En este capítulo el apóstol contrasta la ley de la mente con la del pecado, la cual opera en su cuerpo. He tratado de mostrar ese contraste en el siguiente cuadro.
Figura 9.1La ley de mi mente contra la ley del pecado | ||
1. «Sabemos que la ley es espiritual», v. 14a., | 1. «Yo soy carnal», v. 14b. | |
2. Quisiera actuar de un modo distinto a como «lo hago», v. 15a., | 2. Estoy «vendido al pecado», v. 14c. | |
3. «Lo que hago» lo «aborrezco», v. 15d., | 3. «Lo que hago, no lo entiendo», v. 15a. | |
4. «Lo que no quiero, esto hago», v. 16a., | 4. «No hago lo que quiero», v. 15b. | |
5. «Apruebo que la ley es buena», v. 16b., | 5. Hago «lo que aborrezco», v. 15c. Hago «lo que no quiero», v. 16a. | |
6. No soy yo quien hace lo que hago, v. 17a., | 6. «El pecado que mora en mí» hace esto, v. 17. | |
7. «El querer el bien está en mí», v. 18b., | 7. «El hacer el bien no está» en mí v. 18b. | |
8. «Quiero» hacer el bien», v.19a., | 8. «No hago el bien que quiero», v. 19a; «hago lo que no quiero», v.20a | |
9. No soy yo quien hace lo que hago v. 20b., | 9. «El pecado que mora en mí» hace «lo que no quiero», v. 20b. | |
10. Yo deseo «hacer el bien», v. 21., | 10. «El mal está en mí», v. 21. | |
11. «Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios», v. 22., | 11. «Otra ley en mis miembros[ … ] se rebela contra la ley de mi mente», v. 23a. | |
12. «La ley de mi mente» (lo opuesto a la ley del pecado), v. 23., | 12. Esa ley distinta «me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros,» v. 23b. Soy un «miserable,» v. 24a. Soy un prisionero «de este cuerpo de muerte», v. 24b | |
13. «Con la mente sirvo a la ley de Dios», v.25., | 13. «Con la carne (sirvo) a la ley del pecado», v.25b. |
Antes de concluir la revelación de sus propias luchas internas por encontrar en Cristo la victoria sobre la carne (el tema del capítulo 8), el apóstol contesta a su propio grito desesperado de libertad de «este cuerpo de muerte», declarando que hay una victoria segura «por Jesucristo, nuestro Señor» (v. 25a).
Romanos 6–8. Repaso general
El pensamiento de Pablo parece progresar del capítulo 6 al 8. En el capítulo 6, habla de nuestra muerte al pecado mediante la identificación y unión con el morir al pecado del propio Cristo. También se refiere a nuestra presente resurrección espiritual para novedad de vida, por medio de la identificación y unión con Él en su resurrección (6.1–13). El capítulo 7 revela la guerra que el verdadero creyente tiene que librar con la carne en su esfuerzo por vivir esa vida de resurrección, un tema común en las epístolas paulinas. El hijo de Dios se regocija de que la naturaleza de pecado haya muerto con Cristo. Tiene una existencia resucitada totalmente nueva, no dos vidas o naturalezas contrarias. Así que, potencialmente, es capaz de considerarse a sí mismo como «muerto al pecado pero vivo para Dios en Cristo Jesús» (v. 11).
Sin embargo, cuando comienza a hacerlo, descubre que el pecado aún mora en él. Está unido a su carne. Esta carne, a diferencia de su viejo yo o naturaleza de pecado, no fue crucificada con Cristo de una vez por todas. Se halla en guerra con la ley de Dios escrita en su mente. El cristiano anhela descubrir la forma de vivir en victoria sobre las concupiscencias de la carne, tema de, por lo menos, los 17 primeros versículos del capítulo 8.
Este es el significado del «ahora pues» de Pablo en Romanos 8.1: nos introduce naturalmente en el tema de cómo conseguir la victoria sobre «la ley del pecado y de la muerte» descrita en el capítulo 8. Yo lo llamo el éxtasis de la vida cristiana normal.
JUSTIFICACIÓN Acto de hacer a un hombre justo, aceptable ante Dios. Se podía colegir, entonces, que la •salvación estaba reservada para ellos. Este concepto de •justicia, sin embargo, sólo era aceptable en términos relativos, desde el punto de vista humano, pero ante Dios, ante su santidad, la Biblia dice tajantemente que ningún hombre es completa y absolutamente justo ("Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y no peque" [Ec. 7:20], "No hay justo, ni aun uno" [Ro. 3:10]). De ahí la inquietante pregunta que hacía Job: "¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?" (Job 9:2). La búsqueda, entonces, de métodos y vías para obtener la j. es una constante en el mundo judío. En los tiempos del ?AT? se pensaba alcanzar la j. mediante una perfecta observancia de la ley (la Torá). Era, entonces, una j. buscada por el esfuerzo humano ("Porque de la j. que es por la ley de Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas" [Ro. 10:5]). Pero la experiencia humana fue que por medio de las obras de la ley nunca podría lograr su j., pues encontraba que siempre faltaba en algo ("… sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley…" [Gá. 2:16]).
La comunidad de •Qumrán reconocía que conseguir la j. ante Dios era algo que se concedía como un don de Dios mismo. Decían: "En cuanto a mí, mi j. está con Dios. En sus manos está la perfección de mis caminos y el enderezamiento de mi corazón. Él borrará mis transgresiones por medio de su j…." Este es el concepto, pero mucho más ampliado, que encontramos en el ?NT?.
Tuvo que ser Dios mismo quien encontrara una solución a este problema, proveyendo él, mediante la muerte y la vida del Señor Jesús, un medio de j. al alcance del hombre. La justicia posible para el hombre no es, entonces, la que se busque con el esfuerzo humano, sino la que Dios concede. Es una j. otorgada, imputada, por él. Fue necesario para ello que Jesucristo, hombre perfecto, el justo por antonomasia, diera su vida en •expiación por los pecados de la humanidad, satisfaciendo así la j. divina. A partir de ese hecho, Dios ofrece gratuitamente justificar a todos aquellos que creen en su Hijo, los que ponen en él su fe, los que reconocen y aceptan que el sacrificio que él hizo fue en su particular favor.
La j. es, entonces, un don de Dios que se recibe por la fe. Así, "aparte de la ley, se ha manifestado la j. de Dios, testificada por la ley y los profetas; la j. de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él…. siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su j….." (Ro. 3:21–25). El primer sentido de esta j. incluye un significado de tipo legal. Es una declaración de inocencia que Dios hace. Es cierto que no la realiza a través de las buenas obras que el ser humano pueda ofrecer, pero sí supone que tras la obra gratuita de j. Dios espera que la reacción del hombre sean las buenas obras, que vienen a ser resultado y no causa de la j. Es así que venimos a ser "hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10).
Cuando la Biblia dice que Dios "justifica al impío", no quiere decir que pone como buenas sus malas obras, sino que toma a una persona pecadora y la limpia con la sangre de Cristo, haciéndola así justa. Todo porque "su fe le es contada por j…." (Ro. 4:5). Esa persona que ha hecho uso de su fe, depositándola en la persona y el sacrificio del Señor Jesús, puede entonces disfrutar de "paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Ro. 5:1).
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JUSTIFICACIÓN Acto soberano de Dios por el que, por pura gracia y a base de su pacto, declara aceptos ante Él a quienes creen en su Hijo (Ro 4.2–5).
En El Antiguo Testamento
La palabra hebreo tsadag (aparte de algunas pocas veces en que significa «ser ? JUSTO» [Gn 38.26; Job 4.17, etc.]) significa comúnmente «declarar (o pronunciar) justo». A veces el contexto es jurídico o forense (hallar inocente, declarar justo), y a veces es personal (declararle a uno aprobado y aceptado ante el soberano). Normalmente se refiere al veredicto del ? Juez, quien decide pleitos (Dt 25.1; 2 S 15.4), defiende al pobre (Sal 82.3; pero cf. Lv 19.15), vindica al inocente y condena al culpable (1 R 8.32; Pr 17.15).
Por lo general, la expresión «declarar justo» se usa en voz pasiva: en el sentido más profundo y teológico; el hombre es justificado por Dios (cf. Is 45.25; 53.11). El Antiguo Testamento desaprueba la soberbia de los que pretenden «justificarse» a sí mismos (Job 9.20; 32.2; cf. Is 43.9, 26). Dios, el juez justo por excelencia, «no justificará al impío» (Éx 23.7) ni «de ningún modo absolverá al culpable» (Éx 34.7; cf. Nm 14.18s; Dt 25.1). «El que justifica al impío [pero cf. Ro 4.5] y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación» (Pr 17.15). Medido con la norma de la perfecta justicia de Dios, según el Antiguo Testamento, nadie es justo (Sal 143.2; Is 57.12; 64.6).
Sin embargo, en el Antiguo Testamento la ? Justicia de Dios es un concepto característicamente salvífico. Los mismos pasajes, que afirman la inviolable justicia de Dios, proclaman también muchas veces su ? Misericordia perdonadora (Éx 34.6–9; Nm 14.18s; Dt 7.9; 32.35s). En algunos pasajes, el ? Perdón divino se describe en términos que anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Abraham creyó la promesa de gracia divina, y Dios se lo contó por justicia (Gn 15.6; cf. Dt 24.13). Ante la frecuente pregunta: «¿qué necesita un hombre para ser aceptado ante Dios?» (por ejemplo, Ez 18.5–9), el autor bíblico responde en efecto: la fe. Siglos después, Pablo vería en Gn 15.6 un testimonio de la justificación por la fe, como también en Gn 12.1ss (Gl 3.8, 16) y Gn 17.5–10 (Ro 4.9–18; Gl 3.16), y aun interpretaría la circuncisión como «sello de la justicia de la fe que (Abraham) tuvo estando aún incircunciso» (Ro 4.11).
También algunos salmos anticipan el concepto novotestamentario de la justificación. Según Sal 32.1s, perdonar equivale a no imputar el pecado (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), en Sal 130.3s, y 7s se reconoce que nadie puede «mantenerse» como justo ante Dios, pero a la vez afirma su «abundante redención» y «perdón de todos los pecados» (cf. Sal 24.5; 51.1–6).
En los libros proféticos la doctrina de la justificación se desarrolla aun más; sobre todo en Is 40–66. El ? Siervo sufriente, como abogado defensor (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), «por su conocimiento justificará a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (53.11). La justificación de Israel vendría de Dios (Is 45.21–25; 54.17; cf. 1.18), quien los vestirá de justicia (Is 61.10). Según Jeremías, Jerusalén volvería a ser morada de justicia (Jer 31.23) y se llamará «Jehová, justicia nuestra» (Jer 23.6; 33.16). Se anuncia al Mesías como «el Justo», y a los suyos como «los justos» con la justicia escatológica del reino venidero (Odas de Salomón 25.10; 2 Esdras 8.36).
Según Hab 2.4, «el justo, por su fidelidad vivirá» (BJ). Y el contexto parece señalar que el justo Judá escapará al fin de la muerte, mientras los caldeos perecerán (Hab 1.5–17). La LXX, cuya versión cita el Nuevo Testamento, lo modifica: «Mas mi justo-por-fe vivirá», con lo cual recalca la fe del justo. Más tarde Pablo aplica el texto, entendido a la luz de la LXX y de Qumrán, a la fe personal en Cristo (Ro 1.17; Gl 3.11), mientras Heb 10.38 lo aplica a la paciencia de los santos en medio de la tribulación.
En Los Evangelios Y Hechos
El verbo «justificar» (dikaióo) aparece en varios contextos:
1.Los judíos «justificaban a Dios» cuando Juan los bautizaba (Lc 7.29). Con el mismo sentido de «vindicación», se dice que «la sabiduría es justificada por todos sus hijos» (Mt 11.19; Lc 7.35).
2.Los hombres pretenden autojustificarse por sus méritos propios, pero apelan a pretextos evasivos (Lc 10.29) o a la hipocresía (Lc 16.15).
3.En el juicio final, los hombres serán justificados o condenados por sus palabras (Mt 12.37). Este sentido jurídico-escatológico del término es el antecedente del pensamiento paulino (aunque Pablo hace hincapié en que este juicio y esta justificación se realizan ahora mismo, y por fe, Ro 3.21–26). Aunque los Evangelios no usan el sustantivo ? «Justicia» en el sentido paulino forense de la justificación, sí ven «la justicia» como un don de Dios (Mt 5.6, 10) y la refieren a la vida del Reino de Dios, traído por Jesús (Mt 6.33).
Además, en dos pasajes Lucas emplea el verbo «justificar» en el sentido paulino. El publicano penitente, en contraste con el fariseo que confiaba en su propia justicia, «descendió a su casa justificado» (Lc 18.14). Este mismo sentido aparece en Hch 13.38s en un sermón de Pablo; el perdón de pecados mediante Jesús significa que «en Él es justificado aquel que cree».
En Pablo
El concepto de la justificación se elabora y profundiza, especialmente en Romanos y Gálatas, y llega a ser el meollo de la soteriología paulina. La justicia de Dios es «de la fe» (Ro 4.11, 13; cf. Gl 2.16; 3.8), «la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo» (Ro 3.22; Flp 3.9). Pablo contrasta constantemente esta justificación evangélica con «la justicia por las obras de la ley» (Ro 9.31s; cf. 10.5) y con «mi propia justicia» (Ro 10.3; Flp 3.9).
El principio de la justicia legal es «haced esto, y viviréis» (Ro 10.5; Gl 3.10–12); el principio de la justificación evangélica es «creed, confesad, y seréis salvos» (Ro 10.9s; Gl 3.6–9).
En su misión a los gentiles y su polémica contra el legalismo judaizante, Pablo proclama que el creyente recibe la justificación de Dios gratuitamente y ahora, puesto que es impartida por Dios en Cristo y recibida por la ? Fe (Ro 5.1, 17). Según Ro 3.21–31, no depende de las buenas ? Obras, ni de nuestra obediencia a la ? Ley (en particular, a la demanda de la ? Circuncisión); depende más bien de la ? Gracia divina para evitar toda jactancia humana. Lejos de fluir de algún merecimiento humano (Ro 4.4s; Flp 3.9), la salvación es de pura gracia, y no puede derivarse de una mezcla de gracia y obras (Ro 3.28; 11.6; Gl 2.14–21; 5.4; ? Concilio de Jerusalén).
Pablo expresa esta verdad quizás en los términos más drásticos en Ro 4.2–7: «al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia». En un nivel literal, esta atrevida expresión contradice textualmente las muchas expresiones veterotestamentarias de que Dios no justificará nunca al impío (Éx 23.7; Dt 25.1; Is 5.23). Pero en un nivel mucho más profundo esto corresponde rotundamente a la realidad veterotestamentaria (Dt 7.7s; 9.6; 26.5; Jos 24.2; cf. Gn 18.23). Aunque la expresión también chocara con la piedad judía del tiempo de Pablo, sigue con toda fidelidad el ejemplo y el espíritu de Jesús, quien vino a llamar a pecadores, comía con publicanos, los declaraba justificados y «murió por los impíos» (Ro 5.6; cf. 1.18).
La frase, quizás con cierta paradoja intencionalmente chocante, subraya el carácter netamente gratuito de la justificación y también su carácter vicario; al impío le es atribuida la «justicia ajena» de Cristo (2 Co 5.21). Sin embargo, la justificación no consiste en que Dios haga piadosos a los impíos y luego los acepte («justificación analítica»), sino en que declara «aceptos» ante Él a los impíos e injustos, por la justicia imputada e impartida de Cristo, y así comienza a transformar toda la vida. La justificación nunca debe confundirse con la ? Santificación ni divorciarse de ella.
La Fe Y La Imputación
Si la gracia de Dios es la fuente de la justificación, la fe es el medio que Dios usa para impartirla (Ro 4.16 BJ; Ef 2.8–10), en radical antítesis con las obras de la Ley o los méritos de la justicia propia. En el evangelio, potencia de Dios para todo aquel que cree, «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1.17). Esta fe se describe como creer en Jesucristo (Ro 3.22, 26) y confesarlo como Señor (Ro 10.9s); es «someterse a la justicia de Dios» (Ro 10.3). Esta clase de fe viva actúa por el ? Amor (Gl 5.6; 1 Ts 1.3) y, como la de Abraham, fructifica en «la obediencia a la fe» (Ro 1.5; cf. 6.17). La fe une al creyente con Cristo (Ef 3.17) mediante el Espíritu Santo (Gl 3.1–5) y le conduce a una nueva esfera (Ro 5.21).
Para Pablo, Abraham es el prototipo incontrovertible de la justificación por la fe (Ro 4.3–11, 22s; Gl 3.6), pero su fe no tiene el carácter de una obra meritoria en sí misma, como creían muchos rabinos. Contra la interpretación judaica de Gn 15.6 como «imputación por deuda» (Ro 4.4, donde esta expresión refleja tal interpretación, en el sentido helenístico de inscribir en el cielo los logros y virtudes de Abraham) Pablo insiste en el sentido original del texto como una imputación por gracia.
Por medio de diversos verbos, Pablo muestra una elaborada teología de la imputación. Aunque «donde no hay ley, no se inculpa (cf. Flp 18) de pecado» (Ro 5.13; cf. 4.15); sin embargo, la muerte reinó desde ? Adán hasta Moisés (Ro 5.14) porque «por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres» (Ro 5.18) y «por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores» (Ro 5.19s). Por tanto Cristo, nuestro representante, ha asumido la maldición del pecado por nosotros (2 Co 5.21; Gl 3.13); es decir, Dios identificó jurídicamente a Jesús con el pecado. Dicho con otras palabras, «Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo al mundo, no imputándoles (cf. Hch 7.60; Ro 3.25) a los hombres de sus pecados» (2 Co 5.19). Cristo «nos es hecho … justificación» (1 Co 1.30), «para que fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2 Co 5.21). Así que a nosotros también «la fe nos es contada por justicia» (Ro 4.24s), y recibimos «la justicia que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Flp 3.9).
Cabe aclarar en cuanto a la «imputación» que esta no es una simple transacción extrínseca, y que precisamente ese concepto de «contabilidad celestial» es el que Pablo rechaza en Ro 4.3–5. Quizás por eso Pablo no dice que la idéntica justicia de Cristo se pone a nuestra cuenta, sino más bien que Dios nos imparte «la justicia que es por la fe de Cristo», cuando el contraste lógico a «mi propia justicia» hubiera sido «la justicia de Cristo». Identificados vitalmente con Cristo, nos sujetamos a la justicia de Dios, de modo que «Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Co 1.30; cf. 6.11).
El Sacrificio de Jesús
Todo pensamiento de Pablo gira en torno a «Jesucristo, y a este crucificado» (1 Co 2.2), y esta perspectiva transforma también su visión de la justificación. La obra vicaria de Jesús es la base indispensable de la salvación, pues estamos «justificados en su sangre» (Ro 3.24ss; 5.9). Como Segundo Adán, Él ha realizado el acto de obediencia (Ro 5.19) y justicia (Ro 5.18) que constituye nuestra justificación. Hecho maldición por nosotros en la cruz, nos ha justificado y en esa forma la bendición abrahámica de Gn 12.3 se ha cumplido y extendido a los gentiles (Gl 3.14).
El lenguaje acerca de la cruz en Ro 3.24ss es sacrificial y tiene por antecedente la liturgia del ? Día de la Expiación según Lv 16, con su triple confesión de pecado (cf. Ro 3.23) y el derramamiento de sangre sobre el propiciatorio. Este era a la vez lugar de expiación y de revelación de Dios (Éx 25.22). De igual manera, ahora la persona de Cristo en su muerte es el lugar donde el juicio de Dios se ejecuta expiatoriamente y donde a la vez se manifiesta la justicia de Dios. La tensión mencionada en Ro 3.26 entre la justicia de Dios y la justificación del pecador, reconciliadas ambas en el sacrificio de Cristo, se describe en dos fases histórico-salvíficas: (1) Dios «pasó por alto en su paciencia los pecados pasados» en la época del Antiguo Testamento, pero solo con miras a (2) «manifestar en este tiempo su justicia», ahora, en el tiempo de cumplimiento.
Pablo recalca también la relación entre la ? Resurrección de Cristo y nuestra justificación. La resurrección señala contundentemente la eficacia redentora del sacrificio de Cristo aceptado y sellado por el Padre, y confirma también su triunfo cabal sobre el poder del ? Pecado (1 Co 15.17). «¿Quién nos puede acusar?», pregunta Pablo (Ro 8.33s), puesto que Dios es nuestro abogado defensor (cf. Is 50.8) y, puesto que el único juez es el mismo que habiendo muerto por nosotros, resucitó triunfante e intercede por nosotros a la diestra del Padre (cf. Ro 6.4ss) en la semejanza de su resurrección, de modo que la justicia de la Ley se cumple ahora en nosotros los que andamos conforme al Espíritu del que levantó a Cristo de los muertos (Ro 8.1–11).
Fe Y Justificación En Santiago
La Epístola de ? Santiago llama a una vida de «fe en acción» «sin acepción de personas» (2.1) y fructífera en amor (2.8) y obras (2.14–26). Desde esta perspectiva, el autor discute la justificación y la fe en términos que a primera vista parecen incompatibles con todo lo que para Pablo era el evangelio. En cuanto a provecho o utilidad, Santiago cuestiona el que la fe pueda salvar (2.14). Concluye que la fe sin obras es muerta (2.17, 26) y estéril (2.20); la fe coactúa en las obras que de ella nacen, y llega a su plenitud en ellas (2.22). Santiago aun afirma tres veces que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2.21, 24, 25). Apoya su conclusión en tres argumentos:
1. Un argumento práctico basado en la futilidad de una caridad puramente verbal, sin expresión tangible (2.14–17).
2. Un argumento teológico que insinúa lo demoníaco de una abstracta ortodoxia monoteísta, aunque sea adherencia teórico-verbal al credo más indispensable, el shemá (2.18s; ? Judaísmo).
3. Un argumento histórico, basado en Abraham y Rahab (2.20–26).
Es evidente que Santiago vive una situación distinta a la de Pablo y que ataca a un error diferente. Santiago no conoce la antítesis paulina de gracia y ley, fe y obras, sino se enfrenta a una religiosidad teórica, e insiste en la unidad integral de fe y acción (1.18, 22). Curiosamente, apoya su conclusión respecto a Abraham en el mismo texto que cita Pablo (Gn 15.6), pero lo transfiere de su contexto original del nacimiento de Isaac al momento posterior cuando la fe de Abraham «se perfeccionó» con el sacrificio del hijo prometido (Gn 22). Pablo, en cambio, coloca la justificación de Abraham por fe en su contexto original, en donde se acentúa precisamente la importancia y la pasividad de Abraham (Ro 4.16–22), e insiste en que la promesa vino mucho antes del nacimiento y la circuncisión de Isaac (Ro 4.9–12). Además, aunque ambos autores citan Gn 15.6, Santiago no parece descubrir en esas palabras ningún concepto de imputación vicaria por representación. En general, Santiago no elabora una soteriología de la justificación en este pasaje, sino más bien una ética de la fe puesta en acción. Sin embargo, todo su pensamiento, igual que el de Pablo, está totalmente ajeno al consejo de mérito y «justicia propia» del legalismo judío.
Algunos han pretendido ver en Santiago una polémica contra Pablo, o contra un «paulinismo distorsionado», pero otros, creyendo que Santiago se escribió antes de Gálatas y Romanos, han sospechado que en algunos pasajes de estas otras dos epístolas Pablo corrige tácitamente a Santiago. Es más probable que los dos autores hayan escrito de manera independiente bajo circunstancias muy diversas, contra el antecedente común del judaísmo.
Con toda su diversidad de énfasis, Santiago y Pablo convergen en lo esencial como dos testigos de un mismo mensaje. Gran parte de la discrepancia es más bien semántica. Pablo también nos insta a ser hacedores y no solo oidores de la Ley (Ro 2.13), señala que hemos sido llamados a buenas obras (Ef 2.10, y otras quince veces), y entiende «la fe que obra por el amor» (Gl 5.6) como muestra de obediencia al evangelio (Ro 1.5). De ninguna manera sirve la gracia como licencia al pecado (Ro 6.1, 12, 15–22). Tito 1.6 y 3.7–9, en el mismo espíritu de Stg 2.18s, rechazan la profesión vacía, sin los hechos correspondientes, como abominación. Así pues, la fe por la que según Pablo el hombre es justificado, es también la fe que se realiza en acción, según Stg 2.22. Y las obras que rechaza Pablo por insuficientes son «las obras de la ley», mientras que las obras, que Santiago afirma son indispensables para que el hombre pueda ser justificado, son de hecho «las obras de fe», en las que también insiste Pablo.
Bibliografía:
P. Van Inschoot, Teología del Antiguo Testamento, Fax, Madrid, 1969, pp. 108–117, 701–709, 722–733. G. Von Rad, Teología del Antiguo Testamento I, Sígueme, Salamanca, 1972, pp. 453–489. Fries (ed.), Conceptos fundamentales de la teología II, Cristiandad, Madrid, 66, pp. 463–475. DTB, col. 557–566. M. Meinertz, Teología del Nuevo Testamento, Fax, Madrid, 1966, pp. 262ss, 393–411. J.M. Bover, Teología de San Pablo, B.A.C., Madrid, 1961, pp. 74–133, 642–758. J. Jeremías, El mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca, 1966, pp. 61–82.
I. JUSTIFICACION
La justificación es no sólo uno de los grandes beneficios de la muerte de Cristo, sino también una doctrina cardinal del cristianismo, porque lo distingue como una religión de gracia y de fe. Y la gracia y la fe son las piedras angulares de la justificación.
A. El significado de la justificación
Justificar significa declarar justo. Tanto la palabra hebrea (—sadaq—) como la griega (—dikaioo—) significan anunciar o pronunciar un veredicto favorable, declarar justo. El concepto no significa hacer justo, sino atribuir justicia. Es un concepto de los tribunales, así que, justificar es dar un veredicto de justicia. Nótese el contraste entre justificar y condenar en Deuteronomio 25:1; 1 Reyes 8:32; y Proverbios 17:15. Como anunciar la condenación no hace que una persona se convierta en malvada, tampoco la justificación hace a una persona justa. No obstante, con condenar o justificar se anuncia el estado verdadero y real de la persona. Sin embargo, la persona malvada ya es malvada cuando se pronuncia el veredicto de condenación. Igualmente, la persona justa ya es justa cuando se anuncia el veredicto de justificación.
B. El problema en la justificación
Puesto que esta es una idea forense, la justificación se relaciona con el concepto de Dios como Juez. Este tema se encuentra por toda la Biblia. Abraham reconoció a Dios como el Juez de toda la tierra, que tenía que hacer lo justo (Génesis 18:25). En el canto de Moisés la justicia y la rectitud de Dios son reconocidas (Deuteronomio 32:4). Pablo le llama a Dios el Juez justo (2 Timoteo 4:8). El escritor de Hebreos llama a Dios el Juez de todos, y Santiago les recuerda a sus lectores que el Juez estaba delante de la puerta (Santiago 5:9).
Si en Dios, el Juez, no hay injusticia y es completamente justo en todas Sus decisiones, entonces ¿cómo puede El declarar justo a un pecador? Y todos somos pecadores. Dios solamente tiene tres opciones cuando los pecadores comparecen ante Su tribunal: Condenarlos, comprometer Su propia justicia para recibirlos tal y como están, o transformarlos en personas justas. Si El puede ejercer esta tercera opción, entonces los puede declarar justos. Pero cualquier justicia que un pecador posea tiene que ser auténtica, no ficticia; real no imaginaria; aceptable por las normas de Dios, y ni aun un poquito menos que eso. Si esto se pudiera llevar a cabo, entonces, y solamente entonces, puede El justificar.
Job expresó el problema con precisión cuando preguntó: "¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?" (Job 9:2).
C. El procedimiento en la justificación (Romanos 3:21-26)
Dios pone en efecto esta tercera opción: El puede transformar a los pecadores en personas justas. ¿Cómo? Haciéndonos justicia de Dios en Cristo (2 Corintios 5:21), constituyendo justos a los muchos (Romanos 5:19), dándoles a creyentes el don de la justicia (v. 17). Hay cinco pasos en el proceso, como se detalla en el pasaje central tocante a la justificación, 3:21–26.
1. El plan (Romanos 3:21). El plan de Dios para proveer la justicia necesaria se centró en Jesucristo. Fue aparte de la ley. La construcción no lleva el artículo, lo que indica que era aparte no sólo de la ley mosaica, la cual no podía proveer la justicia (Hechos 13:39), sino también de toda complicación legal. Fue manifestada (una forma perfecta pasiva) en la encarnación de Cristo, y los efectos de esa gran intervención en la historia continúan. Es constantemente atestiguado por la Ley y los Profetas, que dieron testimonio del Mesías venidero (1 Pedro 1:11). Así que, el plan se centra en una persona.
2. El requisito previo (Romanos 3:22). La justicia llega por la fe en el ahora revelado Jesucristo. El Nuevo Testamento nunca dice que somos salvos a causa de la fe (esto requeriría dia con el acusativo). Siempre hace de la fe el canal por el cual recibimos la salvación (dia con el genitivo). Pero, por supuesto, la fe necesita tener el objeto correcto para que sea efectiva, y el objeto de la fe salvífica es Jesucristo.
3. El precio (Romanos 3:24–25). Muy claramente, el precio pagado fue la sangre de Cristo. El costo para El fue lo máximo. A nosotros el beneficio nos llega gratuitamente (la misma palabra se traduce "sin causa" en Juan 15:25), es decir, sin alguna causa en nosotros, y por lo tanto por Su gracia.
4. La posición. Cuando el individuo recibe a Cristo, es situado en Cristo. Esto es lo que hace a la persona justa. Somos hecho justicia de Dios en El. Sólo esta justicia conquista nuestra desesperada condición pecaminosa, y cumple con todas las demandas de la justicia de Dios.
5. El pronunciamiento (Romanos 3:26). La justicia de Cristo que tenemos no sólo cumple las demandas de Dios, sino que también demanda que Dios nos justifique. Somos justos de hecho, no en ficción; por lo tanto, el Dios santo puede permanecer justo y justificar al que cree en el Señor Jesucristo.
Por consiguiente, nadie puede acusar a los elegidos de Dios, puesto que en Cristo somos justos a la vista de Dios. Y por esto es que Dios puede justificarnos.
D. La prueba de la justificación
La justificación se prueba por la pureza personal. "El que ha muerto, ha sido justificado del pecado" (Romanos 6:7). Nuestra posición es la de absueltos del pecado, de modo que éste no tiene ya dominio sobre nosotros. La justificación ante el tribunal de Dios se demuestra por la santidad de vida aquí en la tierra ante el tribunal de los hombres. Esta era la perspectiva de Santiago cuando escribió que somos justificados por las obras (Santiago 2:24). Fe no productiva no es fe genuina. Los creyentes han de mostrar por sus obras ante los hombres lo que son en Cristo. La fe sola nos justifica delante de Dios y nos permite entrar en el cielo. Las obras nos justifican ante los hombres.
Para concluir: La justificación nos asegura la paz con Dios (Romanos 5:1). Nuestra relación con El es justa, legal y eterna. Esto constituye el fundamento seguro para la paz con Dios.
JUSTIFICACIÓN
LA SALVACIÓN ES POR GRACIA,POR MEDIO DE LA FE
Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá.
Gálatas 3:11
La doctrina de la justificación, el centro de la tormenta durante la Reforma, fue una de las grandes preocupaciones del apóstol Pablo. La consideraba el corazón del Evangelio (Romanos 1:17; 3:21–5:21; Gálatas 2:15–5:1), y les daba forma tanto a su mensaje (Hechos 13:38–39) como a su consagración y su vida espiritual (2 Corintios 5:13–21; Filipenses 3:4–14). Aunque hay otros escritores del Nuevo Testamento que afirman sustancialmente la misma doctrina, los términos en los cuales los protestantes la han proclamado y defendido durante casi cinco siglos son tomados sobre todo de Pablo.
La justificación es un acto judicial de Dios por medio del cual indulta a los pecadores (las personas malvadas e impías, Romanos 4:5; 3:9–24), aceptándolos como justos, y enderezando de manera permanente su relación con Él, de quien antes se hallaban alejados. Esta sentencia justificante es el don divino de la justicia (Romanos 5:15–17), la concesión por parte de Dios de una categoría de aceptación, en atención a Jesús (2 Corintios 5:21).
El juicio justificante de Dios parece extraño, puesto que declarar justos a los pecadores daría la impresión de ser exactamente la acción injusta por parte del juez que la propia ley de Dios prohibe (Deuteronomio 25:1; Proverbios 17:15). No obstante, se trata en realidad de unjuicio justo, puesto que se basa en la justicia de Jesucristo, el cual como "el postrer Adán" (1 Corintios 15:45), nuestro cabeza representante que actuaba a nombre nuestro, obedeció la ley que nos ataba y soportó la retribución que debíamos haber sufrido nosotros por nuestra impiedad; de esta forma (para usar un término técnico medieval), "mereció" nuestra justificación. Por consiguiente, somos justamente justificados, a partir de la justicia hecha (Romanos 3:25–26) y la justicia de Cristo, que nos es atribuida (Romanos 5:18–19).
La decisión justificante de Dios es el juicio del Último Día, en el cual declarará dónde pasaremos la eternidad, pasado al presente y pronunciado aquí y ahora. Es el último juicio que se hará jamás sobre nuestro destino; Dios nunca se echará atrás en él, por mucho que Satanás apele contra su veredicto (Zacarías 3:1; Apocalipsis 12:10; Romanos 8:33–34). Ser justificado es estar seguro para toda la eternidad (Romanos 5:1–5; 8:30).
El medio necesario, o causa instrumental de la justificación, es la fe personal en Jesucristo como Salvador crucificado y Señor resucitado (Romanos 4:23–25; 10:8–13). Esto se debe a que el mérito en el que se apoya nuestra justificación se halla totalmente en Cristo. Cuando nos entregamos a Jesús en fe, Él nos da su don de justicia, de tal manera que en el acto mismo de "apegarnos a Cristo", como lo expresaban los maestros reformados más antiguos, recibimos el perdón y la aceptación divinos que no podríamos obtener de ninguna otra forma (Gálatas 2:15–16; 3:24).
La teología oficial católica romana incluye la santificación dentro de la definición de la justificación, a la cual considera más un proceso que un solo acontecimiento decisivo, y afirma que, mientras que la fe contribuye a que seamos aceptados por Dios, también contribuyen a ello nuestras obras satisfactorias y meritorias. Roma ve el bautismo, considerado como canal de la gracia santificante, como la causa instrumental primaria de la justificación, y el sacramento de la penitencia, por medio del cual se logra un mérito congruente a través de las obras de satisfacción, como la causa restauradora complementaria cada vez que se pierde la gracia de la aceptación divina inicial por medio de un pecado mortal. Mérito congruente, a diferencia de mérito condigno, significa un mérito que es adecuado, aunque no absolutamente necesario, que sea recompensado por Dios con un nuevo fluir de gracia santificante. Por consiguiente, según el punto de vista católico romano, los creyentes se salvan a sí mismos con la ayuda de la gracia que fluye de Cristo a través del sistema sacramental de la iglesia, y en esta vida, de ordinario, no se puede tener sentido alguno de seguridad en cuanto a la gracia de Dios. Una enseñanza así se halla muy lejana de las enseñanzas de Pablo.
V. JUSTIFICACIÓN
A. Definición
«La justificación es un acto de la libre gracia de Dios, por el cual Él perdona todos nuestros pecados y nos acepta como justos delante de Él, mas esto solamente en virtud de la justicia de Cristo, la cual nos es imputada, y que recibimos únicamente por la fe. »?1?
La justificación es el aspecto forense de nuestra salvación. Se puede pensar en ella como un acto declarativo de Dios por el cual nos asigna nuestro estado de justicia con relación a su ley santa. Es el resultado o un aspecto de la expiación efectuada por nuestro Señor Jesucristo en beneficio de nosotros.
Las palabras griegas relacionadas con la justificación en el Nuevo Testamento proceden todas de la raíz dik, cuyo significado básico es «recto» o «justo»; y, por supuesto, se trata de la rectitud moral y legal.
B. Relación con la santificación
No distinguir entre la justificación y la santificación ha creado mucha confusión en los escritos teológicos. J.A. Faulkner señala: «Lo opuesto a "justificación" es "condenación"… No es la infusión de una nueva vida, de una nueva santificación, lo que se cuenta para justicia, sino la fe» (Romanos 4:5; Filipenses 3:9). Cuando Dios justifica, lo que mira no es la justicia que imparte o va a impartir sino la expiación que hizo en Cristo».
Faulkner continúa: «Una de las paradojas más reales del cristianismo es que a menos que se observe una vida justa, no hay justificación, aunque la justificación misma es solo por amor de Cristo y únicamente por fe. Es un "estado" más que un carácter … lleva el sello de un concepto legal más que el de uno ético».
C. La justificación en Romanos y otras Escrituras
Es cierto que la doctrina de la justificación por la fe viene principalmente de Pablo, pero también lo es que el apóstol la basa en las Escrituras del Antiguo Testamento, y que cada parte de estas presupone, implica o declara la justificación por la fe y otros temas que no podrían ser defendidos aparte de esta doctrina.
1. Romanos tres
La enseñanza más concentrada acerca de la doctrina de la justificación por la fe se halla en la Epístola a los Romanos. Después de los primeros dos capítulos y medio, en los que muestra la condición caída de la especie humana —tanto de judíos como de gentiles, y la necesidad absoluta de una justicia del corazón más que meras obras aparentes—, concluye: «Sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Romanos 3:19, 20).
Enseguida presenta una de las grandes meditaciones acerca de la doctrina de la justificación solo por fe.
«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, [siendo] justificados [aquellos que lo son] gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley» (Romanos 3:21–31).
Estas palabras son tan claras que casi no necesitan comentario. Si ponemos nuestra fe en Jesucristo, entonces, completamente aparte de las buenas obras que nos son mandadas por la ley de Dios, somos considerados y declarados «justos» en lo que respecta al carácter santo de Dios y la ley santa de Dios.
2. Romanos cuatro
La diferencia entre la justificación por la fe y el valor de las buenas obras se aclara más en el capítulo 4 de Romanos: «¿Qué, pues, diremos que halló Abraham nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda, mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado [Salmos 32:1, 2]» (Romanos 4:1–8).
Los versículos 9 al 12 narran la relación de Abraham como el padre espiritual de todos los que creen. Siendo justificado antes de que le fuera dado el rito externo de la circuncisión. Así se constituye en el padre espiritual de los judíos —para quienes la circuncisión es la señal de estar en el pacto de Dios—, y de los gentiles, quienes vienen desde fuera del pacto y son aceptados sin circuncisión, solo por la fe.
Pablo continúa su argumento: «Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión [de la ley]. Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia [de Abraham]; no solamente para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros (como está escrito: Te haré padre de muchas naciones) [Génesis 17:5]» (Romanos 4:13–17a).
El apóstol se extiende en el tema de la fe firme de Abraham en Dios: «Por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado [a la muerte] por nuestras transgresiones, y resucitado para [efectuar] nuestra justificación. Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes» (Romanos 4:22–5:2a).
3. Romanos cinco
Me parece que las primeras palabras del capítulo 5 corresponden propiamente a la conclusión del capítulo 4. En los versículos 9 y 10 tenemos un paralelismo lógico casi en el estilo de la poesía hebrea. Pablo acaba de concluir la declaración de la maravillosa gracia de Dios, manifestada en el hecho de que «siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Y continúa: «Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
»Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación» (Romanos 5:8–11).
Los versículos 12 al 19 manifiestan la relación de la humanidad caída con el pecado de Adán y la expiación de Cristo. Estos versículos fueron explicados extensamente en conexión con la doctrina del pecado original. Pablo concluye el tema de la justificación, en la primera sección de la Epístola a los Romanos, con las palabras: «Mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro» (Romanos 5:20b–21).
4. Aplicación
Todo el resto de la Epístola a los Romanos se basa en la doctrina de la justificación por la fe y a partir de ella se desarrolla. Los capítulos 6, 7 y 8 constituyen una unidad sobre el tema de la vida santa. Los que son justificados también están en proceso de ser santificados. No hay pena legal sobre ellos (8:1).
La persona justificada por el poder del Espíritu, sin embargo, vivirá una vida santa. «Así que, hermanos, deudores somos, no a la naturaleza humana caída, para que vivamos conforme a la naturaleza humana caída; porque si vivís conforme a la naturaleza humana caída, moriréis; mas si por el Espíritu estáis haciendo morir continuamente los hechos del cuerpo, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios» (8:12–14).
El capítulo 9 basa la justificación en la soberana gracia de Dios en la elección. El capítulo 10 presenta la oferta del evangelio a todos los hombres. Tal como dijo Moisés: «Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón [Deuteronomio 30:14]. Esta es la palabra de fe que predicamos…» (Romanos 10:8).
El capítulo 11 detalla la justificación por la fe en la historia de la iglesia visible, tanto judía como gentil. En su mayor parte, los capítulos 12 al 16 se dedican a las aplicaciones prácticas de esta gran doctrina.
Tal vez el punto culminante de la doctrina sea Romanos 8:33, 34: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo: Somos contados como ovejas de matadero» [Salmos 44:22]. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:33–39).
D. Justificación en la Epístola de Santiago
Leyendo superficialmente, algunos han pensado que la explicación en Santiago acerca de la relación entre la fe y las obras se opone a la doctrina de la justificación por la fe. Una exégesis cuidadosa, sin embargo, revela que ese no es el caso.
Lo que dice Santiago concuerda perfectamente. «Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? … La fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. Mas ¿quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?
»¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino?
Porque como el cuerpo sin el espíritu es una cosa muerta, así también la fe sin obras está muerta» (Santiago 2:14–26).
Casi siempre se considera la Epístola de Santiago como uno, si no el más, temprano de los escritos del Nuevo Testamento. En verdad, no fue escrita para responder —como alegan algunos— a la Epístola a los Romanos, la cual fue escrita algunos años después. Nuestro Señor Jesucristo mismo predicó la justificación por la fe. «Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado» (Juan 6:20).
El énfasis sobre la actitud del corazón —distinto al de las obras de las manos—, como el fundamento de los fundamentos, siempre está expuesto a la falsa interpretación de antinomismo. La Epístola de Santiago refleja una sana corrección en una etapa muy temprana en el movimiento cristiano.
Si Santiago no se escribió para contradecir la Epístola a los Romanos, tampoco esta es contraria a la primera. En verdad, el apóstol Pablo habla tan fuertemente como Santiago contra la idea de una fe que no produce obras. «Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados» (Romanos 2:13).
El fuerte tono ético de todo el capítulo 2 de Romanos no contradice la doctrina de la justificación por la fe, sino que la resguarda, tal como la Epístola de Santiago, contra el antinomismo. Pablo incluso destaca al amor más que a la fe. «Y ahora la fe, la esperanza y el amor, estos tres son permanentes; pero el mayor de ellos es el amor» (1 Corintios 13:13).
El amor es más grande porque es el fruto y la evidencia de la fe, pero la fe es la raíz, la condición absolutamente necesaria para la justificación y para todo lo que sigue en el proceso de la santificación.
E. Imposibilidad de la justificación por las obras de la ley
La Escritura enfatiza uniformemente la imposibilidad de alcanzar la justificación ante la santa ley de Dios por cualquier tipo de actividad humana. Esto se manifiesta en la predicación de Pablo como aparece en el libro de los Hechos. El mensaje de Pablo fue: «Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todos aquellos pecados de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree» (Hechos 13:38, 39).
Después de narrar sus palabras con Pedro en Antioquía, Pablo continúa: «Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» (Gálatas 2:15, 16).
1. La enseñanza del Antiguo Testamento
Este énfasis no es particular al Nuevo Testamento. Ya hemos citado las palabras de Moisés en Deuteronomio 30, mostrando que lo que Dios requiere es una confesión que venga del corazón, no el cumplimiento de un código difícil. Esta confesión que viene del corazón «agradará a Jehová más que sacrificio de buey, o becerro que tiene cuernos y pezuñas» (Salmos 69:31).
2. ¿En qué sentido fue Pablo «irreprensible»?
Se oye frecuentemente la opinión de que el apóstol Pablo se declaró «irreprensible» según las normas del Antiguo Testamento. Esta declaración en cuanto a su inculpabilidad es sacada de su contexto e interpretada como si Pablo pretendiera para sí mismo la perfección moral según las normas de la ley de Dios dadas en el Antiguo Testamento.
Eso es un error. En primer lugar, la palabra «irreprensible», amemptos, está usada en una situación particular y no significa «sin pecado» a los ojos de Dios. Literalmente quiere decir con exactitud lo que el término significa en español, «que no merece reprensión o censura» en esta situación específica. Por otra parte, el verbo memphomai significa «culpar» en el sentido de censura.
Leemos de Elizabet, la madre de Juan el Bautista, y su esposo Zacarías que «ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor» (Lucas 1:6). Ciertamente esto no quiere decir que habían alcanzado la perfección sin pecado en cuanto a las normas del Antiguo Testamento.
Pablo exhorta a los cristianos de Filipos a: «que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo» (Filipenses 2:15). Aquí la palabra traducida «sencillos» quiere decir literalmente «ingenuos», y el vocablo traducido «generación» significa «especie». En medio de las corrupciones de la especie humana debemos llevar una vida que sea sin reproche. El mismo pensamiento se encuentra en 1 Tesalonicenses 3:13. Esto no significa estar sin pecado.
Hay un uso de la palabra algo sorprendente en Hebreos 8:7 donde se dice que el pacto levítico no era «sin defecto». Claro es que no quiere decir que el pacto levítico estuviera sujeto a censura moral, sino más bien que era de una naturaleza temporal y debía ser reemplazado.
Es tan claro el contexto en que Pablo hace referencia a su condición de «irreprensible» que no pretende ser perfectamente sin pecado según las normas escritas en la ley del Antiguo Testamento. Por eso dice: «Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible» (Filipenses 3:4–6).
Debe ser claro que en este contexto en que Pablo declara que fue «irreprensible», se refiere a una norma y horizonte que no fue el de la Palabra escrita de Dios en las Escrituras del Antiguo Testamento sino aquel del fariseísmo del primer siglo. Uno de los detalles en que consistía su irreprensibilidad era su celo en la persecución de la iglesia. Esto, en verdad, no estaba en la justicia de la ley escrita en las Escrituras del Antiguo Testamento.
La opinión, pues, de que Saulo de Tarso puede ser citado como un individuo perfecto, según las normas de las Escrituras del Antiguo Testamento, es completamente errónea.
¿Cuál fue la actitud de Pablo en cuanto a la justicia de las Escrituras del Antiguo Testamento antes de su conversión? Sabemos, sin lugar a dudas, que fue una actitud de celo intenso, porque Pablo hace referencia a este hecho en Gálatas 1:14: «Y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres».
Además, podemos estar ciertos de que por la ley fue convencido de su pecaminosidad, ya que apela a su propia naturaleza judía en cuanto al conocimiento de que un hombre no es justificado por las obras legales (Gálatas 2:16). La referencia de Pablo al poder convincente de la ley —«por medio de la ley es el conocimiento del pecado» (Romanos 3:19, 20)— ciertamente refleja su experiencia personal.
Esté uno de acuerdo o no en que el «hombre miserable» de Romanos es Saulo de Tarso antes de su conversión, en verdad, esa descripción vívida nunca podría haber sido escrita por un hombre que pensara que antes de su conversión, él o cualquier otro, pudo haber sido «irreprensible», según una interpretación correcta de las Escrituras del Antiguo Testamento.
Entonces, si la palabra «irreprensible» significa que no merece censura en ciertas circunstancias, y si las circunstancias en que Pablo afirma estaba enmarcado el fariseísmo del primer siglo que aprobó la persecución de la iglesia —las cuales no eran los mismos principios de las Escrituras del Antiguo Testamento—, es claro que no tenemos en Pablo el caso de un individuo que podría pretender haber vivido en conformidad con las normas de justicia de la ley de Dios como se presentan en el Antiguo Testamento.
Al contrario, Pablo habla en los términos más enfáticos en contra de tal concepto: «Que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá [Habacuc 2:41]» (Gálatas 3:11). Estas palabras no solo hacen ver que Pablo consideraba imposible una justicia legal completa, sino que además encontró esta enseñanza en el propio Antiguo Testamento. En efecto, el apóstol siempre refuerza la justificación por la fe con el Antiguo Testamento.
F. Imputación positiva de la justicia
La justificación no es meramente el acto judicial por el cual Dios nos declara libres del castigo decretado por la ley. El acto judicial de Dios por el cual somos justificados también involucra la imputación a nuestra cuenta de la justicia positiva de Cristo. Pablo lo expresa así: «Y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Filipenses 3:9).
En la justificación nos imputamos esta justicia de Dios por fe en Cristo. La justicia de Cristo no es imputada ni impartida, es impartida en el proceso de santificación, y es imputada en el acto de justificación. Entonces la justificación no es una «ficción legal» sino un «hecho legal». Es por la obediencia de Cristo que somos hechos justos. «Por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5:19b).
Hodge declara el caso así: «La justicia de Cristo, incluyendo todo lo que hizo y sufrió en lugar de nosotros, es imputada al creyente como la base de su justificación, y … las consecuencias de esta imputación son, primero, la remisión de pecado, y segundo, la aceptación del creyente como justo».?2? Debe recordarse a este propósito que «la obediencia activa y pasiva de Cristo … son solamente diferentes fases o aspectos de la misma cosa».?3?
Jesús, tu sangre y tu justicia
mi hermosura y célico vestido son.
Entre mundos flameantes en estos atavíos,
con gozo levantaré mi cabeza.
JUSTIFICACIÓN, JUSTIFICAR
A. Nombres
1. dikaiosis (d??a??s??, 1347) denota el acto de pronunciar justo, justificación, absolución; su significado preciso está determinado por el del verbo dikaioo (véase B). Se usa dos veces en la Epístola a los Romanos, único libro en que aparece en el NT, significando el establecimiento de una persona como justa por absolución de culpa. En Ro 4.25 la frase «para nuestra justificación» es, lit.: «por causa de nuestra justificación»; paralela a la cláusula precedente «por nuestras transgresiones», esto es, debido a las transgresiones cometidas; y significa, no con vistas a nuestra justificación, sino debido a que todo lo que era necesario de parte de Dios para nuestra justificación había sido cumplido con la muerte de Cristo. Es por ello que Él fue levantado de entre los muertos. Siendo la propiciación perfecta y completa, su resurrección fue la contrapartida confirmatoria. En 5.18: «la justificación de vida» significa «justificación que resulta en vida» (cf. v. 21). El hecho de que Dios justifica al pecador que cree sobre la base de la muerte de Cristo involucra su libre don de la vida. Acerca de la distinción entre dikaiosis y dikaioma, véase más abajo.¶ En la lxx, Lv 24.22.¶
2. dikaioma (d??a??µa, 1345) tiene tres significados distintos, y parece que la mejor descripción inclusiva de este término es «una expresión concreta de justicia»; es una declaración de que una persona o cosa es justa; y, de ahí, generalizando, representa la expresión y el efecto de dikaiosis (Nº 1). Significa: (a) una ordenanza (Lc 1.6; Ro 1.32), esto es, aquello que Dios ha declarado que es lo recto, refiriéndose a su decreto de retribución, «juicio»; Ro 2.26: «las ordenanzas de la ley»; esto es, demandas rectas ordenadas por la ley; de la misma forma en 8.4: «la justicia de la ley», o su «ordenanza», esto es, colectivamente, los preceptos de la ley, todo lo que ella exige como justo; en Heb 9.1,10, ordenanzas relacionadas con el ritual del tabernáculo; (b) una sentencia de absolución, por la cual Dios absuelve a los hombres de su culpa, bajo las condiciones: (1) de su gracia en Cristo, por medio de su sacrificio expiatorio, (2) el recibir a Cristo por la fe (Ro 5.16); (c) un acto justo (Ro 5.18: «por la justicia de uno», rvr; la vm traduce con mayor precisión «un solo acto de justicia»; cf. rv: «una justicia», donde se afirma también el carácter concreto de un acto justo); en efecto, no se trata del acto de la justificación, ni del carácter justo de Cristo, como lo sugiere la traducción de rvr y rvr77; dikaioma no significa carácter, como es el caso de dikaiosune, rectitud, justicia, sino la muerte de Cristo, como acto cumplido en coherencia con el carácter de Dios y sus consejos. Esto queda claro al ser una antítesis a «la una sola transgresión» de la anterior afirmación (vm). Para algunos, la palabra aquí significaría un decreto de justicia, como en el v. 16; ciertamente, la muerte de Cristo podría ser considerada como el cumplimiento de tal decreto; pero, tal como sigue el argumento del apóstol, el término, como sucede frecuentemente, pasa de un matiz a otro; y aquí significa no un decreto, sino un acto. Lo mismo sucede en Ap 15.4: «acciones justas» (rvr; rv: «justificaciones»; Besson coincide aquí con rv; vm: «perfecta justicia»).¶
Nota: En 1 Co 1.30 y 2 Co 3.9 se traduce el término dikaiosune como «justificación» (rvr; rv tiene «justicia» en el segundo pasaje; vha: «justicia» en ambos); véase JUSTICIA, Nº 2.
B. Verbo
dikaioo (d??a???, 1344), primariamente considerar ser justo. Significa, en el NT: (a) mostrar ser recto o justo; en la voz pasiva, ser justificado (Mt 11.19; Lc 7.35; Ro 3.4; 1 Ti 3.16); (b) declarar ser justo, pronunciar a alguien justo: (1) por parte del hombre, con respecto a Dios (Lc 7.29; véase Ro 3.4 más arriba); con respecto a sí mismo (Lc 10.29; 16.15); (2) por parte de Dios con respecto a los hombres, que son declarados ser justos ante Él sobre la base de ciertas condiciones por Él establecidas.
De manera ideal, el total cumplimiento de la ley de Dios sería la base para quedar justificado ante Él (Ro 2.13). Pero ningún caso así ha tenido lugar en la experiencia meramente humana, y por ello nadie puede nunca quedar justificado sobre esta base (Ro 3.9-20; Gl 2.16; 3.10,11; 5.4). En base de esta presentación negativa en Ro 3, el apóstol prosigue para mostrar que, en consecuencia con el carácter recto de Dios, y con vistas a la manifestación de dicho carácter, Él es, por medio de Cristo, como «propiciación por medio de (en, instrumental) … su sangre» (3.25), «el que justifica al que es de la fe de Jesús» (v. 26), siendo la justificación la absolución legal y formal de toda culpa por parte de Dios como Juez, siendo el pecador pronunciado justo al creer en el Señor Jesucristo. En el v. 24: «siendo justificados» está en tiempo presente continuo, indicando el proceso constante de justificación en la sucesión de aquellos que creen y son justificados. En 5.1, «justificados» está en aoristo, o tiempo puntual, lo que indica el tiempo definido en el que cada persona, al ejercitar la fe, fue justificada. En 8.1, la justificación es presentada como «no hay condenación». El que sea la justificación lo que está a la vista en este pasaje queda confirmado por los capítulos anteriores y por el v. 34. En 3.26, la frase «que justifica» es el participio presente del verbo, lit.: «justificante»; similarmente en 8.33, donde se usa el artículo: «Dios es el que justifica», que, más lit.: es, «Dios es el justificante», estando el énfasis en la palabra «Dios».
La justificación es primaria y gratuitamente por la fe, consiguiente y evidencialmente por las obras. Con respecto a la justificación por las obras, la pretendida contradicción entre Santiago y Pablo existe solo en apariencia. Hay armonía entre ambas perspectivas. Pablo tiene en mente la actitud de Abraham hacia Dios, su aceptación de la palabra de Dios. Esto era algo solo conocido por Dios. La Epístola a los Romanos se ocupa del efecto de esta actitud hacia Dios, no del carácter de Abraham ni de sus acciones, sino del contraste entre la fe y la ausencia de ella, esto es, la incredulidad, cf. Ro 11.20. Santiago (2.21-26) se ocupa del contraste entre la fe real y la falsa fe, una fe estéril y muerta, que no es fe en absoluto.
Aún más, los dos escritores se ocupan de diferentes épocas en la vida de Abraham: Pablo, los acontecimientos registrados en Gn 15; Santiago, los de Gn 22. Contrástense las palabras «creyó» en Gn 15.6 y «obedeciste» en 22.18.
Además, los dos escritores usan los términos «fe» y «obras» en sentidos algo diferentes. Para Pablo, la fe es la aceptación de la palabra de Dios; Santiago la usa en el sentido de la aceptación de ciertas afirmaciones acerca de Dios (v. 19), que pueden no afectar la conducta de uno. La fe, tal como la presenta Pablo, resulta en la aceptación por parte de Dios, esto es, la justificación, y se manifiesta activamente. Si no es así, como dice Santiago: «¿Podrá la fe salvarle?» (v. 14). Para Pablo, las obras son obras muertas; Santiago trata de obras vivas. Las obras de las que habla Pablo podían ser totalmente independientes de la fe; las mencionadas por Santiago solo pueden ser llevadas a cabo allí donde hay una fe real, y dan evidencia de su realidad.
Y así es con la justicia, o justificación: Pablo está ocupado con una relación correcta con Dios, y Santiago con una conducta recta. Pablo da testimonio de que los impíos pueden ser justificados por la fe, Santiago lo da de que solo el que obra correctamente justificado. Véanse también bajo JUSTICIA y JUSTO.
JUSTO, JUSTAMENTE
A. Adjetivos
1. dikaios (d??a??, 1342) se usó al principio de personas observantes de dike, costumbre, regla, derecho; especialmente en el cumplimiento de los deberes hacia los dioses y hombres, y de cosas que se ajustaban a derecho. En el NT, denota rectitud, un estado de ser recto, de conducta recta, sea que se juzgue en base de normas divinas, o humanas, de lo que es recto. Dicho de Dios, designa el perfecto acuerdo entre su naturaleza y sus actos, en lo cual Él es la norma para todos los hombres. Véase JUSTICIA. Se usa: (1) en sentido amplio, de personas: (a) de Dios (p.ej., Jn 17.25; Ro 3.26; 1 Jn 1.9; 2.29; 3.7); (b) de Cristo (p.ej., Hch 3.14; 7.52; 22.14; 2 Ti 4.8; 1 P 3.18; 1 Jn 2.1); (c) de hombres (Mt 1.19; Lc 1.6; Ro 1.17; 2.13; 5.7. (2) de cosas; sangre (metafóricamente, Mt 23.35); el juicio de Cristo (Jn 5.30); cualquier circunstancia, hecho o acto (Mt 24.4, v. 7, en algunos mss.; Lc 12.57; Hch 4.19; Ef 6.1; Flp 1.7; 4.8; Col 4.1; 2 Ts 1.6); «el mandamiento», o sea, la ley (Ro 7.12); obras (1 Jn 3.12); los caminos de Dios (Ap 15.3).
2. endikos (??d????, 1738), justo, recto (en, en; dike, derecho). Se dice de la condenación de aquellos que dicen «Hagamos males para que vengan bienes» (Ro 3.8); de la recompensa de retribución de las transgresiones bajo la ley (Heb 2.2).¶
Nota: En cuanto a la distinción entre Nº 1 y Nº 2: «dikaios caracteriza al sujeto en tanto que él es, por así decirlo, uno con dike, recto; endikos, en tanto que tenga una relación adecuada con dike … en Ro 3.8 endikos presupone aquello que ha sido decidido rectamente, lo que lleva a una sentencia justa» (Cremer).
Notas adicionales: (1) En Hch 6.2 se traduce arestos, agradable, conveniente, como «justo» (rv, rvr; rvr77: «conveniente»; vm: «propio»). Véase AGRADAR, B, Nº 1. (2) En Ro 2.5 se usa el término compuesto dikaiokrisia (dikaios, justo, y krisis, juicio), «justo juicio de Dios».¶ (3) el término dikaioma se traduce en Ap 19.8 como «acciones justas». Véase , A, Nº 1.
B. Adverbio
dikaios (d?a?a???, 1346), justamente, rectamente, de acuerdo con lo que es recto. Se dice: (a) del juicio de Dios (1 P 2.23: «que juzga justamente»); (b) de hombres (Lc 23.41: «justamente»; 1 Co 15.34: «debidamente», vm: «como es justo»; 1 Ts 2.10: «justa … mente»; Tit 2.12: «justa … mente»). Véase DEBIDAMENT
Autor:
Diego Calvo
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