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El Imperio Bizantino


  1. Definición
  2. Etapa inicial
  3. El imperio asediado
  4. Periodo de reconquista
  5. Decadencia y caída
  6. La función imperial
  7. Demografía
  8. Economía
  9. El emperador
  10. Periodo de los emperadores
  11. El legado Bizantino

Imperio bizantino, parte oriental del Imperio romano que sobrevivió a la caída del Imperio de Occidente en el siglo V, su capital fue Constantinopla (la actual Estambul, en Turquía) y su duración se prolongó hasta la toma de ésta por los otomanos en 1453.

DEFINICIÓN

Imperio bizantino es el término historiográfico utilizado desde el siglo XVIII para referirse al Imperio romano de Oriente en la Edad Media. La capital de este imperio cristiano se encontraba en Constantinopla (en griego: ???sta?t????p????, actual Estambul), de cuyo nombre antiguo, Bizancio, fue creado el término Imperio bizantino por la erudición ilustrada.

En tanto que continuación de la parte oriental del Imperio romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el Emperador Constantino trasladó la capital a la antigua Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del Imperio en dos partes tras la muerte de Teodosio I , en 395, y la posterior desaparición, en 476, del Imperio romano de Occidente ; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio I , con cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del Ejército y la adopción del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente al viejo Imperio romano.

A lo largo de su dilatada historia, el Imperio bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio, pese a lo cual continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía Comneno , en el siglo XII, el Imperio comenzó una prolongada decadencia que culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.

Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, y contribuyó a defender Europa Occidental de la expansión del Islam. Fue uno de los principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas.

Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio romano de Oriente en el 330, después de que Constantino I el Grande, el primer emperador cristiano, la fundara en el lugar de la antigua ciudad de Bizancio, dándole su propio nombre. De forma gradual la desarrolló hasta convertirla en una verdadera capital de las provincias romanas orientales, es decir, aquellas áreas del Imperio localizadas en el sureste de Europa, suroeste de Asia y en el noreste de África, que también incluían los actuales países de la península de los Balcanes, Turquía occidental, Siria, Jordania, Israel, Líbano, Chipre, Egipto y la zona más oriental de Libia.

Los investigadores lo han llamado Imperio bizantino según el antiguo nombre de su capital, Bizancio, o también Imperio romano de Oriente, pero para los coetáneos, y en la terminología oficial de la época, era simplemente Roma y sus ciudadanos eran romanos (en griego, rhomaioi). El griego era la lengua principal, aunque algunos habitantes hablaban latín, copto, sirio, armenio y otras lenguas locales a lo largo de su historia. Sus emperadores consideraron los límites geográficos del Imperio romano como los suyos propios y buscaron en Roma sus tradiciones, sus símbolos y sus instituciones. El Imperio, regido por un emperador (en griego, basileus) sin una constitución formal, lentamente formó una síntesis a partir de las instituciones tardorromanas, del cristianismo ortodoxo y de la cultura y lengua griegas.

ETAPA INICIAL

El Imperio bizantino El Imperio bizantino se desarrolló en los territorios del Imperio romano de Oriente después de que el Imperio romano de Occidente desapareciera en el siglo V. Las Cruzadas del siglo XI supusieron un gran esfuerzo para estas regiones y precipitaron su declive. Constantinopla, su capital, fue saqueada por cruzados venecianos en 1204, y conquistada por los turcos otomanos en 1453.

Constantino I estableció las bases de la armonía entre las autoridades eclesiásticas y las imperiales que duró a lo largo de la historia del Imperio. Éstas incluían la creación de un sistema monetario basado en el solidus de oro, o nomisma, que perduró hasta la mitad del siglo XII. La prosperidad comercial de los siglos IV, V y VI hizo posible el auge de muchas antiguas ciudades. Las grandes propiedades dominaban el mundo rural y aunque los elevados impuestos tuvieron como consecuencia el abandono de la tierra, la agricultura permaneció como la principal fuente de riqueza del Imperio. La Iglesia y la monarquía adquirieron vastos territorios, convirtiéndose de este modo en los mayores terratenientes del Imperio. Una rigurosa regulación imperial sobre la pureza y suministro de los metales preciosos, al igual que sobre la organización del comercio y la actividad artesanal, caracterizaron la vida económica.

Santa Sofía (Estambul) Santa Sofía (iglesia de la Santa Sabiduría) fue construida en Constantinopla (actual Estambul) entre los años 532 y 537 bajo los auspicios del emperador Justiniano I. La innovadora tecnología bizantina permitió a los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto diseñar una basílica con una inmensa cúpula sobre un espacio cuadrado y abierto. La cúpula original se cayó después de un terremoto y fue reemplazada en el año 563. Después de la conquista otomana en 1453, la iglesia se convirtió en mezquita. Hoy es un museo.

El emperador Justiniano I y su esposa, Teodora, intentaron restaurar la antigua majestuosidad y los límites geográficos del Imperio romano. Entre el 534 y el 565 reconquistaron el norte de África, Italia, Sicilia, Cerdeña y algunas zonas de la península Ibérica. Sin embargo, este esfuerzo, junto con los importantes gastos contraídos al construir edificios públicos e iglesias, como la basílica de Santa Sofía en Constantinopla, agotaron los recursos económicos del Imperio a la vez que distintas plagas diezmaron su población.

EL IMPERIO ASEDIADO

El Imperio sobrevivió a las migraciones e incursiones de los godos y de los hunos durante los siglos V y VI, y estableció una frontera razonablemente segura en el este frente al Imperio persa de los Sasánidas, pero no pudo recobrar y gobernar todo el Mediterráneo. Durante la segunda mitad del siglo VI, los lombardos invadieron y ocuparon de forma gradual gran parte de la antigua Italia bizantina, excepto Roma, Ravena, Nápoles y el sur más lejano, a la vez que los avaros realizaban incursiones y despoblaban gran parte de los Balcanes bizantinos.

Muchas de las características del Imperio y de su cultura cambiaron durante el siglo VII. La mayor parte de los Balcanes se perdieron a manos de los avaros y de tribus eslavas, que se reasentaban en lugares abandonados. Mientras, el asesinato en el 602 de Mauricio, el primer emperador bizantino fallecido a causa de una muerte violenta, supuso el inicio de una guerra civil y una guerra exterior. El emperador Heraclio I acabó finalmente con una larga serie de guerras con los persas, tras una decisiva victoria en el 628, y recuperó la Siria ocupada por aquéllos, así como Palestina y Egipto, aunque no pudo evitar que el rey visigodo Suintila expulsara en el 625 a sus tropas de la estrecha franja costera mediterránea que los bizantinos poseían en la península Ibérica.

El agotamiento producido por estas guerras y las ásperas disputas religiosas entre cultos cristianos rivales, hundieron las defensas y la moral bizantinas, dejando al Imperio en condiciones muy precarias para hacer frente a otro peligro en la década siguiente. Entre los años 634 y 642, los árabes, motivados por una nueva religión, el islam, conquistaron Palestina, Siria, Mesopotamia y Egipto. Constantinopla aguantó grandes asedios por parte de los árabes en la década del 670 y durante los años 717 al 718; igualmente, el Asia Menor bizantina sobrevivió a incursiones casi anuales de los musulmanes. Mediante un proceso, que sigue siendo controvertido entre los historiadores, los ejércitos del Imperio bizantino fueron transformados en una fuerza expedicionaria de elite llamada tagmata y se organizaron unos distritos militares llamados temas (themata). Cada tema estaba mandado por un strategos, o general, revestido de autoridad civil y militar en todo su distrito; los soldados de estos ejércitos adquirieron tierras exentas de impuestos y preservaron el corazón del Imperio, a la vez que evitaban la ruinosa pérdida de dinero que habían supuesto los ejércitos asalariados del periodo anterior a las invasiones de los árabes. La vida urbana y el comercio decayeron, excepto en la ciudad portuaria griega de Tesalónica y en la propia Constantinopla. La situación bélica y la consecuente inseguridad inhibió a la agricultura y a la educación. El Imperio, con unos recursos limitados, no pudo mantener por más tiempo la integridad territorial, las infraestructuras y la complejidad del Imperio tardorromano. Aún así, logró subsistir y adaptarse a sus limitadas circunstancias.

PERIODO DE RECONQUISTA

Al inicio del siglo IX, el Imperio bizantino experimentó una gran recuperación que adoptó distintos aspectos. La ofensiva musulmana se detuvo en la frontera oriental por dos razones: por la decadencia del califato Abasí y por la habilidad de la estrategia bizantina. Los ejércitos imperiales comenzaron a recuperar territorios en el sureste de Asia Menor a principios del siglo X. Las tierras perdidas a manos de los eslavos en Grecia, Macedonia y en Tracia fueron reconquistadas y reorganizadas. La recuperación alcanzó su plenitud bajo el largo reinado de la dinastía Macedónica, que comenzó en el 867 con su fundador, el emperador Basilio I, y que duró hasta 1057. La vida intelectual revivió: se copiaron y extractaron antiguos manuscritos; se compilaron enciclopedias y obras de referencia; las matemáticas, la astronomía y la literatura recibieron otra vez una gran atención. El renacimiento cultural estuvo acompañado por un retorno consciente a los modelos clásicos en el arte y en la literatura. El comercio exterior también se intensificó en el Mediterráneo y en el mar Negro.

Bulgaria decayó y fue ocupada por los ejércitos bizantinos en la década del 970, a la vez que éstos recuperaban a los musulmanes tierras al sur de la cadena montañosa del Taurus, incluyendo zonas del norte de Mesopotamia, del norte de Siria y de la costa norte de Siria.

El más grande emperador de la dinastía Macedónica fue Basilio II, que reprimió vigorosamente una amplia rebelión búlgara en el 1014 y amplió su control de los antiguamente independientes principados de Armenia y Georgia. Sus esfuerzos, al igual que los de sus predecesores, para invertir la creciente concentración de tierras en las manos de unos pocos propietarios y de la Iglesia, fracasaron en última instancia. Aunque sustituyó a muchas viejas familias por un nuevo grupo de familias leales, su creciente riqueza y poder perjudicó de forma notable a los ingresos, a la autoridad del Estado y a los recursos militares del Imperio.

Tras la muerte de Basilio II, el Imperio disfrutó de una expansión y prosperidad económica, pero padeció una serie de emperadores mediocres que renegaron de nuevos progresos tecnológicos, culturales y económicos provenientes del occidente europeo y del mundo islámico, al tiempo que el ejército sufría una fuerte decadencia. Los Selyúcidas, después de realizar diversas incursiones devastadoras sobre los territorios orientales del Imperio, derrotaron a un ejército imperial en la batalla de Mantzikert (1071), que tuvo lugar en las cercanías del lago Van (en el este de la actual Turquía), e invadieron la mayor parte del Asia Menor bizantina. Los viejos ejércitos de los temas habían decaído. Mientras, los bizantinos perdieron sus últimas posesiones en Italia y fueron separados del occidente cristiano a causa del cisma de 1054 abierto entre la Iglesia ortodoxa y el Papado.

DECADENCIA Y CAÍDA

Pese a la ruptura religiosa, el emperador Alejo I Comneno pidió en 1095 ayuda al papa Urbano II para luchar contra la dinastía turca de los Selyúcidas. El occidente europeo respondió con la primera Cruzada.

Aunque en un primer momento el Imperio se benefició de las Cruzadas, recuperando algunos territorios en Asia Menor, éstas precipitaron su decadencia. Las ciudades mercantiles italianas recibieron especiales privilegios comerciales en territorio bizantino, controlando así gran parte del comercio y de la riqueza del Imperio. Éste experimentó cierta prosperidad en el siglo XII, pero su poder político y militar se desvaneció. Los cruzados, aliados con la república de Venecia, sacaron provecho de las luchas intestinas en Constantinopla para apoderarse y saquear la ciudad en 1204, estableciendo el denominado Imperio latino de Constantinopla. Surgieron núcleos de resistencia bizantina en Epiro (noroeste de Grecia), Trebisonda (la actual Trabzon, en Turquía), y de forma especial en la ciudad y región de Nicea (hoy Iznik, también en Turquía). El emperador Miguel VIII Paleólogo recuperó Constantinopla de manos de los latinos en 1261 y fundó la dinastía de los Paleólogo, que gobernó hasta 1453.

Los recursos del Imperio gobernado por los Paleólogo fueron muy limitados en términos económicos y territoriales, así como en cuanto a la autoridad central. Las condiciones agrícolas empeoraron para la población rural. Los turcos otomanos, en plena ascensión, conquistaron los restos del Asia Menor bizantina a principios del siglo XIV. Después de 1354 ocuparon los Balcanes y finalmente tomaron Constantinopla, lo que supuso el fin del Imperio en 1453.

LA FUNCIÓN IMPERIAL

El Imperio bizantino fue regido por unos emperadores autocráticos que constituían la fuente de la autoridad gubernamental. Ellos fueron los responsables de mantener la doctrina religiosa ortodoxa, situando toda la fuerza del poder imperial bajo una uniformidad doctrinal. Los emperadores lucharon por esa uniformidad, en parte para obtener el apoyo de la Iglesia, pero también porque creyeron que la supervivencia y el bienestar del Imperio dependían del favor divino. En el 726, León III el Isaurio instituyó la política contraria al uso de imágenes en el culto, o iconoclasia, lo cual puso en marcha una controversia que duró hasta el 843, con unas consecuencias de largo alcance para las relaciones entre la religión y el arte en la sociedad bizantina. El emperador, encarnación viviente del derecho, emitió leyes, y era el último intérprete del Derecho civil. La última responsabilidad en todas las cuestiones políticas y militares recaía sobre él; jugó un papel decisivo en la designación y cese del patriarca de Constantinopla y otros cargos eclesiásticos. El emperador estaba a la cabeza de un espléndido protocolo oficial, y la sociedad bizantina se caracterizaba por un firme sentido de jerarquía y una minuciosa atención al protocolo. También fue uno de los más importantes protectores del arte y arquitectura bizantinas.

DEMOGRAFÍA

Son muy pocos los datos que pueden permitirnos calcular la población del Imperio bizantino. J.C. Russell estima que a finales del siglo IV la población total del Imperio romano de Oriente era de unos 25 millones, repartidos en un área de aproximadamente 1.600.000 km². Hacia el siglo IX, sin embargo, tras la pérdida de las provincias de Siria, Egipto y Palestina y la crisis de población del siglo VI, habitarían el Imperio alrededor de 13 millones de personas en un territorio de 745.000 km².

Hacia el siglo XIII, con las importantes mermas territoriales sufridas por el Imperio, no es probable que el basileus rigiese los destinos de más de 4.000.000 de personas. Desde entonces el territorio del Imperio —y, por ende, su población— fue decreciendo rápidamente hasta la caída de Constantinopla en 1453.

Las mayores concentraciones de población estuvieron siempre en la parte asiática del Imperio, especialmente en el litoral egeo de Asia Menor.

En cuanto a las ciudades, el crecimiento de Constantinopla fue espectacular en los siglos IV y V. Mientras que la capital de Occidente, Roma, había declinado considerablemente desde el siglo II, en que llegó a tener un millón y medio de habitantes, hasta el siglo V, con sólo unos 100.000, Constantinopla, que en el momento de su fundación contaba escasamente con 30.000 habitantes, llegó en época de Justiniano a los 400.000.

Pero Constantinopla no era la única gran ciudad del Imperio. La población de Alejandría en esa misma época se ha estimado en torno a los 300.000 habitantes, algo mayor que Antioquía (unos 250.000), seguida de otras ciudades como Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Trebisonda, Edesa, Nicea, Tesalónica, Tebas y Atenas.

El siglo VI supuso un importante retroceso de la urbanización debido tanto a las guerras como a una desdichada sucesión de epidemias y catástrofes naturales. En el siglo siguiente, tras la pérdida de Siria, Palestina, Egipto y Cartago, sólo quedaron dos grandes ciudades en el Imperio: la capital y Tesalónica. Parece que la población de Constantinopla decreció considerablemente durante los siglos VI y VII (a causa, entre otras razones, de la peste) y sólo comenzó a recuperarse a mediados del siglo VIII. Se estima que su población sería de 300.000 habitantes durante el renacimiento macedónico, y de no menos de 500.000 bajo la dinastía Comnena.

En los últimos tiempos del Imperio las ciudades sufrieron un pronunciado declive. Se estima que en el momento de su conquista por los turcos la población de la capital estaba en torno a los 50.000 habitantes, y la de la segunda ciudad del Imperio, Tesalónica, alrededor de los 30.000.

ECONOMÍA

Como en el resto del mundo en la Edad Media, la principal actividad económica era la agricultura que estaba organizada en latifundios, en manos de la nobleza y el clero. Cultivaban los cereales, frutos, las hortalizas y otros alimentos vegetales.

La principal industria era la textil, basada en talleres de seda estatales, que empleaban a grandes cantidades de operarios. El Imperio dependía por completo del comercio con Oriente para el abastecimiento de seda, hasta que a mediados del siglo VI unos monjes desconocidos —quizá nestorianos— lograron llevar capullos de gusanos de seda a Justiniano. El Imperio comenzó a producir su propia seda —principalmente en Siria—, y su fabricación fue un secreto celosamente guardado y desconocido en el resto de Europa hasta al menos el siglo XII.

Hay que destacar la gran importancia del comercio. Por su situación geográfica, el Imperio bizantino fue un intermediario necesario entre Oriente y el Mediterráneo, al menos hasta el siglo VII, cuando el Islam se apoderó de las provincias meridionales del Imperio. Era especialmente importante la posición de la capital, que controlaba el paso de Europa a Asia, y al dominar el Estrecho del Bósforo , los intercambios entre el Mediterráneo (desde donde se accedía a Europa occidental) y el Mar Negro (que enlazaba con el Norte de Europa y Rusia).

Existían 3 rutas principales que enlazaban el Mediterráneo con el Extremo Oriente:

  • El camino más corto atravesaba Persia, y luego Asia Central (Samarcanda, Bujara ). Se conoce como Ruta de la Seda .

  • Una segunda ruta, mucho más difícil, evitaba Persia, e iba del Mar Negro, a través de los puertos de Crimea, al Caspio, y de ahí a Asia Central. Esta ruta fue abierta en época de Justino II.

  • Por mar, desde la costa de Egipto, a través del Mar Rojo y del Océano Índico, aprovechando los monzones, hasta Sri Lanka. Esta ruta marítima posibilitaba no sólo el comercio con la India, sino también con el reino de Aksum, en la actual Eritrea. Una pormenorizada relación de las vicisitudes de esta ruta se encuentra en la obra del viajero Cosmas Indicopleustes. El comercio bizantino por esta ruta desapareció cuando en el siglo VII se perdieron las provincias meridionales del Imperio.

El comercio bizantino entró en decadencia durante los siglos XI y XII, a causa de las ruinosas concesiones que se hicieron a Venecia, y, en menor medida, a Génova y a Pisa.

Un importante elemento en la economía del Imperio fue su moneda, el sólido bizantino y el besante, de extendido prestigio en el comercio mundial de la época.

EL EMPERADOR

El jefe supremo del Imperio bizantino era el Emperador (basileus), que dirigía el Ejército, la administración, y tenía el poder religioso. Cada emperador tenía la potestad de elegir a su sucesor, al que asociaba a las tareas de gobierno confiriéndole el título de césar. En algún momento de la historia de Bizancio (concretamente, durante el reinado de Romano I Lecapeno ) llegó a haber hasta 5 césares simultáneos.

El sucesor no era necesariamente hijo del Emperador. En muchos casos, la sucesión fue de tío a sobrino (Justiniano, por ejemplo, sucedió a su tío Justino I y fue sucedido por su sobrino Justino II). Otros personajes llegaron a la dignidad imperial a través del matrimonio, como Nicéforo II o Romano IV .

Si bien el emperador elegía a su sucesor, fueron muchos los que llegaron al poder al ser proclamados emperadores por el Ejército (como Heraclio I o Alejo I Comneno), o gracias a las intrigas cortesanas, a veces aderezadas con numerosos crímenes. Para evitar que los emperadores depuestos y sus familiares reivindicaran el trono eran con frecuencia cegados y, en ocasiones, castrados, y confinados en monasterios. Un caso peculiar es el de Justiniano II, llamado Rhinotmetos ('Nariz cortada'), a quien el usurpador Leoncio cortó la nariz y envió al destierro, aunque recuperaría posteriormente su trono. Estos crímenes atroces fueron sumamente frecuentes en la historia del Imperio bizantino, especialmente en las épocas de inestabilidad política.

PERIODO DE LOS EMPERADORES

395-408 Arcadio

408-450 Teodosio II

450-457 Marciano

457-474 León I el Grande

474 León II

474-475 Zenón

475-476 Basilisco

476-491 Zenón

491-518 Anastasio I

518-527 Justino I

527-565 Justiniano I

565-578 Justino II

578-582 Tiberio II

582-602 Mauricio

602-610 Focas

610-641 Heraclio I

641 Costantino III

641 Heraclio II

641-668 Costante II Heraclio

668-685 Costantino IV

685-695 Justiniano II

695-698 Leoncio

698-705 Tiberio III

705-711 Justiniano II

711-713 Filípico Bardanes

713-716 Anastasio II

716-717 Teodosio III

717-741 León III el Isaurio

EL LEGADO BIZANTINO

Esta concepción de la autoridad imperial, la creación del alfabeto cirílico realizada por los misioneros bizantinos para los pueblos eslavos, así como la conservación de antiguos manuscritos griegos y de la cultura helénica por eruditos bizantinos han sido las más importantes contribuciones del Imperio bizantino a la posterioridad. La tradición intelectual bizantina no murió en 1453: los eruditos bizantinos que visitaron Italia (bien por su cuenta, bien como enviados imperiales) durante los siglos XIV y XV ejercieron una fuerte influencia sobre el renacimiento italiano. El resurgimiento en el reinado de los Paleólogo de aspectos del clasicismo griego, especialmente el enciclopedismo, la historia, literatura, filosofía, las matemáticas y la astronomía, fue transmitido a una expectante audiencia de eruditos italianos y residentes griegos en Italia; de este modo la cultura bizantina sobrevivió largo tiempo a la desaparición del Imperio. Las tradiciones y conductas bizantinas también pervivieron entre los griegos y los pueblos eslavos. La conversión de los gobernantes búlgaros, serbios y rusos al cristianismo ortodoxo en los siglos IX y X condujo a estos pueblos hacia las esferas cultural y religiosa bizantinas, e influyó de manera notable en su desarrollo en época medieval y en los inicios de la edad moderna.

 

 

Autor:

Jorge Alberto Vilches Sanchez