Descargar

Juego, conocimiento y cultura (página 2)

Enviado por eufrasio guzman


Partes: 1, 2

En la misma dirección podríamos analizar muchas formas culturales, mostrando su génesis en el juego, siendo la línea de separación entre lo amorfo y lo con sentido una línea sutilísima que para muchos es invisible pero que socialmente es la que define la permanencia, la continuidad en el espacio comunicante. El genio, quien se expresa a través de la forma, no en pocas ocasiones recorre el mismo camino que por instantes contiene la intensidad en la visión conducente a un alelamiento sin forma, al éxtasis sin expresión, a la inteligencia en el silencio, al mutismo que no parece dejar deducir intensidad en la vivencia.

Creo que esto último es lo que sucede, guardadas las diferencias y las proporciones, a propósito de las posibles semejanzas y oposiciones en los juegos de representación de animales y niños, al respecto nos ha hecho notar Huizinga:

La representación puede consistir tan sólo en presentar ante espectadores algo naturalmente "dado". El pavo real y el pavo ordinario exhiben la magnificencia de su plumaje a sus hembras: pero en esto hay ya una presentación para causar admiración, de algo extraordinario y singularísimo. Si el ave ejecuta pasos de baile, entonces tenemos una representación, una escapada de la realidad habitual, una transposición de ésta en un orden superior. Claro que no sabemos lo que está ocurriendo dentro del animal. En la vida del niño semejante exhibición está ya muy llena de figuración. Se copia algo, se presenta algo en más bello, sublime o peligroso de lo que realmente es. Se es príncipe o padre o bruja maligna o tigre. El niño se pone tan fuera de sí que casi cree que "lo es" de verdad, sin perder sin embargo, por completo, la conciencia de la realidad normal. Su representación es una realización aparente, una figuración, es decir, un representar o expresar por figura[2]

En el caso la diferencia es de intensidad en la conciencia de la actividad lúdica. A propósito de una actividad de tal complejidad es difícil y hasta aventurado adelantar definiciones generales, planteemos el problema a diferentes niveles. Debemos orientar la pregunta a la cuestión del significado y el sentido del juego; para ello el observador imparcial debe a su vez preguntarse a sí mismo, como lo hace al observado en su actividad: 1. Qué se juega? 2. Cómo se juega? 3. Cuál es el significado?

Y lo más importante, indudablemente, es distinguir el juego de lo cotidiano o corriente, ya sea lo serio o el simple estar. Otra dimensión del juego es su intenso dinamismo y su tensión en medio del orden proporcionado por las reglas, así sean estas inventadas al paso. No quiere decir esto que no tenga su libertad y sea la expresión del ser libre: jugamos porque queremos. No siempre estamos de juego, y a su vez los juegos tienen término, en el mismo movimiento de nuestra naturaleza parecen alternarse los períodos de agitación libre e intensa, de otras pausas y movimientos, por decirlo así, donde los efectos del juego se sedimentan. En sí mismo el juego tiene efectos internos pero lo que más me llama la atención en el momento es la manera como la actividad lúdica se revierte en general sobre los tiempos y las actividades no lúdicas.

Para plantearnos el problema dejemos que sea el lenguaje quien, en su movimiento, nos deje descubrir los niveles posibles para tematizar los asuntos que ahora nos ocupan: la relación entre el juego, el conocimiento y la cultura. Hagamos la pregunta por la naturaleza del fenómeno, y luego por las relaciones de la acción lúdica con las actividades cognitivas y con la cultura propiamente dicha.

El ser del juego y la naturaleza como juego

Miro el agua que corre, contemplo las hojas de las plantas infinitamente variadas, veo la arena escurrirse entre los dedos, el brillo del rastro del agua, la irremediable ida de lo mas querido, su retorno bajo otra forma. Palada tras palada el castillo de arena crece, la arena parece llenar la vasija, el niño va y viene, el sol entra en la piel como su juego.

Construimos castillos en el aire, en el pensamiento y en la playa, se realizan obras mayores como jugando. Jugamos con los elementos, ellos entre si o se juegan a la vista del hombre y desde hace milenios.

Juega el viento con las formas que emergen de la tierra, ascienden y descienden por el agua estalactitas, estalagmitas. El mar graba y recorre el cuerpo de la tierra en una excitación que no termina. Ríos, lechos de arroyo, montañas, valles, movimiento de la naturaleza que en su azar repitiera el jugar infinito de la totalidad. En palabras de un biólogo de nuestro siglo: "Resulta difícil advertir alguna necesidad en el hecho de que los árboles tengan frutos. O en que lo animales envejezcan, o en la sexualidad. ¿Por qué hacen falta dos para producir un tercero? ¿Por qué de todas las funciones del cuerpo, la reproducción es la única que queda garantizada por un órgano del que cada individuo tan sólo posee la mitad, lo cual exige un gran gasto de tiempo y energía para encontrar la otra mitad?"[3]. Exceso puro, pura abundancia sin dirección, sin aparente centro, juego mayor del ser. Cae el sol sobre la piel del niño que juega.

Ese juego del sol que asiste al juego del niño es también el juego del aire entre los árboles, digo también y ya no es el juego humano sino la naturaleza como un ritmo, como una jugada perenne. Así, sólo a simple vista, parece distinto el juego del viento con las hojas que dormitan en mi escritorio, del tecleo de mi artefacto escriba que nutre con el torrente de golpes secos el rayo de sol que entra por mi ventana.

Juega el viento, juega mi mano, juega el sol sobre los muros y en un instante en la pared y en el caer el rayo de luz sobre la obra del hombre decimos, por inmersión en la imagen: lo que es juega. Pero mas allá de esa dimensión total debemos ver la porción de juego que entra en la especie, en la sociedad humana, en nuestras vidas concretas y particulares para venir a constituir no solo una dimensión de la naturaleza sino el modo mismo de una cultura rica en realidades y posibilidades. Esta vinculación última del juego con la cultura es posible por la vinculación originaria del juego con la búsqueda, la exploración y el conocimiento en sus diversas formas. Lo que queda siempre del juego, además del cansancio, la satisfacción, la ansiedad o la frustración, es el conocimiento.

Esta perspectiva que revisamos ahora, la dimensión esencial cognitiva y cultural del juego, debe distinguirse expresamente y con clara energía de los intentos que en el pasado han emergido en el arte y la historia de las ideas tal vez como resultado de un cristianismo y un platonismo cansados, en el caso de Occidente, y en otras culturas como expresión de cierta permeabilidad a la dificultad extrema de la supervivencia. En ambos casos se llega a una afirmación qlobalizante y para mí un tanto deleznable y peligrosa: "El mundo es juego".

Esta expresión la encontramos muchas veces asociada paradójicamente a una cosmovisión voluble y vanidosa de la vida que supusiera que todo es apariencia y frivolidad y sólo lo esencial que permanece "más allá" le da sentido a la vida. Para mí el juego es cuestión de conocimiento, de habitar profunda y copulativamente la fracción del planeta correspondiente. Es por ello que por el contrario planteo una urgente revalorización del fenómeno lúdico, un volver a pensar el juego, en relación con el conocimiento y la cultura, como una forma de indicar su vigor y su importancia para la vida plena.

La cultura antioqueña, empobrecida hasta los huesos por su afán de riqueza y su concentración en las tareas mas pragmáticas, le ha cerrado, al parecer irremediablemente, los espacios al ocio, a la contemplación, al juego genuino, para convertirlo en mera "apostadera", muy al modo de algunas épocas, como a fines de la Edad Media cuando, desde Amberes hasta Génova, Europa se debatía en la misma actividad, "se celebran (en esta época apuestas) sobre la vida y la muerte de personas, sobre viajes o peregrinaciones, sobre el nacimiento de niños o niñas, sobre la conquista de países, plazas o ciudades…"[4]. La emulación de esa conducta cultural que ha reducido el juego a una competición interesada tiene un respecto conocido por todos nosotros, una región donde el juego se ha empobrecido hasta convertirse en la sobreposición de las esperanzas reiteradamente frustradas o en la desidia de dejar pasar el tiempo apostándole al número de la próxima placa de automóvil.

Pobreza de la cultura es pobreza del psiquismo, es reducción del juego a sus formas menos interesantes, es circunscripción del lenguaje a los más utilitarios y pragmáticos fines, los podemos ver en los lemas como: "de los temas difíciles y no rentables no debe hablarse", "quien se dedica a la contemplación no tiene lugar en las mesas del éxito", "en el juego de la vida sólo se busca la ganancia material, la predominancia". Aspectos cruciales del juego corno la libertad y el desinterés desaparecen. Las reglas se hacen cada vez mas estrictas, ninguna jugada las modifica, la gramática reina solitaria en la casa de la expresión, el juego es reducido y el pensamiento pierde sus incitaciones… Hasta que la potencia del juego creador empieza a corroer este estado de cosas y ascienden del sinsentido y la oscuridad los movimientos que constituirán otras formas.

Aún en culturas empobrecidas el juego, en su genuina potencia, no desaparece del todo, no es reducido y sometido totalmente sino que mantiene sus vínculos emergiendo como rizomas en determinadas actividades sociales y culturales. En una sociedad dominada por la seriedad y el afán de lucro el juego suele refugiarse en algunas cuantas bocas, siempre en la de los niños, de una manera embrionaria, pero desarrollando su vermes y sus cilios en las tradiciones orales, en el chiste y el decir con gracia, en la ironía, siempre en la ironía y la burla; más regulado ese flujo lúdico en esas artesanías verbales denominadas poesía y literatura.

Es en esas actividades mencionadas, las cuales a su vez como productos tienen en común el trabajo con el lenguaje, donde encuentra su mejor refugio ese elemento creador, esa potencia, ese dinamismo puro del juego, siempre aprehensible como la cualidad mitopoética del lenguaje.

Este movimiento general de JUEGO que percibimos en el movimiento de la naturaleza y en nuestras sociedades, culturas y vidas individuales, en nada es tan visible como en su expresión y relación con el lenguaje y el conocimiento. El conocimiento es el resultado del juego con el lenguaje.

Juego y conocimiento

Empezamos a conocer jugando de muchas maneras pero una parte muy importante de la información necesaria para la subsistencia la producimos en una actividad cuyo carácter lúdico es evidente. Si no lo es para algunos intentemos hacerlo. Porque el lenguaje, la lengua humana en particular, tiene un elemento lúdico en su consistencia básica. Usar la lengua es jugar con unos elementos que encontramos ya hechos, nos entendemos con ellos como con un conjunto heteróclito de amplitud variable el cual manipulamos desde el comienzo haciendo de la amplitud de todo significante la posibilidad de producir significación.

En ese juego de las significaciones la niña emite: "ta ita" y la madre oye: "La mamá está bonita". Construye la madre desde su interior un elogio que es sólo el contenido posible, imaginario, de una emisión que es ella misma una exploración de la niña en esa lengua de los padres y los hermanos mayores, quienes, valga la pena anotar, por supuesto no son comprendidos por la niña de ese modo, por lo menos en la primera infancia; luego vendrá, un poco más adelante, la comprensión de los términos de relación filial. Pero volvamos al ejemplo; donde la madre escuchó el testimonio de su belleza, el padre escuchó un ejemplo de sus propios desvelos por las normas: "Está lista", ha dicho la niña, dice el padre, creyéndola fiel cumplidora de su tradición de rectitud.

Tres sentidos posibles para un par de fonemas y en el interior de todos los implicados la casi interminable gama de las posibilidades. A ese balbuceo del sentido sin exclusión de su precisión en la comprensión de los hablantes lo entiendo como juego. Empezar a nombrar es empezar a jugar, es intentar, ensayar y encontrar el camino o el sendero en un mero deambular.

No obstante ser el orden del lenguaje impersonal, hay desde la vivencia inicial un particular ajustarse. Entre lo ya dado y el ajustarse hay un resultado el cual es la originalidad misma, la singularidad materializada, lo diferente puro. Desde la unidad fonética hasta la obra literaria compleja es percibible el estilo, la voz única y singular, diferenciable en el coro. O sino, ¿Qué es esa multitud de voces que aún en coro se distinguen? ¿Por qué aún el llanto guarda esa especialidad y esa individualidad a pesar de su automatismo?. El timbre de la voz, el acento, sin contar todas las peculiaridades y generalidades que incluye la lengua, la región, la clase social, el barrio, la familia ¿De dónde extrae su personalidad sino de esa interacción entre un temple originario y un medio concreto?.

Por ello decimos desde el principio: con el lenguaje se juega, tanto a nivel individual como a uno ampliado. Hay ya una distancia lúdica entre la palabra y la cosa. Pero la palabra recrea la cosa por figuración, por capacidad de evocación y representación.

El lenguaje como nuestra herramienta primera es vehículo de comunicación, de transmisión de información, de ordenamiento y mandato. Por el lenguaje denominamos, diferenciamos, determinamos y constatamos. Lo tenemos en común con otras especies que usan sistemas de señales químicas, eléctricas, mecánicas. Pero ninguna otra especie ha desarrollado el aspecto argumentativo, la dimensión lúdica. Porque no hay solamente juego entre la palabra y la cosa, hay juego entre las series de palabras cuyo sentido se fija por un procedimiento de permanente representación de las interioridades. Esa cosa aparentemente neutra que es el lenguaje termina siendo parte íntima y crucial de la experiencia interior. Sin lenguaje la experiencia propia e interior se reduce considerablemente. Por la experiencia esa dimensión interior multitudinaria, el lenguaje humano, los lenguajes del hombre, se enriquecen hasta llegar a darle lugar a la cabal expresión de sí mismo, esto es, dan testimonio de su única e inintercambiable experiencia.

Los lenguajes animales son rígidos códigos donde el individuo aporta prácticamente cero, si bien permiten expresar intenciones individuales, estados de ánimo propios, lo hacen por unos medios que poco se modifican. Tan levemente que sólo los pájaros de una misma especie pueden, después de muchos años estando en regiones aisladas, desarrollar diferencias ligeras, que en su momento se llamaron incorrectamente formas "dialectales", pero siempre se observó, con toda precisión, que se mantienen las posibilidades de comprensión para un individuo portador del código y proveniente de otra región. Es decir toda la diferencia entre los gorriones de Australia y los de Inglaterra era el acento…

Por al contrario la clásica enemistad entre gatos y perros se basa en una de esas diferencias de expresión entre dos especies y en la relativa incapacidad de cualquier traducción posible. Cuando el gato menea su cola esta amenazando, cuando el perro lo hace es amistoso; el ronquido leve del gato es amable expresión de predisposición, en el canino es advertencia y amenaza. Desencuentros por incapacidad de conversión de códigos, diría nuestro especialista en lenguas; allí yo afirmaría: incapacidad de casi todos los animales para realizar ese juego, que también tiene su elemento de apuesta, que es la traducción. Por lo demás los animales realizan infinidad de juegos.

En el lenguaje humano yo afirmaría que el juego esencial consiste en que una misma palabra pueda llegar a tener diferentes significados, pero de allí en adelante tendremos que hacer justicia al hecho central que ocurre en la lengua desde el punto de vista del juego, ella está ahí, dada como un conjunto de reglas y de ella se hace experiencia, haciéndola al mismo tiempo del mundo. El hombre se inscribe en esa red multitudinaria que permite evocar en una serie el pez, la flecha o la piedra, pero es cada individual o individuo, el úrico feliz o infeliz, quien teje la red de la memoria, es ese individuo, centro de la vida quien ata y desata las asociaciones. Pasa como con los juguetes que están ya hechos, nos los dan acabados y se convierten en otra cosa, inmediatamente. Por ello los mejores juguetes son como las mejores palabras, versátiles percheros en los cuales colgamos lo mejor de nuestras expectativas, anhelos y sueños; también, por supuesto, nuestras frustraciones, las desesperanzas, los errores repetidos formando durezas en la piel del alma de manera que la voluntad dobla ante la dureza, se desvía.

Todo esto es posible por el juego en el lenguaje. La experiencia profunda de nuestro oscuro desconocido, por ejemplo. Me atrae ese juego que llamamos poesía, la práctico como otros lo hacen con las cerámicas, artes de la piedra y el fuego, yo estoy atento a la artesanía con la palabra, escucho: "En el placer el hueso blanco en el ojo", sueltas esas palabras, placer, blanco, hueso y ojo, parecen consumirse en un blanco resplandor. Tocadas por el oído del escucha atento empiezan a vibrar en un cerebro, el placer, el hueso, el blanco, el ojo, cada uno busca su nido de incitaciones y todas juntas, como una serie, van creando una consistencia, una resistencia diamantina, un significado y una posibilidad de sentido para lo que de otra manera se quedaría en la indeterminación de lo amorfo. Me molesta la poesía, me distancio de ella por momentos, sobre todo del poema, ese balbuceo, ese lanzar la flecha al aire, en el vacío, ese apuntar a un hueco en la nube…

En esas palabras asociadas, por lo que cada una evoca en su camino de retorno, en ese verso se encuentran también una pluralidad de posibilidades y cada singular inserción del hablante en la palabra es una significación posible, el tejido de esas significaciones es el juego que llamamos poesía. Las palabras están ancladas a nuestro cerebro y por su camino a nuestro cuerpo y mientras más evocaciones susciten más están en capacidad, sobre todo una serie de ellas, de llegar a producirnos un efecto corporal consistente. Se cumpliría la definitiva exigencia, para poder llegar así un verso a cumplir con el requisito de la mayor calidad; según el poeta inglés Robert Graves, lo que separa la buena poesía de la mala es el efecto corporal: erizamiento de la piel, incluida en ocasiones la barba, cambios somáticos, virtualización de la sensación poética en un punto de luz, en ocasiones, cuando la inspiración, la asociación de las palabras es especialmente inusual al rayo de luminosidad lo precede un desvanecimiento y una jaqueca inusual. Un poeta de la antigüedad greco-romana referiría ese gradiente con cuatro palabras, diría: Epifanías del luminoso Apolo. Extremos en el decir, esfuerzos históricos por comprender un fenómeno que indica cómo, la raíz de lo espiritual y lo sublime funde sus ramificaciones en el cuerpo. Las raíces de la lengua llegan hasta las fibras musculares.

La emotividad, la intensidad y la perennidad de la poesía como juego, juego "esencial", reclamarían los portadores del mito poético, radica en el hecho de basarse además en el juego con un conjunto siempre determinado de elementos semánticos que han sido suficientemente decantados y pulidos como para que no nombren algo muy preciso, pero que al mismo tiempo, al asociarlos con genio e intimidad, emerja de ellos un producto nuevo. Allí en esa región transparente, en ese cuerpo hialino, podemos encontrar un deseo como "un pasadizo cubierto de líquenes y esporas / que va desde mi alma hasta tu alma / cubriéndola de esperas para el gozo".

Es la singularidad de lo percibido, lo ido, lo dicho. Una singularidad exorbitante, un don principesco, que pareciera la compensación hiperbólica para cada individuo que desee hacer el reclamo a sus progenitores y antepasados por la afrenta de darle un lenguaje ya hecho.

Juego y Cultura

El juego es pues mas antiguo que la cultura, él es la base de su producción y reproducción y la posibilidad de dinamización de la lengua. Y así como hay multitudes que mucho menos que adelantar la respuesta ni siquiera se hacen las preguntas, así hay quien evada el juego, lo reduzca, lo excluya o lo tiranice. Se enceguece en su concha de seriedad, no hay risa ni sonrisa que permee la caparazón. Las palabras parecen a ellos cosas unívocas, la cultura algo dado y listo para servir y asimilar. El viaje es sólo la confirmación de una maravilla, entre comillas. Estos serios solo son capaces de descubrir el juego cuando en una excursión turística "dejan de ver trastos viejos" y "pinturas antiguas" y se detienen a refrescar los pies cansados en cualquier fuente del camino o del parque, o cuando por vía de la ligera embriaguez, rojos alcoholes bañan su ancestro de la gracia boba del beodo. En ambos casos, por la vía del agua refrescante en la piel y la de sol en las neuronas, reciben su exigua dosis de juego reprimido, excluido. El juego vigoroso de la creatividad y la cultura sólo tiene en la seriedad la pausa para recobrar lo explorado en el movimiento lúdico.

Porque la seriedad puede llegar a amenazar al juego, es cuando no hay tiempo para el jolgorio y el retozo, la ironía y el humor como expresión del juego desaparecen. La persistencia y resistencia del juego son tales que sobrevive aún a las pruebas exigentes de la generalización de la primacía del valor, de la utilidad y el rendimiento. Siempre lo lúdico termina por rebasar la seriedad, la rigidez, la mera forma. La fuente termina por llamar al caminante adusto. El juego crea las formas.

La cultura se define fácilmente por la intensidad y la dimensión del juego. Se trataría, en este caso supuesto, de jerarquizar las culturas no ya con el rasero de la productividad, distinguiendo las mejores como las que más tiempo libre proporcionan, sino las que más tiempo lúdico de calidad permiten, las que tienen ese elemento presente de manera intensa en sus formas. Atentos a aquellas actividades que exceden la escuálida seriedad, observamos lo mejor de la cultura y las culturas como actividades que incorporan y ritualizan el juego para la exploración, la auscultación, la asimilación o el mero estar. Lo que el juego recupera y explora la seriedad lo hace forma y establecimiento. También podría enunciarse así: seria es la cultura que asimilamos, por medio del juego la producimos y renovamos todos los días de una manera seminal, copulativa. El juego explora, la seriedad mantiene lo recobrado como pieza y hallazgo. De allí que existan al menos dos formas de jugar, hay quien se entrega y quien calcula pesadamente los fines y la inversión.

Jugamos de muy diversas maneras y al refrán que predica que en el juego y en la mesa se conoce al caballero debería ir aparejado otro que subraye la superioridad del hombre que juega los juegos superiores que ofrecen las diversas culturas. La calidad del hombre es la de sus juegos.

Una cultura exclusivamente orientada hacia lo serio hace infelizmente rígidos a sus portadores, tampoco deberemos relevar el juego por el juego a riesgo de caer en esas valoraciones que en el pasado lo han visto en todo, quitándole seriedad a la vida, cayendo en un "panludismo o paludismo" decadente y peligroso a los fines de la sociedad. Deberemos evitar una sobrevaloración endémica del juego que nos aleje de la tarea de incorporarlo a las dimensiones mas serias de la cultura sin por supuesto, desestimarlas. Lo serio, en el sentido de ordenado, se enriquece en ese proceso.

Expresión de esos juegos llevados a la dimensión de lo extremo por lo extremo, puro esteticismo, son: el hecho reprobable de jugar con los conceptos como si sólo fueran nociones vagas; jugar con las ideas, como si el relativismo a ultranza fuera saludable; con los sentimientos, como si los corazones y los cerebros fueran intercambiables; con los valores, como si las opciones de vida no fueran eso, decisiones que implican la voluntad; con el lenguaje, sin recordar que es la mas peligrosa de las herramientas, "el mas peligroso de los bienes"; con la salud, como si la vida fuera infinita; con el placer, como si las pausas fueran ceros a la izquierda; con las posibilidades del dolor, como si la salud y el placer fueran arena entre los dientes.

En este punto la pregunta no se hace esperar: ¿Y entonces qué es el juego que está en los árboles, el viento y las estrellas, el gesto del niño en la playa y el ademán del minero loco que juega su futuro, su cuerpo y los ajenos?. La respuesta es tal vez la más sencilla: formas del juego universal del cual participa el ademán del niño, la sonrisa del acierto y la mueca de la caída y la desesperanza, juego de la vida y de la muerte.

Existe una extraordinaria importancia en el fenómeno y el pensar la existencia humana debe ir acompañado de una reflexión sobre él. Qué es el juego? Administradores de la cosa pública, de las instituciones que regulan y acompañan la vida social, se lo plantean ocasionalmente y es legítimo ver en él la posibilidad originaria de recreación en el sentido esencial del término. Por el juego nos recreamos de una manera esencial, es decir, nos creamos y nos volvemos a inventar. Científicos sociales, pedagogos y simples trajinadores de la conciencia de sí se ven abocados a considerar en algún momento el significado del juego dentro de la existencia humana.

El juego es un impulso vital autónomo que está a la base de la creatividad y también del cálculo, es lo que precede el arte de la guerra, el movimiento cognitivo y el habitar socialmente este planeta; sin juego no hay información nueva -léase conocimiento-, ni tampoco hay almacenamiento de información -léase cultura-; no hay tampoco procreación, renovación o reorganización de la mente en forma de nuevo aporte a la propia experiencia del cuerpo.

Aún en la forma elemental del juego animal observamos esos elementos. Observo un pequeño animal. La cachorrita ha llegado a nuestra casa como al parecer llegan muchas cosas, nos hemos cruzado en el camino, ahora empieza a ser parte de nuestra vida cotidiana. La miro jugar, a todo el mundo invita, no mas identifica un ser y lo reclama a su juego con movimientos exactos, sea gato, perro, alacrán, cucaracha o ser humano: dobla las patas delanteras, menea la cola y parte trasera, da suaves mordiscos, ligeros ladridos y giros de cabeza, repite la operación hasta obtener respuestas.

Atendida o no la invitación, en ese proceso de intentar el juego, el cachorro logra aprender cosas esenciales para su mundo, no solamente quién juega o no, también quién responde una invitación con un zarpazo o un puntapié, por mal interpretación de las señales o simple desidia lúdica, aprende quién accede al retozo, quien sencillamente permanece impávido en su altura. Lo primero que sabe, por supuesto, es quienes juegan, lo que sigue es todo el proceso de conocimiento por el cual conoce los temperamentos, los temples de ánimo de los moradores del territorio común, los entes móviles o inmóviles a su alrededor. Con colchas y zapatos es otra cosa, no hay invitación, pero hay una experimentación que tiene la forma de un juego. En este nivel juego es toda actividad por la cual se realiza experiencia de algo.

El juego es inherente a la vida por lo que tiene de ensayo, de ponerse de parte del azar, de intentar lo imposible. La vida misma es, en términos de biólogos, una jugada acertada en una enorme cantidad de posibilidades. En palabras de Monod: "La probabilidad a priori de que se produzca un acontecimiento particular entre todos los acontecimientos posibles en el universo, está próxima a cero"[5]. Pero la vida existe y juega, siendo ella resultado de un azar el cual a su vez es jugada única en el universo. Ya sabemos que esta idea no es del gusto de los amigos del conocimiento objetivo, se enfrenta con nuestra disposición a creer que todas las cosas son necesarias. Pero no mas hay que atender a los mitos de origen actualmente aceptados por astrónomos y físicos para asistir a juegos, no por la forma de juego del mito, pues tanto los mitos como la palabra misma entrañan esa dimensión. Apenas atendamos a su contenido desbordante de paradojas y azar, convenciéndonos que lo que es ha salido del falso vacío, el falso vacío es, según ellos, una concentración inimaginable de energía. Con una paradoja responde el mito actual de los orígenes a otra paradoja, la que surge cuando preguntamos por los comienzos.

El animal y el hombre juegan en relación con el territorio, con la jerarquía, con las formas de la cultura recibida como con algo no necesario sino que debe ser sometido al azar del juego. Por el azar del juego se recrean no solamente las dimensiones del territorio o la posición jerárquica y las formas de la cultura. En la sociedad humana en nada es mas visible esto que en la relación de los niños con los juguetes y con los objetos que se convierten en juguetes. En su afán asimilatorio, en nada es tan creativo y tan destructivo el niño como con sus juguetes, esta relación pareciera obedecer a reglas simples que ponen de presente la esencia del fenómeno, mejor incluso que lo expuesto hasta aquí por la vía argumentativa, que no deja por ello de ser también un juego.

En la relación de los niños con los juguetes encontramos un análogo de la relación de todos con la palabra y el mito. Los tomamos cada vez, los destruimos cada vez. Es decir los juguetes son objeto de una proyección del sí mismo, pero también son la posibilidad de que ese sí mismo se exprese, se manifieste. Los juguetes y las cosas que sirven de juguete expresan bien esa esencia en el dinamismo del juego: destructora y creativa de la forma.

Un objeto es sólo una posibilidad ilimitada en el proceso de individuación, aún los más cotidianos y familiares son posibilidades de identificación y autodefinición, ponen de presente la riqueza e intensidad del proceso interior. Por ello su destrucción permanente, porque además representan, sobre todo los juguetes hechos, la nostalgia del adulto, una imposición de su muchas veces pobre fantasía, para el niño son el mundo que hay que volver a inventar. Un niño vigoroso e intenso en su proceso de individuación destruye irremediablemente sus juguetes o los transforma, si acaso no se encuentra en un contexto parental excesivamente incomprensivo del fenómeno.

Juguete es entonces todo aquello que permite una transmutación o una cualificación de la energía anímica originaria, además de representar un modo de la interacción cerebro-mente y por ello su manipulación libre inclusive su destrucción es creatividad pura, anhelo de forma. Por ello deben ser destruidos o transformados por el niño saludable, pues es la mas sana reacción frente a esa proyección "de la conciencia de los adultos sobre la imaginación infantil". La crítica de esta intromisión del adulto es la destrucción del objeto, el juego no es el juguete parecen recordarnos permanentemente los niños, mostrándonos que el camino del juego es el de la renovación constante, el de la invención del juguete cada día, cada minuto, desde una hoja de árbol hasta un microprocesador.

Bibliografía

Además de la consignada en las notas me han servido:

Deleuze, Gilles. La lógica del sentido. Barcelona, Barral, 1970.

Duvignaud, Jean. El juego del juego. México, F.C.E., 1980.

 

 

Autor:

Eufrasio Guzmán

POESÍA Y MITO POÉTICO Y OTROS ENSAYOS

[1] Fink. Eugen. Oasis de la felicidad. México. Centro de Estudios Filosóficos. UNAM. 1966. p. 7.

[2] Huizinga, Johan. Homo Ludens. Barcelona Alianza editorial, 1972. p. 27.

[3] Jacob, Francois. El juego de lo posible. Barcelona, Editorial Grijalbo, 1982. p. 20.

[4] Antonio van Neulighem. Openbaringe van’t Italianes boeckhouden, 1631. citado por Huizinga. op. cit.

[5] Monod, Jacques. El azar y la necesidad. Barcelona, Barral Edit. 1977. p. 159

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente