Resumen: En este trabajo me refiero al proyecto de creación del Museo de la Inmigración, en el Antiguo Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero, y presento testimonios tomados de libros, diarios y otras fuentes, a fin de demostrar la reiterada presencia de la institución en la literatura argentina (desde 1880 hasta nuestros días), en el periodismo y en el recuerdo de quienes se hospedaron allí.
En su conocido ensayo Cómo fue la Argentina 1516-1972 (Plus Ultra, 1972), el historiador Exequiel César Ortega sostiene que "La inmigración jugó importante papel ya a mediados de esta etapa del ’80 al ’30. En ciudad y campaña, en oficios diversos que abarcaron la agricultura y la naciente industria; e incluso se dieron lugares como ejemplos de cuánto podía una colonización bien planeada…". Comenta qué sucedió con los inmigrantes llegados a nuestra tierra: "El medio nuestro los asimiló bien pronto y sus descendientes inmediatos se sintieron integrantes ‘de la tierra’. A menudo ascendieron de Status, integraron profesiones, comercio e industria; impulsaron los nuevos partidos políticos mayoritarios".
El gobierno de esa época "En lo social favorecería cada vez más la inmigración, sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas de la anglosajona y francesa en particular. Inmigración que cubriese las necesidades crecientes de mano de obra ciudadana y sobre todo rural, mediante la colonización y la ocupación de dependencia o el arrendamiento y la mediería".
A criterio de Ortega, el régimen se caracterizaba por complementos que radicaban en los aspectos culturales; se refiere a la "Universalidad y amplitud de conocimientos y contenidos de cultura generales, universales; huida de la religiosidad excesiva; aspectos prácticos y utilitarios; enseñanza difundida de tipo enciclopedista-informativa, apta para todos, incluso sin chocar a los diferentes credos y formas de la inmigración".
Hubo "paz, pan y trabajo" para quienes llegaron a la Argentina: "se dio una limitada o encauzada movilidad social, con grupos mayoritarios en condiciones de locación de servicios, incluyéndose la gran inmigración y descendientes inmediatos, salvo una minoría de entre ellos, que proporcionó estratos de clase media comercial, profesional y propietaria".
En cuanto a la composición de la sociedad, señala: "La mayoría empero pertenecía a los grandes estratos derivados de niveles humildes ‘criollos’ (a los que pronto habrán de sumarse los provenientes de inmigraciones interiores provincianas), o derivados de inmigración creciente, de poco antes, los ‘hijos de gringos’, con ocupaciones manuales en su casi totalidad, salvo las excepciones ya aludidas de comerciantes, estancieros y profesionales, ‘hijos de gringos con plata’".
-2- Muchos extranjeros, al llegar a nuestro país, se alojaron en los Hoteles de Inmigrantes. Estos fueron varios, a lo largo del tiempo. Para saber sobre ellos contamos, fundamentalmente, con dos libros, el de Jorge Ochoa de Eguileor y Edmundo Valdés, Donde durmieron nuestros abuelos. Los Hoteles de Inmigrantes de la Ciudad de Buenos Aires (Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio Argentino) y el de Graciela Swiderski y Jorge Luis Farjat, Los antiguos Hoteles de Inmigrantes (Arte y Memoria Audiovisual, 2000).
La revista Todo es Historia, que dirige Félix Luna, dedicó su número 398 (Septiembre de 2000) a los inmigrantes, en coincidencia con la muestra de Casa FOA en el Hotel de Puerto Madero. En dicha revista se recuerda que, en 1898, "se creó la Dirección Nacional de Inmigración, construyéndose y habilitándose el complejo edilicio formado por el definitivo Hotel de Inmigrantes, el Hospital, el desembarcadero y la infraestructura de lo que es hoy la Dirección Nacional de Migraciones". Esa Dirección, "con todas sus oficinas y dependencias anexas, funciona actualmente en el amplio complejo edilicio que simultáneamente con el Hotel de Inmigrantes, se construyera a comienzos de este siglo, más precisamente en la Av. Antártida Argentina 1355, en terrenos otrora ganados al río, donde, desde 1911 funcionan las oficinas dedicadas a la inmigración, espacios inertes, acompañantes inmóviles de toda la historia migratoria de la Argentina de los últimos 80 años".
Magdalena Insausti es la autora del libro Argentina, un país de inmigrantes (Dirección Nacional de Migraciones, 1998). Escribió asimismo "Hotel de Inmigrantes Un proyecto colosal para la gran Argentina", incluido en esta entrega de la revista de Luna. Allí nos dice: "Como pocos lugares en nuestro país, el conjunto de edificios denominados Hotel de Inmigrantes, expresa el testimonio tangible de la historia argentina del siglo XX. Su construcción se relaciona con los avatares políticos de principios de siglo; la escrupulosa economía de la inmigración que se trasluce en la administración del Hotel; las estrategias migratorias que se cumplieron hasta en la revisión de los equipajes; las colonias en el interior y el traslado de los inmigrantes; la filosofía política que subyace en los escritos de Juan Alsina, Juan P. Ramos y otros. Los múltiples destinos del hotel se vinculan asimismo a las exigencias o paradojas de nuestra historia. Así, fue sede del Regimiento 1° de Infantería de Marina, oficinas de Y.P.F., hogar escuela de la Fundación Eva Perón, o escuela de inmigrantes".
En el trabajo "Monumentos de la ciudad de Buenos Aires" también se proporciona información sobre el Hotel: "A fines del siglo XIX el progreso de la Argentina era acompañado por el crecimiento de la inmigración. El Estado requería respuestas prácticas para ordenar el
impacto inmigratorio. La política de balance entre la asistencia social al inmigrante y los intereses y control del Estado, tuvo como emblema al ‘Hotel de Inmigrantes’, concebido como una unidad funcional, administrativa, social, económica que ordenaría y regularía la llegada y distribución de los inmigrantes".
En ese mismo texto se recuerda la historia del complejo edilicio: "Las obras del Hotel se adjudicaron en 1905 a los constructores Udina y Mosca, de origen italiano. (…) En enero de 1911, el complejo fue inaugurado por el Presidente Sáenz Peña. El edificio del Hotel, replanteado por el arquitecto Juan Kronfuss, se terminó en 1912." Y albergó a miles de inmigrantes, hasta que "El declive de la inmigración desde principios de los ’50 señaló el fin de la historia del hotel".
En una nota referida al Hotel de Puerto Madero, publicada en la revista del diario La Nación en 1998, Laura S. Casanovas afirma que "se dio el nombre de Hotel de Inmigrantes al complejo edilicio que debía contribuir a un mejor control administrativo por parte del Estado, a otorgar asistencia social al inmigrante y a operar como ícono propagandístico en los folletos que se distribuían en el Viejo Continente". "El proyecto –agrega Casanovas- comprendía una serie de construcciones o pabellones dispuestos alrededor de una plaza central. A lo largo de la costa, el desembarcadero; sobre el frente, la dirección y oficinas de trabajo; a continuación, los lavaderos, y cerrando el perímetro, el edificio de los dormitorios y el comedor. Fue este último el que por sus diferencias con el resto, tanto por el diseño como por el volumen, adquirió con el tiempo el nombre del conjunto: Hotel de Inmigrantes, como se lo denomina en la actualidad".
La autora nos habla de un día en este establecimiento, cuya construcción finalizó en 1912: "La rutina estructuraba la vida del hotel. Las celadoras despertaban temprano en la mañana a los inmigrantes. Luego del desayuno, las mujeres lavaban la ropa en los lavaderos y cuidaban a los niños, mientras los hombres tramitaban su colocación en las oficinas de trabajo. El servicio de comedor se ordenaba en dos turnos de hasta mil personas cada uno. Los niños recibían a las tres de la tarde la merienda y a partir de las siete quedaban abiertos los dormitorios. Además, se enseñaba el uso de maquinarias agrícolas para los hombres, de labores domésticas para las mujeres".
En El diario íntimo de un país (La Nación, 1999), Hugo E. Ratier se refiere a la institución, que albergaba y contenía a los recién llegados: "Para un campesino europeo –dice- el desembarco en esta Babel del Plata podía resultar traumático. La emigración significó un paso más en el irreversible camino de la urbanización, que se inicia en el puerto de salida. Allí
establecen los primitivos lazos de solidaridad entre aquellos que van a emprender la aventura transatlántica. Como en el tiempo de los esclavos negros, haber llegado en el mismo barco creaba vínculos. Ya en tierra, el Estado argentino ofrecía alojamiento en el Hotel de Inmigrantes, salvo a aquellos que venían contratados por empresas. Luego vendría la inserción en el trabajo".
La historiadora Nélida Boulgourdjian-Toufeksian afirma en Los armenios en Buenos Aires (Centro Armenio, 1997) que "El Hotel de Inmigrantes no estaba abierto a los pueblos asiáticos. Sin embargo, en la Lista de Pasajeros de 1923 se detectó que los armenios fueron interrogados acerca de su interés en ingresar en él y que un escaso número aceptó. Más allá de ser o no admitidos, la existencia de redes formales e informales facilitó la ubicación de los inmigrantes y limitó el ingreso en el Hotel de Inmigrantes".
En su artículo, Casanovas nos da una buena noticia: "Afortunadamente, el proyecto de transformarlo en museo está en marcha. (…) El proyecto, que reviste una enorme trascendencia cultural, no es nuevo". Recuerda cómo surgió la idea: "Todo comenzó en 1983, cuando a instancias de las colectividades de inmigrantes de nuestro país, el Ministerio del Interior emitió una resolución por la cual encomendó a la Dirección Nacional de Migraciones realizar un estudio de factibilidad de creación de un museo, que reviviera las circunstancias del hecho histórico de la inmigración en la Argentina. Dos años después, una segunda resolución creó, en el ámbito de la Dirección Nacional de Migraciones, un área responsable del Museo, Archivo y Biblioteca de la Inmigración. En 1990, mediante un decreto, se declaró Monumento Histórico Nacional al edificio del ex Hotel de Inmigrantes y el año último (1997) el Ministerio del Interior desarrolló el programa Complejo Museo del Inmigrante, con dependencia funcional de la Dirección de Migraciones. Serán sede del museo el hotel y las dos plazoletas aledañas. Los edificios restantes continuarán funcionando como dependencias de la Dirección Nacional de Migraciones". Ese programa está dirigido por el ya mencionado profesor Jorge Ochoa de Eguileor y la arquitecta Graciela Seró Mantero.
. Los nietos de quienes vivieron en este hotel sus primeros días americanos podrán conocer, al fin, las paredes entre las que se hablaba de tantos sueños e ilusiones.
En algunos libros hemos encontrado testimonios acerca de la existencia de esta institución. Ellos, de diversa índole, nos hablan de la presencia del Hotel de Inmigrantes y de su importancia en la comunidad.
Aparece en páginas de Antonio Argerich. A este escritor, acérrimo enemigo de la inmigración, que vivió entre 1855 y 1940, Luis Soler Cañás lo recuerda como "el olvidado
precursor de la novela naturalista en la Argentina". Escribió ¿Inocentes o culpables? (Hyspamérica, 1995), obra en la que plantea el dilema del determinismo y el libre albedrío. De ella se dijo que "no es más que una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se propone probar cuántos daños puede acarrear a la sociedad argentina la inmigración de gentes de razas inferiores".
En esta novela, publicada por primera vez en 1884, alude al establecimiento que albergaba a los extranjeros que no tenían trabajo al desembarcar. Afirma Argerich: "Al salir del Hotel de los Inmigrantes se juntó con una manada de compañeros que seguían la vía pública por la mitad de la calle. Había hecho relación con estos sus paisanos y todos á la vez buscaban trabajo". Se refiere agresivamente a quienes de allí salían, asemejándolos a animales, recurso que también utiliza Cambaceres (En la sangre, Plus Ultra, 1980) al describir a los inmigrantes.
Alberto Gerchunoff menciona el Hotel en su "Autobiografía", "escrita en París en 1914 y publicada por primera vez en 1952" (Milá, 2001). En ese texto recuerda que "Del Hotel de Inmigrantes, de Buenos Aires, nos llevaron a Moisés Ville en la provincia de Santa Fe. Es la primera de las colonias fundadas por el Barón Hirsch". Habían llegado al Hotel provenientes de Tulchin, Rusia, "Una ciudad sórdida y triste, sin alumbrado ni aceras, cuyo lujo arquitectónico se reducía al palacio semiderruído de los condes de Bazá y a un edificio llamado La Buena, sitio de paseos dominicales".
Los personajes de La logia del umbral (Milá, 2001), de Ricardo Feierstein lo describen como un edificio "enorme, vetusto, dividido en muchas habitaciones. Con largas mesas y bancos laterales". Se refieren a los inmigrantes como "cientos y cientos de bocas hambrientas. (…) sin idioma, cansados, confundidos" y recuerdan que allí les dieron "pan y carne, en platos de lata. (…) Y algunos religiosos (…) no querían comer. Decían que la carne era treif, impura. Que no era para nosotros, judíos de fe". "Pero bien que extrañamos esos almuerzos cuando fuimos hacia el campo –agrega otro. Días y días casi sin masticar. Los niños enfermaban…"
Un pionero holandés menciona en sus memorias al Hotel. Dice el diario Clarín del 2 de febrero de 2002: "En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su libro, Cual ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez kilómetros soplando un viento de invierno que nos penetraba hasta la médula de los huesos. Ya estábamos en la tercera semana de junio… Verano en el hemisferio Norte. Pero invierno aquí… Engarrotados de frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina. Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes, un
grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo‘ ".
La rutina diaria de la institución es evocada en el relato Stéfano, de María Teresa Andruetto (Sudamericana, 2001). En esa obra, la autora narra: "El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (…) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas".
El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic (Corregidor, 1996), es el título de uno de los libros de Chuny Anzorreguy. Al final del mismo, relata el narrador: "Fuimos a vivir al Hotel de Inmigrantes. Dejamos allí nuestros petates. Unos bolsos, un baúl…, y salimos a caminar. Como en Trieste. Pero la sensación era diferente. Caminábamos con alas en los pies".
María del Carmen García es autora de los "cuentos de gringos" que se encuentran reunidos en el volumen titulado Cuentos de criollos y de gringos (Vinciguerra, 1996), publicado en colaboración con Fanny Fasola Castaño, quien escribió los cuentos de criollos. En uno de los textos allí reunidos, la autora presenta a unos asturianos que "Se acomodaron en una pieza de pensión en La Boca, paso obligado para todo humilde recién llegado, después del Hotel de Inmigrantes y antes de alcanzar el soñado terrenito propio".
Patricio Pron, escritor santafesino, seleccionó para integrar una antología (De manos abiertas, Tu Llave, 1992) un cuento en el que menciona un hotel anterior al que conocemos. El protagonista de "La espera" "era porteño. Había nacido allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia días de Cataluña, le habían transmitido casi sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires". El edificio al que Pron se refiere ha sido adquirido recientemente por la Fundación Andreani para la construcción de su nueva sede.
Historiadores, memoriosos y quienes estuvieron hospedados allí evocan dicha institución en el periodismo gráfico y en material de diversa índole. En el propio Hotel, un panel reproduce las palabras del polaco Pablo Novak, tomadas del audiovisual sobre la institución. Este hombre,
llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos asados que se hacían al mediodía y agradece las que califica como sus primeras buenas comidas en toda la vida.
En 1998, el Buenos Aires Herald llegó a sus primeros 122 años, y los conmemoró publicando "The Argentine Mosaic. Who we are and how we got here", un suplemento dedicado a la historia de las colectividades que habitan el país. En el trabajo referido a los irlandeses, Michael John Geraghty relata un lamentable suceso en el que se menciona el Hotel. En 1889 arribó el SS City of Dresden, con alrededor de dos mil pasajeros. "The episode was a total fiasco. When the ship docked, the Hotel de Inmigrantes was full and the parched, starving passengers were forced to sleep in the open". Estos inmigrantes fueron finalmente destinados a Naposta, cerca de Bahía Blanca, desde donde en 1891 quinientos veinte colonos regresaron a Buenos Aires, "broken in spirit, uterly destituted". Los adultos quedaron librados a su suerte; los niños fueron enviados al Irish Girl’s Orphanage y a la primera Fahy School.
En el diario La Prensa, José Arias expresó en el mes de noviembre de 1998: "Quiero dejar aquí constancia del trato y de la atención que las autoridades tenían con los inmigrantes. Nos daban comidas sanas y abundantes; para dormir, camas limpias y cómodas; en mi caso han pasado sesenta y ocho años, yo entonces tenía trece, pero nunca podré olvidar mi paso por el Hotel de Inmigrantes. Y como si esto fuera poco las autoridades de inmigración le sacaban el pasaje a destino y se lo pagaban, y hasta lo acompañaban hasta las estaciones, por lo menos en mi caso".
Días después, Marta B. de Pellegrini envía al matutino una carta motivada por el mensaje de Arias. En ella escribe: "Llegar a un lugar donde todo era desconocido, la tierra, el idioma, la gente, predisponía en nosotros a aumentar la incertidumbre, hasta que fuimos llevados al Hotel de Inmigrantes. Era una especie de oasis, donde nos agruparon según la nacionalidad y, ya con el ánimo calmado, empezamos a mirar la realidad de esta suerte de tierra prometida. Nos mantuvimos durante dos semanas en las que el hoy llamado ‘viejo hotel’ sirvió de nexo entre lo trágico y conocido, que había quedado atrás, y lo nuevo y desconocido que teníamos por delante. No creo que haya en el mundo otro refugio semejante para recibir y albergar a los inmigrantes".
En 1999, La Prensa editó un suplemento para celebrar su 130° aniversario. En él se recuerdan los hechos fundamentales que tuvieron lugar durante las décadas que van de 1869 al año mencionado. Entre estos hechos, se encuentra al arribo masivo de inmigrantes a nuestro país y su alojamiento en el Hotel. Así lo describe Sergio Limiroski en "Y entonces llegaron Ellos": "Luego de pisar tierra y registrar su apellido –por lo general mal escrito- en la aduana, aquellas familias, de rostros duros de hambre y cansancio, eran alojadas en un viejo edificio de Retiro, que en 1911 se transformó en Hotel de Inmigrantes. Muchos de estos niños de las
familias, hoy convertidos en abuelos, recuerdan al viejo hotel –que funcionó hasta 1952- con aquellos largos tablones donde se comía, los tarros de metal con que se tomaba la leche, las camas marineras donde se dormía, mientras esperaban que sus padres consiguieran el trabajo que les permitiera quedarse".
Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en octubre de 1999 en su texto "Al bajar del barco", publicado en el diario Clarín en la sección referida a las calles de Buenos Aires. En agosto de 2001 salió en la revista dominical de La Nación un anticipo del libro que la fotógrafa María Zorzon publicará sobre sus antepasados friulanos. En esta nota se narra un episodio vinculado al hotel, relatado por Juan Faccioli, uno de los "integrantes de aquella primera migración que dejaron testimonios escritos": "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría del otro lado del arroyo El Rey".
Juan Carlos Marina tenía diecinueve años cuando presenció, el 17 de diciembre de 1939, el hundimiento del Graf Spee, acorazado alemán "destinado a hundir buques que llevaban alimentos de acá para Europa", que se encontraba en el Río de la Plata. El 3 de marzo de 2002, Marina relató a El Tiempo de Azul, sus recuerdos de aquella jornada memorable; en su relato se refirió al Hotel de Inmigrantes: "a las ocho de la noche de ese día lo hundió el mismo comandante, la misma tripulación. Un capitán, que después vivió en La Falda, Córdoba, fue el encargado de ponerle tres cargas de dinamita. Sacaron la pólvora de los cartuchos de las balas, formaron tres paquetes explosivos y los pusieron uno en la popa, otro en las máquinas y otro en la proa. Después el comandante hizo bajar a toda la tripulación a los remolcadores y desde una lancha fue el que accionó la percusión de los explosivos. Todos se salvaron y fueron al Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires".
Es en ese establecimiento donde el comandante toma una trágica decisión: "de acuerdo a las órdenes de Hitler tenía que salir a presentar batalla. Pero eso era un suicidio. Fue tan impresionante que después de hundirlo, el comandante se pegó un tiro en el Hotel de Inmigrantes".
Otras fuentes se suman a la literatura y el periodismo para evocar al Hotel. Por ejemplo, el folleto informativo del museo histórico Juan Szychowski, de la ciudad de Apóstoles, Misiones, que incluye una referencia a la institución. Hablando de un contingente de polacos que desembarcó en nuestro país, dice el autor: "Luego de permanecer algún tiempo en el legendario ‘Hotel de Inmigrantes’ arribaron al puerto de Posadas, y desde ahí marcharon a pie durante
varios días hasta la recién fundada Colonia de Apóstoles, recorriendo los 80 km que los separaban de su destino tras los carros que transportaban sus pocas pertenencias".
La transmisión oral tiene gran importancia en esta clase de evocaciones. En mi familia, como en tantas otras, el Hotel es recordado con gratitud. Uno de mis abuelos se hospedó en 1905 en el Hotel de Inmigrantes de La Boca. Su muerte temprana me privó de este testimonio que hubiera sido para mí el más preciado.
Los testimonios que transcribo también son historia. Cuando el Hotel abre sus puertas a las nuevas generaciones, descendientes de aquellos que tuvieron tanto valor y tanta nostalgia, nos permiten conocer a la institución, cuya transformación en museo nos llena de orgullo, pues a muchos, nos habla de nuestra sangre, y a todos, de nuestro pasado como nación.
(Este artículo fue publicado parcialmente en el diario La Nueva Provincia, de Bahía Blanca, el 24 de junio de 1999).
Lic. María González Rouco
María González Rouco, nieta de gallegos de Lugo y de La Coruña, es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires (1984) y periodista matriculada (1990). Ha publicado trabajos sobre la inmigración de ese origen en los diarios La Prensa, La Capital de Mar del Plata, La Nueva Provincia de Bahía Blanca y El Tiempo de Azul, entre otros.