Maquiavelo y El Príncipe. El creador de la Ciencia Política (página 2)
Enviado por Por Roque Daniel Favale
Poemas: Decenales; El asno de oro; La ocasión; La ingratitud; Serenata; Cantos de carnaval.
Teatro: (1520) La mandrágora; (1519)La Clizia; (1521)La calandra.
Prosa: (1521-1522)El príncipe; (1527)Discursos sobre Tito Livio; (1504)Vida de Castrucccio Castracane; (1520)Historia de Florencia; (1513-1516) Historia de Italia
El Príncipe es una portentosa obra literaria que mixtura en sus páginas, tal vez como ninguna otra obra, el arte, el poder y la política, logrando un extraordinario equilibrio entre los diferentes aspectos que definieron la peculiar personalidad de su autor: el creador literario, el investigador histórico y el analista político.
La obra fue editada en 1532 y escrita por Maquiavelo diez años antes, en época de su ostracismo político, y plasmó en ella todos sus conocimientos y experiencia para tratar sobre el acceso al poder y su conservación. Así, luego de una breve introducción dedicada "al magnífico Lorenzo, hijo de Pedro de Médici", a quien lo dedicó con la esperanza de lograr la reconciliación con la familia dueña del poder de Florencia, marca un hito en la historia de las ideas políticas, al ofrecer un muestrario de filosofía, historia, conocimientos del comportamiento humano, técnicas, datos prácticos y reglas de gobierno útiles para todo jefe de Estado de cualquier época, dispuesto a ser inflexible, no reparando en el empleo de medio alguno con tal de alcanzar sus fines, que deben ser la conservación del Estado, aun a costa de incurrir en conductas moralmente indignas.
Aunque "El fin justifica los medios", no es una frase textual de Maquiavelo ?a pesar de que siempre le ha sido atribuida- representa su postura, quizá más difundida universalmente. Es justamente el elemento moral de esta obra el que probablemente haya concitado más controversia e incomprensión, ya que se lo ha interpretado como exponente de una astucia perversa, convocando, desde el momento mismo de su edición hasta nuestros días, las posiciones más encontradas, y estableciendo una corriente "antimaquiavélica", asociada a la idea de hipocresía, mala fe y cinismo en la política, al punto de calificar de "maquiavélico" a este tipo de proceder reñido con la moral. Pero, claro, este tipo de planteos parece no hacer más que extraer la obra del contexto de su época para juzgarla con criterios inadecuados por extemporáneos, prácticamente desconociendo que se trata de una obra de comienzos del Renacimiento, con todo lo que ello implica, y esto, al margen de que lo que expone El Príncipe, en su mayor parte, realmente se ha dado en la época y continúa dándose aun en la actualidad.
Esta obra se fue alimentando de su experiencia desde muy joven en la administración pública de su patria y en su indeclinable y permanente deseo de defender la libertad republicana. Probablemente empieza a gestarse en su intelecto la idea de escribirla, en julio de 1500, al tomar conciencia de la fragilidad de la república florentina, mientras se encontraba de visita oficial en la corte de Luis XII, rey de Francia. Es en ese momento crucial en el cual percibe que sólo una república que poseyera ejércitos era tenida en consideración, y las que no los poseían, no sólo eran casi ignoradas, sino que se exponían a eventuales invasiones de poderosas fuerzas militares de reinos como Francia, Inglaterra o Aragón.
El Príncipe no es una obra de ficción, sino un esfuerzo de comprensión histórica en tiempo real que vibra al introducir al lector en el difícil proceso de evolución de una Europa que se retorcía de dolor y vergüenza, gimiendo bajo la opresión del oprobioso régimen feudal, hacia el esperanzador y luminoso mundo del Renacimiento, pretendiendo dejar definitivamente atrás aquel patético trance. El sistema que se iba superando, en forma desordenada y, a veces, hasta desesperada, había sumergido a casi toda Europa en un estancamiento del pensamiento, el arte, el comercio y la persona humana, esta última prácticamente atomizada dentro de un mundo grupal en el cual no existían las individualidades.
El Renacimiento trajo consigo la revigorización de un mundo que se encontraba sojuzgado, en el cual las personas podrían reivindicar su emancipación cultural, económica y social, expandiendo el avasallador poder del pensamiento y la conciencia. Maquiavelo se presenta como un eximio representante de ese nuevo espíritu renacentista caracterizado por una mentalidad profana e inquisitiva procurando liberarse socialmente de ideas místicas que entorpecieran el desarrollo del conocimiento, confinándolas al ámbito de la conciencia individual.
Maquiavelo descubre un hombre nuevo, influenciable por el ámbito social y sus circunstancias, pero dispuesto a luchar por desarrollarse y ejercer su individualidad por encima de un mundo que intenta considerarlo solamente como un objeto útil o inútil según el caso; un hombre a mitad de camino entre el ideado por Hobbes y el más romántico que posteriormente esbozaría Rousseau.
El Príncipe ha tenido entusiastas apologistas como Carlos V, Catalina de Medici, Luis XIV, Gentile, Alfieri, Gobineau y Nietzche, así como también detractores de la talla de Voltaire, Federico II de Prusia y Tolstoi. Aun Napoleón Bonaparte se dejó tentar por participar de la discusión, llegando a comentar la obra, ocasión en la cual, si bien manifestó algunas discrepancias con lo escrito por Maquiavelo, estas parecen más bien diferencias de criterio sobre temas puntuales, pero nunca una expresa crítica al texto, sobre el cual llegó a decir: "es el único libro que vale la pena leer". Tan poderosos han sido los sentimientos encontrados en torno a la obra, que incluso llegó a ser parte de las lecturas prohibidas por la iglesia, por haber sido considerada una obra impía y maldita.
Se ha dicho que una importante fuente de inspiración de Maquiavelo para esta obra fue la figura de Cesar Borgia y, tal vez, también la de Fernando "el católico", ya que sus figuras virtuosas de creadores de nuevos Estados y su hábil comportamiento político conformaban una aproximación a su príncipe ideal. Lo cierto es que la magnitud de esta obra y el peso que ha tenido en la historia de las ideas políticas, al punto de haberse constituído en la piedra fundamental de la teoría política y el texto precursor del moderno marketing político, es un hecho incontrastable. Seguramente son excepcionales los casos de pensadores o líderes políticos con aspiraciones de poder de los últimos siglos de la historia política universal que no hayan conservado a El Príncipe como libro de cabecera, ya que puede considerarse a esta obra como el texto fundador de la ciencia política.
El poder ha seducido a los hombres a lo largo de la historia, desde los tiempos más remotos, llegando a considerarse un ámbito propicio para la realización del ser humano. Es este el objeto de El Príncipe, y en esta obra, se lo expone como un fenómeno político capaz de encarnar la expresión suprema de la existencia histórica del ser humano. El texto transmite las premisas de las que deberá valerse un líder político renacentista para acceder al poder y, una vez en él, emplear su fuerza y energía, implacablemente y sin escrúpulos, para conservarlo.
La obra consta de veintiséis capítulos en los cuales el autor expresa sobradamente su excluyente ambición de ver una república unida, defendiendo lo que fue destruido en Florencia por las constantes invasiones de Francia, España e Italia, y contra todo aquello que amenace la libertad, "virtud sin la cual ningún pueblo puede construir su grandeza". Sobre la libertad opina que "la experiencia muestra que las ciudades (repúblicas) jamás han crecido en poder o en riqueza excepto cuando han sido libres", demostrándose como un fervoroso partidario de la libertad.
Pero, la verdad es que la figura de Maquiavelo no se encuentra demasiado asociada a la idea de libertad, sino más bien todo lo contrario. Ideas como "la política es el arte de lo posible" o, especialmente, "el fin justifica los medios" han sido suficientes como para crear una corriente "antimaquiavélica" ?término presumiblemente acuñado por Voltaire- que vincula la figura de Maquiavelo con lo astuto, malicioso, pérfido, inmoral y hasta maligno. ¿Será realmente atinado interpretar su texto como una mera apología de un proceder carente de principios, ética y moral para aquellos que persiguen el poder, con el único fin de explicar cómo alcanzarlo y conservarlo por cualquier medio? ¿Eso es todo?
A pesar de sus extraordinarias limitaciones, básicamente parece ser esta, con diferencias de matices, la visión más difundida por sus detractores, sin embargo, aparenta tratarse, en realidad, del resultado de un análisis muy limitado sobre la letra de El Príncipe, a veces poco profundo, otras veces sacado fuera de contexto al pretender analizar una obra de poco después del fin de la edad media, con parámetros de otras épocas y sitios.
El hecho es que, de un análisis, quizá, un poco más profundo, que vaya más allá de considerar textualmente unas pocas frases y consejos, podrían desprenderse diversos elementos que dieran una visión más rica de su pensamiento. No debería interpretarse con liviandad su famoso pensamiento liberador de culpas de todo aquel que utilice cualquier medio para alcanzar el fin que se persigue, siendo que en numerosas oportunidades Maquiavelo demuestra ser un legítimo defensor de la libertad de sus compatriotas y de la ley.
En realidad, el florentino comprendió, gracias a su amplia experiencia, que era necesario construir un Estado fuerte regido por un soberano con una suma de poder absoluto, como en otros Estados europeos de la época, para lograr la ansiada unificación y el fortalecimiento de las instituciones. Maquiavelo estimaba que si esta tarea de acceso y conservación del poder se llevaba a cabo con pruritos y limitaciones morales podía fracasar, en medio del derrumbe social que se vivía en Italia, principalmente por causa de las constantes invasiones y la patria se disgregaría definitivamente.
El autor fue un intuitivo y precursor que percibió antes que sus contemporáneos que para lograr el fin buscado, el príncipe o gobernante debía saber asimilar la experiencia de las circunstancias que enfrentaba y adecuar su conducta a la dinámica propia de ellas, superando así la adversidad, especialmente en una época de profundas transformaciones: "Los hombres prudentes saben dar siempre mérito a aquello que la necesidad les obliga a hacer".
La labor a la que debía abocarse el gobernante, entonces, la que le exigían las circunstancias históricas de su convulsionada época, era convertirse en un Príncipe unificador. Si no existía otro medio para sacudirse el desordenado caos político imperante de encima, la creación del principado debía ser un objetivo supremo que encontraría su norma de justificación en sí misma, y su cabeza debería ser regida por un único gobernante.
Su intelecto y experiencia le indicaban que para fundar y organizar un Estado, era necesario que todo se basara en una sola cabeza con todo el poder. Debía ser obra y creación de una mente ordenadora, sin la cual no podría haber verdadera unidad ni estabilidad, elementos básicos e imprescindibles para el mantenimiento del principado.
Una república unida y fuerte como la que sueña Maquiavelo, inspirado en la antigua república romana que él tanto admiraba, puede convertirse en una realidad a través de la lucha por el poder y estimulando al pueblo a unirse en la cristalización de sentimientos y anhelos comunes que configuren una identidad nacional, y es para esto que entiende que un príncipe o gobernante debe poder desempeñarse sin reparos de ninguna clase y debe estar exento de toda moral, ya que imagina que sin un gobernante poderoso y absoluto, rector de la sociedad, esa unión, como ya fue citado, no puede consumarse.
El florentino opina, entonces, que no debe haber limitación alguna en el proceder del Príncipe si de mantener el Estado se trata; quizá por su idea de que el hombre tiene cierta maldad por naturaleza, y seguro de las limitaciones intelectuales y políticas del pueblo, entiende que el gobernante necesita ser un maestro de la manipulación y la seducción, elementos que debe utilizar para manejar la voluntad, preferencias y opiniones del pueblo, y así asegurarse su adhesión. Su virtud será saber cuándo va a alejarse del bien y cuándo no, procurando siempre que deba incurrir en el mal, actuar con las necesarias apariencias para no perder el favor, y, menos aún, el temor de su pueblo.
A pesar de sus detractores, Maquiavelo asocia este fin al bien común y al gobierno de la ley, ya que, dice, la ley constituye el núcleo de la vida social y todo aquello que atente contra el bien común debe ser evitado. A propósito de esto dijo: "Hay dos maneras de combatir: una con las leyes, con la fuerza la otra. Peculiar del hombre es la primera, la segunda nos es común con los animales".
De todos modos, a pesar de estas consideraciones, en algunos pasajes del texto, Maquiavelo recomienda el uso de la fuerza para el sometimiento de los hombres, aunque sólo en casos excepcionales en los que se haga realmente necesario, ya que él no acepta ni legitima la violencia como norma, sino únicamente como una herramienta extraordinaria para la defensa del ejercicio del poder, pero no con el fin del beneficio del gobernante sino con el fin del bienestar del pueblo.
Entonces, se daría una aparente dicotomía entre el Estado pretendido por Maquiavelo como un fin último, opuesto al orden moral y a los valores éticos y, de hecho, claramente por encima de ellos, y la idea de asegurar el bien común, pero no existiría realmente ya que, como fue expuesto, asegurar la conquista y posesión del poder, de cualquier forma, no cierra la idea de república de Maquiavelo.
Esto es porque, si bien estima Maquiavelo que el poder debe ser absoluto y únicamente puede afirmarse si se apoya sobre sí mismo, el fin del poder no sería el fin en sí mismo sino que una vez logrado y establecido, el Estado debe ofrecer leyes justas al pueblo, y este asumir la defensa y seguridad de la nación, tarea que, teóricamente, ejercería a costa de cualquier sacrificio, con tal de proteger principios establecidos como la libertad, el poder al pueblo, el bien común, la salvación de la patria, la independencia nacional, la Constitución y sus ideales de vida.
El Estado, absoluto e inalienable, podría dar al pueblo la satisfacción de las necesidades y éste retribuiría de igual forma al Estado, idea sugestivamente similar a la idea del "contrato social" que mucho tiempo después firmaría Jean-Jaques Rousseau. En definitiva, se concibe como un Estado poderoso, absoluto y secular que ya no se ofrece a los individuos como un derecho divino sino que se basa en intereses, y no deberá verse jamás subordinado a las necesidades de los individuos, aunque en realidad, el fin último serán estos, ya que el Estado estará asegurando la libertad de los individuos.
De manera que, a pesar de lo que pudiera parecer en contrario, merced a algunos pasajes de la obra, y de lo que pudieran decir sus detractores, el fin de Maquiavelo es el bienestar de los individuos y esto pasa por honrar al espíritu humano procediendo en función de esto, lo que expresa cuando dice: "Tiene mayor trascendencia para el espíritu humano un acto noble y lleno de caridad, que un hecho feroz y violento". El florentino no quiere una tiranía que sojuzgue al pueblo sino un Estado fuerte, pero rigiendo una sociedad que viva bajo el imperio de la ley y la idea del bien común. Dijo Maquiavelo con respecto a su obra: "He enseñado a los Príncipes a ser tiranos, pero he enseñado a los pueblos a destruirlos".
Maquiavelo no era "maquiavélico", sino que por razones muy diversas, que se pueden resumir en su extraordinaria franqueza intelectual, la que le trajo numerosos detractores, entre los que se contaron cínicos monarcas e intelectuales de enorme trascendencia ?incluso hasta conjuntamente, como el trabajo antimaquiavelo escrito por Voltaire y presentado por Federico II de Prusia en el siglo XVIII-, y su casi revolucionaria concepción de un Estado separado de la religión, lo que le creó la enemistad de la Iglesia Católica, con todo el inconmensurable poder que ostentaba ?más aún en el siglo XV-, y que se manifestó básicamente en la declaración de "obra impía" y "libro maldito" que recibió El Príncipe, lo que implicó su prohibición. No cabe duda de que sus enemigos y detractores se encuentran entre las personalidades más trascendentes de todas las épocas, lo que implica mucha mala prensa.
El propio Maquiavelo se encarga de agregar otra vicisitud, muy importante según su criterio, que es el infortunio. Durante su destierro en San Casciano escribió: "… en esta piojera he de zambullirme para que no acabe de enmohecérseme el cerebro, y para desahogar esta malignidad de mi suerte".
Con el correr de los siglos, las ideas de Maquiavelo se fueron asentando en el desarrollo de la humanidad, inspirando el proceder y las ideas de los protagonistas de la historia, a veces a conciencia, otras quizá no. Baste citar como ejemplo una frase del libertador Simón Bolívar como ilustración: "Las nuevas repúblicas de América necesitan Reyes con el nombre de Presidente", que expresa con claridad las ideas de Maquiavelo adaptadas a la realidad de la época de las revoluciones de Independencia de las naciones de América latina.
En la actualidad, a pesar de los siglos transcurridos, los políticos del mundo entero, especialmente en los países con sociedades poco instruidas, no tienen reparos en aplicar, las experiencias de Maquiavelo (aunque, vale aclararlo, no a favor del bienestar del pueblo, precisamente) lo que habla de sus excepcionales condiciones para observar al ser humano, y aplicar los conocimientos a favor del desarrollo de la ciencia política.
La vigencia de su creación es tal que, a manera de ejemplo, podría citarse que el americano Dick Morris, especialista en Marketing político (actividad de la que El Príncipe, puede considerarse precursora) y que fuera responsable de la exitosa campaña de reelección de Bill Clinton para un segundo período como presidente de los Estados Unidos de América en 1996, así como de la imagen de numerosos políticos de su país y del extranjero, como del ex presidente argentino Fernando De la Rua, se ha manifestado admirador de Maquiavelo y hasta ha confesado utilizar algunos de sus consejos, al colmo de haber publicado en el año 1999 un libro donde relata la campaña de Bill Clinton y ofrece recomendaciones sobre cómo construir imagen de políticos, al que llamó sugestivamente: "El nuevo Príncipe".
También existen quienes en la actualidad, al igual que desde hace casi quinientos años, continúan denostando públicamente la obra (Bertrand Russell llamó a El Príncipe: "Un manual para gángsters".) y son muchos los políticos de esta época que han manifestado tener a El Príncipe como libro de cabecera, y son muchos también los políticos que lo citan como ejemplo de lo peor de la política, (el ex presidente peruano Alan García, escribió un libro en el cual detalla todo lo más truculento y deleznable de su sucesor Alberto Fujimori, y lo llamó: "El mundo de Maquiavelo") cosa que, basándose en lo citado, no resulta justo, ya que los fines de Maquiavelo no parecen ser similares a las razones por las cuales los políticos de la actualidad buscan desesperadamente el acceso al poder aunque, eso sí, tal vez inspirados parcialmente en El Príncipe, suelen desconocer cualquier norma ética y moral para procurarlo, y también para conservarlo.
Gramsci, A. Notas sobre Maquiavelo, Sobre política y sobre el Estado Moderno. Lautaro, Buenos Aires1962.
Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. Ed. Espasa-Calpe. Madrid, 1970
Maquiavelo, Nicolás. Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio. Ed. Alianza. Madrid, 1987.
Roque Daniel Favale
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