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Los instintos básicos

Enviado por Felix Larocca


  1. El hipotálamo
  2. El cerebro
  3. La confluencia de los instintos
  4. El amor, el sexo, el apetito y el comer
  5. La sinfonía de las hormonas simplificada: todo entra por la vista o por los otros sentidos
  6. El principio del placer
  7. En resumen
  8. Bibliografía

Una parte importante de nuestra vida está regida por nuestros instintos que, conjuntamente con nuestra voluntad, de seres inteligentes, conciertan y estructuran todas las funciones esenciales para nuestra supervivencia y proliferación.

Dotados de una penetración que, desde nuestros comienzos, nos empuja a descifrarlo todo, nuestra perspicacia ha ejercido una influencia directa en la transformación y destino de cada uno de esos estímulos instintivos forzándolos a viajar por sendas imprevisibles.

¿Cómo nos las arreglamos?

En el cerebro, el ordenador funcional de nuestras vidas reflejas, reside el hipotálamo. Este último controla las funciones automáticas de nuestro cuerpo, y el cerebro, controla su destino.

El hipotálamo

A pesar de que sólo pesa 0.14 oz., el hipotálamo es el dispositivo responsable de la coordinación del sistema endocrino. Recibe información de la corteza cerebral y del sistema nervioso autónomo. En respuesta a estos estímulos el eje hipotálamo-hipofisiario regula las actividades del tiroides, suprarrenales y gónadas, así como las funciones del crecimiento, maduración, producción de leche al parir, y equilibrio humoral. El hipotálamo interviene además en funciones de naturaleza especiales, en el control de la reproducción, del sueño y del comer.

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Renoir: Almuerzo

El cerebro

Pesando apenas tres libras este órgano es repositorio de toda la vida consciente e inconsciente y el computador que gobierna la totalidad de todos nuestros comportamientos. El cerebro también es responsable por hacer que las emociones ejerzan fuerzas tan poderosas como los instintos. El cerebro es lo que hace que seamos estimulados no sólo por el impulso sexual, como en otros animales, sino por cualidades de origen estético/personales, como son: su perfume, su colonia, su figura, su musculatura, como ella camina, cómo él enamora, cómo escribe — todo esto, lo que cae en el plano impreciso del amor.

Pero de un modo más prosaico, la actividad de comer se comporta de manera idéntica a la de amar. Veamos, es: cómo sabe el manjar, cómo se prepara, cuánto apetece, cómo se presentará, sí música lo acompañará, sí a él le gustará, como ella responderá, y (más importante) si no nos engordará — porque el amor y el estómago marchan juntos — por lo menos, lo hacen, si la destinación final es el encéfalo y no las caderas o la cintura.

Para poder entender y aplicar nuestros conocimientos, y para poder concertar nuestras actividades conscientes con las instintivas; especialmente en lo que respecta a enamorarnos y a reproducirnos, o a comer y a alimentarnos, tenemos que tener un conocimiento elemental de la función de estos dos órganos, porque es preciso distinguir entre lo que es la alimentación y la acción de comer; y entre lo que es el amar y la actividad sexual.

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Britney — Antes…

Antes de proseguir, hay que aclarar que hacemos aquí distinción entre amor y sexualidad, porque el amor romántico y el erotismo, aunque relacionados entre sí en apariencias, no persiguen fines idénticos ni poseen la misma finalidad biológica. Lo mismo sucede con comer y alimentarse. Todos sabemos que disfrutar una refacción apetitosa en buena compañía, darse una hartura a solas, y saciar el impulso del hambre, no son equivalentes. En el amor, recordar con ternura y añoranza la imagen del ser querido, no se iguala con estar cachondo. Pero, para los que valoran la reducción y la simplificación excesiva de los factores envueltos, lo que ingresa al cuerpo, sea por la boca o por otra apertura del organismo, tiene un propósito establecido — el mismo que todos ya saben.

Que, en nuestra especie, no lo es.

La confluencia de los instintos

Carl Jung, anticipó hace años lo que la ciencia biológica actual considera uno de sus principios básicos: "la confluencia de los instintos". Esto consiste en la marcha de varias pulsiones reflejas, de jerarquías distintas, actuando en conjunto hacia el cumplimiento del mismo acto adaptativo. En el campo de la genética esto consiste en la influencia fusionada de la herencia y del entorno, operando en conjunto para lograr los mismos fines de adaptabilidad.

En otras palabras, nuestra sexualidad y nuestra alimentación son gobernadas por factores que no conllevan necesariamente a la satisfacción adaptativa de los impulsos que las controlan — podemos comer y tener relaciones sexuales sin otros fines que el placer.

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Britney. En medio…

En cierto modo, este ajuste polimorfo tiene sentido, porque la coincidencia de varios ímpetus disímiles o de una variedad de factores genéticos y de entorno operando en tándem, nos asegura de la reduplicación de mecanismos que garantizan que la eliminación fortuita de un componente no anula el destino final de la pulsión. A esta redundancia funcional se debe en parte nuestra supervivencia, y la de nuestros descendientes, como género.

El amor, el sexo, el apetito y el comer

Las páginas que describen todas las hormonas involucradas en los mecanismos del hambre y la sexualidad humana, y los impulsos que con ellas se asocian, son muchas, por lo que aquí utilizaremos de modo sucinto los conceptos que se adaptan a nuestra tesis.

Toda una sinfonía de neurotransmisores se ensambla para producir la orquestación de la vida bajo la batuta del hipotálamo cerebral. Pero, esta obra maestra es tan fundamental que, para que no se cancelara en su debut y en sus representaciones futuras, la Naturaleza la compuso de modo que todos los instrumentos serían intercambiables — si un músico se incapacita, otros interpretarán la parte afectada de manera redundante y eficiente.

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Britney. Después…

La sinfonía de las hormonas simplificada: todo entra por la vista o por los otros sentidos

Toda percepción se origina en los sensores nerviosos desde donde viaja, vía el hipotálamo, al cerebro, del que se reconocen tres áreas en cronología ascendiente:

  • Sistema-R o Reptílico

Este sistema es el más antiguo en orden, es el cerebro de nuestros primeros ancestros el cual sigue ejercitando sus pasadas funciones. Está ubicado en la parte superior de la médula espinal en la base del cuello y recibe información proveniente de todos los órganos a través de la médula espinal. Su denominación proviene del hecho de poseer gran parecido con el cerebro de los reptiles. Éste es el cerebro que nos hace actuar refleja y automáticamente. Entre sus funciones podemos mencionar: la auto-preservación del miedo, el sentido de territorio, los temores instintivos, los hábitos involuntarios, los patrones fijos de conducta, ciertos comportamientos y tabúes, condicionamientos, actos que nos ayudan a maniobrar por la vida misma. Es la acción de alejarse de las cosas que nos amenazan o acercarse a las cosas que nos agradan o que nos favorecen, en ella reposan patrones de agresividad así como el establecimiento de estructuras sociales primitivas.

  • Sistema-L o Límbico

Es el sistema que sigue en antigüedad, también es denominado Paleomamífero o cerebro mamífero, localizado detrás de la frente, envolviendo al cerebro Reptil, estando conectado a la Neocorteza. De acuerdo con la teoría, compartimos este cerebro con los mamíferos inferiores, éste está básicamente implicado en las experiencias y expresiones de ciertas emociones tales como la afección, el instinto materno, la alegría, el miedo, la depresión, el sentirse o no conmovido y que a su vez, influye el sistema nervioso autónomo del organismo. Está considerado como la conexión entre el viejo cerebro reptil y la neocorteza.

  • Sistema-N o Neopalio:

Es el cerebro más reciente, su nombre proviene de corteza nueva, siendo el más nuevo y de mayor evolución el cual nos distingue como Homo Sapiens. Se divide en dos hemisferios (izquierdo y derecho) los que nos permiten pensar, abstraer, conversar, prevenir, imaginar, fantasear, analizar, componer música y comportarnos como seres civilizados. Se encuentra ubicado sobre el sistema límbico, en el cual se desarrollan una serie de células nerviosas dedicadas a la producción del lenguaje simbólico y a las funciones asociadas a la lectura, escritura y aritmética. De igual manera ajusta la producción y preservación de las ideas que allí surgen. Recibe las primeras señales de los ojos, oídos y piel ya que las del gusto y el olfato provienen del componente límbico. (Para descripciones más detalladas de estos conceptos, llamamos la atención a dos de mis ponencias: Insomnio y La Neurociencia y los Prejuicios).

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El cerebro humano

La sinfonía de la vida comienza cuando nacemos, con los cambios característicos que nuestro desarrollo progresivo nos imprimirá. Un día llegará que, después de un proceso nítidamente regulado, un niño y una niña dejarán de ser niños y se prepararán para el acto más trascendental de sus existencias: el acto de la reproducción.

Del comer seguiremos hablando más adelante.

Para llegar a ese instante, órganos crecieron, hormonas se liberaron y con sus efectos la maduración física, y después la emocional se afianzaron resultando en la posibilidad de la unión procreadora entre el hombre y la mujer.

El dispendio en energía y tiempo que la Naturaleza dedicó a ese instante no podía ser desperdiciado y para ello, creó hormonas y sistemas de seguridad que existen en los lugares más inesperados e insospechados de nuestros cuerpos, porque existen hormonas sexuales aún en el intestino — donde la comida, a menudo, se encuentra.

Para que el hombre velara por sus críos, durante el período crítico del pos-parto, a través del cerebro que lo condujo al acto reproductivo/sexual se instauró un sistema de creencias eminentemente necesarias que llamamos el apego y el amor. (Véanse mis ponencias dedicadas a este asunto trascendental).

El amor, estudiado desde el punto de vista neuroendocrino, es otro aspecto de nuestras vidas que ya hemos descrito.

El amor, y las demostraciones de afecto que lo acompañan son parte del repertorio de apareamiento de algunos primates — entre los que nos encontramos nosotros — y, como tal posee un poder singular en el acto nupcial o de la organización de una pareja, con el propósito de procrear, cuidar y criar los hijos. Verlos madurar, partir, parir, envejecer y ser felices — aunque este desarrollo para muchos resulte incongruente — si este sentimiento es amor homosexual.

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George Frideric Händel

La sinfonía del amor y la reproducción la dirige la batuta del hipotálamo, pero quienes la interpretan a un nivel más alto somos nosotros, desde nuestro cerebro y a nosotros nos corresponde dar conocimiento de esa fuente a nuestros descendientes, para que ellos y los suyos también beban de su toma. (Véase mi artículo: La Comida — La Comida Nos Está Comiendo).

Ahora bien, volvamos al comer. Para procrearnos, para criar una familia, para transmitir nuestros genes a descendientes futuros es esencial que estemos bien nutridos, y que la comida nos sea suficiente. Los centros hipotalámicos que gobiernan ambas funciones descritas están tan íntimamente relacionados que cuando una se afecta, la otra lo refleja, como ya sabemos es el caso de la amenorrea de las anoréxicas y la menarquia precoz de las niñas regordetas. (Ponencias al respecto ya hemos publicado. Véase especialmente: La Amenorrea, la dismenorrea, el síndrome premenstrual y las disorexias revisitadas en monografías.com).

Se puede concluir, que para que la sinfonía de la vida se ejecute en todo su esplendor melodioso es preciso que el corazón y el estómago estén afinados y en sintonía.

Pero para el hombre y la mujer moderna, la armonía se ha tornado en cacofonía. El sexo y la comida, que para nuestra especie poseen un significado especial, ya que gozamos de libre albedrío para responder a sus demandas reflejas — que como impulsos son tan potentes como son preferencias — la comida y el sexo se han transformado en lo que antes nunca fueran, cadencias disonantes.

Parece ser que en la alegoría del Paraíso Perdido, la tentación del fruto prohibido no nos introdujo al Árbol del Conocimiento, ya que no actuamos como si supiéramos más.

La obesidad y el SIDA son enfermedades directamente relacionadas con nuestros comportamientos e higiene tanto alimenticia como libidinosa. Nuestra "caída" fue cuando la confluencia de esos instintos con el placer irreflexivo se refundió para causarnos daños infinitos, y con ello la pérdida de nuestro paraíso terrenal.

El principio del placer

Uno de los atributos que nos brinda la corteza cerebral es la de la capacidad de diferir la gratificación. Pero esa facultad se hace borrosa cuando comemos por placer y asimismo tenemos sexo lujurioso por gusto.

Cuando la Naturaleza nos dotó con ambas capacidades de comer y parearnos por delectación, asignó con ello un componente social a ambos instintos. Lo mismo ha hecho con la función sexual de un número de primates, relacionados a nuestra especie. Lo que no hizo fue otorgarles a todos la facultad que nos diera, de poder atosigarnos con comida para luego engordar.

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Confluencia…

Somos la única especie con la cuestionable virtud de comer por comer y sólo por placer.

¿Cómo podría un chimpancé copular, colgado de la rama de un árbol, si fuera gordo? La gordura le impondría una penalidad costosa — la que siendo común a nuestra especie, resulta en que los gordos sufren típicamente trastornos de la sexualidad y reproducción.

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Cimon y Pero por P. Rubens

Porque muchos comen por el principio del placer y sin reflexionar en las consecuencias negativas de ese comportamiento.

En resumen

El amor y el comer, como funciones instintivas, preservadoras de la vida y sociales, son características que gobiernan dos de nuestros instintos básicos. Podemos usar el aspecto libidinoso de ambos para bien o para mal.

Es hecho conocido, el 65% de la población adulta norteamericana, usa el comer para su detrimento final. Las estadísticas aun nada nos dicen de los problemas inherentes a tantos que usan el sexo de modo inadaptado.

Y, ¿qué pasa en la vejez? (Lo encontrarán en una de mis ponencias en monografías.com)

Manténganse en sintonía…

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F. Larocca