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Historia de la Cultura Cubana (1838-1878) (Parte 2)

Enviado por Ramón Guerra Díaz


  1. Resumen
  2. Educación, los cubanos frente al integrismo
  3. Desarrollo de la letra impresa

Resumen

En esta segunda parte hacemos un acercamiento al desarrollo de la educación en la colonia de Cuba durante el período estudiado, sus logros y limitaciones, destacando el papel que la misma juega en el desarrollo de una conciencia nacional. En el mismo sentido abordamos el desarrollo de las publicaciones periódicas en la Isla de Cuba, sometida a la férrea censura del sistema colonial que no permitía el tratamiento de los temas políticos que incluía el abolicionismo y las ideas liberales como temas tabúes.

Educación, los cubanos frente al integrismo

La Sección de Educación de la Sociedad Patriótica de La Habana había sido la gestora de una fructífera labor en la enseñanza a lo largo de casi sesenta años tratando de mejorar el panorama educacional de la isla. Con los fondos privados sostenían escuelas, pagaban maestros, pero sin instrumentar un programa general para las necesidades educacionales de la población de Cuba.

En 1842 se promulga la Ley de Instrucción Pública para Cuba y Puerto Rico, que reglamenta y sistematiza la enseñanza en estas colonias, constituyendo el primer programa de estudios en la historia de Cuba. La Ley regula los tipos de enseñanza: primaria y universitaria, incluyendo en la segunda una preparatoria para los estudios superiores.

La educación pasó a ser una responsabilidad del estado español, recesando la Sociedad Patriótica en estas funciones. La centralización, que beneficia a la enseñanza al crear un sistema, seguía un programa político que tiene por objetivo desplazar a los criollos de una esfera tan importante como la formación del ciudadano, imponiendo el gobierno metropolitano un programa de marcada tendencia integrista y que con rapidez se burocratizó y estancó, por el nombramiento para los cargos necesarios a funcionarios más interesados en la reputación y las ventajas del puesto que por los intereses de la educación en la colonia.

Con la centralización los peninsulares desalojan a los criollos de su dirección y guía, creándose a lo largo del país Comisiones Provinciales de Instrucción y en las localidades otras similares, sufragadas por los respectivos ayuntamientos.

Particular impacto tuvo la Ley en la Universidad de La Habana, bastión del conservadurismo de los dominicos, casi todos criollos, y que habían formado a varias generaciones de intelectuales y profesionales de Cuba.

La secularización de la Universidad fue un anhelo de la burguesía liberal del país, que necesitaba atemperar esta institución a las nuevas necesidades de los tiempos, sin embargo las reformas del gobierno español fueron un intento de barrer con toda influencia criolla en esta alta casa de estudio.

Desde 1837 el secretario de la Dirección de Estudios del gobierno español, comunicó al Capitán General Miguel Tacón, que preparara las condiciones para la securalización de la Universidad de San Jerónimo que estaba en el plan general de la Corona para expropiar los bienes de la órdenes religiosas en el reino y no tenía nada que ver con la reforma y modernización de la universidad habanera por la que tanto clamaban los intelectuales de la isla.

Al recibir la orden, el Intendente de Hacienda, Claudio Martínez Pinillo, Conde de Villanueva,[1] pone sobre aviso a los dominicos y retiene la orden mientras estos traspasan sus propiedades a manos criollas. El 31 de octubre los religiosos abandonan el Convento de Santo Domingo, donde la Universidad seguirá funcionando bajo el nombre de Universidad Literaria de La Habana, con un rector español, el primero desde su fundación. El claustro siguió siendo mayoritariamente criollo lo que garantizó que la institución siguiera respondiendo a los intereses del país.

En el aspecto docente la securalización significó el destierro del escolastismo como método de enseñanza y la introducción de ideas nuevas en una institución con varios siglos de atraso.

La Universidad de La Habana tenía en esta época cuatro carreras, Jurisprudencia, Cirugía, Medicina y Farmacia, con un promedio de 450 alumnos entre 1851 y 1862, según datos de Jacobo de la Pezuela. El Seminario San Carlos pese a la calidad de su enseñanza, otorgaba grados menores y formaba sacerdotes.

Tras la promulgación de la Ley de Instrucción Pública los resultados no fueron muy alentadores, el número de escuelas aumentó poco y el progreso de la educación no pasó de la legislación administrativa. Las estadísticas de 1847 lo demuestran: 286 escuelas y 11 033 niños matriculados, 7 351 de ellos en escuelas privadas, con un presupuesto de 47 mil pesos, fundamentalmente donativos privados y recaudaciones de los ayuntamientos.[2]

El Capitán General José Gutiérrez de la Concha propuso recaudar los fondos para la educación de la Lotería, las peleas de gallo, las corridas de toros y otros renglones del juego, tan en boga en Cuba. La Corona no aprobó su propuesta.

Otra negativa real fue para el Decreto del mismo gobernante con relación a la organización de un Seminario para Maestros (Escuela Normal) (1852), objetivo que logra en 1857 al abrir la Escuela Normal en el convento de San Francisco de Guanabacoa. Esta escuela forma parte de un proyecto del gobierno español para preparar a los maestros que fueron capaces de crear en sus educandos una conciencia integrista y monárquica, que contrarrestaran la influencia de los colegios criollos que venían trabajando con éxito en la formación cultural, científica ética y patriótica de la juventud. Labor en la que sobresale el pedagogo cubano José de la Luz y Caballero.

Con el auge cultural y económico de la isla, fueron surgiendo, principalmente en La Habana, buenos colegios privados que formaban a los hijos de la burguesía criolla. Entre estos sobresalen, la Academia Calasanca, el Colegio Buena Vista, el San Cristóbal o Carragüa y El Salvador, todos en la capital. Los jesuitas abren nueva escuela en La Habana en 1854 y los Escolapios hacen otro tanto en la misma década. Antítesis de las escuelas criollas fueron los colegios La Unión y San Fernando, formadores de la mentalidad integrista en sus alumnos.

En Matanzas los hermanos Guiteras fundan el colegio La Empresa y en Regla, José Alonso Delgado funda el célebre colegio San Francisco de Asís, sobresaliente por la calidad de su claustro y la posterior fama de sus alumnos, tales como Raymundo Cabrera, Enrique José Varona, Rafael Montoro, Gabriel de Zendegui y José de Armas, entre otros.

La figura más sobresaliente de la pedagogía cubana en el siglo XIX, lo fue José de la Luz y Caballero, quien se propuso formar la conciencia de la juventud criolla a través de los métodos más novedosos de la pedagogía de su tiempo y la solidez del conocimiento científico.

En el tiempo en que José de la Luz y Caballero desarrollaba sus concepciones pedagógicas, el pensamiento en Cuba estaba encadenado –a pesar del esfuerzo de Varela- al sistema memorístico, censura de la Iglesia y de la Corona y sujeción a las autoridades literarias.[3]

Por eso la tarea esencial de la pedagogía desarrollada por este excepcional maestro criollo, fue lograr la independencia del pensamiento, a través de vías y métodos para enseñar a razonar, investigar y desarrollar el amor a la patria y la educación moral del ciudadano.[4]

Con su método explicativo, consolidó la razón frente al escolastismo y el mecanicismo, dando a sus alumnos los conocimientos, no en forma de conceptos acabados, sino interpretativa y experimental, para estimular su pensamiento.

Como maestro enseñó filosofía y dirigió el colegio San Cristóbal, en el que inaugura la cátedra de química. En 1834 presenta un proyecto para crear un Instituto Cubano para la enseñanza de las ciencias, idea que no fue aprobada por el gobierno español.

En 1848 funda su colegio El Salvador, el más moderno de su época en Cuba y en el que se aplicaron los mejores métodos de enseñanza y se desarrollaron las "pláticas de los sábados", con temas polémicos y debates que enriquecieron la cultura y desarrollaron el talento de sus alumnos.

El colegio El Salvador fue la culminación de su ideario pedagógico, la maduración de su pensamiento y el proyecto más progresista y liberal de la burguesía criolla en materia de pedagogía. A sus aulas acudieron alumnos de todo el país que en régimen de interno recibían las enseñanzas con los métodos de Luz y Caballero, hasta que el gobierno español, temeroso de su influencia lo cierra en 1860.

José Martí al referirse a José de la Luz y Caballero dice que "(…) a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad que solo brillaría sobre sus huesos"[5]

El censo de 1860 presenta una pequeña mejoría de la educación en el país, motivado principalmente por las disposiciones del Capitán General José Gutiérrez de la Concha y el interés de particulares y los ayuntamientos. Existían 285 escuelas municipales y 179 privadas, con una matrícula general de 17 519 alumnos de ellos 10 251 en escuelas públicas.[6]

En 1863 se publica el Plan General de Estudios para la Isla de Cuba, impulsado por Concha y basado en la Ley de Instrucción Pública de 1857, que establece la división de la enseñanza en pública y privada, la primera dirigida por el gobierno de la isla pero sufragada por los ayuntamientos, en tanto la segunda era costeada y dirigida por particulares pero con la aprobación y supervisión de los programas por el gobierno colonial.

Se establece la obligatoriedad de la enseñanza, implantándose una multa para el que no mande a sus hijos a la escuela, que no era gratuita, sino que debían pagar una retribución por el derecho a recibir la enseñanza.

La dirección de la enseñanza estaba en manos de la Junta Central de Instrucción, que revisaba los programas de las escuelas privadas y aprueba la creación de nuevas escuelas.

En razón de la Ley se crearon cuatro institutos de Segunda Enseñanza, en La Habana, Matanzas, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. En ellos se preparaba a los educandos para cursar carreras de agrimensura, perito mercantil y perito químico. Para matricular en dichos institutos se hacían exámenes de ingreso y debían tenerse nueve años como mínimo.

El Plan de estudio en la Primaria comprendía las asignaturas de: Doctrina Cristiana, Historia Sagrada, Principios de Gramática Castellana y Ortografía, Aritmética, Nociones de Agricultura, Industria y/o Comercio según la localidad.[7]

Ese año de 1863 el número de escuelas elementales se elevaba a 577 y los alumnos llegaban a 21 283.[8]

A pesar de su mejoría la educación en el país sigue siendo fundamentalmente para los hijos de la clase dominante, que se educaban en los mejores colegios y podían completar su educación en Europa y los Estados Unidos.

El grueso de la población libre apenas aprende las primeras letras y con un poco de suerte podía elevarse algo más, pero las duras condiciones de vida y la rígida estratificación racial y clasista no daban margen a mucho. En 1861 el analfabetismo entre la población blanca era de un 70 % y entre la de color, libres y esclavos era superior al 95 %.[9]

Durante la década del 40 comienzan a aparecer sociedades culturales y de recreo dedicadas a promover no solo programas de esparcimientos entre sus socios, sino también programas educacionales y culturales.

En 1844 se funda el Liceo Artístico y Literario de La Habana, precursor centro de difusión y promoción de la cultura de su tiempo. En su primera directiva aparecen los nombres de, José María Herrera, Conde de Fernandina; José Luís Alonso, Marqués de Montelo; Ramón Pintó, principal activista de esta institución y el naturalista Felipe Poey. Entre sus asociados se contaban relevantes figuras de la sociedad habanera como, Antonio Bachiller y Morales, Rafael María Mendive, Federico Edelman y muchos otros que dieron brillo a las actividades del Liceo.

El Liceo auspició cátedras de literatura, arte, derecho, comercio y ciencia, a cargo de profesionales muy capacitados. En sus salones se representaron óperas y dramas, actuados por socios, lo que no excluyó la calidad de las puestas.

En otras localidades se fundaron similares instituciones que tenían a la burguesía criolla como principal animadora. El Club de Matanzas (1859), el Liceo de Guanabacoa (1861); los liceos de Matanzas, Puerto Príncipe y Pinar del Río, en la década del 60 y el de Regla, en 1878.

También es la década del 40, surgen las sociedades de socorro mutuo, formadas por artesanos, operarios de imprentas, tabaqueros e inmigrantes españoles pobres. Estas sociedades incorporaron además las actividades de instrucción y recreo.

Con el inicio de la guerra por la independencia se produce una creciente de integrismo[10]que impulsa la creación a partir de 1869 de los Casinos Españoles, instituciones de instrucción, recreo y beneficencia al igual que sus similares criollos, en realidad fueron estimulados a organizarse para agrupar a los partidarios del mantenimiento del régimen colonial, apoyando los funestos Cuerpos de Voluntarios y estimulando la represión de las ideas independentistas.

La red de casinos españoles creció entre 1869 y 1873 siendo el promotor principal el de La Habana, tras el cual se fundaron los de Santiago de las Vegas, Santiago de Cuba, Manzanillo, Gibara y Nueva Gerona, entre otros.

Al casino pertenecían aquellos que tuvieran intereses en el comercio colonial o capital en los negocios de la oligarquía española en la isla. Sus miembros lo eran también del Cuerpo de Voluntarios o contribuían a costearlo y el presidente del casino era oficial de voluntarios.

En la década del 60 surge una tradición cultural que ha dejado una profunda huella en la cultura popular cubana, la lectura de tabaquería. Fue el asturiano Saturnino Martínez, estimulado por Nicolás Azcárate quien inicio esta hermosa tradición de pagar un lector para que instruyera con sus lecturas a los tabaqueros mientras torcían el habano. En 1865 en los talleres de El Fígaro aparece la lectura hecha por el más preparado de los torcedores y pagado por sus propios compañeros. Jaime Partagás acogió la iniciativa y la estableció en su fábrica y ya en 1866 las principales fábricas de La Habana y los pueblos cercanos contaban con un lector de tabaquería, que incluía la lectura de la prensa y de obras literarias, pese a la oposición de algunos incluyendo el Diario de la Marina.[11]

Durante la contienda de liberación fue preocupación de los insurrecto la alfabetización de sus compañeros de armas y la enseñanza de los niños, pero pese a los esfuerzos individuales de hombres como Rafael Morales, Carlos Manuel de Céspedes y muchos otros, no pudo organizarse, dada la violencia y las dificultades de la lucha, un sistema regular de enseñanza.

Desarrollo de la letra impresa

Este período se caracteriza por un gran auge en el desarrollo de la imprenta en Cuba, se introduce la prensa mecánica que aumenta la productividad de estos talleres de impresión permitiendo no solo un alto aumento de las tiradas de los periódicos en la isla y la expansión de la palabra escrita a otros lugares del país, sino también un notable auge de publicaciones de libros y folletos de temas literarios, científicos y utilitarios.

En cuanto a la publicación de literatura, es la poesía la que lleva la mejor parte con más de cien obra publicadas en el período que va de 1820 a 1839, cifras que se incrementan al publicarse en la década de los cuarenta del siglo XIX 117 títulos, solo de poesía, lo que da una idea del creciente interés de los lectores y de la capacidad de impresión que se va alcanzando en el país.[12]

La distribución de los libros era un mecanismo más difícil dada la poca demanda, el alto índice de analfabetos y semianalfabetos, más del 60 % de la población y un poder adquisitivo concentrado en una minoría de la población. "En menos de un decenio. El costo promedio se redujo en un 50% (…) la producción en ciertos géneros se duplicó".[13]

La tirada de libros en la década del cuarenta del siglo XIX podía llegar a 500 ejemplares, el impresor no asumía los costos de distribución, que era realizada por los autores; ellos asumían la entrega de los ejemplares a personas interesadas, la mayoría por obsequio o la venta a menor precio que su costo, lo que hacía la publicación de libros un negocio no rentable, que podían hacer personas de buena solvencia económica o con apoyo de amigos para la empresa.

Muchos autores acudían a la publicación por suscripción comprometiendo a un grupo de personas a adquirir el libro más barato si asumían parte de su costo de producción y/o acudiendo a la publicación de la obra por parte.

Pese a ello el interés por los libros fue creciendo en la medida que se producía una elevación del nivel cultural de los grupos pudientes, impulsados por las tertulias literarias y las instituciones culturales como los liceos, sociedades benéficas, científicas y la poderosa Sociedad Patriótica.

En el decenio de los cuarenta del decimonónico, La Habana contaba con once librerías[14]ya separadas de las imprentas, su lugar de nacimiento, y que comercializaban novedades bibliográficas de Cuba y el extranjero, a más de distribuir profusamente las publicaciones culturales, cada vez más abundante, a pesar de la censura colonial.

Por esta misma época había en la isla imprenta en nueve ciudades de la isla, siendo las más activas en estos trajines de la letra impresa: La Habana, Matanzas, Santiago de Cuba, Puerto Príncipe y Trinidad.

En la década del cincuenta se consolida la poligrafía en Cuba, varias ciudades tienen periódicos y revistas, se producen libros y folletos de diversos temas y los dueños se preocupan por mejor sus talleres y equipos, apareciendo los primeros periódicos comerciales del país, apoyados en el auge económico que tiene la isla. La cultura, aunque con fuertes restricciones de censura se vale también de este influyente medio de divulgación.

En 1855 se publica en la imprenta habanera Tiempo un libro de versos de José Fornaris que incluye "Los cantos del siboney", versos que alcanzaron una gran popularidad entre sus coterráneos al extremo de hacerse cinco ediciones en un breve espacio de tiempo, algo sin precedente en Cuba.

Otro éxito editorial, aunque en más largo plazo, lo constituyó la novela costumbrista "Una feria de la Caridad en 183…" de José Ramón Betancourt, publicada originalmente en su Puerto Príncipe natal (1841) y reeditada en 1856, 1858 y 1859 en La Habana, dada su aceptación entre los lectores.

Pero el título criollo de mayor venta en el siglo XIX fueron las "Fábulas Morales", escrito en versos por Francisco Javier Balmaceda, publicada originalmente en 1858, reeditada en 1860, 1863 y otras quince ediciones hasta 1893; declarado libro de texto para escolares en Cuba y Puerto Rico. Con ediciones en Estados Unidos y Colombia.[15]

A pesar de los esfuerzos de las autoridades españolas por impedir el desarrollo de la imprenta en Cuba y a las dificultades culturales que impedían una rápida expansión del periodismo, este continúo su desarrollo de forma gradual; a cada solicitud de fundación de un periódico o revista respondía con negaciones, dilaciones y trabas burocráticas con el objetivo de impedir esta expansión, que a pesar de todo se produjo.

Entre tanto los periódicos ya establecidos modernizaron sus equipos con prensa de vapor, mucho más productivas, ampliando las tiradas; el aumento del formato de cinco a siete columna de textos, abaratamiento del costo por ejemplar con el consiguiente crecimiento del valor social del periódico en la sociedad criolla.[16]

Aparecieron periódicos que sobrepasaron los mil ejemplares diarios y los más modernos llegaron a tiradas de 7 500 y más. La creación de un periódico se convirtió en una empresa rentable, a lo que contribuyó el incremento de los anuncios comerciales en las páginas del diario. La política estaba vedada para estos medios, que debían atenerse a la censura oficial, so pena de ser clausurados o mutilados.[17]

Los principales periódicos de este período fueron, El Noticiosos y Lucero, El Faro Industrial de La Habana (1841) Y El Diario de la Marina (1844), que se convertiría en el periódico más importante de la colonia, defensor incondicional del estatus colonial de Cuba.

Otros periódicos de la isla de relevancia en el período fueron: La Prensa (1841) de tendencia integrista pero abierto a las colaboraciones de los criollos: Diario de Avisos (1844-1845), de contenido económico-literario; El Fanal (1844) impreso en Puerto Príncipe; El Orden (1850), de Santiago de Cuba, fusionado luego con El Redactor, para dar paso a El Diario Redactor (1850), diario de tendencia liberal y La Hoja Económica (1845-1855) en Cienfuegos.

Las publicaciones literarias siguieron ocupando un importante lugar en la cultura de la época, aunque la mayoría de los diarios tenían secciones para la literatura. El romanticismo más cursi ocupó espacios en las páginas habaneras de la décadas de los 30, 40 y principios de los 50, cuando se produce una reacción al mal gusto gacetillero.

Sobresalen entre las publicaciones propiamente literarias la revista El Colibrí (1847-1848), dirigida por Andrés Poey y Ildefonso Estrada Zenea, era una publicación quincenal para damas; El Artista (1848-1849), publicación del Liceo de La Habana, que tuvo una profusa lista de colaboradores que incluye los más renombrados escritores de la isla en ese momento. En 1852 Rafael María de Mendive lo saca por segunda vez por breve tiempo.

Los años 50 del decimonónico fueron espacio para la aparición de novedosas revistas como Las Flores de las Antillas (1852) que aparece brevemente y en la que hay una voluntad de superar la cursilería predominante, además de su elegante y buena tipografía. La Revista de La Habana (1853-1857), El Almendares (1853), La Guirnalda Cubana (1854), Brisas de Cuba (1855-1856), Floresta Cubana (1855-1856), que dará paso a La Piragua; El Cesto de Flores (1856), La Civilización (1857), El Liceo de La Habana (1858-1860), La Habana (1858-1860) y El Kaleidoscopio (1859). A falta de publicaciones políticas, estas revistas y periódicos culturales reflejan el quehacer de la intelectualidad de la época, con veladas alusiones a la identidad del terruño y sus verdaderos sentimientos patrios, Tuvieron en su mayoría una corta publicación porque en su mayoría eran costeadas por los propios redactores y colaboradores.

En el momento de auge del romanticismo criollo, década del sesenta del decimonónico, proliferaron las revistas culturales en la isla, principalmente en La Habana, en la que se desarrolla una animada vida intelectual reafirmadora de identidades, pero ingeniosamente encubierta tras el velo artístico literario.

La presencia de Gertrudis Gómez de Avellaneda[18]en La Habana es todo un acontecimiento y no dejó pasar el momento para dejar su huella en las letras criollas al fundar la revista artística literaria Álbum Cubano de lo Bueno y los Bello (1860), con una importante plantilla de colaboradores, entre quienes se contaban, Luisa Pérez de Zambrana, Enrique Piñeyros y Juan Clemente Zenea.

Otras revistas de relevancia en el período fueron, Cuba Literaria (1861) dirigida por José Fornaris y José Socorro León; la Revista Habanera (1861) de Juan Clemente Zenea, publicación que se destaca por la profundidad de sus ensayos crítico y una acentuada cubanía que provoca su cierre en 1865; Ensayos Literarios (1862), El Correo Habanero (1863), Camafeos, de los esposos Zambrana; Revista del Pueblo (1865) y Revista Crítica de Ciencias, Artes y Literatura (1868), dirigida por Néstor Ponce de León.

Dos revistas científicas datan de estos años germinales, Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Física y Naturales de La Habana (1864) y Repertorio Físico-Natural de la Isla de Cuba (1865), dirigida por Felipe Poey.

Las publicaciones literarias de la década del 70 fueron escasas a causa del conflicto armado, siendo destacables la revista La Infancia (1872-1874), Cuba y América (1871), editada en New York, que posteriormente se llamará La América Ilustrada (1872-1874). También aparecen en esa ciudad de Estados Unidos las revista cubanas, El Nuevo Mundo (1871-1876) y El Correo de Nueva York (1873).

La expansión de la imprenta en el interior de la isla nos va diciendo a cerca de la necesidad de comunicación además de la consolidación de capital y cultura en determinados núcleos poblacionales. Son citables en estas décadas los periódicos, La Alborada (1856) y El Alba de Villaclara (1862) de Santa Clara; La Abeja(1856) de Trinidad, con un perfil literario; El Duende (1856) de Matanzas; El Ariguanabo (1861) de San Antonio de los Baños; El Destello(1861) de Guanajay; Album Güinero (1862) de Güines; La Luz (1862) de Holguín; La Abeja(1863) de Santiago de la Vegas; La Esperanza (1864) de Guanabacoa; El Despertador(1866) de Bejucal y La Fe (1868) de Regla.[19]

El periodismo político estaba prohibido en la isla y no encontrará cabida en la isla, salvo los intentos clandestinos de Eduardo Faccioso que logró sacar tres números de su periódico independentista, La Voz del Pueblo Cubano (1852) hasta que fue detenido y condenado a muerte.

Las divergencias políticas entre criollos y peninsulares venían agudizándose desde la llegada del capitán General Miguel Tacón, ganando fuerza durante los años de auge de la corriente anexionista apoyada por sectores de la burguesía criolla. Esto provocó un auge de publicaciones políticas cubanas editadas en el exterior y con limitada circulación en Cuba.

En el exterior se publicaron diversas revistas y periódicos de filiación separatista, dirigidos a la población de la isla y a la emigración. El centro principal de este periodismo fue los Estados Unidos, país en el que aparecen diversos órganos de prensa, entre ellos, La Verdad (1848-1853), editado en Nueva York y con una segunda época entre 1854-1860, pero esta vez desde Nueva Orleáns; El Filibustero (1853-1854), El Cubano (1852-1854),) y El Cometa (1855), todos de tendencia anexionista y con edición en Nueva York. En estos dos últimos colaboró Miguel Teurbe Tolón, uno de los publicistas cubanos más tenaces en el exterior.

El pensamiento independentista encuentra resonancia en periódicos como, El Eco de Cuba (1855-1856) y El Independentista (1853), impreso en Nueva York y Nueva Orleáns respectivamente.

Todos estos periódicos eran de limitada tirada y mínimos recursos, lo que determina una vida efímera de los mismos, aunque circularon en Cuba de manera clandestina y profusa. Su contenido estaba compuesto, en la mayoría de los casos, de discursos y artículos referidos a la situación política de la isla y a las actividades de estos grupos en el extranjero.

El periódico El Siglo fundado en 1862 fue adquirido un año después por el Partido Reformista criollo que lo convirtió en su tribuna para alcanzar concesiones políticas dentro del marco legal que le brindaba el régimen colonial español. Al adquirirlo el periódico fue modernizado cambiando su diseño al aparecer en formato de ocho columnas, lo que constituía una novedad tipográfica en Cuba.

En 1865 comienza a publicarse La Aurora, periódico de tendencia reformista, dedicado a los tabaqueros, primero que se dedica a un sector de los trabajadores de la isla.

Con el inicio de la guerra se incrementa el número de publicaciones independentistas en el exterior, principalmente en los Estados Unidos. Entre las más connotadas están: el Boletín de la Revolución (1868-1869), Diario Cuba (1870), La Independencia (1873-1880), El Pueblo (1875-1876), Voz de la Patria (1876-1877) y La Revolución (1868-1876), esta última la más importante publicación de la emigración cubana durante este período, dirigida por Rafael Merchán y con un prestigioso grupo de intelectuales cubanos colaborando con él, todo publicados en Nueva York. La Libertad (1869) se edita en New Orleáns, dirigido por Francisco Agüero y en Cayo Hueso, El Yara (1878)

En otras partes del mundo los cubanos crearon publicaciones para ayudar a la causa independentista: Bulletin de la Revolution Cubaine, destine a la presse francaise (1871), dirigido por Ramón de Armas y Céspedes en París.: Las Dos Antillas (1875), editado en Santo Domingo y El Eco de Yara (1876), en Barranquilla, Colombia.

En la zona insurrecta se publicaron los periódicos, El Cubano Libre (1868), fundado por Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo, dirigido por José Joaquín Palma. Luego de la evacuación de Bayamo por los cubanos, reaparece meses después en Güimaro, a cargo de Ramón Céspedes y Fornaris, este periódico publicó el texto de la Primera Constitución de la república de Cuba en Armas; El Mambí (1869) edita en Güimaro por Ignacio Mora y La Estrella Solitaria (1869) impresa en Camagüey y dirigida por Rafael Morales. Al crearse el Gobierno de la República en Armas edita su Boletín de Guerra (1873-1877), impreso en Camagüey y que al final de la guerra salió como La República. Funcionaba como la Gaceta Oficial del Gobierno insurrecto.

"En los periódicos mambises aparecían partes de guerra, informes de los combates, (…) disposiciones del Gobierno en Armas, leyes de la República, artículos y poemas de encendido patriotismo. Eran el parque ideológico de la Revolución; educaban, orientaban, animaban a los heroicos soldados de la libertad. La imprenta estaba en los campos; se imprimía en apartadas aldeas, en bohíos, en cuevas o a lomo de mulos."[20]

En las ciudades de Cuba el enfrentamiento ideológico entre independentistas e integristas alcanzó su punto más alto durante el breve período de libertad de imprenta decretado por el Capitán General de la isla, Domingo Dulce, el 10 de enero de 1869 y suprimida el 12 de febrero del propio año. La avalancha de folletos, boletines, hojas sueltas y periódicos opuestos al colonialismo asustó a las autoridades y a los integristas atrincherados en los conservadores Diario de la Marina, La Prensa y la Voz de Cuba (1868), fusionados estos dos últimos en 1870.

Otro periódico integrista lo fue El Moro Muza (1859) creado por Juan Landaluce Villega y en el que aparecen las caricaturas anticubanas creadas por él, entre las que se cuenta el personaje de Liborio, que paradójicamente devino en el símbolo del pueblo cubano.

En el período de libertad de imprenta surgió el periódico La Verdad (1869), dirigido por Néstor Ponce de León, que unía un suplemento humorístico titulado "¡Fuera Caretas! Sainete o fin de fiesta de La Verdad" en el que fustigaba los males de la colonia de manera directa y sin compromisos.

Entre los cientos de publicaciones habaneras de este breve período de libertad de imprenta son de destacar dos pequeñas publicaciones: El Diablo Cojuelo y La Patria Libre, en los que aparecen los primeros escritos políticos del José Martí, apenas un adolescente.

 

 

Autor:

Ramón Guerra Díaz

[1] El Conde de Villanueva lidera al grupo criollo que aboga por reformas para el mejoramiento del país, dentro de status colonial y fue un oponente abierto al mandato del Capitán General Miguel Tacón y desde su puesto de Intendente de Hacienda hizo todo lo posible por sacarlo del poder.

[2] Ramiro Guerra y otros, Historia de la Nación Cubana, T. IV, 1952

[3] Perla Cartaya Cotta, La Polémica de la Esclavitud. José de la Luz y Caballero,1988, p.54

[4] Ídem

[5] José Martí, Obras Completas, Tomo 5, p. 271, 1972

[6] Ídem

[7] Berta M. de la Cruz, Apuntes sobre la historia de la enseñanza de la botánica en las escuelas primarias”, ponencia, 1985

[8] Ídem nota 2

[9] Jorge García Galló, Bosquejo General de la Educación en Cuba, 1974

[10] El integrismo en Cuba era una ideología reaccionaria de apego a la continuidad del colonialismo convirtiéndose en la base social del régimen colonial sin cambios.

[11] Luís Sexto, Cosa de Tabaquerías, en Juventud Rebelde, 30 de julio de 2000, p. 5.

[12] José G. Ricardo, La imprenta en Cuba, 1989: p. 65

[13] Ambrosio Fornet citado por José G. Ricardo en obra citada: 65

[14] José G. Ricardo, obra citada: 67

[15] Ídem: 77-78

[16] Ídem: 63

[17] Ídem

[18] Poetisa y dramaturga nacida en Cuba y con una reconocida carrera literaria en España y Europa

[19] Los diarios y revistas citados fueron tomados del libro La Imprenta en Cuba de José G. Ricardo.

[20] José G. Ricardo, obra citada: p. 89