veces se empleaba como moneda) y esmaltes o marfiles de fabricación oriental que constituían el lujo de la aristocracia. Los mercaderes judíos se dirigieron así, a una clientela muy restringida, por tanto, su papel económico fue accesorio.

El Renacimiento del comercio

1.- El Mediterráneo.

Continuación del comercio mediterráneo en la Italia bizantina.

La irrupción del Islam en la cuenca del Mediterráneo en el siglo VII había cerrado dicho mar a los cristianos, pero no a todos. Sólo el mar Tirreno se había convertido en un lago completamente musulmán, no así las aguas de Italia del sur, del Adriático, ni del mar Egeo. En aquellas regiones las flotas bizantinas habían logrado rechazar la invasión árabe.

Las ciudades del sur de Italia, Nápoles, Gaeta y Amalfi; Salerno ubicada al oeste y Bari al este, siguieron reconociendo al emperador de Constantinopla. Otro tanto hizo Venecia en el norte del Adriático.

Si bien las relaciones políticas del Imperio con sus anexos italianos no eran muy activas, en cambio mantenía con ellos un comercio muy intenso. El abastecimiento de Constantinopla cuya población ascendía a cerca de un millón de habitantes, daba vida a sus exportaciones. Las fábricas y los bazares de dicha capital les proporcionaban en cambio, las sedas y las especias, de las que no podían prescindir.

Mientras esto sucedía en las ciudades italianas, el resto de Europa occidental mostraba un panorama en que el comercio internacional no existía y los intercambios se restringían a las innumerables ferias locales, donde se comerciaban los productos de las áreas cercanas.

Comercio de Italia con el Islam.

El espíritu de empresa y la codicia eran en aquellas ciudades demasiado poderosas y necesarias para que se negaran, por escrúpulo religioso, a mantener sus antiguas relaciones comerciales con África y Siria, aunque ambas estuviesen en poder de los musulmanes.

Desde fines del siglo IX se les vio esbozar con ellos relaciones cada vez más activas. El afán de lucrar, que la Iglesia condenaba bajo el nombre de avaricia, se manifestaba ahí de la forma más brutal. Los venecianos exportaban hacia los harenes de Siria y Egipto jóvenes esclavas que iban a raptar o a comprar en la costa de Dalmacia. A ello hay que agregar el transporte de maderas de construcción y de hierro, materias de las que carecían los países islámicos. No es difícil pensar que dichas maderas y hierro se utilizaron entre otros fines, para construir barcos y armas que se empleaban contra los cristianos. Aunque el Papa amenazó con la excomunión a los vendedores de esclavos cristianos y no obstante que el Emperador prohibió que se proporcionasen a los musulmanes objetos que pudieren serles útiles en guerra, todos sus esfuerzos resultaron inútiles.

2.- El Mar del Norte y el Mar Báltico.

Los dos mares interiores, el Mar del Norte y el Mar Báltico, que bañan las costas de la Europa septentrional, presentaron, desde mediados del siglo IX hasta fines del siglo XI, al borde y al margen del hinterland, una actividad marítima y comercial que tuvo gran dinamismo.

Invasiones Normandas.

El Imperio Carolingio, desprovisto de flota, no había podido defenderse contra la irrupción de los bárbaros del norte. Su debilidad fue muy explotada por los escandinavos que, durante más de medio siglo, lo saquearon metódicamente y penetraron en él no solo por los estuarios de los ríos del norte, sino también por los del Atlántico.

Sin embargo, no hay que representarse los normandos como simples saqueadores. Dueños del mar, muchas veces combinaron el saqueo con el comercio, y es más, desde fines del siglo IX dejaron de saquear para convertirse en mercaderes.

La expansión comercial de los escandinavos.

La expansión comercial escandinava no estuvo orientada exclusivamente hacia el occidente europeo. Si bien los daneses y noruegos se echaron sobre el Imperio Carolingio, Inglaterra, Escocia e Irlanda, en cambio, sus vecinos suecos se dirigieron hacia Rusia. Los suecos desde mediados del siglo IX establecieron a lo largo del río Dnieper y de sus afluentes, campamentos similares a los que daneses y noruegos construyeron en la misma época en la cuenca de los ríos Escalda, Mosa y Sena.

En estos gorods instalaron primero sus bases para el saqueo de los pueblos cercanos, que luego les sirvieron para practicar una economía de intercambio. A través del Dnieper desarrollaron con Rusia un comercio de miel, pieles y esclavos que luego vendían en Constantinopla y en el Califato de Bagdad. A su vez, obtenían de esas regiones, especias, vinos, sedas y orfebrería que luego llevaban al Báltico.

3.- Europa continental.

Era imposible que Europa continental no sintiera desde un principio la presión de los dos grandes movimientos comerciales que se manifestaban en su periferia, uno en el mediterráneo oriental y el otro en el Báltico y el Mar del Norte.

Primeras relaciones comerciales económicas de Venecia con el Occidente.

Desde su fundación Venecia había tenido que vender a sus vecinos del continente la sal y los pescados que le proporcionaba el mar, a cambio de trigo, vino y grano que no podía procurarse de otra forma. Estos intercambios primitivos fueron creciendo: Desde fines del siglo IX incorporaron el territorio de Verona y el valle del Río Po, que les proporcionó una vía para penetrar en Italia. Hacia el siglo X sus relaciones se extendían a otros puntos del litoral y del interior: Pavia; Rávena; Cesena; Ancona.

La situación de Pisa y Génova.

La fe religiosa desempeñó un papel importante en la ofensiva que pisanos y genoveses emprendieron contra el Islam a partir del siglo XI. En ellos, el odio al infiel se mezcló con el espíritu de empresa y los impulsó a arrebatar a los sarracenos el dominio del mar Tirreno.

La lucha entre las dos religiones que ahí se enfrentaron fue continua. Al principio siempre fue favorable a los musulmanes que en 935 y 1004 lograron saquear Pisa. Los pisanos, sin embargo, animados por los papas y codiciosos de la riqueza del adversario, resolvieron proseguir una guerra que tenía un aspecto a la vez religioso y comercial. Aliados con los genoveses, atacaron Cerdeña y lograron establecerse en la isla. Luego se aventuraron al África y se apoderaron de Bona, para más tarde ocupar Sicilia y Palermo. Mehdia fue incorporada a su dominio en 1087 y no salieron del territorio hasta conseguir un acuerdo comercial ventajoso. La catedral de Pisa construida después de su triunfo simboliza el misticismo de los pisanos y la riqueza que les proporcionaban sus victorias: las columnas, ricos mármoles, orfebrerías, velos de oro y de púrpura traídos de Palermo y Medhia sirvieron para decorarla.

La Primera Cruzada.

Ante el contraataque cristiano, el Islam retrocedió y se dejó arrebatar el dominio del mar Tirreno. La primera cruzada (1096) marcó el cambio definitivo de su fortuna. En 1097 Génova envió una flota que llevaba a los cruzados que asediaban Antioquía. Después de la toma de Jerusalén, sus relaciones con el mediterráneo oriental se multiplicaron rápidamente. En 1104 ya poseía en San Juan de Acre una colonia a la que el rey Balduíno cedió un tercio de la ciudad.

Por su parte Pisa se dedicó al abastecimiento de los estados fundados en Siria por los cruzados. El movimiento comercial que se había iniciado en la costa de Italia se comunicó al poco tiempo a la Provenza: en 1136 Marsella ya había fundado un establecimiento comercial en San Juan de Acre. Barcelona echó los cimientos de su futura prosperidad, y al igual como los musulmanes practicaban antes la trata de esclavos cristianos, los esclavos moros capturados en España le proporcionaron después uno de los objetos más preciados de su comercio.

Reapertura del Mediterráneo al comercio occidental.

Debido a los fenómenos señalados, todo el Mediterráneo se reabrió a la navegación occidental. Como en la época romana, se restablecieron las comunicaciones en todo este mar. El dominio del Islam sobre sus aguas había terminado. Los cristianos habían arrebatado a los musulmanes las islas cuya posesión garantizaba la supremacía del mar: Cerdeña en 1022; Córcega en 1091; Sicilia en 1058-1090.

Desde el punto de vista comercial poco importó que a pesar de sus esfuerzos, los cristianos no pudieran recuperar el dominio de Siria que la primera cruzada había conquistado. El impulso de los turcos no cambió la situación que las ciudades italianas habían adquirido en el Levante[2]

La nueva ofensiva del Islam tras el triunfo de la primera cruzada, se extendió solo a tierras continentales. Los turcos no tenían flota y no trataron de crear una. Lejos de perjudicarles, la presencia de los mercaderes italianos en las costas de Asia Menor los beneficiaba. Gracias a ellos, las especias traídas por las caravanas de China y de India, podían transitar hacia el oeste. Nada pues podía ser más provechoso que la persistencia de una navegación que servía para mantener la actividad económica de las regiones turcas y mongolas.

Las Cruzadas y la navegación italiana.

Las flotas italianas cooperaron constantemente en las cruzadas. Si no hubiera sido por el apoyo de Venecia, de Pisa y de Génova, hubiese sido imposible resistir tanto tiempo en aquellas empresas.

Las ganancias obtenidas por los proveedores de la guerra han sido en todas las épocas particularmente abundantes y se puede tener la seguridad de que habiéndose enriquecido de la noche a la mañana, los venecianos, los pisanos, los genoveses y los provenzales se esforzaron en armar inmediatamente nuevos barcos.

El crecimiento fue tal que ya durante la segunda cruzada, los barcos italianos se encontraban en condiciones de transportar tropas. De ahí en adelante, todas las operaciones posteriores se efectuaron exclusivamente por mar, con las consiguientes ganancias para los italianos.

Así, las cruzadas dieron a las ciudades italianas, y en menor medida a las de Provenza y Cataluña, el dominio del Mediterráneo. Las cruzadas permitieron al comercio marítimo de Europa occidental no sólo monopolizar el tráfico desde el Bósforo y Siria hasta el estrecho de Gibraltar, sino desarrollar una actividad económica y capitalista que debía comunicarse poco a poco a todas las regiones situadas al norte de los Alpes.

Ante esta expansión, el Islam no reaccionó hasta el siglo XV y el Imperio Bizantino, incapaz de combatirla, tuvo que tolerarla.

El comercio de Italia.

El renacimiento del comercio marítimo coincidió con su penetración en el interior de las tierras. La mayor demanda de productos estimuló pronto la agricultura y la industria destinada a la exportación.

Situada entre Venecia, Pisa y Génova, la región de Lombardía sería la primera en despertar. El campo y las ciudades participaron de la producción: el campo con sus trigos y sus vinos, las ciudades con sus tejidos de lino y lana. Desde el siglo XII se fabricaron telas de seda cuyas materias primas se recibían por mar. En la región de Toscana, Siena y Florencia se comunicaron con Pisa por el valle del río Arno y sintieron el influjo de su prosperidad.

Gracias a Génova el movimiento se comunicó con la costa del Golfo de León y llegó hasta la cuenca del Ródano. Los puertos de Marsella, Montpellier, Narbona extendieron su radio de actividad en Provenza. Barcelona extendió su acción en Cataluña.

La expansión comercial de estas regiones marítimas fue tan vigorosa que desde el siglo XI se propagó hacia el norte y rebasó los Alpes: Por el paso de Brenner se proyectó desde Venecia hacia Alemania; también se expandió al Ródano y al resto de Francia, en especial a la Champaña donde convergió con las corrientes comerciales provenientes de Flandes.

El comercio al norte de los Alpes.

Al renacimiento económico que se estaba realizando en el Mediterráneo correspondió, a orillas del Mar del Norte un fenómeno parecido. La navegación nórdica había fijado, en el estuario formado por los ríos Rin, Mosa y Escalda, un poderoso centro de atracción.

Tiel, en el siglo XI apareció como una plaza de comercio frecuentada por numerosos mercaderes y en relaciones con el valle del Rin, con Colonia y Maguncia. En el fondo del golfo de Zwyn, al norte de la costa flamenca, los barcos encontraban en Brujas un puerto tan cómodo que desde fines del siglo XI lo prefirieron al de Tiel y aseguraron su porvenir.

Existe la seguridad de que ya a fines del siglo X Flandes mantenía estrechas relaciones, por medio de la navegación escandinava, con las regiones bañadas por el Mar del Norte y el mar Báltico.

Las fábricas de paños flamencas.

La región flamenca ocupó desde un principio una situación privilegiada que pudo conservar hasta fines de la Edad Media. Aquí apareció un factor nuevo, la industria.

Desde la época Celta, los Morinos y los Menapios de los valles del Lys y del Escalda trabajaban la lana. Sus progresos fueron tan rápidos que en el siglo II de nuestra era exportaban sus tejidos hasta Italia. Hasta las invasiones normandas del siglo IX los barqueros frisones no dejaron de transportar por los ríos de los Países Bajos con el nombre de pallia fresónica, las telas tejidas en Flandes.

Con el aliciente de una demanda continua, su fabricación aumentó en proporciones muy altas. A fines del siglo X era tan considerable que, no bastando ya la lana del país, hubo que ir a abastecerse de ella a Inglaterra.

El comercio de paños.

La calidad superior de la lana inglesa, mejoró la de los tejidos y su creciente fama estimuló el comercio y la producción. Durante el siglo XII, toda la extensión de Flandes se convirtió en país de tejedores.

El trabajo de la lana, que hasta entonces se había practicado sólo en los campos, se concentró en las aglomeraciones mercantiles que se fundaron por doquier, desarrollándose en ellas un comercio cuyo auge fue incesante. Así se formó la incipiente riqueza de Gante; Brujas; Ypes; Lille; Duai y Arrás.

Por mar, los paños de Flandes llegaron desde principios del siglo XII hasta la feria de Novgorod. Sus telas también se dirigieron al puerto de Génova desde donde se exportaron hasta las escalas del Levante bajo el nombre de panni francesi. La industria de paños flamenca fue una industria de lujo. A esto debió su éxito y expansión. En una época en que los medios de transporte estaban insuficientemente desarrollados para adaptarse a la circulación que requerían los productos baratos y de gran peso, el primer lugar en el comercio correspondía a mercancías de gran valor y de poco peso.

La fortuna de los paños de Flandes se explica, en resumen, como la de las especias, por su elevado precio y la facilidad de su transporte.

Las Ferias

Uno de los rasgos de mayor relieve en la organización económica de la Edad Media fue el papel de primer orden que desempeñaron las ferias, sobre todo hasta fines del siglo XIII. Abundaban en todos los países y su época de apogeo fue la del comercio errante. A medida que los mercaderes se volvieron sedentarios, las ferias fueron decayendo.

El origen de las ferias no se encuentra en los pequeños mercados locales que a partir del siglo IX abundaron cada vez más en toda Europa. El objeto de los mercados locales consistía en proveer la alimentación cotidiana de la población que vivía en los lugares donde se celebraban. Por eso los mercados eran semanales y su radio de acción era muy limitado, concentrándose su actividad en la simple compra y venta al menudeo.

Las ferias constituían, distintamente, lugares de reuniones periódicas de los mercaderes de profesión. Eran centros de intercambio, y sobre todo, de intercambios al mayoreo, donde convergían una gran cantidad de productos y de mercaderes. Guardando las proporciones, se podría compararlas con las exposiciones universales, pues no excluían a nada ni a nadie. Se podía tener la seguridad de que cualquier individuo, sea cual fuere su patria, cualquier objeto negociable, sea cual fuere su naturaleza, sería bien recibido. Por ende, era imposible celebrar anualmente las ferias más de una vez, o, cuando mucho, más de dos veces en el mismo lugar, puesto que era preciso hacer preparativos considerables.

La mayoría de las ferias tuvieron tan solo un radio de acción limitado a una región mas o menos extensa, La excepción la constituían las ferias de Champaña que durante los siglos XII y XIII eran capaces de atraer compradores y vendedores de toda Europa. Lo que se debe recalcar es que cada feria estaba abierta a todo el comercio, como cada puerto marítimo a toda navegación. Así la diferencia entre la feria y el mercado local no era tan solo de importancia, sino también de naturaleza.

Las ferias datan del renacimiento del comercio. Las más antiguas existían desde el siglo XI (a excepción de Saint Denys); su número era ya grande en el siglo XII y siguió aumentando durante el siglo XIII.

Su situación estaba naturalmente determinada por las corrientes comerciales. Se multiplicaron por lo tanto, a medida que en cada país la circulación, al volverse más intensa, penetró más profundamente.

La moneda

Desde que se inventó la moneda, no dejó de ser de uso corriente en todos los pueblos civilizados de Occidente y el Imperio Romano la transmitió a los estados que vinieron a sucederle.

Es una equivocación plantear que tras la caída del Imperio Romano de Occidente el trueque sustituyó a la moneda como instrumento normal de intercambio comercial. Si se recurrió al trueque, fue tan sólo por motivos de conveniencia o de práctica accidental, como un sucedáneo, pero no como un sustituto de la moneda metálica. Del siglo IX al siglo XII, no se vio que los precios se expresaran de modo distinto al de la moneda.

No cabe duda que durante el período agrícola de la Edad Media, siempre que hubo intercambio comercial, se dio intercambio monetario. Sin embargo, sabemos cuán insignificante fue el comercio de aquellos tiempos. A la escasez de circulación de mercaderías correspondió necesariamente la de circulación monetaria.

Los latifundios medievales no recurrieron preferentemente al intercambio monetario porque ellos estaban apartados de los sistemas de intercambio comercial. Los colonos pagaban en especie a su señor los montos de las obligaciones que poseían. Cada siervo, cada poseedor de un manso debía determinada cantidad de jornadas de trabajo y de productos naturales o fabricados por él. Sin embargo, hasta el mismo feudo, cuando esporádicamente debía recurrir al intercambio comercial con entidades extra latifundio, recurría al numerario.

Origen carolingio del sistema monetario.

Cada uno de los reinos barbaros que se repartieron el Imperio de Occidente, conservaron como patrón monetario el sueldo de oro de Constantino. Acuñado con el nombre de los diversos reyes, constituía sin embargo una moneda internacional usualmente aceptada desde Siria hasta España. Sin embargo, esta situación no sobrevivió al derrumbe provocado por el cierre de Occidente.

Desde el reinado de Pipino el Breve, la moneda de plata sustituyó a la moneda de oro y Carlomagno le dio su forma definitiva. El sistema monetario que estableció constituyó la más duradera de todas sus reformas, puesto que perduraría en todos los lugares donde circuló la libra esterlina.

Carácter de la moneda carolingia.

La moneda carolingia se puede definir como un monometalismo de plata. Una libra estaba dividida en 240 unidades de metal puro que se designaban con el nombre de denarios (denarii). Dichos denarios de plata constituyeron las únicas monedas efectivas, es decir, las únicas monedas reales. Pero aparte de ellas existían monedas de contar que eran sólo expresiones numéricas, y que correspondían cada una, a determinada cantidad de denarios. Por ejemplo: El sueldo equivalía a 12 denarios y la libra correspondía a 20 sueldos o lo que es lo mismo, a 240 denarios.

Moneda en la época feudal.

Era imposible que la disolución del Imperio Carolingio y el desmembramiento de la administración monárquica durante la segunda mitad del siglo IX no tuviera consecuencias en la organización monetaria. Con el paso del tiempo, hubo a través de todo Occidente tantos denarios diversos en circulación como feudos que tenían derecho de justicia. Esto creó un ambiente de confusión y desorden que sin embargo no tuvo graves repercusiones pues la moneda no se necesitaba en demasía, debido a la casi inexistencia de comercio.

La actividad económica que se manifestó a fines del siglo XI iba a devolver la movilidad a la moneda. Comenzó a viajar con los mercaderes, en las ciudades y en las ferias gracias al comercio, afluyeron de todas partes las monedas más diversas, agravando el ambiente de desorden, en un momento en que ésta sí se necesitó.

Aparición de la moneda Grossus.

Desde fines del siglo XII, el desorden monetario había llegado a tal grado que se imponía una reforma. Venecia tomó la iniciativa. En 1192 el Dux Enrique Dándolo mandó emitir una moneda nueva, el Gros o matapán, que valía 12 denarios. Este gros representó pues, un sueldo carolingio, con la diferencia que el sueldo, que primitivamente fue una simple moneda de contar, se convirtió en Venecia en una moneda verdadera.

El sistema de Carlomagno no fue abandonado y la innovación siguió fiel a la repartición monetaria establecida por aquel monarca.

Al norte de los Alpes se trató de corregir también la corrupción monetaria. En Alemania los Heller y en Inglaterra la esterlina. Francia proporcionó el verdadero remedio cuando en el siglo XIII creó el gros parisis, cuya base también era el denario carolingio.

Así los gros se difundieron rápidamente por toda Europa convirtiéndose en monedas internacionales.

Reanudación de la acuñación del oro.

Desde el siglo XII, el tráfico mediterráneo había comenzado a difundir primero en Italia y luego al norte de los Alpes, monedas de oro árabes o bizantinas. Pero dichas monedas (hiperperes; besantes o marabotinos) no parece haber servido como medio de pago sino en casos excepcionales que exigían extraordinarios desembolsos.

En 1231 Federico II mandó acuñar en el Reino de Sicilia los Augustales de oro, pero su difusión no logró rebasar las fronteras de Italia del sur.

La emisión por Florencia de los primeros florines abrió resueltamente en 1252 el camino a la expansión del numerario de oro en Occidente. Venecia proporcionó con su ducado o secchino, una réplica del florín. Estas piezas correspondían al valor de una libra de gros de plata.

El adelanto económico de Italia explica que dicha región haya tomado la iniciativa. El resto de Europa no tardó en seguir su ejemplo.

La creación del gros y la acuñación del oro sanearon la circulación monetaria, pero los abusos no terminaron aún. Los reyes y príncipes siguieron alterando las monedas. Se necesitaron muchos siglos para que los gobiernos comenzaran a seguir los principios de una verdadera administración monetaria.

Orientaciones del gran comercio: importaciones y exportaciones hasta fines del siglo XIII

El comercio medieval se desarrolló desde sus orígenes, no bajo la influencia del comercio local, sino bajo la guía del comercio de importación y exportación. Sólo él hizo surgir la clase de mercaderes profesionales, que fue el instrumento esencial de la transformación económica de los siglos XI y XII.

En las dos regiones de Europa donde se inició, Italia del Norte y los Países Bajos, el panorama fue muy similar. El impulso provenía del tráfico de larga distancia.

Las especias.

Las especias[3]fueron a la vez los primeros objetos de tal comercio y las que no dejaron de ocupar el primer lugar hasta el final. Así como provocaron la riqueza de Venecia, constituyeron también la de todos los grandes puertos del Mediterráneo occidental.

Siria, donde eran transportadas en abundancia por las caravanas venidas de Arabia, de India y de la China, no dejó de ser su meta principal hasta el día en que el descubrimiento de nuevas rutas permitió a los portugueses abastecerse directamente de ellas en los lugares de origen.

Todo contribuía a darles preeminencia: la facilidad de su transporte y los altos precios que se podía exigir. El comercio mediterráneo fue pues, al principio, un comercio de mercancías de lujo, es decir, un comercio que producía grandes utilidades y exigía instalaciones relativamente poco costosas.

El comercio de las especias en el mediterráneo.

Los pueblos occidentales que desde fines de la época merovingia habían perdido la costumbre de emplear especias, las recibieron con gran entusiasmo. Rápidamente volvieron a conquistar su lugar en la alimentación de todas las clases altas de la sociedad. A medida que el comercio las exportó al norte de los Alpes, provocó mayor demanda en ellas.

Génova, Pisa y Venecia llevaron el liderazgo en estas empresas, y tal fue su competencia que constantemente estuvieron enredadas en enfrentamientos y luchas entre ellas con el fin de conseguir la supremacía. No obstante, el encarnizamiento de las guerras no estorbó en ningún momento los progresos de la prosperidad de los combatientes.

El comercio de los productos orientales.

Las especias que dieron impulso al tráfico mediterráneo, no lograron absorberlo enteramente. A medida que se multiplicaron las relaciones entre Occidente y el Oriente cristiano y musulmán, se vio figurar un número cada vez más considerable de productos naturales o fabricados. A partir del siglo XIII, las importaciones hacia Europa también consistieron en arroz, naranjas, albaricoques, higos, pasas, perfumes, materias para teñir como el palo brasil, que provenía de la India. A esto se añadió el algodón y la seda bruta que alimentó el comercio desde fines del siglo XII. Las telas de fabricación oriental que se imitaron en Occidente, contribuyeron también al cargamento de los barcos: damascos de Damasco; baldaquines de Bagdad; muselinas de Mossul; gasas de Gaza.

El comercio de paños.

A cambio de todas estas importaciones que difundieron en el Occidente de Europa una manera de vivir más confortable y refinada, los italianos abastecieron los puertos del levante de maderas de construcción y de armas, y Venecia durante cierto tiempo, de esclavos.

Los tejidos de lana también conquistaron desde un principio un lugar importante entre los bienes exportados: primero fueron las fustanas tejidas en Italia y luego, a partir de la segunda mitad del siglo XII, los tejidos de Flandes y de Francia del norte. Los mercaderes italianos, gracias a sus capitales y a la superioridad de su técnica, se apropiaron desde el siglo XIII del monopolio de su exportación. Después de la decadencia de las ferias de Champaña, las grandes compañías comerciales de la península instalaron en Brujas "factores" encargados de comprar al mayoreo telas flamencas y brabanzonas.

El puerto de Brujas.

Dicha ciudad adquirió, a consecuencia de este comercio, un carácter que no se encontró en otros lugares de le Europa del norte. Desde el siglo XIII, los venecianos; florentinos; catalanes; bretones; los habitantes de Bayona y los miembros del Hansa, poseían en Brujas puestos o factorías. Ellos fueron quienes fomentaron la actividad de ese importante centro en el que se congregaban hombres de negocios y que había sustituido a las factorías de Champaña como punto de contacto entre el comercio del norte y del sur.

El Hansa Teutónica.

El florecimiento de la industria textil en la cuenca del río Escalda fue para los hanseáticos la causa principal de su establecimiento en Brujas. El Hansa teutónica ocupó, en el norte de Europa, una situación que se puede comparar con la de los grandes puertos italianos de la cuenca del Mediterráneo. Como ellos, sirvió de intermediario entre la Europa occidental y la del oriente.

¿Cómo nació el Hansa? La burguesía mercantil norte europea se instaló en las costas de los países eslavos, lituanos y letones antes de que se hubiera llevado a cabo su conquista. Entre sus puestos de avanzada ubicados en territorios apenas sometidos y a orillas de un mar del que hacía poco que habían sido expulsados los escandinavos, era necesario celebrar un convenio para la protección de todos. Gracias a la iniciativa de la ciudad de Lübeck, en 1230 se firmó un tratado de amistad comercial con Hamburgo. Las jóvenes ciudades del Báltico formaron una liga a la que al poco tiempo se adhirieron los puertos del Mar del Norte y a la que se dio el nombre de Hansa, que se aplicaba a las asociaciones de mercaderes.

Esta confederación de ciudades marítimas alemanas les aseguró a sus integrantes en toda la extensión de los mares del norte, una preponderancia que conservaron hasta fines de la Edad Media.

El comercio hanseático.

En Inglaterra, el Stalhof de Londres creado a mediados del siglo XII, y en Flandes, la factoría de Brujas, eran -especialmente la última- sus bases de operación en Occidente. En el Oriente europeo poseían una en Novgorod, en la que se concentraba el comercio de Rusia.

Por los ríos Weser; Elba y Oder su comercio penetraba en la Alemania continental. Por el Vístula dominaban Polonia y extendían su radio de acción hasta los confines de los países balcánicos.

La exportación de los hanseáticos, diferente de la de los puertos italianos, consistía en productos naturales, los únicos que podían proporcionar al comercio los territorios puramente agrícolas del hinterland. Destacaban los trigos de Prusia, las pieles y la miel de Rusia, el pescado seco y los arenques salados. A esto se añadía como flete de regreso, las lanas que sus barcos iban a buscar a Inglaterra y la sal de Bourgneuf que cargaban en el golfo de Gascuña, de donde traían también vinos franceses.

Todo este tráfico gravitaba alrededor de Brujas, que estaba situada a medio camino entre el Báltico y el Golfo de Gascuña. Las especias procedentes de Italia y las telas tejidas en Flandes y en Brabante se distribuían desde allí al norte de Europa.

El volumen del comercio hanseático igualaba y tal vez superaba el del comercio mediterráneo, pero los capitales que utilizaban eran de menor monto. El valor de las mercancías exportadas no permitió obtener las fuertes utilidades que resultaban de la venta de especias. Por eso no es de extrañar que no se encuentren en las ciudades de la Hansa aquellos poderosos hombres de negocios que lograron, en la Italia medieval, la dominación financiera de Europa.

En el transcurso del siglo XIII, toda Europa, desde el Mediterráneo hasta el Báltico y desde el Atlántico hasta Rusia, estaba abierta al gran comercio. Desde sus focos principales, los Países Bajos en el norte e Italia en el sur, avanzó hacia las costas marítimas, de donde progresivamente se difundió por el interior del continente.

Si se piensa en todas las dificultades que tuvo que sortear: condiciones deplorables de la circulación, técnica deficiente de los medios de transporte, inseguridad general, organización defectuosa del régimen monetario, no se puede sino admirar la amplitud de los resultados obtenidos. Éstos son aún más notables si consideramos que los poderes públicos no tuvieron parte en ellos, salvo el hecho de que protegieron, por motivos fiscales, a los mercaderes.

Los progresos realizados en el dominio del comercio internacional se explican así, principalmente por el espíritu de iniciativa y el ingenio que demostraron dichos mercaderes. Los italianos fueron quienes llevaron la delantera: mucho aprendieron de los bizantinos y musulmanes, pero no tardaron en asimilar y desarrollar tales enseñanzas. Fueron los promotores de las sociedades comerciales, los creadores del crédito, los restauradores de la moneda. La propagación de sus métodos económicos en la Europa del norte es tan evidente como debía serlo en los siglos XV y XVI la del Humanismo.

Bibliografía

  • Ladero Quesada, Miguel. Historia Universal Vicens Vives. Barcelona, 1998.

  • Montenegro, Augusto. Historia del Antiguo Continente. Editorial Norma. Colombia, 1994.

  • Pirenne, Henri. Historia Económica y Social de la Edad Media. Fondo de Cultura Económica. México, 1986.

  • Spielvogel, Jackson. Civilizaciones de Occidente. Thomson Editores. Ciudad de México, 2005.

  • Winks, Robin. Historia de la Civilización. Pearson Educación. Ciudad de México, 2001.

 

 

Autor:

Alberto Bersezio Fernández

Profesor Universidad Finis Terrae

Santiago de Chile

[1] Pirenne. Historia económica y social de la edad media. pag.10.

[2] Levante: Nombre que solía aplicarse al litoral oriental del mediterráneo, ocupado por el Islam y frecuentado por comerciantes cristianos.

[3] Entre las especias más comercializadas figuraban la pimienta, canela, clavo de olor, nuez moscada, azúcar de caña, etc.