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El surgimiento y desarrollo de la minería en Cuba durante la etapa Colonial


  1. Desarrollo
  2. La problemática minera en Cuba y las iniciativas del gobierno metropolitano
  3. Minerales de hierro
  4. Minerales de cobre
  5. Minerales de oro

Desarrollo

La geología demuestra que la industria es anterior a la existencia del hombre verdadero sobre la faz de la Tierra, mientras que el comercio no. La aparición de la actividad industrial más elemental, primitiva, implica sólo sentimiento, es decir, el mero sentido de conservar la vida. En cambio, el comercio más elemental implica pensamiento, y éste no existió en los tipos antepasados del hombre, que ya eran industriosos. Al estudiar los orígenes de la minería se echa de ver que la utilización de las sustancias minerales por el hombre es tan antigua como su existencia misma. La utilización de tales sustancias, que es lo que constituye la industria minera, comprende, no solamente la explotación de los minerales, es decir, su extracción o arranque de los lugares en que ellos se encuentran formando parte de la corteza terrestre, sino también su beneficio o mejoramiento de calidad, librándolos de impurezas, su transformación en productos y artículos u objetos diversos y la obtención y manufactura de los metales.

La minería o laboreo de minas, es la operación que consiste en obtener de las minas los minerales en estado natural. Incluye las labores de reconocimiento, exploración, análisis químico de muestras, instalaciones accesorias de toda índole, labores preparatorias, extracción, ventilación, seguridad, etc. Por mina se entiende todo depósito natural de sustancia mineral que constituye riqueza codiciable, ya se encuentre en la superficie o en el interior de la tierra.

Al llegar los descubridores españoles a esta isla, la minería que hacían sus habitantes era incipiente. Ellos explotaban el barro, que lo encontraban en lugares próximos a los que habitaban, para una cerámica rudimentaria y puramente hogareña, consistente en vasijas planas y burenes, o sea, discos con piedrecitas incrustadas para utilizarlos como ralladores o guayos; también hacían idolillos de barro. La caliza dura, madrepórica o estalactítica, que obtenían en las cuevas y lugares de la costa, la usaban para hacer los cemíes o ídolos mayores. Usaban la arenisca, proveniente también de lugares próximos a sus habitaciones, para hacer cemíes y dujos, aunque acerca de éstos se presume que fueron hechos más tarde por esclavos traídos de México, dándoles la misma aplicación que a sus metates (especie de mortero). La sílex, que encontraban en la parte central del norte de Oriente y sur-central de Las Villas, la empleaban sacándole lascas o astillas para hacer instrumentos cortantes. La piedra silícea, no explotada de canteras, sino recogida en forma de canto rodado en las márgenes y lechos de los ríos, o en otros depósitos aluviales, la utilizaban para fabricar una serie de pequeños implementos, tales como burenes, buriles, percutidores, morteros, candiles, sumergidores de redes, cuentas e idolillos. De diorita felsítica y de serpentina noble, hacían las hachas petaloides los que habitaban el centro de Las Villas, y aún parece que se han encontrado algunas fabricadas con jade o nefrita; también de limonita pétrea se han hallado hachas petaloides en Pinar del Río. Por último, señalaré que el único metal que se sabe explotaban los taínos es el oro, y no es seguro que lo explotaran de las rocas auríferas, sino solamente de los arrastres de los ríos, aun cuando se cree que en la región central de Las Villas, que se llamaba Cubanacán, tuvieron noticias los descubridores de que explotaban allí los indios el oro en la roca; con el oro hacían las guayzas o cuentas de piedra con incrustaciones de ese metal.

La minería del oro en Cuba, a pesar de su limitado impacto socioeconómico nacional, posee una rica tradición popular legada por su propia historia, que va desde los tiempos de la conquista hasta la actualidad. Numerosos trabajos reseñan los datos históricos de esta actividad en la isla, resaltando los periodos colonial y neocolonial.La minería del oro en Cuba estuvo estrechamente ligada a la conquista de España y fue practicada en sus inicios por los aborígenes de la isla. La misma se caracterizó por ser recolectora, razón por la cual Calvache–Dorado (1944) la denominó "Minería Taína"; posteriormente, debido a los descubrimientos arqueológicos, se le denominó "Minería Indígena.

La isla de Cuba, a pesar de ser un país relativamente pequeño, tiene una larga trayectoria minera dado sus recursos metalogenéticos. Sin embargo, la extracción de oro, desde sus inicios, nunca ha tenido un impacto económico digno de considerar (Rodríguez–Vega y Díaz–Martínez, 2001). A la llegada de los conquistadores españoles, la isla de Cuba contaba con una población de 112,000 habitantes (Torres–Cuevas y Loyola–Vega, 2001), los cuales practicaban la llamada minería recolectora ("Minería Indígena"). En esta etapa las pepitas de oro se obtenían directamente de los aluviones de los ríos (ej. Gibara, Jobabo, Guáimaro, Agabama, Arimao y Guaracabuya), con el objetivo de elaborar las guayzas que mostraban durante sus rituales.

En el diario de Colón aparecen 65 páginas dedicadas al oro, entre el 12 de octubre de 1492, en que desembarcó en la primera isla y el 17 de enero de 1493, en que regresó definitivamente a la península. De ahí la interrogante formulada por Pierre Villar: ¿Colón buscaba oro?. Aunque los aborígenes cubanos reconocían los ríos como los sitios idóneos para su recolección, no es hasta la llegada de los conquistadores que en Cuba existió una verdadera actividad minera.

La conquista de los españoles trajo consigo la afanosa búsqueda del oro en Cuba, actividad esta que se caracterizó por una ambición desenfrenada, utilizando mano de obra indígena, lo que provocó la eliminación de la escasa población indígena existente, que nada recibía a cambio de su.

La etapa inicial de la colonización se caracterizó por la extracción de oro aluvionar, aunque se cree que en la región central de Las Villas, llamada en lengua Taína Cubanacán, los indios lo extraían de las rocas.

Diego Colón, virrey de La Española, indagó acerca del potencial aurífero de la isla y envió a Diego Velázquez de Coellar en una expedición que desembarcó en 1510 en el extremo oriental de Cuba. Estando en Cuba ordenó a Pánfilo de Narváez realizar una exploración por toda la isla, encontrando oro en Bayamo, Jobabo, Guáimaro, Arimao, Agabama y Jaruco.

El inicio de la metalurgia del oro se remonta a finales de 1512 en Bayamo (en la actual provincia Granma) con la construcción de la primera fundición de oro en Cuba, la cual fue trasladada en abril de 1515 a la ciudad de Santiago de Cuba.

En los cuatro años siguientes a la conquista (1512–1515) se remitieron a la corona española remesas valoradas en 12,437 pesos en pago al impuesto denominado el quinto de la corona. Entre 1515 y 1538 estas remesas representaron una producción equivalente a 2,000,000 de pesos, aunque estimaciones de la época indican un valor de casi 3,000,000 de pesos.

En 1542 culminó la explotación del oro en Cuba e inició la minería del cobre, que tuvo por sede a Santiago del Prado, actual localidad de El Cobre.

Parece un hecho comprobado y generalmente admitido que, al iniciarse la segunda mitad del siglo XIX, la industria extractiva de la isla de Cuba ve roto el ritmo de crecimiento productivo al que habían contribuido en gran medida factores como la liberación por la Corona de cargas fiscales y de excesivas regulaciones (iniciando desde 1830 una política más transigente hacia los intereses de los empresarios), así como las notables inversiones extranjeras (capital británico y norteamericano) que favorecieron una importante modernización de la tecnología empleada.

Los acontecimientos políticos, en concreto el inicio por Carlos Manuel de Céspedes de la guerra de liberación colonial en 1868, son el detonante de una nueva situación de crisis, pues determinan la paralización de las labores extractivas con la incorporación masiva de operarios a las filas de la revolución.

Junto a ello, los daños causados por las operaciones bélicas vienen a ahondar la ya antigua problemática de las minas cubanas, cuya explotación fue en épocas anteriores anárquica y especulativa, en muchos casos, y dificultosa casi siempre por inundaciones y hundimiento de galerías, con la consiguiente pérdida de las vetas. Es sabido que los empresarios particulares se veían, por todo ello, imposibilitados en su deseo de llevar adelante el laboreo de las minas, debiendo abandonarlas después de denunciarlas, lo que favoreció la proliferación de grandes compañías extranjeras, que acapararon los beneficios de la minería, siendo las únicas con capacidad financiera para asumir los riesgos de la explotación.

Ese efecto negativo de la Guerra de los Diez Años en la economía colonial y, muy directamente, en la minería, se hace aún más evidente si se tiene en cuenta que el escenario clave de las operaciones militares fue, precisamente, la zona minera por excelencia, es decir, el centro y oriente de la isla, fundamentalmente Puerto Príncipe (actual Camagüey) y la jurisdicción de Santiago de Cuba, donde se ubicaban los principales yacimientos y cuya bahía era el puerto de salida de los minerales. Sólo un mes después de haberse producido el "Grito de Yara", se había bloqueado Puerto Príncipe, cortado el ferrocarril de Nuevitas, cercado Santiago de Cuba y destruido el Ferrocarril del Cobre, además de producir innumerables daños y quemas en pequeños poblados.

Las grandes compañías explotadoras del mineral de cobre, la Consolidaday San José de Santiago de Cuba, se hundieron con la contienda: "destruido su ferrocarril al puerto, incendiadas sus casas, oxidadas y mutiladas sus numerosas y magníficas máquinas de vapor, de extracción y desagüe, y las de preparación mecánica de las menas…".

La destrucción de pueblos y caseríos, la devastación de las haciendas, el arrasamiento de ingenios y campos y la dispersión de las poblaciones, fueron efectos inherentes a las acciones militares. Junto a ello, la destrucción de zonas de cultivo, con la consiguiente alza de precios, especulación y huida masiva de población, provocaron una crisis general frente a la que las medidas rehabilitadoras del gobierno poco pudieron lograr.

La Guerra de los Diez Años significó, pues, una conmoción sin precedentes en la economía isleña. En el ámbito concreto de la minería, tras la suspensión total de las labores extractivas durante la contienda, se inicia unperíodo de resurgimiento de la industria minera de Cuba después de 1878.

En ese proceso, el fenómeno ya detectado en la primera mitad del XIX del intervencionismo financiero, primero británico y posteriormente estadounidense, se acentúa poderosamente.

Le Riverend juzga determinante en el mismo el desarrollo de la industria metalúrgica pesada en Estados Unidos, precisamente coincidiendo con el período de inactividad productiva en Cuba. La fuerte demanda de materias primas y recursos mineros para alimentar dicha industria, despertarían nuevamente los intereses industriales, orientándose hacia las reservas de Cuba, sobre las que los geólogos norteamericanos ya habían realizado estudios.

Se manifiesta, una vez más, la situación de dependencia económica ejercida por las potencias anglosajonas, tan característica del siglo XIX americano: el llamado "imperialismo contractual", "la fabulosa expansión de los Estados Unidos de América y su constante presión sobre las últimas colonias españolas en el Caribe, según el concepto del mundo como mercado, donde todo tiene un precio y se puede comprar todo, desde un país a una conciencia".

Lo cierto es que la entrada de capital extranjero constituyó el medio más rápido y seguro para insuflar a la maltrecha economía cubana recursos financieros para su reconstrucción. El capital foráneo proveniente de Estados Unidos permitiría, a través de poderosas compañías, poner en explotación a gran escala los recursos minerales cubanos, que sostendrían en gran medida la naciente industria de aquel país. Y aunque el cobre había sido el eje fundamental de la industria extractiva de la isla, otros metales como el hierro, y minerales como el manganeso, el guano o el asfalto, habrán de considerarse en el período postbélico.

La presencia de compañías norteamericanas en la explotación de los mismos, se deja sentir con renovada fuerza en contraste con la primera mitad del siglo XIX, en que las inversiones eran fundamentalmente británicas y de tipo indirecto, a través de créditos y empréstitos aplicados por apoderados en empresas aparentemente cubanas o casas de comercio norteamericanas establecidas en Cuba. "Pero es que entre 1878-1902, las inversiones directas habrían de adquirir un nuevo carácter y se transformarían en el principal, si no único, instrumento financiero del país".

Mientras, los británicos reorientaban su viejo interés sobre el área antillana y sus tradicionales inversiones hacia otros ámbitos coloniales de África y Asia, dejando a los estadounidenses en una posición de absoluta exclusividad, haciendo éstos de Cuba un auténtico "mercado reservado de producción y consumo", tan característico de las experiencias colonialistas europeas de fines del XIX.

Proliferaron así grandes compañías de explotación minera con capital norteamericano, como la Juraguá Iron Company de Filadelfia, creada en 1883 y adquirida una año después por la Bethlehem and Pennsylvania Steel Company,dedicada a la extracción de hierro, al igual que la SpanishAmerican Iron Companyy la Sigua Iron Company,ambas erigidas en 1892.

Dos años más tarde, la Ponupo Manganesse Companyactivaba notablemente los yacimientos de manganeso en la provincia de Oriente.

Aunque el desarrollo de sus actividades no estuvo exento de avatares, fruto a menudo de las agitaciones políticas, lo cierto es que se alcanzaron niveles destacados de producción, asociados lógicamente a la disponibilidad de capital y a la adopción de un método de explotación sistemático.

Debe recordarse que gracias a los capitales británicos llegados a la isla en la primera mitad del siglo, se alcanzaron niveles de desarrollo tecnológico en la minería del cobre muy satisfactorios, con la aplicación del vapor a las tareas de extracción y desagüe de galerías, así como con la contratación de técnicos británicos, manifestaciones de progreso que se vieron interrumpidas con el estallido de la guerra.

En 1884, apenas un año después de su creación, la Juraguá Iron Company exportaba 21.000 toneladas de hierro a Estados Unidos, cifra superada en 1895 por las labores de la Spanish-American Company en los yacimientos de Daiquirí a 74.000 toneladas.

Frente a este panorama, la producción de cobre disminuyó extraordinariamente tras la Guerra de los Diez Años, durante la cual se destruyeron las instalaciones de las minas, confiscando el gobierno la propiedad de las mismas. En cuanto a la extracción aurífera, paralizada asimismo durante la década de contienda, se restableció a partir de 1880, con un sistema de explotación regular y una planta de beneficio en las minas de Holguín, valorándose su producción hasta 1898 en un millón de pesos.

No era, pues, la industria extractiva de Cuba, un ramo de la economía ignorado o prescindible. La vieja metrópoli, conmocionada tanto o más que la propia Cuba por los acontecimientos políticos de aquellas décadas, perdida ya la esperanza de los años 40 de crear una industria minera auténticamente nacional, renovará sus permanentes esfuerzos por ordenar una legislación a veces confusa o contradictoria, y una fiscalidad siempre deficitaria, sin abandonar nunca el interés por descubrir y explotar nuevos yacimientos minerales, ni las medidas proteccionistas sobre el ramo.

Estos aspectos se abordarán a continuación.

La problemática minera en Cuba y las iniciativas del gobierno metropolitano

En primer lugar, consta el deseo de poner fin a las contradicciones derivadas de la normativa del ramo, que ya en la primera mitad del siglo habían generado conflictos jurisdiccionales entre autoridades y favorecido abusos por parte de los empresarios mineros. La confusión provenía de estar vigentes de forma simultánea las Ordenanzas de Minería de Nueva España de 1783 y el Real Decreto e Instrucción provisional de 8 de diciembre de 1825, haciéndose en cada caso, "una difusa mezcla de ambas disposiciones".

Para poner fin a dicha situación, y considerando "la urgencia que el fomento de la industria minera exige, hoy sensiblemente entorpecido por la deficiencia de la legislación del ramo en aquella Antilla…", el ministro de Ultramar, Gaspar Núñez de Arce, propone en 1883 se declaren vigentes en Cuba la Ley de Minas dictada para la Península el 6 de julio de 1859 y las bases generales para una nueva legislación de minas, aprobadas por Real Decreto de 29 de diciembre de 1868.

Ambas disposiciones tendrían carácter de interinidad hasta la aprobación de una Ley de Minas especial para las provincias de Ultramar que, sin embargo, nunca llegó a emitirse. Con verdadera desesperación la reclamaron incansablemente los sucesivos inspectores de minas de Cuba, tanto Salterain como su sucesor Cantalapiedra.

Este último denunciaba en su Estadística Minera de 1894 (!) las contradicciones, el excesivo carácter teórico, lo ficticio y alejado de la realidad de las disposiciones vigentes en Cuba, siendo origen estas circunstancias de innumerables pleitos, "carcoma de esta industria", y puerta abierta a todo tipo de abusos, especulación y codicia.

Un segundo aspecto, y quizá el más importante, porque permitirá valorar en su justa medida el potencial minero de la isla, es el interés permanente del gobierno central por conocer el estado de las explotaciones con vistas a su fomento directo. Esta innegable preocupación está en la base de los nutridos y detallados informes que la Inspección de Minas de Cuba remitió periódicamente al Ministerio de Ultramar, bien que nunca con la exhaustividad que hubiera sido deseable, dada la negligencia de los gobernadores provinciales en la remisión de los estados trimestrales de la producción local, obligación incumplida sistemáticamente.

La reorganización completa de la plantilla de tan notable institución no tendría lugar, sin embargo, hasta 1893, en que se nombró para la demarcación minera de La Habana a don Pedro Salterain y Legarra, ingeniero jefe de 2.ª clase, como jefe de la sección central y occidental de minas, con 3.500 pesos de sueldo, auxiliado por un facultativo de 2.ª clase (1.500 pesos), un escribiente (425 pesos) y un ordenanza (250 pesos). A la demarcación de Santiago de Cuba fueron destinados don Juan Aguilera Kindelán, como jefe de la región oriental (con 2.500 pesos), y don Vicente Kindelán y de la Torre, adjunto a la misma como 2.º jefe del Negociado (con 2.000 pesos), así como un escribiente (300 pesos) y un ordenanza (200 pesos).

A pesar de lo tardío de una medida largamente reclamada por los inspectores de minas, lo cierto es que éstos cumplieron fielmente la labor informativa sobre el ramo que tenían encomendada.

Por Real Orden de 7 de octubre de 1879, se solicita a don Manuel Fernández de Castro, como inspector general de minas en Cuba, la realización de una memoria geológico-minera de la isla, destacándole por especial comisión para ello. Su traslado poco después a la Junta Superior Facultativa de Minas y, posteriormente, a la Dirección de la Comisión del Mapa Geológico de España y como vocal de la Junta Superior de Minería, dejarían esas tareas en manos de otro ingeniero, el mencionado don Pedro Salterain. Este ejercería como jefe de la sección central y occidental de minas en el gobierno general de la isla de Cuba.21

De los oficios de ambos al Ministerio se desprende que el gobierno metropolitano quería que se escribiera la historia de la minería de la isla desde su descubrimiento hasta la época actual, tarea que queda pendiente para los historiadores de hoy. Salterain cumplió con exactitud lo que la Real Orden le solicitaba, lo que permite conocer el grado de recuperación de la minería cubana tras la Guerra de los Diez Años, particularmente en las regiones de Santiago de Cuba y Santa Clara. La pacificación del territorio volvió a crear las ventajosas condiciones que el ramo necesitaba para su reconstrucción y desarrollo, siendo numerosos los registros incoados para la extracción de hierro, cobre, oro, manganeso, minerales bituminosos y guano, a cuya explotación se hará referencia en los siguientes apartados.

Minerales de hierro

Constituyen la más importante fuente de riqueza de la industria extractiva cubana durante la segunda mitad del siglo XIX, privando a la extracción cuprífera del papel protagonista que había acaparado hasta entonces. Se trata de un mineral muy puro y de excelente calidad, extendiéndose sus vetas, de gran potencia y en dirección oeste-este, desde la zona oriental de Santiago de Cuba, hasta aproximadamente 5 ó 6 kilómetros de la costa sur. Los registros de estos criaderos fueron iniciados por el inspector de minas don José Ruiz León, con las minas tituladas "Lola", "Victoria" y "Rosa", constituidas las tres por potentes masas a la vista de hierro oligisto y magnético de gran pureza, "cuyas muestras fueron analizadas en Nueva York y en esta Ynspección…que hoy parece tocan a su término las negociaciones para la organización de una sociedad de considerable capital que ha de emprender los trabajos a grande escala,… proyectándose… el trazado de un ferrocarril desde la mina "Lola" pasando por las otras dos, a la bahía de Santiago de Cuba".

Se mencionó en el apartado anterior la injerencia en exclusiva del capital norteamericano a través de la creación de compañías para la explotación minera de Cuba durante las décadas finales del siglo XIX. La Sigua Iron Companyde Filadelfia adquirió un amplio grupo de minas de hierro invirtiendo un capital de 500.000 dólares sólo en la construcción de un puente y un puerto artificial, así como un ferrocarril desde allí a las minas.

El precio pagado por éstas fue de 150.000 dólares efectivo, con un derecho de 30 centavos plata por tonelada en las primeras 60.000 de mena o mineral extraído; 25 centavos plata por tonelada en las siguientes 40.000 y 20 centavos plata por tonelada en todo lo extraído por encima de 100.000 toneladas durante el primer año de trabajo. Conviene recordar que dichas compañías extranjeras solían arrendar las minas a los concesionarios cubanos que las habían denunciado, obteniendo después las demarcaciones del gobierno general de la isla.

Estos datos ilustran tanto la positiva visión del ingeniero de minas en sus informes a la Corona sobre la evolución de la actividad extractiva, como el abandono total del capital británico respecto de su interés por la inversión minera en Cuba. Esta dejación fue dolorosamente denunciada en un informe remitido por el cónsul general inglés en La Habana, A. de C. Crowe, a su gobierno. En sus páginas, fechadas en 1890, Crowe desgrana la fabulosa progresión seguida tras la guerra por la industria del hierro en la isla: el ansia descubridora de yacimientos y la proliferación de denuncias, la existencia en el mercado de varios grupos de minas de brillante promesa y fácil acceso, y la notable pureza del mineral (67% de hierro puro en algunos casos), así como su creciente nivel de producción, datos refrendados por los dictámenes de los expertos, tanto en la propia Cuba como en los Estados Unidos.

Junto a ello, las exenciones de que disfrutaban dichas explotaciones y otras ventajas, como la facilidad de obtener mano de obra (punto discutible, a juzgar por la visión inversa que sobre este aspecto dan los inspectores de minas) y la creciente demanda de hierro, llevan al cónsul británico a proponer ante el Parlamento tanto el transporte del metal puro a Inglaterra, como la instalación de fundiciones in situ. En suma, pretende la implicación de los inversores británicos en una industria que ofrece todas las ventajas —confirmadas asimismo por los informes consulares alemanes—, pues, insiste, "sería un asunto que remordería a los británicos si por descuido perdieran buenas oportunidades más cerca de casa (tan acostumbrados como están a viajar lejos para hacer dudosas inversiones)".

No es extraño que los cónsules extranjeros en Cuba informasen positivamente del desarrollo de la industria minera del hierro. Desde 1884 a 1893, las estadísticas evidencian una producción creciente e ininterrumpida. Y no debe ignorarse que la extracción de hierro en esos años fue considerablemente superior a la de otros minerales como los bituminosos o el cobre.

Los años 90 dieron, como es apreciable, cifras de producción más fluctuantes, afectado el mercado norteamericano por la crisis financiera que obligaría a algunas empresas a presentarse en liquidación, con lo que la explotación de los ricos criaderos de hierro de Santiago de Cuba decayeron en gran medida desde el 2.º semestre de 1893, hasta cuya época iba creciendo.

Otro elemento indicador del alto desarrollo de la industria siderúrgica en la isla es el número de operarios empleado para las labores. La Juraguá Iron Company Limited, la más importante compañía norteamericana dedicada desde 1883 en exclusiva a la explotación del hierro, llegó a emplear 1850 obreros en 1892. El progreso tecnológico y las elevadas inversiones de capital no fueron acompañadas, sin embargo, de ninguna medida sanitaria o protectiva de los empleados, aspecto que ignoró por completo la legislación española sobre el ramo. La Inspección de Minas llamó la atención sobre el hecho de que los índices de accidentalidad y mortalidad en las explotaciones de hierro de Cuba, con frecuentes labores en superficie, eran con mucho superiores a los registrados en las minas de carbón de Francia, cuyas explotaciones resultaban mucho más peligrosas, tanto por su extensión como por las propias características del laboreo, en complejas galerías a mucha profundidad y con constante amenaza de explosiones y desprendimiento de gases tóxicos.

Las principales causas de las desgracias ocurridas en las minas eran, en primer lugar, las explosiones de barreno y, en segundo término, los desprendimientos de rocas y rotura de máquinas, aparatos, cables, etc. Las cifras más elevadas correspondieron siempre a la industria siderúrgica, la que más desarrollo alcanzó en la isla en la segunda mitad del siglo y mayor número de empleados tuvo trabajando en ella. Salterain las calificó en sus informes de "desconsoladoras", pues el número de accidentes y víctimas no hizo sino aumentar a lo largo del período estudiado. Sólo en 1889, de los 1.191 hombres que laboraban las minas de hierro fallecieron 6, sumándose además 197 heridos y 85 contusos, un total, pues, de 288 accidentados.

Estos elevados niveles de accidentalidad se debieron, en gran parte, a la falta de cualificación de los operarios empleados para las tareas de mina. La dificultad para encontrar mano de obra llevó a contratar a gentes sin experiencia, como lo demuestra el hecho de que existieran dos tipos de salario: la Spanish-American Iron Company pagaba 1 peso diario a todos los que no tenían oficio ni arte alguno, y 2 pesos y más a los que lo tenían.

La industria minera luchaba con la falta de brazos y, aunque se procuraba fomentar la emigración desde la Península pagando el pasaje a los obreros, no se lograba obtener el número necesario para la actividad desplegada en las minas en la época, lo que permite deducir que los empleados podían estar sobresaturados en las tareas a realizar, lo que también pudo influir en los índices de accidentalidad.

Minerales de cobre

Las regiones de Santiago de Cuba y Santa Clara eran, asimismo, los puntos clave de ubicación de los principales yacimientos cupríferos. Es digno de mención el hecho de que las famosas compañías que los explotaron hasta los años 68-70, la Consolidaday la San José,de capital cubano y británico, nunca pudieron recuperarse de los daños causados por la guerra ni reanudar sus trabajos, por lo que las minas tradicionales quedaron abandonadas con posterioridad a esas fechas, y bautizadas significativamente con el nombre de "Ruinas Grandes", pues a sus restos acudían algunos operarios a extraer y beneficiar los residuos que quedaron en superficie. Del antiguo esplendor de aquellos yacimientos, ahora arruinados, da buena muestra lo obtenido en 1887 por la Empresa del Ferrocarril del Cobre sólo con el aprovechamiento de las aguas de lluvia, sin máquina alguna y empleando sólo 8 ó 10 trabajadores, que ascendió a 52 toneladas de cobre cementado con una riqueza del 60%.

Tras una década de interrupción total de los trabajos de extracción, se detectan en torno a 1880 nuevos registros de minas de cobre en la provincia de Santiago de Cuba, aunque es la de Santa Clara la que parece acaparar el mayor interés. Existen minas de importancia, como la de "San José" de Malezas en la provincia de Santa Clara, cuyos trabajos eran en su mayor parte superficiales, y se detectan registros en las minas "San Fernando" y "Santa Rosa", término municipal de Manicaragua, así como otras cuatro en Cumanayagua. Sólo la mina de "San Fernando" exportó al puerto británico de Swansea en 1779 3.253 toneladas inglesas de mineral, por las que se pagaron 54.446 libras 8 chelines, a razón de 7,16 din. la tonelada. Las empresas de fundición de la localidad abonaron a los concesionarios de la "San Fernando" por sus minerales a razón de 16 chelines 82/5 din.por cada unidad de cobre contenida en 100 partes de mineral".

No obstante, la destacada importancia de Gran Bretaña como principal receptor de los productos minerales de Cuba prácticamente hasta los años 60, quedó definitivamente rota en los años 80 y 90, convirtiéndose los Estados Unidos en su mercado natural, como se verá más adelante.

En resumen, la minería extractiva del cobre pugna, en la década del 80, por salir a flote tras la desolación provocada por la guerra, y cuenta para ello con el interés de algunos concesionarios particulares, que emprenderán prospecciones a la búsqueda de nuevas vetas, pero nunca recuperaría el esplendor de que disfrutó en la primera mitad del siglo, sumiéndose, de hecho, en una progresiva decadencia hasta el fin del período colonial.

Minerales de oro

La zona aurífera se encontraba situada en la provincia de Santa Clara, en el término municipal de Guaracabuyá. La situación al término de la Guerra de los Diez Años es análoga a la mencionada para otras explotaciones minerales (paralización de labores, nuevos registros en los años 80, escaso número de concesiones en explotación, etc.), aunque es sabido que la extracción de oro siempre ocupó en Cuba un lugar secundario. Y es así hasta el punto de que las estadísticas de producción minera no recogen siquiera las cifras correspondientes al oro.

El foco de atención se dirige en 1882 hacia los criaderos de oro del distrito de Holguín, en la provincia de Santiago de Cuba, los cuales, tras los ensayos realizados en 1855 por el ingeniero don Diego López de Quintana, parecían ofrecer grandes posibilidades. Sin embargo, las minas nunca fueron objeto de trabajos sistemáticos de exploración de las vetas, y las concesiones realizadas, tanto a sociedades como a particulares, fueron constantemente abandonadas, hasta el punto de que en 1882 sólo se encuentra en explotación la mina denominada "La Central", perteneciente a don Vicente Guillén. Dicha mina, aunque cuenta con pozos, entibado, oficinas de beneficio e instrumentos para pulverización en molino, amalgama con mercurio y destilación, son éstos "aparatos bastante imperfectos, costando cara la mano de obra y obrando lentamente, siendo por lo tanto inadmisible para la explotación en grande escala".

Estos hechos vienen a poner de manifiesto "El poco espíritu industrial del país, debido… a la riqueza agrícola que ha absorbido todos los capitales, desatendiendo la minera que exige conocimientos especiales, operarios expertos en esta clase de trabajos y que se halla expuesta a mayores eventualidades en su producción"

La isla de Cuba constituyó un ámbito territorial de gran riqueza geológica, tanto por la variedad de sus minerales como por la pureza y alta ley de los mismos, conocidas mediante informes de la Inspección de Minas y por procedimientos de ensayo realizados por expertos de la propia oficina y de las empresas norteamericanas que tenían intereses en la zona.

Su explotación en la segunda mitad del XIX fue prioritaria para el gobierno metropolitano, que dictó numerosas disposiciones para fomentar la industria extractiva, teñidas todas ellas de un proteccionismo a ultranza que, lejos de favorecer su desarrollo, abrió pasó a la especulación y al fraude. Las franquicias otorgadas en la dotación de insumos se combinaron con el abandono en las leyes mineras de las más elementales exigencias para los denunciantes y concesionarios de yacimientos, que no dudaron en acaparar terrenos para arrendarlos ulteriormente a las compañías extranjeras.

Un aspecto del máximo interés para la comprensión de la evolución seguida por la minería cubana, es el de las exenciones otorgadas por el gobierno peninsular. No son una novedad de la segunda mitad del siglo XIX; existieron desde los mismos inicios de la actividad extractiva, concebidas como gracia temporal y extraordinaria y concedidas a determinados empresarios para favorecer las explotaciones. Consistían en la exención de derechos como la alcabala en la compra de esclavos como mano de obra para las minas, así como para la adquisición de combustible, herramientas, maquinaria, vigas de madera o cualquier otro de los insumos exigidos para el laboreo.

 

 

Autor:

Alejandro Pérez Rodríguez