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El principio de la moralidad del ser humano

Enviado por Felix Larocca


  1. Hablemos de la moralidad, sino de la decencia
  2. La Ley Natural
  3. La crueldad como experimento: Donde la Ley Natural no existe
  4. El lapso imprevisto de la Ley Natural y sus consecuencias psicológicas
  5. Bibliografía

Es muy temprano en el día, para salir a caminar, sin embargo, es lo que tengo el impulso de hacer. Me siento impotente y algo confuso. Ayer me llamó una productora de un programa de TV local. Desea mi apariencia para comentar en la última de las travesuras imputadas al genio malicioso y burlón del notorio O. J. Simpson.

Puedo contestarle de modo sucinto, instándola a que lea mis ponencias acerca de este síndrome, personificado en la naturaleza de Dino. (Véase mi ponencia: El Caso de Dino el "Magistrado" y las Noches de Bellatrix, publicada en monografias.com).

Puedo dirigir su atención a otra de mis tesis en que analizo la personalidad de este inexplicable fenómeno del descarrío del desarrollo moral, exhortándola a leer de nuevo el artículo que ya le enviara: Dino, el Marchante del Puente: Una Reseña acerca del Narcisismo Patológico (NP).

O, puedo, simplemente aparecer en el programa y repetir lo que todos sabemos, por experiencia y por el examen de la literatura extensa que existe, acerca de la personalidad antisocial — la cual Dino y O. J. encarnan.

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"…y el espíritu burlón que entre las sombras había. Al oír la acusación — se reía, se reía…"

Hablemos de la moralidad, sino de la decencia

La moralidad como concepto es de uso relativo y conveniente. Todos la buscamos para apremiarla a nuestro servicio, solamente cuando la necesitamos — Como igualmente hacemos con todos los principios éticos, que, como seres civilizados pretendemos respetar y que en la realidad, con presteza oportuna, descartamos, cuando hacerlo nos sea expediente.

Todos compartimos, el odio hacia el engaño y el desdén por quienes nos mienten. No obstante, todos mentimos y, si podemos hacerlo, todos engañamos. (Véase mi artículo: La mentira).

Como especie, la más inteligente, inclinada a la autodecepción y a la falsedad. A veces nos cegamos pretendiendo que nosotros, como individuos, somos puros, limpios, espiritualmente excepcionales e irreprochables — condición tan ilusoria como ventajosa.

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Palabras que quisiéramos no haber escuchado…

Quizás no todos así piensen, porque no todos los seres humanos son venales o volubles. Pero sí que existe un grupo de personas religiosas, políticas y líderes sociales que, a pesar de ser corruptos, se califican a sí mismos como dechados de perfecciones y que asimismo demandan que los demás los reconozcamos.

Igualmente así se piensan los miembros de la amplia porción de la población que padece de trastornos de la personalidad. Pero, éstos representan una categoría especial, ya que operan a distancias considerables de toda salud emocional.

O. J. es uno entre tantos que pretenden ser especiales y que están por encima de la moralidad, de la ley y de la ética.

Nos preguntamos…

¿Es que en realidad existen, seres que son más limpios, puros, mejores que el resto, y exentos de faltas?

No serían los políticos ni los economistas dominicanos… ¿Verdad?

¿Será, entonces los que como O. J. y sus abogados se conducen y piensan?

¿Existe evidencia, que nos confirme la existencia de personas que están ungidas por alguna deidad, y quienes, debido a la naturaleza inmaculada de sus vidas "virtuosas" — aunque viciosas — tienen el derecho de descalabrar, como pecadores al resto de los demás?

De ser así…

¿Dónde está el árbitro que decide, quién peca y quién no?

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La moralidad humana no nació de los principios decretados por las iglesias institucionales, ni por los curas; muchos de los cuales son alcohólicos, pedófilos y mujeriegos. Ni por los Papas, muchos de entre los mismos, depravados e incestuosos, cuyos vicios fueran plétora, deshumanizantes, e interminables…

Ni ahora por los atletas que, la juventud identifica como modelo para imitar, o las celebridades mediocres. Que Paris Hilton encabeza como la santa patrona de esta manada.

La moralidad humana es producto de nuestros módulos natos expresados en la esencia misma del concepto sociológico e inmanente de la Ley Natural.

Basado en que la moralidad es producto de módulos natos podemos comprender, que los actos de aquéllos quienes se burlan de los valores éticos compartidos, nos causan repulsión y asco.

La Ley Natural

Tomás de Aquino (1225-1274) fue el primero, de todos los pensadores, cuyas enseñanzas establecieran las fundaciones básicas para el estudio de la Ley Natural, operando como principio ético, moral y filosófico. (Véase mi tesis: La ley Natural).

Desde los tiempos de Aquino, la Ley Natural ha evolucionado, hoy siendo incluida como parte del currículo de enseñanza de todos los juristas — aunque en nuestras universidades no se hace — no sabemos por qué.

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Tomás de Aquino

Los proponentes modernos de los principios que gobiernan este concepto fueron:

Hugo Grotius, quien definiera la Ley Natural como el conjunto de reglas que nos gobierna y que pueden ser descubiertas por el uso de nuestra razón. Éste mismo, también propuso que el entendimiento de la Ley Natural es deductivo, nomotético, e independiente de la experiencia.

En otras palabras que es instintivo, intuitivo y módulo nato.

Los nombres de otros filósofos, cuyas contribuciones fueran de importancia, son los de Samuel von Pufendorf, Thomas Hobbes y John Locke; quienes proporcionarían ideas y establecieron principios que asentarían las bases fundamentales para el desarrollo de una teoría de Ley Natural como principio inmanente.

Con el transcurso de los años, y en la estela dejada por el Holocausto Nazi, las Naciones Unidas en diciembre 10 del 1948, adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Documento que fuera basado totalmente, en la aplicación de la Ley Natural.

La Declaración de los Derechos Humanos es otro documento que todos los dictadores, tiranos y aspirantes a autócratas del mundo, han ignorado sistemáticamente desde que se divulgara. Aunque, a pie juntillas y sin problema de índole moral, todos mantienen que lo observan.

Peor, quienes ignoran la Ley Natural, como dijéramos al principio de este ensayo, la invocan en su defensa.

Por ejemplo, Saddam Hussein, quien como su alter ego, Fidel, nunca fuera electo presidente de nada. Durante el primer día de su juicio, alegaba que todo era una farsa fabricada por los sicarios del Presidente Circunstancial, para que Bush fuera electo a un segundo término — Quizás, quizás, quizás…

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El otro barbudo…

Pero, la Ley Natural, como principio, se remonta, por supuesto, a nuestro pasado distante, cuando aún no sabíamos ni cómo leer ni cómo escribir.

Las leyes Naturales se aplicaban, entonces, de modo racional.

  • La mentira y el engaño. Ambos, como el uso de las palabras feas, tienen sus usos, pero solamente bajo circunstancias específicas. El mentiroso habitual y empedernido, que falsea para destruir reputaciones, para justificar el homicidio, el incesto, o engaña para robar, está excluido.

  • La monogamia. Comportamiento sofisticado, que forma parte adaptadora de la naturaleza de nuestra especie, es módulo nato esencial, ya que la hembra permanece incapacitada por tiempos prolongados, luego de parir un bebé. La mujer necesita del hombre y no necesita que éste se ausente para inseminar a otras en un período crucial…

  • La lealtad tribal. Es obligatoria, para que la agregación de los residentes del mismo lugar, puedan defender la propiedad colectiva, con mayor eficiencia.

  • El intercambio de promesas y de artículos de venta — el comercio — era un asunto esencial de honradez y de honor. Lo que cualquier mercante, hoy, viola sin resquemores.

  • La tendencia al chismeo y al murmuro infundado está anulada por la necesidad racional de verificar los hechos. (Véase mi artículo: Los Chismes y la Persona Chismosa…).

Aquí sería conveniente releer mi artículo: La autoestima, la dignidad, el auto-respeto y lo que arruinamos cuando los comprometemos… Publicada en monografía.com y en Psikis.

Para evitar los excesos de la aplicación errónea de la Ley Natural, el hombre primitivo, en toda sociedad, escogía un juez, de entre su tribu, para arbitrar las disputas; consecuencias inevitables de la vida comunal.

Ese juez, en su selección, sería persona sabia, respetada y proveída con cualidades excepcionales que le garantizaban a quienes a su juicio acudieran, una audiencia imparcial.

Todo estuvo bien, hasta que se inventara la aplicación ingeniosa del dinero en aras de la extorsión y del soborno, y de que se experimentara la embriaguez del poder y la fama.

Todo cambió, cuando la injusticia avanzaría los intereses del juez y cuando el poder adquiriera la posibilidad de tramar, con impunidad, la eliminación física de los adversarios y oponentes.

En ese mismo instante, la Ley Natural se esfumó, dejando en su lugar una farsa de lo que antes rigiera como principio efectivo y como sistema imparcial.

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Ahora, el centro del tablado le correspondería al político bullanguero, o al macho dominante, personificado con frecuencia por el atleta engreído. Ambos, quienes harían uso de la coerción, de la manipulación y de la corrupción para ejercer el capricho dudoso de embaucar los demás por medio de la propaganda.

La verdad muy pronto fue supeditada a la "versión oficial" de la misma, y todo lo que contradijera esa versión; se convertiría en mentira y no necesitaría ser corroborada ni sujeta al escrutinio moral de la Realidad. (Véase mi artículo: La Versión Oficial, en monografías.com)

Así se estableció el clima propiciatorio para el desarrollo de los trastornos de la personalidad que penetran nuestros grupos humanos y para el nacimiento insidioso del animal político (Homo politicus).

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El buitre barbudo, político del reino animal, ya que todo lo engulle…

La crueldad como experimento: Donde la Ley Natural no existe

En varios centros en Alemania y en partes de los Estados Unidos, se han conducido experimentos humanos, donde se asigna el rol de carcelero y prisionero a grupos de personas de origen común.

Dado el sentimiento de tener poder absoluto sobre otros, muy pronto, los "carceleros", se convierten en maníacos desalmados, enloquecidos por la visión del sufrimiento que pueden infligir a los "cautivos" a ellos confiados.

Así operan igualmente padres depravados, esposos abusivos y personas en posiciones de poder que se aprovechan del uso de la autoridad a ellos confiada. (Véanse: Obedience to Authority: The Unique Experiment that Challenged Human Nature por S. Milgram y The Lucifer Effect: Understanding How Good People Turn Evil por P. Zimbardo).

El lapso imprevisto de la Ley Natural y sus consecuencias psicológicas

La violación sistemática de la Ley Natural posee un efecto disruptivo en los sistemas serotoninérgicos del cerero humano.

Las actividades biológicas de la serotonina — como quienes manufacturan el Prozac, bien lo saben — controlan la autoestima y el matiz de nuestros afectos.

Cuando la Ley Natural se quebranta; instintivamente, nuestros sistemas de alarma, que responden al peligro, se aprestan a confrontar situaciones que nos amenazan. Es éste el proverbial quebranto de la ley y del orden, que presagia disturbios civiles y la posibilidad espantosa de la anarquía.

El resultado es la ansiedad.

Pero, cuando se carece de sistemas de justicia imparciales, como en algunos países, Nord Corea y Cuba, como ejemplos, la ansiedad se torna contra el ego, convirtiéndose en la depresión maligna, de que antes ya habláramos.

En resumen, cuando la Ley Natural se subvierte a intereses creados, y seres humanos se ven sometidos al dominio trágico a que los obligan los controladores del sistema. Los seres humanos no tienen el deber de conformar, sino que deben oponer sus verdugos y destronarlos como sea.

Es por ello que el circo de la "justicia" en el caso de O. J. adquiere configuraciones que la apartan de su naturaleza.

La turba desea el linchamiento del héroe caído, a quien puede haberle llegado su Juicio Final… (Véase: Tótem y Tabú por S. Freud).

Así se restaura el equilibrio mental. Es la Ley Natural. Es nuestra herencia paleolítica. Es el principio de nuestra supervivencia final.

Así nos lo explica Darwin y nos lo confirma Spencer.

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Bibliografía

Suministrada por solicitud.

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F. Larocca