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La falsificación del arte del bel canto


     

     

    Los instrumentos musicales, sostenía sagaz e impetuosamente pese al paso –y peso– de sus años una dama veracruzana que en paz descanse aunque le sea difícil, pues en vida fue muy inquieta y culta, leída y escribida, latinista y musicóloga, doña María Emilia Gutiérrez Joffre, no son otra cosa que el intento del ser humano por imitar el sonido de la voz y por eso, concebidos a su imagen y semejanza, los hay graves como los bajos, las mezzo sopranos y las contraltos, término medio entre el tenor y el bajo como los barítonos y agudos como las sopranos y los tenores.

    La voz humana, producida por la columna de aire que sale –cargada de bióxido de carbono– por la laringe y hace vibrar las cuerdas vocales y, luego de pasar por la faringe en su ruta ascendente, no sale por los orificios anteriores o narinas de las fosas nasales sino por la boca, donde se imposta cuando el cantante la hace que percuta y rebote en el paladar para que adquiera resonancia y por último, antes de ser expelida al exterior, es articulada con diversos órganos como el velo del paladar, boca, lengua y piezas dentarias.

    Bueno, esto lo hace la persona que sabe cantar, aunque también es facultad y técnica que deben adquirir los oradores, los políticos y los locutores, todos ellos gente que trata de vender una idea o un producto y, por eso, les conviene tener una voz agradable que ayude a convencer al oyente de la conveniencia de lo que anuncia o perora. Cuando alguno de estos personajes o profesionales no tiene –ni quiere tenerla o no sabe del asunto– la voz impostada, entonces le sale por la nariz, produciendo sonidos muy desagradables tildados de nasales, o si no pronunciada con el velo del paladar, en cuyo caso se trata de una voz gangosa, igualmente exenta de belleza o de sonoridad y resonancia.

    En México, ejemplos populares y famosos de voz nasal es Pedro Infante y, de voz gangosa, Javier Solís, un antiguo panadero que se dio de alta a sí mismo, sin ningún mérito artístico, como actor y cantante.

     

    LA FALSIFICACIÓN EN LA MÚSICA, CANTO Y LETRA DE LAS CANCIONES

    O se canta o se baila, porque no es posible hacer las dos cosas al mismo tiempo.

    Y ahora todos los dizque cantantes parecen cirqueros: dan de brincos en el escenario al tiempo que mueven los labios y parece que emiten sonidos.

    Pero si el diafragma se está moviendo para acelerar los movimientos torácicos, porque el organismo y sus músculos necesitan más sangre, oxígeno, glucosa e insulina para la transformación de la energía que requieren las células para el movimiento y el ejercicio, entonces ¿cómo se puede controlar la voz para que se emita de manera apropiada, si el diafragma se está contrayendo y relajando de manera acelerada y las columnas de aire con oxígeno o bióxido de carbono entran y salen por la glotis y la laringe con mucha rapidez y poco volumen?

    No es sino una pequeña muestra de la falsificación del arte de cantar: ningún cantante de esos que ahora ha sabido, sabe ni sabrá lo que es emitir ni impostar la voz. ¿Para qué, si en el laboratorio electrónico le arreglan la voz y luego nada más aparentan cantar mediante el artificio del a fonomimia y lo que la gente oye es un disco?

    Pero póngalo a cantar sin micrófono y sin laboratorio y descubrirán que no tiene calidad, claridad, timbre ni intensidad, se va de una ocatava a otra al paso de una nota a la siguiente, es desentonado y la voz le sale por la nariz por la garganta, lo cual simplemente es feo y desagradable.

     

    CANTO, ACTUACIÓN, NUDISMO Y FALSIFICACIÓN

    Pocos casos hay como el de la discípula más distinguida de Elvira de Hidalgo: María Meneghini Callas, la artista griega nacida en Estados Unidos y fallecida prematuramente –en cuanto a las posibilidades de vida, no en lo que se refiere a madurez y producción artísticas– hace 22 años.

    La Callas tuvo dos facetas de sus aptitudes que la hicieron sobresalir –quizás– más que ninguna otra cantante del siglo XX: su histrionismo o dotes dramáticas, de gran altura, pues el artista de ópera no sólo debe cantar, sino también actuar, y su voz: poseyó un registro de soprano muy amplio que alcanzaba casi tres octavas.

    Agréguense a ambas cualidades, un tanto naturales y otro tanto cultivadas, la técnica de canto que le enseñó la maestra y soprano Elvira de Hidalgo, y el producto es el fenómeno llamado María Callas.

    Un dato más sobre María Callas: gorda o, por fuerza de voluntad (y parasitosis intestinal, contaba y creía ella), con complexión delgada, nunca fue excepcionalmente bonita ni de cuerpo ni de cara, lo cual no le impidió sobresalir y brillar como ninguna.

    Ahora, lector paciente y respetado, compare usted a la Callas con una mujer –de origen italiano– actual, Madonna, cuyo cuerpo es verdaderamente bello entre los bellos y deseable (no así su cara).

    Madonna, que del prostíbulo, del comercio sexual y de las revistas y cinillo pornográfico saltó a la pantalla como dizque actriz, presume de cantante y vende muchos discos sin que sepa cantar, haya estudiado canto nunca ni sea agradable cómo y qué canta; así mismo, se ostenta como actriz y nunca estudió arte dramático, no sabe actuar y no trascenderá como artista de calidad.

    Pero su lengua lépera, cuerpo bellísimo y atractivo –y los intereses comerciales, fuertes e influyentes– la han colocado como un personaje a quien la mitad del mundo le rinde reconocimiento.

    No es necesario decir que la fortuna de Madonna debe ser ya de no menos de cien o doscientos millones de dólares.

     

    LOS CIRQUEROS

    El colmo o el botón que basta como muestra de la preparación nula –en bel canto– de los solistas de moda hoy en día, es el de ese gran farsante y desnudista procaz llamado W. Axi Rose, del grupo conocido como Guns n'Roses, que emite ruidos o pretende que canta en un gran escenario, ante el micrófono ubicado en el extremo superior de un tubo asentado en el piso sobre una base metálica y circular, mientras cerca de él unos melenudos y despeinados (Slash, por ejemplo), también semidesnudos, atruenan los oídos con los altísimos sonidos de sus guitarras eléctricas o tambores y, abajo, docenas de miles de enajenados gritan enardecidos mientras centellean cientos de luces de todos colores y esta multitud semeja una ola embravecida que brama sin cesar, el gran farsante carga todo el aparato del micrófono con sus brazos en alto y sale corriendo hacia un extremo del escenario, a unos veinte metros del sitio donde estaba.

    Es fácil saber lo que pasa: las articulaciones y los músculos necesitarán más sangre con insulina y glucosa y los glóbulos rojos –con su inseparable hemoglobina– requerirán más oxígeno para quemar (oxidar) el azúcar y así transformar la energía requerida por el esfuerzo adicional.

    Pero también significará que la frecuencia cardíaca aumentará para poder enviar toda la sangre oxigenada –arterial– necesaria hacia el aparato locomotor y, luego, sacar la sangre –venosa– con bióxido de carbono (desecho originado por la combustión de la glucosa) hacia los pulmones.

    Éstos, a sus veces, también aumentarán su frecuencia con la finalidad de meter más aire con oxígeno y sacar más aire con bióxido de carbono, para lo cual el tórax se amplía y se estrecha y el diafragma sube y baja violentamente.

     

    EL DIAFRAGMA Y LA VOZ

    Pero el diafragma –entonces– no podrá controlar la emisión del chorro de aire que sale por bronquios, tráquea y laringe para que vibren las cuerdas vocales del cantante y la voz brote armoniosa, tersa, agradable y continua; en su lugar el sonido saldrá jadeante, entrecortado, áspero y sin fuerza, sin poder controlar tampoco la intensidad ni observar y aplicar las ligaduras musicales.

    ¡Y este gran farsante y todos los demás, se han hecho super millonarios a costa de los tarados o tarugos que acuden a sus malhadados conciertos de aullidos o rugidos, compran sus discos y los atesoran como mercancía apreciadísima!

    ¡Ay, que pena!

    Sí, sólo un lamento salido del alma puede interpretar la indignación por el éxito rotundo de tanto sinvergüenza y el sentimiento profundo por la pérdida de los valores estéticos, o por el hecho de que las nuevas generaciones se pierdan de la oportunidad del goce del arte verdadero y de la afinación del espíritu mediante la buena música o las genuinas danza, escultura, literatura, pintura, teatro. Igualmente, en lo que se refiere al cine, llamado quizás con cierta razón el séptimo arte.

     

    SORDERA Y CEGUERA JUVENILES

    Hay otro peligro para la juventud, real y tangible pero no psíquico ni emocional, sino físico: ¿sabrán los jóvenes del riesgo de la sordera y del desprendimiento de retina?

    Una gran parte de los chicos del último cuarto del siglo XX, cuando tengan unos cuarenta años de edad constatarán que han perdido de un 20 a un 40 por ciento de capacidad auditiva y, muchos habrán quedado ciegos o con su vista menguada por efecto de su irracional afición al ruido y a las luces intensas, súbitas y cambiantes, características de estas exhibiciones en los cuales los efectos espectaculares ópticos y sonoros producidos por los equipos modernos substituyen la calidad que debieran tener los cantantes, la música y la letra de las canciones.

    ¿Que no será que la sordera y la ceguera están en el alma, más que en los sentidos del oído y de la vista?

    Cuánta razón tuvo Jovellanos cuando, en su Oración sobre el estilo de la literatura y las ciencias, estableció que "Si algo sobre la Tierra merece el nombre de felicidad, es aquella íntima satisfacción, aquel íntimo sentimiento moral que resulta del empleo de nuestras facultades en la indagación de la verdad y en la práctica de la virtud."

     

    EL EXTRAÑO CASO DEL DESDOBLAMIENTO DE MR. JACKSON

    Michel Jackson es un caso notable que merece una reseña, pero no por su calidad artística, sino por los atropellos, falsificaciones y engaños que ha cometido y sigue cometiendo.

    Jackson, originario de los Estados Unidos, era un niño pobre que, cuando nació, fue declarado vivo, de raza negra y varón pero, al paso de los años, el ahora pobre joven cambió su aspecto de modo muy tajante; flaco como un fideo o una angula, ya no es su piel de color negro sino blanco, su nariz dejó de ser ancha y hoy es respingada, los labios gruesos y prominentes se tornaron un par de líneas delgadas apenas insinuadas, las aberturas palpebrales, pequeñas y que apenas dejaban entrever un par de ojitos del tamaño de canicas, ahora son enormes y alojan unos ojos desmesurados.

    Pero algo más cambió en él: su orientación sexual, la cual no sería tema de este ensayo si no fuera porque, corrompido y degenerado, se ha dedicado a prostituir críos menores de 15 años, del sexo masculino, a quienes atrae mediante estímulos monetarios millonarios para mantener con ellos relaciones verdaderamente escandalosas, ilícitas e injustas, pues los pobres jovencitos son apartados de la senda del bien, de la heterosexualidad, de la escuela y del hogar y convertidos en objetos de placer sensual no apropiado para su tierna edad; muy diferente es el asunto cuando dos individuos mayores de edad deciden enlazar sus intimidades y, entonces, nadie tiene derecho a meterse en sus vidas y definición sexual, pues es asunto de dos personas y de nadie más.

    Pero lo esencial es que, artísticamente, el espectáculo de Jackson está conformado por un escenario y un auditorio en el cual los cientos de bocinas que están distribuidas por todos lados atruenan los oídos con el ruido de la percusión que nunca cesa y los aullidos de los cirqueros que, en el escenario, dan de saltos –ellos suponen que danzan– y se contorsionan mientras miles de luces de todos colores, intensas e intermitentes, producen fantasías inimaginables a priori por el ser humano.

    A un espectáculo de éstos ¿se va a oír música y a escuchar canto y gozar estéticamente con él o a confundirse y enloquecerse? No me opongo, pues, a los designios de las pobres –de espíritu– nuevas generaciones, sólo pido que no me digan que eso que hace ruido es arte y enaltece las miras o afina el espíritu.

    Sala de conciertos y circo son dos cosas asaz diferentes, antes inconfundibles y ahora una mezcla indispensable para el placer y la corrupción juvenil, mientras los embaucadores se desternillan de risa de lo fácil que es tomarles el pelo a los imbéciles y llenan sus cuentas –y bolsillos– de cientos o miles de millones de dólares o libras esterlinas.

     

    ELTON JONES Y EL HERMANO DE DIANA

    El mundo entero se dolió por la muerte, en un accidente automovilístico en una vía rápida de París cerca del Sena, de la hermosa y frívola Diana Spencer, que había sido Princesa de Gales y heredera del trono de la Gran Bretaña.

    Esta joven aristócrata, madre de dos pequeños y divorciada del Príncipe de Gales, murió en circunstancias no aclaradas totalmente: fue en una triste y fría madrugada, después de salir de un restaurante de lujo donde había estado ingiriendo, en abundancia, bebidas alcohólicas en compañía de un junior egipcio y musulmán –ya crecidito– del jet set internacional, hijo del dueño del Harrod's londinense, entre otras propiedades que hacen al padre uno de los hombres más ricos del planeta.

    ¿Qué madre respetable de cualquier país anda en las madrugadas en ciudades extranjeras tomando bebidas espirituosas en compañía de un caballero de industria que, a ojos vistas, lo que más le importaba era mostrar el mundo que su querida era la ex Princesa de Gales, una de las mujeres jóvenes más elegantes, vistosas, admiradas, mimadas y aristocráticas de la época?

    Pero lady D era también una muchacha frívola y vacía que, igual que la otra moza vulgar y aventurera –Sara Ferguson– que se casó con el príncipe Eduardo y duque de York, hermano de su marido, pensó que una vez alteza real le correspondía el papel de princesa de un cuento decimonónico de hadas, pero versión moderna: una existencia frívola vivida de noche, de tertulia continua, trajes y joyas costosísimos a su disposición, nada de trabajo fecundo y creador sino sólo posar en el aparador de la monarquía inglesa, para predisponer al pueblo británico en favor de la casa de Windsor, tan desprestigiada por los escándalos de los numerosos hijos y parientes irresponsables de la pobre reina Isabel II.

    El caso es que, en su momento y ante las cámaras de televisión, alegó que su marido la descuidaba y que tenía una amante (una tal Camila Parker Bowles que ya trae la ramería en la sangre: su abuela fue, antes de 1910, querida del rey Eduardo VII), que ella había tomado dos o tres amantes también, que se sentía muy triste y solitaria, que era inocente y toda la culpa era del real marido y… un gran escándalo que la prensa inglesa y de todo el mundo se encargo de reproducir, atrayendo hacia ella las simpatías de cientos millones de personas.

    La criada me ha salido respondona, debe haber pensado la soberana británica.

    A mi parecer es obvio y no admite discusión que Diana, si no se casa con Carlos de Windsor, nunca hubiera saltado a la fama como lo hizo y que la calidad de princesa real no era únicamente, como ella lo pensó, gozar de privilegios, honores, riquezas, posición y.–.. tuvieron muchos hijos y vivieron felices largos años.

    No, no era un cuento sino la vida real y su nueva condición traía aparejada una serie de responsabilidades y deberes con el pueblo y la nación británicos, la Casa Real y la institución monárquica: el príncipe ya estaba grandecito cuando se casó y ella debió haber sabido que él no era un monje y que de alguna manera desfogaba su líbido, su erotismo y su pasión por las mujeres.

    La posición de la princesa de nuevo cuño aparejaba un sinfín de deberes, preocupaciones para los cuales no estaba preparada ni, lo pero del caso, dispuesta a cumplir. Y así, es la verdad pura, empezaron los disgustos en la vida matrimonial y los problemas de la pareja, los Windsor, la monarquía y el gobierno británico.

     

    ORATORIA E INGRATITUD

    Pese a los pesares, el marido y los dos pobres chicos, hijos de ambos, al morir ella mostraron una pena auténtica cuando la televisión los mostró haciendo el recorrido a pie –con la cabeza gacha– por las calles de Londres durante las honras fúnebres, que culminaron nada menos que en ese santuario nacional que es la abadía de Westminster con un discurso de lord Spencer, el hermano de la ex princesa de Gales muerta, el cual ahora los villamelones consideran una de las mejores piezas oratorias de todos los tiempos.

    Seguramente Demóstenes, Pindaro, Cicerón, Mirabeau, Chateaubriuand, Emilio Castelar y Winston Churchill, los mexicanos, Jesús Urueta, José María Lozano y Aurelio Manrique y otros grandes tribunos deben haber agitado sus huesos con inquietud, indignación y desdén en sus sepulcros por la manifestación oratoria tan mediocre y las palabras ofensivas y provocativas del hermano de la fallecida, quien se atrevió a atacar la monarquía y entre otras bajezas adujo que Diana no había necesitado del título real para brillar en el mundo.

    Ingrato y desleal: si no hubiera sido por su casamiento, el mundo nunca la hubiera conocido y ella hubiera seguido su vida como cualquier otra de las muchachas inglesas superficiales y vanas que ven transcurrir su juventud en los clubes nocturnos ingiriendo alcohol, fumando, drogándose y cambiando de galán como si fuera ropa de uso diario que se pone y se quita o se desecha cuando ya se hartan de ella.

    Otro aspecto en el cual se mancilló la verdad, la lealtad y la decencia fue la participación de un tal Elton Jones, quien además tiene en su haber no sólo su vida escandalosa, sino su falta completa de cualidades, habilidades, conocimientos y oficio para componer música o cantar, todo lo cual no impide que atraiga multitudes para oírlo mugir y que sus discos se vendan como pan caliente, como tampoco fue obstáculo para que la frívola, ignorante e inculta Diana Spencer lo considerara un gran músico.

    ¡Y la familia Spencer impuso que el panteón nacional del Imperio Británico, otrora orgulloso, supremo y digno, fuera mancillado por la voz de este gran farsante del arte!

    Claro, al otro día los discos de Jones duplicaron su precio y el número de piezas vendidas.

     

    LOS BORBONES DE ESPAÑA

    Todo eso tuvo que aguantar la familia real para capear el temporal y pagar el precio pedido para olvidar sus escándalos y su falta de decencia y de dignidad para conducirse, porque todo acto humano genera responsabilidad y los Windsor actuales –con excepción de la reina y la reina madre– han demostrado ser una dinastía irresponsable, indecente, torpe e indigna, precisamente en contraste con una familia respetable, respetada y que lleva una vida honorable y que tiene conciencia histórica: los Borbones de España.

    ¡Y que conste que esto lo dice y lo sostiene un hombre con ideas y convicción republicanas!

     

    EL CASO DE LOS BEATLES

    Sus composiciones tienen armonía pasable aunque no maestra ni paradigmática, pero ¿quién lo duda? Son melódicas y pegajosas. ¡Ah, pero qué artificial y profesionalmente repetitivas en cuanto a su cursilería dulzona, llorona y engañosa!

    De las letras beatlerianas, ni hablar: no tienen ningún valor, como corresponde habitualmente a la producción de gente que nunca ha estudiado literatura ni los intríngulis de una lengua.

    Para explicar la beatlemanía hay que situarse siempre en la época en la cual se produjo y cundió como pandemia por todo el orbe: las guerras de la posguerra, entre otras la guerra fría, la carrera armamentista, la liquidación del colonialismo, las dictaduras militares y la guerra de Vietnam, injusta, imperialista y asesina, igual de jóvenes yanquis que del heroico pueblo vietnamita.

    Después de su éxito extraordinario, en los años sesenta y de su disolución como grupo, se ha hecho orquestación de la música de los Beatles ambicionando volverla de cámara o sinfónica, pretensión codiciosa, ridícula y fallida que se comprueba oyendo algo de ellos, por ejemplo Michelle, tocada por The Moscow Sax Quintet.

     

    EL CASO DE DOS MUJERES AMBICIOSAS DE ORIGEN NIPÓN

    La verdad, es impresionante la carrera de una mujer que juzgo farsante e impúdica, este adjetivo último aplicado igual en lo que se refiere en su actitud para el amor que para el dinero: Yoko Ono, la viuda de Lennon, uno de los Beatles.

    La mujer, aunque se haya dado cuenta de lo falso del arte pretendido de su marido difunto, apuesta todavía a la explotación de la ignorancia de las grandes multitudes y a las cataratas de dinero que fluyen sin cesar hacia ella, pero además parece ser que la mujer también se cree artista y, para empeorar más las cosas, a su pobre hijo Sean ya lo metió de lleno en todo ese mundo de drogas, prostitución, escándalo y vestimentas estrafalarias que ella y Lennon usaron sin la menor muestra de que se hayan dado cuenta de la falsificación de valores de todo tipo, incluyendo antes que nada los morales y los artísticos, que estaban cometiendo a diestra y siniestra.

    Algo similar en su esencia al escándalo de Yoko Ono –aunque de forma diferente– es la actitud bastarda, rapaz y ambiciosa de otra mujer japonesa: María Kodama, la viuda del gran Jorge Luis Borges, que por cierto preside el comité encargado de celebrar los cien años del natalicio de uno de los literatos más grandes que haya habido nunca.

    Cierto es que no pretendo –in pectore– que tengan ambas mujeres la mansedumbre de Cio Cio San o Madame Butterfly–Pinkerton y que sufran como esta tiernísima, noble (nobile dama), valerosa y bellísima dama las ofensas y las humillaciones del macho blanco y superior, pero ojalá mostraran algo de su nobleza, valentía y dignidad.

     

    ANDREA BOCELLI Y LOS VILLAMELONES MEXICANOS

    Hará unos dos años que el buen tenor –joven, barbado, ciego e italiano– Andrea Bocelli vino al Auditorio Municipal de la capital mexicana a repetir el concierto de 86 minutos que con gran éxito económico había ofrecido por vez primera en la Piazza dei Cavalieri, en la ciudad de Pisa que pertenece a esa provincia hermosa e histórica que es Toscana.

    El auditorio se llenó de bote en bote con los 20,000 capitalinos que se apresuraron a comprar sus boletos y apiñarse en las butacas, pasillos y escaleras y, durante cerca de una hora escucharon con paciencia y resignación seis arias de Puccini (Nessun dorma, de Turandot, E lucean le stelle, de Tosca y O soave fanciulla, de Le Bohéme), Verdi (La donna e mobile, de Rigoletto y Brindisi, de La Traviata), Cilea (Lamento di Federico, de L'Arlesiana) y las tres archi conocidas y bellas canciones napolitanas Torna a Surriento, Santa Lucia Luntana y O sole mio, de Di Capua–Capurro, aplaudiendo discretamente al finalizar cada una de estas obras maestras del arte universal de la música y del bel canto.

    ¡Ah, pero cuando se escucharon los primeros compases de Con te partiró, y también los últimos, entonces el entusiasmo villamelón, vulgar y ramplón de la concurrencia estalló en aplausos, vivas y brravooos con pasión, entusiasmo y admiración!

    ¡Acudieron a oír solamente una pieza de música popular –por cierto bonita– y para alcanzar su meta se esperaron –incansables– unos sesenta minutos, tolerantes, sufridos y perseverantes!

    ¿Se puede hacer algo todavía para redimir a las masas incultas, ignorantes e insensibles?

    El desánimo me invade y me acongoja, al tiempo que me confirma mi dicho ducho, el arte es sólo para minorías selectas y privilegiadas.

    *Publicado originalmente en www.conservatorianos.com.mx

     

    Hugo Fernández de Castro **

    ** Profesor titular B de carrera, tiempo completo, de la UNAM, Plantel 2 de la Escuela Nacional Preparatoria y Facultad de Medicina. Articulista de Uno más uno y Excélsior.