Sobre el populismo actual
Al referirse al populismo pudiera ser conveniente tener en cuenta que el término, hoy de moda, aplicado casi en exclusividad al asunto político, no sólo tendría que utilizarse en este campo, sino que convendría hacerlo extensivo sin ambigüedades a buena parte de las relaciones de convivencia y en especial al ámbito del mercado en general, donde se ha mantenido reservado. El argumento es que si por populismo se entiende tomar al pueblo como bandera, y cuando se ofertan productos con la marca pueblo resulta que gozan de especial consideración por parte de los consumidores, lo que facilita su venta, resulta ser una pieza de marketing fundamental puesto que enlaza con el sentimiento de colectividad. El hecho es que populismo representa todo aquel entramado dispuesto para ganar la voluntad del mayor número posible de personas ubicadas en el territorio de un Estado, rotuladas como pueblo, para obtener, desde la masa, rentabilidad de cualquier naturaleza en el negocio que alguien promueve. Por tanto, este término no parece ser exclusivo de la política como representativo de la finalidad directa o indirecta de un sujeto o de un grupo dirigida a obtener beneficios para su causa, acudiendo a un instrumental de persuasión utilizado para orientar la voluntad de los individuos de las masas a que empaticen con sus pretensiones, ya sea adhiriéndose a ellas o simplemente adquiriendo los productos que oferta. La idea de populismo ya estaba ahí, generalizada, unida a la sociedad de consumo capitalista, y en lo sustancial la explota el capitalismo a través de sus empresas para incrementar las ventas.
Aunque se trata de un populismo latente en la sociedad, moviéndose entre la demagogia tradicional y el moderno marketing, puede llegar a citarse algún ejemplo de ese aspecto metapolítico del término que, aunque no aparezca convencionalmente definido, permite avanzar la idea soporte basada en el mercantilismo que domina la sociedad de masas, del que obtienen provecho los más avezados. Y así, en el ámbito de la estética comercial, se ha llegado a emplear abiertamente la expresión populismo estético, como hace Jameson para referirse a la trivialización del arte, con referencia al deterioro de lo selecto, al objeto de comerciar argumentalmente con la emoción estética provocada a nivel masivo. En parecidos términos, la llamada industria cultural, en el caso de Adorno, pone en evidencia la mercantilización de toda la existencia en las sociedades avanzadas para llegar a todos con la finalidad de vender mercancías como un hecho inevitablemente unido a la existencia. El espíritu mercantil de captación de masas ha desembocado en la sociedad del espectáculo de Debort, exponente avanzado del protagonismo de unas masas, simplemente utilizadas por el sistema capitalista, para quienes la mercancía es el eje de la vida social. La propia sociedad del momento no es más que el resultado del desarrollo de esa sociedad creada por la demanda implícita en el gran mercado derivado de los sucesivos procesos de industrialización capitalista cuya producción está destinada a ser absorbida por los consumidores. Así pues, aunque encubierta la expresión, el populismo o seducción con fines comerciales del pueblo, utilizando el término pueblo, parece ser anejo a la propia esencia de la sociedad capitalista.
Puesto que el populismo juega un excelente papel comercial, conforme se desprende de la mercadotecnia, su paso al mercado político, mejorando la demagogia, quedaba abierto. Políticamente, si al amparo de la sociedad de consumo de masas comenzó a hablarse de aquella inconsistente democracia de masas, la política estaba llamada a entrar de lleno en la dinámica del mercado y por ello el populismo y sus prácticas resultaban inevitables. Los antiguos modelos aportados por el populismo latino-americano han venido a ser la avanzadilla de un populismo que, aunque basado inicialmente en el subdesarrollo, ha dado paso a otro abierto a las democracias representativas avanzadas, característica de las sociedades ricas. De manera que el populismo en sus justos términos, dado que trata de vender proyectos para gobernar al pueblo como mercancía, se encuentra presente en toda actividad política, ahora más allá de la distinción países ricos y pobres, políticamente avanzados o simplemente retrasados.
Si durante siglos la política vino siendo la expresión del ejercicio del poder que descansa en la fuerza física, las reglas cambian desde que el capitalismo se consolida como fuerza dominante a partir del referente económico. La consecuencia inmediata es que, desde los principios de la ideología del capitalismo, el poder debe ser ejercido conforme al modelo político de un nuevo sistema, que aquel se propone establecer. En primer término, regido por reglas jurídicas formales. En segundo, se trata de diseñar un poder oficializado, no necesariamente coincidente con el poder real, pero sí sometido a su control. Y en tercero, aunque sea indirectamente, se da entrada a las masas, en reconocimiento de su condición de fuerza real y soporte de cualquier fuerza menor dominante. Desde tales planteamientos el hasta entonces poder tradicional resulta considerablemente afectado. El sometimiento del ejercicio del poder a reglas formalmente preestablecidas en el marco organizativo de un Estado implica un principio de racionalidad, dispuesto para superar creencias, mitos y leyendas auspiciadas por la tradición.
Acaso pueda encontrase un precedente del cambio burgués en la razón de Estado -aunque Maquiavelo no pensara tanto en una conexión con lo racional objetivamente considerado, como en el interés del poderoso por conservar el poder-, pese a que esta, dominada por la racionalidad personal en la que se soporta en sus orígenes, no sea plenamente extrapolable. Después, al amparo de la Ilustración, la tendencia es imponer el principio racional objetivo -la voluntad general rousseauniana- por encima de la voluntad personal del poderoso.
En definitiva viene a ser un paso, avanzando en la civilización, dirigido a superar el principio de la fuerza física como determinante del poder, tendente a poner en valor el papel de las masas. El establecimiento de la formalidad de la regla como principio, supone la ruptura con la voluntad personal, para pasar a hacerla depender de la objetividad. Enlazar con esta última es también descender la vista a lo común y guiarse por la realidad de la existencia. Esta se mueve a tenor de las necesidades y la satisfacción de las mismas. En cuanto a las primeras, hay que poner la vista en las masas como expresión de generalidad. La segunda, busca un sentido utilitario para el capitalismo como encargado de procurar atenderlas. Tales consideraciones sin duda tienen que incidir en la política.
Aunque el poder poder real reside en las masas, siempre ha habido un poder minoritario dominante, y es este el que establece el modelo de racionalidad que se impone en cada momento. Con el triunfo de la revolución burguesa se desdobla la manifestación de ese poder, siempre soportado en algún tipo de fuerza, fijando un orden oficial y otro real. El primero, lo deposita en el Estado, regulado en su funcionamiento por el Derecho y entregado a sus normas, que son el resultado de una síntesis de determinaciones de ciudadanos, políticos y burgueses. El otro, es el derivado de las respuestas a las necesidades de las masas, debidamente encauzadas por quien detenta esa fuerza minoritaria real capaz de conducir el poder oficial.
Al ser regulado por normas jurídicas, el poder oficial queda encasillado en el terreno de lo formal, dependiendo en su funcionamiento de quien ejerce la titularidad de las instituciones. Como señaló Foucault, el poder no se tiene sino que se ejerce, con lo que los ejercientes no son el poder mismo, sino los que disponen legalmente de un poder sometido a la norma.
El poder real reside en el sistema que controla el capitalismo como fuerza dominante. Pero, ¿quién está destinado a ejercer este poder oficial?. Pese a no intervenir directamente en el funcionamiento del poder, masas y capitalismo acaban siendo árbitros de la situación, con lo que serán los determinantes. Unas, desde el método de la democracia representativa y, el otro, partiendo de su capacidad para atender a las realidades existenciales base de una fuerza real. Por tanto, los ejercientes son aquellos que postulándose como tales en su condición de miembros de la clase política, son tolerados por las masas, se mueven en los términos establecidos por el capitalismo y de conformidad con el ordenamiento jurídico
El ejercicio del poder conforme a normas jurídicas se desarrolla en forma de política. Es un proceso limitado por mandatos objetivos en el que los sujetos que la practican deben renunciar a buena parte de su voluntad personal para tratar de conectar con la voluntad general. Habida cuenta de que es el cauce de manifestación externo de lo político, tiene que moverse entre el Derecho y la democracia representativa -la norma y las masas-.
Los corsés que afectan a la política con el Estado de Derecho capitalista limitan su capacidad de maniobra, pero aun así trata de moverse con cierta libertad.
El instrumento para la movilidad es la manipulación de las masas. Definidas en términos de pueblo, la actividad política gira en torno a la práctica del culto al pueblo. Una especie de ídolo al que adoran políticos y ciudadanos. Afectando a los habitantes de un determinado lugar, generalmente amparado por un Estado, donde permanece latente la ficción de un país identificado culturalmente, sirve de elemento de identidad colectiva. Mientras que por otra parte, el pueblo pasa a ser el nuevo eje de la política.
Lo populista es todo aquello dispuesto para vender lo relativo al pueblo, sin embargo hoy ha desembocado en populismo, es decir, manipulación del pueblo en términos políticos. Instrumento utilizado por los partidos, tomando como referencia una ideología de tapadera, que sirve para amparar sus actuaciones comerciales en ese panorama de la lucha por el poder. La suavidad inicial del proyecto, lo que en la política comienza como persuasión, despertando y conduciendo el pensamiento y la acción colectiva en una determinada dirección, desemboca en manipulación. Ahora el ejercicio político consiste en tratar de abrir los ojos al electorado, desviando la mirada en una dirección excluyente, para que reflexione sobre cuestiones que de otra forma pasaría por alto, pero conduciendo su pensamiento para guiarlo en la dirección que conviene a los intereses de determinada política. El proceso se ofrece abierto, sin embargo está condicionado por motivos ocultos, y ese engaño en cuanto a los medios afecta a los fines. Lo que incluso acaba por superar al propio convencimiento personal para desembocar en coacción psicológica. El populismo es simple manipulación de los ciudadanos echando mano del sentimiento de comunidad, asociado a la idea de pueblo, con fines arteros.
Para una sociedad que se tenga por minimanente civilizada, el populismo ya no es tanto necesidad para justificar situaciones de hecho como legítimas, sino exigencia de la democracia representativa, ya que el juego democrático no sería viable sin aquel. De ahí que carezca de justificación otorgarle ese sentido peyorativo dominante con que el populismo oficial -asido al ejercicio del poder- le etiqueta, atribuyendo exclusivamente la condición de populistas las prácticas políticas de sus compañeros de viaje. Quizá ese sentido desfavorable de los populismos extremos -en expectativa de acceder al ejercicio del poder, ya sea por la derecha o por la izquierda– dentro del espectro político venga motivado porque la distancia que su proyecto ideológico mantiene con la realidad se presenta considerable o sus formas no se atienen a la estética convencional.
El populismo oficial ignorando su condición populista -merced a la cual el partido que lo representa ha accedido al ejercicio del poder- en lo que a él le afecta, entiende que a los otros hay que calificarlos de populistas en sentido de degradante, con la baldía pretensión de desautorizarlos en sus aspiraciones políticas. Este otro populismo del partido que copa las instituciones estatales con sus fieles para ejercer el poder, juega con ventaja política, ya que al contar con el monopolio de la violencia, derivado del sistema de legalidad dominante, y el control de la propaganda, impone su realidad sobre la utopía, mientras que cualquiera de los adversarios se constriñe al marco de su propia utopía sin proyección real enérgica.
En cuanto a la referencia estética, impuesta por el sentido de proximidad a lo común, aunque guardando las distancias, el populismo extremo tiene que apoyarse a veces en lo esperpéntico para atraer la atención de los ciudadanos y tratar de darse a conocer como uno de los suyos. Lo que prospera en unos casos, determinando tomas diversas de posición. A menudo se aproxima al ridículo político, tanto para el observador objetivo como para el oficial, a quien le sirve como argumento de atracción al reforzar su condición de autoridad única y la vigencia de su misión paternalista. Pero bajo ese posicionamiento de cercanía, siempre está presente una realidad de fondo que afecta a la política -definida como cauce de lo político-, se trata de que nunca se supera la distinción elite y masas.
El populismo ejercido por los distintos partidos en la lucha por el poder sólo puede circular en el terreno de la apariencia. Si la primera de las apariencias viene con el populismo oficial que dice no ser populista, las otras se mueven reforzando su proyecto populista. Lo más significativo se aprecia del lado de las izquierdas. Por ejemplo, declararse antipolítico cuando el populismo es propio de la política o rechazar la profesionalidad de la política cuando sus líderes son políticos de casta o decir entregarse al diálogo con las bases -aunque hablar de bases ya conlleva distinción-, cuando este sólo consiste en un contrato de adhesión en el que o se aceptan las condiciones establecidas por los dirigentes o se quedan fuera, pasan a ser reflejo de lo que en realidad ofrece este modelo de populismo. En cuanto a los nacionalismos populistas, simplemente permanecen desconectados de la realidad global, con lo que su nación no es más que un intento por tratar de resucitar el protagonismo de los herederos de las viejas elites guerreras.
Hay coincidencia dentro de los populismo en defender el antielitismo o culpar de todos los males al capitalismo. Sin embargo se mueven en una sociedad regida por las normas del capitalismo, sin posibilidad de escape.
Asimismo, hasta las de tendencia de izquierdas resultan ser elitistas. Ya que a lo que todo populismo aspira con sus manejos dirigidos a utilizar el pueblo es a un simple cambio de elites y no a recuperar la igualdad de lo común. Cumpliéndose los pronósticos de Pareto, resulta que al final las elites siempre son las mismas. Ninguno prescinde de sus líderes, y este es el primer paso hacia el elitismo. El engaño del populismo precisamente reside en mantener ese posicionamiento de enfrentamiento oculto con las masas mostrando externamente apariencia de proximidad, al objeto de provocar empatía en un proceso de falsa identificación con lo común, ya que tiene la mirada puesta en su propia minoría selecta para cuando acceda al poder. Son los más aventajados de ese grupo exclusivo, que acaba definiéndose como partido porque ahí reside el negocio de la política, los que aspiran a través de la manipulación populista -la que maneja al pueblo para forzar adheridos a su causa- a ser legitimados por las masas en el papel de elites. Unos lo consiguen, como en el caso del populismo oficial, mientras la derecha y la izquierda permanecen a la expectativa, esperando la oportunidad de que sus líderes y la elite del partido tome el control de las instituciones estatales para ejercer el poder cuando el pueblo haya sido ganado para su causa.
En su formato actual, el populismo político, inspirado en el populismo de mercado, viene siendo utilizado por los partidos, cualquiera que sea su tendencia ideológica como instrumento para conseguir votos en los procesos electorales haciendo promesas seductoras a los votantes, en ocasiones sin entrar a considerar, de una y otra parte, la viabilidad de las mismas. Tal práctica está determinada como exigencia, impuesta por la democracia representativa, en el juego de la lucha entre partidos por acceder al control de las instituciones estatales. Algunos de esos partidos pueden considerarse plenamente populistas, porque viven de utopías desfasadas que tratan de adaptar a la realidad presente, pero sus posibilidades de realizarlas y de acceder al poder son remotas. Otros, también conscientes de su condición populista, se mueven más cercanos a la problemática social ofreciendo soluciones políticas más realistas, en parte posibles, presentándose ante los electores como la alternativa de cambio. Por último, los que llegan a ejercer el poder renuncian de su condición populista para poner los pies en la tierra, y en ese momento reniegan de su condición, pero siguen practicando el populismo.
Adorno, T., "Cultura y administración".
Debord, G., "La sociedad del espectáculo".
Foucault. M., Microfísica del poder".
Jameson, F., "El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado".
Maquiavelo, N., "El Príncipe".
Pareto, V.,"Tratado de sociología general".
Rousseau, J.J., "El contrato social".
Autor:
Antonio Lorca Siero
Marzo 2017