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Historia de la Iglesia en México

Enviado por Carlos Gómez Ruiz


    1. La Cristiada
    2. Gente de Iglesia, católicos y cristeros
    3. La Guerra de los cristeros
    4. Los arreglos

    La Cristiada

    La historia del conflicto entre la Iglesia y el Estado que se remonta a antes del siglo XVI, como se ha visto a lo largo del curso, desemboca en México con la violencia y la guerra. En la Constitución de 1917, encontramos a la Iglesia en la misma situación jurídica que antes de la Independencia, con la diferencia de que el Estado era agresivamente antirreligioso. La Iglesia con la revolución acababa de ser librada del neo-Patronato porfirista y deseaba separar su poder del poder público.

    Por su parte, el Estado jacobino estaba celoso de recuperar las prerrogativas que podría otorgar el Patronato (o un concordato) para controlar el "fanatismo de las masas" y así la política entraba en competencia directa con la institución religiosa en dominios decisivos.

    El presidente Obregón buscó la apariencia de conciliador (diplomático), pero no impidió que los estados molestaran al clero para recordarle que todo depende de la buena voluntad del presidente. En su período también se fueron perfilando grupos de presión anticlerical conformados por sindicalistas y militares que hacían inevitable el posterior enfrentamiento.

    El antecedente más inmediato que hizo perder la confianza de los católicos en el gobierno fue, como ya también vimos, el intento de establecer una Iglesia mexicana cismática en febrero de 1925. A principios de 1926 Calles hizo reformar el Código Penal. La nueva legislación tipificaba las infracciones en materia de cultos como delitos de derecho común. Cuando la nueva ley entró en vigor, los obispos mexicanos suspendieron el culto público en respuesta, el 31 de julio de 1926. Las multitudes se hacinaron en las iglesias para recibir los sacramentos.

    Antes de seguir avanzando, revisemos matizadamente los distintos grupos ad intra de la Iglesia. Veremos cómo los cristeros no fueron: gentes de iglesia, católicos políticos, lacayos de los obispos ni instrumentos de la Liga.

      1. Al decidirse los obispos por la resistencia al gobierno, contaban con la fidelidad de los católicos, y no se frustraron sus esperanzas. Su actitud fue un factor esencial de movilización, de exaltación. Los obispos predicaban indiscutiblemente la resistencia, pero la pasiva y pacífica. Cuando se suspendió el culto, los prelados exhortaron a los católicos a abstenerse de toda manifestación que pudiera provocar desórdenes.

        1. Una vez que surgió el movimiento "cristero", la Iglesia reaccionó muy prudentemente y primero en el plano teológico. Numerosos jefes cristeros acudieron a consultar a sus párrocos en cuanto a la legitimidad del levantamiento, y éstos transmitieron la consulta a sus obispos o a los teólogos romanos. En agosto de 1926 la respuesta recordó la doctrina que valida el tiranicidio –ya expuesta en sesiones anteriores–, pero también aclaraba que no había llegado a México ese caso. Semanas después el Episcopado mexicano a petición de la Liga no condenó el movimiento, pero tampoco le brindó todo el apoyo (moral, castrense y económico) solicitado.

          Esta respuesta doble (validez del tiranicidio y no pronunciarse sobre su aplicación a las circunstancias concretas de México) fue sostenida por los obispos y por Roma al inicio del conflicto. Pero la actitud del Vaticano se transformó poco a poco en opuesta al movimiento armado en la medida en que no marchaba en el sentido de las negociaciones políticas con el gobierno.

        2. Una cuestión teológica
        3. Unas conductas prácticas

        En junio de 1926 no hubo unanimidad entre los 38 obispos sobre la cuestión del registro de los sacerdotes ante el Estado. En este punto y respecto a los combatientes hubo básicamente tres posturas: la mayoría de los prelados dejó en toda libertad a los fieles de defender, como mejor les pereciera, sus derechos (perseverancia en la vía constitucional); una docena (Chihuahua, Cuernavaca, Huajuapan, Morelia, Papantla, Zamora, Puebla, Querétaro, Saltillo, Veracruz) de obispos negó a sus fieles el derecho de levantarse (resistencia pacífica hasta el martirio); y tres (Durango, Huejutla y Tacámbaro) los alentaron a tomar las armas (resistencia activa-política) y colaboraron con ellos mediante el envío de dinero y armamento.

        El obispo de Colima y el arzobispo de Guadalajara estuvieron más cerca de los cristeros, pero nunca tuvieron responsabilidad de colaborar con ellos. Se fueron al campo a administrar su diócesis, a celebrar, a enseñar y a compartir la misma vida de privaciones y angustias que los combatientes.

      2. Los obispos, Roma y la lucha armada

        1. Muchos sacerdotes trabajaron activamente contra los cristeros y de manera aun más eficaz que los soldados federales. No faltó el cura violentamente hostil; el que los amenazó con la excomunión; tampoco el que calificó de "robavacas" y enemigos de la patria a los cristeros.

          En Coahuila y San Luis Potosí todos los sacerdotes trataron de impedir los levantamientos. Semejante oposición se atestigua en Guanajuato, sur de Guerrero, Morelia, Puebla, Oaxaca, Querétaro, Zacatecas y Zamora. Actitudes que sin duda cuestionaron a los levantados: «Los alzados queríamos preguntarles por qué siendo verdad que no había más camino que poner la otra mejilla a los soldados de Calles, ellos no iban a entregarse para que de una vez los martirizaran».

        2. Activamente contra los cristeros

          La inmensa mayoría de los sacerdotes estuvo pasivamente contra los cristeros: abandonaron sus parroquias, huyendo al extranjero y a las grandes ciudades, donde la persecución no llegaba jamás hasta la muerte y se limitaba generalmente a simples vejaciones. Millares de sacerdotes pasaron tres años en una situación incómoda a veces, confortable más frecuentemente, alojados en casa de los católicos acomodados, en casa incluso de los perseguidores, celebrando en privado. El gobierno aprovechó esta situación y trataba de quebrar la resistencia del clero con el señuelo de las ventajas del acomodo.

          A los sacerdotes aprehendidos en el campo se les fusilaba con un sadismo refinado. Se tiene la certeza de que entre todos fueron 90 los sacerdotes ejecutados. Después de las primeras ejecuciones, en 1927 los prelados ordenaban a sus sacerdotes que abandonaran sus parroquias, no quedando en ellas sino los voluntarios.

          Así, en esos tres años, la mayoría del clero quedó reunido en el Distrito Federal y otras grandes ciudades mientras los campos permanecían literalmente abandonados. En Morelia y Zamora el clero entregó las iglesias a los comités municipales por orden de sus obispos.

          Ya para febrero de 1929, 2600 sacerdotes se registraron ante la Secretaría de Gobernación, o sea casi la totalidad de los sacerdotes residentes en la República en dicha fecha.

        3. Pasivamente contra los cristeros

          Alrededor de 100 sacerdotes eran voluntarios y se negaron a abandonar su rebaño en el momento de la persecución y en presencia de la muerte, sobre todo en Guadalajara y Colima. No se mezclaban con los cristeros, y si los ayudaban era mediante la administración de los sacramentos. Trabajaban de noche, se escondían de día. Bautizaban, casaban y confesaban cien veces más, por decir, que antes de la guerra.

          Una vez finalizada la guerra, este grupo de sacerdotes logró llevar a los cristeros a la obediencia e impedir el cisma que se veía venir por los "arreglos" logrados por los clérigos hostiles al movimiento.

        4. Los voluntarios

          15 sacerdotes fueron capellanes (no autorizados) de los cristeros, 25 estuvieron de alguna forma implicados (sin acompañar ni pertenecer) en el movimiento, 5 tomaron las armas. Su argumento era que sus parroquias se habían vuelto ambulantes y armadas, y su párroco las acompañaba, sin más.

        5. Los partidarios de los cristeros
        6. Sacerdotes combatientes

        De las filas del clero, pues, salen dos jefes de guerra y tres soldados: el señor cura Aristeo Pedroza y el padre José Reyes Vega, de Tototlán, ambos llegaron al grado de general. El cura siguió administrando su parroquia durante la guerra. "El tristemente celebre padre Vega" había sido un sacerdote de vocación forzada que celebraba los sacramentos con botas de montar y espuelas y dejaba las pistolas sobre el altar, de instinto asesino y mujeriego.

        Entre los soldados están Pérez Aldape, llamado "el imbécil", el párroco Carranza, cura de Tlachichila, y Leopoldo Gálvez, apodado "el Padre Chiquito".

      3. Los sacerdotes y la guerra

        La Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa nació en 1925 como reacción de los católicos al establecimiento de la iglesia cismática de la Soledad e inmediatamente se convirtió en un movimiento político que creció ampliamente agrupando a los miembros del existente Partido Católico Nacional, a la juventud combativa de la Acción Católica Juvenil Mexicana (ACJM), a organizaciones piadosas, sociedades de beneficencia, sindicatos de trabajadores y grupos de la buena sociedad.

        Rápidamente la Liga encabezó toda una multitud (juntó dos millones de firmas) y pasó de la defensiva a la ofensiva, con la intención firme de tomar el poder y ejercerlo por entero. Entre 1925 y 1926 llevó un combate legal no violento (inspirado en otros similares en el mundo), pero Calles no se inclinó ante la opinión pública. Así, la Liga aprovechó el surgimiento de los primeros levantamientos espontáneos pensando que con ellos llegaría al poder. En ese agosto de 1926 varios de los grupos que la fundaron se retiraron de ella (como los Caballeros de Colón, las Damas Católicas o la Adoración Nocturna).

        1. La Liga reclutaba todos sus jefes en las clases medias urbanas: juristas, ingenieros, médicos, funcionarios del gobierno y hombres de Iglesia o vinculados a la Iglesia. Estos jefes contaron con el apoyo de algunos militares del antiguo ejército federal, quienes reclutaron al general Enrique Gorostieta, y con el de jóvenes estudiantes (militantes de la ACJM), estos últimos se hicieron de los mandos medios e inferiores.

        2. Reclutamiento y organización

          En la dirección de la Liga el Comité Directivo estaba en contacto con las dos zonas y enviaba delegados, provistos de poderes militares y civiles, para controlar o aplicar sus instrucciones. El CD cambió en varias ocasiones. El Comité Especial estaba en contacto con las comandancias militares regionales y era el encargado del espionaje, la acción directa, las municiones (compradas a los federales en la Ciudadela), las operaciones militares, las escasas finanzas (bonos, cotizaciones, donativos) y los socorros. Pero la Liga no fue capaz de dar a los cristeros aquello que necesitaban: jefes, armas, municiones y una organización.

        3. La dirección de la Liga

          La Liga se atribuía como héroes protectores a Morelos, Iturbide, Lucas Alamán, Miramón y Mejía, y execraba al imperialismo norteamericano en, según ellos, sus tres manifestaciones: los liberales mexicanos (y sus Leyes de Reforma), los masones y los protestantes yanquis. A este antiimperialismo le acompañan un hispanismo y un nacionalismo ferviente, el sueño de una sociedad justa, católica, jerárquica y cooperativista.

          Lo anterior se plasma también en el Plan de Los Altos, lanzado por el general Gorostieta el 28 de octubre de 1928, el cual anuncia un programa político, económico y social, consistente en retomar la Constitución del ’57, pero sin la Leyes de Reforma y con un marcado feminismo y populismo.

        4. Ideología de la Liga

          La decisión de dirigir la guerra que espontáneamente había comenzado el pueblo se tomó de prisa, sin debate ni preparación. Durante meses las actividades de la Liga se habían restringido a la propaganda, a la defensa de los derechos, de las libertades y de las garantías, un boicot (que no logró implementar) y a juntar firmas (dos millones, algo nunca visto en México) para pedir un referéndum (que sabían bien nunca se efectuaría) contra los artículos 3°, 5°, 24, 27 y 130 constitucionales.

          En ese ambiente, por falta de perseverancia y de imaginación política, excesivamente optimistas, queriendo una victoria definitiva y radical optaron por la fuerza en septiembre de 1926 y para noviembre hicieron la consulta teológica al Episcopado.

        5. La decisión

          En diciembre de ese mismo año, la Liga pasó a sus jefes locales la consigna de un levantamiento general en toda la nación el día 1° de enero de 1927 que estaría apoyado por un ejército de invasión venido de los Estados Unidos. Esta demencial consigna estuvo basada en las muchas promesas del señor Capistrán Garza, quien entre sus mentiras garantizaba millones de dólares suministrados por asociaciones religiosas y ricos petroleros. Una vez ocurridos numerosos y masivos levantamientos, la Liga mandó el siguiente telegrama: «Si petroleros dan dinero manden luego». Aunque para abril Capistrán Garza fue depuesto de su encargo, la Liga no puso en duda su palabra. Los obispos sí, y, salvo dos o tres, retiraron definitivamente su apoyo a la misma.

        6. Castillos en el aire

          Desacreditada ante Roma y ante los obispos, abandonada por los católicos norteamericanos y los católicos mexicanos ricos, la Liga siguió buscando su salvación por medio de las más locas intrigas. Así, hicieron fracasar el proyecto político de "Unión Nacional", que buscaba una salida política a la situación, argumentando que le hacía el juego al imperialismo yanqui. Más contradictoriamente aún, la Liga estuvo dispuesta a solicitar la intervención militar norteamericana.

        7. Intrigas políticas

          Los jefes de la Liga se portaban con verdadera estupidez política. En vez de buscar alianzas con los jefes honrados de la revolución se empeñaban en dar a su rebelión un carácter marcadamente religioso que no evitó entre ellos mismos las divisiones más desastrosas. Con Gorostieta, por ejemplo, la Liga no cesó jamás de jugar un doble juego: le temía y le envidiaba su prestigió creciente. También se movieron para destruir la Unión Popular (la "U") y las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco, organizaciones que constituían la fuerza del movimiento cristero.

        8. La guerra intestina

          Las pretensiones imperialistas de la Liga, pues, fueron tanto más catastróficas cuanto que no estaba preparada para hacer frente a la situación y no había aprendido nada en tres años. La Liga, por ejemplo, distribuía con facilidad los grados de coronel y general; nunca se organizó para hacer llegar municiones a los cristeros; despilfarró cientos de miles de pesos que los mismos cristeros habían reunido centavo a centavo; daba instrucciones sin conocer la geografía; y otros desaciertos que llevaron a muchos combatientes a la muerte.

        9. El papel militar de la Liga
        10. Conclusiones
      4. La Liga Nacional de la Defensa Religiosa
    1. Gente de Iglesia, católicos y cristeros
    • La Liga no hizo, militarmente hablando, más que una cosa buena: el nombramiento de Gorostieta a la cabeza de los Altos de Jalisco, y después de toda la "Guardia Nacional". Aunque lo hizo a regañadientes y se arrepintió.
    • La Liga se consagró a la política, hizo todo lo posible por impedir la conclusión de la paz, sin hacer nada para asegurar la victoria.
    • Esto le costó el desacreditarse a los ojos de Roma y de la mayoría del Episcopado.
    • Los ligueros, ajenos al universo de los cristeros, se limitaron a aguardar durante tres años a que éstos les hicieran el trabajo rudo.
    • Los cristeros habían sentido siempre la necesidad de un movimiento urbano, nacional, centralizado, que los guiara. La Liga no fue capaz de responder a sus necesidades.

        1. Desde el día en que el Episcopado anunció su decisión de suspender el culto público, empezó a ir gente a las iglesias para arreglar sus conciencias. Incluso aquella que no lo acostumbraba. La gente no lograba entender la ley dada a conocer y ejecutada tan de pronto y les causaba pesar el pensar que los sagrarios estarían vacíos. La noche del 31 de julio de 1926 hubo exposición con el Santísimo y misa solemne a las 12 de la noche. Los templos fueron insuficientes para dar cabida a las inmensas multitudes de fieles. El sentir era extraño y en general doloroso. Sin embargo, aunque las puertas de los templos permanecieron abiertas, el traumatismo experimentado la noche del 31 de julio, con su pesadilla, es el origen directo de la insurrección.

        2. El 31 de julio: último día de cultos

          Los obispos habían movilizado los ánimos desde la semana de Pasión de 1926 cuando habían hecho penitencia para pedir misericordia. Posteriormente declararon que no debía usarse la religión como bandera política ni como pretexto para un levantamiento armado y pidieron que sus fieles se abstuvieran de toda manifestación que pudiera provocar desórdenes.

          Por las leyes reformadas, el gobierno había ordenado a las autoridades municipales que no devolviesen jamás las iglesias, que cerraran y sellaran todos los edificios anexos a los templos y, finalmente que les hicieran inventario (en agosto) antes entregarlos a unos comités y de abrirlas al público.

          Los obispos prohibieron a los católicos, bajo pena de entredicho, pertenecer a dichos comités municipales y volver a entrar en esos templos. Sólo los católicos de Sinaloa y Coahuila pudieron reabrir sus iglesias sin incidentes, porque en el resto del país el pueblo vio en los inventarios una profanación y reaccionó con extrema violencia sin que nadie ajeno lo instigara a ello. El gobierno y la iglesia habían desestimado que esto sucediera. Cuando los militares reprimieron salvajemente los disturbios la gente vio en ello la confirmación de la tiranía.

          En el curso de estos meses, mientras la esperanza de vencer pacíficamente iba disminuyendo, un espíritu nuevo tomaba cuerpo y se necesitaba cada vez más la toma de decisiones. Algunos pueblos comenzaron a custodiar ellos mismos sus templos, organizar peregrinaciones y rezos de viacrucis y rosarios. No faltó el juramento, prestado sobre la bandera mexicana, de morir por Cristo Rey.

        3. La movilización
        4. Los levantamientos de 1926

        El primer levantamiento se dio en Oaxaca el mismo 31 de julio, luego otro en Acámbaro. En Guadalajara, el 3 de agosto, el ejército desalojó con extrema violencia el Santuario de la Virgen de Guadalupe. Así hubo en ese mes otros levantamientos: en Ecatzingo, en Puebla, en Oaxaca, en Cocula, en Sahuayo (Michoacán), en Chalchihuites (Zacatecas).

        En septiembre hubo levantamientos en Jalisco: Bolaños, Juchitán y Teocaltitlán, Tonalá; en Guanajuato: Yuriria; en Michoacán: Ciudad Hidalgo, La Piedad, Maravatío, y Pénjamo; en Durango: Santiago Bayacora; y en Guerrero: Chilapa.

        En octubre se levantaron ocho pueblos en Jalisco, y otros más en Michoacán y Guanajuato. En Oaxaca el levantamiento de Huajuapan de León fue el único, pero éste permitió que no hubiera persecución posterior en todo el Estado. Las tropas y la policía fusilaban y ahorcaban no sólo a las personas que tomaban parte directa en los levantamientos, sino también a quienes los ayudaban y a todos los que tenían por sospechosos. Este es también el mes en que el Arzobispo de Guadalajara, Monseñor Orozco, es citado en la Secretaría de Gobernación, cita a la cual nunca acude, sino que le motiva a echarse al campo para intentar impedir que se levantaran sus fieles.

        En noviembre se levantan en Jalisco: San Juan de los Lagos, Tepatitlán, Tlajomulco, Totatiche, Villa del Refugio y Zapotlanejo; y en Zacatecas: Chalchihuites y Sombrerete. En Aguascalientes los cristeros atacaron el pueblo de Calvillo, lo mismo le pasó al de Santa Catarina, en Guanajuato, y al Mezquital en Durango.

        Ya en diciembre los cristeros tienen buenos triunfos: 41 soldados federales muertos, y dejaron al general Arenas herido gravemente. En Guerrero hubo unos pocos levantamientos. Pero las fiestas de la Virgen de Guadalupe aumentaron la exaltación. En Guadalajara la multitud delirante grataba: « ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva el Papa! ¡Viva el Arzobispo!». Y cuando en Tequila y Ayutla unas procesiones fueron dispersadas a tiros, el pueblo se levantó.

        A pesar de todo, en estos meses el levantamiento en Jalisco no había alcanzado su máximo nivel dado que el beato Anacleto González Flores no había consentido, por su experiencia personal, por su conducta política y por las órdenes del arzobispo, que se levantara en armas ni un solo hombre de la Unión Popular. Pero el beato cambió su postura a fines de diciembre debido a que la Liga ordenó el movimiento armado y porque esa fue la voluntad de los militantes de su Unión.

      1. La incubación: 31 de julio a 31 de diciembre de 1926

        1. En los primeros días de enero, sin que sea posible precisar la fecha aproximada, toda la zona controlada por la Unión Popular, o sea el estado de Jalisco y las zonas limítrofes de Nayarit, de Zacatecas, de Guanajuato y de Michoacán, obedeció la orden de levantamiento general decidido por todos los delegados de la UP, unos días antes. Estos jefes habían hecho juramento «sobre el Santo Cristo de defender su Santa Causa de Cristo Rey y de Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe hasta vencer o morir». En Nochistlán, por ejemplo, la gente de los ranchos comenzó a unirse por grupos de hasta 15, dejando a sus esposas, con machetes y rifles viejos con tres tiros ("Dios proveerá"), cantando versos a la Virgen de Guadalupe y eran despedidos por sus familias al borde de los caminos. Muchos de estos primeros grupos, en su inocencia y falta de experiencia, fueron rápidamente vencidos, aplastados, por el ejército.

          Muchas otras poblaciones se sublevaron, sin dudarlo, luego de las atrocidades de los federales. Por ejemplo, Tamazulita se sublevó el 17 de enero, luego de que el gobierno había hecho ahorcar a su vicario, el P. José Genaro Sánchez, que murió prediciendo que los federales no ganarían un solo combate, lo cual ocurrió efectivamente en la zona. Se dice que la tierra tembló cuando murió, que el verdugo se quedó paralítico del brazo para siempre y que el coronel y el capitán que ordenaron la ejecución perecieron en el primer combate. Existen narraciones sobre un peón analfabeto apodado "el 14" que alcanzó fama a la Robin Hood. Y así hay muchas historias por el estilo.

        2. El levantamiento en masa de la Unión Popular

          No obstante la presencia de numerosas tropas en Guerrero desde hacía 7 meses y la dura campaña que se había hecho contra los insurrectos, hubo allí varios alzamientos en enero. Lo mismo en Colima, Coahuila Guanajuato y Zacatecas. En el estado de México, antiguos zapatistas tomaban las armas y como llegaron hasta Tlalpan el ejército respondió desproporcionadamente y hasta bombardeó aéreamente el Ajusco. En Michoacán sólo hasta la primavera se produjeron levantamientos en masa.

        3. Levantamientos aislados
        4. La suerte de los levantamientos de 1926

        En enero de 1927, multitudes movidas por la creencia en el levantamiento general en toda la república y seguras de obtener la victoria en tres semanas trataban de repetir la toma de Jericó, emblema, por cierto, de la Liga. Pero la Liga demostró entonces su inexistencia militar al dar una consigna insurreccional, al engañar a los jefes de la resistencia cívica y no violenta y al llevar a las multitudes al matadero. Los levantamientos no se dieron gracias a ella.

      2. La explosión (enero de 1927)

        El ejército federal fue conocido por el pueblo como Federación, porque el nombre oficial era Fuerzas Armadas de la Federación. En ese entonces el ejército mexicano fue uno con el gobierno (era la Federación misma) y en el conflicto religioso emprendió su propia guerra religiosa. Así, algún soldado fue fusilado por llevar un escapulario al cuello, algún otro murió exclamando: "¡Viva el diablo!" y algunas tropas iban a combate al grito de: "¡Viva Satán!".

        1. El ejército sacó buena tajada del presupuesto nacional y para 1929 su asignación ascendió a 125 millones de pesos (45% del total) y aún querían más.

        2. El presupuesto

          La cifra de efectivos militares para 1929 puede calcularse al inicio de la guerra en 79,759 y para su final en 59,596 hombres, variación debida a deserciones y a fallecimientos. A esta cifra habría que sumarle la de los cuerpos auxiliares (estatales, policías y agraristas).

        3. Los efectivos

          Los requisitos para ingresar a la Federación eran: tener entre 21 y 35 años; medir al menos 1.50 m de estatura (infantería) y 1.62 m (caballería); ingresar libremente por al menos 3 años. Como pocos cumplían alguno de estas condiciones, sobre todo la del carácter voluntario, se recurrió numerosas veces a la leva. Mal pagados (a la sazón de $1.40 al día), mal alimentados, reclutados contra su voluntad, eran desertores en potencia. No faltó el obligado que se pasó con los cristeros llevando con él su arma, sus municiones y su caballo.

        4. El reclutamiento

          Los oficiales al inicio de la guerra eran 14,000, entre los cuales era normal la embriaguez descarada, la conducta viciosa y la absoluta irresponsabilidad económica. Todo el ejército estaba al mando del general Joaquín Amaro, "el indio Amaro", secretario de Guerra, de origen carrancista, había nacido hijo de un peón de Zacatecas, logró casarse con una tapatía y usó su inteligencia para paliar su absoluta falta de educación.

        5. Los oficiales

          La estrategia militar fue sencilla y obedeció las reglas de la geopolítica: se concentró en dominar las ciudades y las vías férreas, los puertos y la frontera, y cruzar, asolando y sembrando el terror, los campos. Muchas veces evitó el combate y los soldados preferían disparar sobre la cadera, lo que explica el que hubiera, en general, pocos muertos.

          Siguiendo el ejemplo de otros países, Amaro decidió organizar sus más fructuosas operaciones militares, las llamadas "concentraciones". Éstas consistían en fijar un plazo de unos días a las poblaciones civiles para evacuar determinado perímetro y refugiarse en otra localidad prevista. Pasado el Plazo, toda persona encontrada en la zona roja era ejecutada sin juicio previo. Así pudieron apoderarse de las cosechas, incendiaron los pastizales y los bosques y sacrificaron con ametralladora el rebaño que no cabía en el tren.

        6. Los métodos

          El ejército federal fue incapaz de vencer, y estuvo hostigado por una rebelión cada vez mejor armada y en vías de organización, pero le brindó al gobierno el tiempo necesario para hacer una paz ventajosa.

        7. Los resultados
        8. Las exacciones

        La crueldad y la falta de probidad eran las características de muchos oficiales: vejaron a los pobladores y saquearon a los pueblos, vendían municiones a los cristeros. Pero por cada campesino pacífico que colgaban, muchos que permanecían tranquilos labrando sus tierras se levantaban.

      3. La respuesta del Ejército Federal

        1. Luego de la sorpresa de la guerra la Federación reaccionó en la medida de sus posibilidades, pero su actuación estaba condenada a perpetuarse en vano, porque no bien se marchaban las columnas, los alzamientos se repetían. No pudo vencer a los cristeros ni a la Iglesia por imprevisión y negligencia en el surgimiento de la situación, por razones geográficas y por falta de tropas.

          Esquemáticamente, la guerra de los federales se desarrolló así: en el cuartel general (ya sea en Colima, Guadalajara, Durango o Chilpancingo) se tenía noticia de que una partida cristera se había apoderado de una plaza; se embarcaban unas unidades en tren, se telefoneaba a las unidades en operaciones y a las guarniciones de los alrededores y, a marchas forzadas, corrían sobre los rebeldes. Una vez pasado el peligro, con o sin combate, marchaban de nuevo a la ciudad. Y como al mantener destacamentos por doquier se dividían peligrosamente los efectivos, estos se desmoronaban continuamente.

        2. La Federación
        3. Los cristeros

        Ante la situación de la Federación, el pueblo vislumbró el éxito del movimiento y participó en éste activamente. A fines de julio cerca de 20,000 hombres andaban levantados en armas y actuaban espontáneamente y sin organización.

      4. La respuesta de la Federación y la de los cristeros

        1. El general huertista Enrique Gorostieta, indiferente ante la religión (agnóstico) y a veces hostil a la Iglesia (liberal), fue propuesto en julio de 1927 por la Liga como jefe supremo del movimiento cristero, que hasta ese momento había carecido de uno. De hecho, entró como mercenario (3,000 pesos oro mensuales de por medio), buscando el placer de la aventura y la venganza contra Obregón y Calles que habían disuelto el ejército.

          Gorostieta trabajó infatigablemente para recuperar el tiempo perdido, sobre todo en la táctica de guerra de guerrillas y se volvió, a su manera, cristiano en medio de sus cristeros –los mejores soldados que ha tenido México, a su parecer–, de quienes, por cierto, se ganó también sus corazones.

        2. Gorostieta
        3. Balance de un año de guerra

        En octubre y noviembre de 1927, el ejército se replegó a Veracruz y los cristeros llegaron a ser muy fuertes en Jalisco. Para enero de 1928 se puede calcular un aproximado de 25,000 cristeros en armas, en Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco, México, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Veracruz y Zacatecas.

        A mediados de 1928, los cristeros no podían ya ser vencidos, lo cual constituía una gran victoria; pero el gobierno, sostenido por la fuerza norteamericana, no parecía a punto de caer. Es entonces cuando, en julio, se da el asesinato de Obregón, por manos del católico León Toral.

      5. La consolidación (julio de 1927 a julio de 1928: de la llegada del general Gorostieta a la muerte de Obregón)

        Durante siete meses, los revolucionarios se dividen: entre la facción obregonista que vio frustrada su carrera de regreso al poder y la facción callista. Esta división y el tiempo que implicaba una reorganización social obraban a favor de los cristeros.

        En este tiempo el general Gorostieta estuvo luchando en Guanajuato y Los Altos. En la zona del Regimiento "Gómez Loza" la lucha marchó muy bien y hasta tuvo que crear un segundo Regimiento, y puso ambos bajo el mando del padre Vega, quien pasó a ser general. Los de Gorostieta llegaron a estar en las afueras de Guadalajara y seguían la lucha en Michoacán. En ese agosto de 1928 la iniciativa y la ofensiva eran ya de los cristeros.

        En octubre sólo en Jalisco los combates fueron 78, en diciembre 114 y en enero 135. En noviembre, cuando, previendo una reconcentración militar en la zona, los cristeros recogieron y resguardaron las semillas de los campesinos con tal probidad que todo ladrón fue fusilado, la ofensiva militar fracasó y resultó contraproducente: sólo logró que el espíritu de resistencia saliera engrandecido. En enero atacaron hasta al tren presidencial y en febrero entraron a Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque y allí organizaron secuestros para financiarse con lo de los rescates.

        La influencia de Gorostieta fue tanta que comenzó a consultársele su opinión sobre muchos temas de interés nacional y hasta el presidente Portes Gil quiso, en febrero, entablar diálogo oficial con él, pero no se logró debido a que la Liga lo bloqueó. Por su parte, el general estaba seguro de llevar la lucha y el movimiento a un lugar digno.

        En marzo de 1929, la división llegó por los generales Manzo y Escobar, quienes se rebelaron contra el gobierno de Calles-Portes Gil con los jefes militares de Chihuahua, Coahuila, Durango, Sonora y Veracruz, y allí abolieron la legislación de Calles y establecieron un pacto con Gorostieta.

      6. De la muerte de Obregón al Putsch escobarista (agosto de 1928 a febrero de 1929)

        1. Para enfrentar la rebelión escobarista, el mismo Calles se hizo nombrar secretario de Guerra, y movilizó 35,000 hombres hacia la zona rebelde, abandonando el centro occidente a los cristeros.

        2. De la rebelión escobarista al licenciamiento

          Así, pues, desde el 3 de marzo hasta el 15 de mayo de 1929, los cristeros aplastaron a las tropas auxiliares abandonadas por la Federación y se apoderaron de todo el oeste, de Durango a Coalcomán, exceptuando las ciudades grandes, y haciendo que decir al presidente Portes Gil que era vital encontrar un arreglo con la Iglesia.

        3. La gran ofensiva de los cristeros: marzo-abril de 1929

          Calles, sin embargo, siguió combatiendo a los cristeros quienes, en todas partes, se esfumaban y dejaban pasar las columnas federales, manteniéndose a la defensiva. Gorostieta murió accidentalmente en Michoacán, en la coincidencia de una serie de situaciones muy raras, y sin embargo su muerte no tuvo ninguna consecuencia militar, pues el contraataque federal no dio resultado alguno.

        4. El contraataque federal
        5. La presión de los cristeros: mayo, junio y julio de 1929
      7. Apogeo del movimiento cristero (de marzo a junio de 1929)

      Tras la muerte de Gorostieta el padre Aristeo Pedroza pasó a ser el jefe supremo de los Altos, el general Degollado jefe de la Guardia nacional y José Gutiérrez encabezó la División del Sur.

      El 4 de julio se recibieron las primeras noticias de los "arreglos", el 12 se comienza a negociar el licenciamiento de los cristeros y los últimos combates terminaron hasta el 17.

    1. La Guerra de los cristeros

        1. Una vez que el gobierno se encontraba ya bastante derrotado y sin esperanzas de acabar con los cristeros, cedió ante un arreglo que permitió que los templos ejercieran el culto y logrando que las hostilidades fueran suspendidas de inmediato y para agosto se llevó a cabo el licenciamiento de los combatientes, otorgándoseles garantías y salvoconductos.

          A los cristeros, que no creyeron de entrada la noticia, bajo la doble presión del pueblo y del clero, no les quedó más que inclinarse amargamente.

        2. El licenciamiento
        3. Las reacciones a los "arreglos"
      1. De la Iglesia del silencio al silencio de la Iglesia: los "arreglos"
    2. Los arreglos

    Los "arreglos" se alcanzaron el 21 de junio de 1929 por parte del obispo Leopoldo Ruiz y Flores, delegado apostólico, y del arzobispo Pascual Díaz y Barreto, Primado de México. En estos se prometía la paz y la devolución de todo lo robado, de los seminarios, y las iglesias.

    La gran mayoría del pueblo estuvo contenta con los "arreglos", de los cuales desconocía sus contenidos exactos porque habían sido pactados oralmente, y se habían logrado en parte por los oficios de la embajada norteamericana. También la inmensa mayoría de los obispos fue favorable a los mismos al principio, pero como pronto se dividieran sus posturas, prohibieron, por instrucciones de Roma, que se hablara, se escribiera y se pensara en aquellos. Y es que algunos prelados pensaron que en las negociaciones hubieran podido aprovechar el pánico gubernamental para dejar en absoluta libertad a la Iglesia.

    El arzobispo de Guadalajara, que nunca favoreció ni el movimiento ni los "arreglos" y que hasta impuso la censura a sus sacerdotes que protestaron, fue conducido por los prelados negociadores a una entrevista con el presidente Portes Gil, quien le manifestó que los tres habían decidido que debía abandonar el país. El obispo de Huejutla también fue condenado al destierro.

    La Liga, por su parte, afirmó que a la Iglesia le hizo más daño el servilismo cortesano de los obispos que las persecuciones más sangrientas. Hizo severos cuestionamientos, sobe todo porque los "arreglos" no rectificaron las leyes ni las prácticas establecidas, simplemente permitieron que se reanudaran los cultos de acuerdo con las leyes vigentes y que además ni fueron respetados. E implantaron el mito de la traición, al papa y a los mexicanos, de los dos negociadores, y en su muerte rápida vieron un castigo divino.

    Y, a decir de los cristeros, «llegó el desbarajuste de los arreglos y cada quien fue hijo de su madre», pues vivieron un desconcierto tremendo y sintieron los mismos como una capitulación impuesta por la Iglesia a ellos que eran un ejército victorioso.

    El ejército inició una política de construcción de carreteras y caminos (con fines militares como lección de la guerra), e implantó destacamentos de un capitán y 50 hombres en cada pueblo. Y, sobre todo, comenzó una carnicería: el asesinato sistemático y premeditado de todos los jefes cristeros, casi 1,500 asesinatos en total, con el fin de impedir cualquier reanudación del movimiento.

    El gobierno no cambiaría su política sino hasta 1938…

     

     

    Carlos Gómez Ruiz