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Hojas de Otoño (página 2)

Enviado por Guillermo Contento


Partes: 1, 2

Siempre hay una salida. Solamente hay que cambiar el punto de vista. Animarse a mirar alrededor, buscar la alternativa. Nada había cambiado más que su posición respecto del lugar al girar. Pero eso bastó para que pudiera ver las salidas. Cuál elegiría era cosa suya, pero había opciones."

"Siempre la vida nos presenta la posibilidad de encontrar salidas. Somos nosotros los que no las vemos. Y muchas veces no aceptamos que alguien nos tome de los hombros y nos haga girar. Creemos que lo que vemos es todo lo que hay y nada más. Pero nunca es así. Siempre hay otra salida."

Pedro se quedó de una pieza. Como si le hubieran leído el pensamiento, como si el libro fuese capaz de ver su corazón. Lo que acababa de leer era justamente lo que sentía, lo que le estaba pasando. Otra vez cerró sus ojos y se imaginó en un rincón. Y buscó girar. Allí encontró que había oportunidades que se le estaban presentando y no veía, o se negaba a verlas. Recordó sus deseos juveniles, las ganas que tenía de hacer mil cosas. Y sus proyectos para el futuro. Y se dio cuenta que esas eran las puertas y las ventanas que le señalaba el libro. Que cada uno tiene las salidas y es sólo cuestión de girar y ver. Y decidir cuál elegir.

Estaba maravillado. En pocas palabras, con unas monedas acababa de encontrar casi todas las respuestas que tanto tiempo hacía que buscaba. Su ánimo se iluminó y la sensación de agobio comenzó a borrarse. En su interior había una luz de esperanza y entusiasmo que empezaba a iluminar su alma. Y sintió que renacía, que no todo estaba perdido, que su vida podía tomar otro rumbo y la felicidad que imaginaba no era una utopía.

Ahora no podía dejar de leer. Estaba atrapado por esas páginas caseras. Y quería más.

Abrió nuevamente el libro y siguió leyendo: " no me entienden, le dijo Carlos a su acompañante. Todos están en mi contra. Lo que digo es siempre distinto de lo que los otros piensan. Siempre estoy equivocado. Me parece que todos se ponen de acuerdo para llevarme la contra. Es eso. Es una confabulación. Cuando digo algo cualquiera me dice lo contrario. Para hacerme rabiar. Para que me haga mala sangre y nada más. Porque les gusta verme enojado.

Y mientras seguía protestando y contando su sensación de persistente desacuerdo, Ricardo, su acompañante tomó una pequeña revista publicitaria y serenándolo, la puso frente a sus ojos cubriendo su cara. Y le pidió a Carlos que relatara lo que veía.

– Veo una hoja con una foto y un título, con recuadros publicitarios.

– No, le dijo Ricardo. Lo que ves es una hoja lisa, color lila con una palabra grande en el medio.

– No. Lo que veo es una foto y un título y recuadros publicitarios. Vos también me llevás la contra.

– Si te digo que veo una hoja lisa y vos me decís otra cosa debo pensar que me estás mintiendo. ¿Es así?

– No, no miento. Pero vos sí, para hacerme enojar y para hacerme pasar por mentiroso, ves que al final sos como todos.

Ricardo entonces, tomo la revista y la hizo girar dejando frente a los ojos de Carlos la parte que él veía. Oh! Exclamó Carlos. Es una hoja lisa, color lila.

– ¿ves que no siempre lo que los demás dicen es mentira, que muchas veces es lo que ven, y es distinto a lo que ves vos?

Cada uno ve una parte de la realidad y si no nos molestamos en tratar de ver lo que ve el otro, o no nos importa explicar lo que vemos, nunca podremos sentir que acordamos. Siempre vamos a sentirnos en pugna, agredidos, negados. El punto es ver lo que el otro nos quiere mostrar y compartir la visión que nosotros tenemos de las cosas. La realidad se construye con las partes de cada uno. "

Otra vez Pedro sintió una sensación fría por su espalda. Cuántas veces había discutido sin llegar a ningún resultado y pensando que lo estaban maltratando, o con mala intención le negaban las cosas. Cuántas veces había sentido esa sensación de no ser comprendido. Cada día la vida le oponía situaciones similares. Y ahora comprendió que debía mirar el otro lado, entender la visión del otro para poder explicar la suya.

Se dio vuelta, y miró buscando a al viejo. Pero se dio cuenta que su tren hacía largo rato que había dejado la estación en donde compró el libro. Trató de recordar el rostro, los ojos de ese hombre, pero solamente pudo evocar su voz. Y lo imaginó escribiendo, y contando las cosas que ahora leía. Y le hizo bien.

Al dar vuelta la hoja encontró un dibujo. Muy simple, casi infantil. Era la representación de un tren de dos vagones visto de perfil, en plano. El primero, con su chimenea, describía una locomotora. Y el segundo, unido al primero por una cadena, era un vagón de carga.

En cada uno había un cartel. El primero decía INTENTAR, el segundo decía NO PUEDO.

Abajo un texto corto: "Intentar siempre va acompañado de No Puedo. Es un tren de dos vagones inseparables. Cada vez que llega Intentar, llega No Puedo. Porque Intentar es como un escudo para la conciencia. Cuando no queremos o no nos animamos a hacer algo, a cambiar, a empezar, a decidir, a sentir, siempre nos decimos que intentamos. Pero inmediatamente llega el no pude. Intento pero no puedo. Y la vida se nos va mientras nos engañamos creyendo que eso es lo máximo que se puede hacer. ¿Cómo eliminar el No Puedo? Hay una sola forma. Cambiar INTENTAR por HACER. Cuando aparece HACER, desaparece NO PUEDO. Dejemos de intentar. Hagamos."

Un ruido de metales raspándose sacó a Pedro de la lectura. Su viaje terminaba y debía empezar el día de trabajo. Guardó el libro con mucho cuidado y se encaminó a la oficina. Con una sonrisa en la boca y mascullando: Hacer elimina No Puedo.

El Cambio

El edificio de las oficinas donde trabajaba estaba delante de sus ojos. Llegó casi sin darse cuenta, como en una nube suave con pasos automáticos pero firmes. Al ver la entrada la notó extraña. Le impresionó como más brillante, como si hubiesen pintado el frente. Pero no, era el mismo. Fue solamente una impresión. Abrió la puerta y entró. Una luz brillante iluminaba todo el espacio y le llamó la atención. Sintió que volvía al primer día. Cuando por primera vez entró en ese lugar. Las luces brillaban igual. Miró a su alrededor y fue descubriendo de a poco los rostros conocidos. Lo miraban como a un extraño. Como si no lo reconocieran. Al pasar frente al espejo de la recepción miró de reojo para tratar de distinguir algún detalle incorrecto en su ropa o en su andar. No vio nada diferente. Solamente notó que su rostro tenía una sonrisa que desde mucho tiempo atrás no veía. Saludó uno a uno a sus compañeros de tareas y se acercó a su escritorio. Y hoy también lo sintió distinto. No se sintió atrapado por el agobio. Al contrario se sentó y tuvo placer al ver sus papeles y la tarea pendiente. Cerró sus ojos un instante y vió una imagen especial, el campo que tanto le gusta, cerca del río. Creyó sentir el calor del sol en su rostro y el cuerpo se aflojó. Se sentía feliz. Y esperaba con ansias el intermedio para el almuerzo para seguir leyendo su libro.

El saludo de sus compañeros le dejó el sabor de algo distinto. Todos le dijeron que lo veían muy bien, le hicieron bromas con referencia a la noche pasada, y otras similares. Raro. No se molestó. Le agradaron las risas y las palabras. Le agradó compartir el tiempo con esas personas. Sintió que no era una condena sino un momento agradable. Y que podría dejar de estar allí cuando quisiera. Eso lo hizo feliz. Ya no era esclavo.

Justo antes del almuerzo una discusión por temas ajenos a su tarea lo trastornó. Lo sacó a empujones de su campo y de su río y lo enfrentó con la vida de los otros, con la rutina que quería olvidar. Sintió otra vez impotencia. Se vio involucrado en sentimientos que no quería tener, en asuntos que no le correspondían, pero no podía dejar de involucrarse. Y así, con el ceño otra vez arrugado y el andar molesto, mirando hacia el piso, salió de la habitación y se dirigió al lugar de costumbre, el bar de la esquina. A pasar el rato y despejarse, a tomar un almuerzo escaso y rutinario.

Se sentó en la mesa de siempre y pidió lo de siempre. Mientras esperaba tomó el libro y siguió su lectura: "No, Ricardo, te digo que no. El me presiona y me hace hacer cosas que no quiero y no se cómo salir del tema. Me amarga la vida. Todo el tiempo está sobre mí, buscando mis errores, o inventando los que no hay.

– Mientras lo tomaba del brazo para ayudarse a cruzar, Ricardo le preguntó ¿puede cambiarse la situación? Carlos dijo que no. Que eso era así y que seguiría así. Pero a él lo amargaba mucho.

– Bien, Carlos. Imaginemos que ahora mismo se larga a llover. Que la lluvia cae y cae. ¿Si nos enojamos con el Cielo la lluvia dejará de caer?. No. Entonces lo mejor es pensar en otra alternativa. Podemos repararnos bajo el toldo de un comercio, o entrar a un barcito y disfrutar la lluvia mirando desde atrás de la ventana, o podemos caminar bajo el agua y disfrutar mojarnos. Cualquiera de las alternativas es válida. Pero la lluvia seguirá cayendo, porque no está en nuestras manos hacer que pare.

-¿qué tiene que ver con lo que te contaba? Le preguntó Carlos algo molesto.

– Si una situación no se puede modificar, entonces busquemos alternativas que no nos dañen. Cumplí con tus obligaciones y disfrutá con eso. No importa lo que los otros te digan, no le prestes atención. O dejá el lugar que te resulta molesto. O quizás reíte de cómo antes de molestaba la presión. Porque no importa lo que hagas, la lluvia sigue cayendo. Lo más sano es no amargarse. "

"Siempre hay situaciones que nos son molestas y no podemos modificar. Pero lo que sí se puede cambiar es el modo de percibirlas, el modo de enfrentarlas, la manera de ver lo que pasa. Y como te conté antes, es siempre el mismo juego. Darse vuelta y encontrar las salidas. Dejá que la lluvia caiga y disfrutala. Te vas a sentir mejor. Amargándote no vas a conseguir que cese ni que cambien las situaciones incómodas."

Pedro estaba tan concentrado en la lectura que no escuchó a la camarera cuando le dejó su pedido sobre la mesa. Recién reaccionó cuando el olor agradable de su almuerzo se hizo conciente. Y miró alrededor, vio las caras contraídas. Miró hacia fuera, y se imaginó la lluvia más linda que jamás hubiera visto.

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La sensación de placer y de renacimiento lo colmaba. Sonreía y saludaba a cada uno en su paso. Y la gente lo miraba como a un objeto extraño. Y la costumbre lo llevó solito hasta la oficina. La puerta seguía siendo brillante y nueva, y el interior luminoso. Comprendió que algo estaba cambiando en él. Y su tarde transcurrió apacible y feliz. Como años hacía que no ocurría.

El regreso a casa fue parecido al de siempre, con transportes llenos de gente, apretado entre cuerpos desconocidos, entrando y saliendo de trenes y ómnibus llevado por la marea humana. El regreso se parecía a cualquier cosa menos a la sensación de paz que debía encontrar quien ha pasado todo el día fuera de casa cumpliendo con sus tareas. Pero era su realidad. La diferencia de hoy fue que no le molestaron los apretujones ni los traqueteos de los vehículos. Hoy se sentía en paz y lleno de vida. Deseaba llegar a casa para contarle a Bety lo que había leído y sentido y para seguir leyendo. Y especialmente deseaba leerlo con ella. Como si de pronto hubiera brotado verde un nuevo retoño en sus sentimientos hacia ella, en la rutina de cada día.

Antes de llegar compró flores y helado. Como cuando eran novios. Como cuando la visitaba en la casa de sus padres. Y se sintió joven y vigoroso.

El abrazo de bienvenida los transportó a la adolescencia, a esos rincones oscuros en los paseos de los domingos. Y ella sintió mil cosquillas y deseos de besarlo como antes. Se tomaron de la mano sin decir nada y entraron en la casa, sonriendo, sorprendidos, emocionados, con mil preguntas y ninguna palabra que las expresara.

Cuando pasó la sorpresa, Pedro abrazó otra vez a Bety y le contó al oído lo que sentía, y lo que tantas veces deseó volver a decirle. Y le contó del libro.

La cena fue toda una fiesta de caricias y palabras dulces. Después de mucho tiempo la tele estaba apagada y el sonido que se escuchaba era el de las palabras y las risas. Ella le contó las peripecias del día y él con gran entusiasmo repetía las palabras del libro. Le contaba una y otra vez cómo lo había conseguido, y trataba de recordar el rostro del vendedor para describirlo. Pero solamente tenía muy vivo el recuerdo de su voz.

Al terminar la cena se sentaron juntos a leer. "no son las oportunidades que te llegan tarde sino la manera en que las ves, la forma en que caminas la vida. Ricardo le explicaba una y otra vez y Carlos parecía no entender. Entonces le preguntó: ¿sabés andar en bicicleta? – por supuesto, le dijo Carlos, que otra vez no entendía la relación entre lo que hablaban y la pregunta de su amigo. Hasta pensó que estaba medio ido porque le preguntaba cosas totalmente descolgadas. Ricardo insistió: ¿y cuando andás en bicicleta manejás mirando para adelante o para atrás? – Para adelante, con testó Carlos ya algo molesto. Bueno, dijo Ricardo. Imaginá que vas por un camino cualquiera, con los obstáculos y las maravillas que tiene cualquier paisaje. Pero imaginá que manejás mirando para atrás. Seguramente en algún momento te llevarás algo por delante, o no verás una piedra, o un pozo. Y tu viaje será intranquilo e inseguro. Pero además, todas las cosas lindas que tenga el paisaje las vas a ver después que pasaron, nunca cuando se están acercando. Siempre verás las cosas sin poder disfrutarlas porque cuando las descubras ya habrán pasado. Eso es lo que pasa cuando vamos por la vida mirando solamente el pasado, lamentándonos de lo que no hicimos o no fuimos. Cada cosa nueva que suceda pasará y no vamos a poder disfrutarla. Y además es posible que las dificultades que se presenten no las podamos esquivar por estar mirando hacia atrás. Y tendremos la sensación que la vida es dura, difícil y triste. Pero si te das vuelta, mirás para el futuro, hacia donde quieres ir o pensando en lo que viene vas a poder disfrutar totalmente de ella. Darse vuelta es dejar el pasado atrás, aceptar que lo que fue ya no es importante, y lo que sí importa es lo que hoy tenés y lo que viene.

Carlos cerró su boca que había quedado abierta y no dijo ni una palabra. Otra vez Ricardo le estaba mostrando con ejemplos sencillos cómo cambiar su vida. Y sintió que tenía razón."

Bety sintió frío en la espalda, como si una ráfaga de viento helado la sorprendiera en pleno verano. No podía creer lo que había leído. Se ajustaba exactamente a su manera de tomar la vida. Ella vivía pensando en el pasado, amargándose por las cosas que había perdido o no pudo hacer. Hasta este momento no había entendido los reclamos de Pedro, cuando le decía que disfrutara lo que tenían, que se alegrara al pensar las cosas lindas que harían si tal o cual negocio salía. Ella siempre estaba pensando en lo que no había conseguido. Y ahora se daba cuenta que estaba manejando la bicicleta mirando para atrás. Suspiró profundo, rodeó el cuerpo de Pedro con sus brazos y buscó su rostro para perderse en un beso tan dulce como siempre se había imaginado recibir. Pero lo estaba dando.

Ya era tarde y mañana el día empezaría otra vez temprano. Dejaron la lectura y fueron a acostarse. Y se sintieron muy bien. Se acostaron al mismo tiempo. Hoy no hubo platos que lavar ni partido para ver. Deseaban estar juntos y no tuvieron necesidad de decírselo al otro. Surgió solo. Se acostaron y ella apoyó su cabeza en el pecho de Pedro que la rodeaba con sus brazos. El ritmo de la respiración de ambos se acompasó y sus cuerpos se relajaron.

Conversaron y se rieron. Se sentían felices. Y vieron juntos una luz que se encendió en sus vidas. Como si fuera una nueva guía para el futuro.

Pedro le dijo antes de dormirse que la quería mucho (ya no recordaba la última vez que lo había dicho) y al decirlo recordó una parte del libro, y le contó : Leí que muchas veces no nos damos cuenta que circulamos por una ruta rugosa y llena de escollos sin advertir que a pocos metros existe una totalmente asfaltada y lisa, más rápida y cómoda, más confortable. Y seguimos sufriendo por el camino desagradable. Y no aceptamos que alguien nos muestre la otra ruta. Quizás es más sano aceptar conocer las opciones y elegir la que más nos guste. No importa si nos gusta caminar por rutas de tierra, como los que hacen carreras de Rally. Lo que vale es saber que existe otra ruta, y que el día que no queremos más la de tierra podemos tomar la otra. Eso nos permite encontrar el camino que más nos conviene y más se acerca a hacernos felices. La vida siempre tiene más de una ruta. Está en quien la recorre elegir.

Bety lo besó y le dijo que quería que buscaran juntos la ruta de asfalto. Y el sueño los encontró abrazados como la primera vez.

La Libertad

Laura se acercó con una sonrisa, y como secretaria curiosa, miró rápidamente las cosas que tenía sobre el escritorio. Trabajaba en la empresa desde hace algunos años y prácticamente la fuimos formando en las tareas diarias los que ya teníamos tiempo haciendo el trabajo. Y siempre lo recordaba y reconocía. Pero desde un tiempo a esta parte noté que se acercaba con más frecuencia y con cualquier excusa a mi escritorio y buscaba hablar de temas personales. Le gustaba cómo encaraba los problemas y muchas veces me dijo que le resultaron muy prácticos mis consejos (que en realidad eran ideas que surgieron en mí después de leer el libro del viejo).

Estaba en eso de mirar cuando se detuvo en un cubo que tenía apoyado a mi derecha. Un cubo de cartón, con caras de diferentes colores. – ¿qué es esto? Me preguntó.

– Es la verdad – le dije.

– ¿la verdad, cómo es eso?-

Le conté brevemente que la idea del cubo la encontré en un libro y como me gustó la puse en práctica. Levanté el cubo y se lo puse frente a sus ojos. ¿Qué color tiene? – rojo- me dijo-

Lo hice girar y le pregunté otra vez. – Verde – me dijo. Otra vez lo giré y volví a preguntar. Ya algo fastidiada pero sin dejar de estar interesada me dijo – amarillo –

Bien, si sigo girando, cada cara tiene un color distinto, pero sigue siendo el mismo cubo. La verdad es igual. Es una sola, pero muchas veces la posición que tomamos frente a ella nos hace verla diferente, o diferente a cómo la ven los demás. Cuando creemos que somos dueños de la verdad porque vemos un lado del cubo estamos olvidando el resto. La única manera de que la verdad se vea completa es contemplarla desde todos los ángulos, escuchando cada uno de las visiones que tienen quienes nos acompañan.

Laura tomó el cubo entre sus manos, lo hizo girar, y mientras pensaba lo que había escuchado se sonrió con la sonrisa más sincera que uno imagine. Y sentí que cada cara que veía le recordaba algún episodio importante en su vida.

Dejó el cubo sobre el escritorio, y se inclinó apenas para dejarme un beso en la mejilla. No era común que hiciera eso, pero esta vez sentí que lo entregaba con mucho cariño y me llenó de alegría.

Al irse me miró y volvió a sonreír. Se sintió tocada por el relato del cubo y la vi dirigirse con serenidad a su lugar de trabajo.

La misma sensación tuve la primera vez que leí el texto. Y me sirvió para que cada vez que me daba cuenta que mi punto de vista no coincidía con el de otros pensara en las caras del cubo y tratara de entender las diferencias y acercarlas.

Casi no podía creerlo. Era mi última tarde en esa oficina. A partir de la siguiente semana iniciaría el camino que el futuro me guardaba, el futuro que comencé a preparar el día que compré aquel librito y comprendí que podía cambiar, que había salidas y que era capaz de encontrarlas.

Me dirigía a la oficina del gerente mientras pensaba en la felicidad que a Bety y a mí nos produjo tomar la decisión de cambiar y comenzar de nuevo, con la fuerza e ilusiones de cuando iniciamos nuestro camino juntos.

– Adelante Pedro – dijo el Sr. Gómez. Y con tranquilidad pasé a su despacho y me acomodé junto a un sillón. Me senté cuando me invitó a hacerlo y esperé sus palabras.

Y lo que dijo era lo esperado. Que le extrañaba mi decisión, que un empleado como yo no era fácil de reemplazar y que estaba dispuesto a pensar en alguna mejora personal con tal de conservarme en la empresa, que una cosa y la otra.

En ese momento recordé las palabras de Ricardo a Carlos en el libro del viejo: "imaginate que desde un monte ves 2 habitaciones iguales. Desde arriba ves que hay un hombre leyendo en cada una. Al cabo de un rato vez que se acerca alguien y en una de las habitaciones coloca una llave en la puerta, abre y deja una bandeja. En la otra golpea la puerta y cuando le abren deja una bandeja similar. Desde arriba parecen las dos situaciones iguales. ¿Cuál es la diferencia? En una habitación la persona no tiene la llave. Abrir o cerrar la puerta depende de quién la tiene. En la otra la llave la tiene la persona. Abrir o cerrar la puerta depende exclusivamente de ella. Las dos leen, las dos reciben bandejas. Pero una la recibe porque quiere, la otra porque se la dejan. En nuestra vida diaria lo importante es tener la llave no la habitación en que te encuentras. Y la llave de nuestra vida es la confianza que tenemos en nosotros mismos, en lo que somos y creemos, en lo que sabemos que somos capaces. Y tener la llave nos permite elegir. Y elegir es ser libre.

Carlos volvió a quedar mudo. Siempre las palabras de Ricardo lo dejaban así, como en el aire, sin saber bien qué contestar. Y estaba en eso cuando Ricardo volvió a hablar. Ahora pensá en dos personas en situaciones diferentes. Una está en una celda. A las 8 la despiertan, a las 10 paseo, luego almuerzo, siesta y tiempo libre, para luego baño y cena. Todo pautado, hora por hora. Cada día. La otra, está en un campo, sin fronteras, sin horarios, sin ninguna referencia de límites. ¿Cuál es más libre?

Carlos lo miró y le dijo: el que está en el campo, por supuesto. – error – le dijo Ricardo – El que está en el campo no tiene ninguna referencia, no sabe si va a comer o va a dormir cobijado, no sabe si va a ser atacado por un animal o la sed se le tornará inaguantable. El que está en la celda tiene pautas, pero puede hacer lo que desea dentro de esas pautas, en su tiempo libre. Sabe cuándo comerá y cuándo descansará. Es cierto que su espacio físico está limitado, pero no está atrapado por la incertidumbre. El del campo no tiene referencias, aunque dispone de todo el espacio físico. Y eso lo hace esclavo de la incertidumbre. La libertad tiene que ver con los límites. Aunque pareciera lo contrario. Si conocemos nuestros límites podemos movernos libremente dentro de ellos. Por supuesto que si al del campo le damos horarios de comida, fronteras y cobijo su posibilidad aumenta enormemente respecto del otro. Nuestra vida muchas veces se nos escapa en los reclamos de libertad sin darnos cuenta que en los mismos límites está. Que se es más libre cuanto mejor aprovechamos nuestras limitaciones."

-Pedro – le dijo el Sr. Gómez – ¿me está escuchando? – Si, disculpe, me distraje pensando lo que me decía (mintió Pedro). – ¿y que responde?

– Le agradezco enormemente su oferta pero he decidido elegir mi camino en forma distinta, y aceptar las limitaciones que la libertad me imponga.

Gómez lo miró con ojos de asombro, sin entender muy bien lo que Pedro decía, dijo algunas cosas más por compromiso que por sentimiento y le deseó un futuro promisorio. Se despidieron cordialmente y en el último apretón de manos Pedro sintió que en su palma quedaba la llave, que esta vez no se la llevarían.

Salió del despacho con la tranquilidad de quien ha tomado la decisión más sana y con la felicidad de haber cumplido un sueño. Hace meses el agobio lo ahogaba y hoy estaba pleno, libre, feliz. Recordó el encuentro con el viejo, las primeras lecturas, y se asombró que unas pocas letras le hubieran permitido cambiar tanto su vida. Y sintió en el medio del pecho una cosquilla especial que era el recuerdo de Bety, con quien pensó que ya no tenía posibilidades y hoy estaban espléndidamente juntos.

Por detrás quedaba la puerta y el edificio, los años de tristeza y desazón, de descontento y sentimiento de impotencia por no poder salir de esa situación.

Caminó hacia la plaza y el sol le acarició la cara. Y recordó una de las últimas frases del libro:" Ricardo, deberías escribir todas estas cosas y hacer un libro. Te harías millonario, le dijo Carlos mientras comían sentados en el parque. En un rato conseguiste que repensara mi vida, que viera cosas que nunca había ni pensado y que sintiera una paz interior que hasta ahora jamás había sentido. Deberías escribir.

Ricardo lo miró y le dijo: ¡buena idea! ¿Y qué título le pondríamos? – Hojas de Otoño- dijo Carlos. Porque serían las hojas escritas con la experiencia que dan tus años.

– Buen título- dijo Ricardo. Quizás algún día…"

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