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La Zanja Real y el acueducto “Fernando VII”: patrimonio habanero que desaparece


  1. Introducción
  2. La Zanja Real y el acueducto Fernando VII
  3. Los vestigios más importantes de la Zanja Real y el acueducto de Fernando VII en la actualidad
  4. Conclusiones
  5. Referencias

Introducción

La Comisión Nacional de Monumentos a través de su Resolución No. 202 del año 2007 declaró Monumento Nacional al Sistema de Acueductos de la Habana, lo que incluye a la Zanja Real, el acueducto Fernando VII y el de Albear. En su cuarto Por Cuanto la resolución plantea que:

"Pese al deterioro ocasionado por el tiempo, el desuso y las acciones destructivas, los valiosos elementos de los dos primeros acueductos que permitieron el desarrollo de la ciudad de La Habana son testimonio inapreciable de la evolución histórico-constructiva de este género de construcciones." (1)

No hay dudas de que a pesar del reconocimiento de su deterioro y vulnerabilidad los restos materiales de la Zanja y del acueducto Fernando VII han continuado soportando el abandono, la indolencia y el desconocimiento, por lo que pueden desaparecer definitivamente en cualquier momento del futuro no lejano. El presente trabajo tiene como objetivo fundamental caracterizar, cierto que brevemente, estas dos obras coloniales en sus momentos de esplendor, enfatizando en su valor patrimonial como parte significativa de la historia de la ciudad y de la aplicación de desarrollos tecnológicos; de otra parte se describe el estado actual de sus vestigios materiales proponiendo que se adopte una política adecuada de investigación, conservación y restauración con relación a los mismos.

La Zanja Real y el acueducto Fernando VII

La Zanja Real fue el primer acueducto de La Habana y se construyó entre 1566 y 1592 (2). Dada la ausencia de agua potable en el sitio donde la villa se asentó definitivamente, su función esencial fue aportar el líquido vital a la población habanera así como a las tripulaciones, soldados y pasajeros de las naves que arribaban al puerto y debían abastecerse para sus prolongados viajes de retorno a España. La Zanja sirvió, además, para proveer la fuerza motriz a importantes industrias: los primeros trapiches de producción de azúcar, molinos de trigo y tabaco, así como sierras de madera, utilizándose incluso para acarrear troncos de madera en el siglo XVIII. Otras actividades como baños públicos, los mataderos, tenerías y alfares con que contó la ciudad dependían del agua de la Zanja para su funcionamiento. Sustantivo fue su aporte al desarrollo de la agricultura habanera al proveer de regadío a las parcelas, estancias y huertas que proliferaron a su alrededor, lo que consumía más de la mitad del caudal de la Zanja, unos 70 000 metros cúbicos de agua diarios de los cuales llegaban a la ciudad aproximadamente 20 000 metros cúbicos (3).

La Zanja Real era un canal descubierto, de sección trapezoidal en corte, por la que se trasportaba el agua del río Almendares por derrame libre a lo largo de dos leguas provinciales, aproximadamente 13 km (4). Este canal era excavado en el suelo y tuvo refuerzos en determinadas zonas en las que el terreno era demasiado blando para conservar su perfil. Al llegar el canal maestro cerca de la zona habitada de la villa por el año 1591 se construyó una caja de agua (en la zona donde hoy se encuentran las calles Aguiar y Amargura) desde la que salían canales que conducían el agua a otras cajas subalternas donde la población y las tripulaciones de los barcos tomaban el líquido que necesitaba. En la medida que la ciudad creció esta caja principal se trasladó primero a la Plaza de la Iglesia del Cristo y en 1736 se ubicó cerca de la Puerta de Tierra de la Muralla, en el interior del recinto (5).

A partir del año 1708 se construyó la primera fuente pública con surtidor de la ciudad en la entonces Plaza Nueva, hoy Vieja (6). Con esta acción se inauguró en intramuros la conducción a presión a través de cañerías de fábrica, tubos de barro y de plomo, conducción que alcanzará su máxima expresión en otras fuentes tanto intra como extramuros, modo de facilitar el acceso del agua potable para la población y de mejorar la calidad del agua que esta consumía.

El nacimiento de la Zanja era en una zona del río en la que abundaban los manantiales, lo que incidía en la adecuada calidad del agua que se tomaba, mérito indiscutible de los proyectistas de la obra en el año 1566; en aquel lugar se construyó la represa del Husillo que garantizaba una altura de 22 metros sobre el nivel del mar (7). Esta represa fue la obra más importante y compleja de las que se realizaron para este acueducto a lo largo de su historia que abarca cuatro siglos. La primera represa que se intentó construir era de madera y al parecer resultó un fracaso por lo que el gobernador Tejeda encomendó al ingeniero Antonelli la construcción de una de cal y canto alrededor de 1591. Esta sin embargo fue destruida por un huracán y fue nuevamente construida en 1622 por Andrés Valero (8). No es posible ubicar y describir todas las reparaciones y transformaciones que habría de sufrir esta estructura a lo largo de su vida, pero existe información documental de obras significativas realizadas en el siglo XIX, quizás la más importante en ocasión de la construcción del acueducto Fernando VII que fue inaugurado en mayo de 1835 (9). En nuestra opinión es este el momento en que adquirió el aspecto que tendría hasta finales de los años 80 del siglo XX. No olvidemos que la Zanja fue el único acueducto de la ciudad hasta el año 1835, fecha a partir de la cual se mantuvo en funciones durante algún tiempo para barrios extramuros. La Zanja Real cobró nueva importancia cuando en 1870 sus aguas alimentaron desde las faldas de la Loma del Príncipe un Acueducto Municipal que construyó el Ayuntamiento ante la demora de la conclusión del canal de Albear (10). Este último acueducto fue inaugurado en 1893 y con ello quedó la Zanja superada definitivamente como acueducto pero no se puede decir que no haya seguido cumpliendo con algunas funciones como el regadío de tierras de cultivo y proveer a industrias del líquido que necesitaban para diferentes usos; a lo largo del siglo XX se fue convirtiendo en una cloaca a cielo descubierto lo cual hizo que diferentes tramos de su recorrido hayan sido entubados en varios momentos de la centuria anterior.

A comienzos del siglo XIX dos factores hicieron pensar a las clases dirigentes de la ciudad en transformar la añeja obra en un canal de mampostería cerrado: de una parte, el alto costo de mantener en funcionamiento la Zanja y de otra, el empeño de mejorar la calidad del agua que llegaba a la población. En cuanto al primer aspecto, entre noviembre de 1820 y diciembre de 1823 la Sisa (Impuesto) de la Zanja produjo 49 178 pesos con siete y medio reales, mientras que los gastos alcanzaron la cifra de 52 262 pesos con cinco y medio reales, para un saldo negativo de 3 083 pesos con seis reales; entre los años 1824 y 1829 la situación fue similar ya que frente a los 130 039 pesos con medio real que produjo la Sisa, los gastos fueron de 210 961 con cinco reales, debiendo suplir la Real Hacienda la deficiencia de 80 922 pesos con cuatro reales y medio (11). Referido a la calidad del líquido vital, la condición de canal abierto de la Zanja desde su fuente hasta la muralla permitía la contaminación de las aguas por los más disímiles elementos, tales como tierra, yerbas, animales muertos, aguas salobres de arroyos, basura, entre otros.

En 1824 el Ayuntamiento finalmente encargó el proyecto de un canal cerrado de mampostería que llegara a la urbe en línea recta al ingeniero A. Lasarriere Latour. La ejecución del plan fue autorizada por la monarquía española, pero igual demoró el comienzo de las obras.

El 16 de junio de 1827, Claudio Martínez de Pinillos, Intendente de Hacienda le comunicó al Capitán General que estaba dispuesto a apoyar las labores del Ayuntamiento y adelantar los fondos para las obras provenientes de las Reales cajas, proponiendo que el nuevo canal se construyera utilizando tuberías de hierro; el uso del metal en las tuberías generó una reacción negativa del Real Tribunal del Protomedicato de La Habana, que consideró que esto convertiría en insalubres las aguas así conducidas. Tres meses después de comenzado el debate, el Protomedicato cedió ante las opiniones favorables al uso de las tuberías de hierro (12).

Aun cuando la idea expresada por el Ayuntamiento consistía en encañar la Zanja Real, tomando el agua del Almendares en el Husillo, se contemplaron otras dos fuentes de abasto: los manantiales del Potrero de Vento y el Paradero del Cerro y esta es una de las ideas relativas al nuevo acueducto que no se pueden perder de vista. Cada uno de los dos postores que presentaron proyectos mostraba las opciones del Husillo y los manantiales de Vento (13).

La Junta Superior decidió en marzo del 1832 que el nuevo acueducto fuera ejecutado bajo la dirección del ingeniero Manuel Pastor y como segundo director Nicolás Campos, según el proyecto por ellos presentado que partía desde el propio Husillo, pocos metros antes de la represa y del canal de salida de la Zanja Real. Aquí se manifiesta un nuevo aspecto interesante en relación a la nueva obra. Nicolás Campos fue a los Estados Unidos, a la ciudad de Filadelfia, siguiendo instrucciones de Pinillos de mayo del propio 1832, para de una parte contratar los tubos de hierro necesarios a la obra y de otra estudiar todo lo relativo a los acueductos que se construían en varias ciudades de la norteña nación y tomara en base a ello decisiones para mejorar en lo posible el proyecto presentado. Campos presentó informe de su gestión el 27 de enero de 1833 (14). En este le explica al Intendente que había estudiado el acueducto de la ciudad de Filadelfia, donde se empleaba el método que denomina inglés y que lo prefería al "…método francés y romano que fue consignado en el proyecto presentado a V.E…". Algunas diferencias entre uno y otro métodos son expuestas con detalles: Los tubos concebidos originalmente eran similares a los empleados en París, que tenían un plato en cada extremo para ser atornillados en los empalmes mientras que el sistema empleado en Filadelfia y adoptado por Campos en lugar del anterior era empalmar un tubo dentro de otro hasta seis pulgadas en un reborde o gola y luego se emplomaba esta unión. Las llaves de paso concebidas de principio eran similares a las empleadas en París y resultaban incómodas, caras y poco seguras, al depender de ruedas dentadas, mientras que las que se empleaban en Filadelfia eran menos costosas y más fáciles de abrir o cerrar, con rosca y una palanca. Campos declara que en el caso de Filadelfia se trataba de un acueducto cerrado y que su sistema de distribución era superior a lo conocido hasta entonces, llevando el agua a cada casa gracias a una ramificación de tubos menores desde las venas principales, mientras que en Europa la preocupación fundamental era poner el agua en puntos determinados, fuentes públicas, para que la población se abasteciera en ellos (15).

Campos resalta que el único defecto que podía achacársele al acueducto de Filadelfia era que no contaba con filtros, por lo que la población consumía agua "…bastante inmunda…" en la estación de lluvias y en ocasión de las crecidas del río Schuykill. El Ingeniero hidráulico de esta ciudad le comentó que los filtros de guijarros y arena del acueducto de Richmond, entonces en construcción y únicos de su clase en el entorno, no eran recomendables (16).

Campos transmite al Intendente la experiencia de funcionamiento del acueducto de Filadelfia desde el punto de vista de la gestión económica, toda vez que la distribución de agua a las casas con toda comodidad y con el pequeño pago de 5 pesos anuales dejaba grandes ganancias a la empresa del acueducto (17). Como resultado de esta visita se tomaron decisiones trascendentales con relación al nuevo acueducto que lo convertirían en obra pionera al introducir en Cuba lo más eficiente que se construía en el mundo en materia de acueductos, aunque no se lograran cumplir todos los objetivos propuestos.

El 26 de octubre del año 1835 los directores de la construcción del nuevo acueducto le comunicaron al Capitán General que se había efectuado con todo éxito una prueba de conducción de agua hasta los fosos de la ciudad y que las labores de la empresa emprendida estaban inicialmente "…reducidas a traer las aguas a la caja antigua de esta ciudad". Los directores de la obra consideraban que para alcanzar un resultado adecuado al esfuerzo realizado los trabajos debían incluir la sustitución de todas las tuberías de barro y plomo en intramuros por tuberías de hierro, sin lo cual no se podría establecer las conexiones a las viviendas y otros edificios que así lo solicitaran, así como alimentar las fuentes existentes y otras nuevas que se hicieran. (18)

Podemos describir el funcionamiento del acueducto sintéticamente a partir del río Almendares en cuyo margen se ubicó la casa de filtros que aprovechaba la altura de las aguas que garantizaba la represa del Husillo. Desde los filtros comenzaba la línea de conductos de hierro de 18 pulgadas (circa 0,46 metros) de diámetro su recorrido en línea recta hacia la ciudad hasta la Esquina de Tejas en el Cerro, desde donde continuaba una tubería de 14 pulgadas (circa 0,36 metros) que recorría la Calzada de Monte hasta el recinto interior de la Muralla, contiguo a la Puerta de Tierra. Desde este último punto salían tuberías de hierro que descendían inicialmente por seis calles y a ellas se conectaban por llaves de paso y crucetas tuberías de tres o dos pulgadas que recorrían la distancia de una cuadra y desde las que se establecían finalmente las conexiones a las casas a través de tuberías de una pulgada y media. En el interior de los edificios el agua se controlaba a través de grifos, de manera similar a la actualidad.

Resulta esencial entender en este punto que las obras que se realizaron a continuación en Extramuros rebasaban los límites que el proyecto original había concebido y según el cual se habían realizado los cálculos de la obra. Hasta diciembre de 1836 las obras habían costado 813 745 pesos y 5 reales y medio, pero los trabajos continuaron hasta los años 60 del siglo XIX y por ello el costo final del acueducto fue mayor. En materia de gestión económica habría que señalar que entre los años 1836-1844 los ingresos fueron de 72 000 pesos, los gastos ascendieron a 95 600, por lo que hubo un saldo negativo de 23 400 pesos. La situación cambió para el período de 1845 a 1853 cuando los ingresos fueron de 228 000 pesos contra gastos por 92 400 con una ganancia de 135 600 pesos; entre 1855 y 1859 las ganancias netas fueron de 356 000 pesos (19). Ello demuestra que la gestión del nuevo acueducto resultaba exitosa.

El novedoso acueducto llevó a la ciudad inicialmente 3 850 metros cúbicos diarios de los 40 000 que se habían conjeturado. En opinión del autor el error partía fundamentalmente del aporte de agua de los filtros de guijarros y arena.

La insuficiencia del monto de agua suministrado generó que la progresión de conexiones al acueducto, fuera lenta: en 1850 no llegaban a 2 000 y en 1860 el número era de 3 399, mientras que la ciudad contaba en este último año con 575 plumas públicas ubicadas en fuentes (20). Es indiscutible que este acueducto significó la introducción en La Habana de la plomería, siguiendo criterios que tardarían décadas en implantarse en Europa; parte importante de su red de distribución fue reutilizada por acueductos posteriores y algunas siguen en uso, casi doscientos años después de haber sido instaladas. Señalemos que con este acueducto el número de fuentes públicas creció en la ciudad hasta alcanzar a mediados del siglo XIX un total de 31 en intramuros y 27 en extramuros, lo cual facilitaba el acceso del líquido por la población más humilde (21).

Una obra singular de este acueducto fue la construcción de los pilares de la calle Resguardo en el actual municipio Cerro para atravesar una depresión del terreno entre las calles Salvador y Florencia. Este canal o muro, también llamado malecón en documentos del periodo colonial, cuenta con 16 arcos rebajados que mantienen la pendiente adecuada en las zonas más bajas del terreno y sobre los cuales se acomodó la tubería de 18 pulgadas de diámetro. El canal da nombre al barrio que lo rodea. En 1833 aparece publicada en la prensa la convocatoria de la Real Junta de Fomento de licitadores en la contratación de la mano de obra de albañilería y declaraba que aportaría los materiales para la ejecución de la obra. Para el 26 de septiembre se había aprobado las contrataciones y comenzaron los trabajos (22).

Los vestigios más importantes de la Zanja Real y el acueducto de Fernando VII en la actualidad

Como ya quedó explicado anteriormente estos dos acueductos tomaban agua desde el río Almendares y compartían el uso de la represa del Husillo. En esta zona se encuentran, por tanto, varios de sus vestigios más importantes que comienzan por la propia represa que merece ser tratada en solitario. No obstante, debemos señalar que existen estructuras asociadas con la Zanja Real en otras zonas de la ciudad que no serán vistas en este trabajo como son el canal de derivación ubicado en la Quinta de los Molinos y la humilde pero importante fuente del patio del primer claustro del antiguo convento de Santa Clara de Asís.

Señalamos que la represa del Husillo pasó por varios momentos constructivos que comienzan alrededor del año 1590. La presentación contextual que caracteriza toda la zona fue creada en lo esencial alrededor de 1833 cuando comenzaba la construcción del acueducto de Fernando VII. En la actualidad solo queda de la represa uno de sus arranques, que apenas rebasa la orilla del río, rematado por una obra de concreto que sirve para consolidar esta suerte de muñón. La estructura se había mantenido en pie soportando todos los embates de los elementos hasta que en el año 1989 se decidió por la más alta dirección del país desmontarla parcialmente para evitar inundaciones que afectaban a la población de los alrededores. Con la represa también desapareció el canal llamado de Matos que fue rellenado y sus compuertas fueron desmontadas (23). Mirando ahora el pequeño remanente de la otrora imponente estructura es casi imposible formarse una idea de su verdadera magnitud y de su funcionamiento; el propio río apenas discurre por su antiguo cauce y no nos inspira la idea de cómo puede haber sido tenido en cuenta para calmar la sed de la ciudad hace más de cuatro siglos.

Pertenecientes al sistema de la Zanja y más cercanos a la represa superviven: el canal de salida, el muro rematado en doble arco donde estaban las compuertas de hierro que ahora están dislocadas de su posición original y amenazadas de desaparecer por la oxidación; a orillas del río se encuentran fragmentos de los antiguos coladores de hierro, perdidos entre la vegetación que ha crecido indiscriminadamente.

En cuanto a las obras de Fernando VII, fundamentalmente la casa de filtros, era utilizada alrededor del año 1990 como almacén de la Empresa de Construcciones del Poder Popular de La Habana (24). Queda pendiente de nuestra parte comprobar la supervivencia de este y otros elementos ubicados en la zona pero la única visita realizada fue infructuosa dada la urbanización improvisada de la zona.

En el recorrido hacia La Habana de las tuberías de Fernando VII se ubicó un número de torres rematadas en cúpulas que protegían y daban acceso a los registros ventiladores del acueducto. Superviven dos de estas torres en el municipio Cerro, amenazando ruina, verdaderos híbridos entre baño público y basurero.

A partir de la calle Salvador emerge del suelo asfaltado la obra del malecón que contiene las tuberías de Fernando VII y Albear. El muro transcurre ininterrumpidamente hasta encontrarse con la calle Florencia, donde llega nuevamente a ras del suelo, dando cuenta de que entre esta última calle y la de Salvador se encuentra una depresión del terreno. La continuidad de la obra que nos ocupa escapa de momento a las intenciones del autor, que apenas constató que a partir de la calle Magnolia emerge nuevamente cierto que con mucha menor altura.

El muro, que mide en total 3.55 metros de ancho, está construido con sillares, mampostería y ladrillos, rellenando los espacios entre los muros de carga con ripio y tierra morteriza. En realidad se trata de dos muros:

  • Al Oeste, el comenzado a construir en 1833 para soportar y proteger la tubería de Fernando VII. Tiene un ancho de 1.25 metros y en el sector medio de su recorrido entre las calles Salvador y Florencia cuenta con dieciséis arcos, sostenidos por quince pilares de 2.15 metros en cuadro. Este muro estaba rematado por un techo a dos aguas, conformado con sillares labrados.

  • Al Este encontramos el muro construido en 1892, para soportar y proteger la tubería del Acueducto de Albear y que escapa del alcance de este trabajo.

El estado de conservación del muro es malo, notándose desprendimiento de algunas de sus partes, especialmente en la obra más antigua, por lo que anuncia su colapso de mantenerse el deterioro sin freno. La estructura de cantería, todavía en funciones, no ha recibido evidentemente ningún mantenimiento en mucho tiempo. En contraste con esta situación, la tubería de Fernando VII tiene una abrazadera que demuestra que ha sido reparada en fecha reciente.

En numerosos tramos la estructura ha perdido la cubierta, lo que ha facilitado la erosión de los materiales constituyentes y permite la penetración de agua de lluvia, con el resquebrajamiento de su solidez. Se aprecia numerosa vegetación creciendo sobre el muro que conjuntamente con la erosión, bastan para poner en peligro a mediano plazo la integridad del mismo.

Se ha producido extracción de materiales de la estructura, quizás a partir de su deterioro. Casi ninguno de los ladrillos que constituían el bota-agua del lado Este permanece en su lugar. En el lado Oeste se constata la presencia de sillares sueltos a nivel de la calle, evento que ha ocurrido en el margen de enero a abril del año 2014 y según una vecina es parte del saqueo a que está sometido el muro. En ocasión de encontrarse parte del muro cerca de casas, este es tratado como parte de las mismas y se utiliza como vertedero de materiales, cantero o almacén, aprovechando el espacio debajo de los arcos.

El listado de problemas que afectan al muro en su totalidad es largo pero está claro que el sector más afectado es el más antiguo, construido en 1835.

Conclusiones

La declaración de Monumento Nacional del sistema de acueductos de La Habana afirma con claridad que tanto la Zanja Real como Fernando VII "…permitieron el desarrollo de la ciudad…". Por encima de cualquier crítica que se haya realizado acerca de sus funcionamientos esta es una afirmación que no se puede perder de vista.

Emilio Roig de Leuchsenring, Historiador de la Habana ya había pensado en el año 1947 en construir un parque en la zona del Husillo que incluyera las obras de los dos acueductos iniciales de la ciudad pero por múltiples razones nunca se llegó a ejecutar esa idea.

En 1989 el historiador Carlos Bartolomé Barguez, fue comisionado para representar a la Delegación de Monumentos del Cerro y el entonces Departamento de Patrimonio de La Habana ante la más alta dirección del país para proveer de información calificada acerca de los valores históricos y patrimoniales de las estructuras presentes en el Husillo. En ese momento se discutía la destrucción total de la represa por las inundaciones que provocaba y se alcanzó la salomónica solución de que la presa no fuera radicalmente destruida sino que se conservara uno de sus arranques. Los sillares que fueron desmontados de la represa se almacenaron en un área cercana. La idea que defendió este historiador fue la de reconstruir la estructura en su totalidad. En 1996 presentó un proyecto conjuntamente con el Dr. Ovidio Ortega Pereira de creación del "Conjunto histórico del Husillo" en el que se insiste nuevamente en la reconstrucción de la represa y que se rescatara de otros usos la casa de filtros de Fernando VII para convertirla en un museo (25).

Poner en valor este preciado patrimonio habanero en la actualidad habría de comenzar por la elaboración de un proyecto de investigación histórico-arqueológico que permita revisar todas las fuentes documentales posibles para reunir la información que puedan portar en un solo cuerpo asequible a los investigadores que trabajen en el proyecto, información que según nuestra experiencia es susceptible de ser interpretada a la luz de los últimos desarrollos alcanzados en la arqueología histórica; de otra parte es imprescindible localizar todos los elementos hidráulicos vinculados a los sistemas que nacieron en aquella zona en diferentes momentos históricos y determinar el posible uso actual por terceros de elementos de Fernando VII que puedan ser utilizados en la integración con todos los demás elementos hidráulicos de la zona para su interpretación como sistema. Un serio impedimento de cualquier proyecto de puesta en valor es como ya mencionamos anteriormente el relativamente pequeño volumen de agua que corre por el cauce del río Almendares y la cantidad de basura de todo tipo que es arrastrada por sus aguas, lo que nos lleva al tema de la conservación del patrimonio natural, indisolublemente unido al humano. De cualquier manera conversaciones iniciales entre algunos actores interesados han dado cuenta clara de la enormidad del esfuerzo por realizar y se ha manejado la idea de una Ruta del agua, que puede contar con un museo de sitio y un centro de interpretación en el Husillo, zona que tiene valores adicionales como la existencia de un sitio aborigen de tradiciones mesolíticas localizado en el año 1992 (26). Está claro que la Ruta incluiría otros lugares vinculados tanto a estos dos acueductos iniciales como al de Albear, concluido en 1893; de tal manera resultaría provechosa la visita a los Tanques de Vento y los pilares de la calle Resguardo, lugares cercanos en el municipio Cerro.

En cuanto a los pilares de la calle Resguardo hay que señalar que la tubería de Fernando VII de 18 pulgadas sigue en funcionamiento, como también lo está la tubería del acueducto de Albear. La certidumbre de continuidad en el tiempo de una obra tan esperada en su momento y controversial le confiere un valor difícil de exagerar.

Si se tratara de vestigios arqueológicos habría que cuidarlos concienzudamente, pues singularizan el paisaje urbano que los rodea y la historia de este humilde municipio capitalino; es de comprender que tratándose de dos obras que siguen en funcionamiento, los cuidados puestos en su conservación deberían ser mayores, sin afectar con ello la autenticidad de estos muros que pueden recordar su origen en la ingeniería romana, pero que fueron ejecutados por nuestros ancestros, que merecen respeto. Para garantizar la continuidad en el tiempo de los pilares de Resguardo habría que:

  • Eliminar la vegetación, de manera controlada, pues las raíces de aquellas plantas de mayor tamaño y vigor pueden lesionar la estructura en el proceso de retirarla.

  • Darle mantenimiento de albañilería a la estructura, reponiendo en su lugar las piezas sueltas de sillería y devolviendo integridad al volumen de la obra, respetando el criterio de identificación de acciones no vinculadas a la obra original, de forma tal que no se pierda la autenticidad de la estructura.

  • Educar a la población del barrio en la importancia de esta obra y aplicar los mecanismos establecidos para el control de la disciplina ciudadana y de participación de la misma a través de las instituciones culturales y educativas.

  • Realizar una investigación arqueológica que permita establecer más detalles de la construcción en sus dos momentos y contribuya a su salvaguarda.

  • Ubicar en sus alrededores una valla informativa de los valores que posee esta obra.

En sentido general resultaría provechoso establecer en el Museo del Cerro un equipo de trabajo, por modesto que sea, que pueda, entre otras funciones, monitorear el estado de conservación de los vestigios, mantener los vínculos necesarios con empresas e instituciones como Aguas Habana, el Parque Metropolitano y escuelas, que no solo pueden sino que deben contribuir al esfuerzo de conservación.

No se puede olvidar que la declaración de las obras de los acueductos coloniales de nuestra ciudad como Monumento Nacional es antes que todo una responsabilidad, para la represa del Husillo fue una declaración tardía: nada la protegió en el año 1989.

Referencias

  • 1. Comisión Nacional de Monumentos (2007) Resolución No. 202. Sistema de Acueductos de La Habana. Archivo Vicepresidencia de Monumentos del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural (CNPC).

  • 2. Arduengo García, Darwin A. "La Zanja Real esta agua trajo". (2013) Revista Opus Habana Volumen XV / Número 2 Julio/octubre 2013 (24-33). Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. ISSN 1025-30849. Pp 26-27.

  • 3. Ibídem. Pp. 27-28.

  • 4. Ibídem. Página 27.

  • 5. Ibídem. Página 28.

  • 6. Ibídem. Página 29.

  • 7. Ibídem. Página 27.

  • 8. Barguez, Carlos Bartolomé y Ovidio Ortega Pereyra. (s/f) Conjunto histórico del Husillo.

  • 9. Arduengo García, Darwin A. El Acueducto Fernando VII: entre dos aguas. Inédito.

  • 10. Arduengo García, Darwin A. "La Zanja Real esta agua trajo". (2013) Revista Opus Habana Volumen XV / Número 2 Julio/octubre 2013 (24-33). Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. ISSN 1025-30849. Página 31.

  • 11. Archivo Nacional de Cuba, en lo adelante ANC, Fondo Intendencia General de Haciendas, en lo adelante IGH, Legajo 325, Número de Orden 15.

  • 12. ANC, Fondo IGH, Legajo 325, Número de Orden 19.

  • 13. ANC, Fondo IGH, Legajo 325, Número de Orden 60.

  • 14. ANC, Fondo IGH, Legajo 325, Número de Orden 23.

  • 15. Ibídem.

  • 16. Ibídem.

  • 17. Ibídem.

  • 18. ANC, Fondo IGH, Legajo 325, Número de Orden 16.

  • 19. Marrero, Leví (1988) Cuba: Economía y Sociedad. Tomo 14. Editorial Playor, Madrid. ISBN-84-359-0128-9. Pág. 156

  • 20. ANC. Gobierno Superior Civil. Legajo 1 317, Número de Orden 51 411.

  • 21. Fernández Simón, Abel (1958) Trabajos publicados en la revista ingeniería civil sobre la habana de ayer (paginación variada). La Habana.

  • 22. Tellería Valdés, Humberto (2003) Acueducto Fernando VII ¿Monumento Local o Nacional? Museo del Cerro, XI Coloquio de Historia Local.

  • 23. Barguez, Carlos Bartolomé (s/f) El sitio histórico del Husillo. Copia mecanuscrita.

  • 24. Ibídem.

  • 25. Barguez, Carlos Bartolomé y Ovidio Ortega Pereyra. (s/f) Conjunto histórico del Husillo.

  • 26. Ibídem.

 

 

Autor:

Darwin Antonio Arduengo García