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El perfume, una novela en el universo de los clásicos

Enviado por Luis Ángel Rios


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Argumento
  3. Comentario

Introducción

Desde el momento de la publicación de "El perfume", la popular novela del escritor alemán Patrik Süskind, tuve la intriga por leerla. Sin embargo, reticente ante los llamados "best-seller", aplacé su lectura ya que los clásicos esperaban en mi biblioteca "reclamando" prontamente el turno para ser leídos. Pero como cada vez que participaba en tertulias oía que algunos lectores hablaban con regocijo de "El perfume", 25 años después de su publicación decidí leerlo. ¡Y que grata sorpresa me llevé! ¡Qué texto tan exquisito! ¡Qué grandiosa estética narrativa! Se trata de una singular pieza literaria, de una novela diferente. Inmediatamente, como ese "amor a primera vista", me prendé de ella y quedé impactado. Por eso la incluí dentro de los "Clásicos de la literatura universal". Y como para confirmar mi inclusión encuentro que el filósofo, historiador y escritor Rafael Mauricio Méndez Bernal[1]ya la había incluido también dentro de los clásicos, nada más y nada menos que junto al sitial que ocupan "El Quijote" y "Hamlet", según la crítica especializada, las obras más geniales de todos los tiempos en español y en inglés, respectivamente.

En el presente texto me propongo disertar, sin pretensiones de hondura analítica, sobre dicha novela (la cual consta de 223 páginas), para lo cual leí y releí la edición impresa y encuadernada por Cayfosa, Barcelona (España), publicada por RBA editores, Barcelona, 1992, en la colección Narrativa actual, con traducción de Pilar Giralt Gorina.

Mi metodología de trabajo consiste en abordar la novela desde su estructura superficial, no tanto en el sentido tradicional de los análisis; libros de texto e internet abundan en éstos, muchos de ellos imprecisos. Para citar sólo una imprecisión me remito al siguiente párrafo: "Veinticuatro jovencitas fueron sacrificadas para destilar un pequeño frasco de perfume. Pero cuando ya lo tenía y se disponía a partir, una verdadera cacería, desatada por la muerte de la última niña, hija de un alto funcionario, determinó el arresto de Grenouille. Pero tal cosa no lo conturbó, pues cuando ascendía al patíbulo, simplemente derramó sobre la multitud ansiosa unas cuantas gotas de la esencia perfecta y, sin mayores dificultades, a pie llano, escapó"[2]. Si hacemos claridad, no fueron veinticinco las "jovencitas sacrificadas", incluyendo a "la última niña", sino veintiséis. Eso de que "derramó sobre la multitud ansiosa unas cuantas gotas de la esencia perfecta" y que escapó "a pie llano", no es del todo cierto, tal como se evidenciará en este documento y con la lectura de la novela.

Mi análisis, a pesar de contener ciertos elementos de cualquier análisis tradicional, explora otros tópicos que la gran mayoría de los estudios consultados no tuvieron en cuenta. No me adentro en la profunda sicología de los personajes, típicos de la época narrada; simplemente "sondeo" aspectos, en mi concepto, de interés para muchos lectores. Este sencillo ejercicio literario va dirigido a quienes no han podido leer "El perfume" o no les interesa ingresar en el maravilloso universo de la lectura de piezas literarias. Acudo con frecuencia a citas textuales (indicadas con el número de página dentro del paréntesis) para ser lo más fiel posible a la obra y no terminar, como muchos "analistas", falseándola.

Argumento

La novela, que se compone de 51 capítulos (con numeración continua), divididos en cuatro partes, cuenta la vida completa de Jean-Baptiste Grenouille, un ser dotado de un singular sentido del olfato, que dedicó gran parte de su corta existencia a la fabricación de un perfume humano, capaz de hacer que las personas lo amaran; propósito para el cual trabajó como perfumista en diversas perfumerías de Francia y cometió 26 asesinatos de doncellas.

Historia de Jean-Baptiste Grenouille

Jean-Baptiste Grenouille nació en una venta de pescado, del mercado de víveres, en París, en medio de fétidos olores, el 17 de julio de 1738. Luego de que su madre, de unos 25 años, lo abandonara debajo de una mesa, fue arrestada; dos semanas después fue acusada de infanticidio, ya que había dejado morir, uno por uno, a sus otros cuatro cuando nacieron en el mismo sitio, y decapitada. Al momento de morir ésta, Grenouille ya había tenido tres nodrizas, pero ninguna quiso quedarse con él porque "era demasiado voraz" (10).

El oficial de Policía La Fosse lo llevó, en calidad de expósito, al convento de Saint-Merri, en París, bajo el cuidado del padre Terrier, quien lo entregó a Jeanne Bussie, su nueva nodriza. Como el niño comía demasiado y no expelía ningún olor, ésta lo devolvió a Terrier, con el pretexto de que el infante estaba "poseído por el demonio" (13), debido a que no olía "a nada en absoluto" (13). Aunque Terrier se negó aceptar, con argumentos teológicos y racionales, que el lactante estuviera poseído por Satanás, concluyó aceptando que era un "diablillo chillón" (20), después que lo tildara de "monstruo" y de "niño insoportable" (19), porque se impactó y sorprendió hondamente al percatarse de que el pequeño "lo veía con la nariz, de un modo más agudo, inquisidor y penetrante de lo que puede verse con los ojos" (18). Por tal motivo se lo dejó en el hogar de madame Gaillard, su quinta y última nodriza, una mujer que "carecía del sentido del olfato y de toda sensación de frío y calor humano" (20). Esta desgraciada dama lo amamantó, alimentó, cuidó y educó hasta cuando lo entregó a su primer patrón.

Con Gaillard el chiquillo sobrevivió a diversas enfermedades, accidentes caseros e intentos fallidos de sus compañeritos para matarlo. Gracias a su constitución fuerte, agarrado a la vida como una "garrapata del árbol" (22), sin recurrir a ninguna muestra de amor y otros sentimientos humanos, "era indestructible" (23).

Como su nodriza se percató que su pupilo "poseía determinadas facultades y cualidades" (27) extraordinarias, como la ausencia de temor a la oscuridad, ver objetos a través de otros objetos y "ver el futuro" (27), se llenó de temores, y, aprovechando que el convento de Saint-Merri dejó de pagarle la manutención y el cuidado del huérfano, lo entregó a monsieur Grimal, curtidor de cueros, quien lo empleó como jornalero barato para desarrollar un trabajo peligroso, en el cual "tendría pocas probabilidades de sobrevivir" (28).

Bajo la explotación laboral de Grimal permaneció Grenouille durante siete años. Desempeñando peligrosas y fatigosas actividades relacionadas con faenas de curtiembre soportó estoicamente su ignominiosa "existencia más animal que humana" (31). Cuando disfrutaba de sus pocos ratos libres salía a deambular por algunos sitios sórdidos de París, con el ánimo de oler todo tipo de aromas y hedores. Una noche, mientras se festejaba un aniversario más de la entronización del Rey de Francia, asesinó a una muchacha de unos 13 ó 14 años, embriagado por el olor inconfundible y "una fragancia incomprensible, indescriptible, imposible de clasificar" (38) que expelía ésta. El inefable éxtasis y la controlable felicidad que le produjeron el olor y la fragancia de la hermosa jovencita fundieron en su insondable espíritu el ideal de ser el creador de perfumes "más grande de todos los tiempos" (41).

Como Grenouille deliraba por conocer el interior de una perfumería propició la oportunidad de que Grimal lo enviara al almacén de perfumes de Giuseppe Baldini, el perfumista más importante de París. Maravillado por el mundo de los olores, ya dentro del taller de Baldini, "se le ocurrió la idea de que pertenecía a este lugar y a ningún otro, de que se quedaría aquí y desde aquí conquistaría el mundo" (62). Fue así, como, haciendo alarde de conocer todos los olores de tener "la mejor nariz de Paris" (66), le pidió (exigió) trabajo al perfumista; petición, inicialmente, negada por éste. Sin embargo, con obstinación y persistencia, logró convencerlo de que le permitiera, en cinco minutos, elaborar un perfume que Baldini, secretamente, había pretendido copiar momentos antes sin haberlo logrado; y de esta manera le demostraría que, a su manera (invirtiendo el sistema tradicional de elaborar perfumes), sería capaz de hacerlo. Su futuro patrón, a regañadientes, aceptó con múltiples reticencias. Logrado su propósito, Baldini quedó tan impresionado que, a pesar de su arrogancia y su desprecio por el muchacho, resolvió emplearlo como aprendiz. La fragancia del perfume elaborado por Grenouille conmocionó de manera tan sorprendente a Baldini que se maravilló de la hazaña del jovencito. Este perfume era "algo totalmente nuevo, capaz de crear todo un mundo, un mundo rico y mágico que hacía olvidar de golpe todas las cosas repugnantes del propio entorno y comunicaba un sentimiento de riqueza, de bienestar, de libertad… (77). Bajo las órdenes del inescrupuloso y utilitario Baldini trabajó arduamente Grenouille creando diversos y exquisitos perfumes.

Todo marchaba a pedir de boca para el avaro Baldini hasta que su dócil y eficiente empleado estuvo a punto de morir por una enfermedad. Pero para fortuna del perfumista, el joven no estaba listo para morir todavía. La recuperación de su enfermedad le permitió obtener del miserable Baldini los medios para extraer la fragancia de un cuerpo, a saber: Enflorado o maceración en caliente, en frío y en aceite, indicándole que estas técnicas se empleaban en Grasse, ciudad ubicada al sur de Francia, para extraer las fragancias del jazmín, la rosa y el azahar. "Su plan era producir nuevas y perfectas sustancias odoríficas a fin de convertir en realidad por lo menos algunas de las fragancias que llevaba en su interior" (88). Tras aprender el proceso de destilación y el lenguaje de la perfumería, y de consolidar su "pretensión de elaborar un perfume realmente magnífico" (83), Grenouille renunció al empleo, después de haber contribuido eficazmente a la boyante prosperidad económica y prestigio social de Baldini, "el mayor perfumista de Europa y uno de los ciudadanos más ricos de París" (94). El ingrato de Baldini, en "agradecimiento", sólo le había dado una mísera paga por su esmerado trabajo y expedido un "certificado de oficial de artesano que le permitiera vivir con discreción, viajar sin ser molestado y encontrar un empleo" (95).

Grenouille se marchó con destino al macizo central de Auvernia, en búsqueda del volcán Plomb du Cantal, "el punto más alejado de los hombres" (106), huyendo del apestoso París y de la muchedumbre, del mundo de los hombres y de los olores. "Quería exteriorizar lo que llevaba dentro, sólo esto, expresar su interior, que consideraba más maravilloso que todo cuanto el mundo podía ofrecer" (95). Cuando Grenouille llegó a lo más alto de la cumbre ("la montaña de la soledad" 108), "un júbilo inaudito se apoderó de él" (108), "profirió un grito de alegría" (108) y "se comportó como un loco hasta altas horas de la noche" (108). En este lugar, lleno de euforia, sintió que "estaba completamente solo" (108) y encontró el "silencio olfativo" (108).

Un poco más debajo de la cima de la "montaña más solitaria de Francia" (109), se instaló en una pequeña caverna ("suficiente para su comodidad" 109). En donde meditó, rememoró, soñó, ensoñó, fantaseó, deliró, odió, recordó olores y tuvo "orgías solitarias" (136) durante siete años, alimentándose de salamandras, lagartijas, serpientes de agua, líquenes, hierbas, bayas de musgo y de "un cuervo muerto" (118). Dentro de la estrecha galería ("su pétreo aposento" 111) se sentía más seguro que "en el vientre de su madre" (109). En esa tumba fue donde vivió de verdad.

Nada de todo esto concernía a Grenouille, que no pensaba para nada en Dios, no hacía penitencia ni esperaba ninguna inspiración divina. Se había aislado del mundo para su propia y única satisfacción, sólo a fin de estar cerca de sí mismo. Gozaba de su propia existencia, libre de toda influencia ajena, y lo encontraba maravilloso. Yacía en su tumba de rocas como si fuera su propio cadáver, respirando apenas, con los latidos del corazón reducidos al mínimo y viviendo, a pesar de ello, de manera tan intensa y desenfrenada como jamás había vivido en el mundo un libertino (110).

Después de una catástrofe interior ocurrida durante "un sueño en el interior de su fantasía" (118), que "lo expulsó de la montaña y lo devolvió al mundo" (118), Grenouille abandonó su cueva y el Plomb du Cantal en dirección sur. Dicha catástrofe consistió en verse envuelto en la niebla de su propio olor, pero que él no podía oler. Entonces expresó un terrible grito que rompió la niebla y lo despertó. Sin dejarse dominar por el pánico, fríamente reflexionó:

No es que yo no huela, porque todo huele. El hecho de que no huela mi propio olor se debe a que no he parado de oler desde mi nacimiento y por ello tengo la nariz embotada para mi propio olor. Si pudiera separarlo de mí, todo o por lo menos en parte, y volver a él al cabo de cierto tiempo de descanso, conseguiría olerlo muy bien y, por lo tanto, a mí mismo (120).

Al llegar a Pierrefort fue recibido por el Alcalde, quien lo entregó al marqués de la Taillade-Espinasse, señor feudal de la ciudad y miembro del Parlamento de Touluose. Éste lo llevó a Montpellier para probar ante el público sus teorías del fluidales…

El marqués facilitó su ingreso, como oficial de perfumista, en el taller de perfumería de Runel, en Montpellier. El propósito de Grenouille era crear un perfume que oliera a ser humano, quería apropiarse del "olor de los hombres, que él mismo no poseía" (132). Perfumado salió a la calle; las personas se fijaban en él por su aroma. Con este perfume iba ganando la simpatía de las gentes, a las que odiaba y despreciaba profundamente. Se sintió sosegado porque su perfume imitaba el aroma de los seres humanos.

Bajo el hechizo de su aroma cambiaban, sin que ellos lo supieran, la expresión del rostro, la conducta y los sentimientos. Quienes al principio le habían mirado con descarado asombro, le contemplaban ahora con ojos más benévolos; quienes antes le observaban apoyados en los respaldos de sus asientos, con el ceño fruncido y las comisuras de los labios hacia abajo, indicando crítica, ahora se inclinaban hacia delante con una expresión infantil en el semblante relajado; e incluso en las caras de los miedosos, los asustados, los hipersensibles, que antes le habían mirado con horror y su estado actual aún les inspiraba escepticismo, se advertían indicios de cordialidad y hasta de simpatía cuando su aroma los alcanzaba (140).

Sabía que era capaz de mejorar este aroma. Crearía uno que no sólo fuera humano, sino sobrehumano, un aroma de  ángel, tan indescriptiblemente bueno y pletórico de vigor que quien lo oliera quedaría hechizado y no tendría más remedio que amar a la persona que lo llevara, o sea, amarle a él, Grenouille, con todo su corazón (137).

Seguidamente se marchó de Montpelier, sin el aroma de su perfume, luego de que se hubiera ganado la confianza de algunas personas y se acercara, únicamente por interés e hipocresía, al mundo de los hombres. Tras viajar durante siete días llegó a Grasse, la "Roma de los perfumes, la tierra prometida de los perfumes" (148). Allí pretendía apoderarse de la técnica de extracción de perfumes, "ya que la necesitaba para sus fines" (148). Al entrar en Grasse se aplicó nuevamente su embriagador perfume. Deambulando por las calles, en su quehacer oloroso, percibió la fragancia de la muchacha asesinada en París, y "derramó lágrimas de beatitud" (151). Entonces olió la fragancia de una muchacha más cautivante que aquella, e intentó "arrancársela como si fuera una piel y convertirla en suya" (153), pero aún no poseía las técnicas adecuadas para ello y decidió esperar dos años.

Antes era preciso consagrarse al trabajo, ampliar su conocimiento y perfeccionar sus habilidades de artesano para estar preparado cuando llegara el momento de la cosecha (153).

En Grasse consiguió empleo en el taller de perfumería de madame Arnulfi, "una mujer sensata dotada de un santo sentido comercial" (154), amante de su empleado (primer oficial) Dominique Druot, con quien se casaría tiempo después. Allí durante dos años, sumiso a la explotación laboral de Druot, se entregó "a su verdadera pasión: la caza sutil de perfumes" (163). Procedía con tiento y celo, y de un modo planeado y sistemático afilaba sus armas, limaba sus técnicas y perfeccionaba lentamente sus métodos útiles para su oscuro propósito final. Para ello capturaba aromas de objetos inanimados, y mataba insectos y otros animales con el objetivo de "arrebatarles el alma perfumada de éstos" (165). También extrajo el olor humano a "la sábana de una cama de un funcionario del Tesoro muerto de tisis" (166), y tras experimentar con una mendiga muda que vistió con "un harapo preparado con diversas mezclas de grasa y aceite" (166). Entonces Grenouille se dio por satisfecho. "Sabía que ahora ya dominaba la técnica de arrebatar la fragancia a un ser humano" (167). De ahí en adelante orientó su propósito a la búsqueda de la fragancia de personas que inspiraran amor (doncellas). Se consideraba el mejor perfumista del mundo.

Con la sombría intención de elaborar su anhelado perfume, "según todas las reglas del arte" (171), reactivó su trabajo con el asesinato, con un golpe en la nuca, de una muchacha exquisitamente bella, a la que le arrancó la cabellera y la ropa, que se llevó para perfeccionar su infando cometido.

En realidad, la joven era de una belleza exquisita. Pertenecía a aquel tipo de mujeres plácidas que parecen hechas de miel oscura, tersas, dulces y melosas, que con un gesto apacible, un movimiento de la cabellera, un solo y lento destello de la mirada dominan el espacio y permanecen tranquilas como en el centro de un ciclón, al parecer ignorantes de la propia fuerza de atracción, que arrastra hacia ellas de modo irresistible los anhelos y las almas tanto de hombres como de mujeres (171).

Así continuó asesinando más "muchachas extraordinariamente hermosas" (173), hasta completar la horrorosa suma de 24 doncellas. Eran adolescentes hermosas que apenas se convertían en mujeres. Todas fueron asesinadas con el mismo procedimiento y aparecieron desnudas y sin cabellera. Por unos pocos meses Grenouille suspendió temporalmente su matanza de doncellas hermosas. Sin embargo, todavía le faltaba una más: Laure Richis, su víctima más codiciada.

El padre de esta hermosísima doncella, Antoine Richis, un acaudalado representante de la nobleza y del poder político, temeroso de que su adorada hija fuera la próxima víctima del asesino de doncellas, decidió marcharse, discretamente, de Grasse con su preciosa hija, debido a que había tenido una horrible pesadilla durante la cual vio a Laure asesinada y sin su esbelta y luenga cabellera. Mientras esto ocurría, Grenouille perfeccionaba la elaboración del perfume que tanto le obsesionaba.

El día del triunfo estaba próximo. En su cabaña, dentro de una cajita acolchada con algodón, tenía veinticuatro frascos diminutos con el aura, reducida a gotas, de veinticuatro doncellas… esencias valiosísimas que Grenouille había obtenido durante el último año por medio del "enfleurage" en frío de los cuerpos, digestión de cabellos y ropas, lavado y destilación. Y hoy quería ir a buscar a la vigesimoquinta, la más valiosa y la más importante (185).

Pensaba que cuando estuviera en posesión de todas las esencias para su perfume, el mejor perfume del universo, "abandonaría a Grasse como el hombre mejor perfumado de la tierra" (185).

Cuando Grenouille se enteró de la partida de Laure, fue tras ésta porque su belleza era la más valiosa de la tierra para él. "Ninguno de los asesinatos anteriores tenían utilidad sin el de ella; Laure era la única piedra de su edificio" (180). Yendo tras "su hilo dorado" (186), salió en su búsqueda, y en una posada, donde pasaban la noche ésta y su padre, le dio alcance y, discretamente, la asesinó.

Días después Grenouille fue descubierto y acusado como el autor del asesinato de 25 doncellas de Grasse. No obstante que aceptó ser el "autor de los asesinatos que le imputaban" (200), no reveló, a pesar de las crueles torturas, los motivos de estos asesinatos. "Sólo repetía una y otra vez que necesitaba a las muchachas y por eso las había matado. No respondía a la pregunta de por qué" (200). Fue condenado a martirios hasta que muriera. Sin embargo, cuando se iba a efectuar la ejecución de su irrevocable sentencia, ocurrió un milagro, algo incomprensible, increíble e inaudito: los diez mil asistentes a la plaza de ejecución se convencieron de que Grenouille era inocente y que lo amaban. Todos lo consideraron como "el ser más hermoso, atractivo y perfecto que podían imaginar" (208). La irrevocable ejecución se transformó, por obra y gracia del perfume de Grenouille, en un inolvidable bacanal.

La consecuencia fue que la inminente ejecución de uno de los criminales más aborrecibles de su época se transformó en la mayor bacanal conocida en el mundo después del siglo segundo antes de la era cristiana: mujeres recatadas se rasgaban la blusa, descubrían sus pechos con gritos histéricos y se revolcaban por el suelo con las faldas arremangadas. Los hombres iban dando tropiezos, con los ojos desvariados, por el campo de carne ofrecida lascivamente, se sacaban de los pantalones con dedos temblorosos los miembros rígidos como una helada invisible, caían, gimiendo, en cualquier parte y copulaban en las posiciones y con las parejas más inverosímiles, anciano con doncella, jornalero con esposa de abogado, aprendiz con monja, jesuita con masona, todos revueltos y tal como venían. El aire estaba lleno del olor dulzón del sudor voluptuoso y resonaba con los gritos, gruñidos y gemidos de diez mil animales humanos. Era infernal (209).

El perfume que inspiraba amor, "el perfume por cuya posesión había suspirado toda su vida" (210), había hecho efecto en los presentes. Los seres humanos lo amaban, pero él los odiaba. No lo amaban a él, sino a su "máscara fragante" (210) con la que inspiraba adoración. Grenouille deseaba que esos "hombres estúpidos, apestosos y erotizantes" (210) lo odiaran como él los odiaba. Su descontento radicaba en "su total ausencia de olor" (214), en que era inodoro. Era tal el efecto del perfume que Antoine Richis, incomprensible y paradójicamente, pidió perdón al asesino de su hija y le propuso que fuera su hijo. Esta absurda realidad le ocasionó un desmayo a Grenouille, y más tarde volvió en sí en la cama de la mismísima Laure Richis. Inmediatamente puso pie en tierra y, discretamente, abandonó a Grasse, ya sin el olor del perfume que había embriagado y enloquecido momentáneamente a los asistentes a su fallida ejecución.

El tribunal lo declaró inocente y se dispuso su libertad. Después de que el tribunal cerrara el expediente en contra de Jean-Baptiste Grenouille y reabriera la investigación por el asesinato de las 25 doncellas, Dominique Druot fue encontrado responsable de estos homicidios, debido a que a ello condujeron las "investigaciones", con fundamento en que en una cabaña de su propiedad (lugar donde dormía Grenouille, su patrón) fueron encontradas" las ropas y las cabelleras de todas las víctimas" (216). En consecuencia, éste fue condenado a muerte. Y como para hacer más incomprensible este sinsentido:

El tribunal no se dejó engañar por sus protestas iniciales. Tras catorce horas de tortura lo confesó todo y pidió incluso una ejecución rápida, que se fijó para el día siguiente. Selo llevaron al alba, sin ninguna ceremonia, sin cadalso y sin tribunas, y lo colgaron sólo en presencia del verdugo, varios miembros del tribunal, un médico y un sacerdote. El cadáver, después de que la muerte se produjera y fuese constatada y certificada por el médico forense, fue enterrado sin pérdida de tiempo. Con esto se liquidó el caso (216).

Con la desgracia de no poder olerse así mismo, Grenouille ingresó en París, el 27 de junio de 1767, y se internó en el Cementerio de los Inocentes, en horas nocturnas. En ese tétrico lugar sólo había malandrines y prostitutas. Destapó su frasco de perfume y se lo echó en su cuerpo. Extasiados y embelesados por el hechizo irresistible del perfume los presentes se abalanzaron en incontrolable tropel sobre Grenouille, desgarrándole sus ropas y arrancándole sus cabellos y su piel. Con puñales, hachas y machetes lo descuartizaron en treinta pedazos, que fueron vorazmente consumidos, desapareciéndolo "de la faz de la tierra" (222).

Grenouille y su contexto

Relatada aquí la trágica vida de Jean-Baptiste Grenouille, uno no puede sentir ningún tipo de afecto por un personaje tan siniestro. Desde la primera frase de la novela el autor nos advierte que se trata de un hombre abominable. Y en la tercera frase lo compara con "monstruos geniales" como el Marqués de Sade (1740-1814), Louis Antoine Léon de Saint-Just (1767-1794), Joseph Fouché, duque de Otranto (1758-1820) y Napoleón I Bonaparte (1769-1821), entre otros (el primero de ellos contemporáneo de Jean-Baptiste Grenouille 1738-1767), a quienes el escritor denomina "hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad" (7). Es decir, Grenouille no era ningún filántropo ni bienhechor de la humanidad.

Su grito al momento de nacer, además de ser una elección deliberada "contra el amor y a favor de la vida" (22), también sirvió para "enviar a su madre al cadalso" (22). Se le comparó con una garrapata. Esta imagen literaria de la garrapata es tan propicia para comparar al insecto con Grenouille, que es pertinente recrearla en este trabajo:

La pequeña y fea garrapata, que forma una bola con su cuerpo de color gris plomizo para ofrecer al mundo exterior la menor superficie posible; que hace su piel dura y lisa para no secretar nada, para no transpirar ni una gota de sí misma. La garrapata, que se empequeñece para pasar desapercibida, para que nadie la vea y la pise. La solitaria garrapata, que se encoge y acurruca en el árbol, ciega, sorda y muda, y sólo husmea, husmea durante años y a kilómetros de distancia la sangre de los animales errantes, que ella nunca podrá alcanzar por sus propias fuerzas. Podría dejarse caer; podría dejarse caer al suelo del bosque, arrastrarse unos milímetros con sus seis patitas minúsculas y dejarse morir bajo las hojas, lo cual Dios sabe que no sería ninguna lástima. Pero la garrapata, terca, obstinada y repugnante, permanece acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la casualidad más improbable le lleve la sangre en forma de un animal directamente bajo su árbol. Sólo entonces abandona su posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la carne ajena…

Igual que esta garrapata era el niño Grenouille. Vivía encerrado en sí mismo como en una cápsula y esperaba mejores tiempos. Sus excrementos eran todo lo que daba al mundo; ni una sonrisa, ni un grito, ni un destello en la mirada, ni siquiera el propio olor… (23).

Escribe el autor que Grenouille "fue un mostro desde el principio" (22), eligiendo la vida por obstinación y maldad. Por la boca del padre Terrier dice que era un "monstruo", un "niño insoportable" (19), un "diablillo chillón" (20). Grenouille no le daba al mundo sino excrementos. "Su maestro le tenía por un imbécil" (27). Rechazado por su madre y sus nodrizas, ya se imagina el lector de qué clase de persona se le está hablando. Un niño que no olía podría ser un demonio o estar poseído por éste. En concepto de su cuarta nodriza, Jeanne Bussie, ese "bastardo" (11) no olía "como deben oler los seres humanos" (13); por eso le horrorizaba. El mismo Terrier sintió terror y asco por Grenouille cuando éste le olió. Para el sacerdote no resultó ser más que un "ser extraño y frío, un animal hostil" (19); estuvo a punto de arrojarlo "como si se tratase de una araña" (19) y de decirle que era un "demonio" (19), pero el temor a Dios y sus criterios racionales se lo impidieron.

Y como si esto fuera insuficiente para no profesarle amor, en el capítulo 8, a sus 12 años, perpetró su primer asesinato en París; su víctima, una doncella. Sin embargo, dadas las vicisitudes de su miserable vida durante su azarosa crianza y bajo las órdenes de sus despreciables patronos explotadores, los lectores podríamos abrigar un recóndito sentimiento de compasión o de ternura; pero después del segundo asesinato, en el ocaso de su efímera, aciaga y torva existencia, desaparece la intención de prodigarle cualquier clase de afecto. Grenouille no logra hechizar y subyugar a los lectores como lo hizo con las personas que percibieron el aroma de su embriagador perfume; así como éstas sólo lo amaron cuando estuvo bajo los efectos de su aletargador perfume, aquéllos ni lo amaron ni lo odiaron. Tal como no pudo expeler su aroma natural a quienes tuvieron algún contacto con él, tampoco el lector le irradió amor u odio.

Su quinta nodriza, madame Gaillard, a pesar de su "frío sentido del orden y de la justicia" (21), terminó por marcarle su aciago destino, ya que, privada de todo tipo de sentimientos, no le prodigó amor ni cuidados especiales a Grenouille. ¿Qué se podía esperar de una mujer alexitímica[3]muerta en vida? Sin embargo no hubiera podido sobrevivir con otra nodriza que hubiera echado de menos su olor característico. Como había perdido el sentido del olfato por un golpe que le propinó su padre, "justo encima del arranque de la nariz" (20), esta mujer "pobre de espíritu" (20) jamás pudo percibir que Grenouille no expelía ningún tipo de olor humano. Además de la cicatrices en el alma, durante la permanencia en el hogar de madame Gaillard le quedaron cicatrices en el cuerpo como secuela de las enfermedades que lo atacaron, la caída en un pozo y una escoriación en el pecho con agua caliente.

Como consecuencia de todo ello le quedaron cicatrices, arañazos, costras y un pie algo estropeado que le hacía cojear, pero vivía. Era fuerte como una bacteria resistente, y frugal como la garrapata, que se inmoviliza en un árbol y vive de una minúscula gota de sangre que chupó años atrás. Una cantidad mínima de alimento y de ropa bastaba para su cuerpo. Para el alma no necesitaba nada. La seguridad del hogar, la entrega, la ternura, el amor -o como se llamaran las cosas consideradas necesarias para un niño- eran totalmente superfluas para el niño Grenouille. Casi afirmaríamos que él mismo las había convertido en superfluas desde el principio, a fin de poder sobrevivir. El grito que siguió a su nacimiento, el grito exhalado bajo el mostrador donde se cortaba el pescado, que sirvió para llamar la atención sobre sí mismo y enviar a su madre al cadalso, no fue un grito instintivo en demanda de compasión y amor, sino un grito bien calculado, casi diríamos calculado con madurez, mediante el cual el recién nacido se decidió "contra" el amor y "a favor" de la vida. Dadas las circunstancias, ésta sólo era posible sin aquél, y si el niño hubiera exigido ambas cosas, no cabe duda de que habría perecido sin tardanza. En aquel momento habría podido elegir la segunda posibilidad que se le ofrecía, callar y recorrer el camino del nacimiento a la muerte sin el desvío de la vida, ahorrando con ello muchas calamidades a sí mismo y al mundo, pero tan prudente decisión habría requerido un mínimo de generosidad innata y Grenouille no la poseía. Fue un monstruo desde el mismo principio. Eligió la vida por pura obstinación y por pura maldad (22).

A Grenouille no sólo le faltó el amor de Madame Gaillard, también los demás niños lo detestaban e intentaron matarlo. A pesar de que no era agresivo, torpe o taimado, sentían asco y pavor porque lo veían como una araña que había que aplastar. Desistieron de hacerlo debido a que comprendieron que era indestructible. Le temían porque no percibían su olor.

Grenouille, siendo aún pequeño, empezó a mostrar sus facultades olfativas. Comenzó oliendo maderas y distinguiendo los olores de las diversas maderas. Su facultad olfativa era sorprendente. Cuando sólo contaba con seis años ya había percibido su entorno a través del olfato.

A medida que crecía se tornaba más introvertido. Abstracciones como justicia, Dios, alegría, responsabilidad, humildad y gratitud eran ideas enigmáticas para éste. Como no temía a la oscuridad y era como vidente, madame Gaillard pensó que tenía facultades sobrenaturales. Razón por la cual decidió que no seguiría en su trabajo de nodriza. Sin ningún sentimiento de culpa lo entregó al curtidor Grimal, pues sabía que en el taller de curtiembres de éste tendría escasas posibilidades de sobrevivir, ya que el trabajo de aprendiz de curtidor era extremadamente peligroso para un niño de tan solo nueve años.

Grenouille presintió que Grimal lo maltrataría si se insubordinaba; su olfato así se lo reveló. Para Grimal, Grenouille sólo le interesaba como trabajador eficiente y sumiso, no como persona, sino como "un animal doméstico útil" (31). Eso valía para la burguesía capitalista un ser humano. Era evidente la cosificación del sujeto, oprobioso fenómeno vigente en nuestro tiempo. Pero él se aferraba a la vida como una garrapata; concentrado y entregado a su trabajo, era dócil, laborioso y moderado. Su anhelo de existir y su fuerza vital eran tan fuertes que sobrevivió a la mortal enfermedad del ántrax maligno; solamente le quedaron cicatrices en la cara, que lo afearon más.

A sus doce años su interés por el encantador mundo de los olores lo subyugaban de manera asombrosa e iba creciendo de manera que se le convirtió en una necesidad. Una noche cualquiera salió a buscar olores y fragancias por algunos rincones apestosos de París. Disfrutaba placenteramente destramando e hilando olores. Buscaba con pasión y paciencia olores conocidos y desconocidos. Él veía con el olfato, detectando olores por aquí y por allí, por acá y por allá. Se extasiaba con el olor del mar y anhelada fervientemente conocerlo. En esta "cacería" de olores olisqueó, por primera vez, el perfume verdadero de las flores y otras plantas aromáticas.

Registró estos perfumes como registraba los olores profanos, con curiosidad, pero sin una admiración especial. No dejó de observar que el propósito del perfume era conseguir un efecto embriagador y atrayente y reconocía la bondad de las diferentes esencias de las que estaban compuestos, pero en conjunto le parecían más bien toscos y pesados, chapuceros más que sutiles, y sabía que él podría inventar otras fragancias muy distintas si dispusiera de las mismas materias primas.

Muchas de estas materias primas ya las conocía de los puestos de flores y especias del mercado; otras eran nuevas para él y procedió a separarlas de las mezclas para conservarlas, sin nombre, en la memoria: ámbar, algalia, pachulí, madera de sándalo, bergamota, vetiver, opopónaco, tintura de benjuí, flor de lúpulo, castóreo…

No tenía preferencias. No hacía distinciones, todavía no, entre lo que solía calificarse de buen olor o mal olor. La avidez lo dominaba. El objetivo de sus cacerías era poseer todo cuanto el mundo podía ofrecer en olores y la única condición que ponía era que fuesen nuevos. El aroma de un caballo sudado equivalía para él a la fragancia de un capullo de rosa y el hedor de una chinche al olor del asado de ternera que salía de una cocina aristocrática. Todo lo aspiraba, todo lo absorbía. Y tampoco reinaba ningún principio estético en la cocina sintetizadora de olores de su fantasía, en la cual realizaba constantemente nuevas combinaciones odoríferas. Eran extravagancias que creaba y destruía en seguida como un niño que juega con cubos de madera, inventivo y destructor, sin ningún principio creador aparente. (35).

En la noche del 1 de septiembre de 1753, aprovechando que los parisinos conmemoraban un aniversario del ascenso de su Rey al trono, Grenouille fue en búsqueda de olores, y percibió un átomo de la más fantástica y embrujadora fragancia nunca antes olida.

Tuvo el extraño presentimiento de que aquella fragancia era la clave del ordenamiento de todas las demás fragancias, que no podía entender nada de ninguna si no entendía precisamente ésta y que él, Grenouille, habría desperdiciado su vida si no conseguía poseerla. Tenía que captarla, no sólo por la mera posesión, sino para tranquilidad de su corazón (36).

Esta fragancia era una mezcla de dos cosas, lo ligero y lo pesado; no, no una mezcla, sino una unidad y además sutil y débil y sólido y denso al mismo tiempo, como un trozo de seda fina y tornasolada… pero tampoco como la seda, sino como la leche dulce en la que se deshace la galleta… lo cual no era posible, por más que se quisiera: ¡seda y leche! Una fragancia incomprensible, indescriptible, imposible de clasificar; de hecho, su existencia era imposible. Y no obstante, ahí estaba, en toda su magnífica rotundidad. Grenouille la siguió con el corazón palpitante porque presentía que no era él quien seguía a la fragancia, sino la fragancia la que le había hecho prisionero y ahora le atraía irrevocablemente hacia sí (37-38).

Como Grenouille infirió que su vida carecía de sentido sin aquella fragancia, guiado por su "brújula" odorífica, se dirigió al lugar de donde provenía tan seductora aroma.

Quería grabar el apoteósico perfume como con un troquel en la negrura confusa de su alma, investigarlo exhaustivamente y en lo sucesivo sólo pensar, vivir y oler de acuerdo con las estructuras internas de esta fórmula mágica (39).

El manantial de esta singular fragancia era una hermosa doncella de unos 13 ó 14 años. Grenouille la ubicó con su prodigiosa nariz; se acercó cautelosamente y, con sus manos, la estranguló, poseso de la fútil preocupación de no perder nada de su fragancia.

Cuando estuvo muerta, la tendió en el suelo entre los huesos de ciruela, le desgarró el vestido y la fragancia se convirtió en torrente que le inundó con su aroma. Apretó la cara contra su piel y la pasó, con las ventanas de la nariz esponjadas, por su vientre, pecho, garganta, rostro, cabellos y otra vez por el vientre hasta el sexo, los muslos y las blancas pantorrillas. La olfateó desde la cabeza hasta la punta de los pies, recogiendo los últimos restos de su fragancia en la barbilla, en el ombligo y en el hueco del codo (40).

Aquella noche su cubil se le antojó un palacio y su catre una cama con colgaduras. Hasta entonces no había conocido la felicidad, todo lo más algunos raros momentos de sordo bienestar. Ahora, sin embargo temblaba de felicidad hasta el punto de no poder conciliar el sueño. Tenía la impresión de haber nacido por segunda vez, no, no por segunda, sino por primera vez, ya que hasta la fecha había existido como un animal, con sólo una nebulosa conciencia de sí mismo. En cambio, hoy le parecía saber por fin quién era en realidad: nada menos que un genio; y que su vida tenía un sentido, una meta y un alto destino: nada menos que el de revolucionar el mundo de los olores; y que sólo él en todo el mundo poseía todos los medios para ello: a saber, su exquisita nariz, su memoria fenomenal y, lo más importante de todo, la excepcional fragancia de esta muchacha de la Rue des Marais en cuya fórmula mágica figuraba todo lo que componía una gran fragancia, un perfume: delicadeza, fuerza, duración, variedad y una belleza abrumadora e irresistible. Había encontrado la brújula de su vida futura. Y como todos los monstruos geniales ante quienes un acontecimiento externo abre una vía recta en la espiral caótica de sus almas, Grenouille ya no se apartó de lo que él creía haber reconocido como la dirección de su destino. Ahora vio con claridad por qué se aferraba a la vida con tanta determinación y terquedad: tenía que ser un creador de perfumes. Y no uno cualquiera, sino el perfumista más grande de todos los tiempos (41).

Partes: 1, 2
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