En esta monografía me refiero, a partir de obras literarias y testimonios de diversa procedencia, a la posición que los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre 1880 y 1950 tomaron con respecto al regreso a sus países de origen. Me ocupo, asimismo, de los viajes realizados por sus descendientes, y de las vivencias al respecto que ellos relataron.
Gran parte de los extranjeros que se establecieron en nuestro país, sólo pensó en hacerlo por un tiempo. Como relata Roberto Cossa en Gris de ausencia, la idea era más o menos ésta: "E el barco se movía e il mio hermano Anyelito mi dicheva: "A la Aryentina vamo a fare plata… mucha plata… E dopo volvemo a Italia" (1). Pero no siempre será fácil regresar.
Algunos inmigrantes, que vivieron aquí durante décadas, no quieren volver a su tierra natal, ni siquiera por un tiempo –nos dijeron-, porque se sienten abandonados por ella, o porque creen que ya no encontrarán a nadie conocido allí. No quiso volver, entre otros, Francisco Coira, quien nació en España en 1906 y expresa: "Nunca me quise volver. No creo en la nostalgia…" (2).
En La pradera de los asfódelos, dice una española que se opone a que su hijo emigre: "A América se marcha uno a morir y a olvidar. Primero se olvida a la novia, después a los hermanos, después a la madre. Nadie vuelve. Y si con la vejez alguien que hizo alguna fortuna regresa, es para mostrar sus canas y su cansancio. Se ha convertido en un extraño que envejeció lejos de su familia. Pregunta por sus amigos que ya no viven y mira su vieja casa en ruinas. Es como si volviera de una cárcel lejana donde pagó quién sabe qué delito" (3).
Un gallego destacado, Arturo Cuadrado Moures, manifiesta que no desea regresar; tiene una misión que cumplir en su nueva tierra: "Volver a España, ya… ¿para qué? Aquí tengo forjado mi corazón entre amigos. Creo que la República Argentina, como el resto de América, está en un despertar, tenemos una obligación con la gente joven: ¡Cuidarlos! ¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para ellos están estos corazones que llegaron del exilio español" (4).
Muchos sí desean volver y lo logran. En julio de 1959, en la Argentina, Rafael Alberti se ilusionó con el regreso a su tierra. Escribió en La arboleda perdida: "no sé, pero hay algo en mi país que ya tambalea, y entre nosotros, los desterrados españoles, circulan vientos que nos cantan la canción del retorno" (5). Dejó la Argentina pensando en su Cádiz amada, pero debió recalar mucho tiempo en Roma. Finalmente, regresó a su puerto de Santa María.
Los Goris, inmigrantes gallegos, volvieron a radicarse a su tierra. "De chica –afirma la hija, Esther-, escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una región mítica". Ahora que sus padres regresaron, dice: "Sólo falta que vuelva yo, para estar los tres juntos, en ese suelo soñado" (6).
Otros jamás podrán regresar, y morirán añorando el retorno. Volver fue una obsesión para la gallega de Canción perdida en Buenos Aires al oeste, novela de María Rosa Lojo. La mujer "estaba sola frente al espejo y suspiraba: ¿me reconocerán, seré todavía hermosa cuando vayamos a España?" (7). Nunca pudo volver.
Graciela González, hija de un gallego emigrante, relata que en los años en que llegó a la Argentina su padre, "Los sueños eran pocos, pero duraban toda la vida: comprar una casita, educar a los hijos y, quién sabe, volver a la patria algún día. Papá nunca lo hizo". La entrevistada recuerda que en una valija, que las hijas pequeñas no podían abrir, el hombre guardaba "cartas, cuadros, que todos los emigrantes traían porque no sabían si podrían volver a ver a sus familiares. Había de todo. Era su historia" (8). La íntima historia que lo acompañaba en la tierra nueva.
No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la confitería La Ideal. "Su rancia estirpe gallega se ablanda un poco cuando confiesa que le gustaría volver a España, después de tantos años sin pisar la tierra que lo vio nacer. ‘Pero no hay plata: acá se gana muy poquito, apenas las propinas. Y la jubilación, para qué hablar’, cuenta. Su hija le está gestionando una jubilación en España para que su vida sea menos empinada" (9).
En su Cataluña quiere morir Remey Nuez Fontanals, emigrada en 1947. Ella cuenta: "yo siempre le digo a mi marido, a Bellido, que no quiero morir fuera de casa, y para mí mi casa es España. Siempre que hablamos con él le digo que no quiero morir fuera de casa, aunque siempre he estado fuera de casa… pero bueno, no quiero morirme acá, pero me parece que va a ser muy difícil". Distinto pensaba su madre: "Mamá en cambio murió acá, contenta. Decía que amaba este país porque aquí nunca había podido tener una deuda. En España le debía a cada santo una vela, y acá a nadie, a ninguno…" (10).
Por motivos políticos, un inmigrante deja su tierra y no puede volver a ella. Cuando le es dado regresar, ya no lo hace. Cuenta la escritora italiana Laura Pariani "Mi abuelo, un anárquico antifascista, había partido en 1926 por motivos políticos. Estaba convencido de que el fascismo caería de un momento a otro y de que su estadía en la Argentina, fruto de la necesidad, habría de durar poco. Mi madre tenía menos de un año cuando él partió. La idea de mi abuelo era regresar, pero el fascismo no cayó. Fue así como, postergando cada año el regreso, mi abuelo construyó su nueva vida en la Argentina, donde vivió sus últimos cuarenta años" (11).
Tampoco pudo regresar una familia polaca: "Desalentados por tantos infortunios, algunos años después de haberse radicado en Misiones, la familia Szychowski analiza la posibilidad de regresar a Polonia o de trasladarse a Canadá", pero "el estallido de la primera guerra mundial los hace desistir de sus planes" (12).
Hay quienes, como la calabresa Adelina C. Cela, abrigan durante todas sus vidas el deseo de regresar al país de origen, aunque más no sea, en el más allá. En el poema "Madre Patria", expresa la italiana: "Por eso quiero pedirte/ que mis cenizas, un día/ descansen en tus raíces/ ¡las que me dieron la vida!" (13).
Para los inmigrantes que regresan temporariamente a sus países de origen, el viaje tiene distintos significados, vinculados con su pasado. "Yo tenía quince años cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, y fui encerrado en el gueto de Lodz, con mi familia y miles de judíos más –dice el polaco Jack Fuchs. Allí estuve hasta que el gueto fue liquidado y nos deportaron a Auschwitz". Para este hombre, que tanto ha sufrido, el viaje tiene una connotación muy especial: "Hoy sé que volver a Lodz es como una peregrinación" (14), afirma, convencido de que debe viajar a su tierra también con su hija.
Es asimismo el recuerdo de la guerra el que motivó a viajar a un italiano, deseoso de recorrer los lugares en los que había luchado. En El laúd y la guerra, se narra el viaje de Luigi Gusberti, quien vuelve a Italia a los ochenta y ocho años, acompañado por su hija y su yerno. Escribe Martina Gusberti: "Después de varios viajes a su itálico terruño, cuando todos creíamos que había sentado cabeza, manifestó su deseo de reincidir. Era éste el proyecto más acariciado por mi padre, quizás el último y el de más difícil solución, por su avanzada edad". A pesar de la negativa familiar, el anciano insistía: ""¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares donde luché en la primera guerra mundial, recorrerlos paso a paso, ver cómo estarán hoy…!" (15).
Milena Gastaldo Brac, sicóloga social, explica el efecto que el viaje tuvo en su espíritu: "ese barco que una vez me trajo de Italia estaba siempre ahí y aparecía ante cualquier anécdota como si fuera un hueco sin tapar. Tenía una enorme sensación de orfandad, de carencia". Hasta que viajó y "el milagro sucedió en la iglesia, con la nieve cayendo sobre el pueblo: ya no sentí más el vacío en el pecho, ni la necesidad de Italia; la había aprehendido. La pude juntar, tomar y metérmela en el alma, en el gran cofre de los dulces recuerdos junto a los villancicos navideños. En ese mismo momento sólo ansié volver a Buenos Aires, al calor de mi país nuevo y de mi familia nueva, de hijos y nietos argentinos" (16).
La nostalgia impulsa a un gallego que llegó de niño. Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra, en 1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Su amigo Antonio Pérez-Prado lo definió como un "galaico-porteño" (17). Fue "un gallego que se sintió argentino y organizó durante décadas encuentros entre autores y lectores, que son el antecedente más cercano a la Feria del Libro". La falta de medios no fue un obstáculo para que el emigrante viajara: "En 1960, Don Francisco sintió nostalgias de su tierra natal y quiso visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su deseo. Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán de navío, lo llevó en su barco hasta Pontevedra. El dinero para la estada provino de una rifa de una obra que donó Berni" (18).
Otros emigrantes regresan a su tierra nimbados del prestigio que les da su destacada trayectoria cultural, donde muestran el fruto de su talento. En 2000, Bernaldo Souto, traductor del Martín Fierro, regresó de Galicia, donde "brindó una serie de conferencias y presentó tres libros de poesías bajo el título ‘Luz y sombras’. Pero su mayor satisfacción fue enterarse que en fecha próxima, su traducción gallega del Martín Fierro será publicada por la Xunta de Galicia, en una edición bilingüe de lujo" (19).
Con su hijo famoso viaja la madre de Jorge Luz. El actor recuerda así ese momento: "Mamá se vino de Asturias cuando tenía doce años. Cuando ella tenía cincuenta y pico la llevé a Asturias a ver a su mamá. Mi abuela. Ella tenía una cocina muy grande y nos quedábamos a la noche, en plena montaña, con la cocina encendida. Estaba todo el campo verde, lleno de almendras, nueces, guindas. La despedida fue fea. Cuando íbamos camino al aeropuerto, de vuelta a Buenos Aires, mamá venía llorando, y le dije: ‘Mamá, la viste, no le pidas más a la vida’. A los cinco meses de llegar acá, murió mi abuela" (20).
A veces, son los descendientes los que regresan, en busca del paisaje añorado por sus mayores. Acerca de esta clase de travesía, dice Juan Bedoian: "Quizás ese viaje es como mirarse al espejo por primera vez, recuperar una parte nuestra que nunca puede desaparecer: las semillas de lo previo. Y es también el viaje más importante que uno puede hacer porque es un viaje que nos nombra, un viaje que no cesa en el tiempo ya que siempre estuvo en nuestros sueños y quedará allí para siempre, sin adioses, intocado como el relato de un viejo que cuenta cómo era su casa en su aldea de Italia, qué hacía en el campo, cuándo y con quién llegó a la Argentina" (21).
El viaje se relaciona a veces con la creación literaria, a la que precede o de la cual es consecuencia. En un reportaje, afirma Roberto Raschella, autor de Si hubiéramos vivido aquí: "Viajé a Italia, el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé a escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al viaje va a ser la base de mi tercera novela" (22).
En la tierra incomparable, Dal Masetto narra la visita de una italiana a su pueblo, cuarenta años después. En una entrevista, aclara quién viajó: "En realidad, fui yo el que regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a un avión" (23).
Griselda Gambaro también escribió remitiéndose a sus vivencias. Para El mar que nos trajo, "En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: (…) Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y piedras romas’" (24).
A Italia viaja Atilio Betti en 1967. También lo hace el protagonista de La noche lombarda, su novela, premiado por el Gobierno de la península. El personaje vive su premio como una revancha: "Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante" (25).
Estar en la tierra de los mayores es, asimismo, un aliciente para la labor intelectual. En una conferencia dictada en 1994, afirma Aurora Alonso de Rocha que un recuerdo de 1978 le da "a la tarea de investigar, una cuota mayor de entusiasmo". Se refiere a su viaje a Galicia: "de pronto, estuvimos en la mítica tierra. A terra, la de los cuentos mil veces recreados. (…) ¿Cómo pudieron irse? –preguntó mi hija de quince años. ¿Cómo, de un lugar mágico? Era el lugar del encantamiento, recibido en los relatos y los silencios dolidos, el lugar donde el mar era la mar y había puertos de tierra" (26).
Volver puede ser el tema de un texto premiado. Sobre su viaje a Prepezzano, "un pueblito de la provincia de Salerno que no figura en ningún mapa", escribe Mónica López Ocón su "Interior italiano", uno de los textos ganadores del certamen "El mito del viaje", organizado por la Asociación Premio Grinzane Cavour y los diarios Clarín y La Repubblica: En esas páginas expresa: "Mi viaje era en realidad un regreso. El pueblo que me mostraron era una réplica del que yo llevaba dentro. Paradójicamente, era el pueblo el que me habitaba desde mucho antes de que pudiera habitarlo yo. Por eso, reconocí de inmediato el olor, el sabor y la textura de las uvas negras que Alfredo cortó del huerto. Bajo su piel enlutada guardaban un sol escandaloso. Parecían arrancadas de la sombra por el luminoso pincel de Caravaggio y tenían el sabor indescriptible que sólo pueden tener las uvas que se añoran" (27).
En el pueblo de un antepasado, se encuentran latentes las raíces. A Ottobiano, "un pueblito de Lombardía que ni siquiera puede dar pruebas de su existencia: no hay trenes que pasen por ahí y fue olvidado hasta por los cartógrafos", viajó Miguel Frías. De allí partió su abuelo en 1913, a los doce años. El nieto se aproxima al pueblo: ""Verlo acercarse por fin en una mañana de bruma, entre árboles sin hojas y campos labrados por fantasmas, no lo hace más real: la cúpula de la iglesia está a salvo de la niebla, pero el resto tiene el contorno de un sueño. Acabamos de recorrer el breve paraíso de mis cuentos infantiles" (28).
En 1991, Gabriel Corrado viajó a Italia para grabar en Roma y Sicilia. Años más tarde, expresa lo que sintió cuando una pareja lo reconoció en la Vía Condotti: "Se me vino encima el abuelo, que había hecho el camino inverso, los doce mil kilómetros, Zamudio 4230…" (29). Por una circunstancia fortuita, se reencontró con su antepasado.
El viaje permite, en algunas oportunidades, vivir de cerca la dura vida que se llevaba antes de emigrar. En un reportaje, afirma Guillermo Saccomanno, autor de El buen dolor: "Yo recuerdo cuando fui a España por primera vez, en el setenta y pico. En la casa de los parientes, en Santiago de Compostela, un familiar me mostraba emocionado el baño: había llegado a tener sanitarios y después de trabajar en el campo, podía pegarse una ducha. Si esto era así en los años setenta, pensá lo que sería en 1910, 1920" (30).
Sirve para comprender más a quienes emigraron. Esther Goris conoció Pontevedra a los veinte años. En diciembre de 1999, cuando evoca ese viaje, escribe: "Recién al disfrutar de cerca de esa belleza incomparable entendí por qué a mi padre lo ponía triste la inmensa llanura de la Argentina" (31). Otro tanto sucede a Beatriz Pérez Leiro, marplatense que en 1999 viajó a España. Ella dijo: "Desde pequeña escuchaba a mi madre hablar de un extraño camino, que siempre se llamó ‘francés’, senda única y concreta hacia un sepulcro milagroso. Su voz se apagó y puse su sueño en mi mente y en mi corazón" (32).
Y, finalmente, arroja luz sobre la propia existencia, a la que completa y da sentido. "Yo viajé a España –cuenta Pepe Fernández Balado- porque sentía que tenía que recuperar algo que se me escapaba, que se me había escapado en la infancia. (…) yo nací en el ’46 y en el ’50 y tantos, había un horario en el que la radio no se podía tocar: la hora de la audición española… y yo reconozco todas las canciones de esa época, como si fuera un español más. Es más, cuando viví en España, con un español, hacíamos competencias, él empezaba un pasodoble, yo lo seguía y así… y él no podía creer que yo me hubiera criado en Argentina…" (33). Algo así sentía la protagonista de mi cuento "Volver a Galicia", basado en una anécdota familiar. Acerca de esta mujer, digo: "Hasta que no lograra pisar esa tierra, nada tendría valor para ella, porque le faltaba su punto de partida, el origen que la había llevado a ser quien era" (34).
Para Vicente Muleiro, viajar al pueblo de su abuela fue muy importante: ""Lo que se veían eran unas chozas de piedra, una isla del pasado enclavada en la Galicia europeizada. Sin embargo, ese pueblo tosco por donde trajinaron los pastores que me anteceden significaba mucho para mí" (35). Leonor Manso destaca la importancia de viajar a Segovia, tierra de su padre, "que se había ido de allí a los once años y sólo había vuelto de visita a fines de los 60". En Carbonero El Mayor, a unos cien kilómetros de Madrid, encuentra a sus tíos y recorre todo el pueblo "lleno de Mansos". Sobre esta experiencia afirma en 2000: "Me fui viendo y reconociendo en cada uno de ellos. También empecé a sentir cada vez más fiebre: era un golpe fuerte verme puesta frente a mis orígenes de una manera brutal" (36).
Sea cual fuere la motivación y los posteriores efectos en el espíritu del que lo realiza, los testimonios acerca de la vuelta a la tierra de origen o a la de los mayores se suman día a día, hablándonos de una nostalgia y de una inquietud que pervive en el tiempo.
(1) Cossa, Roberto: Gris de ausencia. Citado en "Bajaron de los barcos", Colegio Schönthal. www.monografias.com
(2) Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
(3) Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
(4) S/F: "Esa magnífica legión de viejos", en Revista Mayores, Buenos Aires, Año II, N° 11, 1994.
(5) Alberti, Rafael: La arboleda perdida. Barcelona, Bruguera, 1984.
(6) Goris, Esther: "Galicia, tierra añorada", en Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
(7) Lojo, María Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero, 1987.
(8) Savoia, Claudio: "El equipaje de los sueños", en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.
(9) Ceratto, Virginia: op. cit.
(10) Commisso, Sandra: "Un marinero que eligió ser mozo y quedarse en tierra", en Clarín, 16 de julio de 1998.
(11) Patat, Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, 28 de abril de 2002.
(12) Folleto del Establecimiento La Cachuera, Apóstoles, Misiones.
(13) Cela, Adelina C.: "Madre Patria", en La Capital, Mar del Plata, 5 de septiembre de 1999.
(14) Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en Clarín, 13 de agosto de 2001.
(15) Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
(16) Moreno, Liliana: "El regreso a la tierra de uno", en Clarín, 17 de octubre de 1999.
(17) Pérez-Prado, Antonio: "Recuerdos de la América pródiga", en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
(18) Marabotto, Eva: "La esquina del librero, barro y pampa", en Clarín, 5 de noviembre de 2000.
(19) Turcatti, Esteban: "El gaucho que conquistó el mundo", en La Capital de Mar del Plata, 5 de noviembre de 2000.
(20) Guerriero, Leila: en La Nación Revista
(21) Bedoian, Juan: "El viaje sentimental", en Clarín, 17 de octubre de 1999.
(22) Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
(23) Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación, Buenos Aires, 12 de julio de 1978.
(24) Gambaro, Griselda: "Crónica de una familia", en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.
(25) Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1974.
(26) Alonso de Rocha, Aurora: "Los gallegos en Olavarría", en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de 1994.
(27) López Ocón, Mónica: "Interior italiano", en Clarín, 8 de diciembre de 2001.
(28) Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en Clarín, 3 de septiembre de 2000.
(29) Baduel, Graciela: "Por la vuelta", en Clarín, 24 de octubre de 2000.
(30) Chiaravalli, Verónica: "Un corazón tomado por la memoria", en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.
(31) Goris, Esther: op.cit.
(32) S/F: "Gozo y sacrificio en el camino de Santiago", en La Capital, Mar del Plata, 30 de julio de 2000.
(33) Ceratto, Laura: op. cit.
(34) González Rouco, María: "Volver a Galicia", en El Tiempo, Azul, 27 de diciembre de 1998.
(35) Muleiro, Vicente: "El Mirador", en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
(36) Ini, Luis: "Mi mejor cumpleaños", en La Nación, 16 de abril de 2000.
Trabajo enviado por
Lic. María González Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada