- Globalidad y neoliberalismo
- Planificar para humanizar
- Subdesarrollo y pobreza
- Dilema cultural
- Dilema político
- Reto demográfico
- Dilema económico
- Actividades rurales
- Actividades urbanas
- Ciudades, infraestructura y energía
- Bibliografía
Caso de México
Introducción
Actitud frente al cambio
El 30 de noviembre de 1999 marca un hito en el devenir de la humanidad: nutrido grupo de activistas se congrega frente al local donde sesionaría la Organización Mundial de Comercio (OMC), en Seattle, EUA. Fue señal de que había madurado el movimiento de protesta contra globalización y neoliberalismo, por atribuirles que exacerban desempleo, concentración de la riqueza y miseria. Se le denomina globalifobia. A partir de entonces brotan expresiones semejantes doquiera que se celebran reuniones internacionales. Sus miembros piden que se modifique el mundo y se nombran altermundistas.
Globalización es el proceso que enlaza las economías del planeta. Incide en los campos cultural, político, social, tecnológico, físico e institucional. Desemboca en un estado de globalidad, contexto de este ensayo.
Neoliberalismo es versión actualizada del liberalismo económico que floreció en siglo 19°. Sustituye el régimen de intervención estatal y proteccionismo, imperante en buena parte del orbe durante largo trecho de siglo 20°. Sus rasgos son: preponderancia de inversión privada, mercados abiertos, intenso comercio, movimiento veleidoso de capital, internacionalización de cadenas productivas y hegemonía del sector terciario de producción: los servicios.
El nuevo orden proyecta un claroscuro: ilumina a ciertos grupos humanos y hunde a la mayoría en densas oscuridades. Ostenta una cara benévola, que favorece a la porción próspera del orbe. Su rostro perverso, en cambio, castiga la penuria de recursos, talento, eficiencia y competitividad; profundiza el subdesarrollo; se ensaña con los no agraciados, y acentúa disparidades entre países y personas.
Empero, es lo que hay. Es iluso propugnar acerca de lo que debiere haber o lo que sería deseable, cuya consecución requeriría poderes divinos o pases mágicos, que escapan a la ciencia. No es factible optar entre un esquema fantástico o el de verdad. Reconocerlo no equivale a aceptar un dogma o tener fe en él; es admitir la realidad. Cierto que beneficia a un conjunto privilegiado de naciones e individuos; pero no es atribuible sólo al funcionamiento libre de mercados, sino a múltiples factores, culturales, políticos, institucionales, físicos y otros. Lo prudente es comprender la realidad, estudiar sus antecedentes, transigir y adaptarse a sus reglas para eludir amenazas y aprovechar oportunidades.
Vivimos en plena transición dialéctica de una época a la siguiente. Lo observado antes del globalismo es la tesis. En los setentas y ochentas se presenta la antítesis. La síntesis se halla en marcha.
El trance obliga a revisar la situación planetaria, con la certeza de que la humanidad se encuentra en serias dificultades, pues las divergencias sociales son excesivas, injustas y significan riesgo latente de convulsión. Es asunto de antropología económica, a la cual compete indagar cómo se organiza el hombre para realizar la asignación más conveniente de recursos, dentro de los linderos fijados por medio físico, población, cultura, economía, tecnología y planta productiva.
La cuestión nodal es ¿qué se puede hacer para corregir los efectos malignos de la globalidad neoliberal y extender y dispersar sus virtudes con equidad?
Para abordarla parto de tres axiomas: el mundo y sus habitantes forman un sistema extremadamente complejo; debe planificarse, y hay que hacerlo con criterio realista y global, en pos de que imperen tranquilidad espiritual, estabilidad política, equilibrio social, desarrollo económico e integridad y hospitalidad del medio ambiente.
A partir de estas premisas propongo instaurar globalidad humanizada, reconstruida sobre la actual y sustentada en la ética; emprender un esfuerzo constante de perfeccionamiento de las relaciones humanas, fincado en el significado de humanismo, entendido como percibir y respetar los valores inmersos en la naturaleza humana y hacerse solidario de ellos, lo cual conlleva eliminar contradicciones socioeconómicas y procurar que el máximo alcanzable de personas accedan a situación de bienestar… y más allá: de bienser: situación permanente de calidad de vida digna, aspiración legítima de todos.
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