He querido en esta ocasión y a propósito del asunto del juego plantear el modo como lo considero, no como mero pasatiempo, descarga de energía anímica, imitación o actividad de desplazamiento, entre otras, sino de una manera un poco más cuidadosa, es decir, pensándolo como un fenómeno que entraña una condición que pareciera incrustada en el movimiento de la naturaleza y en el ser de la vida.
Si atendemos con algo de detenimiento observamos que el juego es un fenómeno de mayor complejidad que lo señalado en los sentidos de desplazamiento, imitación o descarga. El juego implica la potencia vital, es además tentativa, apuesta, ensayo y movimiento básico, exploración y capacidad de ser. También parece implícito a un círculo de repetición y posesión que lleva al vacío. Juegos de muerte. Lo que me parece decisivo en sus manifestaciones es la forma como está a la base de la cultura y la renueva produciéndola en cada jugada. Juegos de vida.
Es necesario, en medio de una comprensión tan amplia y frente a una multitud de definiciones posibles, pensar el juego en la perspectiva de su significado, de sus sentidos posibles; de allí que tampoco sean excluibles las definiciones sobre el tema. Lo que hay que indicar con prontitud es la parcialidad de cualquiera de ellas.
Al juego lo podemos aprehender como fenómeno íntimo de nuestra experiencia, como algo propio de nuestra actividad más originaria y al mismo tiempo algo que también está en mucha formas de la naturaleza. En palabras de Fink:
El juego es un fenómeno vital que todos conocemos íntimamente. Todos hemos jugado alguna vez y podemos hablar sobre ello por experiencia propia. Así, pues, no se trata de un objeto de investigación que primero hubiera de ser descubierto y aclarado. El juego es conocido por todos. Cada uno de nosotros conoce el jugar y una pluralidad de formas de juego, y los conoce a partir del testimonio de la propia experiencia; cada uno de nosotros jugó alguna vez. El conocimiento del juego es algo más que sólo individual, es un conocimiento común y público. El juego es un hecho familiar y habitual del mundo social. A veces, se vive del juego, se lo produce, se lo realiza, se lo conoce como una posibilidad de nuestro propio hacer. Y en ello, el individuo no se encuentra encerrado y enclaustrado en su individualidad, sino que en el juego tenemos conciencia del contacto colectivo con el prójimo con una intensidad especial. Todo juego, aún el juego obstinado del niño solitario, tiene un horizonte comunitario[1]
Pero a pesar de este tener todos experiencia del juego, ser éste observable en otras formas de la vida y de la naturaleza, ser al mismo tiempo especialmente íntimo y a su vez comunitario, sin embargo, su ser escapa en gran medida al esfuerzo por hacer la verbalización o enunciación correspondiente a la comprensión de su naturaleza. Es decir cuando con relación al juego realizamos un esfuerzo por explicitar y comunicar nuestra comprensión de un manera clara, cierta naturaleza lúdica del lenguaje pareciera ponerse al servicio del ocultamiento de la cuestión. Juegos del juego.
Aunque el lenguaje contiene de un manera típica el juego, al mismo tiempo ese juego inherente al lenguaje puede llevar a la incomprensión y al sinsentido.
En esta y en todas las ocasiones en las cuales utilizamos el lenguaje en sus distintas formas hay juego. Lo mínimo que se juega es el sentido pero esa pequeñez puede serlo todo. Digo, por ejemplo, "te quiero" o, "te espero" y se ponen en escena la multitud de los deseos; tal expresión puede llevar a una habitación de esa dimensión del juego que llega a implicar todo nuestro ser para llevarlo al cumplimiento o al desentendimiento.
Ya no al nivel del lenguaje sino al de los fenómenos vitales, no solamente en la reproducción, de una manera evidente, sino en muchas actividades corrientes es el elemento lúdico parte constitutiva de la función o el fenómeno vital. Es por ello que en la sociedad humana, al parecer irremediablemente, se llega a jugar también con cosas peligrosas o se llega a hacer de lo inocuo algo letal; se juega con el cuerpo y las formas, con los elementos materiales de la vivienda, con los valores, con los modos de ser y aparecer, con la presentación de los sentimientos, con ellos mismos, con el destino posible, con las expectativas sociales, con el futuro, con todo. De esos juegos resultan situaciones indeseables y además lo paradójico por naturaleza: que las más importantes dimensiones y aspectos de la cultura surjan en ese movimiento lúdico entre lo que se imita y bosqueja y lo que emerge como forma común o compartible.
Me pregunto, a modo de rápido ejemplo, ¿Qué es el teatro sino un juego con el ser y el aparecer, de manera que el resultado tiende una débil línea, como todas la obras humanas, a su paso entre dos abismos? Yo no soy yo, soy una multitud, soy una máscara perenne, dice el hombre de teatro. Su juego es asistir a la posesión, a la emergencia de la pluralidad que contenemos.
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