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Guerras púnicas (página 2)

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7. El Paso De Los Alpes

Las dificultades comenzaron desde los primeros contrafuertes. Los galos, aún no convencidos de que la expedición no fuera contra ellos, se emboscaban en las rocas y lugares más angostos de la ruta para atacar a la caballería y al bagaje del ejército. "Aníbal -dice Polibio- tuvo muchas pérdidas, sobre todo caballos y otros animales, pues siendo el roquedal no sólo estrecho, sino pedregoso y quebrado, al menor sobresalto muchos animales se despeñaban con su carga al abismo que se abría a ambos lados del sendero." Aníbal comprendió que se arriesgaba al perder toda la impedimenta y quizás el mismo ejército; había que decidirse, pues sin pérdida de tiempo. Al frente de un destacamento rápido, se lanzó una operación de limpieza en el lugar amenazado y sorprendió a los enemigos, matando a unos y dejando huir a los otros. Esta victoria despertó tal temor en los galos, que ya no molestaron más a la expedición; los cartagineses avanzaron sin contratiempos y alcanzaron las cimas más altas de los Alpes. Los montañeses temblaban de espanto ante los enormes elefantes que subían a las cumbres.

Aníbal logró su objetivo tras nueve días de escalada. Asentó dos días sus reales en la cima del collado para que hombres y animales pudiesen reparar fuerzas y esperar a los rezagados. Pero la nieve hizo su aparición. Los soldados acostumbrados al cielo mediterráneo, se desalentaron ante la idea de los sufrimientos que aún les esperaban en esto parajes solitarios y helados. Por fin, alcanzaron un punto culminante, desde el cual pudieron contemplar la llanura del Po. Allí Aníbal detuvo sus tropas y pintó los placeres que loa aguardaban en este rico país que se extendía al pie de la cordillera.

El ejército comenzó el descenso con nuevo brío, pero sufrió tantas pérdidas como en la subida. "Pues -dice Polibio- el camino era estrecho y en pendiente, y el soldado no sabía dónde pisar, por la mucha nieve que cubría el suelo; quien se apartaba algo del camino, caía en el precipicio. Sin embargo, los soldados acostumbrados a ello desde tanto tiempo, resistieron con tesón estos trabajos. Mas cuando llegaron a cierto lugar, tan angosto que ni caballos ni elefantes podían pasar, el ejército volvió otra vez a desanimarse." En efecto, un enorme alud obstruía más de la mitad del camino. Se hicieron varios intentos para pasar por otro lugar más elevado, rodeando así el peligroso paso, pero todo fue en vano.

Los cartagineses no podían elegir: tenían que cruzar aquella masa de nieve. En un día abrieron una senda, por lo que pudieron seguir los caballos y animales de carga. Luego, con ayuda de los elefantes, ensancharon el boquete, que los colosales y hambrientos brutos demoraron tres días en pasar. Otros tres días y el ejercito entero se encontraría en la llanura. El viaje desde Cartagena había durado cinco meses, habiéndose empleado la última quincena de ellos en la travesía de los Alpes. El audaz generalísimo veía al fin realizados sus planes: podría atacar a los romanos en el mismo suelo de Italia. Su voluntad de hierro le había permitido franquear los Alpes y ganarse un nombre en la historia. Pero la hazaña costó sacrificios espantosos. Aníbal perdió quizás la mitad de sus efectivos desde el paso del Ródano hasta su llegada a Italia. El frío de la elevada cordillera fue lo que arrebató mayor número de vidas humanas. Le quedaban a Aníbal unos veinte mil infantes y seis mil jinetes cuando entró en territorio romano. Una vez allí, contaba con pueblos amigos para completar sus filas.

8. La Batalla De Trebia

El temor se adueñó del Senado que ordenó al ejército que preparaba en Sicilia el asalto a Cartago volver a Italia inmediatamente. Escipión había llegado al valle y se había hecho cargo del mando de las legiones allí estacionadas y que esperaban partir hacia Hispania mientras el otro cónsul, Sempronio, se dirigía desde Sicilia al norte a marchas forzadas. En una escaramuza Escipión resultó herido, pero consiguió liberar a su caballería de una hábil trampa y se retiró, cruzó el Po y se atrincheró en las orillas del Trebia en espera de la llegada de Sempronio. Aníbal conocía a los dos cónsules. Escipión era un jefe reflexivo, impecable en su manera de llevar una campaña. Sempronio era un jefe demasiado impulsivo, y como sabía que los dos cónsules se turnaban cada día para ejercer el mando esperó a que el mando diario correspondiera a Sempronio para montar su trampa. En las escaramuzas de los días previos, Aníbal había hecho siempre retroceder a los suyos, lo que creó en los romanos una falsa sensación de superioridad. Una noche, Mago, el hermano de Aníbal, dejó el campamento púnico con 2.000 hombres para ocultarse en los ribazos de los arroyos cercanos. Al amanecer, Aníbal envió a su caballería númida a hostigar el campamento romano mientras sus hombres desayunaban y se preparaban cuidadosamente. Sempronio, que ese día ejercía el mando del ejército consular romano, envió la caballería romana contra los númidas, y al ver que éstos retrocedían pensó que había llegado el momento de acabar con Aníbal y envió a todo el ejército romano contra el campamento púnico. Los romanos no habían tenido tiempo de desayunar y tuvieron que formar sus líneas a toda prisa para cruzar un río medio helado con el agua a la cintura, tropezando y cayendo continuamente en las depresiones y llegando a la orilla empapados y medio helados. Entonces atacó Aníbal con la infantería en el centro y la caballería en las alas. Los jinetes númidas derrotaron a los jinetes romanos y cargaron contra los flancos de las legiones que se defendieron rabiosamente hasta que Mago sacó a sus 2.000 hombres de la emboscada y cayó por detrás de ellos. Los legionarios que consiguieron forzar las líneas púnicas tuvieron que volver a cruzar el Trebia. La mayoría de ellos, debilitados por el frío, el hambre y las heridas se ahogó en sus heladas aguas. Más de 20.000 romanos murieron en Trebia.

Escipión consiguió mantener la cabeza fría y llegar hasta su campamento con un grupo de supervivientes para retirarse después a Piacenza. Aníbal no pudo explotar su éxito porque una repentina tormenta de nieve ocultó a los supervivientes romanos. Tras la batalla, todas las tribus galas se unieron a Aníbal que se atrincheró para pasar el invierno. Un invierno que acabó con todos los elefantes supervivientes de los Alpes menos uno y con muchos de sus caballos. En Roma, durante el invierno paralizador de toda campaña, se alistaron 11 nuevas legiones con 100.000 hombres bajo el mando de los nuevos cónsules Flaminio y Gémino. Aníbal estudió a los dos jefes y decidió que el más fácil de engañar sería el impulsivo Flaminio, el hombre que había exterminado seis años antes a los ínsubros. La marcha de los púnicos a través de los pantanos para evitar ser detectados se convirtió en un infierno. La mayoría de los animales de carga murieron y Aníbal perdió un ojo.

La batalla de Trebia había demostrado, sin embargo, la superioridad del legionario sobre el infante cartaginés. La fuerza de los romanos se basaba en su infantería y en su población en constante aumento, que les permitía reclutar de continuo tropas frescas. Contando los contingentes aliados, podía disponer de cien mil combatientes. La situación, en cambio, era distinta para Aníbal: sus efectivos ordinarios disminuían de mes a mes y cada vez le era más difícil cubrir bajas. Sus refuerzos tenían que venir de Cartago o de España; además era imposible inculcar, en corto plazo, disciplina a las hordas célticas. Los galos eran excelentes en el ataque, pero, carentes de tenacidad, eran incapaces de resistir mucho tiempo; y no servían para las maniobras tácticas ni soportaban largas caminatas. Lo único con que Aníbal podía contar era con su excelente caballería y, desde luego, con su genio estratégico. Se veía en la necesidad de dar a la lucha un carácter dinámico y perseguir sin tregua al enemigo, pues los cartagineses, siendo menos, estaban perdidos si mantenían una guerra de posiciones.

Aníbal creyó que podría forzar la solución si lograba separar a Roma de sus aliados, e hizo lo posible para atraérselos: encadenó a los prisioneros romanos y dio libertad a los prisioneros aliados de Roma sin exigir rescate. Los libertados se encargarían de divulgar en sus países que Aníbal no luchaba contra Italia, sino contra Roma, que combatía por la libertad de todos los pueblos itálicos y prometía a las ciudades oprimidas la recuperación de su status previo a la ocupación romana.

Pese a todas las desgracias, Aníbal alcanzó su objetivo. Roma estaba amenazada por un peligro mortal. Para enfrentar a uno de los mayores genios militares del mundo, designó, sin embargo, a un hombre sin reputación de general: el cónsul Flaminio. Político especialista en cuestiones sociales, cuando tribuno se había opuesto al Senado y a los terratenientes, promulgando una excelente ley agraria para el bien del Estado, que repartía entre los campesinos romanos el extenso y fértil territorio situado al sur del Rubicón, casi deshabitado hasta entonces. Posteriormente, como censor, se había ganado la fama imperecedera, estableciendo una impresionante red de calzadas, entre ellas, la Vía Flaminia, que enlazó económica y militarmente la Galia cisalpina de Roma.

9. La Batalla Del Lago Trasimeno

Flaminio, con dos legiones (25.000 hombres), se había atrincherado en Arezzo mientras Gémino, con otras dos legiones, lo había hecho en Rímini. Aníbal tenía que pasar por uno u otro sitio y entonces el cónsul esperaría a que llegase su colega para unir sus ejércitos y atacar juntos. Pero Aníbal conocía bien a Flaminio, el exterminador de los ínsubros que ya había probado las mieles del triunfo. Llegó frente a su campamento, pero Flaminio no salió, entonces Aníbal se dedicó a quemarlo todo a su alrededor, incendiando cosechas y pueblos hasta que a Flaminio se le acabó la paciencia y dejó su campamento para enfrentarse al púnico. Aníbal se retiró por la orilla del lago Trasimeno perseguido por Flaminio. Aníbal retrasó su marcha para que la llegada al lago coincidiera con el atardecer y montó su campamento. Flaminio hizo lo mismo cuando ya había anochecido y ambos enemigos se dispusieron a pasar la noche. Al amanecer del 21 de junio de 217 a.C., los jinetes romanos informaron a Flaminio de la marcha de Aníbal antes de las primeras luces. Encolerizado, Flaminio ordenó perseguirle y todo el ejército romano se lanzó a marchar por la orilla del lago de la que surgía una fuerte neblina que subía hacia las colinas que bordeaban el lago y que ocultaban a todo el ejército cartaginés que veía pasar a los romanos ante ellos. En un momento, Aníbal dio la orden de ataque y 50.000 galos, españoles y africanos cayeron gritando sobre los desprevenidos legionarios que no tuvieron tiempo de formar sus líneas y que murieron luchando allí donde estaban. Fue una carnicería. Los que intentaron salvarse a nado se hundieron en el lago bajo el peso de su armadura, Flaminio fue rodeado por los supervivientes de las tribus ínsubras a las que había exterminado cinco años antes y tras luchar épicamente hasta el final cayó muerto. Las pérdidas romanas ascendieron a 15.000 muertos y 10.000 prisioneros. Todo el ejército romano fue muerto o capturado. las pérdidas cartaginesas fueron de 2.500 muertos. El pretor de Roma convocó al pueblo en el Foro y dijo: "Hemos sido derrotados en una gran batalla". Pero no acabó ahí la cosa. La caballería de Gémino, que avanzaba para unirse a Flaminio y que ignoraba la batalla se metió directamente en otra trampa y resultó exterminada. 4.000 hombres más.

Aníbal invitó a los etruscos a unirse a él, pero este pueblo italiano, descendiente de las oleadas invasoras de Los Pueblos del Mar llegadas allí 1.000 años antes había sufrido demasiado la fiereza romana como para pensar siquiera en volver a empuñar las armas contra la odiada Loba. El pueblo etrusco había sido borrado ya de la Historia por la implacable fiereza de Roma. Una Roma que, una vez más, encontró al hombre capaz de afrontar el peligro y el Senado nombró dictador (magistratura que concedía máximos poderes militares a un hombre durante seis meses) a Quinto Fabio Máximo.

Fabio Cunctator Aníbal ya podía marchar sobre Roma cuando quisiera. Los romanos destruyeron los puentes sobre el Tíber y, no viendo otra solución, adoptaron una medida que permanecía arrumbada desde hacía treinta años: eligieron un dictador. La elección recayó sobre un tal Fabio Máximo, hombre de edad, famoso por sus ponderadas decisiones. Aunque era querido por todos, Fabio era un aristócrata y lo desmostraba: nunca se había avenido a preguntar cuál era la opinión del pueblo. Por su parte, Aníbal desplegó una estrategia muy cautelosa, hecho sorprendente en un militar tan inclinado a la ofensiva. A pesar de su gran victoria en el lago Trasimeno, no quiso atacar a Roma en el acto; antes confiaba en poder aislar al adversario de sus aliados. Destruyéndolo todo a su paso, atravesó la Umbría en dirección a la 1 Italia meridional, para demostrar a sus habitantes que Roma era incapaz de protegerlos. Con una mano los aporreaba, mientras tendía la otra ofreciéndoles su alianza. Aníbal combinada una agresividad irresistible con una típica astucia púnica; ello lo convirtió en uno de los más grandes capitanes de la historia. Pero nada pudo contra la solidaridad de las instituciones políticas romanas. Ningún aliado se asoció al invasor. Todos consideraban a Roma como su protectora natural contra los cartagineses y los galos. Como Pirro, Aníbal subestimó la cohesión del conglomerado romano y su capacidad de resistencia. En tiempos de Pirro todavía dolían las heridas causadas por la guerra contra Roma en regiones como el Samnio. Pero transcurridos sesenta años, otras generaciones regían la política en todas partes de Italia, y la gente joven, sobre todo sentía amenazado su porvenir si Roma caía.

El nuevo dictador contribuyó también a salvar a Roma con su inteligente y prudente manera de dirigir la guerra. Determinado a evitar toda batalla campal, al contrario de lo que hiciera su predecesor Flaminio forzando la solución a toda costa, Fabio Máximo se limitó a hostigar al enemigo con incesantes escaramuzas de menor cuantía, para agotarlo. Estas guerrillas permitieron a las tropas romanas recién reclutadas adquirir experiencia en tal género de lucha; además, cada nuevo éxito aumentaría en los bisoños la confianza y la eficacia. Fabio ocupó en la Campaña un paso obligado del ejército de Aníbal. Los cartagineses iban a encontrarse en una situación en que todo parecía predecir un buen desquite por la derrota del Trasimeno. Pero Aníbal consiguió salir del mal paso. Ordenó a sus soldados buscar leña y hacer gavillas; al llegar la noche, hizo atar los haces a los cuernos de unos dos mil bueyes formaban parte de su botín; éstos con los haces encendidos, fueron luego lanzados hacia una de las cuestas que delimitaban el desfiladero, al mismo tiempo que los soldados golpeaban constantemente su escudo. El ejército romano que custodiaba la salida del paso, al ver correr tantas antorchas a lo largo de la vertiente, creyó que los cartagineses se escapaban por el monte y se precipitó a su encuentro. Cuando se descubrió el engaño, Aníbal había pasado al puerto con su ejercito.

Si Fabio hubiera podido rematar su plan, los romanos le hubieran aclamado como salvador de la patria. Se empezó a murmurar que le anciano dictador había perdido el juicio, que era un obseso y hasta un "contemporizador" (Cunctador). Uno de los adversarios más acérrimos del dictador era su general de caballería, Minucio. Bastó que Minucio consiguiera una modesta victoria sobre los cartagineses (en realidad se trató de una escaramuza sin importancia) para que le invistieran de un poder igual al del dictador. Minucio se vanagloriaba de haber vendió a Aníbal, algo que no había conseguido el dictador de Roma, y se puso al frente de una parte del ejército, dejando la otra a Fabio. El ejercito romano se dividió, pues, en dos partes, al frente de las cuales había sendos generales que aplicaban principios estratégicos con frecuencia opuestos.

Naturalmete, falto tiempo a Minucio para hacer gala de su talento militar: su ejercito no fue aniquilado gracias a que Fabio llegó a tiempo para socorrerle. Entonces, el pueblo retiro el mote de Cunctator al dictador y le aclamo como "escudo de Roma". El poeta Ennio, que escribio poco después una historia de Roma, dice en verso: Unus homo nobis cunctando restituit rem (Sólo un hombre transigiendo, nos restituyó el Estado).

10. La Batalla De Cannas

Los romanos esperaron a Aníbal en la llanura de Cannas con el ejército más poderoso que jamás había visto Italia: dos ejércitos proconsulares, de dos legiones cada uno, se unieron a otras cuatro legiones en Apulia formando un enorme ejército de ocho legiones, con ocho unidades aliadas italianas, lo que hacía un total de 80.000 infantes frente a los que Aníbal opuso 40.000. Pero frente a los 6.400 jinetes romanos Aníbal enfrentó a sus 11.000. Y sería precisamente la caballería la que resolvería la batalla, ya que Aníbal, consciente de la abrumadora superioridad numérica romana, dispuso que el peso del combate recayera sobre la caballería. El terreno de batalla había sido cuidadosamente escogido por los romanos que no querían sorpresas. Por ello escogieron la llanura que va desde el río Aufidio hasta la ciudadela de Cannas, que estaba en ruinas y deshabitada. Así, protegidos sus flancos por el río y el monte, los romanos creyeron estar a salvo de las peligrosas maniobras envolventes del púnico.

En la mañana de 2 de agosto de 216 a.C. Los romanos formaron una gigantesca línea de batalla con sus ocho legiones. En lugar de formar las ocho romanas y las ocho aliadas para formar un frente gigantesco que no cabría en toda la región (¡imagina a 16 legiones en línea), prefirieron superponerlas para conseguir una línea de ocho legiones pero con una profundidad doble, de manera que pudieran combatir incluso un día entero si hacía falta. Las legiones estaban flanqueadas por la caballería romana a la izquierda y la aliada a la derecha. Aníbal formó su línea con la infantería gala y española en el centro alternando las unidades para formar una media luna dirigida hacia los romanos y con los falangistas africanos en dos columnas tras las puntas de la media luna. La caballería númida la dispuso en su flanco derecho y la gala y española en el izquierdo bajo el mando de Asdrúbal.

El encuentro comenzó con el ataque de las tropas ligeras situadas por delante de ambas formaciones. Celtas, españoles y africanos gritaron sus consignas de guerra mientras los romanos golpeaban su pila contra sus escudos. La mayor batalla de toda la Antigüedad estaba a punto de comenzar. La caballería númida se lanzó sobre la aliada a la que derrotó aplastantemente mientras la caballería gala y española al mando de Asdrúbal conseguía hacer retroceder a su contraparte romana. Las legiones, rabiosas, cargaron contra la media luna cartaginesa. Su empuje fue tal que la media luna fue comprimida hacia atrás como un puesto de helados retrocedería ante la embestida de un elefante. En ese momento los romanos pensaron que habían conseguido vencer al maldito púnico, pero el hijo de Amílcar había reservado a sus enemigos una buena sorpresa.

El empuje de la embestida romana era tal que la media luna se fue plegando sobre sí misma, pasando de ser convexa a cóncava, y las legiones entraron en ella llevadas del impulso de su embestida mientras los infantes españoles y celtas retrocedían. Pero ocurrió lo que los romanos no habían previsto: las legiones se atascaron dentro de la media luna ya que el espacio era cada vez más pequeño. Miles de hombres de las líneas en contacto con los españoles y celtas se vieron empujados por los que venían detrás y que no podían participar en el combate. Comprimidos cada vez más romanos en un espacio cada vez más pequeño, los legionarios y los aliados italianos quedaron atrapados, encapsulados en la genial trampa de Aníbal sin apenas espacio para moverse, pegados unos a otros mientras los españoles y celtas les masacraban. En ese momento, las dos columnas de falangistas que permanecían inmóviles en los flancos, y que habían sido imprudentemente rebasadas por los romanos en su alegre embestida, se volvieron contra los flancos romanos atacándolos.

Los romanos no podían ni alzar sus escudos para protegerse del ataque, los legionarios que caían al suelo eran pisoteados por sus propios compañeros sin que pudieran hacer nada. Fue entonces cuando la caballería celta y española, abandonando la persecución de la caballería romana, regresó al galope para atacar a los romanos por detrás.

Había terminado la batalla. Ahora comenzaba la masacre.

Las legiones se vieron encerradas, agolpadas unas contra otras. Los romanos estaban tan apretados que no podían ni mover sus brazos. Los españoles causaron la más terrible matanza gracias a sus formidables espadas cortas, el gladius hispaniensis, que causó tal impresión en los romanos que éstos se apresuraron a adoptar tan mortífera arma para sus legionarios tras la guerra. Los legionarios murieron en sus puestos, impresionando a sus ejecutores por su disciplina y desprecio de la muerte. Masacrados como terneros en el matadero sin posibilidad de defenderse.

Las pérdidas romanas fueron espantosas: 50.000 muertos, 10.000 prisioneros. Las púnicas de 8.000 muertos. Aníbal había conseguido la más brillante victoria registrada hasta entonces. Roma había cosechado la derrota más gigantesca de toda su historia. En Roma cundió el pánico, pero en medio de tanta desgracia, el Senado dio un ejemplo de serenidad que electrizó al pueblo. Los esclavos y los criminales fueron liberados para enrolarlos en las nuevas legiones que se estaban formando apresuradamente. Cada casa se convirtió en un cuartel, todos los ciudadanos fueron movilizados, se prohibió hablar de paz bajo pena de muerte y la ciudad se preparó para el asalto final. Aníbal llegó hasta los muros de Roma a lomos de su caballo y la contempló entristecido. Era demasiado fuerte para poder asaltarla. Sus defensas eran demasiado poderosas y todos sus ciudadanos empuñaban las armas esperando el asalto y dispuestos a morir defendiéndola. Uno de sus generales le reprochó que ni siquiera intentara el asalto: "Sabes vencer, Aníbal -le dijo-, pero no sabes qué hacer con tus victorias". Lo cierto es que no podía tomar Roma porque ello hubiera supuesto atrincherar a su ejército frente a sus muros, con lo que los romanos hubieran podido cortar todos sus suministros. La esencia de la estrategia de Aníbal, como Máximo había sabido descifrar, era la movilidad.

Tras el desastre de Cannas Aníbal pensó llegar a una paz con Roma. Sabía que no podía vencer y se esforzó en atraerse a los pueblos italianos. Una amplia zona del sur de Italia con Capua a la cabeza se pasó al bando púnico, deseosa de librarse del yugo romano, pero la mayor parte de los pueblos italianos permaneció fiel a la Loba, más por temor que por convicción. Mientras Aníbal movía su ejército por Italia Roma se dedicó a alistar nuevas legiones y a preparar su terrible venganza. Una tras otra, las poblaciones que se habían pasado a los cartagineses fueron tomadas. Las represalias fueron tan espantosas que la mayoría de ellas volvió a cambiar de bando sin pensárselo. Día a día, Aníbal era privado de más y más recursos y el gobierno cartaginés, esa cuadrilla de mercaderes sin honor ni decencia, se negaba a enviarle los refuerzos que insistentemente solicitaba. En 212 a.C. Roma tenía en pie de guerra 25 legiones (200.000 hombres). Invadieron Hispania derrotando al hermano de Aníbal y finalmente desembarcaron en África. Cartago llamó a Aníbal y éste se embarcó para defender su patria abandonando a sus hombres en Italia. Los restos de su ejército fueron acorralados y exterminados por los romanos. Aníbal había permanecido 15 años en Italia. Había ganado todas las batallas… pero había perdido la guerra.

11. El Sitio De Siracusa

Marcelo intento obtener algún resultado francamente positivo. En 214 antes de Cristo, por orden del Senado, se dirigió a Sicilia para reconquistar Siracusa y adueñarse por completo de la rica isla, puente entre Europa y Africa, iniciativa que convirtió de nuevo a Sicilia en el teatro más importante de operaciones. La ciudad opuso una tenaz resistencia gracias a las maquinas de guerra que había construido Arquímedes. A Siracusa, que desafiara en otros tiempos a la orgullosa marina de los atenienses y rechazara en muchas ocasiones a las fuerzas cartaginesas, tampoco esta vez fue posible tomarla por asalto. Después de un sitio de ocho meses, Marcelo tuvo que limitarse a bloquearla. Según la tradición, Arquímedes incendiaba desde tierra firme los navíos romanos surtos enfrente, reflejando los rayos solares en grandes espejos cóncavos.

Sólo al cabo de tres años, y con ayuda de traidores, pudo Marcelo apoderarse de Siracusa. En castigo por su terquedad, dejóla a merced de los soldados; y en el saqueo perecieron muchas personas, Arquímedes entre ellas. Se dice que un soldado romano que penetró en el jardín del sabio, lo encontró sumido en el estudio de unas figuras geométricas trazadas en la arena. Tan absorto esta Arquímedes en sus estudios, que ni siquiera advertía lo que pasaba en torno suyo. "Ni pises las figuras", dijo al legionario, y éste, que ignoraba quién era, lo atravesó con su espada. Así perecieron uno de los más grandes genios de la humanidad y una de las más altivas ciudades helenas. Nunca más volvería Siracusa a recobrar su pasada grandeza.

"Hannibal ad postas!! Cuando la caída de Siracusa era inminente, los romanos llevaron a cabo otra gran operación: la conquista de Capua. Aníbal, que acudió en socorro de la ciudad, nada pudo contra las fuertes trincheras de los asediantes. Entonces ideo un medio para que los romanos las abandonaran. un ida dejo de combatir ante Capua y se dirigió contra Roma. Creyó que sin duda, las tropas romanas le seguirían, pues era de esperar que preferirían salvar su capital. Roma quedo sobrecogida cuando supo la llegada del cartaginés. "No solo se oía gemir a las mujeres en sus casas, sino que también surgían matronas de todas partes para acudir a los templos", describe Tito Livio. Los romanos no olvidaron jamas aquellas horas de zozobra. las generaciones posteriores temblaban aun al recordar el ida en que por todas partes se oyó aquel terrible grito: Hannibal ad portas! (Aníbal, a las puertas de la ciudad). En realidad, el peligro no era tan grande como creían los romanos. Aníbal no tenia la menor intención de atacar a Roma, demasiado bien protegida por sus murallas. Su único objetivo era atraer a las tropas de Capua fuera de sus posiciones. Pero su astucia no le valió. Las legiones no se dejaron engañar: el sitio de Capua continuo; solo se envío un pequeño destacamento hacia Roma. La suerte de Capua estaba echada. Al ver que Aníbal se retiraba y los romanos mantenían el cerco, la población desespero. Veintiocho miembros del consejo se reunieron para celebrar un festín y después bebieron una copa de veneno; los demás se rindieron sin condiciones.

Capua pago muy cara la defección. El jefe romano reunió en la plaza publica a cincuenta notables, los hizo azotar y después decapitar; los demás fueron encarcelados. En cuanto a la población, en su mayor parte fue sometida a esclavitud. Corría el año 211. los romanos se comportaron así con Capua, no solo por su traición a la causa de Roma y por haber matado a los romanos allí residentes, sino también para acabar con la rivalidad que, desde tiempo atrás, existía entre las dos mayores ciudades de Italia. Con la reconquista de Siracusa y Capua, los romanos arrebataron a Aníbal todo lo ganado en la batalla de Cannas. La caída de Capua cambio el curso de la guerra, aunque más tarde, en cierto momentos, pareciese que los romanos la habían perdido. La suerte trágica de Capua no solo significaba para Aníbal la perdida de la Compañia, sino ,lo que fue mas grave, la de su prestigio ante sus aliados itálicos. Uno tras otro, reintegraronse a la protección romana. Al fin, Aníbal dominó solo la extremidad sudoeste de la península digamos, la punta de la bota.

12. La guerra en España.

Asdrubal Acude En Auxilio De Su Hermano Unos años antes, los romanos habían tenido algunas dificultades en tierras españolas con la muerte de Publio y Cneo Escipión en combates adversos el primero en Castulo (Cazlona, provincia de Jaen) y su hermano Cneo cerca de Ilorci (Lorca, Mucia). Roma había estado a punto de perder sus conquistas recientes en el Levante hispánico (212 antes de Cristo). Pero "la esperanza cambio de campo" cuando el hijo del difunto general Publio Cornelio Escipión se puso al frente de las legiones. Habiendo ciado Marcelo en el campo de batalla en el 208, el nombre de Escipión el joven se hizo pronto popular y se convirtió en escudo y espada de Roma. Escipión comenzó su brillante carrera militar en la península Ibérica tomando en brevisimo tiempo Cartagena, la capital de los cartagineses, y después derrotando a Asdrúbal en Bailén de Andalucía; pero no pudo impedir que éste embarcara el resto de sus tropas para Italia con el fin de prestar ayuda a su hermano Aníbal.

Sin duda, Asdrúbal comprendió que algún día España caería fatalmente en manos de los romanos, de no triunfar Aníbal en Italia. El joven Escipión se manifestaba como un general de primer orden, aunque más peligrosos por su atractivo personal que por su talento militar. Su magnanimidad hacia los vencidos le hizo simpático a los pueblos ibéricos, acostumbrados a las exacciones y excesos de los cartagineses, que no habían despertado más que odio. Asdrúbal, siguiendo el ejemplo de su cuñado y hermanastro, atravesó los Alpes. Las tribus montañesas lo dejaron pasar sin obstáculos, pues ahora sabían que las expediciones cartaginesas no iban dirigidas contra ellas. En el otoño de 208 antes de Cristo, Asdrúbal se encontraba en la Galia cisalpina con abundantes provisiones y un ejercito de sesenta mil hombres, contando los galos enrolados bajo sus enseñas.

Roma se enteró del nuevo peligro en un momento en que su situación era casi insoportable. La producción agrícola decrecía cada vez mas incluso donde la guerra no había causado estragos, por cuanto faltaban en todas partes brazos para cultivar y segar; muchos habrían muerto de hambre si no se hubieran importado víveres de Egipto y Sicilia.

Otros motivos que agravaban la situación: los aliados de Roma empezaban a cansarse de esta guerra que agotaban sus recursos. Incluso las ciudades del lacio comenzaban a titubear. Alrededor de un tercio de estas ciudades anunciaron categóricamente que no estaban dispuestas a entregar mas dinero ni tropas, y dejaban que los romanos sufragasen una guerra que a ellos solos interesaba proseguir. Roma tenia que impedir en seguida y a toda costa que Asdrúbal, que ya venia del norte, se uniera con su hermano en la Italia meridional. Envío, pues, un ejercito numeroso para cortarle el camino y obligarlo a una lucha que el cartaginés quería evitar. Entablóse la batalla en el año 207 antes de Cristo, en el río Metauro (Umbría oriental). Enfrentado con un ejercito doble que el suyo, la única esperanza de Asdrúbal consistía en lanzarse con todas sus fuerzas y romper la líneas romanas.

Las compactas formaciones romanas neutralizaron este ataque, la lucha se prolongo cada vez más feroz y sangrienta, terminando con un triunfo total de los romanos: su primera gran victoria de la guerra. El ejercito púnico fue prácticamente aniquilado. "Cuando Asdrúbal se vio perdido dice Tito Livio, espoleó a su caballo hacia el centro de una cohorte romana y allí, como digno hijo de militar y hermano de Aníbal, pereció con las armas en la mano". Apenas lograda la victoria, uno de los jefes romanos, el cónsul Claudio Nerón, se dirigió hacia Italia meridional a marchas forzadas para batirse con Aníbal. Puede parecer extraño que Nerón y el otro cónsul, Livio Salinátor, que habían compartido la campaña contra Asdrúbal, no se unieran para marchar hacia el sur y conseguir un triunfo decisivo. Es probable que ni pensaran en ello. La reputación del gran cartaginés les amedrentaba demasiado. Ningún político ni general de la época era capaz de afirmar que vencería a Aníbal; a lo sumo, se consideraban lo bastante afortunados si no eran vencidos por él.

Aníbal esperaba con ansiedad noticias de su cuñado, pero la llegada de Nerón puso fin a sus esperanzas. Acercándose a los puestos avanzados de Aníbal, el cónsul arrojó la cabeza de Asdrúbal a las trincheras cartaginesas. A la vista del triste despojo, Aníbal cayó deprimido y exclamó: "¡Presiento ya la suerte de Cartago!".

El anuncio de la victoria causo una alegría indescriptible en Roma. Anhelando el fin de tantas calamidades, los ciudadanos romanos dieron gracias a los dioses. Esperando ya un resultado feliz de esta guerra atroz, la industria y el comercio volvieron a prosperar. En ambos bandos se creían que aquella batalla del Metausor (Sena Gállica) determinaría el curso de la guerra. Verdad es que los romanos estaban demasiado agotados para arrojar a Aníbal de Italia, y Aníbal, por su parte, no tenia mas que una posibilidad: resistir en Brindisi. Se había atrincherado allí para disponer de un buen puerto de reserva. Aníbal, aislado, se mantuvo durante cuatro años mas, en un nuevo alarde de su genio militar. Pero el mero talento no puede cambiar el curso de la guerra.

13. La decisión final. El ocaso de Aníbal

Después de la retirada de Asdrúbal, Escipión había arrebatado a Cartago todas sus posesiones españolas. Dos acciones espectaculares facilitaron su tarea: la batalla de Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla) y la toma del poster baluarte cartaginés de Cádiz ( 206 antes de Cristo). Cartago juzgó que la península no valía la pena de ser conservada y retiró sus tropas de España, sin dejar un solo hombre, un navío, ni un depósito de aprovisionamiento. Los íberos recobraban, pues, su independencia de antaño, a no ser que la entregaran ésta vez a los romanos. Escipión los conquistó con moderación y magnanimidad: convirtiéndose así España en provincia romana. Para recapitular, digamos que la guerra se había liquidado primero en Sicilia y luego en España y en Macedonia y que en Italia la lucha tampoco era ya tan violenta. Escipión quiso poner fin a las hostilidades desembarcando en Africa para dar el golpe de gracia a los cartagineses.

Sin embargo, el Senado no veía con buenos ojos los planes de su general. Los padres del Estado, hombres ponderados por naturaleza, creían que Roma arriesgaba demasiado. Además, Escipión, de apenas treinta años, había alcanzado extraordinarios éxitos que sin duda suscitaban muchas envidias. Se decía que podría se un peligro para la libertad del pueblo romano si alcanzaba demasiado poder. Pero Escipión gozaba de mucha fama ante el pueblo y por eso, después de tumultuosas discusiones, el Senado lo autorizó a llevar la guerra al territorio cartaginés. Sin embargo, sólo le concedieron dos legiones. Botáronse navíos de guerra en los puertos de Sicilia y un buen día los romanos pisaron la costa africana; la guerra de Cartago contra Roma había terminado; comenzaba ahora la guerra de Roma contra Cartago.

Apenas desembarcado, Escipíon recibió la visita del caudillo númida Masinisa. Ya antes, cuando Escipíon estaba aún en España, este hijo del desierto había prometido ayudar a los romanos si algún ida llevaban la guerra al Africa. Masinisa había reinado en unas tierras situadas al oeste del territorio cartaginés, cuya capital era la actual Constantina. Sifax, otro númida más poderoso, lo había destronado con ayuda de Cartago. El gobierno de Cartago se había ganado la simpatía de Sifax dándole por esposa a Sofonisba, cartaginesa de alta alcurnia que Masinisa también había pretendido y que el consejo le había negado con frases humillantes. Desde entonces, el fugitivo erraba por el desierto con una partida de jinetes. El apoyo que ofrecía a Escipíon parecía, pues, insignificante, pero Masinisa podía llegar a ser hombre muy provechoso con el tiempo, pues tenía fama de ser un excelente general de caballería.

Escipíon tuvo tanta suerte como en España, pese a la superioridad numérica del enemigo. Cartago llamó a Aníbal, que estaba en Italia. pues sólo él podía medir sus armas con Escipión, "el hijo mimado de los dioses". Aníbal aceptó el llamamiento y partió en una flota de transporte preparada en el puerto de Crotona, después de matar todos los caballos. ¿Por qué Aníbal no abandonó antes Italia cuando ya le era imposible hacer allí algo positivo? Quizás creyera, y con él el gobierno cartaginés, que los romanos no se atreverían a llevar la guerra al Africa mientras él permaneciera con tropas en Italia. Los cartagineses se habían equivocado por completo. Los romanos suspiraron aliviados cuando el "león de Libia" abandonó voluntariamente la península. En el colmo de su entusiasmo, los romanos ofrecieron una corona honorífica al único general romano todavía superviviente desde el comienzo de la guerra y sus terribles secuelas: Fabio Máximo, con casi ochenta años de edad. Mientras tanto, Aníbal pisaba de nuevo su tierra natal, que abandonara treinta y cuatro años antes. Desde su partida había conducido sus ejércitos por todo el litoral mediterráneo, siempre en marcha triunfal. Ahora volvía con las manos vacías; pero su regreso infundió valor a las fuerzas cartaginesas.

Aníbal iba a experimentar muchas decepciones en su patria. Sus hombres no se medirían allí con legiones inexpertas, sino con ejércitos de veteranos endurecidos. Los soldados de Escipión habían aprendido su oficio en España y su general los mantenía en buen estado físico mediante continuos ejercicios. Escipíon se enfrentaba con Aníbal oponiéndole su propia táctica, adquirida después de mucha experiencia. Podía, si el caso lo requería, acortar la profundidad de su orden de batalla para prolongar las líneas y hacer imposible el cerco. Los númidas de Masinisa, por su parte, compensarían la ventaja que Aníbal tenía con su caballería.

14. La Batalla De Zama

En África, Aníbal tuvo que vérselas con otro Escipión, el hijo de aquel cónsul al que tan brillantemente había derrotado en Trebia 16 años antes. En octubre de 202 Escipión, que a partir de entonces habría de conocerse con el sobrenombre de El Africano, destruyó al ejército cartaginés en la llanura de Zama. De nada valió el genio militar de Aníbal ya. Aníbal formó a sus 37.000 infantes en 3 líneas y a sus 5.000 jinetes en las alas, frente a los romanos dispuso 80 elefantes. Escipión dispuso sus 10 legiones (30.000 hombres) a la manera clásica, pero esta vez, la formidable caballería númida estaba del bando romano. Los romanos abrieron huecos en sus líneas para que los elefantes pasaran a través de ellos mientras los númidas derrotaban a los caballeros púnicos y, como hicieron sus padres en Cannas, volvieron para atacar la retaguardia, esta vez púnica. Aníbal escapó dejando 25.000 cartagineses muertos y 10.000 prisioneros. Los romanos perdieron 2.000 legionarios y 3.000 jinetes númidas.

Cartago pidió la paz. Escipión El Africano, hombre de excepcional talento, una de esas joyas humanas de la Historia, impidió que el rencoroso Senado romano impusiera sus draconianas condiciones a la derrotada Cartago atenuando en lo posible las cláusulas. Escipión no quería pasar a la Historia como el enterrador de Cartago y formuló una propuesta de paz que el Senado romano admitió. El Senado quería la cabeza de Aníbal, pero Escipión lo impidió. Lo que todo el ejército romano no había conseguido no lo iban a conseguir unos cuantos senadores rencorosos. Cartago tuvo que renunciar definitivamente a sus posesiones españolas, su armada, a excepción de 10 naves, fue entregada a los romanos que la incendiaron ante la ciudad, se prohibió a Cartago hacer la guerra contra sus vecinos sin permiso expreso de Roma y se fijó una indemnización de guerra de 10.000 talentos de plata (300.000 kilos) a pagar en 50 años. Además, tuvo que renunciar a parte de sus posesiones que pasaron a Masinisa, rey de los númidas, con lo que su territorio africano quedó muy mermado. Era una enormidad, pero al menos la ciudad conseguía sobrevivir. Aníbal regresó a Cartago amargado. Si el gobierno le hubiera apoyado en Italia la realidad ahora sería otra, pero no tuvo tiempo de amargarse del todo porque su popularidad entre el pueblo púnico despertó el temor de la oligarquía comercial púnica que gobernaba Cartago, esa casta infame que anteponía sus beneficios a cualquier otra cosa. Aníbal fue elegido sufete e inició una investigación que demostró que mientras el pueblo se arruinaba los oligarcas se enriquecían con sus negocios, llegando algunos incluso a comerciar de contrabando con Roma. Aníbal exigió la devolución de las cantidades robadas por los oligarcas al tesoro público e impidió que la indemnización de guerra se pagara subiendo los impuestos al pueblo. Los oligarcas enviaron una delegación a Roma que denunció a Aníbal ante el Senado, acusándolo de traicionar el tratado de paz y conspirar para crear un ejército con el que atacar Roma. Escipión, asqueado ante tan repugnante traición, trató de impedir aquella atrocidad, y muy probablemente fue él quien avisó a Aníbal de lo que se tramaba, lo que le permitió huir de Cartago cuando el gobierno púnico estaba a punto de detenerle para entregarle a los romanos. El gobierno cartaginés le condenó a muerte en rebeldía, le confiscó todas sus posesiones y arrasó hasta los cimientos su casa. Aníbal huyó al Asia Menor donde sirvió como general mercenario, pero las garras de la Loba le persiguieron, azuzadas por el rencor de los oligarcas cartagineses, hasta que al fin, viejo y cansado, fue detenido por el rey de Bitinia. Cuando los embajadores romanos llegaron para llevárselo el viejo general se suicidó. "Libremos a los romanos de sus preocupaciones". Dijo antes de expirar.

Tras la derrota de la II Guerra Púnica, Cartago volcó todos sus esfuerzos en la reconstrucción de su riqueza. tarea nada fácil, ya que sin una flota y sin un imperio, sus recursos quedaban limitados al perímetro africano que rodeaba la ciudad. Además, los problemas con sus vecinos, en especial con el rey Masinisa de Numidia eran muy graves, ya que este rey, sabedor de que Cartago no podía declararle la guerra sin el consentimiento del Senado de Roma, se dedicaba a hostigar el territorio púnico casi con impunidad. Las sucesivas delegaciones que Cartago envió a Roma para quejarse de las continuas agresiones obtuvieron la misma respuesta: "Roma no tenía constancia de tales agresiones".

Pero en lugar de dedicarse a lamentarse y hundirse en el victimismo, Cartago se empeñó en progresar. Y lo consiguió de manera espectacular. Treinta años después de la derrota, con una nueva generación al timón, Cartago había recuperado parte de su anterior esplendor. La ciudad lucía magnífica, la agricultura se había desarrollado como jamás en ninguna parte del mundo anteriormente, racionalizando las cosechas e introduciendo nuevos sistemas de regadío que convirtieron los destrozados páramos de la inmediata posguerra en auténticos vergeles que producían cantidades ingentes de productos que eran exportados a todos los rincones del Mediterráneo. Cartago se enriqueció vendiendo trigo a Roma, trigo que servía para mantener las costosas campañas contra los herederos de Alejandro Magno. En una ocasión, los romanos pidieron 500.000 medidas de trigo y los cartagineses les dijeron que se las regalaban. El Senado torció el gesto y se negó al regalo pagando hasta el último grano. El desarrollo comercial de Cartago fue tal que una delegación llegó a Roma diez años después de la derrota y le dijo al estupefacto Senado que si andaban escasos de dinero ellos podían pagar en un solo plazo toda la indemnización de guerra, los famosos 10.000 talentos. Fue un golpe de efecto típico del mercader que pretende impresionar a otro mercader, pero los campesinos-soldados romanos no se impresionaron comercialmente. Como siempre, Cartago no sabía captar la verdadera esencia de la idiosincracia romana. Los senadores no se admiraron ante el prodigio económico, sino que se asustaron ante la amenaza militar. Si Cartago era capaz de aquello ¿qué ocurriría más adelante, cuando su territorio volviera a quedárseles pequeño? La mentalidad romana era una mentalidad militar, y en ella no cabía el mínimo resquicio a la lógica mercantil. Para los romanos no existían "otros modelos económicos" sino amenazas militares.

Roma nunca fue una nación imperialista por definición. Todas las guerras que emprendió fueron una reacción defensiva contra una amenaza, o más concretamente, contra lo que ellos sentían como una amenaza. En la mentalidad campesina romana cada acontecimiento era sentido como un peligro inminente. Roma se atemorizaba muy fácilmente ante cualquier señal extraña, y ante el temor reaccionaba con una violencia desproporcionada, como jamás se ha vuelto a ver en la Historia. La reacción de Roma era la reacción del campesino que ve a un extraño dentro de sus tierras, una reacción de pánico convertido en una explosión de violencia incontenible… Y eso es algo que Cartago nunca supo ver.

Las delegaciones enviadas periódicamente a Cartago para comprobar la aplicación de los términos del tratado de paz constataban el rápido crecimiento de Cartago, y sus informes causaban cada vez mayor inquietud en el senado. Los delegados cartagineses que volvían de Roma contaban al pueblo cómo era Roma, cómo eran sus lisas murallas, cómo eran sus estrechas y sucias calles, cómo eran sus casas de ladrillo apiñadas unas contra otras, cómo eran sus templos de ladrillo y madera. Una ciudad en la que no había edificios públicos ni bibliotecas, ni teatros. Una ciudad subdesarrollada, habitada por campesinos-soldados recién salidos de la barbarie y que no tenían ni literatura ni arte propios. Y cuando los senadores romanos llegaban a Cartago, evidentemente… imprudentemente… los cartagineses les mostraban orgullosos sus logros. Aquella maravillosa ciudad resplandeciente y llena de edificios públicos, abierta al mar, las riquezas que diariamente llegaban a sus depósitos, los templos con paredes cubiertas de láminas de oro, las bibliotecas, los teatros, las impresionantes murallas triples. Y los senadores, con su gesto cerrado, se limitaban a observar, a callar y a memorizarlo todo para informar a sus colegas en Roma. Creando así en el pueblo romano un ambiente de odio regenerado y alimentado día a día. Extendiendo la sensación de que la prosperidad de Cartago era una amenaza latente contra Roma… una vez más.

En esta situación tuvo lugar un hecho cuya importancia posiblemente fue capital. El anciano rey Masinisa, rey de la Numidia que había surtido de jinetes a Aníbal primero y a El Africano después, siguiendo sus correrías contra Cartago, atacó las ciudades de la costa. Cartago, harta de esta situación, envió a un general llamado Asdrúbal "el Boetarca" a atacar a los invasores. Con ello, Cartago desobedecía la cláusula del tratado que le impedía hacer la guerra sin el consentimiento de Roma. El caso es que Asdrúbal fue derrotado y escapó dejando a sus hombres que fueron asesinados por Masinisa. Asdrúbal fue condenado a muerte por el Senado cartaginés, pero escapó.

Probablemente Roma comenzó a temer entonces que Masinisa acabara con Cartago y creara un gran reino africano basado en la riqueza púnica. El caso es que en cuanto acabaron con el rey Perseo de Macedonia en Pidna, con lo que Grecia cayó bajo el dominio romano, el Senado tenía las manos libres para terminar de una vez con Cartago. La vieja ciudad ahora ya no era más que un estorbo y además, su riqueza la hacía peligrosa. Mientras Roma se desangraba en sus campañas en Grecia, Asia Menor e Hispania, Cartago experimentaba un gran crecimiento demográfico. La presencia de la nueva cerámica tardopúnica por todo el Mediterráneo occidental demuestra la pujanza de su comercio. Todos estos factores acumulados fueron los determinantes de la terrible resolución que Roma tomó movilizando un ejército y preparándose para la invasión.

La ciudad de Útica olió el desastre y se puso bajo la protección de Roma abandonando a Cartago. En la ciudad ya sentenciada tomaron conciencia de lo que se avecinaba demasiado tarde. Cuando los embajadores púnicos llegaron a Italia el ejército romano ya se concentraba en Sicilia. Desembarcados en la primavera de 149 a.C. en Útica, los romanos recibieron a una delegación púnica a la que exigieron, como paso previo a las negociaciones, la entrega de todas las armas que albergara la ciudad. Los romanos advirtieron que si al inspeccionar la ciudad encontraban una sola espada no habría piedad. Cartago, aterrorizada, accedió y un gigantesco convoy llevó hasta los estupefactos romanos más de 200.000 equipos completos, lo que demuestra que la ciudad no había quedado tras la guerra indefensa, ni mucho menos. 2.000 catapultas y balistas fueron desmanteladas y entregadas y los diez barcos de guerra que se les permitía tener también. Cuando los romanos tuvieron en su poder todo el armamento púnico dictaron sus condiciones:

El pueblo cartaginés sería libre para regirse por sus propias leyes como nación independiente… Pero debían abandonar Cartago para establecerse en un nueva ciudad que debían construir a una distancia mínima de la costa de 80 estadios (15 kilómetros).

Los púnicos se sobresaltaron. Abandonar el territorio sagrado de la ciudad era la muerte para la nación. El abandono de todas sus raíces culturales y tradicionales… La anulación de la esencia de su ámbito sagrado. Cuando los embajadores púnicos volvieron a Cartago y expusieron sus condiciones fueron acusados de traición y ejecutados. La ira estalló en la ciudad y todos los romanos que se encontraban en Cartago fueron asesinados. Inmediatamente se comenzó el rearme, y la rapidez como se llevó a cabo demuestra que Cartago no entregó, ni mucho menos, todas sus armas a los romanos, ya que éstos atacaron pero fueron rechazados por Asdrúbal El Boetarca que había sido perdonado y llamado a defender la patria. Todo ello contribuyó a que los romanos se convencieran de la razón que tenían en acabar de una vez con el odioso enemigo púnico. Pero el año 149 a.C no terminó bien para los romanos. Asdrúbal mutiló y crucificó en las murallas a todos los prisioneros romanos, a la vista de sus horrorizados camaradas y el ejército del cónsul Manilio, sorprendido en una emboscada, sólo se salvó gracias al genio militar de otro joven Escipión: Escipión Emiliano, nieto adoptivo de El Africano. Un joven que el año siguiente habría de salvar a otro cónsul, Mancino, que también cayó en una emboscada. El pueblo romano, a pesar de no tener la edad requerida, le eligió cónsul, convencido de que sólo un Escipión acabaría con Cartago.

Y así fue.

Escipión redujo metro a metro el perímetro defensivo de Cartago hasta que un día de marzo o abril de 146 a.C ordenó el asalto final. Partiendo de un terraplén construido en el antepuerto, los romanos iniciaron el asalto de las murallas junto a los puertos. Al anochecer, los legionarios habían tomado las murallas y acampaban en el ágora. Los cartagineses, exhaustos, se retiraron incapaces de defender la plaza. A la mañana siguiente los romanos tomaron el templo y arrancaron con sus espadas las placas de oro que recubrían sus paredes. Los defensores se refugiaron en el barrio alto de la colina de Byrsa dispuestos a afrontar el final. Escipión utilizó tropas de refresco con las que iniciaron la subida a la colina por tres calles paralelas flanqueadas por edificios de seis plantas de altura. En una batalla alucinante que recuerda Stalingrado, los cartagineses defendieron cada casa, cada planta, cada habitación hasta el final. Los supervivientes escalaban a las azoteas para arrojarles las tejas a los romanos que avanzaban por las calles. Los romanos subieron a las azoteas y desalojaron a los defensores cruzando de casa en casa con tablones como puentes. Las calles se cubrieron con montañas de cadáveres y fue necesario que se formaran brigadas de legionarios para arrastrarlos con ganchos y sacarlos de allí. Las fosas comunes encontradas demuestran la fiereza de los combates en estas tres calles. Escenas salvajes se sucedieron sin intermedio. Apiano cuenta que los romanos lanzaban a las fosas a muertos y vivos por igual. Estas fosas, descubiertas por el padre Delattre, son un testimonio del infierno en el que se convirtió Cartago. El odio acumulado tras más de un siglo de guerras produjo episodios espeluznantes. Las pruebas arqueológicas demuestran que las horripilantes descripciones de Apiano son verídicas. Ríos de sangre empaparon las calles de la ciudad condenada en una orgía de destrucción sin precedentes. Así durante seis días y seis noches en las que el infierno se instaló en la tierra. Al séptimo día, unos embajadores salieron de la ciudadela para suplicar a Escipión que dejara vivir a los que aún quedaban allí: se rendían y aceptaban la esclavitud a cambio de huir del horror. Escipión, harto de tanta sangre, accedió y 50.000 supervivientes salieron de la ciudadela completamente aterrorizados ante lo que habían contemplado. Muchos de ellos irían a Italia, donde mantendrían vivo el recuerdo de Cartago y sus descendientes se convertirían en romanos libres, algunos de ellos ilustres.

Pero quedaban alrededor de un millar que ninguna clemencia podían esperar. Eran los últimos de Asdrúbal, que se refugiaron en el templo de Eshmún. Los romanos limpiaron meticulosamente toda la zona, enterraron los miles de cadáveres y se prepararon para el asalto final incendiando el templo. Asdrúbal los traicionó saliendo a suplicar a Escipión que le perdonara la vida. Postrado a los pies de Escipión, Asdrúbal lloraba cuando un grito hizo que todos se volvieran. Encaramada en el muro alto del templo, la mujer de Asdrúbal, vestida con su túnica festiva, reprochó la traición de su marido y maldijo a Roma en estos términos: "Vosotros, que nos habéis destruido a fuego, a fuego también seréis destruidos". En ese momento abrazó a sus hijos y se arrojó a las llamas del templo. Aquella noche, contemplando el gigantesco incendio que consumía toda la ciudad, Escipión Emiliano lloró ante sus hombres y pronunció en voz alta los versos del libro IV de la Ilíada: "Llegará un día en que Ilión, la ciudad santa, perecerá, en que perecerán Príamo y su pueblo, hábil en el manejo de la lanza". Un escalofrío se apoderó de todos los presentes. Polibio, el historiador griego, se acercó a él y le preguntó por qué había recitado aquellos versos. "Temo -contestó Escipión-, que algún día alguien habrá de citarlos viendo arder Roma". Con los últimos rescoldos se apagó la voz de Cartago. Muda por 2.000 años. A fuego había sido creada… A fuego fue destruida

 

 

 

 

Autor:

Berta Navarro V.

239727- Osorno

Partes: 1, 2
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