Los instrumentos económicos y la gestión económica ambiental, alternativas para la sustentabilidad
Enviado por Inaivis Fábregas Amaya
- Resumen
- Realidades que demuestran la necesidad de prácticas económico-ambientales sustentables
- Alternativas para prácticas económicas sustentables
- Pasos para aplicar un sistema de gestión ambiental
- Conclusiones
- Bibliografía
RESUMEN
Existe hoy un problema sin resolver… y es que al parecer, esos países que disfrutan de crecimientos inestimables en sus economías, y de ese modelo general de desarrollo industrializado productivista – consumista, que ha proliferado a un ritmo temeroso en las últimas décadas, no han tomado clara conciencia de la urgencia de armonizar el progreso monetario – mercantil, con el equilibrio ecológico y la equidad social, a pesar de los llamados y acuerdos tomados en cada Cumbre, en las convenciones internacionales, foros y demás eventos científicos.
Asimismo, la apertura de las economías altamente industrializadas a la competencia internacional, la actividad continua y ascendente del Capital Financiero y las nuevas tendencias de la Exportación de Capitales a nivel global, han inducido a un aumento inmoderado de la escala tecnológica y de producción; inadecuados modelos de desarrollo, con políticas macroeconómicas y sectoriales discriminatorias.
Si analizamos la relación que existe entre el carácter global de los problemas ambientales que más afectan a la humanidad y la creciente brecha socioeconómica que continúa agudizándose entre los países del Norte y del Sur, una solución largoplacista es sin dudas la reestructuración de las políticas económicas sobre bases de equidad y justicia social y ambiental respectivamente.
La Valoración Económico – Ambiental, la implementación de Instrumentos Económico – Ambientales con un carácter sistémico, la Gestión Económica Ambiental, son algunas de las políticas que necesitan ser llevadas a cabo, de manera que se respete el Rendimiento Máximo Sustentable en el manejo de los recursos naturales renovables, eso sin hablar de los no renovables, que ni siquiera debieran ser explotados y lo son. Para ello la voluntad política de los gobiernos y representantes de las organizaciones internacionales son un factor importante, aunque no el único.
INTRODUCCIÓN
ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES
El concepto de Desarrollo Sostenible ha sido estereotipado en los últimos veinte años por un sinnúmero de personas, instituciones y organizaciones que lo "utilizan" en función de sus propios intereses, a favor algunos, y otros no tanto, de la justicia social y ambiental en el planeta; demostrando su carácter ambiguo, lo cual ha condicionado la aparición de múltiples definiciones.
Mi objetivo no es hacerle una crítica al Desarrollo Sostenible en su marco conceptual, sino llevar a la reflexión sobre la ausencia de un profundo sentido de la realidad que hoy viven nuestros pueblos, y de prácticas verdaderamente impactantes, que contribuyan en un corto y mediano plazo, y con una visión largoplacista y ambiocéntrica, a la necesaria equidad que pide a gritos la sociedad mundial en particular y el Universo que nos rodea en general.
Al parecer, esos países que disfrutan de crecimientos inestimables en sus economías, y de ese modelo general de desarrollo industrializado productivista – consumista, que ha proliferado a un ritmo temeroso en las últimas décadas, no han tomado clara conciencia de la urgencia de armonizar el progreso monetario – mercantil, con el equilibrio ecológico y la equidad social.
El Desarrollo Sostenible, término aplicado al desarrollo económico y social que permite hacer frente a las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades; o al mejoramiento de la calidad de vida humana dentro de la capacidad de carga de los ecosistemas que la soportan; fue presentado como tesis, en el Informe Nuestro futuro común, de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo (WCED, 1987).
En la década de 1980, tanto el agravamiento de los problemas ambientales globales, como la agudización de los problemas socioeconómicos a nivel mundial, aceleraron la confluencia de dos vertientes que alimentaron el enfoque del Desarrollo Sostenible: (Pichs Madruga, 2004)
I. Las corrientes que han sometido a revisión el concepto de desarrollo económico y las políticas económicas prevalecientes; y
II. El surgimiento de la crítica ambientalista al modo de vida contemporáneo.
Es cierto que el estado del medio ambiente no puede aislarse del estado de la economía a nivel global; es un círculo cerrado; los problemas económicos causan o agravan expolios ambientales que, a su vez, dificultan las reformas económicas y estructurales. Sin embargo, la cuestión no es provocar una parálisis de la economía mundial actual, ni hacer que entren en una crisis socioeconómica los respectivos países, por hacer más sustentable la vida en la tierra y más eficiente el uso de los recursos naturales que la sostienen.
Es obligada la búsqueda de opciones y la propuesta de alternativas que generen un equilibrio entre ambas aristas de la vida del hombre, contribuyendo de igual modo a un beneficio social, pues valoramos al ambiente como un sistema de elementos abióticos, bióticos y socioeconómicos con que interactúa el ser humano, a la vez que se adapta al mismo, lo transforma y lo utiliza para satisfacer sus necesidades. Por lo que, toda acción a favor de la conservación y manejo sostenible del entorno, tiene una repercusión directa hacia las personas, sus condiciones y calidad de vida.
Tomando como punto de partida los conceptos de Desarrollo Sostenible, de la Comisión de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, y de Desarrollo Humano, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), pueden identificarse tres dimensiones básicas e interrelacionadas del desarrollo: Sostenibilidad económica, social y ambiental. Es válido aclarar que en el marco de la temática que nos ocupa y preocupa, el análisis de la problemática económica y social, además de la ambiental, fundamentalmente cuando se trate de países subdesarrollados, necesita hacerse en términos de sustentabilidad y con un enfoque integral y multidimensional, puesto que cada una de estas dimensiones resulta condición necesaria para la misma, sin excluir otras también importantes como la cultural, la tecnológica y la espacial.
¿De veras es creíble que se garantice la estabilidad y el aseguramiento de bienes y servicios ambientales, a las generaciones futuras con una mentalidad largoplacista, cuando aun se palpa tan vívida la ambición de la Oligarquía que dirige al Capitalismo Industrializado?
Resulta apremiante, sobre todo para los países desarrollados, que sean consecuentes con el reconocimiento acerca de que la protección ambiental y el desarrollo económico son problemas generalizados, que nos atañen a todos por igual y los cuales requieren soluciones globales. Un orden mundial donde un reducido número de países imponen las reglas del juego al resto de la comunidad internacional, resulta incompatible con el necesario enfoque integral y participativo que se requiere, máxime cuando se trate de instaurar compromisos universales en materia de cooperación internacional, lucha contra la pobreza, ayuda financiera a los países subdesarrollados, y transferencia de tecnologías idóneas desde el punto de vista de la reducción o prevención de la contaminación.
DESARROLLO
REALIDADES QUE DEMUESTRAN LA NECESIDAD DE PRÁCTICAS ECONÓMICO-AMBIENTALES SUSTENTABLES
No hace falta más que estudiar las cifras para darnos cuenta de que estamos muy lejos de la sostenibilidad socioeconómica y ambiental que hoy se precisa con urgencia, y para la que tenemos que ser más exigentes, sobre todo en las políticas implementadas con ese fin, puesto que cada día nos demuestra con creces que no es suficiente.
Si analizamos los resultados registrados en el último período, en materia económica, social y ambiental, percibimos que los instrumentos económico – ambientales que hoy se practican, no se están llevando a cabo con el rigor y la efectividad indispensable para el logro del objetivo propuesto; incidiendo, por encima de todo, la falta de una voluntad política que respalde el correcto funcionamiento de dichos mecanismos de regulación.
La brecha que separa a los países desarrollados y subdesarrollados se ha pronunciado de manera creciente en las últimas décadas, baste decir, que los países del tercer mundo aportan el 78% de la población mundial y sólo el 20% de las exportaciones y el 38% del Producto Interno Bruto (PIB) global, debido a sus economías inestables y deformadas; mientras que en el otro extremo están los países industrializados, que poseen el 15% de la población mundial, y a los cuales les corresponde el 75% de las exportaciones totales y más del 56% del PIB global. Sólo Estados Unidos, una de las mayores potencias en la historia de la humanidad, con menos del 5% de la población mundial, registra niveles de PIB y exportaciones que casi duplican los registros agregados correspondientes a América Latina y África.
En términos de equidad se aprecian grandes diferencias entre el Norte industrializado y el Sur atrasado y expoliado de modo general. Atendiendo a los niveles de ingresos percápita, se reportan en los países en vías de desarrollo, 1 000 millones de personas que viven en extrema pobreza en todo el mundo y que subsisten con menos de 1 dólar diario, y se calcula que unos 2 800 millones viven con menos de 2 dólares al día (ONU, 2004). Se estima que 790 millones de personas padecen de hambre e inseguridad alimentaria. Y por si esto fuera poco, aproximadamente la tercera parte de la población mundial, generalmente ubicada en naciones del Tercer Mundo, vive en países con problemas por falta de agua potable; alrededor del 50% carece de sistemas adecuados de saneamiento: Se calcula que más de 1 000 millones de habitantes en estos países carecen de agua potable y más de 2 400 millones no cuentan con un saneamiento apropiado; entre un 30 y un 60% de la población urbana de los países de bajos ingresos siguen sin disponer de viviendas adecuadas con acceso a los servicios básicos.
De esta forma, resultan verdaderamente preocupantes las presiones a que están sometidos importantes recursos naturales, como los suelos y las reservas de agua dulce en las naciones subdesarrolladas. Se calcula que a nivel global, las aguas contaminadas influyen en la salud de cerca de 1 200 millones de personas, constituyendo causa de fallecimiento de unos 15 millones de niños cada año.
Por otra parte, en lo que respecta a América Latina y el Caribe; aun cuando las Metas de Desarrollo del Milenio fueron acordadas en el año 2000 por 189 países de la Organización de las naciones Unidas (ONU) como estrategia definitiva contra la pobreza, la desigualdad y la contaminación, con plazo en 2015; desde entonces la población latinoamericana pobre ha aumentado a un ritmo superior al de la población total (CEPAL, 2004). Los datos correspondientes al cierre del pasado año, confirman a Chile como el país que ha cumplido con la meta del Milenio de reducir la pobreza extrema; mientras que en Brasil, Ecuador, México, Panamá y Uruguay los porcentajes de avance hacia el cumplimiento de la primera meta, de reducir la pobreza a la mitad, superan el 56%; sin embargo, países como Argentina, Paraguay y Venezuela, presentaron mayores niveles de indigencia que en 1990.
A ello se suma también el fracaso en la aplicación de las políticas neoliberales y las recetas expoliadoras de los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que subyugaron las economías y agudizaron las condiciones de miseria de casi todas las naciones. Esas entidades crediticias reconocieron que en poco más de 20 años América Latina transfirió a los Estados desarrollados 2 540 billones de dólares como pago de la deuda externa, el equivalente al 1.5% del PIB producido en un año por el subcontinente y el Caribe en su conjunto. Unido a esos fenómenos se encuentra la constante fuga de capitales y los bajos precios impuestos a las materias primas de las naciones subdesarrolladas. Llamativo resulta que el 71% del débito (725 805 millones de dólares en 2001) se concentra en las tres principales economías de la Región: Brasil, México y Argentina.
Persisten hoy en el continente el desempleo y subempleo, los bajos ingresos familiares, el escaso acceso a la vivienda y sus pésimas condiciones de insalubridad, sin agua potable, drenaje ni luz; ello sin contar el impacto del predominio femenino como cabeza de familia, la reducción de los servicios básicos y la perenne inseguridad ciudadana.
No es posible hacer un análisis separado de la situación actual que enfrentan los países del sur, y la crisis ambiental que invade el nuevo siglo, herencia del pasado.
Las sociedades rurales y hasta urbanas de América Latina padecen de empobrecimiento, desintegración social, emigración a gran escala y devastación ambiental. Se ha vuelto un fenómeno bastante común "culpar a la víctima" de su propia situación y de su falta de progreso. Esta es una percepción equivocada de la pobreza como causa de los problemas ambientales en estos países.
Los pobres no saquean la tierra debido a su insensible desperdicio de recursos, sino por la falta de una distribución equitativa de la riqueza social disponible y de la manera despiadada en que los ricos y poderosos defienden su control. Por otra parte, estas poblaciones que sobreviven en condiciones de absoluta pobreza, no tienen más alternativas que depredar el medio ambiente para intentar sobrevivir; y como se trata de economías subdesarrolladas y altamente dependientes de las exportaciones de productos básicos, necesariamente erosionan al medio, presentando como principales preocupaciones ambientales las relacionadas con problemas tan acuciantes como la calidad del agua y la protección del suelo; trayendo esto a su vez como consecuencia ineludible, que se afecten sensiblemente las esenciales fuentes de ingresos exportables de dichas naciones por su uso excesivo y a veces inadecuado.
Además, un aspecto que no se puede dejar de mencionar es que la degradación ambiental, a causa también del calentamiento global y emisiones de compuestos químicos a la atmósfera, está provocando entre otras cosas, desastres sociales debido a eventos naturales cada vez más severos. Ello se traduce en la pérdida de la diversidad biológica, la contaminación de mares, océanos y zonas costeras en un grado aun mayor; y como es de suponer, las peores afectaciones se concentran en las regiones más pobres del planeta, que son, de hecho, las más vulnerables desde el punto de vista económico, social y ecológico para enfrentar situaciones o eventos ambientales extremos, los cuales, dicho sea de paso, ascendieron en la pasada década, según reportes recientes, a un costo de unos 608 000 millones de dólares, cifra comparable al monto combinado de las cuatro décadas anteriores.
Las instituciones oficiales, nacionales e internacionales, de la Región Hispanoamericana, han impulsado estrategias para premiar a agricultores comerciales por sus aportaciones al desarrollo nacional, asegurándoles continuamente el acceso privilegiado a los recursos más valiosos de la sociedad en proceso de modernización: la tierra y los recursos naturales, la tecnología, el crédito y los canales del mercado. Estos sistemas modernos de producción continúan su expansión, disputando los derechos de los campesinos e indígenas sobre sus tierras más productivas y sus recursos naturales en general, obligándolos a buscar refugio y asentamientos en tierras cada vez más marginales. De esta forma se ve acentuada la desigualdad y la pobreza extrema en dichas regiones, condenando la mencionada expansión, a la devastación a los territorios y a la gente que en ellos vive.
En el tercer mundo carecen de acceso al apoyo técnico, financiero e institucional protector. Algunas de las causas principales que inducen a la inequidad tanto social como económica, y por ende a la degradación ambiental en este grupo de países "atrasados", tienen que ver con los beneficios de la "revolución verde", que condujeron a incrementos significativos de la productividad, y que fueron captados por aquellos grupos capaces de obtener acceso a los conocimientos técnicos, los financiamientos y la infraestructura; de modo similar, la inversión pública en sistemas de riego y colonización para expandir fronteras productivas tendió a sobrecargarse para promover la agricultura comercial de gran escala sujeta a la mecanización. Tales programas no sólo han tenido efectos devastadores sobre el ambiente, sino también son destructoras de la sociedad.
Asimismo, la apertura de las economías altamente industrializadas a la competencia internacional, la actividad continua y ascendente del Capital Financiero y las nuevas tendencias de la Exportación de Capitales a nivel global, han inducido a un aumento inmoderado de la escala tecnológica y de producción; inadecuados modelos de desarrollo, con políticas macroeconómicas y sectoriales discriminatorias, se han llevado a la práctica; haciendo uso para ello del 75% de los recursos naturales que se comercializan: 70% de la energía por combustibles fósiles, 75% de los metales, 85% de la madera, entre otros.
Esto trae consecuencias puntuales para el Tercer Mundo, fundamentalmente para campesinos e indígenas. Un ejemplo de ello se puede apreciar en el hecho manifiesto de que la utilización de maderas comercializables produce deforestación; conduciendo a que la búsqueda de combustibles domésticos como la leña y el carbón vegetal, y de otros combustibles tradicionales de la biomasa, requiera para los habitantes de comunidades marginadas, viajes más largos y con frecuencia sacrificar los árboles más jóvenes en laderas de mayor pendiente; además, la tarea de asegurar la disponibilidad de agua igual se está haciendo más ardua.
Por otra parte, las comunidades costeras que dependen de los recursos del mar para su subsistencia están en constante riesgo, debido a la contaminación de las aguas marítimas, en ocasiones producto de los desechos sólidos y residuales líquidos expulsados por fábricas e industrias con tecnologías caducas y altamente contaminantes. Esta es otra de las problemáticas que se ven obligados a sufrir los países subdesarrollados por no contar con el financiamiento necesario que les posibilite trabajar con tecnologías limpias en los procesos productivos, que no generen o reduzcan al máximo los residuales, es decir, eliminando las tecnologías que exigen tratamientos al final de los procesos; y esto, como es lógico conllevará a productos con un mínimo efecto ambiental negativo, o sea, productos ecológicos.
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