- La cultura como resultado de la acumulación de conocimientos
- Nuevo giro
- Nuevo concepto
- Diferenciación social
- Los bienes simbólicos
- La sociedad globalizada
- Un mundo sin afecto
- Nueva fuente de energía moral
- Necesidad de belleza
El advenimiento de una nueva era geológica, el Antropoceno, y la supervivencia de la especie demandan una nueva mirada sobre los valores esenciales.
El hombre debe alcanzar rápidamente un nuevo equilibrio entre el plano moral y el progreso técnico.
El término Antropoceno (de griego anthropos, 'hombre (humano) es usado por algunos científicos para describir el actual período en la historia terrestre desde que las actividades humanas han tenido un impacto global significativo sobre los ecosistemas terrestres. El ganador del premio Nobel de química Paul Crutzen, acuño este término, que considera a la influencia del comportamiento humano sobre la Tierra después de la Revolución Industrial, como algo tan significante que ya constituye una nueva era geológica.
La cultura como resultado de la acumulación de conocimientos
La historia nos muestra que la cultura para el hombre es un concepto que ha evolucionado rápidamente hasta concebirse en un sentido social mucho más universal, mucho más amplio, que abarca prácticamente a todo el conjunto de los actos humanos en una comunidad dada, y estos actos pueden ser las habilidades económicas, las habilidades artísticas, los descubrimientos científicos, las destrezas discursivas, las guerreras o cualesquiera otras de las practicas y eventos sociales que podemos identificar. En la actualidad, el perfeccionamiento de la civilización y la posterior acumulación de cultura, han sacado al hombre de su subordinación a la naturaleza, conduciéndolo a la conquista y señorío sobre prácticamente todo el planeta, hoy paradójicamente, ese mismo proceso le reclama, bajo la amenaza de un cataclismo de proporciones nunca vistas, una inaplazable y radical nueva mirada sobre los valores esenciales y una revisión inmediata de los métodos utilizados.
"Cultura, es el aprovechamiento social del conocimiento". Esto lo dijo García Márquez en un reportaje de hace veinte años, aproximadamente. Creo que es la más significativa definición que he escuchado referente a la cultura pero, a pesar de la síntesis de esta brillante enunciación sobre un concepto tan complejo, la humanidad en su conjunto, por una cuestión de sobrevivencia, deben lograr axiomas más abarcadores y precisos de este evento social que es la educación, el conocimiento y su consecuencia cuando se acumula lo suficiente, la cultura.
Cuando digo, cuestión de sobrevivencia, me estoy refiriendo a que naciones como la Argentina o cualquiera de los países subdesarrollados, serian prácticamente inviables en un mundo que impidiera a sus sociedades no aprovechar para su beneficio y evolución, la acumulación del conocimiento individual de sus componentes, es decir que no generara permanentemente educación que le permita acumular cultura.
Y si no, recordemos una de las sentencias del ministro de propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, cuando en un discurso dijo. "Si escucho la palabra cultura saco mi pistola". Como buen fanático totalitario y extremista, sabía perfectamente dónde estaba su enemigo y cómo hacer para neutralizarlo, pero además también conocía la importancia de la cultura como sostén de la libertad de los pueblos y como transformarla en arma para someterlos.
Antiguamente, como materia significante, el axioma Cultura alternaba o reemplazaba al de civilización y a su vez era también su complemento. Los dos significados derivan del latín y por eso se aplicaban como opuestos a brutalidad, irracionalidad. Para los romanos,. Cultura y Civilización era la antípoda de barbarie o al menos estaban enfrentados al significado de salvajismo.
Luego se fue aceptando que civilizado, era el hombre educado, el hombre que había aprovechado y utilizaba el conocimiento acumulado de la sociedad para su bien y principalmente para bien del colectivo.
Pero las cosas fueron cambiando y desde el siglo XVIII el romanticismo, por una cuestión de índole filosófica, fundamentada principalmente en la tesis naturalista y en un intento vano de no contradecirla, impuso y asignó una diferencia, un contraste, un enfrentamiento o antinomia entre civilización y cultura.
Nuevo giro
Es a partir de este nuevo giro que le dio el romanticismo a la materia significante de las palabras Civilización y Cultura, que el primer término se reservó exclusivamente para nombrar el desarrollo económico y tecnológico, lo estrictamente material y el segundo para referirse a lo "espiritual", es decir, el "cultivo" de las facultades intelectuales y morales.
En el uso de la palabra "Cultura" cabía, entonces, todo lo que tuviera que ver con la filosofía, la ciencia, el arte, la religión. Además, se pasó a entender la cualidad de "culto" no tanto como un rasgo social, sino como algo individual. Por eso podía hablarse de, por ejemplo, un hombre "culto" o "inculto" según hubiera desarrollado sus condiciones intelectuales y artísticas y esto aun hoy es muy frecuente de ver.
Los nuevos estándares teóricos de la sociología y la antropología contemporáneas tuvieron que redefinir esta representación, enfrentando e impugnando la conceptualización Romántica.
Ahora se concibe y se enseña la Cultura en un sentido social, más universal, más amplio y la Cultura pasó a ser el conjunto total de los actos humanos en una comunidad dada, ya sean estas habilidades económicas, artísticas, científicas, discursivas, guerreras o cualesquiera otras.
Nuevo concepto
El esquema expresivo de este nuevo concepto o significación sería: Toda práctica humana que supere la naturaleza biológica debe ser considerada como una práctica cultural o producto de la misma.
Es a partir de entonces que el diferente uso del término Cultura, designa, otorga la cualidad de…, a todo el conjunto de las experiencias, habilidades y destrezas humanas, de modo que incluye todas las prácticas sociales y, para entender y analizar una Cultura determinada, la ortodoxia ahora impone que no se deben separar ni estudiar por separado.
Con la contribución de la antropología, a partir del siglo XX, el concepto de cultura pasa a incluir también los bienes materiales, los bienes simbólicos, las instituciones, los canales por donde circula el poder social: escuela, universidad, familia, gobierno, ejércitos, los medios de difusión, las costumbres, los hábitos, la moda pero del mismo modo pasa también a incluir específicamente las leyes, los intercambios personales, en una palabra, las compensaciones permanentes de poder de esa cultura.
Lo concreto es que la cultura no sólo tiene un aspecto colectivo, también tiene un aspecto particular y dependiente de cada uno de sus individuos. Sobre la base del aprendizaje de la socialización, las personas vamos diferenciando nuestros gustos, nuestras consideraciones relativas, nuestra forma de ver la vida y nuestra propia escala de valores que después se suman al colectivo constituyéndose en un aporte dinámico y muy creativo.
Es mediante este procedimiento por el cual un sujeto determinado llega a ser individuo y a la vez el mismo sistema nos permite acumular y transformar todo aquello que tomamos del colectivo social a través de la educación. Marcel Proust fue uno de los primeros pensadores que identificaron este fenómeno social, lo llamo "el efecto Berma" por la forma como conmovía a su público en sus actuaciones la diva Sarah Bernhardt, y es precisamente este efecto mental de aprendizaje individualizado por Proust, el que permite a posteriori filtrar y reconstituir poco apoco, a través de una combinación de recuerdos, análisis retrospectivos e impresiones individuales, todo lo aprendido, culminando con la asimilación y el aprovechamiento intelectual del acontecimiento en forma absolutamente particular.
Diferenciación social
De esta manera, a pesar de pertenecer al mismo colectivo, nos vamos transformando en seres diferentes de los demás, en individuos que a pesar de la masificación, efectúan distintos aportes a la sociedad porque al mismo tiempo debemos agregar que a todo este proceso de instrucción, también se le suma la intervención de los distintos corpus acumulados en los respectivos aprendizajes particulares y los distintos tiempos de rediseño de la información, en otras palabras la Cultura es el resultado de las distintas e individuales interpretaciones de diferentes acontecimientos y eventos sociales pero también es el resultado de la interpretación particular e individual de esos corpus o colección de textos. Hoy, la semiótica ya habla del "corpus computacional" y nos demuestra que ya no debemos ni siquiera considerar que un corpus es solamente una colección de textos sobre un tema determinado. Ahora en base a la habilidad que poseen los motores de búsqueda en Internet como Google o Yahoo, la capacidad que tienen instantánea de recuperar, ordenar hacer cálculos y exponerlos a cantidades masivas de textos e información, nos permite comprender, explicar e interpretar el contenido de esos corpus de formas tan diversas, tan diferentes que no eran siquiera imaginables hace unos pocos años atrás.
La enorme importancia que tiene esta derivación tecnológica en el proceso educativo y la permanente tensión que ella genera entre sus componentes, la convierte en motor, en impulsor, en tractor y vehículo constante del cambio, este es un aspecto fundamental de la cultura moderna, su autoinducción al cambio y a la regeneración constante de sus mecanismos que nos permite abrigar ligeras esperanzas con respecto al futuro.
Los bienes simbólicos
El pensamiento simbólico y la conducta simbólica de los individuos se hallan entre los rasgos más característicos de la vida social humana. Todo el progreso de la cultura, toda la acumulación de conocimientos sociales a través de la educación, se basa en estas condiciones de producción
La antropología simbólica concibe a cada cultura como un contexto en el cual los sujetos pueden deducir qué se está comunicando, cómo debe interpretarse un gesto, una mirada, y por lo tanto, qué gestos deben hacerse para dar a entender algo, qué palabras deben usarse y cuáles no.
Como podemos comprobar la cultura es una telaraña de signos que permite, a los individuos que la comparten, atribuir sentido tanto a las prácticas como a las producciones sociales de los bienes simbólicos. A principios del siglo XX, este nuevo concepto de la red de signos en la cultura, dio lugar a una nueva teoría del aprendizaje, la teoría del interpretante, sustentada a su vez por la teoría semiótica de Charles S. Peirce, transformando este pensamiento en el más coherente y esperanzador avance de la sociología de los últimos años.
La sociedad globalizada
Al principio de este ensayo decíamos que el progreso de la civilización y la cultura, avance que ha sacado al hombre de su dependencia de la naturaleza, conduciéndolo a la conquista y señorío sobre el planeta, hoy le reclama, bajo la amenaza de un cataclismo de proporciones nunca vistas, una inaplazable y radical nueva mirada sobre los valores esenciales.
Este reconocimiento, esta evaluación a la luz de las nuevas teorías sociales y el reconocimiento de tan particular instancia evolutiva de la sociedad humana, nos obliga a aceptar que las herramientas, los instintos que hemos utilizado, los dispositivos que nos permitieron salir de las cavernas, los elementos que nos ayudaron a quedar fuera de la cadena alimenticia a pesar de nuestra fragilidad con respecto al medio, los instrumentos que nos han permitido dominar y avasallar nuestro hábitat, hoy esos mismos mecanismos plantean un verdadero problema y actúan como los ejércitos vencedores que tienen que volver a su patria cuando acaba la lucha: resulta muy difícil para el resto del colectivo hacerlos trabajar para la paz e integrarlos a la sociedad. Pero no obstante, igual que con las huestes después de la guerra, sabemos y tenemos que reconocer que son estos instintos un mal definitivamente necesario, son parte indivisible de nosotros y que sin esos reflejos, sin la agresividad característica de la especie no hubiéramos sobrevivido en este mundo, lisa y llanamente no lo habríamos logrado.
Pensemos que hace apenas diez o quince mil años atrás, no teníamos muchas probabilidades de perdurar como especie, la agresividad del entorno, nuestras enormes carencias físicas comparadas con el resto de la biosfera y la insignificante especialización con la que estamos dotados nos hubieran relegado a un escalón o nicho biológico similar al que tienen algunos de los grandes monos, analizado desde este punto de vista, nuestras chances de sobrevivir y de proliferar sin la ayuda del elemento cultura, eran muy exiguas. Hoy, que lo hemos logrado, que estamos en una posición netamente dominante, el desafío es distinto, las reglas han cambiado y es menester canalizar a través de una nueva formación, toda esa potencia, toda esa energía y todo el vigor del mono depredador con hábitos sociales, encauzarlos hacia otras luchas que son definitivamente diferentes.
Hoy como ayer son los educadores, base insustituible del nuevo concepto social, los que deben liderar el cambio. El objetivo y el desafío inmediato que deben afrontar los pedagogos es la transformación de la materia significante de la palabra ciencia. Básicamente el cambio se debe verificar sobre la entidad, sobre el objeto ciencia, pero también la cultura en general debe ser inmediatamente transformada, hay que dotar a estos dos conceptos de un alma diferente, de un espíritu nuevo y así canalizar su enorme energía y potencia simbólica para ponerla definitivamente al servicio de la nueva sociedad humana, que so pena de desaparecer, deberá ser una sociedad indefectiblemente integrada, armónica y solidaria con su entorno.
El hombre, su ciencia, su tecnología, su cultura, no puede seguir desafiando el medio ambiente con la actitud ancestral del enfrentamiento, la hostilidad, la beligerancia y la depredación. El gran filósofo evolucionista Theilhard de Chardin decía hace más de cincuenta años: "el hombre debe colaborar con el cosmos, la sociedad no puede seguir a merced de una ciencia sin conciencia".
Un mundo sin afecto
El individuo contemporáneo lamentablemente, sigue concentrando todos sus esfuerzos sobre el desarrollo y la educación del intelecto para ponerlo al servicio de la devastación, del consumismo y la depredación del hábitat, desconociendo que los recursos de la inteligencia, de las técnicas y destrezas que ha utilizado hasta ahora son absolutamente contraproducentes, inapropiados y que rápidamente se vuelven en su contra.
Mientras la instrucción y la educación para este, a todas vista, proyecto caduco de devastación sigue siendo el centro de las preocupaciones de las familias, de los educadores y de los poderes públicos, el desarrollo de la emotividad y el idealismo, sigue casi totalmente librado al azar o en manos de intereses religiosos o peor aún, en manos de los exaltados y fanáticos. En la civilización contemporánea esto lleva a una pasmosa destrucción de la vida afectiva principalmente de los individuos más jóvenes.
Los educadores tienen una tarea fundamental que desplegar y lamentablemente poco tiempo para instalarla.
La reivindicación, la nueva instalación de las capacidades emotivas del ser humano, tienen que ir de la mano de una reivindicación mucho más importante y trascendente, la reivindicación del mito.
Lamentablemente durante mucho tiempo se ha desprestigiado el concepto del mito. Platón lo utilizó cuando se encontró sin herramientas para seguir enseñando a sus alumnos. Y lo utilizo porque se dio cuenta que el mito poético es superior y va mucho más allá que la simple alegoría. Los grandes mensajes que transmite la cultura, inclusive Los Grandes Relatos religiosos, aunque ya caducos, fueron importantísimos en todo nuestro desarrollo cultural porque se basan en el relato mítico y de allí toman su fuerza. El mito poético puede servir para estos fines porque nos plantea un mundo distinto al real, plasmando una conciencia superior tanto para el que transmite como para el que recibe y la imagen de un posible mundo nuevo es precisamente la imagen que más urgentemente necesitamos.
Nueva fuente de energía moral
¿Porque elegiríamos al mito como herramienta o instrumento de transformación cultural? Porque el mito en definitiva, existe o fue inventado por el hombre para contestar la enorme y a la vez simple pregunta existencial ¿de dónde venimos? Esta elemental, primordial interrogación filosófica es la que a su vez genera, trae implícita en su esencia a la utopía, el ¿de dónde venimos? es la pregunta que desata la imaginación, la que da vida a la ilusión y la utopía es el instrumento que empleamos para intentar contestarnos esa pregunta. Por supuesto que este sistema mental no puede contestar ni satisfacer el interrogante pero este procedimiento nos sosiega el intelecto y nos saca del abismo de la duda forjando una nueva pregunta que es ni más ni menos la paradigmática ¿hacia dónde vamos? Y esta pregunta si es de gran utilidad práctica porque nos muestra, nos permite atisbar el futuro y en nuestro caso particular de estudio la imagen del futuro que se nos devuelve es muy sombría.
La vida emotiva, privada de una formación metódica, sistemática y enfocada al servicio social, es para el hombre moderno, una fuente de imprevistos habitualmente muy desagradables, con resultados bastante traumáticos y cuyas derivaciones son, en general, muy difíciles de llevar, y que terminan casi siempre confundidos tratados como una patología psicológica o peor aún, una cuestión siquiátrica.
No es exagerado decir que la vida emotiva ocupa en el desarrollo de la personalidad del hombre actual, una posición de mínima influencia, tiene muy poca autoridad para definir el temperamento y su jurisdicción está limitada a solamente algunas cuestiones que tienen que ver con la sensibilidad o el sentimentalismo en su fase primaria. La desesperada pulsión que encontramos en algunas personas hacia los psicofármacos, el alcohol y todo tipo de drogas peligrosas para tratar de suplir esta insuficiencia o negación de la vida emotiva, nos están confirmando el diagnóstico.
Las nuevas camadas de educadores deben entender que sólo por el desarrollo apropiado de la esfera emotiva a través de los nuevos mitos, el hombre puede abrir una nueva fuente de energía moral, cuya necesidad para él y para su planeta es tan apremiante.
En apoyo, y complementando este nuevo concepto educativo, se deben descubrir rápidamente métodos prácticos para adiestrar seriamente la vida emotiva de los seres humanos y de esta forma alcanzar nuevamente un equilibrio entre el plano moral y el progreso técnico.
Un sistema viable de lograr este objetivo es orientar las energías de los artistas y los educadores hacia un ideal moral común. El arte está organizado y apoyado en las leyes de traspasos inmediatos de ideas, emociones, sentimientos y sensaciones hacia el intelecto, hacia la inteligencia profunda y por lo tanto el mensaje artistico es el vehículo ideal para este proyecto.
Necesidad de belleza
El mundo en que vivimos tiene necesidad de belleza para no caer en la desesperanza y contrarrestar el desaliento. La belleza llama a lo trascendente, es la llave y en cierto sentido es la expresión visible del bien, es el principal y más escaso bien simbólico que nuestra sociedad ha elaborado. Platón decía: "la potencia del bien se ha refugiado en la naturaleza de lo bello". Esta es la labor y el compromiso que deben asumir los artistas.
Los educadores, en cambio, cuando pensemos que está todo perdido, debemos recordar las palabras que el pedagogo uruguayo José Enrique Rodó le hace pronunciar al viejo maestro Prospero en su libro Ariel, "Invoco a ARIEL como mi numen. Quisiera para mi palabra la más suave y persuasiva unción que ella haya tenido jamás. Pienso que hablar a la juventud sobre nobles y elevados motivos, cualesquiera que sean, es un género de oratoria sagrada. Pienso también que el espíritu de la juventud es un terreno generoso donde la simiente de una palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetación".
Es preciso entonces que los artistas y educadores de todo el mundo se unan en un esfuerzo copartícipe, colaborador, para imaginar estéticamente ideas o realidades pedagógicas conducentes a una vida moral y espiritual más elevada, para que a su vez estas despierten en la sociedad inquietudes, emociones y sentimientos superiores.
Es un salto cualitativo. Debemos ser conscientes de que ya no alcanza con mejorar la educación tal y como la conocemos, hay que acceder a planos diferentes. La paz real, la prosperidad sostenida para todo el conjunto social, sin exclusiones, en perfecta armonía y colaboración con el habitad, sin destruirlo, depende de cuán rápido se consiga educar al hombre para que este alcance nuevamente el equilibrio con la naturaleza y vuelva como en el mito de Prometeo, a descubrir el fuego.
Autor:
Profesor. Roberto González Oliveira