Extraña Pregunta: ¿Por qué a veces la gente que come en exceso, no engorda?
Enviado por Felix Larocca
Los misterios de ganar y de perder de peso, son verdaderamente extraños.
Les introduzco a Marino y al famoso Minnesota Experiment.
Marino, trabaja para el consorcio copartícipe del lugar donde hacemos nuestra residencia. Sus labores son sedentarias y su nivel socioeconómico es modesto. Bachillerato. Cursos en computadoras. Casado a la edad de diecinueve años, porque su novia "estaba esperando". Viudo, casado de nuevo, y padre de tres niños. Marino, recientemente celebró sus treinta años.
De origen puramente africano — como lo es, originalmente, el de todos los seres humanos. Marino, no sólo es muscular, pero también, para la envidia de tantos, es muy delgado. Parece ser que para Marino engordar sería un esfuerzo increíble. A la vez, de ser un sacrificio desagradable — porque Marino come… porque hay que comer y nada más. El azúcar, no le interesa. Las frituras, le disgustan. Y, la comida, en general, es algo que forma parte de la vida.
Cuando llega la hora de tomar el "almuerzo" — eufemismo injusto que quienes, aquí lo sirven — llaman "comida". Marino se excusa y no lo come.
Marino va al comedor, porque es parte de sus obligaciones la de transportar a otros empleados a ese lugar de tortura culinaria. Como no se sienta a la mesa; en lugar de consumir los refrigerios tan ofensivos, como indigestos. Marino juega billares. Después del almuerzo, Marino retorna a su trabajo, contento, satisfecho, y sin ninguna impresión de haber ejercido una proeza moral o ética — simplemente no almorzó.
Marino ni cree en dietas, ni tampoco las necesita.
Marino es flaco. La mujer de Marino, también lo es… Y, de modo, no muy sorprendente, sus hijos, también lo son…
¿Qué pasaría si ponemos a Marino en una dieta para lograr que él engorde?
Para alcanzar este objetivo, primero tendríamos que convencer a Marino, de que si tenemos éxito, que él ganaría algunas libras indeseables, las que podrían resultarles duras quitarse de encima.
Para eso, le pagamos un honorario, por la duración del experimento. "Por el dinero (como los monos) baila Marino."
Método
Comenzamos descartando el entendimiento escaso, del folklore de los "nutricionistas" que dicen que la ingestión de 1,500 calorías diarias, igualan una libra — matemática falaz, refutada como sigue:
1,500 calorías = 1 libra diaria. En un año: 365 libras. En diez años 3,650 — en cien años…
Para nuestros propósitos, decidimos, sencillamente, que por doce meses, que vencieran el 1ero de diciembre pasado, que Marino consumiría (en sus refrigerios diarios) el triple de lo acostumbrado — Con eso, al fin de un año, Marino no aumentó ni una onza sobre su peso inicial.
¡Sorpresa!
Interludio
Mientras que este melodrama tenía lugar; mi amigo Gustavo, el vendedor de automóviles, pasó a visitarnos y me informó que desde la fiesta de Thanksgiving, hasta el 26 de diciembre pasado, había aumentado las 15 libritas "requeridas" para celebrar las festividades navideñas.
De ser cierto, entre Gustavo, su esposa y tres hijos habían aumentado entre los cinco, 75 libras, "cortesía" de las fiestas conmemorativas de la llegada de un Mesías, que (dicho sea de paso) comía con mucha frugalidad.
Pero, "todo se arreglará" me comentaba Gustavo. "El día dos de enero, mi esposa y yo tenemos cita con una dietista…" Esa peregrinación al dietista es un ritual anual, que culmina, para Gustavo, con el abandono del sacrificio forzoso de la dieta en muy poco tiempo. El descuido, por laxitud, de la dieta comienza en unos pocos días luego de empezarla — con vueltas de vaivén — avanzando en su ímpetu después de Semana Santa…
Cuando todo cesa…
¡Pobre Cristo! Las secuelas hedonistas que nos dejaras con tu nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección…
Anécdota
En Monticello Missouri, vivió hasta su muerte, en julio del 1958; Robert Earl Hughes, quien, a la edad de treinta y dos años pesaba 1,069 libras. Así lo registró Guiness Book of World Records. Sin embargo, Hughes consumía menos comida que su hermana (delgada), con quien éste viviera.
Robert Earl Hughes
"Tenía problemas tiroides o glandulares" — algunos dirían.
Pero, no, Hughes era un hombre "normal" si no fuera por el volumen extraordinario de su acumulación adiposa…
"Es la herencia" — dirían otros.
Esa hubiese sido su esperanza —- todos los Hughes pesaban lo normal.
"Entonces, es un fenómeno inexplicable" — Veremos, en los párrafos siguientes que no era, totalmente inexplicable.
Retornemos al pasado
Un día lloviznoso del año 1944, treinta y seis voluntarios, objetores de conciencia al servicio militar, se alojaron en un dormitorio de la Universidad de Minnesota. Sus intenciones, la de seguir una dieta muy estricta por seis meses.
Porque sus creencias religiosas lo impedían, ellos no podían participar en el esfuerzo bélico que su país montara contra el eje de Berlín-Roma-Tokio.
El experimento, conocido más tarde como EL Experimento de Minnesota, se volvería un clásico — y como tal, por todos, ignorado, especialmente por los "expertos" en la materia de las dietas — y en el campo de la investigación de los trastornos del comer.
Los voluntarios habían sido sometidos a pruebas físicas y psicológicas muy rigurosas y fueron declarados aptos para someterse a la prueba.
El protocolo consistió, en que por los primeros tres meses de estadía en el entorno controlado del dormitorio, que ellos consumirían unas 3,500 calorías por día. No se les pusieron restricciones en sus actividades físicas, con la excepción del requerimiento de caminar tres kilómetros diarios.
El experimento mismo comenzó el 12 de febrero del 1945. Desde ese mismo instante, su consumo de calorías fue reducido a la mitad de lo que hasta ahora habían estado consumiendo. Sus actividades físicas permanecieron inalteradas. (Véase: The Biology of Human Starvation por A. Keys, J. Brozek y asociados).
La dieta consistió de pan de trigo integral, papas, granos, víveres y repollo. Cantidades modestas de lacticinios y carne se añadían ocasionalmente.
Al principio del experimento, los voluntarios mostraban entusiasmo y evidencia de estar felices. A veces, aún exhibían signos de euforia — quizás el sentimiento de trascendencia descrito por algunas personas que ayunan, como reportara Mohandas K. Gandhi.
Pero, lo que nunca los abandonara totalmente, fueron las sensaciones de hambre.
Una semana dentro del ayuno, algunos comenzaron a sufrir depresiones inexplicables.
El peso comenzó a bajar rápidamente, principalmente en forma de grasas acumuladas. Después de tres meses habían perdido más de la mitad de sus reservas grasas originales; especialmente las que se acumulaban debajo de la piel del abdomen.
Ahora, muchos de los sujetos sentían irritación y tendían a riñas con poca provocación. La tensión creció tan aguda, que los mítines de grupo se cancelaron para evitar problemas.
En este estado del experimento, todos decidieron conservar energía. Porque se sentían letárgicos, comenzaron a evitar, no sólo las caminatas acostumbradas, sino que, asimismo, el trabajo mental.
La higiene personal fue descuidada y todos lucían desaseados y desgreñados.
Hacia la mitad del tiempo acordado para la duración del estudio, la mayoría no podía asegurar a los investigadores que podrían resistir las demandas que la dieta les imponía.
Tres de los voluntarios fueron excluidos por la presencia de trastornos psicológicos severos.
Los investigadores, nunca preguntaron a los sujetos, qué los hacía tan miserables, porque la respuesta parecía ser tan obvia. Ellos sentían que estaban "muriendo" del hambre. Pero, ellos, realmente, no morían del hambre. Lo único que se redujeron fueron unas calorías. El consumo normal de vitaminas y minerales había sido mantenido. Las proteínas se continuaban ofreciendo en la dieta en las cantidades esenciales para la salud.
Algo, por el estilo pudo que estuviera pasando dentro de la "dialéctica" del cuerpo. Quizás el hipotálamo cerebral comenzó a sopesar lo que se comía y concluyera con: "Esto no es lo suficiente para sobrevivir". Segundo, la pérdida de reservas (discretas) de proteínas y su efecto en el cerebro, pudo ser causa añadida a su malestar general. Tercero (y lo más probable); la pérdida de grasa corpórea puede que fuera la razón principal por sus penurias.
Al final de los seis meses en estado de semi-inanición todos los hombres lucían ostensiblemente apáticos. Todos habían perdido todo el interés en el sexo. Ninguno se masturbaba. Todos mostraban indiferencia hacia sus visitantes. Y, a pesar de que sus facultades intelectuales, no estaban disminuidas, su pensamiento se había reducido a pensar solamente en una cosa: la comida.
Las horas cuando las comidas se servían se convirtieron en el foco de sus vidas. Pero, cuando se las ponían de por frente, ellos (a menudo) en lugar de comer, jugaban con ella por unas dos horas. Para intensificar su sabor, añadían cantidades enormes de sal y de otros condimentos innecesarios.
Eva, la experta en dietética, IMC: 34
Al final del período de inanición. La re-nutrición progresiva y gradual comenzó.
Todos los voluntarios habían perdido, por lo menos, 25% de su peso inicial — lo que los calificaría para el criterio diagnóstico de DSM-IV para la anorexia nervosa.
Ahora, el peso comenzó a subir (a pesar de que la dieta básica permaneciera reducida). Pero aún, con un poco más de comida, se sentían mal… muy mal…
Cuando la dieta suministrada contenía 4,000 calorías diarias, los sujetos se quejaban de que no se les estaba dando la suficiente cantidad de comer.
El 20 de octubre del 1945. En el banquete ofrecido para celebrar el fin de las restricciones dietéticas muchos de los participantes se enfermaron por ingerir demasiado comida.
Subsecuentemente, con la libertad asegurada, ellos comían sin cesar: 2 desayunos, tres almuerzos, tres cenas — todo en el mismo día. Muchos excedían de este modo el consumo diario de 6,000 calorías. Pero, a pesar de este consumo heroico de calorías, todos reportaban que tenían un hambre implacable que los torturaba.
Muchos reportaron, un fenómeno común entre quienes dietan: Que es, el retorno del hambre intensa, siguiendo la ingestión de una cantidad enorme de comida. Lo que yo he llamado "El Precio de una Jartura." (Véase mi artículo por el mismo nombre en monografías.com — en esa misma página aparecen varias otras ponencias relacionadas a ésta).
Así que a pesar de la restauración de su estado nutricional, los efectos psicológicos del hambre forzada, persistían.
Unos tres meses más tarde, la obsesión con la comida perseveraba y los cambios negativos de la personalidad se mantenían inalterables.
A pesar de que para el mes de diciembre, todos habían recuperado su peso inicial, la mayoría seguía atracándose con comida, mientras que todos reportaban sentimientos implacables e incesantes de estar hambrientos.
No encontrarán fast food…
Personas que han dietado por períodos sostenidos de tiempo, pueden reconocerse a sí mismos en esta triste historia. (Léase mi artículo: La Neuropsicología del Comer).
Lo que pasara fue — y lo que no reconocieran los investigadores, entonces — es que nuestro organismo posee censores que reconocen y son sensitivos a la presencia balanceada de la grasa. Faltándoles grasa, los voluntarios respondieron negativamente, entrando en un estado de estrés para lo que el cuerpo no estaba habituado. (En comunicación personal esto me informó uno de los investigadores principales del Minnesota Experiment, Josef Brozek).
El corolario final: Que las dietas, restrictivas, son una "enfermedad" en sí mismas y que el consumo alto de calorías no conduce a la gordura. (Véanse The Dieter"s Dilemma por W. Bennett y el artículo que él mismo contribuyera a The Psychiatric Clinics of North America Issue on Eating Disorders que yo editara).
Nos olvidamos de Marino, dirán algunos…
No.
Entonces, dígannos, ¿qué pasó con Marino? ¿Por qué no engordó? ¿Por qué estimularnos el apetito de aprender, presentando su caso y dejándolo a medias?
Lo hice adrede para estimular el apetito — del intelecto, en este caso — dejándolo a medio saciar.
Otros experimentos han sido conducidos en los cuales se proponía lograr lo opuesto de lo que se deseaba en el Experimento de Minnesota.
En el Experimento, lo que se quiso establecer eran patrones de respuestas de los seres humanos, víctimas de la inanición forzada iguales, a las que los nazis sometieran algunas de sus mártires en los repugnantes campos de concentración.
La razón no era académica, sino que obedecía a la necesidad de concebir una estrategia para re-nutrir a los sobrevivientes de la atrocidad genocida del Tercer Reich, cuando la guerra concluyera.
Marino, representa una muestra de lo que queremos demostrar en esta lección inicial: El peso se gana y se pierde, pero no lo hace siguiendo patrones fiduciarios pre-establecidos. Los factores involucrados son de complejidades enormes y desafían la simpleza de: Come más y trabaja menos = gordura. Come menos, y trabaja más = flacura…
No importan lo que los "expertos" nos digan. (Véase mi artículo: El Sistema Fiduciario y de cómo Funciona, en Psikis y en monografías.com).
Aquí lo que queremos ilustrar hasta ahora es lo siguiente:
No ganen las 15 libritas, por Gustavo, "requeridas"
Pero si las ganan, no se pongan a dieta… Porque no las perderán.
Dejen que este año, la resolución de dietar sea una mucho más saludable: la de aprender a comer — como la Naturaleza dispuso.
Bibliografía
Suministrada por solicitud.
Nota:
Más de cien referencias entraron en la preparación de este artículo. Específicamente, Melvin Konner recomienda en página número 509 de su aclamado libro The Tangled Wing, uno que constituyó una de las piedras angulares para éste y varios de mis otros trabajos:
Así lo hace Konner:
"Félix Larocca"s collection, Eating Disorders (San Francisco: Jossey-Bass. 1986), remains a good, concise introduction to the clinical issues".
Gracias…
Autor:
Dr. Félix E. F. Larocca