- Derecho Romano – La monarquía
- Derecho Romano – La república
- Derecho Romano I – Imperio de Augusto a Constantino
- Derecho Romano I – El imperio monárquico desde Constantino a Justiniano
- Derecho Romano I – La obra jurídica de justiniano
- Derecho Romano I – Derecho Romano post-justiniano
- Derecho Romano – La monarquía
- Derecho Romano I – El sujeto de derecho
- Derecho Romano I – Status libertis
- Derecho Romano – Del matrimonio
- Derecho Romano – Del régimen económico del matrimonio
- Derecho Romano – De la disolución de matrimonio y uniones irregulares
- Derecho Romano – De la legitimación de la adopción, extinción de la patria potestad
- Bibliografía
Lección 1
Definición de Derecho Romano:
El Derecho romano puede verse de dos maneras, en forma amplia y restringida.
En forma amplia: Conjunto de normas y principios que rigieron a los romanos desde el principio (Rómulo y Remo), durante su evolución y hasta su decadencia (Muerte de Justiniano 565 dC.).
En forma Restringida: Conjunto de normas y principios concebidos en el compendio de Justiniano llamado Corpus Iuris Civilis, dividido en 4 partes:
Codex: conjunto de constituciones imperiales
Digesto o Pandectas: Producción de la magistratura y jurisconsultos
Institutas: Compilación sobre la base de Gallo, de carácter didáctico para la enseñanza del Derecho. Siendo estas el fundamento del Derecho Romano
Novelas: Constituciones imperiales post – Justinianas.
Su importancia en la Historia:
Por la influencia que tuvo sobre el mundo civilizado hasta nuestros días, por ser el pueblo romano el que dominó al mundo conocido hasta entonces, llevando sus leyes, su idiomas, su arquitectura y sus costumbres a todo el mundo, siendo todo esto una primer cultura universal, y por su universalidad también fue adaptable a todo y a todos.
Su importancia en la Teoría:
Por su importancia histórica llega a nuestros tiempos como teoría, debido a que nuestras instituciones están basadas en el Derecho Romano y adaptadas a la evolución de la ciencia, por eso el Derecho Romano es la base y teoría misma del derecho actual.
Su importancia en la Práctica:
Para poder entender el funcionamiento de nuestras instituciones jurídicas actuales hay que volver al origen, El Derecho Romano para poderlo aplicar, razonar y proyectar. El pueblo Romano en este aspecto era práctico, no teórico, y su necesidad era la de regular las actividades humanas. Un ejemplo claro es: cuando se terminaba la cohabitación de la pareja se disolvía el matrimonio.
Métodos para su estudio:
Los métodos para su estudio son, el dogmático, el histórico e integral
Método Dogmático: Estudia el derecho Romano a través de los comentarios de los glosadores y postglosadores sin ponerlo en duda.
Método histórico: Basado en Savigny, analiza la evolución de las instituciones jurídicas de cada pueblo a través de la historia.
Tiene dos métodos:
Sincrónico: Estudia la institución en si misma sin atender al paso del tiempo
Cronológico: Estudia la institución a través del tiempo, desde su origen hasta una cierta fecha.
Integral: Método actual de Hegel, utiliza el método sincrónico y cronológico, mediante la tesis y la antítesis elaborando una síntesis la cual generalmente da lugar a una nueva tesis y así sucesivamente.
Historia interna y externa del Derecho Romano
Interno: Teoría de Leibnitz , creador de la Teodisea. Analiza la naturaleza de las instituciones, su contenido substancial.
Externo: Estudia al derecho Romano en forma metódica: origen, evolución, mutación y decadencia.
División del Derecho Romano en diferentes períodos
En forma política: Monarquía (753 al 510 a.C.)
República (510 al 30 a.C.)
Imperio (30 a.C. al 565 dC.)
Según Gibbon: No tuvo en cuenta las producciones anteriores a las XII tablas.
Ley de las XII Tablas hasta Ciserón (451ac-106ac)
Cicerón hasta Alejandro el Severo (106ac – 247 dc)
Alejandro el Severo hasta Justiniano (247dc-565dc)
Según Hugo: Tomó la base de Hugo y le agregó la parte anterior a las XII tablas.
Infancia: Fundación de Roma hasta la XII Tablas
Juventud: XII Tablas a Cicerón.
Virilidad: Cicerón a Alejandro Severo.
Vejez: Alejandro Severo a Justiniano
Según Bonfante: dividió en períodos por acontecimientos sociales, hechos o crisis
Según Rudolf Von Mayr:
Fuentes de conocimiento
JURIDICO:
Unipersonales: Institutas de Gallo- Sentencias de Paulo – Reglas de Ulpiano –Respuestas de Papiniano.
Compendio: IUS CORPUS CIVILIS de Justiniano.
EXTRA JURÍDICO:
Autores: Tito Livio (Historia)- Plauto (Linguística)- Cicerón (Oratoria)
Ciencias: Arqueología- Filosofía– Linguística- Papirología- Etruscología – Historia Antigua- Literatura.
Fuentes documentales: Ius Papinianum, Ley de las 12 Tablas, Edicto Perpetuo de Salvio Juliano, La Lex Julia, Código Gregoriano, Hermogeniano y Teodosiano y las citadas en el Digesto de Justiniano y las leyes Romano Bárbaras.
Fuentes Bibliográficas: La mas completa y base de todas es el Corpus Iuris Civilis, compuesto por el Codex, las Institutas , las Pandectas o Digesto, y las Novelas.
Organización Primitiva del Pueblo Romano Bajo La Monarquía:
Mitología
No sabemos con precisión cuándo fueron instituidas en Roma las primeras escuelas regulares, o sea, «estatales». Plutarco dice que nacieron hacia 250 antes de Jesucristo, esto es, casi quinientos años después de la fundación de la ciudad. Hasta aquel momento los muchachos romanos habían sido educados en casa, los más pobres por sus padres y los más ricos, por magistri, o sea maestros, o institutores, elegidos habitualmente en la categoría de los libertos, los esclavos liberados, que, a su vez, eran elegidos entre los prisioneros de guerra, preferentemente entre los de origen griego, que eran los más cultos.
Sabemos, empero, con certeza, que tenían que fatigarse menos que los de hoy. El latín lo sabían ya. Si hubiesen tenido que estudiarlo, decía el poeta alemán Heme, no habrían encontrado jamás tiempo para conquistar el mundo. Y en cuanto a la historia de su patria, se la contaban más o menos así:
cuando los griegos de Menelao, Ulises y Aquiles conquistaron Troya, en el Asia Menor, y la pasaron a sangre y fuego, uno de los pocos defensores que se salvó fue Eneas, fuertemente «recomendado» (ciertas cosas se usaban ya en aquellos tiempos) por su madre, que era nada menos que la Diosa Venus —Afrodita——. Con una maleta a los hombros, llena de imágenes de sus celestes protectores, entre los cuales, naturalmente, el puesto de honor correspondía a su buena mamá, pero sin una lira en el bolsillo, el pobrecito se dio a recorrer mundo, al azar. Y después de no se sabe cuántos años de aventuras y desventuras, desembarcó, siempre con la maleta acuestas, en Italia; se puso a remontarla hacia el norte, llegó al Lacio, donde casó con la hija del rey Latino, que se llamaba Lavinia, fundó una ciudad a la que se dio el nombre de la esposa, y al lado de ésta vivió feliz y contento el resto de sus días.
Su hijo Ascanio fundó Alba Longa, convirtiéndola en nueva capital. Y tras ocho generaciones, es decir, unos doscientos años después del arribo de Eneas, dos de sus descendientes, Numitor y Amulio, estaban aún en el trono del Lacio. Desgraciadamente, dos en un trono están muy apretados. Y así, un día, Amulio echó al hermano para reinar solo, y le mató todos los hijos, menos una: Rea Silvia. Mas, para que no pudiese poner al mundo algún hijo a quien, de mayor, se le pudiera antojar vengar al abuelo, la obligó a hacerse sacerdotisa de la diosa Vesta, o sea, monja.
Un día, Rea, que probablemente tenía muchas ganas de marido y se resignaba mal a la idea de no poder casarse, tomaba el fresco a orillas del río porque era un verano tremendamente caluroso, y se quedó dormida. Por casualidad pasaba por aquellos parajes el dios Marte, pues bajaba a menudo a la Tierra, un poco para organizar una guerrilla que otra, que era su oficio habitual, y otro poco en busca de chicas, que era su pasión favorita. Vio a Rea Silvia. Se enamoró de ella. Y sin despertarla siquiera la dejó encinta.
Amulio se encolerizó muchísimo cuando lo supo. Mas no la mató. Aguardó a que pariese no uno, sino dos chiquillos gemelos. Después, ordenó meterlos en una pequeñísima cestilla que confió al río para que se los llevase, al filo de la corriente, hasta el mar, y allí se ahogasen. Mas no había contado con el viento, que aquel día soplaba con bastante fuerza, y que condujo la frágil embarcación no lejos de allí, encallando en la arena de la orilla, en pleno campo. Ahí, los dos desamparados, que lloraban ruidosamente, llamaron la atención de una loba que acudió para amamantarlos. Y por eso este animal se ha convertido en el símbolo de Roma, que fue fundada después por los dos gemelos.
Los maliciosos dicen que aquella loba no era en modo alguno una bestia, sino una mujer de verdad, Acca Laurentia, llamada Loba a causa de su carácter selvático y por las muchas infidelidades que le hacía a su marido, un pobre pastor, yéndose a hacer el amor en el bosque con todos los jovenzuelos de los contornos. Mas acaso todo eso no son más que chismorreos.
Los dos gemelos mamaron la leche, luego pasaron a las papillas, después echaron los primeros dientes, recibieron uno el nombre de Rómulo, el otro, el de Remo, crecieron, y al final supieron su historia. Entonces, volvieron a Alba Longa, organizaron una revolución, mataron a Amulio y repusieron en el trono a Numitor. Después, impacientes, como todos los jóvenes, por hacer algo importante, en vez de esperar un buen reino edificado por el abuelo, que sin duda se lo hubiera dejado, se fueron a construir otro nuevo un poco más lejos y eligieron e] sitio donde su almadia habla encallado, en medio de las colinas entre las que discurre el Tíber, cuando está a punto de desembocar en el mar. En aquel lugar, como a menudo sucede entre hermanos, litigaron sobre el nombre que dar a la ciudad. Luego decidieron que ganaría el que hubiese visto más pájaros. Remo vio seis sobre el Aventino. Rómulo, sobre el Palatino, vio doce: la ciudad se llamaría, pues, Roma, Uncieron dos blancos bueyes, excavaron un surco, y construyeron las murallas jurando matar a quienquiera las cruzase. Remo, malhumorado por la derrota, dijo que eran frágiles y rompió un trozo de un puntapié. Y Rómulo, fiel al juramento, le mató de un badilazo.
Todo esto, dícese, aconteció setecientos cincuenta y tres años antes de que Jesucristo naciese, exactamente el 21 de abril, que todavía se celebra como aniversario de la ciudad, nacida, como se ve, de un fratricidio. Sus habitantes hicieron de ella el comienzo de la historia del mundo, hasta que el advenimiento del Redentor impuso otra contabilidad.
Tal vez también los pueblos vecinos hacían otro tanto: Cada uno de ellos databa la Historia del Mundo por la fundación de la propia capital, Alba Longa, Rieti, Tarquinia o Arezzo. Mas no lograron que los otros lo reconozcan, porque cometieron el pequeño error de perder la guerra, más aún, las guerras. Roma, en cambio, las ganó Todas. La finca de pocas hectáreas que Rómulo y Remo recortaron con el arado entre las colinas del Tíber convirtióse en el espacio de pocos siglos en el centro del Lacio, después de Italia, y mas tarde del mundo conocido hasta entonces. Y en todo él se habló su lengua, respetaron sus leyes, y se contaron los años ab urbe condita, o sea, desde aquel famoso 21 de abril de 753 antes de Jesucristo, comienzo de la historia de Roma y de su civilización.
Naturalmente, las cosas no acontecieron precisamente así. Pero así los papás romanos quisieron durante muchos siglos que les fuesen contadas a sus hijos: un poco, porque creían en ellas, y otro poco, porque, grandes patriotas, les halagaba mucho el hecho de poder mezclar los dioses influyentes como Venus y Marte y personalidades de elevada posición como Eneas, al nacimiento de su Urbe. Sentían oscuramente que era muy importante educar a sus hijos en la convicción de que pertenecían a una patria edificada con concurso de seres sobrenaturales, que seguramente no se hubiesen prestado a ello de no haberles propuesto asignarle un gran destino. Esto dio un fundamento religioso a toda la historia de Roma, que, en efecto, se derrumbé cuando se prescindió de él. La Urbe fue caput mundi, capital del Mundo, mientras sus habitantes supieron pocas cosas y fueron lo bastante ingenuos "ira creer en aquéllas, legendarias, que les habían enseñado papás y magistri; mientras estuvieron convencidos de ser descendientes de Eneas, de que corría por sus venas sangre divina y de ser «ungidos del Señor», aunque en aquellos tiempos se llamase Júpiter. Fue cuando comenzaron a dudar de ello su imperio se hizo añicos y el caput mundi convirtióse en colonia. Mas no nos precipitemos.
En la fábula de Rómulo y Remo, acaso no todo es fábula. Tal vez hay también algo de verdad. Tratemos de desentrañarlo basándonos en los datos bastamente seguros que la Arqueología y la Etnología nos han proporcionado.
Parece ser que ya treinta mil años antes de la fundación de Roma, Italia estaba habitada por el hombre. Qué hombre fue, los entendidos dicen haberlo reconstruido con ciertos huesecitos de su esqueleto encontrados aquí y allá, y que se remontan a la llamada «edad de piedra». Pero nosotros nos fiamos poco de estas deducciones, y, por lo tanto, saltamos a una era más próxima, la «neolítica», de hace algo así como ocho mil años, o sea cinco mil antes de Roma. Parece ser que nuestra península estaba poblada entonces por ciertos ligures al norte y sículos al sur, gentes de cabeza en forma de pera, que vivían un poco en las cavernas, un poco en cabañas redondas construidas con estiércol y fango, domesticaban animales y se alimentaban de caza y pesca.
Hagamos otro salto de cuatro mil años, es decir, lleguemos al año 2000 antes de Jesucristo. Y he aquí que del Septentrión, o sea de los Alpes, llegan otras tribus, quién sabe desde cuánto tiempo en marcha desde su patria de origen: la Europa central. Éstas no están mucho más adelantadas que los indígenas de cabeza en forma de pera; pero tienen la costumbre de construir sus viviendas no en cavernas, sino sobre estacas sumergidas en el agua, las llamadas palafitos. Proceden, se ve, de sitios pantanosos y, en efecto, al llegar a nuestro país eligen las regiones de los lagos, el Mayor, el de Como, el de Garda, anticipándose en algunos milenios al gusto de los turistas modernos. E introducen en nuestro país algunas grandes innovaciones: la ganadería, la agricultura, el tejido de telas y la construcción de bastiones de barro y tierra apisonada en tomo a los poblados para defenderlos tanto de los ataques de animales como de hombres.
Poco a poco empezaron a descender hacia el sur, donde se habituaron a construir cabañas también en tierra firme pero apuntalándolas todavía sobre estacas; aprendieron de ciertos primos suyos, instalados al parecer en Germania, el uso del hierro con el que fabricaron un montón de zarandajas nuevas: azadas, cuchillos, navajas, etc., y fundaron una verdadera ciudad, que se llamó Villanova, y que debió de estar emplazada en las cercanías de la que hoy es Bolonia. Este fue el centro de una civilización que se llamó precisamente Villanova y que poco a poco se extendió por toda la península. De ella se cree que derivan, como raza, como lengua y como costumbres los umbros, los sabinos y los latinos.
No se sabe lo que aquellos villanoveses, tras haberse establecido a horcajadas del Tíber, hicieron con los indígenas ligures y sículos. Tal vez les exterminaron, como era de uso en aquellos tiempos llamados «bárbaros» para distinguirlos de los nuestros en que se hace otro tanto si bien se llamen «civilizados»~ acaso se mezclaron con ellos tras haberlos sometido. El hecho es que, hacia el año 1000 antes de Jesucristo, entre la desembocadura del Tíber y la bahía de Nápoles, los nuevos venidos fundaron muchas poblaciones que, aun cuando habitadas por gente de la misma sangre, se hacían la guerra entre si y no se apaciguaban más que ante algún enemigo común o en ocasión de alguna fiesta religiosa.
La mayor y más poderosa de aquellas ciudades fue Alba Longa, capital del Lacio, a los pies del monte Albano, que corresponde probablemente a Castelgandolfo. Los albalonganos son considerados como aquel puñado de jóvenes aventureros que un buen día emigraron una docena de kilómetros más hacia el norte, y que fundaron Roma. Tal vez eran braceros, que iban en busca de un poco de tierra que apropiarse y cultivar. Tal vez eran un poco maleantes que tenían cuentas que ajustar con la policía y los tribunales de su ciudad. Tal vez eran emisarios mandados por su Gobierno a vigilar aquellos parajes, De los confines de la Toscana, en cuyas costas había desembarcado a la sazón un nuevo pueblo, el etrusco, que no se sabia de qué parte del Mundo venía, pero del que se decían pestes. Y tal vez entre aquellos pioneros había des que verdaderamente se llamaban Rómulo y Remo. A pesar de todo, no debían de ser más de un centenar.
El lugar que eligieron tenía muchas ventajas y no pocas desventajas. A una veintena de kilómetros del mar, se hallaba a resguardo de los piratas que lo infestaban, y podía ser convertido en puerto, pues para las embarcaciones de aquel tiempo, el brazo de río que lo separaba de la desembocadura era fácilmente navegable. Pero las marismas y los pantanos que lo rodeaban lo condenaban al paludismo, enfermedad que ha llamado a sus puertas hasta hace pocos años. Pero estaban las colinas que, al menos en parte, protegían a los habitantes de los mosquitos. Y fue, en efecto, en una de ellas, el Palatino, donde se alojaron primero, con el propósito de poblar también en seguida las otras seis que se elevaban en torno.
Mas, para poblanas, tenían que nacer hijos. Y para ello, hacían falta esposas. Y aquellos pioneros eran solteros.
Aquí, en defecto de historia, hemos de volver por fuerza a la leyenda, que nos cuenta lo que hizo Rómulo, o como se llamase el capitoste de aquellos tipejos, para procurarse mujeres para él y sus compañeros. Organizó una y una fiesta, tal vez para celebrar el nacimiento de su ciudad, e invitó a tomar parte en ella a los vecinos sabinos (o quirites), con su rey, Tito lacio, y sobre todo a sus hijas. Los sabinos acudieron. Mas, mientras estaban dedicados a apostar en las carreras a pie y a caballo, que era su deporte preferido, los dueños de la casa, muy poco deportivamente, les robaron a sus hijas y les liaron a ellos a puntapiés.
Nuestros antiguos eran muy sensibles en cuestiones de mujeres. Poco antes, al apto de una de ellas, Helena, había costado una guerra que duró diez años y que acabó con la destrucción de un gran reino: el de Troya. Los romanos las raptaron a docenas y es, por tanto, natural que el día siguiente tuvieran que enfrentarse con sus papás y hermanos, que volvieron, armados, a recuperarlas. Se atrincheraron en el Campidoglio, pero cometieron el imperdonable error de confiar las llaves de la fortaleza a Tarpeya, una chica romana que, parece, estaba enamorada de Tito lacio. Abrió una a los invasores, los cuales, gente caballeresca y, por lo tanto, refractaria a toda traición, comprendieron la perpetrada en su favor y la recompensaron aplastando a la chica bajo sus escudos. Los romanos dieron más tarde su nombre a las rocas desde donde solían arrojar a los traidores a la patria condenados a muerte.
Todo acabó en un pantagruélico banquete nupcial. Pues las otras mujeres, en nombre de las cuales se había encendido la batalla, en cierto momento se interpusieron entre ambos ejércitos y declararon que no querían quedarse huérfanas, como habría sucedido si sus maridos romanos hubiesen vencido, o viudas, como habría ocurrido si hubiesen vencido sus papás sabinos. Y que ya era hora de dejarlo porque con aquellos maridos, aunque expeditivos y largos de manos, lo habían pasado muy bien. Más valía regularizar los matrimonios, en vez de seguir degollándolos. Y así fue. Rómulo y lacio decidieron gobernar juntos, ambos con el título de rey, aquel nuevo pueblo nacido de la fusión de las dos tribus, de las cuales llevó el nombre conjuntamente: romanos quirites. Y como que lacio tuvo, acto seguido, la gentileza de morir, el experimento de reino a dos marchó bien aquella vez.
¡Quién sabe lo que se ocultaba bajo esta historia! Tal vez no sea más que la versión, sugerida por el patriotismo y el orgullo, de una conquista de Roma por parte de los sabinos. Pero puede darse también que los dos pueblos se hubieran mezclado voluntariamente y que el famoso rapto fuese tan sólo la normal ceremonia del matrimonio, como se celebraba entonces, es decir, con el robo de la novia por parte del novio, pero con el consentimiento del padre de ella, como todavía se hace en ciertos pueblos primitivos.
Si ocurrió verdaderamente así, es probable que esa fusión fuese, más que sugerida, impuesta por el peligro de un enemigo común: aquellos etruscos que, mientras tanto, se hablan desparramado desde la costa Tirrena por Toscana y Umbría y que, provistos de una técnica mucho más adelantada, presionaban hacia el sur. Roma y la Sabina estaban en la dirección de esta marcha y bajo su amenaza directa. Efectivamente, no se libraron de ella.
La Urbe había nacido apenas y ya tenía que habérselas con uno de los más difíciles e insidiosos rivales de su historia. Lo abatió a través de prodigios de diplomacia primero, y de valor y tenacidad después. Pero necesitó siglos.
La Familiae: Rómulo crea 3 grupos, llamados familia, a la cabeza de cada uno queda asignado como autoridad de cada familiae un PATER FAMILIAE. La función de este Pater Familiae Administrativa y organizativa, Política, dentro del La Familia y Religiosa privada. Estos grupos de Familias eran los LATINOS, SABINOS y ETRUSCOS.
Las Gens: Estaban formadas por las familiae, las cuales se pasaron a llamar GENS, estas fueron la primer organización político-social en Roma podía ser considerada en esa época una confederación de Gens, Siendo el Pater Familiae el jefe de cada una de ellas con su norma propia de derecho privado el Mores Maiorum, teniendo un papel de sumo sacerdote.
Las Tribus:
Las Curias:
Las Gens se unieron en curias, dividiéndose en 3 curias de 10 gens cada una. Cada Curia dio 100 soldados y 10 jinetes para la formación de la primer unidad militar, siendo en total una cantidad de 300 soldados y 30 jinetes, La curia es la primera organización Política. La finalidad de la organización en curias es el objetivo político y militar. La etimología de la palabra Curia proviene del Co, unión, y Virias o Viri, Hombre, unión del hombre. El Pater Familiae era la cabeza de cada Curia.
La Comitia Curiata:
30 Pater Familiae formaron la Comitia Curiata, estos tienen funciones militares y el voto, un voto por cada Curia. Las funciones de la Comitia Curiata era la de nombrar al Rex, en caso de ausencia del Rex podían nombrar un InterRex que era un ciudadano que tomaba la función de Rex por 5 Días, luego eran re elegidos. Según la Teoría de Bonfante, el nombramiento del Rex, podía ser por forma hereditaria, o por nombramiento directo de mismo Rex o el InterRex, o por la Comitia Curiata. La Lex Curiata del imperio da el IMPERIUM que revestía de poder al Rex. Tomaban decisiones por mayoría simple, se reunían 2 veces al año en el forum con la venia previa de los Augures. Tenían funciones legislativas de aprobar o rechazar las leyes siempre supeditado a la homologación del Senex y la aprobación del Rex. Producen la Lex Curiae.
El Rex:
La Monarca absoluto de cargo vitalicio, que mediante su Imperium gobernaba, tenía funciones políticas que le daban derecho a llamar a asamblea a la Comitia Curiata, y Presidirla. Designaba a los miembros del Senado. En sus funciones religiosas El Rex era el supremo sacerdote, Pontifix Máximum con derecho a consultar a los Augures, y organizaba y regía la cuestión religiosa pública los Sacra Publica. En sus funciones Militares el Rex el jefe de las legiones y a la vez decidía sobre la guerra y la paz. En sus funciones jurisdiccionales, eran referidos a la represión penal y de delitos que atentaban con la seguridad del estado sea político como religioso.
Tenía también funciones de tipo administrativas, como la de imponer los impuesto y tributos, y nombrar cargos.
Los colegios Sacerdotales: los colegios sacerdotales estaban divididos en 3
Los pontifisex: Administraban la justicia a través del Pontifix Máximum, eran los de mayor rango.
Los Augures: eran los encargados de predecir los día Fastos ( buenos) o Nefastos ( no hábiles) para las actividades.
Los Fesiales: eran los encargados de elaborar los calendarios según los datos de los Augures.
EL Senex:
Cada familia da un representante anciano, siendo los ancianos los de mayor conocimiento, se forma así un senado de 300 senadores, llegando hasta 600 senadores. Asesoraban al Rex y controlaban a la Comitia Curiata. Eran los que mediante la AUTORICTAS PATRUM daban la autorización para que sea LEX.
La Milicia y el Tributo:
Formada por 3000 soldados y 300 jinetes, todo ellos eran elegidos entre los Patricios aunque luego con el tiempo las legiones también fueron formadas por Plebeyos. el Rex era el jefe supremo de la milicia. Para el sostenimiento de la milicia se impuso un "Tributo" que era recolectado entre los miembros de las Tribus y cobrado únicamente a los patricios hasta la época de Servio Tulio.
La milicia queda conformada por
Las Clases sociales Romanas
Los Patricios: Descendientes directos de los Pater Familiae originales de la fundación de Roma, siendo esta la clase aristocrática. Gozaban de los siguientes derechos exclusivos.
Plebeyos:
2 son las Teorías sobre el origen de los Plebeyos, la primera dice que los plebeyos eran los pueblos extranjeros que se sumaron a las 300 familias iniciales de Roma. La segunda teoría dice que eran Agregados de las 300 familias iniciales. Los plebeyos eran ciudadanos Romanos, eran los que hacían los trabajos para mantener a la clase aristocrática. No gozaban de Iusprivatum ni del Iuspublicum. Con larga posterioridad logran gozar de los mismos derechos que los Patricios.
Clientes:
Los clientes no formaban parte ni de los Patricios ni plebeyos, eran una clase adscripta a los patricios, los cuales al ingresar a la familia obtenían el nomen del patrono Patricio. Los derechos que adquirían eran, derecho a la tenencia tierra, derecho al socorro económico por parte del patrono, asistencia por enfermedad y representación judicial a través del patrono. A su vez esto se veían obligados a respetar, ser abnegados, asistir en la guerra y rescate con sus bienes al Patrono Patricio. Al terminarse la organización de las Gens, los Clientes liberados pasaron formar parte de los Plebeyos. La Clientela era hereditaria.
Esclavos:
Eran personas sujetas a un amo, el esclavo era considerado "RES" cosa, el amo tenía potestad absoluta.
Su origen era de dos tipos:
1. El primero por ser botín de guerra
2. La segunda por Castigo por incumplimiento de las leyes o adquiriendo una deuda y volverse insolvente.
A Su vez el esclavo tenía la posibilidad de volverse ciudadano Romano por 4 actos:
1. El primero por Vindicta, acto solemne ante un magistrado cuando un tercero declaraba que el esclavo era libre, lo tocaba con la varilla y su amo aceptaba generalmente.
2. El segundo si el patrón lo inscribía en el Censo que se realizaba cada 5 años, el esclavo pasaba a ser Liberto.
3. Por Testamento: mediante una cláusula en el testamento de su amo.
4. Cuando el Patrono declaraba ante un grupo de amigos su voluntad de liberar al esclavo.
Extranjeros: Eran todos aquellos que no eran romanos, eran considerados casi enemigos para acceder a algún trato tenían que obtener la autorización de un Patricio, este contrato se denominaba "OTIS".
La Constitución Serviana:
La tradición atribuye a Servio Tulio 6to Rex esta reorganización política y social del pueblo Romano. La misma consistió en 5 puntos básicos.
1. La obligatoriedad del Censo de personas y bienes, las personas no censadas eran esclavos y los bienes no declarados eran confiscados por ocultamiento.
2. Construcción del Muro para Rodear a Roma.
3. Dividió las clases Sociales en 5 según su fortuna:
1ra por tener 100.000 ó mas ases
2da por tener hasta 75.000 ases
3era por tener hasta 50.000 ases
4ta por tener hasta 25.000 ases
5ta por tener hasta 10.000 ases sin importar el origen Plebeyo o Patricio
4. Dividía también a las tribus en Roma por domicilio en dos tipos, Las Tribus Urbanas, que residían en Roma, y las Tribus Rústicas, que eran las que eran suburbanas.
5. La Comitia Centuriata: Creación de una nueva Comitia que poco a poco le fue restando poder a las Curiatas, Tenían funciones militares y de voto e impuestos.
Esta organización dada por Servio Tulio aseguró el reclutamiento tanto de Patricios como Plebeyos, distribuyó el impuesto de acuerdo con las riquezas, y aseguró en cierta medida la participación de los plebeyos en la Comitia y la integración de los Patricios mediante la distribución por domicilio
La Comitia Centuriata:
De estas divisiones por riquezas surgen que cada una de estas clases estaban divididas en centurias.
Estos caballeros eran Patricios, y si se sumaba a las 80 centurias de la clase acaudalada meramente Patricia sumaban 98 votos contra el resto que sumaba 95 votos sobre un total de 193 centurias, asegurándose así la supremacía Patricia. Y sin nombrar que las leyes eran enviadas desde el Senex para ser aprobadas o no, además del AUTORITAS PATRUM que daba el Senex para su aprobación de Lex .Estas Comitias Centuriatas le fueron restando poder a las Comitias Curiatas. Tuvieron función legislativa, militar, política en función al voto.
Fuentes del Derecho durante la monarquía:
Las fuentes del derecho en la monarquía eran de tres tipos.
El Fas, ley divina que regulaba la relación del hombre con Dios.
El IUS Ley del hombre con el hombre
El Moz, More Maiorum que era el derecho consuetudinario de transmisión oral, hasta la ley de las XII tablas
Lex Regiae y el Ius Papiriarum
La Lex Regiae eran las leyes que fueron surgiendo durante este periodo monárquico aprobadas por las Comitias
El Ius Papiriarum: Comprende una primera recopilación de leyes reales hecha por el pontífice Papiruis o Papisius que se predio y simplemente quedan partes de ella se la denominaba IUS CIVILE PAPIRIANUM.
Fin de la Monarquía:
Cuando Rómulo murió, muchos años después de haber enterrado a Tito Tacio, los romanos dijeron que el dios Marte le había raptado para conducirle al cielo y transformarle en dios, el dios Quirino. Y como a tal le veneraron a partir de entonces, como hacen hoy los napolitanos con San Genaro.
Le sucedió, como segundo rey, Numa Pompilio, al que la tradición nos describe como mitad filósofo y mitad santo, como lo fue, varios siglos después, Marco Aurelio. Lo que más le interesaba eran las cuestiones religiosas. Y dado que en esta materia debía de existir una gran anarquía porque cada uno de los tres pueblos veneraba a sus propios dioses, entre los cuales no se alcanzaba a comprender cuál era el más importante, Numa decidió poner orden. Y para imponer este orden a sus rencillosos súbditos, hizo cundir la noticia de que cada noche, mientras dormía, la ninfa Egeria iba a visitarle en sueños desde el Olimpo, para transmitirle directamente las instrucciones para ello. Quien hubiese desobedecido, no era con el rey, hombre entre los hombres, con quien habría tenido que habérselas, sino con el padre eterno en persona.
La estratagema puede parecer infantil, mas también hoy sigue arraigando, de vez en cuando. En pleno siglo XX, Hitler, para hacerse obedecer por los alemanes, no supo escoger otra mejor. Y de vez en cuando descendía de la montaña de Berchstegaden con alguna nueva orden del buen Dios en el bolsillo: la de exterminar a los hebreos, por ejemplo, o la de destruir Polonia. Y lo bueno es que, al parecer, también él se lo creía. En estos asuntos, la Humanidad no ha progresado mucho desde los tiempos de Numa.
Sin embargo, también en esta leyenda acaso hay un fondo de verdad, o, al menos, una indicación que nos permite reconstruirla. Hayan sido los que fueren sus nombres y sus orígenes, los de la antiquísima Roma, más que verdaderos reyes debieron de ser papas, como también lo era el «arconte Basileo» en Atenas.
En aquellos tiempos, todas las autoridades se apoyaban ante todo en la religión. El poder del mismo pater familias, o jefe de casa, sobre la esposa, los hermanos menores, los hijos, los nietos y los siervos, era más que nada el de un sumo sacerdote a quien el buen Dios había delegado ciertas funciones. Y por esto era tan fuerte. Y por esto las familias romanas eran tan disciplinadas. Y por esto cada cual asumía los propios deberes y los cumplía en la paz y en la guerra.
Numa, al establecer un orden de prioridad entre los varios dioses que cada uno de los distintos pueblos que la formaban se habían traído a Roma, realizó tal vez una obra política fundamental: la que después permitió a sus sucesores, Tulio Hostilio y Anco Marcio, conducir el pueblo unido a las guerras victoriosas contra las ciudades rivales de la región. Mas como poderes políticos auténticos, no debían de tener muchos, porque los más grandes y decisivos permanecían en manos del pueblo que les elegía y ante el cual tenían siempre que responder.
Esto, de por si, no significaría nada, porque en todos los tiempos y bajo cualquier régimen quien manda dice que lo hace en nombre del pueblo. Mas en Roma no se trató de palabrerías, al menos hasta la dinastía de los Tarquinos, los cuales, por lo demás, perdieron el trono precisamente porque quisieron quedarse sentados como dueños en vez de como «delegados». Y la división del mando estaba hecha aproximadamente así.
La ciudad estaba dividida en tres tribus: la de los latinos, la de los sabinos y la de los etruscos. Cada tribu estaba dividida en diez curias o barrios. Cada curia, en diez gentes, o manzanas de casas, y cada una de éstas, en familias. Las curias se reunían generalmente dos veces al año, y en estas ocasiones celebraban el comicio curiado, que entre otras cosas se ocupaba también de la elección del rey cuando uno moría. Todos tenían igual derecho a voto. La mayoría decidía. El rey desempeñaba su cargo.
Era la democracia absoluta, sin clases sociales, la cual funcionó mientras Roma fue un pequeño y pacífico villorrio habitado por poca gente que raramente asomaba la cabeza fuera de los muros. Después, los habitantes aumentaron y aumentaron también las exigencias. El rey, que antes, además de decir la misa, o sea, celebrar las sacrificios y los otros ritos de la liturgia, debía aplicar también las leyes, o sea actuar de juez, ya no tuvo tiempo para asumir todos estos cometidos y comenzó a nombrar «funcionarios» a quienes encomendárselos. Así nació la llamada «burocracia». El que había sido ante todo un sacerdote, se torna obispo y designa párrocos y curas que le ayudan en las funciones religiosas. Después necesita también de quien provea a los caminos, al censo, al catastro, a la higiene y nombra personas competentes que se ocupen de esos asuntos. Así nace el primer «ministerio»: el llamado Consejo de los Ancianos o Senado, constituido por un centenar de miembros que eran descendientes, por derecho de primogenitura, de los pioneros venidos con Rómulo a fundar Roma y que, al principio, tan sólo tienen la misión de aconsejar al soberano, pero que después se tornan más influyentes.
Y por fin nace, como organización estable, el ejército, basado a su vez sobre la división en las treinta curias, cada una de las cuales había de proporcionar una centuria, o sea cien infantes, y una decuria, o sea, diez jinetes con sus caballos. Las treinta centurias y las treinta decurias, o sea, tres mil trescientos hombres, constituían juntas la legión, que fue el primero y el único cuerpo de ejército de la antiquísima Roma. Sobre los soldados, el rey, que era su comandante supremo, tenía derecho de vida o de muerte. Mas tampoco este poder militar lo ejerce de manera absoluta y sin control. Dirige las operaciones, pero después de haber pedido consejo al comicio centuriado, o sea, a la legión en armas, cuya aprobación solícita también para el nombramiento de los oficiales que en aquellos tiempos se llaman pretores.
En suma, todas las precauciones habían sido tomadas por los romanos para que el rey no se convirtiese en un tirano. Tenía que quedarse en «delegado» de la voluntad popular. Cuando una bandada de pájaros pasaba por los aires o un rayo partía un árbol, era deber suyo reunir a los sacerdotes, estudiar con ellos lo que querían decir aquellos signos, y, si le parecía que significaban algo no muy bueno, decidir qué sacrificios había que hacer para aplacar a los dioses, evidentemente ofendidos por algo. Cuando dos particulares litigaban entre sí y acaso uno robaba o degollaba al otro no era asunto suyo ocuparse de ello. Mas si uno cometía algún delito contra la comunidad o el Estado, entonces se lo hacia conducir a su presencia por unos guardianes y tal vez le condenaba a muerte. Por lo demás, no podía tomar decisiones. Tenía que pedirlas en tiempo de paz a los comicios curiados y en tiempos de guerra a los centuniados. Si era astuto, lograba, como todavía ocurre hoy, presentar como «voluntad del pueblo» la suya personal. De lo contrario, tenía que soportarla. Mas siempre tenía que rendir cuentas, para ejecutarla, al Senado.
Tal era la ordenación que el primer rey de Roma, haya sido o no Rómulo, y fuese la que fuere la raza a la que pertenecía, dio a la Urbe. Y tal fue la que su sucesor Numa dejó a su sucesor Tulio Hostilio, que era de temperamento mucho más vivaz.
Éste llevaba en la sangre la política, la aventura y la codicia. Pero el hecho de que el comicio le hubiese elegido precisamente a él por soberano, significaba que, tras los cuarenta años de paz que le asegurara Numa, toda Roma tenía muchas ganas de pegar puñetazos. De los burgos y ciudades que la circundaban, Alba Longa era la más rica e importante. No sabemos qué pretexto escogió Tulio para declararles la guerra. Tal vez ninguno. Mas ocurrió que un buen día los atacó y las arrasó, por bien que la leyenda haya transformado aquel acto de fuerza en un acto caballeroso y casi simpático.
Dícese, en efecto, que ambos ejércitos remitieron la suerte de las armas a un duelo entre tres Horacios romanos y tres Curiacios albalonganos. Estos mataron a dos Horacios. Pero el último, a su vez, les mató a ellos y decidió la guerra. Permanece el hecho de que Alba Longa fue destruida y su rey atado por las dos piernas a dos carros que, lanzados en dirección opuesta, le despedazaron. Así fue como Roma trató a la que consideraba como su madre patria, la tierra de donde decía que sus fundadores habían venido.
Naturalmente, el advenimiento debió de alarmar un poco a todas las demás poblaciones de la región que, no habiendo experimentado la influencia etrusca, se habían quedado atrasados en el llamado progreso y, por tanto, se sentían más débiles y estaban peor armadas que los romanos. Tulio Hostilio y su sucesor Anco Marcio, que siguió el ejemplo, buscaron camorra un poco con todas ellas.
Para concluir, el día en que fue elevado al trono Tarquino Prisco como quinto rey, Roma era el enemigo público número uno de aquella región cuyos limites no se conocen con exactitud, pero que debía de extenderse aproximadamente hasta Civitavecchia al norte, hasta cerca de Riti al este y hasta Frosinone, al sur.
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