El capitalismo: una fuente de irracionalismo a la que se enfrenta la Antiglobalización (página 2)
Enviado por Simón Royo Hernández
Los razonamientos formales parecen inocuos, pero en cuanto alcanzan un contenido y una práxis, (y lo alcanzan siempre cuando no son razonamientos sobre el sexo de los ángeles), adoptan entonces, inevitablemente, un carácter ético-pragmático, siendo además susceptibles de manipulación.
Ello nos llevaría hasta la censura si, como los puritanos, creyésemos poder establecer de manera absoluta y distinguir lo que es racional en el sentido positivo del término de lo que resulta irracional en el sentido negativo del término. Como eso es imposible (de manera absoluta) y nuestras disquisiciones éticas son bastante relativas, sólo puede postularse como absoluta la defensa de la vida de los individuos y de aquello de lo que ésta depende, es decir, la defensa también de los medios de vida y de goce para todos los hombres por igual. En defender estas cosas muchos estaremos de acuerdo pero en cómo defenderlas empezarán las discrepancias.
Por eso, salvo algunos criterios muy generales (y aun éstos son discutidos) nadie puede decidir tajantemente lo que es virtud y lo que es vicio ni imponer su criterio al respecto a los demás. Todos tenemos que tener la posibilidad de defender las ideas que creamos justas o verdaderas y combatir las que creamos injustas o falsas. Obviamente los razonamientos científicos y filosóficos más puros serán más difíciles de calibrar en cuanto a su nocividad o beneficencia para la humanidad que los más políticos y sociales. La libertad de pensamiento y expresión es un derecho inalienable y debe ser mantenido, pero también es necesaria una cierta igualdad económica para que esa libertad pueda ejercerse realmente y no se quede en decoración formal impugnada por las grandes corporaciones o en privilegio minoritario. De modo que deducimos de este punto un entrelazamiento entre la igualdad y la libertad que las hace necesitarse mútuamente, ya que derivamos de aquí tanto el que a nadie deba faltarle el sustento como el que nadie deba ser reprimido por lo que pudiera pensar o decir.
Ahora bien, mal andaríamos si no se pudiesen establecer Leyes de convivencia y prohibir, sancionando su comisión, todas las acciones que dañen a los demás. Pero en el caso de las palabras, pintadas, músicas o cualesquiera expresiones socioculturales, partimos de que su mera expresión no daña a nadie, aunque puedan herir ciertas sensibilidades o turbar algunas conciencias, modificar nuestras creencias e influir en nuestros razonamientos.
Y no es que el derecho tenga el saber absoluto acerca de lo justo y de lo injusto, pero no por ser relativo está vacío y el conocimiento de la jurisprudencia es algo que surge de la convivencia y de la comunidad: pues sobre la moral se construye la ética y sobre la ética el derecho. Resulta por eso sorprendente que el capitalismo sea hoy el medio para la vida económica cuando, para la mayoría, resulta un medio dañino para los demás. Marx propuso la socialización de los medios de producción como la vía para acabar con la lucha de clases y con la explotación y la plusvalía generadas por el capitalismo. Incluso los reformistas clásicos, como los mencheviques o Lasalle, Berstein, Kausky, Trotsky y Jean Jaurès, coincidían con los bolcheviques en la socialización de los medios de producción, pero discreparían de ellos en la forma de llevarla a cabo. Con el tiempo se verá que la noción de dictadura del proletariado, no ya tanto tal y como aparece en Marx o Trotsky sino sobre todo tal y como se concebiría de Lenin a Stalin, sería un gran error que derivaría en Totalitarismo. Y con el tiempo, también, el sector público acabará representando la socialización (aunque se desacredite, en ocasiones, como un capitalismo de Estado) y el sector privado acabará representando la opción capitalista, siendo en ese dualismo keynesiano donde residirá el secreto de la victoria de la Europa del Oeste sobre la del Este en la guerra fría.
Los socialdemócratas que aceptan el capitalismo lo consideran nocivo desde el momento en que piensan como necesario un Estado reformista benefactor que contrapese con su justicia las injusticias del mercado y los comunistas e izquierdistas en general consideran del todo dañino al mercado abogando por eliminarlo e implantar otro medio de relación económica.
Hay socialdemócratas que consideran que tanto el Estado como el Mercado son peligrosos y que por eso han de contrapesarse mútuamente, en una suerte de segunda división de poderes. Y hay anarquistas radicales que se manifiestan tanto contra el Estado como contra el Mercado, de manera total y absoluta, queriendo borrar a ambos de la faz de la tierra y vivir en plena libertad, como quizá hicieron las sociedades preneolíticas de cazadores-recolectores. Y luego están las diversas derechas, defensoras tanto de medievalismos tradicionales, de ahí que se les llame conservadoras (Dios, patria, familia; el Trono y el Altar; la jerarquía y el abolengo), como del neoliberalismo triunfante (capitalismo), el mejor medio de conservar y agrandar sus patrimonios. Es en Japón donde mejor se aprecia que feudalismo y capitalismo no se excluyen sino que se pueden amalgamar, como sucede en las derechas.
Son por ello los neoliberales quienes con Locke, Mandeville y Smith, consideran como el único (a parte del de la vida) y como el más importante, el derecho ilimitado de propiedad y de acumulación de propiedades, y quienes consideran como esencia del hombre la depredación hobbesiana o el egoísmo, ese egoísmo particular que mediante la mano invisible de la providencia generará un supuesto bienestar colectivo que, sospechosamente, sólo a ellos engorda. Ello los diferenciará de todos los socializantes o colectivizantes (de Kropotkin, de Rousseau, e incluso de Montesquieu y de John Stuart Mill) quienes con relación a la naturaleza humana privilegiarán el aspecto placentario sobre el depredador y el solidario sobre el egoísta.
Los Estados Totalitarios del pasado han demostrado que resulta indeseable la estatalización total, al menos mientras no se resguarden los derechos fundamentales del individuo. Y ciertamente, la mayoría de los comunistas de hoy en día no desean la creación de un Estado stalinista, sino poder combinar, los derechos fundamentales y la democracia, del liberalismo político (manteniendo el derecho de propiedad individual pero limitándolo) con la socialización de los medios de producción y la economía socialista u colectivista. Tanto el socialismo real de antaño (Hungría 1956, Checoslovaquia 1968) como el capitalismo innumerables veces (y también en la actualidad), impidieron todo intento en este sentido, por tímido que fuese (por tímido que sea). No dejando consolidarse ninguna experiencia en ese sentido y fomentándose dictaduras y golpes de Estado, en su contra, en todo el planeta.
De las revoluciones modernas en ese sentido dos de las más recientes, como la sandinista en Nicaragua o la de Irán en Oriente Medio, han logrado alumbrar algún avance y consolidarlo, pese a tener que enfrentarse a todo el mundo capitalista; mientras que la cubana ha degenerado por la vía autoritaria que acabó derrumbando a la URSS y el coloso chino ha emprendido un camino atrevido, pero incierto y ambiguo, mezclando su economía socializada con puntos de libre comercio.
El comunismo democrático actual rechazaría el liberalismo económico (el capitalismo) pero manteniendo el liberalismo político (la democracia, la separación de poderes y los derechos individuales). Nadie se afiliaría a un partido que pretendiese derogar libertades políticas, por muy burguesas que sean, a menos que las incorporen y las mejoren. Por eso los que se afilian hoy en día al PC no van en la dirección en la que señalan sus detractores sino que se dirigen desde la consolidación burguesa de una democracia formal hacia la apertura de una democracia real, siendo en el terreno económico donde se encontraría la llave de semejante nueva revolución.
La idea de socializar la economía se enfrenta al problema de que constituya un agrandamiento del Estado lo que le otorga un poder difícilmente controlable y un cuerpo de funcionarios tendentes a la corrupción burocrática. Corrupción y extralimitación estatal son los dos escollos que debe vencer el comunismo democrático en sus propuestas actuales, aunque corrupción y extralimitación sean dos cosas que abundan también en las multinacionales del capitalismo privatizador y en los gobiernos representativos de la burguesía gobernante.
Aunque el anarquismo y el neoliberalismo tienen en común la pretensión de eliminar o minimizar, inmediatamente, el Estado (y el marxismo clásico, mediatamente), ambos difieren en que, para el anarquismo, el capitalismo es un ente a eliminar, siendo próxima al socialismo su propuesta de la colectivización de los medios de producción.
Por otra parte, la tesis de la extinción del Estado la comparten ciertos socialistas, anarquistas y neoliberales, pero la dilación escatológica de semejante parusía, bien totalizando o bien minimizando el Estado, "mientras se extingue"; ha demostrado ser un recurso engañoso, una forma de hegemonizar bien al Estado o bien al Mercado, que procurarán entonces extinguir a los individuos y a los pueblos antes de extinguirse a sí mismos.
La socialización requiere el Estado y suprime o minimiza el Mercado, la colectivización anarquizante suprime tanto el Estado como el Mercado colectivizando y autogestionando, y a la inversa, el neoliberalismo minimiza o suprime el Estado ampliando o totalizando el Mercado, entiéndase "el mercado capitalista". Es cierto que una cierta línea del marxismo prometía un anarquismo futuro y la posibilidad de llegar a prescindir del Estado, pero esa será la veta anarquizante de un marxismo que, en su aspecto más conservador, acabaría instaurando una indeseable dictadura del proletariado, prometida como provisional pero tendente a perpetuarse.
El neoliberalismo y un cierto anarquismo se relacionan en su exaltación del individuo y en su crítica del Estado, pero a diferencia del neoliberalismo, amante del Mercado, el anarquismo busca la colectivización de los medios de producción mediante la autogestión y no exalta al individuo egoísta, sino al altruista. El postmodernismo actual (Deleuze, Foucault, Derrida, Vattimo, Baudrillard, Lyotard…) pretendiendo ser un neoanarquismo, acabará a veces siendo un neoliberalismo, porque no propone nada y todo lo deconstruye, y porque no habla nunca de colectivización, ni de socialización, ni siquiera de redistribución, y sólo ve sujeción por doquier, luchando por la libertad, pero no por la igualdad.
La vía de una ilustración inmanente que conjugue el socialismo (Estado) y el colectivismo (sociedad civil o comunidad) con el liberalismo político (derechos humanos) y la democracia más directa, es la que representa hoy en día el movimiento de la Antiglobalización, abigarrada confluencia de socializantes y anarquizantes en contra del Capitalismo como sistema de estructuración económica y de vertebración de la realidad social. Un mundo en el que 850 millones de personas viven materialmente de manera aceptable (y psíquicamente de manera lamentable), mientras 5.200 millones viven con serias carencias materiales, no puede ser denominado como un mundo racional, sino como el mundo extremadamente irracional que genera el capitalismo globalizado.
Cuando se dice que otro mundo es posible se nos suele pregunta ¿Cuál? Y ya tenemos la respuesta: un mundo sin capitalismo en el que una economía con cierto margen limitado para la propiedad individual, socializada (Estado) y/o colectivizada (cooperativas / sociedad civil), funcione de la mano de una política verdaderamente democrática (directa), estableciéndose con ello una sociedad, ciertamente no paradisíaca y definitiva, pero sí al menos mucho más justa que aquella en la que vivimos actualmente. Un mundo donde no esté la mayoría explotada y desposeída.
Parafraseando a Hegel y dándole la vuelta hay que decir con Sacristán que las ideas podrán ser perfectamente racionales, pero la realidad material no lo será nunca tanto como las ideas. De modo que al encarnar las propuestas políticas no pueda esperarse un mundo perfecto, sino siempre un mundo mejor y siempre un mundo perfectible.
Simón Royo Hernández
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