Descargar

Antropogénesis según Steiner (página 2)


Partes: 1, 2

 

         Así como hay un acuerdo generalizado indubitado acerca del origen común e indistinto de todas las Mónadas humanas, ha habido diferentes posiciones acerca del origen  de la diversidad y distinción de las razas, así como de la interpretación causal de los rayos y características diversificadas que han dado lugar en su momento al nacimiento y desarrollo tanto de los diferentes pueblos, civilizaciones, culturas y naciones, con sus peculiares y propios rasgos distintivos. Y Steiner, haciendo uso de los dones de clarividencia propios de su graduación iniciática y de su misión esotérica, pudo introducirse en las esferas correspondientes a las cadenas y manvántaras previos al nuestro que clarificasen tales misterios en buena medida, y extrayendo esos conocimientos ocultos de los llamados Archivos Akhásicos, nos los ha transmitido fundamentalmente a través de las miles de conferencias que prodigó a lo largo de su existencia.

El desarrollo del 4º Principio

         La misión esencial de la Tierra, decía en tal sentido Steiner, es sin duda el desarrollo del 4º Principio Humano: el Ego, el cuerpo mental inferior, es decir el Yo separativo o Kama Manas, y ello como resultado del desenvolvimiento previo en Cadenas y Manvántaras anteriores de los tres Principios básicos que conforman la estructura fundamental del ser humano. De manera que en la primera Cadena o Manvántara, correspondiente al antiguo Saturno, se desarrollaron los fundamentos del cuerpo físico en su fase mineral, en el segundo Manvantara, llamado del Sol, se consolidaron los fundamentos del cuerpo etérico del hombre y su fase vegetal, y en el tercero, el de la vieja Luna, se desarrolló el tercer principio o cuerpo astral del hombre, en su vivencia animal.

        

Desde las dos primeras razas (Polar e Hiperbórea) y hasta la Edad Lemur, correspondiente a la Tercera Raíz, el ser humano carecía de un alma propia e individual, de manera que, al igual que los animales que le rodeaban, contaba únicamente con un alma grupal. Y nos estamos refiriendo a un tiempo en el que todavía y durante ese larguísimo período histórico, nos dice Steiner, la Tierra y la Luna estaban unidas formando un solo planeta, hasta que finalmente en el curso de dicha edad es cuando la jerarquía creadora de los Espíritus de la Forma separó a la Luna de la Tierra, con el fin de llevarse con ella lo más denso de entre la pesada materia de que hasta entonces estaba constituida la humanidad. Y es a resultas de dicha separación planetaria que se instituyó la separación de sexos del hombre, que hasta entonces había sido un ser andrógino, con lo que se produjo lo que se ha conocido por la "Primera Caída" del hombre, al ser necesaria la generación y procreación por la vía genital sexual, de forma tal que el sexo vino a causar grandes estragos en aquella humanidad, pues se mezclaban indiscriminadamente las diversas especies, creándose con ello toda clase de subproductos humanoides incapaces de desarrollar el Principio egóico al que estaban destinados los seres humanos. Los bellos Apolos de la Raza Hiperbórea degeneraron terriblemente, hasta que en un momento dado Jahvé, uno de los siete Elohim o Espíritus Planetarios, desarrolló en la naturaleza humana el llamado principio de la herencia con el fin de evitar más cruces y mezclas de especies animales y humanas diferentes.

         Ante tal degeneración generalizada algunas almas se negaron a descender a la Tierra y a crear en los cuerpos óseos y durísimos en que se convirtieron los cuerpos humanos, de manera que hubo un largo pralaya en el cual muchas mónadas humanas dejaron de encarnar en el planeta, con la consiguiente despoblación en el globo terráqueo, que parecía poner en peligro el plan de desenvolvimiento de los seres humanos. Según las investigaciones realizadas por Steiner un gran número de esas mónadas humanas y animales fueron transportadas para encarnar en los otros cinco planetas del sistema solar (Saturno, Júpiter, Marte, Venus y Mercurio), además de en el Sol y la Luna, con el consiguiente efecto y hándicap de que estas almas no pudieron en su consecuencia quedar bajo la dirección e influencia de los Espíritus de la Forma, residentes en el Sol, cuya tarea fundamental era la de guiar la evolución racial de la humanidad en la tierra.

         Cuando la Luna-tierra se separó del Sol durante el anterior tercer manvántara, continúa Steiner en sus estudios cosmológicos, ese planeta conjunto de Tierra y Luna todavía no rotaba en torno a su eje, pues para eso hubiera necesitado que habitase en él un Espíritu del Movimiento que le diese tal vida y actividad, de manera que durante la Edad Hiperbórea solo una cara de ese globo conjunto daba al Sol, exactamente como ahora ocurre con la Luna con relación a la Tierra, y así la actividad de los Espíritus de la Forma ubicados en el Sol, al no haber día y noche alternantes, era continua y permanente. Y así continuó ocurriendo hasta que con la extracción de la Luna y su separación de la Tierra en el transcurso de la Edad Lemur la Tierra empezó a rotar sobre sí misma, ocasionando así las noches y los días, lo cual dio lugar a una actividad alternante y ya no permanente de tales Espíritus de la Forma que al hacer su trabajo desde el Sol solo ejercían su influencia sobre la Tierra durante el día.

La institucionalización en el hombre de su alma individual

         Con el principio de herencia imbuido por Javeh cada especie animal desarrolló su propia alma grupal totalmente ceñida a la evolución de la Tierra, y al llegar la Edad Atlante, la mayoría de las almas humanas ya se habían individualizado, separándose así definitivamente de su antigua alma grupal cuasianimal o de especie, comenzándo así la evolución del principio egoico o kama-manásico en cada mónada encarnante, aunque éstas conservaran la memoria de su alma grupal en el cuerpo etérico. Cuando la tierra empezó a rotar sobre su eje polar y se institucionalizó el ritmo ya definitivo de los días y las noches alternantes, la evolución humana y del ser individual más allá del alma grupal fue quedando ceñida a la encarnación en la tierra de todas las almas, pues era reencarnándose que recibirían la influencia y radiaciones energéticas de los seres espirituales superiores que a su vez sacrificaban sus cuerpos por ellos. Y así durante la vigilia del día el ego y el cuerpo astral trabajaban incorporados a sus cuerpo etérico y cuerpo físico, y por la noche esos ego y cuerpo astral se separaban de sus cuerpos físico y etérico, y libres del cuerpo mientras dormían, comunicaban con los seres superiores conocidos como Ángeles (equivalentes a los Pitris Lunares o Barishad en términos teosóficos), Arcángeles (los Pitris Agnishvattas) y Archai (los Asuras), de forma que con ese contacto los seres superiores podían influir en el ego y reparar los daños ocasionados al cuerpo astral durante el día  por los espíritus luciféricos, todo lo cual permitiría mantener las memorias de esos seres y así evolucionar definitivamente fuera del ser grupal como seres individuales.

         Mientras tanto los verdaderos directores de la evolución, los llamados Espíritus de la Forma de la segunda jerarquía celestial, trabajaban a través de la luz del sol durante el día, ya que durante la noche su actividad había de parar e interrumpirse a causa de la falta de luminosidad y por tanto de la oscuridad, de manera que podía dudarse de que con tal ritmo los humanos pudieran evolucionar apropiadamente si los Espíritus de la Forma trabajaban solo a media jornada, teniendo en cuenta el hecho de que anteriormente cuando la Tierra no rotaba, su actividad era permanente día y noche.

         Resolvieron el problema enviando al Elohim Jahvé a la Luna, de entre los siete Espíritus de la Forma o Elohim, los cuales desde el manvántara lunar trabajaban desde el Sol para guiar la evolución humana. Desde allí ese Elohim irradiaría su influencia sobre la tierra durante las noches. Y mientras tanto los demás seres espirituales que no habían conseguido el rango jerárquico al que estaban destinados, y como necesitaban también un lugar donde continuar su desarrollo aparentemente interrumpido con la falta de mónadas humanas encarnantes en la Tierra por las razones dichas, encontraron tales lugares al desprenderse del Sol el planeta Mercurio para los Archai (los asuras de la cosmología teosófica), así como el planeta Venus donde residirían y evolucionarían los Arcángeles (los agnishvattas), y en la Luna permanecerían los Ángeles (o Pitris lunares). Y así, durante el día los otros seis Elohim emitían sus rayos de amor al hombre, y por la noche el Elohim Jahvé trabajaba en el ego y el cuerpo astral de los seres humanos mediante la luz reflejada del sol espiritual.

La vuelta a la tierra tras el pralaya planetario

Llegó el momento entonces, al final de la Edad Lemur, en que aquellas almas que habían sido enviadas a los distintos planetas tras la crisis racial producida por la división de sexos y la degeneración producida por la mezcolanza indiscriminada de especies, volvieran a poblar la Tierra. Y fue produciéndose paulatinamente dicho retorno desde entonces y hasta la 4ª subraza de la Atlante, de forma que con el regreso de tales individualidades se hicieron evidentes las diferenciaciones raciales de los distintos pueblos que iban habitando las distintas regiones del continente lemur primero y después del atlante, que arrastraban lógicamente la impronta y huellas características de las radiaciones energéticas de aquellos planetas en los que habían habitado durante encarnaciones sucesivas, y que a su vez obviamente se distinguían de aquellos cuyas mónadas habían podido permanecer en la tierra.

Como es sabido, y tal y como coinciden todos los eruditos e investigadores teosóficos, el continente Lemur nació en el Océano Indico, de donde son porciones residuales las actuales Australia y Nueva Zelanda, y en esas regiones la vida era tremendamente difícil entre la enorme y colosal actividad volcánica y los períodos glaciares con que se alternaba la conformación del planeta. Fue en ese período en el que vino a la existencia la pareja ancestral de los Adán y Eva del Génesis, de donde todos los seres humanos tenemos el tronco común de origen genético, tal y como es reconocido por la moderna antropología, y desde entonces y hasta mediados de la Edad Atlante sus descendientes pudieron vivir en cuerpos de una sustancia mucho más plástica que aquellos cuerpos humanos anteriores a la escisión lunar.

         Durante la emergencia y conformación de la isla continental Atlante fueron surgiendo dos líneas humanas de evolución diferenciada: a) las generaciones provenientes de almas venidas de otros planetas,  b) las almas directamente descendientes de Adán y Eva, que no habían experimentado el pralaya exterior, y que al haberse separado la mayoría de ellas del alma de grupo y haber individualizado, empezaron a tener por primera vez lo que sería el Karma individual humano. De manera que este segundo grupo que había permanecido encarnando en la Tierra, contaba con una experiencia kármica con la que no contaban los venidos del pralaya planetario externo, por cuya razón todas las generaciones procedentes de Adán y Eva llevan en sí mismos las influencias lunares dentro de sus cuerpos etérico y físico, pues vivieron en la tierra en la Edad lemur durante todo el tiempo en que la Luna y la Tierra permanecían unidas, hasta después cuando ya estaban separados ambos astros, mientras que el cuerpo astral y el ego tenían las influencias de los demás planetas traídas de los mismos cuando regresaron y encarnaron en la tierra después de que ya se habían separado la Tierra y la Luna.

         En consecuencia, así como es común la unidad de los cuerpos físico y etérico de todos los hombres, al haberse formado durante los manvántaras o cadenas de Saturno y del Sol bajo la dirección estricta de los Espíritus de la Forma que trabajaban con la intermediación a sus órdenes de los Pîtris solares, no fue unitaria la formación y constitución del cuerpo astral y del ego o cuerpo mental inferior de los hombres, que tuvo que llegar posteriormente mucho más tarde en la historia de la evolución, a través de la labor de los Pitris lunares (o Barishad), y hasta en contra del plan general de evolución diseñado en principio por los Espíritus de la Forma, por las razones históricas atestiguadas por Steiner en el sentido recién expresado. Por las mismas razones la labor y función de los Pitris lunares está más asociada con los cuatro principios inferiores del cuaternario inferior y menos con los tres superiores.

         Como  fuera que los espíritus luciféricos (los asuras), para completar su propia evolución necesitaban cuerpos o vainas humanas donde pudieran desarrollar sus 6º y 7º Principios, prefirieron humanos que tuvieran desarrollado el ego o 4º Principio (kama-manas), y ese tipo humano era representado precisamente por los descendientes de la pareja de Adán y Eva, por su mayor experiencia kármica, y es por eso que de la unión de esas almas más viejas con espíritus luciféricos surgieron reyes, leyes, profetas y en general los líderes de la humanidad, aunque posteriormente dichos espíritus acabaran mezclándose con los menos avanzados.

Razas humanas y sus Espíritus planetarios

         Al contrario de lo previsto en el Plan Divino, y a causa del efecto de los Espíritus Planetarios en las almas humanas que habían habitado cada uno de sus planetas respectivos durante el pralaya espiritual externo, surgieron líneas raciales diferenciadas y marcadas por el sello distintivo de cada uno de los Logos o Espíritus Planetarios de tales planetas en los que habían encarnado momentánea pero reiteradamente. Cada uno de los logoi de los planetas decidió crear su propia raza o tronco racial, de forma que todas y cada una de las razas atlantes vendrán claramente influenciadas de manera diversa y se acabarán distinguiendo y definiendo ya sea como hombres de Júpiter, hombres de Saturno, hombres de Marte, etc, lo cual hacía que el Yo Superior de cada iniciado estuviera controlado por el Espíritu Planetario correspondiente, y que en vez de haber siete razas evolucionando bajo la guía de los Siete Elohim con el Cristo como líder de todos ellos, hubiera cinco razas (de cada uno de los cinco planetas) evolucionando separadamente, y cada una de ellas contemplando a su Logos Planetario respectivo como su Dios Superior (el equivalente a su Cristo interno, su Atma).

Esta diversidad de distintas evoluciones, en vez de una unitaria, ha producido una gran confusión entre los grandes  líderes espirituales de la humanidad. Y así por ejemplo Mme. Blavatsky dice que Buddha es Mercurio, y es correcta en tal apreciación, afirma Steiner, pues para las mónadas encarnantes procedentes de aquel pralaya en Mercurio el Yo Superior de los iniciados es el Espíritu de Mercurio revelado a través de Buddha, por cuya razón ellos no reconocen a Cristo como su Yo o Espíritu Superior. De esta manera solo los iniciados Hijos del Sol, tras haber desarrollado sus 3 Principios Superiores podrán mirar al Cristo como su Yo Superior, de la misma manera que los iniciados de la raza de Júpiter, luego encarnados en Grecia, miraban a Zeus como su Yo o Dios Superior. El Atma o Dhyani Buddha grupal era pues diferente para cada iniciado, dependiendo del planeta y el espíritu planetario donde encarnaron durante el pralaya intermedio entre la separación de la luna y la tierra, ya que cada planeta era obviamente influenciado por una corriente de rayo distinta y característica de cada Logos. Por esta razón los adeptos espirituales no han podido ponerse de acuerdo nunca acerca de que sea el espíritu del Sol, Cristo, el más alto y superior de todos los Espíritus Planetarios.

Los Espíritus raciales y los Elohim, Espíritus de la Forma

        

Como el lector ya habrá adivinado un Espíritu Planetario es lo que en otros términos se conoce por Logos de un planeta. Y sería el equivalente, para otras tradiciones religiosas y esotéricas, lo que se denominó por los hindúes los Dhyanis Buddhas o Kumaras, lo mismo que para los gnósticos eran el Demiurgo y los Aeones, para los cabalistas los 7 Sephiroth, para los zoroastrianos los Star-Yazatas, y que para los cristianos fueron los llamados Ángeles Planetarios o 7 Espíritus ante la Presencia (o ante el Trono). Son la jerarquía angélica conocida por Virtudes, dentro de la Segunda Jerarquía de Dominaciones, Virtudes y Poderes (Espíritus de la Forma), que según se dice en términos jerárquicos esotéricos cristianos, están cuatro grados o estados por encima de la jerarquía de los seres humanos, y son conocidos exotéricamente por los mismos nombres de los antiguos planetas: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Mercurio, Venus y Luna.

         Pero es importante recalcar que no debe de confundírseles y que son distintos de los Elohim antes mencionados o Espíritus de la Forma, que también son siete, quienes según interpretan los antropósofos, están tres grados o etapas jerárquicas por encima de la humanidad común. Seis de ellos habitan y trabajan desde el Sol, y el séptimo, Jahvé, como ya se ha explicitado, desde la Luna.

El Sol y la Luna no están relacionados, ni siquiera físicamente con los otros cinco planetas, pues el Sol es superior a ellos, y la Luna es inferior.  La Luna es un cadáver muerto, mientras que el Sol es una estrella fija, no un planeta, aunque hay que señalar que esotéricamente el Sol y la Luna ocultan a dos planetas aún por descubrir y manifestarse, pues no tienen todavía estado o cuerpo netamente físico. Se dice asimismo que el Sol eventualmente será sustituido por Vulcano, que está en la órbita de Mercurio, y que la Luna podría ser sustituida a su vez por Urano.

        

En contra de lo se cree en términos astrológicos convencionales, los otros tres planetas, Urano, Neptuno y Plutón no pertenecen strictu sensu a la formación de nuestro sistema solar, a pesar de su cercanía relativa, pero en su momento fueron capturados dentro del mismo, y como sea que rotan sobre su propio eje, también cuentan con su propio Espíritu Planetario, pero sin estar inmiscuidos en la evolución de la Tierra como los demás planetas. Y a su vez, esos dos planetas velados, si tenemos en cuenta el hecho de que todo planeta es una vida septenaria que evoluciona a través de siete estados o fases, permanecen ocultos porque solamente el 4º de tales cuerpos o estados evolutivos es físico, y los demás son etéricos o incluso astrales o meramente mentales, según su proceso de desarrollo.

         En consecuencia, si tenemos en cuenta que cada uno de aquellos 7 Espíritus de la Forma tiene su rayo respectivo característico, y que asimismo los 7 Espíritus Planetarios emanan otros tantos 7 Rayos propios, habremos de constatar que estamos sometidos a dos fuentes diversas de irradiación e influencia, que afectarán a todos y cada uno de los planetas de nuestro sistema solar, y que consecuentemente todos ellos repercutirán sobre la Tierra y sobre la humanidad, ocasionando el correspondiente conflicto o reacción esotérica. 

Las Jerarquías Espirituales y los Dhyani Choans

        

Parecería a primera vista, a través de la investigación steineriana que se ha expuesto hasta ahora a lo largo del presente estudio de su interpretación antropogenética, que hubiera habido una desconexión o falta de coordinación cósmica entre las diversas jerarquías espirituales rectoras o progenitoras de nuestra humanidad y de las razas que históricamente han venido conformándola en las fases previas a la actual 5ª Raza Raíz. Sin embargo Steiner es rotundo a la hora de establecer que el gran movimiento unitario se plasmó y se produjo con la última venida del Cristo en la persona de Jesús, de manera que es Cristo, al mando de los 7 Elohim o Espíritus de la Forma, quien al fin y a la postre dirige toda la evolución de la Tierra, tras las sucesivas intervenciones y aportaciones jerárquicas celestiales en la estructuración de los diferentes principios constitutivos humanos, y así a su muerte en el Gólgota Cristo culminó una fase esencial de ese proceso al unirse íntimamente con la tierra, convirtiéndose en su Espíritu Planetario. A los 30 años el alma ya desarrollada de Jesús recibió al espíritu del cosmos y en aquel momento crucial  del cambio de la evolución humana un hombre tomó en su alma la esencia divina espiritual del universo. Cristo entró en la misma tierra por un plazo de tres años, y desde entonces ese poder espiritual vive en la misma atmósfera que habitan nuestras almas. A partir de su muerte y resurrección la Tierra y la humanidad recibieron un impulso nuevo y revolucionario que cambió todo el proceso evolutivo, más allá de las fuerzas de la muerte que el hombre lleva consigo. Se cumplía así por fin el designio planificado por los Elohim o Espíritus de la Forma de cara a la constitución definitiva del ego humano.

         A los efectos de que el lector pueda situar a los distintos Espíritus o Jerarquías celestiales intervinientes en la creación y desarrollo de las razas a los que se refiere habitualmente Steiner, que obviamente difieren de la nomenclatura de las Jerarquías creadoras de la tradición teosófica, y que son mencionados continuamente a lo largo del presente artículo, esencialmente en la línea de los seres angélicos de la tradición cristiana, a continuación reseñamos esta clasificación que sería la usada por los Antropósofos:

   Tales denominaciones, de origen fundamentalmente bíblico y cristiano, corresponden o equivalen a las distintas jerarquías y graduaciones que bajo el concepto general de origen sánscrito Dhyani Chohans ("Seres de contemplación" en su traducción literal), vienen referidas a esos arquitectos intelectuales o inteligencias cósmicas, que como seres espirituales superiores del mundo divino y como Jerarquía de Luz, incorporan en sí mismos la ideación del Logos Cósmico, conformando las leyes de acuerdo con las cuales funciona la naturaleza y la existencia. En un sentido esotérico tales seres son nosotros mismos ya que nacimos de ellos, son nuestras mónadas, nuestros átomos y nuestras almas, y por tanto su progenie está íntimamente unida a la humana, pues cada Principio humano tiene su fuente y su origen en estos seres espirituales. Un día nuestra humanidad, conocida en esos mismos términos por la cuarta jerarquía, formará parte de tales espíritus constructores de los seres que van detrás de nosotros en el orden evolutivo.

Los Rayos de influencia de los Elohim y de los Logos planetarios

         Si la Luna hubiera permanecido unida a la Tierra la evolución humana habría sido distinta, y por eso, con el fin de mantener el equilibrio evolutivo temporalmente desestabilizado con dicha escisión geológica, los Espíritus de Sabiduría establecieron una colonia en la Luna, que mantendría la irradiación día y noche tras la separación lunar, a los efectos de que no quedase frenado el desarrollo evolutivo de la humanidad, para lo cual el Elohim Jahvé se trasladó allí, mientras los otros 6 Elohim permanecían ejerciendo su labor desde el Sol. La Luna, al no rotar sobre sí misma, no estaba (ni está en la actualidad) habitada por un Espíritu del Movimiento como los demás planetas, sino que estaba habitada por ese Espíritu de la Forma conocido en el Antiguo Testamento por el nombre de Jehováh.

         Tenemos por tanto, sostiene Steiner,  dos tipos de seres angélicos aplicando su influencia sobre la humanidad; por un lado la de los llamados Espíritus del Movimiento (o Espíritus Planetarios) de cada uno de los planetas, y por el otro la de los Espíritus de la Forma o Elohim, radicados en el Sol, cooperando ambas activamente en el desarrollo de las razas humanas. Las fuerzas creativas de los Elohim (Espíritus de la Forma) referenciados en el Génesis trabajaban durante el día mediante la luz solar, y el séptimo de ellos desde la Luna polarizaba durante la noche la luz reflejada del sol, mientras que al mismo tiempo, conjuntamente con estos rayos solares y lunar interactuaban los rayos planetarios emanados de los Espíritus del Movimiento de los 5 planetas rotantes en torno a su eje. Saturno, Júpiter, Marte, Venus y Mercurio.

        

Para explicitar esa duplicidad de Rayos a que se veía sometido el hombre, podemos señalar aquí, como complementación de toda esta investigación de Steiner sobre el desarrollo de las Razas y sus distintas características de Rayo según su procedencia planetaria praláyica, las referencias que por su lado realizó en este mismo sentido Alice Bailey sobre las diferencias de rayo existentes entre los diversos planetas, y que fueron precisadas muy concretamente por ella en su libro sobre Los Rayos (Tomo III del texto sobre Psicología Esotérica I) donde dejó sentado expresamente que: " Cada planeta es la encarnación de un Ser o Entidad, y cada planeta, como todo ser humano, es la expresión de dos fuerzas de rayo: la personalidad y el alma, y por tanto hay dos fuerzas esotéricas en conflicto en cada planeta", y establecía la siguiente relación de rayos y Planetas:

1.     Vulcano – 1º rayo.

2.     Mercurio – 4º rayo.

3.     Venus – 5º rayo.

4.     Júpiter – 2º rayo.

5.     Saturno – 3º rayo.

6.     La Luna (velando un planeta oculto) – 4º rayo.

7.      El Sol (velando un planeta oculto) – 2º rayo.

         ¿Son estas influencias de rayo del alma las referidas por Steiner como las procedentes de los Elohim? ¿Y son acaso las influencias del rayo de la personalidad que cohabitan con aquellas las de los Espíritus o Logos planetarios? Las respuestas a tales cuestiones y su desarrollo práctico forman parte del trabajo de investigación personal de cada discípulo en el sendero.

Las líneas raciales y los Espíritus de la Raza

         En sus estudios e investigación el fundador de la Antroposofía constató que,  tal y como ya hemos relatado, tras la vuelta a la Tierra de las almas provenientes del pralaya espiritual en aquellos planetas, cada uno de los Espíritus Planetarios, en colaboración con los Espíritus de la Forma, decidieron crear su propia línea racial separada, por medio de la creación de un cuerpo etérico racial distinto, formando así las llamadas cinco razas raíces. De esta forma siendo esencialmente unitaria y común la estructura corporal humana (el cuerpo físico) y el alma grupal inicial por causa de la intervención de los Espíritus de la Forma, las posteriores diversificaciones y modificaciones propias de cada una de las cinco razas fue realizada por medio de la intervención e influencia de los 5 Espíritus Planetarios, llamados también Espíritus de la Raza.

         Y fue de esta manera que surgieron sucesivamente las distintas razas: A) la cooperación del Espíritu de la Raza de Mercurio produjo la raza negra, reflejándose su actividad esencial en el sistema glandular. B) La labor del Espíritu de la Raza de Venus produjo la raza amarilla, reflejándose sus efectos fundamentalmente en la respiración, el plexo solar y el sistema nervioso simpático. C) Los esfuerzos del Espíritu de la Raza de Marte se centraron en la creación de la raza mongol, reflejándose a su vez su singularidad en la sangre. D) El espíritu de la Raza de Júpiter produjo la raza ario-caucasiana, el tipo predominante de la 5ª raza raíz, que empezó en la India y luego se desarrolló en dirección hacia Europa y Asia Menor, enfocando su actividad en la impresión de los sentidos y el sistema nervioso central, el cerebro y la médula espinal. E) Finalmente el espíritu de la Raza de Saturno se centró en la creación y desarrollo de la raza cobriza de los indios americanos, cuyo sistema glandular tiende a la osificación, decadencia y desaparición y muerte de la raza.

         Sin embargo un evento muy especial y hasta revolucionario habría de tener lugar, hasta el punto de modificar estas cinco líneas raciales, a resultas del plan que los Espíritus de la Forma tenían de hacer encarnar al Espíritu de Cristo en la Tierra. De acuerdo con su proyecto inicial Cristo debería de haber encarnado a mediados de la Edad Atlante, con el objetivo fundamental de trabajar directamente sobre la constitución y desarrollo del ego humano. Pero hubo de retrasarse el descenso crístico planeado por varias causas sucesivas: una de ellas fue el freno materialista de las culturas matriarcales de los pueblos atlantes, siendo otra igualmente importante la invasión del cuerpo astral humana durante la Edad Lemur por parte de los Espíritus llamados Luciféricos, de manera que la venida del Cristo hubo de ser pospuesta hasta la futura Raza Aria.

         Para este acontecimiento tuvo que crearse un tipo especial de raza que pudiera servir de vehículo para la encarnación en la tierra del ego crístico y macro-cósmico. En ese sentido fue creada la raza o pueblo hebreo, mediante la formación de un cuerpo físico adecuado para albergar un espíritu de tan gran entidad, lo cual fue diseñado y preparado por el Elohim Jehová desde la Luna, quien trabajó en la línea de la sangre. Por cuya razón Jahvé es el Dios de los hebreos, y a tal fin centró su labor en la línea sanguínea de Abraham, Isaac y Jacob, a través de la Casa de David hasta llegar al nacimiento del hijo de la estirpe de Salomón, Jesús, en quien encarnó el Cristo.

El desarrollo final de las Razas Atlantes

         Es un principio esotérico comúnmente aceptado que todas las personas en sus sucesivas encarnaciones han de pasar por las diversas razas,  de forma que según se iba encarnando en lugares geográficos diferentes el hombre quedaba sometido a los rasgos raciales característicos de esos pueblos, siendo los Espíritus del Movimiento quienes controlaban los lugares geográficos y sus pueblos y etnias. Y así el desarrollo original del progreso evolutivo del hombre comenzó con la Raza de Mercurio en África, la raza negra, con las características propias de la infancia. Moviéndose en dirección hacia Asia, los Espíritus de Venus y Marte imprimieron en esas razas los caracteres de la juventud. Moviéndose luego en dirección Oeste hacia Europa, los Espíritus de Júpiter imprimieron en la raza humana los caracteres de la primera madurez. Y finalmente, en América los espíritus de Saturno imprimieron en la raza marrón o cobriza los caracteres dominantes del último tercio de la vida, o de la vejez y muerte.

         Steiner decía que la evolución de la civilización humana asumía esta misma línea geográfica de desarrollo, que empezó en África, moviéndose primero en dirección a Asia, después hacia el oeste y Europa, para terminar en América. Y así constataba cómo los pueblos indígenas americanos y mexicanos, así como los de las Islas Caribes, como descendientes todos ellos de las razas atlantes, luchaban por sobrevivir, y cómo, bajo la influencia geográfica de los Espíritus de Saturno, estas culturas estaban destinadas a perecer, al haber acabado su ciclo de nacimiento, infancia, juventud, madurez, vejez y muerte.

         Las razas Atlantes fueron la primera Raza Raíz que en sentido estricto se subdividió en siete subtipos raciales siguiendo la influencia de los Espíritus de la Forma y los espíritus raciales, bajo la dirección y guía de los Oráculos Atlantes, y así por ejemplo el Manú del Oráculo de Mercurio fue quien guió a los pueblos de África para crear y cultivar la raza Etíope. En ese sentido la Tierra había sido poblada por los distintos tipos raciales bajo la guía de los Oráculos de los Espíritus del Movimiento, por cuya razón los iniciados de cada Oráculo miraban a su Espíritu Planetario correspondiente como a su propio "Dios". No entramos en precisar las siete subrazas atlantes descritas por Steiner porque coinciden básicamente con las ya conocidas y enumeradas por otros autores teosóficos.

         La tarea y objetivos de la Cuarta Raza Raíz, que habían sido básicamente el desarrollo de la memoria y el lenguaje se habían cumplido suficientemente, de la misma manera que el objetivo de la Quinta Raza Aria en su conjunto es desenvolver cumplidamente el Manas o pensamiento cognitivo. La raza atlante había llegado a su fin, de forma que sus actuales restos están irremisiblemente destinados a su total desaparición, como también ocurrirá eventualmente con nuestra Raza, dentro del irrevocable ascenso evolutivo de la humanidad hacia mayores y superiores estados y cotas de divinidad.

Por

Emilio Sáinz Ortega   

Director de Redacción de

  

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente