- La invasión napoleónica y la rebelión española: el caso de Valencia
- La expedición francesa de 1808 contra Valencia
- Los combates del Puente del Pajazo, Las Cabrillas y la Ermita de San Onofre
- El asalto a Valencia del 28 de junio de 1808
- Las retiradas francesas de julio y agosto de 1808
- La guerra de 1809 a 1812, la caída de Valencia y su evacuación final
- Epílogo y conclusiones
- Notas
- Bibliografía
La invasión napoleónica y la rebelión española: el caso de Valencia
En la Europa de principios del siglo XIX, donde apenas diecisiete ciudades superaban los cien mil habitantes, la tercera ciudad de España en tamaño era Valencia, con cerca de ochenta mil vecinos. Su riqueza comercial estaba basada en la distribución y exportación de productos cerámicos y tejidos de seda, y su mercado local estaba dominado por las producciones agrícolas de la "Huerta" que la rodeaba, que hoy aún existe y sigue siendo una próspera comarca hortícola. Poseía un modesto puerto marítimo, universidad propia, y una guarnición del Real Ejército de cerca de mil hombres entre oficiales, soldados y personal auxiliar.
Una grave crisis económica y social, iniciada a finales del siglo XVIII, había deteriorado el tejido social y económico de la ciudad, y la pobreza de grandes colectivos urbanos había degenerado en disturbios y revueltas en 1801, centradas inicialmente contra una leva militar. Había tensión y delincuencia en las calles, y miseria en los suburbios y arrabales de la ciudad. La monarquía española no pasaba por un buen momento: la Corona no gozaba del respaldo popular, y los escándalos y rumores sobre corrupción e ineptitud política eran moneda corriente. Por ello, la guarnición de Valencia estaba organizada sobre todo para prevenir posibles revueltas populares, más que para integrarse en una campaña de alcance nacional o en un ciclo de operaciones asociado a una guerra internacional. Y sin embargo, España estaba oficialmente en guerra con Gran Bretaña y Portugal, habiendo suscrito una alianza militar con la Francia de Napoleón, la potencia dominante del momento en la Europa continental.
En este contexto, la política europea se ve dominada por las guerras que la mayoría de las naciones del continente sostienen contra la Francia revolucionaria, en las que el nombre de Napoleón Bonaparte comienza a hacerse famoso. Tras diversas alternancias bélicas desde la lejana fecha de 1789, Francia comienza a acumular victorias frente a las coaliciones internacionales que la combaten a partir de 1795, y el joven Bonaparte aparece como el responsable de muchas de ellas. Tras casi una década de campañas exitosas y de alcanzar el poder absoluto como Emperador entre 1801 y 1805, Napoleón alcanza la hegemonía para la Francia revolucionaria en la Europa continental, pero se le resiste Gran Bretaña, inasequible a cualquier negociación de reparto de Europa. Por ello Napoleón trata de cortar militarmente todo vínculo económico entre las Islas Británicas y el continente, interviniendo para ello en la Península Ibérica a partir de 1806. [1]
El 28 de octubre de 1807, por el Tratado hispano-francés de Fontainebleau, se autoriza a que un Cuerpo de Ejército francés atraviese el territorio español para invadir Portugal, aliado de Gran Bretaña [2]. La política del "Bloqueo Continental" orientó el interés de Napoleón hacia la Península Ibérica y el Mediterráneo occidental, incrementando la presión sobre la corte de Portugal, a la que conminó a renunciar al comercio con los británicos desde sus puertos, así como la confiscación de los bienes y bloqueo de los británicos residentes en el país. Ante la inacción portuguesa, en agosto de 1807 Napoleón encargó a Jean-Andoche Junot la organización en Bayona del "Cuerpo de Observación de la Gironda", con una fuerza de unos treinta mil soldados, y retomando la fórmula de 1801 para forzar a aceptar el embargo comercial a los portugueses, reclamó el apoyo de la corte española que, con este fin, remitió un ultimátum al gobierno portugués el 12 de agosto de 1807. A partir del 25 de septiembre siguiente, los portugueses expulsaron a los navíos ingleses de sus puertos pero, anteriormente notificados de que el gobierno británico no permitiría ningún acto hostil contra sus ciudadanos en Portugal, no emprendió ninguna acción en este último sentido.
El 18 de octubre de 1807, Junot atraviesa la frontera y pocos días después, el 27 de octubre, un representante del ministro Manuel Godoy en nombre de la monarquía española firma el Tratado de Fontainebleau, en el que se estipula la invasión militar hispano-francesa de Portugal, la cesión a la Corona de España de los nuevos Reinos de Lusitania y Los Algarves, así como el reparto de las colonias portuguesas entre España y Francia. Pero entre febrero y marzo de 1808, otros cuatro Cuerpos de Ejército franceses entran en España al margen del Tratado, ocupando Pamplona, Barcelona, San Sebastián y el Castillo de Figueras, importante fortaleza fronteriza al sudeste de los Pirineos. Cunde la alarma entre la población de las ciudades y en la corte de Madrid, produciéndose el 19 de marzo de 1808 el llamado "Motín de Aranjuez", en el que el valido real Manuel Godoy es depuesto y casi linchado, y el rey Carlos IV se ve obligado a abdicar en su hijo Fernando, Príncipe de Asturias, principal instigador del "Motín" y principal beneficiario político del mismo.
El 23 de marzo de 1808, el Mariscal Joaquín Murat entra en Madrid con dos Cuerpos de Ejército, mandados por el General Dupont y el Mariscal Moncey. Con el ejército español desplegado en las costas peninsulares, previniendo un desembarco británico, y los (teóricos) aliados franceses rodeando la capital de España, el joven rey Fernando VII no tiene más salida que ir a Bayona a negociar su ascenso al trono, directamente con Napoleón. Este hecho aumenta el descontento popular, previamente atizado por Fernando contra su padre Carlos IV y su valido Manuel Godoy. Napoleón exige la corona de España, y Fernando se la cede; ante la salida de la Familia Real —los príncipes e infantes niños, en los que el pueblo cifraba la "salvación" frente a la impopularidad de sus progenitores— camino de Bayona, el 2 de mayo de 1808, las capas populares madrileñas y las fuerzas españolas de la guarnición de la capital se sublevan contra la ocupación francesa.
El Mariscal Murat ordena a sus fuerzas replicar sin limitaciones, y en una dura refriega callejera aplasta la revuelta cívico-militar a lo largo del mismo día dos de mayo. En la noche del día tres se producen represalias y fusilamientos colectivos, que serían inmortalizados por el famoso pintor Francisco de Goya, testigo de los mismos. El día seis de mayo se escenifica en Bayona la devolución de la corona española a Carlos IV por parte de su hijo Fernando, y la entrega de ésta a Napoleón, en una farsa política que no engaña a nadie, y que pasa a conocerse como "las Abdicaciones de Bayona". El Emperador transfiere la corona a su hermano, y lo instituye como José I Bonaparte, nuevo rey de una España napoleónica sometida a ocupación militar. Aprovechando la flagrante división existente en el seno de la familia de Carlos IV, la bajeza moral e intelectual de sus miembros —incluido el Príncipe Fernando— y abusando de manipulaciones jurídicas, Napoleón cierra una trampa política en la que cree haberse anexionado España a un coste irrisorio. No se priva de divulgar comentarios insultantes sobre la realeza española y, por extensión, sobre su pueblo y su nación en general, a la que afirma despreciar por su barbarie y decadencia.
En el diario "La Gazeta de Madrid" del 20 de mayo de 1808 se publica la noticia oficial de las "Abdicaciones de Bayona" y sus consecuencias jurídico-políticas: España queda "legalmente" bajo el dominio de Napoleón, sujeta a su peculiar ideario político, basado en algunos principios de la Revolución Francesa insertos una autocracia militar oportunista, tintada de veleidades anticristianas y antitradicionales. De la supuesta virtud revolucionaria francesa apenas quedan rastros o gestos simbólicos en los Estados napoleónicos como la monarquía de José I, muchas veces desprestigiados por la brutalidad de la ocupación de los ejércitos franceses, y por el expolio económico al que someten a sus súbditos. A medida que va llegando la noticia de las "Abdicaciones de Bayona" a las distintas cabeceras provinciales españolas, grupos locales antifranceses vinculados a los poderes políticos y militares territoriales promueven llamadas a la resistencia en nombre de Fernando VII [3]: el 22 de mayo se subleva Cartagena, que cuenta con una gran base naval, aunque sin apenas barcos; en Valencia se produce el 23 de mayo de 1808 el "Crit del Palleter", manifestación popular que declara la "guerra del pueblo" contra Napoleón y el paso de la ciudad a la resistencia. [4]
Destacados políticos de Valencia, como el Padre Rico y los banqueros Beltrán de Lis, junto con el Capitán González Moreno, jefe provisional del Regimiento de Saboya de guarnición en Valencia, secundan la rebelión callejera y exigen la constitución de un gobierno local antifrancés. El "Real Acuerdo", órgano supremo de la administración territorial valenciana, reunido de urgencia por el Capitán General de Valencia, el Conde de la Conquista, llama al alistamiento general para formar un ejército que dirigirá un popular líder local, el Conde de Cervellón, antiguo Coronel del Regimiento de Infantería de Línea de la Corona. Apenas dos días más tarde, el 25 de mayo de 1808, se constituye una "Junta Suprema de Valencia" presidida por el Conde de la Conquista, y Valencia se declara rebelde frente a la ocupación francesa. Por medio del Cónsul de Dinamarca en la ciudad, el británico Peter Tupper, la "Junta" envía cartas a las autoridades militares de Gibraltar informando de la situación y ofreciendo la colaboración bélica con Gran Bretaña, en contra de Napoleón.
La expedición francesa de 1808 contra Valencia
Las sublevaciones se suceden por toda España, y casi todas las cabeceras provinciales establecen "Juntas" rebeldes que se pronuncian contra la ocupación y contra José I Bonaparte. El mando francés, apenas inquieto, organiza una columna en Madrid el 23 de mayo de 1808, al mando del Mariscal Dupont, para "pacificar" Andalucía; el 4 de junio, el Mariscal Moncey recibe fuerzas con misión análoga —el sometimiento del Levante español— y parte hacia Valencia. En la capital valenciana, un canónigo de la catedral llamado Baltasar Calvo asume el liderazgo de los extremistas antifranceses más fanáticos, y la noche del 5 de junio se apodera de la fortaleza urbana de la Ciudadela, asesinando a los civiles que formaban la colonia prebélica de mercaderes y empresarios franceses avecindados, y a los que la Junta había dado refugio en el recinto fortificado. El 6 de junio los extremistas controlan las calles de Valencia, pero al día siguiente fuerzas de la "Junta" logran capturar a Calvo y desarmar a sus seguidores. La Ciudadela, ocupada por éstos, debe ser expugnada con la ayuda de especialistas del 2º Batallón del Regimiento de Zapadores-Minadores, prófugos de sus cuarteles en Alcalá de Henares, de la colaboración con las fuerzas francesas de ocupación, e incorporados a la rebelión.
La columna expedicionaria del Mariscal Moncey llega a Cuenca procedente de Madrid el 11 de junio de 1808. El Mariscal Bon Adrien Jeannot de Moncey era por entonces un veterano general de tropas combatientes con cincuenta y cuatro años, que ya se había enfrentado a fuerzas regulares españolas en la Guerra de la Convención de 1793-1795. Había participado también en las exitosas campañas de Italia (1800) contra Austria; y en 1804 había sido nombrado Mariscal del Imperio y Conde de Cornegliano por el propio Napoleón. Se trataba, pues, de un conductor de tropas experimentado, un mando de confianza para resolver la rebelión en España. El dos de mayo de 1808 sus fuerzas habían participado en la represión de la revuelta cívico-militar madrileña, lo que les había proporcionado una primera experiencia de la encarnizada guerra popular que se avecinaba.
Al entrar en España, Moncey mandaba el llamado "Cuerpo de Observación de las Costas del Océano" —uno de los que invadieron España sin la cobertura del Tratado de Fontainebleau— y para la campaña de "pacificación" del Levante español recibió el mando de diez mil de sus hombres, encuadrados en las siguientes fuerzas: la I División "Musnier" de Infantería; la Brigada "Whatier" de Caballería; la Artillería del General Couin, con dieciséis piezas; y los Ingenieros del General Cazals; completaban la expedición diversas unidades logísticas y de transporte. Al frente de su Estado Mayor, Moncey nombró al General Harispe como su colaborador más directo en la conducción de las operaciones a desarrollar.
Debido a la ficción legal de las "Abdicaciones de Bayona", el Real Ejército Español debía asistir a las fuerzas francesas de ocupación con sus propias unidades, y colaborar en el sometimiento del país al nuevo rey José I Bonaparte. Sin embargo, gran parte de estas fuerzas se disolvieron en mayo de 1808, o desertaron en masa de la cadena de mando "legal", reorganizándose parcialmente y uniéndose a la rebelión. En el caso de la expedición de Moncey, unidades regulares españolas debían habérsele unido en Cuenca pero no aparecieron, y el servicio de información militar francés averiguó que se habían unido a los rebeldes.
Ante la amenaza que supone la llegada de la expedición de Moncey a Cuenca, la "Junta de Valencia" delega el mando de una fuerza de contención, apresuradamente organizada, al Coronel Pedro Adorno, jefe del Regimiento de Saboya. El 15 de junio Adorno llega a Requena, tomando posiciones en las Hoces del Cabriel, zona de desfiladeros de fácil defensa, distante un centenar de kilómetros de Valencia en dirección oeste. Con unos cuatro mil reclutas, la barrera de Adorno corta la ruta secundaria que une Madrid con Valencia, siendo la principal la que pasa por Almansa. En esta última ruta, a un centenar de kilómetros desde la posición de Adorno en dirección sur, otro general español, Pedro González-Llamas, se dispone a cerrar el paso a los franceses con unos seis mil soldados, reclutados en Cartagena y Alicante. Para completar estas dos posiciones de resistencia parte de Valencia el Teniente General Conde de Cervellón con una pequeña columna de caballería. Su misión es cubrir los flancos de la posición de González-Llamas en Almansa y reclutar milicianos voluntarios en los pueblos de las provincias de Valencia y Alicante próximos a la zona de guerra.
Los combates del Puente del Pajazo, Las Cabrillas y la Ermita de San Onofre
La noche del 17 al 18 de junio de 1808 el Mariscal Moncey hace salir de Cuenca a sus fuerzas, al amparo de la oscuridad, y avanza hacia Valencia. El 21 de junio llega a las Hoces del Cabriel, pero rehúsa atacar de frente las posiciones de bloqueo de Adorno. En el Puente de Vadocañas halla la forma de rodearlas y acceder a sus puntos más desprotegidos, y en el "Combate del Puente del Pajazo" ataca y derrota a los defensores españoles. El 23 de junio vuelve a quebrar, tras dos asaltos, las defensas de Adorno en el paraje de Las Cabrillas, cerca del Portillo de Buñol, a unos cuarenta kilómetros al oeste de Valencia. Viéndose vencedor, remite a la "Junta de Valencia" un ultimátum exigiendo la capitulación de la ciudad, que es rechazado.
Al resultar derrotadas las fuerzas de Adorno, la Junta de Valencia dicta órdenes de fortificar la ciudad a toda prisa, nombrando jefe de la defensa urbana al Brigadier Felipe de Saint March. Éste consigue, con las tropas a su mando, retrasar durante un día el avance de Moncey en el "Combate de la Ermita de San Onofre", librado el 27 de junio a apenas siete kilómetros de las murallas de Valencia. Nacido en Bélgica, el Brigadier Philippe-Aguste de Saint-Marcq se había enrolado en los ejércitos españoles a los catorce años de edad. El 2 de Mayo de 1808 asiste en Madrid a la revuelta popular y su brutal represión, y con cuarenta y seis años ostenta el rango de Capitán en el Regimiento de Reales Guardias Valonas, con el nombre de Felipe de Saint March. El 18 de mayo deserta ante las órdenes de colaborar con los franceses, y el 24 de junio llega a Valencia donde, al ser el oficial profesional de experiencia más acreditada entre los presentes, es puesto al mando de la defensa de la plaza.
Tras el Combate de la Ermita de San Onofre, Saint March envía al Capitán de Fragata José Caro, que ha participado en dicho Combate, hacia el sur, en busca de las tropas del Conde de Cervellón, que acuden desde Almansa con los voluntarios de la milicia que han conseguido reclutar. A las doce de la noche del 28 de junio, desde la población de Quart de Poblet, el Mariscal Moncey vuelve a exigir la capitulación de la ciudad. Reunida esa madrugada la Junta de Valencia, presidida por el Conde de la Conquista, tras un breve debate en medio de la agitación callejera, le responde por escrito: "Excelentísimo Señor: El pueblo de Valencia prefiere la muerte en su defensa a todo acomodamiento. Así lo ha hecho entender a la Junta, y ésta lo traslada a Vuestra Excelencia para su gobierno." La suerte estaba echada para la ciudad, se pensó en el Estado Mayor de Moncey, donde parecía que nada podrían oponer unos resueltos pero ineptos defensores "aficionados" frente al ataque de las veteranas fuerzas francesas, profesionales y bien equipadas.
El asalto a Valencia del 28 de junio de 1808
El espacio que ocupaba la ciudad de Valencia propiamente dicha en 1808 se corresponde con el actual distrito de "Ciutat Vella" (Ciudad Vieja), limitado por grandes vías bien visibles en el centro de la ciudad actual. El viejo cauce del río Turia formaba su límite por el norte; la actual Calle de Colón, por el este; la Calle de Xátiva constituía otro límite por el sur, y por último la de Guillén de Castro cerraba por el oeste. Estas grandes vías actuales siguen el recorrido del perímetro amurallado medieval, que fue demolido en la década de 1850. Dicho perímetro carecía de valor militar en 1808, pues estaba compuesto por lienzos de muralla altos y delgados, que no resistían los disparos de la artillería. Sin embargo, poseía algunos puntos defendibles en las diversas puertas o "portals" de su recinto, dotadas de muros reforzados, torres o estructuras más sólidas que un simple muro vertical.
Con el paso de los años, delante de cada puerta de la muralla se había ido formando un arrabal, compuesto de infraviviendas, chozas, cobertizos y algunas casas más permanentes, que en algunos casos había desarrollado una incipiente red de callejuelas y caminos, a medio camino entre el espacio urbano y la Huerta. Al resultar indefendibles, la población de estos arrabales "extramuros" hubo de refugiarse tras la muralla. La Valencia de 1808 no había conocido un asedio bélico en toda regla desde época medieval, y apenas contaba con defensas distintas de sus viejas murallas. Éstas estaban tan abandonadas y ruinosas que la llamada Torre de Santa Catalina —que ocupaba parte del solar del actual museo de arte moderno (IVAM) en el sector oeste del recinto— cerca de la Puerta de San José o "Portal Nou", se había derrumbado en 1772, dejando una brecha abierta de grandes dimensiones. Esta brecha se tuvo que rellenar apresuradamente, levantando un precario fortín de sacos terreros —denominado un tanto pomposamente "Fortín de Santa Catalina"— armado a toda prisa con unos pocos cañones, y encargando su defensa a un grupo de soldados, reclutas y milicianos dirigidos por el Comandante Manuel de Velasco.
En las diversas puertas de las murallas se instalaron los cañones disponibles en Valencia, y en torno a ellos a hombres de la Compañía Fija del 2º Regimiento de Artillería a Pie, junto a voluntarios civiles del Grao de Valencia [5], manejando las piezas de artillería y defendiendo sus emplazamientos. Los soldados regulares de los regimientos de la guarnición encuadraban a una gran masa de civiles apenas armados, unos veinte mil voluntarios, aportados por la Milicia de Valencia y las de los municipios de los alrededores, apostados en lo alto de la muralla como vigías. El Padre Rico, el Conde de la Conquista, el Arzobispo Company y otros personajes públicos de Valencia dieron su apoyo a la entusiasta defensa popular y aportaron recursos, locales y fondos para ayudar a sus componentes.
Uno de los últimos preparativos emprendidos por el Brigadier Saint March, la noche del 27 al 28 de junio de 1808, consistió en desplegar al amparo de la oscuridad, en el pueblo de Campanar en la orilla norte del río Turia —a poco más de un kilómetro al noroeste de Valencia— a una fuerza mandada por el Conde de Romrée y compuesta por un millar de reclutas, voluntarios y soldados regulares. Al amanecer del 28 de junio los cerca de diez mil soldados franceses del Mariscal Moncey llegan hasta la Cruz de Mislata, a unos dos kilómetros y medio al oeste de Valencia, desplegándose para asaltar las murallas de la ciudad, y ocupando el arrabal de Quart. Moncey ordena desplegar los dieciséis cañones del General Couin entre el Convento Nuestra Señora del Socorro y el Jardín Botánico, e inicia un bombardeo artillero que dura cerca de tres horas. Hacia las dos del mediodía lanza al ataque a su infantería: encuadrada en la I División "Musnier", la Brigada "Brun" se lanza al asalto del "Fortín de Santa Catalina", al mando del Comandante De Velasco y defendido por soldados del Regimiento de Soria, reclutas de los Voluntarios de Segorbe y milicianos, que logran rechazar el ataque.
A escasos centenares de metros, la Brigada "Isembourg" ataca las Torres de Quart, una de las puertas de la muralla que mira hacia el norte, siendo rechazada por los cañones emplazados en ella y por soldados de las Reales Guardias Españolas, del Regimiento América, voluntarios de la Compañía de Inválidos Hábiles y milicianos. Cerca de las tres de la tarde Moncey repite el ataque, pero tras otra hora de combates, la fuerza del Conde de Romrée oculta en Campanar ataca con sus Voluntarios del Reino de Valencia, Cazadores Voluntarios de Valencia, Voluntarios de Segorbe, jinetes de la Maestranza de Valencia y Dragones de Numancia. Este inesperado asalto por la retaguardia al dispositivo de asalto obliga a la batería emplazada en el Jardín Botánico a inutilizar sus cañones y escapar a la carrera. Moncey suspende el asalto y reorganiza sus fuerzas para rechazar a los hombres de Romrée, que finalmente se repliegan y consiguen volver a Campanar sin perder la cohesión.
Hacia las cinco de la tarde las fuerzas francesas atacan por tercera vez Santa Catalina y las Torres de Quart, y al mismo tiempo por el sur se desata otro bombardeo artillero dirigido contra la Puerta de San Vicente —hoy desaparecida, y ubicada en la actual Plaza de San Agustín—. La infantería de la Brigada "Brun", apoyada por los húsares de la Brigada "Whatier", ataca la Puerta de San Vicente, defendida por el Coronel Bruno Barrera con soldados del Regimiento Saboya y milicianos. Éstos consiguen finalmente rechazar el ataque. A las ocho de la tarde caen las sombras del anochecer y son los envalentonados defensores los que empiezan a hostigar a las fuerzas francesas de asalto, rechazándolas hacia campo abierto. Moncey repliega sus tropas a los pueblos de Mislata y Quart de Poblet, donde se hacen fuertes para pasar la noche, mientras en Valencia se desata la euforia.
Los héroes más populares y legendarios de la jornada fueron el torero Juan Bautista Moreno "Sabateret" (Zapaterillo) en la defensa de las Torres de Quart, y el mesonero Miguel García, vecino de la Calle de San Vicente, en las salidas realizadas al anochecer desde la Puerta de Ruzafa. Por su exitosa dirección de la defensa, el Brigadier Felipe de Saint March es ascendido a Mariscal de Campo. Las cifras oficiales de bajas del Archivo de la Guerra francés registran cerca de doscientos muertos entre sus hombres, incluyendo al General Cazals del Cuerpo de Ingenieros. También se registran unos quinientos heridos y la pérdida de parte de la artillería del asalto, anulada por la irrupción de las fuerzas de Romrée en el Jardín Botánico. En el bando español, que combatió protegido tras muros y parapetos, las bajas se estiman por debajo de las francesas, pero no se poseen cifras fiables.
Acudiendo a marchas forzadas desde Almansa por el oeste, los seis mil soldados españoles del General González-Llamas ya están en la población de Chiva, a apenas veinticinco kilómetros de Valencia, con la intención de atacar a Moncey por su retaguardia. Éste no puede arriesgarse a ser atacado por fuerzas superiores en número, al sumarse el contingente de González-Llamas a los defensores de la ciudad, y al amanecer del 29 de junio de 1808 inicia una retirada apresurada —pero en buen orden— hacia el sur, siguiendo el Camino Real a Madrid.
Las retiradas francesas de julio y agosto de 1808
El Camino Real que une Valencia con Madrid estaba pavimentado desde 1761, y saliendo de Valencia cruzaba el río Júcar por Alcira, seguía hacia Xátiva y el Puerto de Almansa para continuar hacia Albacete y Madrid. El Conde de Cervellón cortó el Camino Real en el Puente de Alcira sobre el río Júcar, a unos cuarenta y cinco kilómetros al sur de Valencia, con unos diez mil voluntarios de la milicia y seis cañones. Unos quince kilómetros río arriba, otros cinco mil voluntarios al mando del General Roca cubrieron otro posible punto de paso del río para los franceses, el Azud de Antella, en la cabecera de la Acequia Real del Júcar. El Mariscal Moncey abandona el Camino Real a la altura de Silla, tomando otro en desuso que sigue la Acequia Real del Júcar, desviándose en Alberique hacia el Azud de Antella, que alcanza el 1 de julio de 1808. Lanza un ataque en toda regla sobre los voluntarios de la milicia del General Roca, a los que arrolla, y cierra las compuertas de la Acequia Real en la llamada Casa del Rey. Con ello pretende que el río Júcar se embalse inundando sus orillas, impidiendo que el Conde de Cervellón pueda alcanzarlo. La misma tarde del uno de julio, el general González-Llamas llega al Puente de Alcira por el Camino Real de Madrid, donde toma contacto con las fuerzas del Conde de Cervellón. El Mariscal Moncey ha logrado escapar y sigue marchando hacia Almansa y Madrid, su base de operaciones y punto de partida.
En Valencia, el 3 de julio de 1808 el criminal Baltasar Calvo es juzgado y ejecutado. Ese mismo día el General Saint March parte hacia Cuenca y Zaragoza, y en Alcira el General González-Llamas reorganiza sus fuerzas. El 5 de julio reanuda su persecución de las fuerzas de Moncey, que continúan su marcha hacia Madrid. Apenas dos semanas después el General Dupont es vencido en la Batalla de Bailén (19 de julio de 1808) por las tropas españolas del General Castaños. Pocos días antes, el 16 de julio, la Junta Suprema de Valencia había emitido un comunicado destinado a todas las Juntas locales de España, solicitando la formación de una Junta Central que en nombre del rey Fernando VII unificase el esfuerzo común contra la invasión francesa. La conocida como "Junta Central" se constituirá en Aranjuez el 25 de septiembre siguiente. Es un momento de triunfo para los patriotas resistentes, eufóricos ante sus éxitos militares.
Ante el inesperado desastre de su doble expedición pacificadora, José I Bonaparte decide abandonar Madrid y replegarse hacia territorio francés. El 1 de agosto el Mariscal Moncey organiza la retaguardia del ejército del rey José y completa la evacuación francesa de la capital española. El general González-Llamas, con el "Ejército de Valencia y Murcia", llega a Madrid el 13 de agosto entre aclamaciones, y el 23 de agosto llega a su vez el General Castaños con el "Ejército de Andalucía", aumentando el ambiente de euforia general. Mientras tanto, el 14 de agosto de 1808 la división valenciana del General Saint March toma contacto con los defensores de Zaragoza, uniéndose a las tropas del General Palafox, que esa misma tarde ataca el dispositivo francés de asedio al verse en superioridad numérica. Las fuerzas francesas del General Verdier levantan esa misma noche el sitio de Zaragoza y se retiran al amparo de la oscuridad.
La guerra de 1809 a 1812, la caída de Valencia y su evacuación final
Las victorias españolas del verano de 1808 suscitan la reacción de Napoleón, incrédulo ante un panorama bélico que se le escapa de las manos. En otoño del mismo año entra en persona al frente de la "Grande Armée" en España, ocupando Madrid en diciembre. La subsiguiente contraofensiva española empieza en la primavera de 1809, con las victorias Tamames y el "Ejército de Aragón y Valencia" en la Batalla de Alcañiz, pero termina el otoño siguiente con una gran derrota española en la Batalla de Ocaña. En el verano de 1810 el Duque de Wellington, al frente de una fuerza expedicionaria británica, se ve obligado a refugiarse tras la línea fortificada de Torres Vedras en Portugal. Mientras tanto, las fuerzas francesas ocupan Andalucía, asediando Cádiz. Desde Aragón el Mariscal Suchet se presenta ante Valencia el 5 de marzo de 1810, pero encuentra nuevas fortificaciones y al ahora Capitán General José Caro dispuesto a la resistencia a cualquier precio. Tras un combate de cinco días frente a las defensas de la ciudad, atrincherado en el Palacio del Real y sus jardines junto al río Turia, el 10 de marzo de 1810 se ve obligado a levantar el asedio, replegándose a Aragón. Tras la retirada de Suchet, y para evitar que pudiera ser utilizado de nuevo por el enemigo como observatorio y emplazamiento de cañones, el 12 de marzo de 1810 se ordena la demolición del Palacio del Real, uno de los edificios de mayor valor histórico y patrimonial de Valencia.
En 1811 el duque de Wellington sigue sin moverse de Torres Vedras en Portugal y las fuerzas francesas se concentran en Aragón: el Mariscal Suchet pasa a la ofensiva y cae Tarragona en septiembre; una contraofensiva del Gapitán General Joaquín Blake es derrotada el 25 de octubre de 1811, en la Batalla de Sagunto, ciudad-fortaleza que cae poco después; a principios de diciembre se formaliza un asedio en toda regla de la ciudad de Valencia. El contraataque de Blake del 28 de diciembre desde la propia ciudad es rechazado; los franceses completan tres paralelas de asedio, y el día 7 de enero de 1812 empiezan dos días de bombardeos que han de preceder al asalto: son destruidos la Universidad, el Palacio Arzobispal, el campanario del Convento de Santo Domingo y muchos otros edificios, hasta que agotada la capacidad de resistencia española el 9 de enero de 1812, el Capitán General Joaquín Blake solicita negociar la capitulación: Valencia cae, y con ella el llamado II Ejército de la Derecha, encargado de su defensa.
El Mariscal Suchet cruza el río Turia el 14 de enero de 1812 por el puente de San José y hace su entrada oficial en la ciudad. Napoleón le otorga el título nobiliario de Conde de la Albufera, y se instala con su Estado Mayor en el Palacio de Cervellón, en la actual Plaza de Tetuán. En represalia por el asesinato de la colonia francesa de Valencia en 1808 confisca todo el altar mayor de la Catedral, labrado en plata, y su tesoro de orfebrería medieval en oro, plata y piedras preciosas, destinando los metales a la acuñación de moneda de la monarquía de José I. Los profesores y alumnos de la universidad de Valencia que habían pertenecido al "Batallón Universitario" son deportados a Francia en calidad de prisioneros de guerra. El catedrático de Botánica y director del Jardín Botánico, Vicente Alfonso Lorente, es condenado a muerte. Intercede por él el botánico francés Léon Dufour, cuya petición de clemencia es aceptada, salvando la vida de Lorente.
Suchet inicia mejoras en la ciudad de Valencia para atraerse la simpatía de sus habitantes: manda replantar los árboles del Paseo de la Alameda, talados durante el asedio; diseñó el Jardín del Parterre, existente hoy, aunque se plantó y ordenó después de 1814. En los alrededores de Valencia, guerrilleros como el saguntino José Romeu Parras, o Asensio Nebot "El Fraile", acosan a las fuerzas francesas. Aunque el ejército del Mariscal Suchet consolida su posición en la ciudad, el campo alrededor de la misma, la Huerta y más allá, se convierten en zonas hostiles, fuera de control, y dominadas por bandoleros, cuadrillas de proscritos y clanes armados a medio camino entre la guerrilla y la delincuencia organizada.
Napoleón retira tropas de España para su campaña en Rusia, y en el verano de 1812 el Duque de Wellington vence al Mariscal Marmont en la Batalla de los Arapiles. José I Bonaparte abandona Madrid por segunda vez, trasladando a Valencia su corte el 31 de agosto de 1812 e instalándose en el Palacio de los Condes de Parcent —demolido unas décadas más tarde, hoy su solar está ocupado por la Plaza de Juan de Villarrasa—. Tras cambiar las tornas en las regiones occidentales de España y la retirada de Wellington a Portugal, el rey José I Bonaparte abandona Valencia el 16 de octubre de 1812, volviendo a Madrid.
En la campaña de Rusia de 1812 el emperador Napoleón pierde a su "Grande Armée" y retira más fuerzas de España para reconstruir su ejército; el Duque de Wellington vence en la Batalla de Vitoria a las tropas de José I Bonaparte, y el Mariscal Suchet abandona Valencia con su ejército el 5 de julio de 1813, retirándose hacia Aragón. Al día siguiente, 6 de julio, entran en la ciudad las tropas españolas del General Villacampa. Con ello termina la guerra en la capital valenciana, y comienza la reconstrucción económica, social y política de la misma.
Epílogo y conclusiones
La Guerra de la Independencia de 1808-1814 marca uno de los momentos de crisis más profunda de España a lo largo de su dilatada Historia. El Estado de la Monarquía Católica, trabajosamente levantado por los Reyes Católicos en el último cuarto del siglo XV, muestra su aspecto más decrépito y terminal. La sociedad española, abandonada por sus autoridades tradicionales, debe abrirse paso frente a una ocupación extranjera consentida por un Estado corrompido y unas élites políticas ineptas y egoístas, abandonadas a un entreguismo vergonzoso. El paradigma de este inane liderazgo lo ostentan el rey Carlos IV y su Familia, que en las décadas anteriores a 1808 habían exhibido tanto su inmoralidad como personajes públicos como su ineptitud como gobernantes. Pese a la desproporcionada presencia de los "afrancesados" y otros colaboracionistas pro-napoleónicos en puestos de poder, sobre todo en la capital y en los círculos cortesanos, las masas populares en sentido amplio rechazan su titubeante liderazgo, que pronto aborrecen, y toman la peligrosa decisión de rebelarse contra un orden "legalmente" establecido, y asentado sobre la fuerza militar más temida del momento.
Los primeros éxitos de las fuerzas españolas, restos del Ejército Real que se han recompuesto al margen de la ley y de una cadena de mando colaboracionista que en poco tiempo desaparece por completo, comienzan en la primavera y el verano de 1808, con la Batalla del Bruch, la resistencia de Zaragoza y Valencia —que hemos visto en el presente texto— y la sonada Batalla de Bailén, inesperada derrota que sorprende dolorosamente al mando francés y lo obliga a reaccionar, cambiando su perspectiva de la campaña y del enemigo a batir. También provoca la evacuación de las fuerzas francesas destacadas en Portugal, y el repliegue general de todas ellas a la orilla septentrional del Ebro.
El otoño de 1808 asiste a la entrada de la "Grande Armée" en España, encabezada por el propio Napoleón, con la que llevó a cabo el máximo despliegue francés en la Península Ibérica hasta mediados de 1812. Entre 1809 y 1811 se produce una cruenta guerra en que franceses y expedicionarios anglo-portugueses no ponen freno a la devastación de amplias regiones, con vistas a dañar de forma oportunista las infraestructuras y la economía españolas, dificultando su recuperación postbélica. Se dan alternativas en los combates, con unas fuerzas españolas que han de aprender de sus muchos y graves errores a fuerza de derrotas, pero que siempre se recomponen y vuelven a la carga, para asombro de los franceses, que nunca antes habían asistido a tanta temeridad, terquedad y derroche de recursos y vidas en el combate.
La retirada de efectivos franceses con destino a la fatídica campaña de Rusia de 1812 fue aprovechada por los españoles —apoyados por fuerzas anglo-portuguesas— para retomar la iniciativa, sobre todo a partir de su victoria en la Batalla de los Arapiles (22 de julio de 1812). Contrarrestando una contraofensiva francesa que sería la última en su género y envergadura, los españoles avanzan a lo largo de 1813 hasta los Pirineos, derrotando a los franceses en las Batallas de Vitoria (21 de junio) y San Marcial (31 de agosto). El Tratado de Valençay (11 de diciembre de 1813) restaura en el trono de España a Fernando VII, dejando al país libre de presencia militar francesa, pero no evita la invasión del territorio francés por tropas de España, Portugal y Gran Bretaña, siendo la Batalla de Toulouse (10 de abril de 1814) el último enfrentamiento de la guerra entre España y Francia iniciada en 1808.
En el terreno socio-económico la guerra costó a España una pérdida neta de población de entre 215.000 y 375.000 personas, por causa directa de los combates y la hambruna que se desató en 1812, y que vino a agravar la crisis económica general arrastrada desde las epidemias y crisis de subsistencias anteriores a 1808. El balance del descenso demográfico achacable a la guerra oscila entre las 560.000 y las 885.000 personas. La devastación y la despoblación afectaron especialmente a Cataluña (nordeste), Extremadura (oeste) y Andalucía (sur). Al desmantelamiento social y la destrucción de infraestructuras y actividades agrarias, comerciales y manufactureras, se sumó la bancarrota de la Real Hacienda y la pérdida de una parte importante del patrimonio cultural español, sobre todo por el vandalismo de las tropas ocupantes contra inmuebles y tesoros eclesiásticos.
A la devastación humana y material se sumó el debilitamiento internacional de España, privada de su poderío naval, y excluida de las negociaciones del Congreso de Viena, donde se dibujó el panorama geopolítico de la Europa post-napoleónica. Al otro lado del Atlántico, la América Española obtendría su independencia tras las Guerras de Independencia Hispanoamericanas. En el plano político interno, el conflicto hizo resurgir la identidad nacional española —muy disminuida desde finales del siglo XVII, pese a los intentos propagandísticos de Felipe V y sus sucesores por fomentarla— y abrió las puertas al constitucionalismo, concretado en el Estatuto de Bayona de 1809 —rechazado unánimemente por provenir del régimen de José I— y la Constitución de Cádiz de 1812, anulada por Fernando VII al restaurarse a sí mismo como monarca absolutista. La irrupción de los liberales de raíz ilustrada en la política española dio inicio a una era de guerras civiles entre los partidarios del absolutismo y los del liberalismo, las llamadas Guerras Carlistas, que se extenderían entre 1839 y 1874.
Notas
[1] El fracaso de las negociaciones de Napoleón con el gobierno británico del primer ministro Lord Grenville indujo a aquél a imponer, por el Decreto de Berlín de 21 de noviembre de 1806, el enfrentamiento directo con los británicos, mediante la práctica de la guerra económica total o "Bloqueo Continental", que ya se venía aplicando de facto tras el aumento de las tasas aduaneras, el cierre de los puertos del Norte de Francia y de las desembocaduras del Elba y el Weser al tráfico naval británico y de sus aliados, en la primavera de 1806.
[2] Según el tratado de Fontainebleau (27 de octubre de 1807), el ministro Manuel Godoy preveía, de cara a una invasión hispano-francesa de Portugal, la autorización del tránsito de tropas francesas por territorio español. Bajo el mando del General Jean-Andoche Junot las tropas francesas entraron en España el 18 de octubre de 1807, y sus avanzadas llegaron a la frontera con Portugal el 20 de noviembre.
[3] La primera declaración institucional que se dio en España en contra de la invasión napoleónica y su supuesta "legalidad", llamando a la rebelión y a la resistencia armada, la realizó el municipio de Móstoles, por entonces un pequeño pueblo y hoy una gran ciudad en la provincia de Madrid, no lejos de la capital de España.
[4] v. Boix Ricarte, Vicente (1845): Historia de la Ciudad y Reino de Valencia. Valencia, Impr. B. Monfort.
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