La boda se estaba efectuando. El novio, miraba a la novia con una eufemística lascivia cifrada en una sonrisa que, lejos de ser una felicidad "cristiana", anunciaba la apertura del inicio de un goce sexual que sólo terminaría con el hastío cosificado por las arrugas. Los novios celebraban; los invitados, por su parte, eran premiados por asistir a aquel espectáculo donde intuían que, tan pronto se ausentaran todos, los recién casados darían riendas sueltas a sus deseos reprimidos. Pero la felicidad duró poco: un noble, acompañado de su séquito de lambones, irrumpía en la fiesta alegando que, por sus derechos de noble concedidos por el rey Eduardo Piernas Largas bajo el edito de la Prima Nocte, debía bendecir la boda con ser el primero en "dormir"[1] con la novia. Hubo cierto forcejeo, resistencia ante el abuso y la agresión hacia la dignidad; pero la fuerza se impuso y el novio no tuvo más que resignarse a la humillación.
Tiempo después, William Wallace dirige a un regimiento de escoceses que deciden atacar la fortaleza en la que habitaba aquel noble quien reconoció de entre los principales atacantes al esposo deshonrado y humillado; intuyendo en él su deseo de venganza, alegó que su acción en la boda respondía a un derecho que, como noble, le concernía. Tal alegato resultó un verdadero acto de cinismo, aún para los espectadores que estaban bien conscientes de que todo eso no era más que una directriz establecida por un guionista, pues, lo que se prescribe responde a unos de los filmes dirigidos por Mel Gibson titulado Braveheart (Corazón valiente, 1995).
Como cualquier película, esta producción puede ser abordada desde diferentes ángulos (histórico, sociocultural, literario, lingüístico, biográfico, geográfico, artístico); todo depende del interés personal a la hora de abordarla. El mío, en lo que a ella se refiere, mira hacia la relación de poder entre los individuos; o sea que, a partir de ella busco analizar una situación que cuya gravedad termina en insurrección; esto es en caso de que el afectado posea un elevado sentido de dignidad, porque, de no ser así, lo que suele sucede es el suicido o la pérdida de interés por las cosas con las que tiene que ver al respecto.
En este ensayo, me propongo hablar de dos cosas muy latentes en este film y que se manifiestan indistintamente; se trata de la hostilidad y el abuso. Ambas acciones son frecuencia en cualquier lugar donde la relación con el otro sea condicionada por la presencia del poder; esto último responde a que, de alguna forma, entro nosotros y los demás hay una posición de ventaja o desventaja, pero escasamente de igualdad, no importa en plano sobre el que se desarrolle dicha relación.
Hostilidad.-
Por lo común, la hostilidad se define como "agresión armada" de un país contra otro. Pero la hostilidad, como ya sabemos, no se reduce sólo a situaciones internacionales sino que, también, tiene que ver con lo interpersonal. Las personas, constantemente se agreden entre sí con miras a defender aquello que considera suyo por algún derecho. De igual modo, hay que aclarar que en el trato hostil se emplean otros tipos de agresión además de la "armada": el diálogo peyorativo, el menosprecio, la ridiculización, y el preferencialismo son formas de hostilidad que constantemente se suelen emplear cuando la relación con los demás está a punto de colapsar. Quizás algunos aleguen que no son así o, alentados por un complejo humildad, condenen este tipo de comportamiento señalen este proceder como adverso a las normas del buen vivir; sin embargo, es un comportamiento muy frecuente entre personas que tienen algún marco en común (trabajo, iglesia, deporte, hogar o club social).
Por lo anterior, la hostilidad es propia de los espacios de la convivencia social. Es producto del intento por demostrar superioridad hacia la otra persona. En el plano laboral, por ejemplo, es notoria cuando el alegato de "antigüedad" acompaña el reclamo de ciertos privilegios; pero en ello, en ese intento de convencer, aparece el otro como referente de la posición, pero casi siempre en desventaja; no es que se desconozca sus derechos, el problema está en que los reclama a cualquier costo, incluso perjudicando al otro en beneficio suyo.
Se puede afirmar que la hostilidad se produce en el terreno de la igualdad. Se hostiga al que está próximo; se le agrede porque la cercanía así lo permite. Si existiera cierto distanciamiento, una forma de eliminar la proximidad y, por ende, el conocimiento de la persona, sería difícil el hostigamiento debido a que no existen las condiciones que así lo permitan. Solo se hostiga al que se conoce, de ahí que se recurran a expresiones vejatorias de esas que aluden a alguna deficiencia (física o intelectual). En caso de que la hostilidad sea dirigida hacia algún desconocido, entonces, se trata es de una fobia (porque las fobias inhibe a la persona a tratar con el motivo de su repulsión).
Entonces, podemos decir que, una persona hostil es aquella que agrede a sus "semejantes" en función de la relación que exista entre ellos; lo que quiere decir que, alegando que conoce a "equis" persona, tiene motivos suficientes no sólo para odiarle sino también para emplear todo mecanismo de maltrato o vejación (que al fin de cuentas es lo mismo) en su contra. Naturalmente, el agredido recurrirá a cualquier medio para defenderse y su contraataque irá contra su agresor en la misma medida que recibe el daño; muchas veces su hostilidad suele ser peor pues su reacción ya es por venganza que por mera defensa.
Formas de ser hostil.-
La hostilidad es versátil; su uniformidad es sólo nominal, cambia según el individuo y el contexto en que éste se interactúa. El contexto (laboral, religioso, escolar, familiar…) determina la forma de la agresión, digo esto porque esto hace posible la manipulación, elemento esencial para que le permite al "usuario" disfrazar lo perniciosos de su accionar; en la religión, por ejemplo, es muy frecuente ya que el agresor tiende a "justificar" sus atropellos basado en una supuesta "autoridad" o revelación divina. En fin, el tipo de hostilidad depende de su contexto.
Hostilidad religiosa: esta se ampara en los preceptos canónicos (en el caso del cristianismo, en la Biblia). En este contexto, la hostilidad, en gran parte de los casos, es unilateral: siempre parte desde el agresor. El agredido, inutilizado por el temor a consecuencias de carácter divino, prefiere la sumisión, actitud que afianza el capricho de aquél. Mensajes "divinos", prédicas teledirigidas[2]abordando el problema que afecta a la persona indicada.
Hostilidad partidarista: es propia de los grupos políticos. Se caracteriza porque, quienes están en mejores posiciones, tratan a los "desgraciados" con cierto desdén, a sabiendas de que son estos últimos quienes aseguran sus posiciones de privilegios. Los grupos pocos "favorecidos" suelen ser utilizados instrumentalizados a tal grado que, en momentos cruciales, son orientados para que enfrenten a los integrantes de los partidos contrarios con expresiones soeces, cuando no es que los hacen que se agredan mutuamente.
Hostilidad marcial: propia de los grupos militares o policiales. Estos ven a la población como una amenaza o como un medio para descargar la ira creada en su subconsciente durante el período de entrenamiento. Muchos creen que su agresividad se cifra en el porte del arma de fuego, y no es así; su sentido de grandeza ante la población civil es producto de largas horas de entrenamiento; allí se le enseña la honorabilidad de su uniforme no obstante la realidad e imponencia de sus miserias. Pero su desprecio siempre será dirigido hacia los civiles que comparten su infortunio; es contra estos que su odio es recrudecido.
Hostilidad burocrática: llamémosla también "hostilidad de oficina" o "administrativa". Abunda en los lugares donde se "maneja el papeleo, las grapas y los pisapapeles"; o sea, oficinas públicas y privadas. Es natural en aquellos lugares donde el "arribismo", la "lambonería" y la "traición" son los peldaños que permiten el ascenso. Quienes practican esta modalidad recurren con frecuencia a este tipo de hostilidad que se manifiesta mediante el espionaje, el nepotismo, el populismo, el despotismo y la falta de criterio para reconocer el derecho de los subalternos. La posición que estas personas tienen en la empresa no es producto de sus méritos sino de sus "artimañas"; así que, sospechando que alguna vez pueden ser desplazados por alguien con talento, que ellas, pues no tienen ninguno; por ende, temerosas de ser enfrentadas, siembran la rencilla y envenenan los gremios con chismes favoreciendo a los más consecuentes con sus causas quienes siempre disfrutan de estipendios "extraños"[3] en agradecimiento a su lealtad. Hay que advertir que, aunque estos resulten favorecidos, su condición de persona queda subordinada a la canina pues, cuando aquellos pierden los estribos son vejados sin contemplación, sin importar los testigos que presencien el hecho. La hostilidad es tan rampante que los "potentados" o "jefes" llevan lo personal al plano laboral y así justifican sus abusos; lo hacen así porque no tienen el suficiente valor para enfrentar a sus oponentes; por lo tanto, crean toda una farsa haciendo que el subalterno resulte inoperante para el cargo (cuando lo real es que todo se trata de un asunto emocional, entiéndase celos, lío de faldas, o sexual). Esto es por un lado, porque por el otro, puede haber raíz de amargura o resentimiento social; lo que, una vez visto en posición aventajada, emprenda contra los que le adversaron una persecución a tal grado que haga la vida de los otros miserable. Hay algo mucho más interesante en todo esto y es que aquellos que hoy se encuentran en "posición de ventaja" ayer fueron, igual que los otros unos "desgraciados excluidos sociales"; pero parece que el goce del poder les afectó la memoria haciéndoles creer destinados para gobernar que ven en los que son como ellos eran un recuerdo maldito de su anterior condición; por eso utilizan métodos bajos para herirlos, porque sabe, ya que lo vivieron, cuáles cosas pueden o no destruir su dignidad.
Hostilidad intelectual: es propia de los intelectuales; de ahí su nombre. En este plano, existen "capas de intelectuales" creadas inconscientemente por aquellos que padecen el complejo del "estiramiento inglés"; allí están ubicados por círculos (desde afuera hacia dentro) los pseudo-intelectuales, intelectuales a media, los menos intelectuales, los intelectuales y los supra-intelectuales (colocados en el mismo centro); estos últimos se consideran a sí mismo la "crema innata" de la intelectualidad; son estos mismos los que el segregacionismo entre los demás. Miran a los otros con desprecio, aunque ante ellos disfrazan su desprecio planteando diálogos que rayan en la trivialidad por considerarlos ineptos para sostener una conversación sobre temas "intelectualmente densos". Su hostilidad consiste en segregar de sus círculos a los que son "menos que ellos"; a éstos tratan con indiferencia, procurando ocultar su desprecio por las personas cuya vileza consiste en "pretender lo que no son: inteligentes". Lidian con los "primates" porque la situación socioeconómica así se lo imponen, porque saben que, de no ser así, estarían comiendo su propio excremento; de lo contrario, evitarían a toda costa lidiar con seres de semejante "ordinariedad intelectual". Saben que "son pocos", pero lo disfrutan ya que la "brevedad del número" les imprime singularidad lo que, a su vez, les convierte en dioses entre mortales (algo parecido a la historia de Gulliber); es como si con ello atrajera hacia sí la atención de todos los que aspiran, pero no pueden, ser como ellos. Sus insultos son propios de su condición; no emplean palabras soeces, salvo que estén emocionalmente desequilibrados; pero utilizan términos peyorativos que casi siempre aluden lo formativo. Lo mejor de todo esto es que los demás, los que son objetos de su desprecio, no advierten su hostilidad; sólo saben que casi nunca tienen tiempo para ellos o "se les olvidó" hacerles partícipe de sus proyectos; pero la verdad es el desprecio es la llave que libera el secreto. Son hostiles y lo demuestran en la selección de sus amistades: es gradual; o sea, a mayor inteligencia mayor acercamiento. A los "desprovisto de toda inteligencia" los tratan amparados en la resignación; pero lo hacen así porque entienden perfectamente "necesitan de su experticia en el nado"[4] (lo que supone un trato hostil ya que la hipocresía viene a aderezar esa relación).
Hostilidad familiar: ésta ya la conocemos de más; los medios de comunicación nos han saturados con el tema de la violencia intrafamiliar y la violencia de género (ésta última acentuada en la relación "hombre–mujer" y no "mujer-hombre". Sin embargo, hay un tipo de hostilidad que no sale a flote, que está latente en los hogares y que su pábilo se mantiene humeante hasta que la muerte, no importa la manera, pone fin a la víctima que sufre tal infortunio. Este tipo de hostilidad se manifiesta en la medida en que el agresor instrumentaliza las deficiencias o debilidades de su víctima:
-utilizando lo sexual como castigo; inhibiendo a la pareja de placer por no cumplir con tal o cual requisito (muy propio de las mujeres).
-tomando como pretexto la "frigidez", o la histeria, de la pareja para alimentar una relación extramarital.
– Tildar de malcriadeza el desafío de a la autoridad paterna. Erick Fromm, en Ética y Psicoanálisis, trabaja el tema del castigo como forma de censura a la rebelión de los hijos.
– El llanto, el silencio prolongado y la "pérdida de apetito" (métodos frecuentemente utilizados por los hijos) como medio de manipulación y captación de la atención de los padres o tutores (los abuelos suelen ser arrastrados por este mecanismo).
Abuso de poder.-
La hostilidad se produce horizontalmente; en algún punto las personas coinciden y desde allí, mutuamente, motivadas por alguna situación adversa, se agreden sutilmente, procurando vender la idea de que todo anda bien, que cumplen con el precepto bíblico de "amar al prójimo". Aunque existe una relación de jerarquía, las experiencias compartidas (el trato fraternal, el laboral o cualquier simple relación de social) reducen las diferencias a situaciones coyunturales estableciendo una relación de iguales.
En lo referente al "abuso de poder" la situación es totalmente diferente: aquí la jerarquía permanece y permite, a quien ostenta el poder, manejarse a su antojo en detrimento de los demás.
Hay abuso cuando alguien, en una posición de ventaja, perpetra algún daño (físico, moral o psicológico) a otra persona que, debido a alguna condición determinante no puede defenderse. Es difícil separar la hostilidad del abuso; sin embargo, la hostilidad no implica abuso; ésta se produce, recordemos, en una posición de iguales (por ejemplo, el caso de dos hermanos con iguales privilegios que se agreden constantemente de diversas formas). Pero el abuso implica la presencia de la hostilidad ya que existe la agresión en contra del perjudicado. Privar a una persona de sus derechos en la empresa es una agresión y un abuso; agresión porque se busca herir su dignidad, es un abuso porque la posición de poder hace posible que ésta se vea inutilizada a hacer algo en su defensa.
El abuso puede ser de diferentes formas según la situación lo determine: tamaño, sexo, arma, miedo, posición en la empresa, confabulación, complot, etcétera. Siempre que esto suceda hay abuso porque existe una persona perjudicada que se ve imposibilitada a responder en la misma o mayor intensidad a su agresor o agresores. Y, siempre que esto sucede, todo queda en el olvido por el bien de los perjudicados.
Es innegable que suelen ser los que vivieron en la carencia quienes incurran en el abuso de poder una vez ocupen una posición de privilegios. Sus almas no han curado de la triste experiencia de privaciones y maltrato, de modo que, asidos de los medios, emprendan la carrera de satisfacer su prolongada sed de venganza. Mussolini, Hitler, Franco, Trujillo y Lilís son pruebas fehacientes de esto. Con esto no quiero excusar a quienes, a pesar de llevar una vida holgada, se valen del poder (económico, político o social) para perjudicar a los otros en aras de ciertos beneficios personales. Lo que quiero resaltar es que resulta paradójico que alguien con una historia tan triste, procediendo de los bajos estratos sociales, olvidando sus orígenes haga de la vida de sus "semejantes" un verdadero infierno. Cuando esto sucede lo que se intuye es que su "capacidad de asombro" fue devorada por su miseria de entonces. O es que nunca tuvieron "inteligencia emocional" sino que, en su lugar estuvo la indiferencia, esperando la oportunidad para dejarla salir a flote.
Si lo que siempre vivieron en holgura son crueles en su manejo en el poder, estos son peores pues conocen de que aquellos "infelices" están hechos, conocen al dedillo su contextura emocional, así que saben perfectamente cuáles son los métodos más eficaces para hundirlos o destruirlos moralmente. Se tozudos en la retaliación; no conocen el sentido de la piedad ni se conduelen de nadie, incluyendo su madre. Sienten un asco profundo por los de su clase; es por eso que en su trato son torvos e iracundos. Lo obtuso de su entendimiento les impide entender lo inminente del mañana y lo importante de dejar una puerta abierta; eso les importa un pepino; es como si la noción del tiempo se hubiera desvanecido en su postrer intento por ser feliz en un momento donde el hambre los arredilaba.
Pero el abuso de poder mas recrudecido en los predios del poder que en el poder mismo. Me explico: los que están cerca del poder (entes que se identifican con los "jefes" por compartir la misma miseria y el mismo reptar) son más crueles pues, jugando doble papel, siembran la inquina en el jefe contra los demás subalternos aludiendo a la sospecha de "rebelión". Estos últimos, regodeados en su papel de ser testaferros del poder mantienen en una constante zozobra a quienes se resisten a "doblar rodillas ante Baal" tirando su dignidad y su honor por el suelo; a estos ultrajan y enrostran el haber logrado un sustancioso aumento de sueldo o un ascenso importante sin la intervención de los méritos sino del constante uso de la lisonja. Estos no tienen sentido de clase; la traición es su estilo de vida y la lambonería su religión.
Parece como si la razón estuviera podrida, o simplemente no existiera. Su forma de hacer valer su razón es grotesca a tal grado que parece un símil de una figura dantesca. El asunto es que imprimen el terror sin ningún criterio más que el de provocar en el otro un respeto que ellos, ni por el imperativo de la "pena" se han ganado.
Volviendo a la película.-
Mel Gibson plantea en Braveheart un drama interesante en el que a la hostilidad y el abuso de poder se le imprime una marcada diferencia. Más allá del naturalismo con el que nos describe la crudeza de las batallas, existe el pugilato por el poder acicalado por la traición y cuantos medios bajos crea la sociedad para hacer de su miserable vida algo más llevadero. No todo es sangre, extremidades cercenadas o ruptura de cráneos; también se presenta la intención de quitar del medio al amigo que hace la vida miserable o que por su culpa las posiciones de privilegios peligran.
En esa película se percibe de manera diáfana la agresión entre los iguales y el abuso de poder representado en la manera en que los "fuertes" hacen de la vida de los débiles un verdadero retrete o simplemente un relato vulgar.
Es fácil intuir a través del film que la hostilidad y el abuso de poder, a pesar de estar internamente relacionados, poseen una sutil diferencia que, para señalarla, hay que acudir a situaciones que son latentes en nuestro diario vivir. Basta ver el drama con detenimiento y observar como cada cosa vibra en la sustancialidad de sus respectivos contextos.
Autor:
José E.Flete-Morillo
[1] Dormir: eufemismo que, atendiendo al campo semántico de la expresión, más bien quiere decir "tener sexo".
[2] . Ver la película "La duda" de John Patrick Shanley.
[3] . Los más leales logran puestos en la empresa violando la institucionalidad pues no cumplen con los procedimientos de lugar; simplemente son favorecidos por sus "servicios"; desde incluirles a familiares en la nómina de la empresa hasta concederles "regalitos" que van desde alhajas baratas hasta vehículos lijosos (o simplemente usados).
[4] . Ver el relato "El sabio que no sabía nadar" compilado por Alejandro Arvelo (2005) en su texto Si quieres filosofar.