En las primeras décadas del siglo XX tuvo lugar una serie de transformaciones epistemológicas que afectó los sistemas de representación del conocimiento heredados de la episteme clásica1. Una de estas transformaciones impactó profundamente la representación que de lo lógico tenía el hombre. En el marco de este texto vamos a destacar algunos aspectos relevantes de esta transformación para ponerlos en relación con la cuestión de la complejidad.
Cuatro proposiciones nos servirán de marco general para la reflexión que pretendemos adelantar:
a. El hombre moderno tenía muchas certezas. Entre ellas, tenía la certeza de que la lógica era el auténtico y único órganon de la razón.
b. El lógico de finales del siglo XIX y comienzos del XX tenía la seguridad de que su sistema de lógica formal capturaba efectivamente lo universalmente válido, así como las leyes de transmisión de la verdad.
c. En el ámbito de la episteme de la revolución científica del siglo XX, emergen otros sistemas de lógica, distintos del clásico, hoy conocidos con el nombre genérico de lógicas no clásicas.
d. Estos nuevos sistemas replantean, a nuestro entender, el problema de la unidad y la universalidad de la razón. Y, en gran medida, reconducen a la pregunta por la verdad y a la pregunta por las condiciones de posibilidad lógica del pensamiento complejo.
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1 Nos referimos a la configuración de saberes que tuvo lugar como consecuencia de la revolución científica o revolución galileo-cartesiana.
Cada una de estas proposiciones tiene un contenido de extrema generalidad y complejidad que, ni de lejos, podríamos tratar en esta comunicación. Nos limitaremos, pues, a algo más modesto. En un primer momento, le construiremos una pequeña historia al tema sobre el cual queremos reflexionar. En segunda instancia, discutiremos algunos puntos críticos del mismo, sin dejar de poner el acento, por supuesto, sobre algunos aspectos que se refieren a la cuestión de las condiciones de posibilidad de las lógicas de la complejidad.
Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, la lógica transita por un camino marcado por la certeza absoluta. El hombre de ese entonces no halla motivo alguno que lo lleve a dudar de unidad o de la universalidad de la lógica. Tiene, pues, una certeza indiscutible sobre la unidad propia de esta ciencia. Rigurosamente dicho, el lógico cree que sólo puede existir una lógica: la lógica "clásica", aquella que Kant condujo a la categoría de ciencia de la razón. Igualmente, cree en su universalidad y en su necesidad, es decir, acepta sin discusión que las verdades alcanzadas por la lógica cuentan con un grado tal de perfección que se constituyen en los criterios más firmes que pueda alcanzar la razón. Para él, las verdades de la lógica son verdades necesarias, válidas universalmente y generadas con independencia de la experiencia; así, este lógico tiene la creencia de que sus leyes son formas puras de juicios a priori.
Se piensa que semejante universalidad le viene a la lógica de su propio fundamento. De un lado, por el modo propio como se piensa su relación con la verdad y, de otro lado, porque se parte de la idea incuestionada de que lo lógico, la verdad lógica, halla a la vez su fundamento en la validez pura y universal de aquello que encuentra su esencia y su rigor en los cuatro principios magnos de la lógica. No es de extrañar, entonces, que se diga, y que incluso hoy se afirme, que estos principios, junto con el principio de razón suficiente, le proporcionan un fundamento cierto e indudable a la razón para cualquier uso que de ella se deba hacer.
El principio de identidad, el principio de no-contradicción –o de contradicción excluida–, el principio del tercero excluido y principio de bivalencia aparecen, pues, como los principios lógicos supremos del ser verdad. Y, por supuesto, tienen que aparecer como evidentes, necesarios e incuestionables: ellos hacen parte del bien. Y tiene que ser así, puesto que la razón misma los pone como leyes de lo lógico (hacen parte de la norma que conduce a la razón por el camino del conocimiento verdadero). En resumen, la esencia de la lógica que conocieron Leibniz y Kant, y que en gran medida transformaron, no puede ser otra que la de representar lo lógico puro o la norma de la razón.
En conjunción con el poderoso movimiento de renovación intelectual que inspira la revolución científica, la lógica clásica se transforma y halla, por así decirlo, un momento de perfección formal. Este momento tiene lugar a partir de las investigaciones lógico-filosóficas de Gottlob Frege y de Charles Sanders Peirce. En el año de 1879, Frege, tras las huellas de Aristóteles, Kant, Leibniz y Boole, se propuso formalizar la lógica clásica. Fue inevitable, entonces, revisar algunos de los presupuestos metafísicos subyacentes a las creencias básicas que le proporcionaban la certeza al lógico clásico. Para tal efecto, Frege conduce el problema al ámbito del lenguaje formal.
En este ámbito de las formas puras se transforma la referencia a los principios lógicos y se modifica la creencia en la teoría de la verdad correspondiente: "verdadero", dice Frege, no es una palabra relacional. Y no lo es porque cualquier definición de verdad en términos de correspondencia inaugura un regreso al infinito. En consecuencia, concluye Frege (1984), la verdad es indefinible. Más allá de esta cuestión, lo importante a resaltar por el momento es que Frege, al formalizar la lógica, crea un sistema de lógica nuevo; un sistema formal que contiene una virtualidad mucho, pero mucho mayor que la lógica "clásica". A partir de ese momento Frege le otorga a la lógica la siguiente tarea: hallar las leyes del ser verdad. "En las leyes del ser verdad se despliega el significado de la palabra verdadero" (Frege 1984: 50).
Esto último quiere decir que las leyes del ser verdad son también las leyes de la difusión de la verdad o, como Currie señala, "las leyes de la inferencia válida son las leyes de la transmisión de la verdad". Esta transformación de la lógica "clásica" en lógica moderna ocupa un lugar central en esta historia, pues es con ella y contra ella que se levanta la crítica de las lógicas no clásicas. Y nos adelantamos a señalar que es en el marco de estas lógicas donde empiezan a forjarse las condiciones de posibilidad lógica del pensamiento complejo.
En 1879, la lógica moderna halla su momento inaugural en la obra conocida como la Begriffsschrift (conceptografía o ideografía); allí Frege crea la lógica moderna, también conocida como lógica matemática. Pero hay que aclarar lo siguiente: en el ámbito contemporáneo no es muy frecuente hacer la distinción entre lógica clásica y lógica moderna. Hoy en día se ha generalizado el uso del término "lógica clásica" para referirse no a la lógica que se practicaba antes de Frege, sino a la lógica que tuvo su momento inaugural en la Begriffsschrift y en los Principia Mathemática ( Whitehead y Russell). Nosotros seguiremos esta tendencia y por tanto haremos uso del término Lógica Clásica en lugar del de lógica moderna.
En el artículo "Trayectorias e Incursiones" mostramos cómo en el siglo XX irrumpe, con un alto grado de intensidad, un movimiento crítico que se da a la tarea de revisar y cuestionar los fundamentos de aquellos saberes que hallan su comienzo en el marco de las creencias y certezas propias de la episteme moderna. ¿Cómo pensar que la lógica clásica podía escaparse al ojo de la conciencia crítica que jalonó el pensamiento en todo ese siglo?
En efecto, no lo logró. En el siglo XX tienen lugar numerosas investigaciones lógicas que cuestionan los fundamentos lógicos del pensamiento clásico. Estas investigaciones las podemos reunir bajo el designador de lógicas no clásicas. Aquellos sistemas de lógica no clásica que se crean en esta época tienen un rasgo común: todos ponen en cuestión los fundamentos y la estructura misma de la lógica clásica. Aún más: nosotros sostenemos que, con la emergencia de los sistemas de lógica mencionados, se produce una crisis en la representación de lo lógico, la misma que se suma a la crisis de la representación científica del mundo, puesta en evidencia por la complejidad.
Presentaremos ahora, en grandes trazos, algunos momentos históricos que consideramos relevantes para nuestro propósito.
En 1910, Lukasiewicz publicá On the principle of contradiction in Aristotele. En este artículo, Lukasiewicz intenta mostrar de qué modo los argumentos que justifican la validez universal del principio de contradicción son débiles y propone, por así decirlo, la necesidad de proceder a una revisión de los fundamentos de la lógica. En el mismo año, N. Vasilev crea su lógica imaginaria y sugiere la necesidad de sobrepasar los límites de la lógica clásica. Unos cuantos años más adelante, Jaskowski construye el primer sistema de lógica formal que limita o restringe la validez del principio de (no-)contradicción. Y, lo más importante, formaliza la inconsistencia. En otras palabras, Jaskowski construye el primer sistema de lógica paraconsistente (formulado en su texto Propositional calculus for contradictory deductive systems)2.
Puede decirse entonces que, a partir de 1910, Lukasiewicz y Jaskowski inauguran lo que podríamos llamar la crisis de la representación de lo lógico o, si se prefiere, la crisis de la lógica del pensamiento clásico.
Igualmente es en el seno de la escuela polaca donde se crean los primeros sistemas formales de lógicas multivaluadas. En 1920, Jan Lukasiewicz inaugura este campo lógico al formular su sistema L3 de lógica trivaluada, la misma que generaliza una década más tarde (1930) al desarrollar sus sistemas n-valuados e infinito-valuados. Lo singular de estos nuevos sistemas de lógica reside en el hecho de que se erigen en contra de la dicotomía clásica "verdadero o falso". En este momento es fundamental señalar que, al violar la restricción que el principio de bivalencia impone al pensamiento, las lógicas multivaluadas ahondan aún más en los problemas tanto de la unidad como de los fundamentos lógicos del pensamiento clásico, declarando las inconsistencias propias de éste.
En suma, con la aparición de las lógicas multivaluadas de Lukasiewicz deviene lógicamente posible la existencia de un espacio alético que contenga tres, valores de verdad, cuatro, cinco, etc., o, incluso, infinitos valores de verdad. Las propiedades formales de estas lógicas se constituyen en condiciones lógicas del principio de borrosidad del pensamiento complejo.
Así, la lógica trivaluada L3, por ejemplo, introduce un tercer valor de verdad, representado por 1, o por ½; quiere ello decir que una proposición puede ser verdadera (1), falsa (0) o indeterminada (½). De este modo se puede mostrar que tanto la lógica 3-valuada como cualquiera otra multivaluada cuestiona la validez universal del principio de bivalencia y, por tanto, invalida el criterio de verdad implícito en la definición semántica de verdad.
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2 Hoy nombrada "lógica discursiva de Jaskowski". Este sistema de lógica es inconsistente, ya que en él es posible que un cierto enunciado y su negación sean ambos verdaderos sin que el sistema colapse; es decir, no es posible distinguir entre lo falso y lo verdadero, porque todos sus enunciados son verdaderos.3
Las lógicas modales, por su parte, también irrumpen en el debate que nos ocupa, aunque lo hacen en calidad de lógicas complementarias de la clásica. En 1912, Lewis inaugura el periodo moderno de la lógica modal. Para la construcción de su sistema de lógica, Lewis parte de la crítica a la implicación material explicitada en los Principia mathematica de Whitehead y Russell e introduce, por cierto, una distinción sumamente notable al observar que existe, efectivamente, otra implicación distinta de la material, más fuerte que ella y, sobre todo, con diferentes leyes o propiedades formales. Lewis la llamó implicación estricta. Este tipo de implicación, por ejemplo, no cumple la propiedad de interconectividad de dos proposiciones cualesquiera; esto es, se descubre que no es válido universalmente que, dadas dos proposiciones p y q cualesquiera, se verifique que p implique estrictamente a q o viceversa.
Por otro lado, entre 1923 y 1954, siguiendo una motivación que considera más esencial las matemáticas que la lógica, el intuicionismo matemático de Luitzen Brower conduce una crítica que abre la discusión sobre el estatuto de la lógica. En esta crítica se recusa, particularmente, la validez universal del principio del tercero excluso y de la equivalencia entre un enunciado y su doble negación. Con los trabajos de Brower se da lugar, entonces, a la llamada lógica intuicionista, en la cual, de nuevo, algunas de las verdades necesarias de la lógica clásica se ven restringidas o recusadas.
En la línea de las lógicas modales, en 1972 Kripke publica Naming and necessity, obra en la cual introduce la idea moderna de mundos posibles. Con esta idea de Kripke se dan las condiciones de posibilidad para el desarrollo de un número considerable de lógicas basadas sobre una semántica de los mundos posibles. Lo relevante aquí reside en que en estas lógicas se transforma el concepto de verdad necesaria y, de algún modo, esté aparece relativizado al depender del marco sobre el cual se generan los modelos. Igualmente, la semántica de mundos posibles va a posibilitar la construcción de semánticas para la lógica intuicionista y para algunas otras lógicas no clásicas.
Pasemos ahora a reseñar uno de los momentos más revolucionarios en el campo de la lógica, y que es, quizá, no sólo una muestra de la profunda transformación acaecida en la representación moderna de lo lógico, sino también una prueba irrefutable de que es posible manipular lógicamente la contradicción.
En la década de los años 50, el lógico y matemático brasileño Newton Da Costa formula las bases de lo que aquí llamaremos el proyecto lógico brasileño. En 1964 aparece publicado el texto de Da Costa intitulado Sistemas formais inconsistentes. Con esta obra y otros trabajos de Da Costa y sus alumnos se crean las condiciones para la aparición y el desarrollo de las llamadas lógicas paraconsistentes de la tradición brasileña.
Newton da Costa, sin tener conocimiento de las ideas de Jaskowski, parte de la idea de que es necesario restringir de un modo u otro la validez universal del principio de no-contradicción, en el sentido de que una teoría contradictoria no debe ser excluida apriori. El no recusar y excluir la contradicción sin más condujo a Da Costa a pensar en la posibilidad de construir sistemas de lógica no clásicas "capaces" de soportar la inconsistencia, esto es, sistemas tales que, para una cierta fórmula, y para un particular modo de ser de la negación, se tenga que tanto dicha fórmula como su negación sean verdades lógicas de esos sistemas.
Las llamadas lógicas paraconsistentes son, pues, sistemas de lógica construidos con la idea de manipular lógicamente la contradicción. De este modo, estos sistemas han proporcionado algunas, sólo algunas, de las condiciones de posibilidad lógica del pensamiento complejo, el cual, por otra vía, ha reconocido la necesaria presencia o ineliminabilidad de la contradicción en la descripción y la explicación de los fenómenos complejos.
Las lógicas no clásicas han conocido un considerable desarrollo en las últimas décadas del siglo XX. Hoy en día, tres escuelas o modos de enfocar la inconsistencia trabajan con una creatividad y un rigor encomiables: las escuelas de América Latina, Bélgica y Australia. En el seno de estas escuelas se viene produciendo un gran número de lógicas no clásicas, las mismas que ahondan cada vez más la divergencia con respecto a la lógica clásica.
Estas lógicas se suelen designar con el nombre genérico de lógicas formales para la inconsistencia (LFI), justamente porque son sistemas formales de lógica que permiten internalizar o explicitar formalmente los conceptos de consistencia e inconsistencia (lo hacen por medio de fórmulas definibles en sus lenguajes). En términos formales, una LFI es un sistema de lógica que no es explosivo o que no colapsa frente a la contradicción: esto es, en un sistema tal no es posible deducir de una contradicción cualquier enunciado del sistema; por tanto, el sistema soporta y controla al menos una contradicción.
De los principios lógicos y la complejidad
No obstante el avance y la transformación que las distintas axiomáticas3 aportaron a la lógica aristotélica, puede decirse que el núcleo de la lógica clásica está constituido por los principios lógicos (al principio planteados como fundamentos de la razón y posteriormente llevados al nivel de consecuencias formales de los axiomas, mediante reglas lícitas de inferencia). Estos principios lógicos fundan la validez de la deducción clásica, y, por tanto, aseguran la coherencia, la consistencia y la validez formal de las teorías y los discursos generados en la episteme moderna. No es de extrañar, entonces, que se diga que tanto el Círculo de Viena como el Programa de Hilbert se fundan en una creencia ciega en la universalidad, la infalibilidad y la certeza científica de la lógica clásica.
Cuatro grandes principios lógicos constituyen, pues, el núcleo del pensamiento lógico-clásico:
El principio de identidad: Expresado bajo la forma a es a, o, aun, a ® a. Su contenido filosófico afirma la indiscutible necesidad de que un término dado mantenga consigo mismo relaciones de igualdad y de mismidad.
El Principio de no-contradicción: Garante de la coherencia y la consistencia de los enunciados de la razón clásica. Este principio afirma la imposibilidad de que un enunciado y su negación sean, ambos, verdaderos. En su dimensión ontológica, el principio de no-contradicción afirma la imposibilidad de que un determinado ente posea y no posea un mismo atributo, al mismo tiempo y dentro de la misma relación. Formalmente, el principio dice que no puede ocurrir que A y ¬ A sean ambos teoremas lógicos.
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3 Sistemas axiomáticos tales como los de Frege, Whitehead-Russell, Church, Hilbert-Kleene, etc. Todos ellos diferentes, pero, en últimas, equivalentes (en el sentido de que generan la misma lógica).
El Principio del tercio excluso: Este principio afirma que, dados un enunciado cualquiera y su negación, uno de ellos, y sólo uno, es verdadero. Formalmente se expresa como AÚ¬ A, y dice que: AÚ¬ A es un teorema lógico.
El Principio de bivalencia: Este principio impone de entrada un espacio alético constituido por sólo dos posibles valores de verdad: verdadero (V ó 1) y falso ( F ó 0). En esencia, este principio afirma: dado un enunciado cualquiera p éste tiene que ser verdadero o falso. Si representamos por V(p) el hecho de que "p" es verdadero y por F(p) el hecho de que "p" es falso, podemos dar la siguiente formulación formal del principio de bivalencia: V(p) Ú F(p).
Sabemos que es verificable lógicamente que estos cuatro principios lógicos se mantienen solidarios e independientes. Esto constituye un aspecto remarcable de las solidaridades propias de la episteme moderna, ya que estos principios, conjuntamente con el principio de razón suficiente, van a ser absolutizados por la lógica y la razón modernas. No obstante que Aristóteles mismo restringió la validez del principio de contradicción a un mismo tiempo y dentro de una misma relación, el ímpetu de la razón moderna lo elevó a la condición de necesario. Esto es, se tiene por universalmente válido e independiente de toda experiencia. Con toda seguridad, como dice Morin, estos principios "armaron la visión de un mundo coherente, enteramente accesible al pensamiento, y todo lo que excedía esta coherencia quedaba a la vez fuera de la lógica, fuera del mundo y fuera de la realidad" (Morin 1992: 179).
Del esbozo histórico que trazamos anteriormente podemos extraer tres conclusiones, a saber:
a. Las diferentes lógicas no clásicas se erigen en contra de la pretendida universalidad de los principios lógicos de la idea clásica de verdad. En ese sentido, podemos decir que las más de las lógicas no clásicas se constituyen, al menos, en pruebas lógicas de la insuficiencia lógica de la lógica.
b. Es insostenible la cuestión de la unidad y de la universalidad de la lógica clásica y, en suma, de cualquier lógica.
c. Desde el mismo momento en que Lukasiewicz, Jaskowski y Da Costa formulan sus sistemas de lógica queda recusada la validez universal de los principios de bivalencia, no-contradicción y tercio excluso. Por lo tanto, estos sistemas dotan al pensamiento complejo de algunas herramientas lógico-formales para confrontar la borrosidad, la contradicción y la incertidumbre.
De que hay un cambio en la representación de lo lógico moderno con el advenimiento de las lógicas no clásicas, no nos caben muchas dudas. Que la crisis del pensamiento clásico, con la emergencia de la complejidad, pone en evidencia este cambio, tampoco nos sorprende.
La lógica discursiva de Jaskowski y la lógica paraconsistente C1 de Da Costa, si bien no violan ni la bivalencia ni el principio de identidad, sí abren una brecha de proporciones considerables en el ámbito de lo lógico: ambos sistemas hacen posible pensar y tratar lógica y filosóficamente la contradicción. En otras palabras, ambos capturan una diferencia epistemológica importante existente entre inconsistencia y contradicción. Lo más remarcable en este cambio de la representación de lo lógico es que la contradicción pierde su estatuto epistemológico, dado que, en el marco de la racionalidad clásica, los enunciados o proposiciones de una teoría racional tenían que obedecer siempre al principio de no-contradicción. Con el advenimiento de estas lógicas no sólo se produce una estampida de lógicas para la inconsistencia, sino que también se abren posibilidades lógicas para el advenimiento de una razón abierta, abierta a la inconsistencia y a la incertidumbre, En suma, abierta a la complejidad.
No todos los enunciados del discurso que describe los fenómenos complejos pueden ser categóricos, sometidos al tercer excluso; muchos obedecen a un principio de borrosidad frente a este problema, una posibilidad se abre con las diferentes lógicas que han visto la luz después de las lógicas multivaluadas de Lukasiewicz.
En términos epistemológicos, la cuestión de esta transgresión realizada por las lógicas no clásicas es bastante prometedora para el pensmaiento complejo. El tratamiento formal y lógico de la contradicción, su no-eliminación a priori, no sólo abre el campo de posibilidad lógica de las teorías inconsistentes que ya han visto el día (la microfísica, la teoría de objetos de Meinong, la complejidad Moriniana), sino que también prepara el campo de posibilidad lógica para el advenimiento de una nueva forma de racionalidad científica y discursiva. Obviamente, no se trata de cualquier contradicción, ni tampoco de generalizar ahora un principio de inconsistencia. Como bien lo expresa Morin, "la contradicción que nos interesa evidentemente no es la que aparece en un razonamiento incoherente o la que procede de una falta de racionalidad. Es la que hace surgir el razonamiento racional, la que, como dice Watzlawick, ocurre al término de una deducción correcta a partir de premisas coherentes" (Morin 1992: 185).
Algo que consideramos fundamental señalar con respecto a esta transgresión de lo lógico realizada por los sistemas de lógica no clásica es que ellos, de un modo u otro, reconducen el pensamiento a la necesidad de volver a preguntar críticamente por la "unidad" y por los "fundamentos" de la razón. O, quizá, esta transgresión conduce a un límite más allá del cual no hay ausencia o vacío sino carencia de concepto para capturar el fundamento de la razón. Hay aquí, posiblemente, una complejidad lógica que no se deja reducir: la resistencia que lo real le opone a lo lógico, al pensamiento. Esta complejidad desborda nuestro pensamiento, todo pensamiento. Limitémonos, por último, a expresar algunas consideraciones básicas a propósito de la transgresión de lo lógico, representada por las restricciones que las lógicas no clásicas les imponen tanto a la teoría de la verdad como a la validez universal de los principios lógicos que han servido de fundamento lógico a la racionalidad moderna.
Hemos sido insistentes en señalar que las diversas lógicas multivaluadas, algunas lógicas modales no normales y las lógicas formales para la inconsistencia restringen la validez del principio de no-contradicción. Igualmente hemos dicho que esta nueva forma de lo lógico abre un inédito campo de posibilidad para que se produzca el advenimiento de una nueva forma de racionalidad.
¿Por qué? Porque pese a la perdida de certeza, pese a la emergencia de contradicciones insuperables en nuestras teorías científicas, hasta hace poco no era siquiera pensable un sistema de lógica formal que no colapsara, que no hiciera colapsar la razón, tanto frente a la contradicción como frente a la incertidumbre o a la inconsistencia. Para la racionalidad moderna, todo discurso, todo sistema de ideas que aloje en su seno una contradicción, forzosamente se encuentra con la imposibilidad de distinguir lo verdadero de lo falso.
Desde el punto de vista clásico, la contradicción torna explosivo el sistema y presenta como absurda cualquier argumentación: este es el imperio del pseudo-Scoto, o de la ley de Cornubia (clásicamente codificada por el esquema ¬ A ® ( A ® T); T es una fórmula cualquiera, y A es A). Y desde el nuevo punto de vista, algo se oblitera, algo evita el colapso, sucede una nueva posibilidad lógica: las lógicas para la inconsistencia formal controlan la contradicción y liquidan la validez formal del poderoso esquema impuesto a la racionalidad moderna por el pseudo-Scoto.
Porque también es indiscutible que algunas de las lógicas no clásicas transgreden la validez universal y la necesidad de los principios de bivalencia y del tercio excluso, como las lógicas multivaluadas y la lógica intuicionista. Con esta transgresión, algo nuevo comienza a considerarse; aun en el caso en que sea válido que estas lógicas difieran en el significado de sus constantes lógicas, creemos que se abre un campo de posibilidad inédito para lo lógico, para la racionalidad. ¿Por qué pensamos tal cosa? Porque es un hecho reconocido y experimentado que la actual racionalidad es incapaz de "reconocer" la incertidumbre, ni, menos aún, de tratarla lógicamente.
Con las herramientas que algunas lógicas no clásicas le proporcionan a la razón, es posible el advenimiento de una nueva racionalidad que esté en capacidad de internalizar esta otra representación de lo lógico; y, en consecuencia, ella podrá devenir capaz de confrontar la incertidumbre y la indeterminación al disponer de sistemas lógicos que le permitan su tratamiento lógico, obviamente sin obliterarlas, ni mucho menos absolutizarlas mediante principios metafísicos producidos por la misma incertidumbre.
Las lógicas no clásicas operan, pues, un cambio radical en la representación moderna de lo lógico, cambio que, incluso, afecta la idea misma de representación. Al transgredir el principio de bivalencia el principio del tercero excluso se abre, pues, un campo de posibilidad para la emergencia de una racionalidad abierta; abierta, primero que nada, a la posibilidad lógica de que no siempre sus enunciados sean verdaderos o falsos, o ni lo uno ni lo otro, o incluso de que le sea imposible determinarlo –lo cual conduce a la idea de que existen vacíos de verdad–. Al romper los límites impuestos por estos principios, pero con herramientas lógicas, la razón puede devenir capaz de trabajar con enunciados sobre lo "real" cuyo significado y cuya verdad oscile entre el modo de ser de lo verdadero y de lo falso.
Una razón que, en cierto modo, podría capturar algunos aspectos lógicos de lo antinómico, lo indecidible, lo indeterminado; una razón capaz de abrirse a un ámbito de la verdad sin unidad, a un ámbito donde es posible aún un número infinito de valores aléticos, sin por ello abandonar lo absolutamente verdadero o absolutamente falso de la lógica clásica. Una razón que podría disponer de diversos modos de ser de lo verdadero, entre los cuales se incluyen algunas de las realidades complejas: las que nos muestran que tanto un enunciado determinado como su contradictor pueden ser ambos verdaderos, ambos falsos o ambos indeterminados.
Es cierto que no toda lógica no clásica permite esto último, ni otras tantas permiten romper la dicotomía falso/verdadero, pero hay de las unas y de las otras. En suma, todas juntas asestan un rudo golpe a la representación moderna de lo lógico y abren de golpe un enorme campo de posibilidades lógicas para el advenimiento de una nueva racionalidad lógica: una racionalidad abierta y mejor dotada lógicamente para rebasar los límites impuestos por la razón moderna, herida pero munida de herramientas para poder ingresar en el limbo que se extiende entre lo absolutamente verdadero y lo absolutamente falso. Una racionalidad cuyos aparatos lógicos no colapsen, al menos todos, frente a la inconsistencia, y que por tanto pueda capturar, así sea parcialmente, el modo de ser de la realidad que confronta. En resumen, con la nueva "representación" de lo lógico la razón se prepara para devenir capaz de penetrar y capturar otras regiones de lo óntico, para hacer posibles lógicamente las lógicas de la complejidad.
Frege, Goottlob. 1984. Investigaciones lógicas. Tecnos, Madrid.
Morin, Edgar. 1992. El método IV. Cátedra, Madrid.
Enviado por:
Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.
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