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La neurociencia al rescate de nuestras vidas… y la envidia calumniosa

Enviado por Felix Larocca


    Monografias.com

    "…que si es verdad que el hígado,

    encierra en sí el amor.

    A ti te corresponde mi hepático clamor…"

    Con mucho humor y premonición acertada, un compañero de mis años de estudiante de medicina escribió esa oda a su Dulcinea — no del Toboso, sino del Cibao.

    Cuando nos enamoramos, las frases que usamos para expresar nuestros sentimientos románticos, son fogosas, apasionadas y llenas de emoción.

    Pero, en un reciente mitin científico de la Society for Neuroscience, un estudio de imaginería cerebral revela que desde los primeros momentos, cuando nuestra pasión comienza; este proceso fisiológico, involucra más aspectos de instinto e impulsos, que de motivación. De hecho, otro estudio, acerca de los aspectos íntimos del romance, encontró que el orgasmo comprende las mismas regiones cerebrales en los dos sexos.

    Para el primero de los dos estudios, siete hombres y 10 mujeres habían estado envueltos "con el amor de sus vidas" por un período que oscilara entre los 2 y los 10 meses. Los voluntarios describieron los mismos "síntomas" clásicos, ardientes y cegadores: obsesión continúa acerca de sus amados, insomnio, y sentimientos de euforia — cuando todo marchaba bien. En un instrumento de investigación, llamado La Escala del Amor Apasionado, que procura establecer la intensidad de este tipo de respuestas de los participantes: "Muchas veces mi cuerpo se estremece, con profunda emoción a la presencia de mi amado." Los enamorados ganaron puntos muy altos en la escala.

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    Los enamorados fueron, también, sometidos al examen de un escáner de resonancia magnética, donde los acaramelados vieran fotos de sus seres queridos alternando con fotos de otra persona familiar, pero neutralmente emocional.

    Regiones del cerebro que gobiernan motivación y recompensa se iluminaron a la vista de la imagen adorada, incluyendo asimismo partes del núcleo caudato y de la parte ventral del área tegmental. Los patrones cerebrales de respuestas eran similares para los dos sexos. Una de las áreas activadas en los hombres, que no lo fuera en la mujer, se conoce que está vinculada con la tumescencia del pene — lo que no nos viene como sorpresa.

    Los resultados difieren de los obtenidos en previos estudios del amor romántico. En los estudios anteriores, la imaginería de los cerebros fue conducida en parejas cuyas relaciones amorosas eran más duraderas (2 ó más años). La actividad registrada entonces era limitada a regiones que registran emociones, como la ínsula y el cingulado anterior.

    Todos los resultados son consistentes con el proceso evolutivo por la que transita la actividad cerebral, a medida que las relaciones románticas perduran.

    Otros estudios originados en Holanda, demostraron que, en un escáner emisor de positrones, se localizaron las áreas que se "encienden" en el cerebro cuando los hombres eyaculan.

    Nuestros avances hacia el entendimiento de las funciones de nuestros procesos biológicos continúan progresando a un ritmo acelerado.

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    Pero, ¿por qué deben los investigadores dedicar sus afanes a la elucidación de los mecanismos que son responsables por todas nuestras actividades, tanto físicas como emocionales?

    Las razones se pueden resumir en la siguiente sentencia: Porque nosotros somos diferentes.

    El ser humano, por su condición especial de tener que formar una unión estable para la supervivencia de sus descendientes, necesita que su cortejo y su decisión de pasar sus genes a otro ser humano, sea supeditada a fuerzas emocionales que anulan el juicio y la razón: "El amor es ciego."

    Pero, no olvidemos, estos comportamientos los comparten otros vertebrados. (Véanse los trabajos de K. Lorenz).

    Una vez que la "decisión" ha sido hecha, emociones destinadas a garantizar su estabilidad entran en el escenario emocional — entre las que predominan son los celos y la necesidad de proteger un territorio o dominio. (Véanse mis artículos al respecto en monografías.com).

    Los elementos físicos y mentales, que inflaman la llama de la pasión amorosa, son eminentemente culturales. Pero dos de entre ellos han acumulado la mayor atención: el seno de la mujer y el tamaño (relativamente) grande del órgano sexual del hombre, por contraste con el de otros primates.

    Porque podemos reproducirnos todo el tiempo, la urgencia sexual, para nosotros hacerlo, está presente asimismo todo el tiempo, durante la mayor parte del ciclo vital.

    Reconociendo el costo elevado de una preñez para la mujer de "las cavernas" ella se equipó con mecanismos y subterfugios que le permitirían evitar o estimular los deseos del hombre en ella interesada sexualmente. En este sentido, la mujer no es necesariamente ni tan "romántica" ni tan vulnerable a los "encantos del amor" como sucede con el hombre.

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    Porque la reproducción entonces, era una posibilidad constante y ominosa, la mujer tenía que hacer un análisis de lo que le esperaría si seleccionaba un compañero inadecuado para ser el padre de sus descendientes. El matrimonio se originó para validar esa unión y no — como muchos creen — para garantizar acceso a la relación sexual. (Véase mi publicación: El himeneo: ceremonia trivial… ¿o tribal?).

    La lógica de la libido

    Para poder responder de un modo especial a alguien a quien dotamos con características únicas. Un deseo (un apetito) compulsivo debe de despertarse — como necesidad ineludible. (Véanse mis contribuciones al asunto de la sexualidad y los trastornos del comer, en monografías.com).

    El problema con la libido, es que puede descarrilarse y alcanzar el derrotero morboso de la comilona, lo que, al final, altera nuestra circunferencia ventral por razones distintas — siendo lo peor que en esta circunstancia, ambos, mujeres y hombres pagan el mismo precio.

    En el amor, todo comienza a través de nuestros sentidos, aumentados por la acción de las feromonas y concluyendo con el romance y la reproducción.

    Nuestra especie está dotada con dos clases de hormonas sexuales. Una: se conoce como los esteroides, los cuales se producen principalmente en las gónadas, los ovarios y los testículos. Éstas son muy estables en su presencia en la sangre.

    La otra clase de hormonas se conocen con el nombre de polipéptidos. Éstas son manufacturadas en otras partes del cuerpo, principalmente en la glándula pituitaria. Este grupo de hormonas solamente se descargan cuando su acción específica es necesaria en condiciones especiales. Ellas son responsables por el ciclo menstrual, el embarazo, el parto y la lactación.

    Nuestros organismos están calibrados y adaptados por la Naturaleza para llevar a cambio sus misiones reproductivas sin poderlas evitar. Por esa misma razón, si nos detenemos a reflexionar; concluimos con que la condición del celibato es anti-natural (¿quizás?).

    Ahora hablemos de algo distinto, pero de interés

    La envidia: El Gigante Verde

    Cuando estamos enfermos envidiamos a los que rebosan salud, cuando nuestra pareja hace nos abruma nos fijamos en las que continúan siendo felices como el primer día y cuando padecemos problemas económicos envidiamos los que nadan en la abundancia — cuando envejecemos a los jóvenes, y cuando estamos tristes a los que llevan la sonrisa hasta en el sepulcro.

    Es la envidia, que nos atormenta desde la alborada de nuestra especie.

    Está en la mente, reside en nuestras conciencias; o en nuestro odio, cuando la conciencia nos falta. Se recuerda por toda la Biblia — oigamos a Salomón decirnos: "por medio de la envidia del diablo, la muerte entró en este mundo" (Is. 2:24). Para su pesadumbre, Freud la tergiversa cuando la consagra como dificultad de origen anatómico; produciendo aun más controversia, cuando la asocia con la ansiedad de ser castrado — por razones desconocidas, Adler, quien escribiera muy extensamente acerca de la inferioridad orgánica, logró escapar el escrutinio negativo que muchos — no todos — acordaran a Freud.

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    Envidia por Giotto

    Escuchemos lo que Adler nos enseña acerca de la inferioridad orgánica y de cómo en lugar de sucumbir a la envidia y a los sentimientos de odio que son sus convidados; algunos medran a pesar de sus incapacidades — tornándose ellos, como lo hiciera el famoso Demóstenes, en seres de emular sino de envidiar.

    Aquí nos "dirige la palabra", Alfred Adler:

    "Ser humano significa sentirse inferior a uno mismo. El niño viene al mundo como desvalida criaturita rodeada de adultos poderosos. El niño es motivado por sus sentimientos de inferioridad a luchar por grandes logros. Pero, cuando alcanza un nivel de excelencia, comienza de nuevo y trata más denodadamente por el logro de algo mejor — lo que representa la fuerza que impulsa la humanidad". (Véase: Study of Body Inferiority and its Physical Compensation por A. Adler).

    En fin… tendemos a valorar en los demás aquello que a nosotros nos falta, pero casi nunca nos ponemos a pensar en todo lo que tenemos. Ser realistas y confeccionar mentalmente un cuadro-diagnóstico certero de nuestra situación puede ayudarnos a no convertirnos en víctimas del catastrofismo o de la euforia. El bienestar emocional consiste en el equilibrio al que conduce conocer y asumir con serenidad y buen humor lo que somos y tenemos; y lo que aspiramos a ser y tener.

    La envidia más perniciosa es la que sentimos del hermano, del amigo, del compañero de estudios o de trabajo, y del vecino de al lado, no la que nos genera el éxito, el modus vivendi y el reconocimiento social de la modelo o artista de cine, el arquitecto, la empresaria, el jugador de béisbol o el intelectual. Y ello porque sabemos que quien tenemos cerca no es forzosamente más inteligente ni mejor profesional que nosotros, simplemente ha aprovechado mejor sus oportunidades. No se trata de ser conformistas y abandonar cualquier planteamiento ambicioso, sino de ser consecuentes y elaborar una valoración global sobre lo que somos y lo que aspiramos a ser. Y todo ello no con base en comparaciones, sino partiendo de nuestras propias percepciones, sentimientos y perspectivas del futuro.

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    ¿Quién cree ser?

    Lo peor de la envidia es que se acompaña de una frustrante impresión de que la vida pasa sin vivirla, inmersa en la monotonía o en un acontecer insatisfactorio carente de retos atractivos. Vemos a otras personas felices y ello acentúa la negativa percepción de nuestra vida y de nosotros mismos. Es frecuente que esta disposición de ánimo nos conduzca a evitar los contactos sociales, nos acerque al fracaso y produzca esa inseguridad tan característica que disfrazamos de apatía, conformismo y negatividad.

    O, en el caso del narcisismo a ser destructivos y chismosos. Porque la envidia, la mentira, el chisme y la calumnia son tetralogía maligna y cancerosa donde arraiga. (Véanse mis artículos acerca de los chismes y los chismosos).

    La inteligencia emocional se torna imprescindible para acertar en el diagnóstico de nuestra situación en la vida y para dar con el paquete de medidas que nos ayude a superar el veneno de la envidia y a articular las estrategias que nos acerquen a las metas previstas. Mirar al exterior y compararnos con quienes admiramos o envidiamos puede ser un buen estímulo — "¿por qué yo no puedo hacerlo mejor?" — siempre que lo hagamos positivamente, no con un espíritu de simple competencia, extrayendo del éxito ajeno conclusiones adaptables a nuestra manera de ser, nuestras capacidades y nuestras circunstancias personales.

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    Psicoanalista famoso, Harry Stack Sullivan definió la envidia como "un sentimiento de aguda incomodidad, determinada por el descubrimiento de que otro posee algo que nosotros creemos que deberíamos tener". El discurso del envidioso es repetitivo, invariable y compulsivo respecto de lo que envidia y de con quién compite.

    Pendiente de lo que tienen los demás, evita reconocer lo que tiene uno y nada o poco hacen para sacarle provecho. Su vida no gira sobre su realidad, sino sobre lo que desea conseguir y, en definitiva, sobre lo que echa de menos. La insatisfacción, la frustración y la rabia, le dominan y hacen que su vida le resulte poco grata. (Véanse mis ponencias acerca de Dino y el Narcisismo Patológico en monografías.com).

    Efectos colaterales de la envidia

    La envidia severa puede crear ansiedad, trastornos del apetito y del sueño y diversas alteraciones funcionales y neuróticas. Incide también en la actitud hacia la vida, moldeando unas formas de estar en relación con los otros que van desde convertirse en eterna víctima hasta la adopción de una postura defensiva que se traduce en modos irónicos, altaneros, fríos y distantes e incluso de menosprecio hacia los demás… Los afectados colocan al objeto de sus envidias en una posición de superioridad, a una distancia inalcanzable y sufren impotencia, agobio y sentimientos de inferioridad, junto con emociones de rabia e ira, que le mantendrán dependiente de la persona con quien compiten. En ocasiones, la envidia no se manifiesta hacia personas de nuestro entorno ni siquiera hacia individuos concretos que conocemos por los medios de comunicación, sino hacia estereotipos creados por la publicidad, la moda, el cine, las series que vemos en la pantalla pequeña… La estima social que merecen estos héroes de la ficción provoca la envidia de quienes se sienten poco valorados, que pierden su capacidad de análisis y de darse cuenta de que no envidian las virtudes o capacidades de ese modelo de persona sino el reconocimiento social y los honores que reciben.

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    Somos hermanas…

    Conocernos bien, potenciar y trabajar nuestras cualidades y ser conscientes de nuestras limitaciones es el mejor inicio para progresar. Una actuación exclusivamente competitiva genera una dependencia unidireccional hacia la persona envidiada. El envidioso se guarda muy bien, Incluso en su fuero interno, de reconocer que padece envidia. Pocas cosas hieren y descalifican más que decirle a alguien: "Tú lo que tienes es envidia" — especialmente si la envidia es dirigida hacia mí. Pero, ¿por qué niega siempre el envidioso su envidia? Porque denota un sentimiento de inferioridad que no admite, porque se siente incapaz de reconocer unas limitaciones que interpreta como signos de debilidad, porque no puede aceptar que su infelicidad no se debe a todo aquello de lo que carece sino a que no sabe valorar lo que tiene, y porque, pendiente de la vida de los demás no deja un intersticio para asumir la suya propia, con la que no quiere comprometerse por no asumir sus responsabilidades. Pero no criminalicemos al envidioso "oveja negra". En el fondo, casi todos sentimos envidia de algo o alguien en algún momento de nuestra vida. Es esa especie de sufrimiento (normalmente, secreto) que nos produce el éxito ajeno. Debemos aceptar la envidia como un sentimiento humano más, que sólo nos ha de preocupar cuando deriva en amarguras y perjudica nuestro equilibrio emocional. En casos extremos de sufrimiento, de celos patológicos, conviene acudir a un terapeuta. (Véanse mis artículos al último respecto en monografías.com).

    Cuando la envidia es poca

    Lo mejor para hacer frente a la envidia es no vivir pendientes de lo que no tenemos. Practiquemos la contemplación en su sentido más profundo, el deleite por lo que se tiene, el redescubrimiento gozoso de lo que nos rodea: las personas que queremos, la fauna y la flora, los paisajes, los pequeños objetos entrañables o los que nos hacen más cómoda la vida. También podemos convencernos de que, normalmente, nada perdemos cuando a otros les van bien sus asuntos. O darnos cuenta de que compararse con los demás casi siempre resulta estéril. Nuestro mejor punto de referencia somos nosotros mismos. Establezcamos metas en función de nuestras posibilidades, no de lo que otros han conseguido. Podemos considerar que hemos superado la envidia cuando nos alegramos del éxito merecido o la buena suerte de los demás.

    Para encarar la envidia:

    Estimular la empatía, la capacidad de ponernos en lugar del otro.

    Favorecer la confianza en uno mismo y en los demás, desarrollando expectativas y modelos positivos sobre las relaciones sociales.

    Disminuir las diferencias sociales y adquirir habilidades para elegir adecuadamente con quién, cómo y cuándo compararse.

    Valorar correctamente nuestra capacidad, sin infravalorarnos ni sobre valorarnos.

    Colaborar y compartir, es un buen medio para dotarnos de la pericia que requiere resolver los conflictos que causan envidia.

    Acostumbrarse a centrar la atención en los aspectos más positivos de la realidad, no siempre en los negativos.

    Descontar el éxito propio no planteando que es excepcional.

    Interpretar nuestro progreso personal mediante la comparación con nuestras competencias y habilidades, no con las de otros.

    En resumen

    La envidia se origina en el medio donde creciéramos y es tan normal como son la competencia y el celo entre hermanos. Sin embargo, permanecer y vivir por siempre envidiosos es la trayectoria y el destino que recorren las personas pusilánimes en sus vidas — las personas que rehúsan hacer el esfuerzo requerido para mejorarse a sí mismas — para ellas es para quienes la codicia del político, la perfidia del banquero y la duplicidad del chismoso están reservadas.

    A ellas Dante signa lugares selectos en su Inferno.

    Bibliografía

    Suministrada por solicitud.

     

     

    Autor:

    Dr. Félix E. F. Laroccaedu.red