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La ley del pacto eterno

Enviado por Leroy Beskow


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. La Ley de la Biblia
  3. Dios y la Ley
  4. ¿Cuál fue la Ley original de Dios?
  5. El justificado y la "nueva" Ley real
  6. Las dos caras de la Ley
  7. Los dos pactos y los dos Testamentos
  8. Mandamientos divinos que Cristo vino a cumplir anulando a otros
  9. ¿Dos Testamentos y tres dispensaciones?
  10. Un desarrollo gradual del conocimiento de la salvación

VERSIÓN ABREVIADA

2012

Introducción

Las sacudidas que provocaron las enseñanzas de los pastores A. Jones y E. J. Waggoner, y el decidido apoyo que les dio la mensajera del Señor, dio inicio a una crisis que todavía no ha concluido totalmente. Uno de los motivos de discusión fue una declaración del apóstol Pablo en su carta a los Gálatas:

"De manera que la ley ha sido nuestro ayo,

para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos

justificados por la fe. Pero venida la fe,

ya no estamos bajo ayo" (Gál. 3:24,25).

El pueblo de Dios quedó rápidamente dividido en tres posiciones: En el extremo izquierdo del camino al cielo se ubicó el pastor E. J. Waggoner, afirmando que la ley que nos lleva a Cristo, y que desde que lo aceptamos quedamos libre de su jurisdicción, es el Decálogo. A él se unieron los pastores Haskell, Whitney y Wilcox. Y su posición se divulgó con la revista The Signs. En el extremo derecho del camino, que dio inició Joseph H. Waggoner -padre de E. J. Waggoner-, quedó liderado por el pastor George Butler -entonces presidente de la Conferencia General-, afirmando que esa ley que ya no estamos bajo su dominio, es la ley ceremonial escrita por Moisés en un libro. Con él estaban Uriah Smith, D.M. Canright, Covert y J.H. Morrison; y esta propuesta se extendió con la revista The Gospel Sickle. Entonces la tercera respuesta, que fue la que dio Elena G. de White, fue:

"Ninguno de los dos tienen toda la luz sobre la ley; ninguna de las dos posiciones es perfecta"[1] "¿Cuál ley es el ayo para llevarnos a Cristo? Contesto: Ambas, la ceremonial y el código moral de los Diez Mandamientos".[2] "El Espíritu Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto, mediante el apóstol".[3]

Por supuesto, si al ser justificados por la fe quedamos libres de la ley moral de Dios, inmediatamente surge la pregunta: "¿Entonces los protestantes están en lo cierto cuando dicen que con Cristo estamos libres del Decálogo y de las leyes de Moisés? Con este estudio, que documentaré con la Palabra de Dios y los Testimonios, trataré de dar la respuesta que todavía espera la mayoría de nuestros investigadores, señalando con respeto y admiración a la "nueva ley: La ley real de la libertad".[4] Es la ley que hasta la rebelión desatada por Lucifer, poco antes de la semana de la creación, los ángeles celestiales ignoraron que existía; y luego que la conocieron muchos se preguntaron: "¿Es imperfecta la ley de Dios? ¿Necesita arreglos; debe ser anulada, o es inmutable?"[5]

Pero las modificaciones que el Señor tuvo que hacer en la "ley original", a fin de adaptarla a la condición del hombre caído, no tuvo el propósito de hacer una mejora en "la ley eterna", como esperaba Satanás y sus seguidores, sino evitar que el pecador arrepentido tuviera que morir antes de su liberación. Esto modificó el concepto del pecado que se conoce en los mundos no caídos. Concepto que desconocieron Platón, el cristianismo gnóstico, San Agustín, Lutero y Calvino —incluyendo algunos eruditos de nuestra iglesia. Sin embargo, esta diferencia que se mostró en la Ley de Dios, y fue señalada por Satanás como una gran injusticia, fue pagada ante la Justicia eterna con la sangre de Cristo.

Somos el pueblo remanente que se perfecciona, y que para poder ser purificado, deberá soportar un terrible zarandeo durante la gran crisis final; ya que es el pueblo de quien se dirá: "Aquí está la paciencia [perseverancia] de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (Apoc. 14:12).

El autor.

La Ley de la Biblia

En el Antiguo Testamento se emplean cuatro palabras con el significado de "ley": La Torah, que significa instrucción, enseñanza, ley y dirección, que Abraham guardó antes de la que escribió Moisés (Gén. 26:5); khoq: estatuto, ordenanza, decreto y ley (Gén. 47:26; Sal. 50:16; 94:20, etc.); dath: mandamiento, ley, ordenanza, decreto, regla y edicto (Ester 1:8,13,15,19; 2:12;3:8; etc.), y mishpat: derecho, ordenanza, legal, ley, sentencia, medida, costumbre y dirección (Núm. 9:3,14; 29:6,18,21,24,27,30,33,37; 2 Rey. 17:27,34, etc.).

En el Nuevo Testamento se registra con la palabra griega nomos, que significa "ley" (Mt. 5:17,18; 11:13; 12:15, etc.).

La ley que el Señor escribió en tablas de piedra, también es presentada como las Diez "palabras" (dabar, dabarim: Deut. 4:13; 10:4, etc.), así como llamaban al dabar o "mandamiento de Moisés" (Éxo. 12:35). También se le llamaba los Diez "mandamientos" (mitzvah: Gén. 26:5; Éxo. 34:28; Deut. 4:13,14; 6:2,17, etc.); chuqqah (Eze. 5:6,7); y "mandatos" (piqqud: Sal. 119:4,40,56,63, etc.), que corresponden con la palabra griega entolé (Mat. 5:19; 15:3,6,9; 19:17; Apoc. 14:12, etc.).

Dios y la Ley

Como expresión de Dios, la Ley contiene en sí las características del carácter y la perfección de la Deidad:

DIOS ES:

SU LEY ES:

Amor (1 Juan 4:8)

Amor (Rom. 13:9,10)

Justo (Esd. 9:15)

Justa (Sal. 119:172)

Perfecto (Mat. 5:48)

Perfecta (Sal. 19:7)

Santo (Lev. 19:2)

Santa (Rom. 7:12)

Bueno (Sal. 34:8)

Buena (Rom. 7:12)

Verdad (Deum. 32:4).

Verdad (Sal. 119:142)

Eterno (Sal. 10:16).

Eterna (Sal. 119:152).

Por eso Elena G. de White escribió: "La ley es la gran norma de justicia. Representa el carácter de Dios, y es la prueba de nuestra lealtad hacia su gobierno. Y se nos la revela, en toda su belleza y excelencia, en la vida de Cristo.[6]

Sabemos que en el lugar santísimo del santuario de Moisés, se encontraban las tablas que contenían los Diez Mandamientos o "Palabras", también llamados los "oráculos de Dios"[7]. Por eso al santísimo también se le llamaba debir, palabra, oráculo (1 Rey. 6:5,19-23, 31; 7:49; 8:6,8; 2 Crón. 4:20; 5:7,9; Sal. 28:2). Juan revela que el mismo Logos (Palabra, Oráculo o Verbo de Dios), "fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (Juan 1:1,14). Con esta expresión "Logos", Juan hace referencia al Debir del A.T., es decir a la "Ley santísima". Entonces, podríamos leer Juan 1:1 así: "En el principio era el "Oráculo santísimo", y el Santísimo era con Dios, y esa Ley santísima era Dios […] Y aquella "Ley santísima" fue hecha carne" (Juan 1:1-14). Por eso podemos decir que la Ley es Dios el Juez; Cristo es la Ley revelada en la carne, y el Espíritu Santo es la Ley grabada en nuestra mente, con la misión de no agregar nada nuevo, sino confirmarnos y hacernos comprender lo que la Ley encarnada ya enseñó (Juan 16:7-14).

¿ADVENTISTAS LIBRES DE LA LEY?

Como sabemos, la interpretación de la ley en Gálatas 3, llegó a ser motivo de grandes controversias teológicas desde 1884, que requirió la intervención de Elena G. de White. Según el pastor E. J. Waggoner, la declaración: Elzuses de tes písteos oikéti upó paidagogóv esmen, traducida como: "Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo" (tutor, guía, Gál. 3:25), debía interpretarse que con Cristo estamos libres de la ley moral de los Diez Mandamientos. Y según el pastor G. Butler, que la ley aquí sería sólo la ley ceremonial, siendo anulada con la muerte del Salvador. Como esta última posición parecía ser la más correcta —y todavía la sigue siendo para muchos—, recibió el apoyo de la mayoría. Pero la Hna. White rechazó a ambos contendientes, porque la ley en Gálatas es la Torah. Es decir, todo "el Libro de la Ley" (Gál. 3:10). Por eso las dos partes estaban equivocadas y ambas sostenían una parte de la verdad.[8]

Pero, ¿cómo se entiende que cuando llegamos a estar con Cristo, ya no necesitamos más la ley de Dios como "ayo", cuando vimos que la ley es Cristo en persona? Si vamos a Cristo y queremos permanecer con él, es porque lo necesitamos como guía, para ser liberados de Satanás y no de los mandamientos del Maestro. Pero no se trata de una incongruencia, porque la Torah es en verdad una adaptación de "la ley original de Dios". Como veremos, tanto la ley original como la adaptación, se basan en el mismo principio eterno del "amor". Por eso Pablo dice que el Decálogo "en esta sentencia se resume: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rom. 13:9).

LA LEY ETERNA NO CONTENÍA EXACTAMENTE

LO MISMO QUE LOS DIEZ MANDAMIENTOS

"Antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado" (Rom. 5:13). Adán y Eva pecaron porque conocieron una ley antes de su caída. Pero Satanás se había propuesto que la inocente pareja llegara a conocer el mal que él había llegado a conocer desde su rebelión, y dijo: "Sabe Dios que el día que comáis de él [árbol prohibido], serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal" (Gén. 3:5). Esto era justamente lo que el Señor no quería. Por eso Elena G. de White escribió:

"Era voluntad de Dios que la inmaculada pareja no conociese absolutamente nada de lo malo. Le había dado abundantemente el bien y vedado el mal. Pero, contra su mandamiento, habían comido del fruto prohibido".[9]

Si Dios escribía el Decálogo en el Edén, la inocente pareja hubiera conocido el mal desde el principio. Por eso la Hna. White escribió: "Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue dada a Adán después de su caída, y preservada en el arca por Noé, y observada por Abrahán […] no habría habido necesidad de que Dios proclamara su ley desde el Sinaí y la grabara en tablas de piedra, ni que salvaguardara esos preceptos mediante las indicaciones, los juicios y los estatutos que le dio Moisés".[10]

Sabemos que nuestros primeros padres conocieron la ley eterna. Pero esa ley no decía: "No cometerás adulterio" (Éxo. 20:14), porque en ese caso Adán y Eva hubieran preguntado: "Señor, ¿qué significa "adulterio" y cómo se realiza"? Y si en esta ley eterna había un mandamiento que decía: "No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo" (vers. 17), los ángeles y los hijos de Dios de los otros mundos, hubieran preguntado mucho antes que Adán y Eva: "Señor, ¿qué es codiciar? Como los terrestres son los únicos hijos de Dios que poseen los órganos de la reproducción y se pueden casar (Luc. 20:34-36), los ángeles y los hijos de Dios de los demás mundos habitados hubieran preguntado: "Señor, ¿qué significa "mujer" y qué es un "siervo"? —la existencia de la servidumbre se la acepta en los mandamientos cuarto y décimo (vers. 10,17)-. También hubieran preguntado por otras expresiones totalmente extrañas para la vida de la inocencia eterna, como cuando dice: "Visito la maldad de los padres sobre los hijos" (vers.5); "los que me aborrecen" (vers. 5) y "no matarás" (vers. 13).

Esto nos lleva a buscar una explicación por aquella visión que Elena G. de White recibió, donde vio el Decálogo exactamente igual al que fue escrito en el Sinaí, y vio que "Jesús levantó el segundo velo" y pasó con él al santísimo, donde "ofrecía a su Padre [las oraciones de los santos] con el humo del incienso […] Dentro del arca estaba el vaso de oro con el maná, la florida vara de Aarón y las tablas de piedra".[11] "El cuarto mandamiento del sábado, brillaba más que todos".[12] Y escribió: "La ley de Dios que se encuentra en el santuario celestial es el gran original del cual eran copia exacta los preceptos grabados en las tablas de piedra y consignados por Moisés en el Pentateuco".[13]

EL ERROR DE CONFUNDIR

LOS SÍMBOLOS CON REALIDADES

Ante todo, para poder interpretar mejor las declaraciones de los autores bíblicos, nos es necesario tener en cuenta que la revelación quedó registrada en la Biblia por hombres falibles y sujetos "a error".[14] Muchos mensajes los transmitieron sin entenderlos, porque se oponía al pensamiento de la época y al que ellos mismos tenían. En varias oportunidades, el prejuicio influyó en la escritura a tal punto que, para que la Biblia sea "infalible" y la "autoridad absoluta",[15] Dios tuvo que corregir el "error" —error entre comillas porque nada quedó fuera del control del Espíritu Santo (2 Tim. 3:16,17), sino por razones estratégicas divinas que aquí no creo necesario detenerme para aclararlas.

Elena G. de White dice que "los discípulos se equivocaron en cuanto al reino que debía establecerse al fin de las setenta semanas […por( haber aceptado errores populares, o mejor dicho la adhesión a ellos".[16] Por esa causa, ningún escritor del Nuevo Testamento pudo entender plenamente la profecía de los 2.300 días-años. Es decir que nosotros hoy, entendemos más esta profecía que los mismos profetas que Dios eligió para revelarla. Por supuesto, no significa que ellos son menos confiables que nosotros, sino porque Dios quiso que esa profecía fuera conocida desde el siglo XIX. Es decir, que ese error es parte de la inspiración, con fines estratégicos divinos, no porque se trata de un descuido del Espíritu Santo. Por ejemplo, Pablo, considerado el mayor teólogo de los apóstoles, aseguró que en la segunda venida estaría entre los transformados y no entre los resucitados (1 Cor. 15:51,52; 1 Tes. 4:15). Gracias a revelaciones posteriores, pudo entender que esto no sería así; y lo entendió 28 años después de ser llamado al apostolado (años 34 al 62: Fil. 3:11).

Aunque le parezca extraño, esto es parte de la inspiración y una prueba de la infalibilidad de la Biblia entendida como una unidad, pues este "error" apostólico confirma que la Biblia no se equivoca. ¿No decía Daniel que la verdad de los 2300 años y la fecha del fin del mundo no serían entendidos sino recién en el tiempo del fin (Dan. 12:4,8,9)? Por supuesto: la Biblia empleada como una unidad, no puede equivocarse.

La Hna. White escribió: "Pedro vio el error en que había caído, y se puso a reparar inmediatamente el mal que había hecho, hasta donde pudo".[17] Por lo tanto él "no era infalible ni superior a los otros apóstoles".[18] "Dios entregó a hombres finitos la preparación de su Palabra divinamente inspirada".[19] "Todo lo que es humano es imperfecto".[20]

Y al hablar de sí misma, la sierva del Señor escribió: "Acerca de la infalibilidad, nunca pretendí tenerla. Sólo Dios es infalible. Su Palabra es verdad y en él no hay cambio ni sombra de variación".[21] Así que no son los profetas los infalibles, sino la Biblia como unidad. Por eso Isaías dice que debemos comparar un pasaje con otro y un autor con los demás, para poder llegar al conocimiento perfecto, y caigamos de espaldas con profunda admiración por la sabiduría de Dios (Isa. 28:13).

Una vez que entendemos esto, podemos comprender por qué Juan y Elena G. de White al principio confundieron el santuario celestial real, con el simbólico terrenal que el Revelador mostró trasladándolo al cielo, a fin de que entendieran que el terrenal era símbolo del celestial. Pero al ver esos símbolos en el cielo, ellos creyeron que eran lo que es real, hasta que al fin lo entendieron en las últimas revelaciones; y así lo manifestaron.

En las primeras visiones, Juan vio en el santuario del cielo un templo dividido por una "puerta" que Jesús cerró con las llaves de David, y nadie podía abrir (Apoc. 3:7,8; 4:1). Isaías decía que eran puertas, y al mismo tiempo una "tienda" gigantesca con un río y árboles adentro, dividida con cortinas (Isa. 22:22; 33:20,21; 60:13). Elena G. de White también vio que la entrada al lugar santo celestial era un "velo" que Jesús "levantó" para entrar". "Jesús levantó el segundo velo y pasó al lugar santísimo" (Heb. 9:3; 10: 20). Pero en otras visiones vio que era una "puerta" que se cerraba para un grupo de personas 1813 años antes de 1844;[22] otra vez en 1889,[23] y hoy sigue cerrándose para algunos.[24]

Hay mucha diferencia entre un "velo" que se levanta y una puerta que se abre y se cierra con llaves. Y puesto que una puerta real que se cierra, se cierra para todos, la Hna. White entendió que la visión era un símbolo. Por eso aclaró: "Cristo había abierto la puerta, o ministerio, del lugar santísimo"[25]. La puerta" del santuario celestial era en realidad el cambio de "ministerio" de Cristo. Entonces Dios le reveló que en el templo celestial "le veremos [al Padre] cara a cara sin velo que nos lo oculte"[26], porque allá "no cuelga ningún velo."[27] El velo estaba en el santuario terrenal para que los sacerdotes no murieran por sus pecados. Pero en el cielo no habrá noche, porque no habrá nada que impida que la gloria de Dios ilumine la santa ciudad. Por eso a Juan se le reveló que el candelabro que vio en las primeras visiones, allá no estará porque no será necesario (Apoc. 22:5).

Al ver el apóstol el "trono" en su última visión —que él mismo había dicho que es el "templo" (Apoc. 16:17)—, no vio en él velos o puertas ni muebles, y exclamó: "No vi en ella templo; porque [lo que vi en las primeras visiones] el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (21:22). Por eso Pablo dijo que Cristo, sentado a la diestra del Padre, es el "verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre" (Heb. 8:1). Y como el trono es eterno, Juan vio "el tabernáculo de Dios con los hombres" después del milenio (21:3), porque es eterno (Éxo. 15:17,18; Sal. 61:4; Isa. 33:20,21; Eze. 37:26-28) —el templo celestial no fue edificado por el pecado, sino que al mismo edificio del trono Dios lo ha transformado en un centro de salvación y de juicio (Éxo. 15:17,18; Jer. 17:12; Apoc. 16:17).

Cuando Elena G. de White vio el Decálogo en el cielo, creyendo que era una "copia exacta" de la que se lee en la Biblia,[28] también vio que "dentro del arca estaba el vaso de oro con el maná, la florida vara de Aarón y las tablas de piedra".[29] Pero después de recibir nuevas revelaciones, ella entendió que no era exactamente lo que había creído.

En primer lugar, ya vimos que en los Diez Mandamientos se leen cosas que no podían existir antes del pecado; ni Dios quiso que se conocieran los males que se nombran en ella.

En segundo lugar, en el cielo no hay un "arca" que contenga el Decálogo; por eso Juan no la vio en el trono-templo de la visión real del cielo. Jeremías lo dijo así: "Dice Jehová, no se dirá más: Arca del pacto de Jehová; ni vendrá al pensamiento, ni se acordarán de ella, ni la echarán de menos, ni se hará otra. En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella" (Jer. 3:16,17). En el trono no hay necesidad de un arca para proteger la ley de algún enemigo.

En tercer lugar, Dios nunca quiso que su ley fuera grabada en tablas de piedra, en la Biblia o en algún otro lugar. Por eso la escribió como último recurso después de 25 siglos de la entrada del pecado. La sierva del Señor escribió:

"Y si los descendientes de Abrahán hubieran guardado el pacto […] habrían conservado el conocimiento de la ley de Dios, y no habría sido necesario proclamarla desde el Sinaí, o grabarla sobre tablas de piedra. Y si el pueblo hubiera practicado los principios de los diez mandamientos, no habría habido necesidad de las instrucciones que se le dieron a Moisés".[30]

Pablo lo dijo así: "Conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes" (1 Tim. 1:9,10). "De modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen vieja de la letra" (Rom. 7:6) -Recuerde que está hablando de la Torah, donde también se leen dos veces los Diez Mandamientos.

Y en cuarto lugar, si en el cielo estuviera el arca, adentro de ella no podrían estar "el vaso de oro con el maná, la florida vara de Aarón y las tablas de piedra",[31] porque estos objetos no pertenecen a la eternidad, sino a la historia del pecado de este mundo. Sólo podrían estar allá si se los transportara de la tierra. Pero la Hna. White aclaró:

"El precioso registro de la ley fue colocado en el arca del testamento y está todavía allí, oculto y a salvo de la familia humana [en una cueva]. Pero en el tiempo señalado por Dios, él sacará esas tablas de piedra para que sean un testimonio ante todo el mundo contra la desobediencia de sus mandamientos y contra el culto idolátrico de un día de reposo falsificado.[32]

"Cuando el juez se siente y se abran los libros, y cada ser humano sea juzgado de acuerdo con las cosas escritas en ellos, entonces las tablas de piedra, ocultas por Dios hasta ese día, serán presentadas delante del mundo como la norma de justicia".[33] "El arca sigue escondida. Nadie la ha perturbado jamás desde que se la ha escondido".[34]

EL DECÁLOGO NO FUE LA LEY

ORIGINAL DE DIOS

Elena G. de White escribió: "La ley de Dios existía antes de que el hombre fuese creado. Estaba adaptada a la condición de los seres santos; aun los ángeles estaban gobernados por ella,[35] pues cada uno "tenía asignada su obra especial".[36] "Sus preceptos estaban escritos en sus corazones".[37]

"Los principios de los Diez Mandamientos existían antes de la caída y eran de tal naturaleza que se adecuaban a las condiciones de los seres santos. Después de la caída no se cambiaron los principios de esos preceptos, sino que se añadieron algunos tomando en cuenta la condición caída del hombre".[38] "No fue escrita entonces; pero Jehová la repitió en presencia de ellos [Adán y Eva]".[39]

"Dios puso al hombre bajo una ley, como condición indispensable para su propia existencia".[40] "Si la ley de Dios nunca hubiera sido traspasada nunca habría habido muerte, ni habría habido necesidad de preceptos adicionales para adaptarlos a la condición caída del hombre".[41]

Bien. Pero, ¿qué quiso decir la sierva del Señor cuando dijo, "bajo una ley"? ¿Para Adán y Eva era una ley con diez mandamientos, conteniendo nueve prohibiciones, como conocemos en el Decálogo, o una ley de una sola prohibición? La Hna. White responde:

"El Señor había decidido imponerles una sola prohibición […] Satanás no los seguiría continuamente con sus tentaciones; sólo podría acercarse a ellos junto al árbol prohibido".[42] "La violación de esa ley en el pequeño acto de comer del fruto prohibido trajo sobre el hombre y sobre la tierra la consecuencia de la desobediencia a la santa ley de Dios".[43]

Cuando Eva pecó, "Adán comprendió que su compañera había violado el mandamiento de Dios, menospreciado la única prohibición que le había sido puesta como una prueba de su fidelidad y amor".[44]

"El día de reposo del cuarto mandamiento fue instituido en el Edén. Después de haber hecho el mundo y haber creado al hombre sobre la tierra, hizo el sábado para el hombre".[45] "Entonces tuvieron su origen dos instituciones gemelas para la gloria de Dios en beneficio de la humanidad: el matrimonio y el sábado".[46]

Estas declaraciones inspiradas nos dicen: En primer lugar, que la ley que el Señor presentó a nuestros primeros padres, contenía un solo "mandamiento" con "prohibición". Este mandamiento no se encuentra en los Diez Mandamientos. Y con respecto a los demás que conocieron, sólo la observancia del sábado se encuentra en el Decálogo (Gén. 1:28-30; 2:3,15,24). Y es evidente que el mandamiento del sábado no fue presentado con alguna prohibición, porque para Adán y Eva la llegada del séptimo día era una alegría inmensa, ya que entonces tenían el privilegio de conversar con el mismo Creador. Tampoco fue necesario que tuvieran el apoyado de alguna prohibición la institución del matrimonio, con el deber de tener hijos para criarlos y que poblaran la tierra; el mandamiento sobre la alimentación, y el mandamiento laboral para aprovechar el tiempo positivamente (Gén. 1:28,29; 2:3,5, 17,24).

En segundo lugar, aunque esta ley se basaba en la misma ley eterna de "fidelidad y amor", "estaba adaptada a la condición de los seres santos" de la tierra. También "los ángeles, como inteligentes mensajeros de Dios, estaban bajo el yugo de la obligación",[47] pues cada uno tenía una misión que cumplir en el reino de Dios; y esa era su ley como prueba de amor a Dios.

En tercer lugar, tanto el mandamiento del matrimonio (Luc. 20:34-36) como el de la observancia del sábado (Mar. 2:27,28) tuvieron su origen en la semana de la creación. Por lo tanto no pueden estar registrados en la ley original de Dios, ni fue necesario que estos mandamientos fueran presentados y guardados por los ángeles y demás hijos de Dios de otros mundos. Gracias a la existencia del matrimonio, este mundo de pecado puede encontrar todavía un poco de calor de hogar, y puede entender qué es amor. Y gracias al cuarto mandamiento, es que todavía se adora al Creador como corresponde.

Y en cuarto lugar, la segunda adaptación de la ley eterna del amor tuvo que ser presentada al hombre luego de su caída. Estos cambios ya no estaban en los planes originales de Dios, pues, aunque él sabía que iba a ocurrir, nunca fue su deseo de tener que establecerlos. Al referirse a la ley del divorcio que Dios dictó después a Moisés (Jos. 24:26; Neh. 10:29), Elena G. de White dice que "debido a la degeneración del pueblo se permitió una ley que no estaba en el plan original de Dios".[48] "Por eso yo también les di estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir" (Eze. 20:25). Se refiere a leyes civiles que, aunque Moisés las escribió junto con las leyes ceremoniales del santuario, no formaban parte de los símbolos de Cristo que él dijo que no vino a abolir, sino a cumplir plenamente.

Esto significaba para el trono universal, el origen de un conflicto con la Justicia y sus consecuencias, que sólo podían ser limpiadas con sangre. Entonces fue necesario que el Juez optara por purificar al mundo destruyendo al pecador, o que el trono fuera purificado con la sangre del responsable, es decir del Creador del mundo. También debemos tener en cuenta que la adaptación de la ley, significaba para los demás hijos de Dios un cambio en el concepto de "pecado".

¿Cuál fue la Ley original de Dios?

"Cuando el Altísimo dio a Moisés la copia de su ley, conservó el gran original en el santuario de arriba".[49] Recuerde que el santuario terrenal era mayormente un símbolo y una sombra del "verdadero" que está en el "trono" (Heb. 8:1,2,5; 9:9). Finalmente Juan afirma que no vio los símbolos sino el santuario real, "porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (Apoc. 21:22). Por eso allá la ley no está en un "arca" (Jer. 3:16,17), sino en "el gran original" que es la Deidad. La sierva del Señor también escribió:

"En el cielo no se sirve con espíritu legalista. Cuando Satanás se rebeló contra la ley de Jehová, la noción de que había una ley sorprendió a los ángeles casi como algo en que no habían soñado antes. En su ministerio, los ángeles no son como siervos, sino como hijos. Hay perfecta unidad entre ellos y su Creador. La obediencia no es trabajo penoso para ellos. El amor a Dios hace de su servicio un gozo.[50]

"La ley de Jehová, que existe desde la creación, estaba comprendida en dos grandes principios: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos". Estos dos grandes principios abarcan los primeros cuatro mandamientos, que muestran el deber del hombre hacia Dios, y los últimos seis, que muestran el deber del hombre hacia su prójimo. "Los principios fueron más explícitamente presentados al hombre después de la caída, y redactados para adecuarse a la condición de inteligencias caídas. Esto fue necesario debido a que las mentes de los hombres quedaron cegadas por la transgresión".[51]

Como la sierva del Señor habla aquí de la ley eterna, y por lo tanto de la que será guardada en la tierra nueva, también dice: "Los principios de justicia expuestos en el Decálogo son tan inmutables como el trono eterno […] Cuando el Edén vuelva a florecer en la tierra, la ley de amor dada por Dios será obedecida por todos debajo del sol".[52] Por eso, cuando le preguntaron al Maestro cuál era el gran mandamiento de la Torah, él señaló los dos grandes del amor a Dios y al hombre. "De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas" (Mat. 22:36-40).

"Siendo la ley del amor el fundamento del gobierno de Dios, la felicidad de todos los seres inteligentes depende de su perfecto acuerdo con los grandes principios de justicia de esa ley".[53]

Como dice el refrán: "a buen entendedor pocas palabras bastan", fueron pocas las palabras necesarias para que el Universo pudiera gozar en la perfección. Hoy, a medida que aumenta la maldad en el mundo, aumenta el número de leyes que se deben establecer. Y aún así las 32.700.000 leyes que se dictaron y archivaron hasta la primera mitad del siglo pasado, no pudieron evitar la segunda guerra mundial, porque no se establecieron sobre los Dos Mandamientos de la eternidad.

¿IGUALES ANTE LA LEY?

Hemos visto que a la ley original y eterna de los Dos Mandamientos, que estaba grabada en la mente de Adán y Eva, Dios la "pronunció delante de ellos" con siete mandamientos más, es a saber: criar hijos y gobernar a los animales (Gén. 1:28); velar por el régimen alimenticio (v. 29), santificar el sábado (2:3), trabajar en la huerta del Edén (v. 5), no acercarse al árbol prohibido (v. 17) y que sus hijos formaran uniones familiares independientes (v. 24). En la segunda adaptación de la ley, Dios tuvo que agregar nuevas prohibiciones de carácter moral, y un mandamiento ceremonial, por causa de la presencia del pecado en la mente. Por eso Adán tuvo que matar con mucha angustia y dolor al primer animal, y vestirse con su piel (3:21).

Según la Hna. White, la ley moral que recibió contenía los Diez mandamientos que hoy conocemos: "Adán enseñó a sus descendientes la ley de Dios, y así fue transmitida de padres a hijos durante las siguientes generaciones […] fue preservada por Noé y su familia, y Noé enseñó los Diez mandamientos a sus descendientes (Gén. 26:5).[54] La palabra "leyes", que menciona el texto, dice en hebreo torah, como Moisés y los israelitas le llamarían al Pentateuco. Pero a esta última torah Dios le sumó un buen número de mandamientos de carácter ceremonial, sanitario y civil. Por lo tanto, nos encontramos aquí con la tercera adaptación de la ley eterna –la cuarta, si contamos desde la que Dios adaptó para los ángeles antes del pecado–. Y recuerde que cada adaptación de la ley de Dios, trae como consecuencia una adaptación del concepto de pecado.

Esta forma de obrar de parte de la Deidad, podría llevarnos a pensar que Dios no es constante y que no trata a sus hijos con ley pareja. Y es evidente que no trata a todos por igual. Pero los padres que tienen más de un hijo, saben muy bien que no es justo exigir que todos obren exactamente igual. Eso se ve claramente en la parábola de los talentos que presentó Jesús. Puesto que no todos recibieron lo mismo, era lógico esperar de ellos resultados distintos, y ser juzgados con normas distintas (Mat. 25:14-30). Ésta es una de las causas por qué los juicios humanos pueden ser tan injustos. La ética judicial de "iguales ante la ley" parece muy justa, pero los veredictos finales que se ajustaron estrictamente a esta norma, no siempre lo fueron.

El justificado y la "nueva" Ley real

La sierva del Señor escribió: "¿Sois hijos e hijas de Dios? Si lo sois, es porque habéis sido convertidos, y habéis recibido a Cristo en el templo de vuestra alma, y vuestra mente ha sido colocada bajo la nueva ley, la ley real de libertad".[55]

"Es el Espíritu Santo quien convence de pecado y lo destierra del alma con el consentimiento del ser humano. Entonces se somete la mente a una nueva ley: La real ley de libertad".[56]

"Al entregarse uno a Cristo, la mente se sujeta a la dirección de la ley; pero ésta es la ley real, que proclama la libertad a todo cautivo. Al hacerse uno con Cristo, el hombre queda libre. Sujetarse a la voluntad de Cristo significa ser restaurado a la perfecta dignidad de hombre".[57]

A esta ley del justificado por la fe Dios le llama "real", no porque hay otra que es irreal, sino porque viene del trono donde se encuentra el "Rey de reyes". La Hna. White dice que al estar con Cristo somos "miembros de la familia celestial", que también le llama "la familia real".[58] Pero la pregunta es inevitable: ¿Cuál es esta "nueva ley real"? Santiago responde: "Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis […] Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad" (Sant. 2:8-12). Y el apóstol nos hace recordar que esto se cumple mientras se permanece fiel a Cristo, de lo contrario queda otra vez bajo el Decálogo, como nos dice en los versos 10,11.

Esta quinta adaptación de la ley eterna, es en realidad el regreso a la primera; la que rige a todo el universo. Es, pues, la ley original. La razón es muy simple, pues Juan nos dice: "Todo aquel que es nacido de Dios [por el perdón de la justificación diaria], no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Juan 3:9). Sólo puede pecar separándose del Salvador.

Al referirse especialmente al Decálogo, Pablo dice: "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada" (Gál. 3:23). Aquí emplea dos veces la palabra griega sunkleío: sujetar, encerrar, confinar. Y en el capítulo siguiente, Pablo enfatiza este encierro como estar "en esclavitud" en oposición a estar "libre" en Cristo (4:21-25). "Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley" escrita (Gál. 5:18). Porque "la circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios" (1 Cor. 7:19). "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor" (Gál. 5:6). "Sobrellevad los unos las cargas de los otros, cumpliendo así la ley de Cristo" (6:2). ¿Y cómo nos liberamos de vivir encerrados por la ley escrita de las prohibiciones? Pablo continúa: "Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación" (6:15).

Así que mediante la justificación por la fe bíblica, que es la que purifica mediante la "renovación" del "entendimiento" (Rom. 12:2; Tito 3:5; 2 Cor. 5:21) –note que no dice que en el perdón se purifica la naturaleza, como enseña Roma, sino sólo la parte eléctrica o consciente del cerebro (Efe. 4:23; 1 Ped.3:21)– nos libramos de vivir encerrados por la ley de las prohibiciones, para obrar por el amor de "la ley de Cristo", que es la del cielo.

Para señalar las diferencias que existen entre la ley original de Dios y la adaptada por el pecado, la Biblia habla de ellas con distintas expresiones:

LOS DOS MANDAMIENTOS

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

"La ley real" (Sant. 2:8).

"La ley" (de los 10 mandamientos: Saant. 2:10,11).

"La ley del Espíritu que da vida" (Rom. 8:2).

"La ley del pecado y de la muerte" (Rom. 8:2).

"El mandamiento… desde el principio" (1 Juan 2:7).

"La ley" "añadida" (Gál.3:19).

"La ley" legítima (1 Tim. 1:8).

"La ley" "de los transgresores" (1 Tim. 1:9).

"La ley de la libertad" (Sant. 2:12).

"La ley" del Decálogo (Sant. 2:11).

"La ley de la fe" (Rom. 3:27).

La ley "de las obras" (sin Crrisstto: Rom. 3:27).

"La ley de Dios" (Rom. 7:225).

"La ley del pecado" (Rom. 7:25).

"El régimen nuevo del Espíritu" (Rom. 7:6).

"El régimen viejo de la letra" (Rom. 7:6).

"La ley de Cristo" (ejemplificada: Gál. 6:2).

"El fin de la ley es Cristo" (Rom. 10:4).

"La ley de la fe" (Rom. 3:27).

"La ley no es de fe" (Gál. 3:12).

"La ley de la libertad" porque queda "libre" (Sant. 2:12; Gál. 4:26).

"La ley" de "confinados" en "esclavitud" (Gál. 3:23; 4:25).

Observe que la ley de Dios escrita en el Sinaí "no es de fe" (Gál. 3:12), como lo es la ley original (Rom. 3:27). Por lo tanto, no es correcta la posición adventista que sostiene que el Decálogo no es una ley de prohibiciones sino de promesas, argumentando que ninguna prohibición está escrita en tiempo presente ("No mates" o "No hurtes"), sino en futuro ("No matarás", "no hurtarás"). Pero si el Decálogo fuera la ley de las promesas, la declaración inspirada: "Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo" —refiriéndose principalmente al Decálogo—, se transformaría en una abierta contradicción (Gál. 3:25).

Queda, sin embargo, una pregunta que responder. Si Juan dijo que el perdonado "permanece en él [Cristo]; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Juan 3:9), ¿entonces una vez que aceptamos a Cristo ya no pecamos más, como dicen los evangélicos y los carismáticos de la "carne santa"? Si esto fuera cierto, entonces estaríamos libres del Decálogo y no lo necesitaríamos más. Por lo tanto, esta "nueva ley" de Santiago anularía los Diez Mandamientos.

Partes: 1, 2
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