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La música, refugio y madurez de lo nacional (1878-1902) (Cuba)

Enviado por Ramón Guerra Díaz


    La música, refugio y madurez de lo nacional – Monografias.com

    La música, refugio y madurez de lo nacional

    Con la restauración de la paz en 1878 se produce una reafirmación de los elementos culturales que se desarrollaban en la Isla, en algunos casos marginados y en otros ya parte de la realidad social circundante. En lo musical el país vivía un momento de madurez con el surgimiento del danzón producto de décadas de evolución de la música y la baile a partir de la danza y la contradanza y otros elementos culturales de origen africano que sutilmente fueron influyendo para confluir en este baile cadencioso y en principio considerado lascivo.

    El danzón el resultado del acriollamiento de los bailes de salón (cuadrillas) que se fueron haciendo cada vez más íntimos, de pareja, por lo que los músicos fueron adecuando el ritmo a los bailadores. Ya en la década de los 70s se baila algo nuevo que necesitaba ritmo propio y que fue cuajando poco a poco hasta aparecer el danzón. En 1877 el músico y director de orquesta matancero Miguel Failde (1852-1921) compone cuatro piezas que tomaron el nombre genérico de danzón, ya utilizado para denominar la forma de bailar de la época, estas composiciones fueron: "Delirio", "La ingratitud", "Las quejas" y "Las alturas de Simpson"

    La aprobación fue completa, a partir de 1878 el danzón se fue imponiendo en los salones de sociedad hasta que en 1879 obtiene su triunfo definitivo en el Liceo de Matanzas, auque en realidad ya el pueblo lo aceptaba como el "nuevo baile". En este período de entre siglos el danzón reafirma su popularidad no solo entre las clases populares, sino en los exclusivos salones de la burguesía.

    En los primeros danzones de Failde están definidas las partes originales del nuevo ritmo: introducción de ocho compases, una primera parte con el clarinete de solista, una vuelta a la introducción, una parte de violín más melódica y cerrando con una repetición de la primera parte. Era prácticamente la célula de la contradanza evolucionando con las influencias musicales de la isla.

    Otras orquestas de danzón de este período fueron la de Raimundo Valenzuela y la de Rafael Landa, compositores y directores de orquestas que contribuyeron al auge del danzón.

    La música popular cubana se forja en las capas más humildes de la sociedad, con un predominio de negros y mulatos que formaban parte de las orquestas de bailes del momento. Pero en los márgenes de la sociedad sonaban también los ritmos puros de las etnias africanas traídas a Cuba, en las humildes casas urbanas, en los barracones de esclavos o en el monte de cimarrones, en constante confluencia y fusión que fueron madurando células rítmicas, uso de nuevos instrumentos y acercamiento a ritmos y melodías de otras procedencias (hispánicas, italianas, árabes, etc.) que fueron conformando el impresionante universo sonoro cubano. En los salones de los estratos dominantes, se oficializaba, depuraba y "blanqueaban" los ritmos que se oían y bailaban en la Cuba decimonónica.

    El teatro bufo se hace un importante y serio difusor de los ritmos populares, al intercalar las representaciones teatrales con las tandas de guaracheros y los cantantes que van recogiendo el pulso popular, desplazando a los ritmos españoles por las rumbas, guarachas, guajiras, décimas cantadas, la canción criolla y el bolero, entre otros ritmos ya con sello de nacionalidad.

    Sobresalen como cantantes en el teatro bufo, las voces de Pancho Valdés, Ramito, Caridad Valdés, Susana Mellado, Ulpiano Valdés, Juan Francisco, Mario García, Sebastián "El Isleño", Eugenio Ojeda, Pancho Majagua, Blanca Vázquez, Benito Simanca, Arturo Ramírez y otros muchos músicos y cantantes que sobresalieron en las tandas de guaracheros de los grupos bufos de la época, dejando el recuerdo de sus nombres en los programas y periódicos de la época, ellos fueron la voz popular de aquella sociedad colonial.

    En este período se forja en Santiago de Cuba una forma de la canción cultivada por gente humilde que entonan melodías acompañados de guitarras y con temas referidos al amor principalmente, eran los antecedentes de la trova santiaguera y de su forma predilecta el bolero que sería perfilado en sus características criollas por José (Pepe) Sánchez (1856-1918), considerado el trovador mayor de Cuba, músico intuitivo, cantante de bella voz, compositor inspirado y buen guitarrista dentro de su género. Se estima que su bolero "Tristeza" (1885), marca le nacimiento del bolero cubano. Con él nace la canción cubana, dejando atrás las formas populares de la romanza y otras tonadas españolas y fomentando una forma de hacer la canción que ya podemos llamar nacional.

    La canción trovadoresca cubana se difunde por otras partes de la isla en este período, abordando los temas el amor, la naturaleza y la patria. Esta última forma muy ligada a las luchas independentistas que se reiniciaron en el país en 1895. Eran canciones recogidas por la tradicional patriótica, muchas anónimas y que tienen el objetivo de enaltecer los sentimientos de libertad e independencia para Cuba, algunos de estos títulos que recoge la tradición fueron: "El combate de Mal Tiempo", "La caída del Guacamayo" (en alusión a los españoles), "La bandera cubana", "La libertad de Cuba", "Los guerrilleros del rancho", "Cuba para los cubanos", "La Ley de los orientales", "El bolero camagüeyano" y "El bolero de Marianao", entre otros .

    Los últimos años del siglo XIX trajeron la creación en la parte occidental del país, de una institución que influiría profundamente en la música popular cubana. Fueron los Coros Líricos, surgidos en La Habana y Matanzas, con un origen similar pero con una evolución diferente.

    Los coros líricos fueron una mezcla sincrética de las corales españolas, con la riqueza melódica de los rezos yorubas[1]Formaban parte de estas agrupaciones hombres y mujeres, negros y mestizos en su mayoría que se reunían en sus locales de ensayo y hacían sus fiestas, saliendo en Navidad haciendo rondas de canto por otros lugares de la ciudad.

    En La Habana los coros incorporaron las claves y un tambor pequeño (viola) que se percutía con las manos, lo que dio origen al nombre de "Coros de Clave". El coro de clave tenía un director, un sensor[2]un tonista, un decimista y una clarina de voz aguda y fuerte. Proliferaron por todos loa barrios habaneros entre siglos siendo muy conocidos los Coros, "El Timbre de Oro", "La Unión", "El porvenir", "El Pañuelo Blanco", "La Discusión", "La Moralidad", entre otros. Eran muy frecuentes las visitas entre coros para Las Pascuas, Día de Reyes, Fiestas de Santos, Cumpleaños y Carnavales.

    En Matanzas los coros líricos fueron conocidos como "Bandos de la Calle", muy similares a sus homólogos habaneros, pero se caracterizaban porque en sus rondas callejeras no solo iban acompañado de clave y viola, sino que se enriquecía el sonido con la adición de cajones percutidos con cucharas cuando tocaban en un lugar fijo. En Matanzas fueron famosos los bandos, "El Flamboyán", "La Rosedá", "El Rosado", "El Lírico Blanco", "El Verde", "El Toronjil", "La Valencia" y "El azul"

    El baile es el entretenimiento principal de los criollos de la isla, es una tradición que viene desde la conquista y que se ha desarrollado con todas las festividades religiosas y profanas. En las ciudades y principalmente en La Habana hay múltiples salas de bailes o locales que para determinadas ocasiones de habilitan para tales, para mantener funcionando estos locales existen innumerables orquestas que incluye músicos blancos, negros y mulatos, con predominio de estos últimos en las agrupaciones musicales populares. En este período se destacan las orquestas de Miguel Failde, la de Valenzuela y la de Mariano Méndez, favoritas entre el público habanero; la de Juan de Dios Alfonso, la más antigua de La Habana y las no menos populares agrupaciones dirigidas por Félix Cruz, Gabriel Cisneros y Nicolás Rojas, "El Güinero", entre otras muchas que proliferaron en los salones de bailes.

    En cuanto a los compositores populares, eran muy conocidos aquellos que trabajaban para el teatro bufo, entre ellos, Enrique Guerrero, autor de infinidades de guarachas, canciones y punto de clave y José Tamayo creador de populares melodías que el bufo difundió, así como parodias de óperas, como "La dama de las croquetas", basada en "La Traviata" de Verdi que hacían las delicias de aquel público alegre e irreverente que acudía a verlos. Ellos eran una muestra de la fuerza de la música popular, cuando La Habana era plaza importante de la Ópera y la Zarzuela, con un público culto, exigente y elitista.

    Para los espectáculos de la Ópera, los empresarios habaneros del Tacón y el Pairet, contrataban a buenos solistas para las orquestas de dichos teatros, muchos de ellos extranjeros, lo que garantizaba una magnifica orquesta, pero lejos de estimular un movimiento sinfónico amplio en la Isla, las temporadas de Ópera minimizaron el conocimiento de la música sinfónica, que no gozaba con el mismo favor que la operática y la de zarzuela. Los conciertos sinfónicos eran una rareza en la isla, cosa de iniciados con un público muy reducido.

    Desde mediados del siglo XIX va mejorando el conocimiento musical en el país, muchos son músicos empíricos, con profesiones trasmitidas de padres a hijos, pero ya están arraigados en el país los estudios de instrumentos de música clásicos, tales como el piano y el violín, en los que el país va creando una tradición de solistas, junto a compositores que van creando el fondo musical criollo.

    El más sobresaliente de estos creadores es Ignacio Cervantes Kawanagh (1847-1905) compositor y pianista excelente y figura descollante del nacionalismo musical cubano forjado en este siglo XIX. Con el fin de la guerra regresa a Cuba en 1879 en plena madurez artística, en se mismo año compone "Sinfonía en Do" y en 1886 "Scherzo Capriccioso", piezas de Cámara muy bien lograda en las que es muy evidente la influencia musical italiana. También en el 86 compone una ópera, "Maledetto", pieza cómica que no llegó a terminar, pero donde está la impronta de su calidad musical.

    El Cervantes compositor lírico no llega a la altura del compositor criollo que traduce el lenguaje de su isla en sus danzas, muestra de su talento y temperamento. Sus danzas escritas entre 1875 y 1895 se alejan del virtuosismo de la pianística del siglo XIX, pero presta oído a la música de su tiempo en el que ya está arraigada y latente la influencia de los ritmos africanos, más o menos elaborados y que el toma para reelaborarlo y expresar su peculiar sensibilidad. Su nacionalismo no fue copiar los ritmos folklóricos de su tiempo y su sociedad, sino la elaboración y sintetización de estos para entregar una sonoridad realmente nueva, cubana. No fue un músico folklórico, sino un gran compositor resumidor de la idiosincrasia musical de casi un siglo de música criolla.[3]

    Con Ignacio Cervantes se resume toda una evolución folklórica de la música criolla de origen europeo y que había tenido en la contradanza y sus derivaciones (danza y danzón) la evolución lógica. Pero la influencia de los ritmos africanos había permanecido casi puro tocado en los barrios marginales, influyendo indirectamente en la música criolla a través de una mayoría de ejecutantes negros que se esfuerza por sonar a la música blanca.

    Las danzas de Cervantes conocidas y populares en su época, mantienen su actualidad por ser síntesis de la música criolla[4]y de la pianística nacional, con una gran riqueza armónica y capacidad de modulación equilibrada perfectamente con su cubanía.[5]

    El período es también de otros interpretes y compositores, como José Manuel Jiménez,"Lico" (1855-1917) excelente pianista de Trinidad, formado en Europa donde se le reconoce su virtuosismo; regresa a Cuba en 1879 ofreciendo conciertos por las principales ciudades de la isla, con un repertorio que incluía a Liszt, Chopin, Beethoven y Rubinstein, pese a su maestría, recibe la indiferencia de un público que no quiere reconocer sus méritos y prejuiciado por su piel negra le da la espalda, decepcionado vuelve a Europa estableciéndose en Alemania hasta su muerte. En 1881 fue premiado en la Exposición de Matanzas por sus composiciones, "Elegías" y "Rapsodias Cubanas".

    Similar suerte corren otros dos grandes músicos negros del período, los violinistas José Domingo Brindis de Salas (1852-1910) y José White (1836-1918). Brindis de Salas fue aclamado en Europa por su virtuosismo interpretativo, recibió honores y títulos de noble, pero a su regreso a Cuba, en 1875 no tuvo la gran acogida que merecía. Volvió al extranjero y continuó sus éxitos interpretativos, que lo llevaron a ser reconocido como "Paganini Negro". José White, mulato, estudió violín en el Conservatorio de París, sobresalió como interprete pero compuso varias piezas para violín y orquesta, entre ellas la mundialmente famosa "Bella Cubana". Fue profesor de violín en el Conservatorio de París y desarrolló una exitosa carrera en Europa y en América latina, principalmente en Brasil donde fue nombrado Maestro de Capilla de los Braganza. Visitó con frecuencia a Cuba y estaba en la isla al comenzar la guerra por la independencia, de donde fue expulsado por los colonialistas españoles.

    La pianista Cecilia Aristí, continuadora de la tendencia romántica de Espadero, aunque sin su virtuosismo. El compositor José Mauri, autodidacta, prolífero creador de zarzuelas, poemas sinfónicos, música religiosa y danzones; Tomás Ruiz (1834-1889), compositor y pianista, Raimundo Valenzuela (1848-1905), compositor y director de orquesta, se destacó como creador de danzones; José Prudencio Mungol, guitarrista habanero formado en España, con un trabajo muy destacado en la década de los 80s; Rafael Apodaca, flautista, Antonio Bueno, violinista y compositor, José Martín González, trompetista premiado en el Conservatorio de París; Celia Reyes, pianista e Isidoro Zequeiras, clarinetista.

    En 1881 se estrena en La Habana la ópera "Zilia" del habanero Gaspar Villate, músico de formación europea y que logró realizar un repertorio operático acorde con los cánones de este, sus triunfos y su vida lo identificaron con la cultura de España, donde cosechó triunfos importantes por sus óperas, incluyendo "Baltazar" sobre la obra homónima de su compatriota Gertrudis Gómez de Avellaneda, estrenada en Madrid en 1885.

    En este período se inicia en Santiago de Cuba un movimiento de conocimiento y divulgación de la música sinfónica, liderado por el profesor y músico, Rafael Salcedo de las Cuevas, el organiza audiciones de la música de Bach, Beethoven, Mozart y otros grandes compositores europeos. Estas reuniones musicales por él organizadas culminan con la fundación de la Sociedad Beethoven (1872) y la creación de una modesta orquesta sinfónica con la que se interpretó música del gran compositor alemán, limitada por el formato de la agrupación, lo que impidió ejecutar las piezas con el rigor y esplendor de las composiciones.

    Continuando la labor promocional de la música sinfónica el pianista santiaguero Juan de Moya Portuondo funda el Club Mozart (1882) embrión del Liceo de Santiago, allí crea una orquesta dirigida por él para interpretar música sinfónica.

    En La Habana el maestro español Modesto Julián, director de la orquesta del teatro Albisu funda en 1880 una Sociedad de Concierto de efímera vida y poca acogida. Otro empreño aislado fue del contrabajista francés Augusto Patín, organizador de una orquesta de sesenta maestros para conciertos presentándose en dos conciertos en La Habana, uno en el Tacón y otro en el Albisu. En 1890 el oboísta Simón Barroco forma una pequeña agrupación que denominó, "Orquesta de Cámara" de corta duración. En 1897 Sarasate interpretó en La Habana el Concierto en Re de Beethoven y la Sinfonía Española de Lalo.

    La enseñanza de la música recibió la atención de hombres como Serafín Ramírez vinculado a la crítica musical, quien gestionó de la Sociedad patriótica la apertura de una Academia Pública de Música, gestiones que hicieron otros ilustres músicos como Ignacio Cervantes, Pablo Devernine y Gaspar Villate, todas las cuales fueron infructuosas. En 1883 el italiano Cristino Marziali inaugura una Academia de Canto

    En 1883 el músico holandés Hubert de Blanck se radica en La Habana y abre un Conservatorio de Música (1885) en el que la enseñanza musical corría a cargo de un excelente grupo de profesores; se incorporó activamente a la vida social habanera, se le nombra presidente del a Sección Filarmónica de la Sociedad "La Caridad del Cerro"; en 1884 crea la Sociedad de Música de Cámara para divulgar este tipo de música; en 1886 las Sociedades "Música Clásica" y "Cuartetos Clásicos", así como la revista mensual "Propaganda Musical". Al iniciarse la guerra marcha al extranjero por sus simpatías con la causa independentista, a su regreso en 1898 crea el "Conservatorio Nacional de Música", con la Sala Espadero, para conciertos de música sinfónica y de cámara; compuso la ópera "Patria", con libreto de Ramón Espinosa, obra de música muy bien lograda y que tiene por tema la epopeya independentista cubana, fue parcialmente estrenada en el teatro Tacón en 1899 y terminada posteriormente por su autor. Como compositor Hubert de Blanck creó música sinfónica, vocal y de cámara en la que deja muy bien sentada su sólida formación europea, a pesar de acercarse en su música a las influencias de la música cubana.[6]

    Se acentúa el interés por la música de concierto en el período, se escucha música de Mendelssolm, Rubinstein, Saint-Saëns, Chpin, Massenet, Chaikovsky, Bach, Haydn y Beethoven, pero las audiciones son aisladas y muchas veces con formato musical diferente y poco público, dada la indiferencia de la sociedad y la innegable fuerza que seguía teniendo la ópera en el gusto del público criollo que puede disfrutarla.

    En la década de los 90s se da a conocer Eduardo Sánchez de Fuentes (1874-1944) quien compone en 1890 la célebre habanera "Tú", pieza antológica del cancionero cubano. En 1898 escribe la partitura de la primera opera cubana, "Yumurí", donde se revela como un destacado músico dotado de un sentido escénico y buena inspiración, aunque su búsqueda de la raíz de lo nacional va dirigida a una cultura sobredimensionada, las culturas aborígenes de la isla, ignorando las raíces negras de fuerte presencia en la Isla. En esta obra se nota la influencia de la ópera italiana. Esta tendencia criollista de inventarse un pasado aborigen tiene mucho del prejuicio racista de la burguesía cubana, que quiere ignorar lo que está ante sus ojos, la cultura trasculturada que salta a la vista en cuanto se profundiza en cada una de las manifestaciones culturales y sociales de la Isla, aún y cuando se quiere hacer invisible esa influencias africanas.

    Como curiosidad musical en 1897 se produce la primera grabación de un artista cubano, se trata de Chalía Herrera, soprano de éxito que grabó en cilindro para la firma "Bertini".

    Las bandas de música de los Cuerpos Militares españoles destacados en la Isla, dan una tónica difusora a sus conciertos y retretas ofrecidos al aire libre para un público que hizo de ello una tradición que aún perdura. Su repertorio lo conforman fragmentos de óperas y zarzuelas, música sinfónica, danzones y otros géneros reconocidos por el gusto oficial de la sociedad. Estaban muy difundidas, en cada población de importancia en la isla había al menos una Banda de Música, sobresaliendo por su cantidad y calidad las de La Habana y Matanzas.

    En el período final de la colonia se destacan las bandas de Isabel la Católica, dirigida por Antonio de la Rubia. La Banda del Apostaderos de la Marina, a cargo de Ángel María Gil; la Banda de Ingenieros, bajo la batuta de Juan Brochi Spigliateui, todas en La Habana. Al término de la dominación española Mariano Ortega forma la Banda España con músicos españoles de diversas bandas que habían decidido quedarse en Cuba. En Matanzas sobresalen las Bandas del regimiento Reina María Cristina y la de los Bomberos, que impartía clases gratuitas de música.

    Es importante señalar que en la última década del siglo XIX se producen dos acontecimientos memorables de la cancionística patriótica en la que tienen mucho que ver las bandas de música. La composición del "Himno Invasor" de Enrique Loinaz de Castillo" en 1896 en homenaje al Mayor General Antonio Maceo y su memorable hazaña militar, interpretada por una Banda de Música Mambisa y que es una de las canciones de patrióticas y de guerra más vibrante de nuestra historia y el estreno en 1898 de la versión oficial y definitiva de el himno "La Bayamesa" que era ya el Himno Nacional de Cuba, el arreglo se debe al maestro Antonio Rodríguez Ferrer (1864-1935), quien le agregó la parte introductoria, tal y como la conocemos hoy. Este acontecimiento se produjo en Guanabacoa y el propio Rodríguez Ferrer dirigió la banda de música ese día.

    A principios de siglo Agustín Martín Mullor crea en el parque de diversiones de Palatino, la Banda del mismo nombre, en tanto en el mismo año 1900 se funda la Banda Municipal de Conciertos de La Habana bajo la dirección de Guillermo Tomás quien abrió su repertorio a lo mejor de la música del momento, sin excluir las danzas y danzones cubanos.

    En cuanto a los estudios críticos de la música republican dos obras de singular importancia en este período: "La Habana Artística" (1891) de Serafín Ramírez y "La Artes en Santiago de Cuba" (1893) de Laureano Sánchez Matons, ambas obras tienen inexactitudes históricas y abordan la música popular de modo prejuiciado, sobretodo Serafín Ramírez, pero son dos importantes monografías sobre la música en Cuba.

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra Díaz

     

    [1] Helio Orovio: Los Coros de Clave y Guaguancó.

    [2] Cuidaba la calidad de los textos a cantar.

    [3] Salomón Gadles Mikowsky: Ignacio Cervantes y la danza en Cuba. Pág. 185. La Habana 1988

    [4] Mulata que no quiere ser negra.

    [5] Alejo Carpentier: La Música en Cuba. Pág. 201. La Habana, 1988

    [6] Raúl Martínez: “Hubert de Blanck” en rev. Revolución y Cultura, pág. 15, Nº 10, 1989