Descargar

Miedos existenciales…

Enviado por Felix Larocca


  1. Los hábitos o patrones de conducta
  2. La crisis en el cambio de etapa
  3. Cómo planear el futuro
  4. La autonomía y la responsabilidad se adquieren desde la infancia
  5. El miedo a las obligaciones y a perder la dependencia
  6. El por qué del miedo
  7. Educar para la autonomía y la responsabilidad
  8. En resumen
  9. Bibliografía

"El Síndrome de Dorian Gray se aplica a un conjunto de síntomas de origen sociocultural que se caracteriza por la preocupación excesiva de muchos individuos con su apariencia personal distorsionada (dismorfofobia). La última se refiere al miedo extremo de sufrir deformidad física alguna. Acompañado por dificultades en la conformidad con el proceso del envejecimiento natural, y de aceptar asimismo, las demandas del desarrollo que resultan en la madurez emocional. FEFL en El Síndrome de Dorian Gray y el Trastorno Dismórfico Corporal (TDC).Las transformaciones físicas y vitales que se producen a lo largo de los años pueden asumirse con naturalidad y sin angustia.

edu.red

Pasajes…

Es curioso observar cómo a lo largo de la vida los cambios en nuestra forma de ser se producen sin apenas darnos cuenta. Modificamos el carácter como reacción a determinados acontecimientos y no como resultado de una planificación voluntaria. Se vive, pero se revisa poco la vida, tal vez llevados por la creencia errónea de que la personalidad no cambia. "Uno o una es así, y así es", suele decirse. Sin embargo, se puede cambiar para mejorar uno mismo y para mejorar las relaciones con los otros. En definitiva, se pueden revisar los patrones de conducta y conformar el carácter más cercano al gusto propio.

Además, se quiera o no, en el propio crecimiento personal aparecen necesidades que antes no existían, y esto impulsa a la persona a efectuar modificaciones en su manera de vivir. Esta necesidad se conoce como crisis, una idea a la que se le asigna de manera habitual un significado negativo porque define una fase en la que la persona experimenta un nivel de angustia mayor de lo normal.

Para superarlo, y asumirlo, hay que entender que el cambio es natural, y también lo son la incertidumbre y el miedo que trae parejos, porque implican el paso de un estado conocido a otro desconocido, de unos hábitos a otros.

Los hábitos o patrones de conducta

Los hábitos se desarrollan a medida que vivimos y establecen las formas predeterminadas de actuar en una situación. Esto es así porque tendemos a repetir las conductas que en ocasiones anteriores nos han dado buenos resultados o, por lo menos, nos permiten conocer con certeza qué vamos a obtener. En la conformación de esas pautas de comportamiento estamos influidos por las características de nuestra personalidad. Por tanto, en cierta medida, seguimos el dictado de una tendencia innata e involuntaria. Pero sólo en cierta medida, debido a que con el paso del tiempo las conductas se arraigan a fuerza de ejercitarlas.

edu.rededu.red

Rompiendo hábitos

Por eso conviene revisarlas y, si fuera necesario, reformarlas. No siempre resulta fácil, pero a veces no queda más remedio, sobre todo si queremos librarnos de lo que representa un obstáculo para hacer real la posibilidad de ser más felices. No en vano, la motivación para afrontar una situación es siempre satisfacer alguna necesidad.

Las necesidades de las personas van transformándose a medida que van recorriendo las etapas del desarrollo personal, que no siempre se corresponden con los cambios físicos que experimenta el cuerpo, pero sí con la llegada de una nueva etapa en la que se presentan nuevas exigencias. Esa ansiedad ante los efectos del paso del tiempo y los cambios personales ha dado lugar al conocido concepto de las "crisis de la vida". En un principio, se habló de la crisis de la mitad de la vida, que se situaba en torno a los 40 años, pero esta idea se ha expandido hasta abarcar varias "crisis" que marcan el paso de una etapa de desarrollo a otra. No importa cuál sea la edad que se tenga. Cuando toca crecer, toca.

La crisis en el cambio de etapa

A la idea de crisis se le asigna siempre un significado negativo con el que se da a entender que es una fase en la que la persona experimenta un nivel de angustia mayor de lo acostumbrado.

Esto es natural, dado que implica el paso de un estado conocido a otro desconocido, y la incertidumbre que esto genera produce un aumento de inseguridad. Sin embargo, ese temor a lo desconocido no puede conducir a la negación de llevar a cabo los cambios que el desarrollo personal exige, porque si así ocurre, se ejerce una violencia contra uno mismo.

Esta situación violenta resulta además gratuita, puesto que por más que se intente, nunca se va a poder volver al estado en que se encontraba antes.

Crisis existencial

Otro factor que contribuye a empeorar las cosas es que todas las personas no maduren ni se desarrollen al mismo tiempo. Por causas genéticas y ambientales, cada persona tiene su ritmo y está lista para pasar de una etapa a otra de su vida en un momento determinado, que no tiene por qué coincidir con el de las personas que le rodean. Puede ocurrir que cuando se están sintiendo nuevas necesidades y avizorando nuevos horizontes, los amigos o la pareja no entiendan qué es lo que está pasando, porque para ellos ese momento todavía no ha llegado.

Cómo planear el futuro

Para poder cambiar nuestra situación tenemos que transformar nuestra conducta, y es preciso ser sincero con uno mismo para variar el rumbo. Podemos imaginar que se vacía la mochila con la que cargamos en el caminar de la vida, se quita aquello que pesa pero que no es necesario, y así se puede seguir caminando y se puede llenar de nuevo. Aprovechar las crisis significa revisar la vida:

  • Cuando se trata de cambiar hábitos, es necesario distinguir entre lo que constituye parte de la estructura de nuestra personalidad (y, por lo tanto, difícilmente modificable) y lo que sí se puede cambiar.

  • Quitar costumbres, vicios o manías siempre resulta penoso porque son conductas que se han incrustado de manera importante en nuestra manera de ser. Pero el esfuerzo del cambio siempre merece la pena.

  • Seamos conscientes de que mientras no se produzcan los cambios, nos seguirán ocurriendo las misma cosas que hasta ahora nos atemorizan.

  • Uno de los factores más importantes para poder asumir la transformación es la sinceridad con uno mismo. Tiene que llegar un momento en que dejemos de lado la tendencia a auto engañarnos para no complicarnos la vida.

  • Es preciso analizar cada una de las creencias que se han ido instalando en nuestra vida y determinar cuáles nos favorecen o perjudican.

edu.red

Escribiendo en la arena: Planeando el futuro

Es importante considerar la oportunidad de que otras personas -puede que profesionales- intervengan ayudándome en los procesos de cambio, no tanto dándonos consejos, sino ofreciéndose a ser espejos de nuestra propia persona para que cada uno se pueda examinar con mayor detenimiento para poder juzgar y actuar con más acierto.

En resumen

Para vivir, para envejecer y para lograr la felicidad, hay que realizar que con la vida hay que cambiar.

La autonomía y la responsabilidad se adquieren desde la infancia

Los jóvenes de hoy (una tercera parte de quienes tienen 30 años viven todavía en casa de sus progenitores) se lo piensan mucho antes de irse del hogar familiar. Mientras que, todos en general, le damos mil vueltas a la cabeza antes de suscribir cualquier compromiso que suponga una atadura: haciendo gestiones para comprar una vivienda, consolidar una relación sentimental, tener hijos, cambiar de lugar de residencia para acceder a un nuevo puesto de trabajo, iniciar una carrera…

Este mundo de comodidades y seguridad en que vivimos nos ha hecho conservadores, recelosos ante el futuro; y dubitativos, introspectivos transformándonos en personas inseguras y desconfiadas. Buena parte de esta situación se debe a la educación protectora y permisiva que los padres de las últimas generaciones han proporcionado a sus hijos. Esa sensación de bienestar, a cambio de casi nada y con tan pocos límites u obligaciones, actúa como freno ante lo nuevo, al aumentar el nivel de ansiedad y miedo ante las incertidumbres que la vida a todo el mundo nos plantea.

Omnipotencia pueril

Sin duda, hay barreras objetivas ante el cambio, porque significa trabajo y esfuerzo, algo en que los hijos que fueron consentidos no osan pensar.

Pero hace sólo cuatro décadas, ni se vivía tan cómodamente ni la gente exigía que le dieran tanto tiempo para encontrarse a sí misma, para definir sus preferencias y para decidir en su propio estilo de vida.

Había que echar "p"alante", y eso era todo. Ahora eso ha cambiado.

Crear una familia o irse de casa de los padres supone renuncias importantes, que pueden verse compensadas una vez realizado el cambio; pero que hacen que la gente lo piense mucho si es que algún día tomarán la decisión. De ahí origina el síndrome de Peter Pan.

El miedo a las obligaciones y a perder la dependencia

Los problemas acostumbran a surgir incluso antes de que se llegue a la convivencia de la pareja: empieza a plantearse si es "el momento adecuado", si se está "preparado para dar un paso tan importante", si "no nos estaremos precipitando". La vida en pareja entraña el riesgo al fracaso amoroso, además de un compromiso, una comunidad de objetivos, una necesidad de tolerancia, comprensión, cariño y atención permanente al otro, una mecánica de concesiones mutuas, una pérdida de libertad individual en la medida que deben alcanzarse consensos. Una decisión al trabajo y al ganarse la vida juntamente. En suma, un conjunto de cambios que si se realizan espontáneamente y sin gran cálculo conducirán a nuevas circunstancias que iremos sobrellevando como mejor podamos, unas veces con optimismo y otras con la resignación y madurez de quien ha modificado su vida y asume las repercusiones de sus actos. Pero, cuando ante la expectativa del cambio, nos planteamos una y mil veces si no será más lo que perdemos que lo que ganamos y puede más el temor al fracaso que la expectativa ante lo bueno, tenemos un problema.

Después de todo: No fue ¿tan buen papá?…

El premio

La recompensa de arriesgarse a crecer y a ser maduro, es que conforme se va madurando, muchos tienden a ser más realistas, comprensivos y generosos con los demás. Al conocernos mejor y al estar más familiarizados con los recovecos y limitaciones nuestras, nos mostramos más tolerantes y abiertos. Pero es trabajo, y a muchos, no les gusta esa palabra.

El por qué del miedo

Algunos jóvenes manifiestan miedo al compromiso con otras personas e, incluso, al compromiso con su propia autonomía. Temor a responsabilizarse, a vivir con independencia territorial y emocional respecto a sus padres. Miedo, en suma, a hacerse cargo de sí mismos, a ser responsables de sus actos, decisiones, de ganarse la vida independientemente y de tener opiniones. El miedo revela normalmente una desproporción entre la dimensión de lo que tenemos que afrontar y los recursos con que contamos para ello. Porque no es suficiente disponer de esos recursos, hemos de ser conscientes de nuestra capacidad y para hacerlo es indispensable ponerla en práctica. Aquí está el alma de la cuestión. Los padres han protegido tanto a sus hijos, han querido allanarles tanto el camino, que no han hecho sino poner barreras insuperables a su evolución. Han olvidado que valerse por uno mismo y dotarse de la capacidad de afrontar las dudas, los problemas y las dificultades, sólo se aprende desde una autonomía de opinión y de acción, que debe irse construyendo libremente, y con el transcurso de los años.

Los jóvenes han de ir generando sus propios recursos, experimentando sus capacidades y comprobando que los errores son oportunidades de aprendizaje para crear respuestas más eficaces y adecuadas. Un joven que ignora sus capacidades tenderá a ser inseguro y temeroso, a manifestar dependencia de las personas que le han ayudado y nunca aprenderán a resolver sus problemas.

Una cosa es ayudar a los hijos y otra, bien distinta, realizar tareas y adoptar decisiones que les corresponden a ellos. El efecto de esta equivocada actitud es evidente: no se emanciparán, tardarán más en madurar y en asumir las competencias que les corresponden, e incluso podrían aferrarse a esa niñez utópica y tóxica (prolongada inconscientemente por los padres) tan indolente y exenta de responsabilidades.

Dependencia hostil

Nunca serán independientes y sufrirán de dependencias hostiles.

Al final, se obstaculizará el difícil camino hacia la autonomía como seres pensantes, libres y responsables. Creándoseles un alto nivel de expectaciones obligadas de los demás y una tendencia a la vida fácil y sin responsabilidades, lo que propicia una escasa tolerancia al fracaso, un miedo a la disciplina y un pavor al esfuerzo.

¡Qué triste!

Educar para la autonomía y la responsabilidad

La principal misión de los padres es ayudar y acompañar a los hijos a que se conviertan en personas autónomas y responsables. Dejándolos solos cuando esto se logra.

  • Los padres son educadores, nunca amigos con los que lo fundamental es que nos acepten. Los padres son preceptores que enseñan la Realidad, aunque ésta duela.

  • La educación es una inversión a largo plazo en la que nunca se deja de hacer progreso, y que exige a los padres reflexión, disciplina, constancia, esfuerzo, paciencia y firmeza.

  • La aplicación cotidiana de una correcta estrategia educativa puede generar enfrentamientos entre padres e hijos que hay que saber conducir, sin flaquear ante ellos.

  • Los padres que adoptan decisiones que corresponde tomar a sus hijos y que les resuelven todos sus problemas, generan en los jóvenes un déficit de autoestima y una falta de capacidad para afrontar los retos de la vida. Aunque no lo crean, esos son malos padres.

  • Educar para que los hijos no muestren miedo ante las obligaciones y los compromisos es una tarea incómoda, desagradecida y difícil. Las recetas no existen, hay que atender a las peculiaridades de cada hijo. Pero hay que darles libertad espiritual e independencia financiera y final. Hay que dejarlos solos, aunque nos duela — es la ley de la vida.

  • Dejando a salvo valores innegociables (como el respeto, la solidaridad y la responsabilidad), la actitud más adecuada de los padres es la que resulta activa, próxima, abierta, vigilante y respetuosa.

  • Dos ejemplos de buena conducta educativa: dejar al niño de pocos meses llorar por la noche no permitiéndole dormir en la cama de sus padres, y "obligar" a los hijos a que, antes de solicitar consejo, reflexionen sobre las decisiones que más directamente les afectan.

Y… ¿qué pasó aquí?

En resumen

Con cada paciente que visita al psiquiatra infantil, llega, por lo menos una madre, que se culpa a sí misma por los problemas del niño.

De ser esto cierto, la culpa pertenecería a generaciones anteriores, ya que la culpa de esta madre sería la culpa de su madre, y la de ésta, la de la propia; ad infinitum — llevándolo a lo absurdo.

La culpa de los padres es la de tratar de vivir la vida de sus hijos para que ellos los quieran.

El ejemplo del Nuevo Testamento es elocuente; cuando vemos el testimonio de un Dios que es crucificado, por la voluntad de su Padre Todopoderoso, para poder entrar en su Gloria…

Fin de la lección.

Bibliografía

  • Larocca, FEF: El Síndrome de Dorian Gray y el Trastorno Dismórfico Corporal (TDC) en monografías.com

  • Larocca, FEF: Crisis Existencial en monografías.com

  • Larocca, FEF: El Sueño de Ruth: The Man that Wasn"t There en monografías.com

edu.red

El juego de ajedrez por Pieter Van Huys

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F. Larocca