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Educar es la palabra clave (página 2)


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Es decir, cada hombre y mujer, desde sus particularidades, ha de ponerse en situación de un cambio en sus expectativas corrientes que le permitan apetecer el ofrecimiento político que se le hace. De ahí que el hecho educacional deba valuarse estratégicamente no solo ni principalmente desde la ponderación medible de su significado a través de históricos indicadores de eficiencia, no poco importantes, sino por cómo incide ella cualitativamente, a su vez condicionada procesalmente por otros factores, en ese cambio de expectativas y por tanto de actitud vital de las personas. Asunto extremadamente importante pues, como sentenciaba José Martí, "¿De qué sirve Darwin sobre la mesa si tenemos todavía al mayoral en nuestras costumbres?" De modo que la educación ha de pensarse como factor de posibilidad en la realización práctica de la referida concepción de Fidel acerca de la construcción socialista en las condiciones actuales de Cuba en tanto actúa, respecto a los elementos mediadores, como un factor de comunicación, de unidad y de equilibrio dinámico.

Para entender esto resulta valioso atender, respecto a la primera de estas mediaciones, a que si bien la cultura de cada hombre posee un fundamento socio-histórico concreto -y por tanto no se puede separar ni arrancar del conjunto de relaciones sociales- la comprensión efectiva por cada hombre y mujer de la necesidad y posibilidad de su desarrollo cultural se atiene, de manera inmediata, a factores de carácter ideológico que deciden en la interiorización de la misma y en su correspondiente exteriorización, al menos en principio, en su comportamiento al respecto. Pero al mismo tiempo ese desarrollo ideológico, cualificado en la concepción de Fidel por una ideología de avanzada, carente de carácter estricto y rígido, resulta propicio a la internalización de la cultura general integral en el pueblo -no solo de aquella ligada al hombre que es sino a la del hombre posible que debe ser- en la medida en que él mismo es transformado por los grados de desarrollo cultural que se alcanzan.

Es, en realidad, un juego dialéctico de interacciones entre desarrollo ideológico y desarrollo cultural, cuya posibilidad se realiza, en medida nada desdeñable, gracias a la educación. No es casual entonces el significado que Fidel le otorga a ésta al considerar que sin ella no puede existir la necesaria y urgente concientización y producción de las nuevas realidades dado su papel en la interacción del hombre con el mundo cultural del que participa y su mutuo desarrollo. De ahí que, conforme con los propósitos políticos que lo animan, Fidel enfatiza en un proceso de educación con carácter multifacético y racional que implique a todo el pueblo y en particular a las nuevas generaciones, lo que le otorga organicidad a la unidad que concibe entre revolución social -la transformación total de la sociedad– y la profunda revolución educacional que se opera asociada a la puesta en práctica "…de revolucionarios conceptos que barren con el formalismo y el conformismo y aceleran los procesos de transformaciones necesarias para el futuro del país", convencido de que "…Educar es la palabra clave"

Así, el juicio sobre la educación transita todo su discurso, estimándola como un proceso de desarrollo humanista del hombre que se expresa en la transformación de las criaturas que vienen al mundo con imperativos de la naturaleza muchas veces opuestos a las virtudes que cualifican lo humano. Desarrollo caracterizado por el fomento de una ética, de sentimientos y de una orientación de su actitud ante la vida que favorezcan la solución de las contradicciones internas, que le surgen en su bregar cotidiano, conforme a los valores de la solidaridad, el desprendimiento, la valentía y la fraternidad, entre otros, en un proceso de búsqueda y potenciación de todo lo bueno que pueda estar en el ser humano. Como parte de esa valoración considera a la educación, además, como el vehículo para la superación de la marginalidad y las conductas delictivas , del establecimiento consciente de la disciplina así como de la producción y promoción de las mejores ideas .

Desde esas perspectivas recorren su pensamiento los argumentos relacionados con el aporte de la educación a la identificación y sensibilización de cada individuo con el carácter diverso de las necesidades humanas y, por consiguiente, con la ampliación del espectro de necesidades sentidas que condicionan el proceder desenajenado del hombre. Asimismo considera su trascendencia en su contribución al desarrollo de una conciencia reflexiva, que incite a analizar reiteradas veces las consecuencias eventuales y duraderas de unas u otras acciones, al tiempo que ayude a la orientación de los modos de satisfacer las necesidades inherentes a cada cual, de modo tal que crezca la congruencia entre los comportamientos individuales y grupales y las demandas de la sociedad. Asunto éste, en cuyo marco, Fidel le otorga un valor primordial al fomento de necesidades espirituales que comienzan por el respeto de las reglas elementales de convivencia, cortesía y atención hacia las personas con las que se coexiste, lo que estima un tributo esencial al combate contra la indisciplina social, la cual califica de "…tendencia peligrosa…" .

Es, a fin de alcanzar todo ello que Fidel promueve, políticamente, cambios en la educación escolar, muy ligados a la idea de que lo más importante es la formación del hombre, a través del fomento en él de todas sus capacidades y virtudes. Para ello la educación debe potenciar las cualidades genéricas del ser humano, en una relación directa con el desarrollo de toda su racionalidad, eticidad y esteticidad en función de vivir, en mancomunión con sus semejantes, como individuos totales y hombres buenos y capaces. De tal modo el valor que Fidel otorga a la educación se resiste a su reducción a una utilidad registrable solo en indicadores económicos

Ese propósito de mejoramiento genérico del cubano y la cubana lo reclama no solo con un sentido de futuro sino desde -y para- implicarse en las necesidades urgentes del presente. Por eso razona a la educación además en su contribución indispensable al desarrollo económico y al fortalecimiento de la democracia, a la defensa de la patria y al combate, a través de la información adecuada, del desaliento y la duda y por esa vía a la consolidación de la tan necesaria cultura política. Aspectos todos estos que trascienden al desarrollo ideológico y, en general, al avance de la subjetividad políticamente necesaria en los tiempos que corren.

Con esa mira de desarrollo integral del hombre, su discurso promueve el acercamiento de los niños y adolescentes a las mejores tradiciones artístico-culturales de Cuba y del mundo, consciente de que el arte convierte las ideas sociales, las normas morales y los valores estéticos en parte del mundo espiritual del hombre. De ahí la importancia que le concede a la participación de la vanguardia artística en la promoción y ejecución de las acciones relacionadas con la educación artística de la población, la que concibe como un proceso de desarrollo de las capacidades humanas, en dirección tal que pueda posibilitar el ejercicio sistemático, profesional o no, de una o varias manifestaciones artísticas, pero, sobre todo, (y eso es lo fundamental) el fomento de las posibilidades, en amplios sectores populares, para la valoración racional, la apreciación y el disfrute estéticos así como su enriquecimiento humano en general, a partir de la relación con el hecho artístico en sus diferentes expresiones, aunque esto no constituya un fin en sí mismo.

Pero ese alto papel que otorga a la educación, junto al desarrollo científico (cienciatecnología, ciencia-cultura, ciencia-desarrollo humano, ciencia-política. etc) y la garantía del derecho al trabajo creador para todos los miembros de la sociedad en capacidad de realizarlo, -y que le hace estimarlos como componentes fundamentales de la continuidad de la revolución social en aras de una sociedad tan perfecta como el ser humano sea capaz- le lleva a considerarlos no solo como agentes que participan de la habilitación del imprescindible desarrollo ideológico sino también de la consolidación del modo de vida digno del pueblo cubano, idea que moviliza desde su constante preocupación por el cómo viven esos hombres y mujeres del pueblo.

Con ello, Fidel plantea a esos tres factores como canales de comunicación imprescindibles entre ambos elementos mediadores para dar cuenta de su visión integral de la formación y desarrollo humano del hombre y de la sociedad. De eso da fe al considerar la educación como "… el instrumento por excelencia en la búsqueda de la igualdad, el bienestar y la justicia social…", sin la cual "…no hay ciencia, ni arte, ni letras, no habría hoy producción, ni economía, ni salud, ni bienestar, calidad de vida, ni recreación, autoestima, ni reconocimiento social posible", al tiempo que considera al desarrollo de la ciencia como condición de supervivencia de nuestra sociedad por cuanto resulta garantía de la justicia y al desempleo como denigrante de la condición humana .

De lo anterior, puede deducirse su conciencia acerca de que es necesario que los procesos educativos afecten el medio ideológico a partir de involucrarse con el modo de vida real de las personas y, por tanto, con las premisas culturales inscriptas socialmente en ese modo de vida vigente -cualesquiera que sean las complejidades de su naturaleza y madurez clasista y nacional- para procurar la apetencia por ese desarrollo cultural que se promueve y su funcionamiento como factor de modificación del modo de vida existente. Cuestión ésta que resulta factible en la medida en que, desde la perspectiva referida, esos procesos educativos lleguen a grabar ideológicamente las necesidades, intereses y fines que movilizan la actividad humana dirigida a cambiar las condiciones de vida, a partir del trabajo creador y, por tanto, a repercutir sobre el modo de vida. En consecuencia, debiéramos procurar los modos de evaluar, con mayor agudeza, estos asuntos cada vez que se balancean los resultados de un período de trabajo escolar a cualquier instancia, lo que por supuesto trasciende, al menos en sus definiciones actuales, las responsabilidades medibles de los ministerios encargados, quizás, a consecuencia de que ésta es, sin dudas, una cuestión esencialmente estratégica de todo el sistema del poder revolucionario y de su ejercicio democrático y no, fundamentalmente, de una de sus partes.

De manera directa, Fidel realiza la conexión entre educación, desarrollo científico y trabajo creador con el modo de vida, al considerar la trascendencia de aquellos en la formación, orientación y satisfacción de las necesidades humanas. Tal conexión la hace a través del concepto calidad de vida del pueblo. No obstante, esa calidad de vida no la razona como un producto único e inmediato de la educación, ni siquiera del hecho de poseer un empleo o de la introducción de los avances científicos. Considera que la contribución que estos factores puedan hacer para disponer ideológicamente al hombre, de modo favorable, a su participación consciente y activa en el desarrollo de su cultura general integral no puede materializarse sin atender otros aspectos fundamentales del modo de vida como lo es el incremento de su nivel de vida, el que a la vez repercute sobre la calidad de vida y sobre la eficiencia de los procesos educativos, la que se revierte asimismo también en ese nivel de vida. La mejor evidencia del papel significativo de la educación para atender en su unidad y especificidad ambas cuestiones del modo de vida nos la ofrece la relación que establece entre educación e igualdad de oportunidades, lo que tal vez requiera una reflexión independiente.

Al reparar en lo anterior, se comprende que no resulta casual que sus ideas sobre el desarrollo cultural del pueblo -y sobre los programas que al respecto promueve- trencen en su significación calidad y nivel de vida, aspectos éstos que Fidel sintetiza en su concepto de bienestar del hombre, que entiende como la "…suma de las riquezas materiales necesarias para una vida material decorosa, que se sabe en qué consisten, y la creación ilimitada de riquezas culturales y espirituales…", a las que llama "…riquezas infinitas…que tienen un enorme valor humano" .

De tal modo, la racionalidad de su concepción de bienestar del hombre ni se reduce al desarrollo espiritual del pueblo ni se empantana en una asociación única o cardinal con el consumo material. La relación que establece Fidel entre éste y el bienestar del hombre obedece, en última instancia, a su clara comprensión de que el despliegue de la integralidad de lo humano se asocia tanto a las condiciones materiales óptimas de existencia de los hombres como, de manera esencial, a la construcción de aquello que le otorga sentido humano básico a su vida en la medida que constituye medio para el desarrollo posible de todas los aspectos de la naturaleza humana, lo que le emparenta con la idea de Marx acerca de que la verdadera riqueza, una vez despojada de su forma burguesa, se presenta como "… desarrollo de todas las fuerzas humanas como tales, sin que sean medidas según un patrón preestablecido" .

Me parece importante insistir aquí, justamente para continuar preciando debidamente el papel de la educación desde el pensamiento de Fidel, en que en su concepción acerca del desarrollo de la cultura general integral masiva -que es a su vez, en mi criterio, como se expresó más arriba, un proyecto del desarrollo humanista del hombre- alerta acerca de que los desarrollos espirituales no se conciben desarticulados de los materiales, aún teniendo en cuenta la imprescindible jerarquización de los primeros -conforme a la dialéctica que al respecto plantea en su visión acerca del bienestar del hombre- ni aquellos desarrollos, en su unidad, al margen de la producción de una vida mejor como hombres y mujeres dignos.

De ahí que cualquiera que sean los alcances inmediatos de cada uno de los programas éstos deben enfocarse, vincularse y evaluarse políticamente en su unidad estratégica, como partes de una concepción de la construcción socialista y no como una suerte de acciones diversas que aportan a la satisfacción de diversas necesidades puntuales sin advertir esa trabazón indispensable de su comprometida orientación política. Tales involucramientos resultan necesarios atenderlos en lo conceptual y en lo práctico, por cuanto la unilateralización de la visión de esta concepción de desarrollo, aislando uno u otro elemento de la misma (por ejemplo solo el ámbito del saber o el de determinados desarrollos materiales que adecentan y humanizan la vida cotidiana, etc) atrofia sus respectivos alcances y el avance de la propia estrategia, aún cuando se trate de asuntos que no pueden marchar, por diversos factores, con imperiosa sincronía e igual intensidad.

Más, lo cierto es que lo cualitativamente definidor para Fidel, en términos de jerarquías, en materia de bienestar humano se asocia al desarrollo del hombre rico en tanto aquel en que su propia realización humanista existe como necesidad interior. Así, para Fidel, la realización del ser humano -la que se define terminantemente en términos de su espiritualidad- es consustancial a la conquista de su bienestar. En la base del mismo, si bien coloca, como se ha señalado antes, tanto a la educación, al desarrollo científico como al trabajo creador de todos los miembros aptos de la sociedad, hace notar la capacidad principal de armazón que en estas relaciones posee la educación, lo que también dota de sentido su reciente reflexión acerca de que "…lo que más requiere el ciudadano de nuestro país son los conocimientos, si se desea crear una conciencia" porque ellos también constituyen, en principio, el sustento indispensable del trabajo creador que no mortifique el espíritu, al decir de Marx.

La fuerza de esta idea se comprende mejor si, ubicados en el contexto histórico actual, reparamos, como nos resulta imprescindible, por una parte en el progresivo papel de la economía del conocimiento y por otra en la creciente capacidad enajenadora del tipo de relaciones económicas que la monopolizan en la actualidad y que han llevado históricamente a cosificar materialmente el conjunto de relaciones sociales y a los hombres mismos, al punto de que ahora o nunca, como condición de su supervivencia, resulta indispensable el rescate de la naturaleza humana esencial de los hombres y mujeres. Asuntos ambos que es menester encarar en su compleja profundidad desde el subdesarrollo que aún nos condiciona y reta junto a la creciente agresividad enemiga.

Vistas así las cosas, la correlación dialéctica entre educación y socialismo exige de nuestro sistema educacional, además de garantizar una preparación científica básica cada vez más electiva y efectiva en su contenido, en medio del avasallador cúmulo de saber existente, el ocuparse cuando menos de:

  • Garantizar que los estudiantes aprendan a aprender por sí mismos. Desarrollar el espíritu investigativo y la capacidad creadora.
  • Crear hombres buenos, capaces de pensar, gestar y practicar una vida buena para todos -saludable y digna- aprovechando al máximo las capacidades físicas y espirituales de los humanos, para lo que las instituciones educativas deben emplearse más en enseñar a vivir esa vida, a cuyo fin urge impulsar la socialización del auto-descubrimiento, el auto-reconocimiento y el auto-desarrollo de la naturaleza humana, la orientación de los comportamientos debidos de cada uno con el otro y con el entorno natural, en un espíritu holístico de respeto, cooperación y participación responsable en la creación de la posibilidad de realización social de esa naturaleza humana.
  • Desarrollar una espiritualidad comprometida con los mejores destinos para todo nuestro pueblo y para la humanidad, porque ¿cuál es la fuerza mayor que pueda aguijonear, vigorizar y dotar de sentido, al margen de las razones y motivos de cada circunstancia histórica, la lucha permanente por una sociedad mejor?. Esto es sustancial para la suerte del socialismo, de cualquier siglo y en especial para nuestra imprescindible invulnerabilidad político-ideológica. Y aquí vale subrayar el necesario carácter comprometido de esa espiritualidad pues ella siempre se enuncia en los comportamientos, ungida de razón, de imaginación, de disposiciones políticas, éticas y estéticas, de capacidad de obrar por, y desde, un modo de pensar y de vivir. Por eso ella también se atiene a principios.

Aquella espiritualidad que necesitamos -y debemos educar- es la que se exprese como compostura, in crescendo, de toda la fortaleza humana que pongamos al servicio de la acción que cristalice en los grados evidentes de nuestra desenvoltura para emprender una vida buena para todos, cada día y para cultivar y emplear nuestras potencias físicas e intelectuales en aras de superarnos, todas las veces, como seres humanos que, en tanto individuos necesitados y anhelantes de la plenitud, procuramos su búsqueda, participando de los esfuerzos colectivos, cualquiera que sean los escollos del hoy, facilitando, requiriendo y agenciando, al mismo tiempo y como parte de ello, la plenitud de los demás y por ello una sociedad cada vez mejor con todos y para el bien de todos.

La educación al servicio del socialismo debe favorecer la realización de aquella nueva socialidad en la que el libre desenvolvimiento de cada uno se levante como condición del libre desenvolvimiento de todos. A ello resulta decisivo la profundización de una espiritualidad política basada en el culto a la dignidad plena del hombre como clave de la preparación política y cultural integral de cada individuo. Se trata, por tanto una religazón entre los hombres asentada en un orden social que, producto de su propia actividad, favorezca el ejercicio consecuente del mejor humanismo revolucionario. Esa espiritualidad necesaria para nada añora retiros espirituales alejados de la vida mundana; es compromiso activo desde lo mejor de cada ser humano para la mejor sociedad posible para todos.

En esta aportación se revela el carácter políticamente estratégico de la actual revolución educacional porque si bien lo definitivamente radical del cambio revolucionario -y la garantía de la perdurabilidad de sus mejores consecuencias- pasan por el establecimiento de las nuevas estructuras y relaciones económicas, políticas, sociales e ideológico-clasistas éste no se remata, sin embargo, con ellas, como con bastante frecuencia suele parecer y aparecer, dado que las mismas se definen, en su presente y continuidad, irremisiblemente en el campo de la cultura, en cuyo contexto merodea, crece y se arraiga la espiritualidad humana. En el valor de esa espiritualidad está la más penetrante fibra filosófica contenida en la concepción política de Fidel acerca del desarrollo de la cultura general integral masiva y de la contribución de la educación a la misma.

Solo, pasando por ahí, la revolución educacional y social que la política revolucionaria cubana enarbola e instrumenta en la práctica podrá anclarse en la búsqueda de una sociedad tan perfecta como el ser humano sea capaz de alcanzar, como ha expresado nuestro máximo líder. De ello se infiere además -y de manera esencial- el papel de la educación en la inédita masividad del capital humano, que Fidel razona como un estado del desarrollo históricamente óptimo de las capacidades racionales, éticas y estéticas del ser humano que, favorecido por la garantía de una vida digna en continuo desenvolvimiento, de cuya construcción participa, abone su progresiva multiplicación a partir de promover con su acción práctica la necesidad sentida de producir y reproducir expansivamente una realidad social cualificada por toda la justicia y el humanismos históricamente posibles para la totalidad humana en cuestión, no solo nacional sino también a nivel internacional, aspecto este último que constituye otra arista esencial, en las condiciones de este mundo, de esa imbricación cubana entre revolución educacional y social.

 

 

 

Autor:

Ms. C. Camilo Rodríguez Noriega

Profesor de la Cátedra de Filosofía de la Escuela Superior del PCC "Ñico López"

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