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Inmigración y literatura: entretenimientos (página 2)


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En Buenos Aires, "Ibamos mucho al cinematógrafo –recuerda uno de los personajes de Mempo Giardinelli, en Santo Oficio de la Memoria-, que era la moda más impactante. Veíamos las cintas de Clár Gáble, que a mí me volvía loca. Yo soñaba con Clár. Blanquita, pobre, se enamoró de Rodolfo Valentino la única vez que fue al cine, pobre. Me acuerdo y me pongo toda. Y el amor de Micaela era Yón Bárrimor. También veíamos las películas argentinas con Alippi, Arata, Rosita Quintana, las de Gardel las vimos todas…" (7).

En Acebal se asistía asimismo a esta clase de funciones. Escribe en su autobiografía Gladys Onega: "Por aquellos años en que la gran diversión era el cine, lo que se veía en la pantalla era lo real sin ninguna discusión; sin embargo, tal vez por la desmesura con que se desplegaba ante los ojos, yo llegaba a comprender que el lujo de las películas de teléfono blanco sólo era un mecanismo que me permitía entrar y vivir en la fantasía. Pero, qué pasaba cuando veía cintas con familias, siempre norteamericanas, de padres e hijos que trabajaban e iban a la escuela como nosotros; entonces empezaba a dudar y a preguntarme si eso también no sería fantasía, porque no podía creer que esa gente con hábitos semejantes a los nuestros, viviera en casas de cine; y en cambio, si eso era real, por qué nosotros no teníamos algún sofá, alguna mesita con lámpara, alguna colcha bonita, alguna fotografía o cuadro en las paredes. Nada. Según mi madre, no había necesidad, según papá, no estábamos en condiciones de comprarlos. Lo cierto es que nunca hubo nada hermoso en la casa sino la casa misma" (8).

Los húngaros judíos establecidos en Rosario hacían del espectáculo cinematográfico una oportunidad para degustar cuanto llevaban. Luis Fehér, inmigrante de ese origen, asiste incómodo al refrigerio de su familia política: "Era muy común que los Temesvari se juntasen los domingos para ir al cine, y que a Luis se lo incluyera en el programa como uno más de ellos. Protegidos por la oscuridad de la sala, la madre de Betty sacaba a relucir sandwiches del más oloroso bursh judío, cargados de pimientos y tomates, los que acompañaba con una limonada casera llevada en sendos termos, y que repartía equitativamente entre todos. Luis, con costumbres más refinadas y menos expansivas, se sentía un poco avergonzado y trataba de evitar estos eventos" (9).

En el Chaco, el cine era un entretenimiento para los descendientes de italianos. Escribe Giardinelli: "Papi y mami hacían además una vida social muy intensa, esteee, muy linda. Salían casi todas las noches, especialmente en verano. El más amigo de papi era Américo Ferrachia, el oculista. Siempre iban al cine juntos. Al Terraza Chaco iban, esteee, que se llamaba así porque era un cine al aire libre que ocupaba media manzana en pleno centro. Iban con Margarita y con mami y llevaban espirales contra los mosquitos que se ponían entre las piernas, esteee, y también abanicos para apantallarse y a veces hasta sangüichitos. Y Américo que era bastante extravagante solía incluso llevar su termo con agua caliente y el mate preparado. De manera que ir al cine para ellos era como hacer un picnic nocturno".

El cine es un recuerdo asociado al entierro del padre de uno de los personajes de Santo Oficio de la Memoria. El hombre evoca, muchos años más tarde: "Yo no podía dejar de pensar que justo esa tarde en la matinée del Marconi pasaban los nuevos capítulos de ‘El Llanero Solitario’ –o era ‘El Zorro’, o era ‘Flash Gordon’?- y que los iba a perder, y tendría que esperar una semana para ver dos capítulos juntos, y por eso sentía una culpa que no me dejaba en paz, y el calor ahí adentro, y mi hermano cómo jodía" (10).

Radio

El vestíbulo de la casa de los Onega "era el sitio de la radio, de donde salían los despropósitos lingüísticos de Catita, la música de moda, los boletines que informaban a los hermanos Onega la cotización de la papa y lo cereales y, tal vez, los radioteatros que todavía no nos interesaban; debíamos esperar a vivir en Rosario para que intercambiáramos lavados de platos por horas de novelas" (11).

En casa de Pampillo, un 12 octubre, "Estaba puesta la radio y el locutor hablaba de la raza".(12).

Una abuela escuchaba la radio con su nieto. En El buen dolor, leemos: "Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como no podía dormir, te contaba un cuento" (13).

Uno de los personajes de Giardinelli relata: "a la noche cuando éramos más chicas, cuando todavía estaba mi mamá, nosotras nos quedábamos en la casa tejiendo y escuchando ‘Chispazos de tradición’ que era un programa gauchesco. Y vieras cuando empezaba como todas hacíamos silencio. También pasaban programas de teatro, directamente desde el Cervantes, el París y otras salas que ya no están. Entonces escuchar la radio era algo muy serio, muy importante" (14).

Contar

Los inmigrantes fueron muy aficionados a la narración oral. Ana Padovani dice: "mi abuelo me contaba que cuando vino en barco a la Argentina, los pasajeros de la primera clase bajaban a la bodega para oír los relatos de los inmigrantes de tercera clase" (15).

Lectura

Algunos viajeros traían libros. El padre de Rodolfo Alonso trajo de España un Juan Moreira, un Quijote, un Martín Fierro y un Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, "toda una significativa selección" (16).

Acerca de la afición por la lectura que sentían los hermanos Onega, escribe Gladys que su hermano "odiaba Lenguaje e Idioma Nacional con la misma decisión con que amaba la lectura, contradicción anárquica que mi hermana y yo no padecimos, pues para nosotros los libros se gozaban, se estudiaban y se aprendían. A Bebo no lo tentaba la lectura silenciosa y apartada, le gustaba contar a los otros o que los otros le contaran e inventar mundos físicos, contantes y sonantes de trompadas, corridas, trepadas, huidas, escaladas, atadas, escapadas y arrastradas por el pastito, que de repente era la pradera" (17).

A Antonio Dal Masetto, la lectura le permitió aprender nuestro idioma. A los doce años llegó, procedente de Italia, a Salto, donde "Empezó el duro aprendizaje, la transculturación. Cansado de que lo cargasen por su forma de hablar, decidió esforzarse para aprender el castellano. Para eso recurrió al arte. Su padre se asoció con su tío en una carnicería. Dal Masetto empezó a seleccionar las revistas que llegaban para envolver y, entre los globitos y el dibujo de las historietas, empezó a adentrarse en el idioma".

De los comics, pasará a los libros. Así recuerda esa etapa: "Mi camino fue absolutamente argentino. En casa hubo un esfuerzo inmediato por adaptarse. Cuando empecé a aprender el idioma en el pueblo, frecuentaba una biblioteca. Buscaba libros. Elegía al azar. Me los devoraba, junto con la revista Leoplán, que traía novelas cortas enteras. Me alimenté mucho de esa revista, y con ella descubrí que había una literatura inmensa" (18).

Música

La música era también un entretenimiento para los inmigrantes y sus descendientes. Encontraban en ella esparcimiento y consuelo, ya que los unía a sus países de origen.

En el barco que los traía, los inmigrantes tocaban el acordeón, el violín, la flauta y la armónica. A pesar de la tristeza, "La música y las danzas abundaban en el barco –escribe Scotti. Algunos tocaban el acordeón, otros la flauta, y por encima de la baraúnda, el violín diáfano de Padrazo" (19). Hacía música el galleguito de González Carbalho: "la armónica en los labios/ hice todo el viaje" (20).

Johann Bodemann, quien emigró de Valais en 1857, recuerda: "Todo cambiaba cuando mejoraba el tiempo: se bailaba, se cantaba, se jugaba. El tiempo pasaba pronto. Con nosotros viajaban jóvenes alegres, quienes cantaban muy bien, más que todo al anochecer, cuando la luna hermosa alumbraba el mar tranquilo, y la brisa agradable soplaba del océano. Hemos visto una gran variedad de animales marinos. A veces bailábamos farándulas dando vueltas por todo el barco. Hemos pasado así muchas noches sobre el puente, hasta las doce o la una de la mañana, tan era eso hermoso" (21).

En uno de sus poemas, María Teresa Andruetto recuerda la afición musical de su padre: "El padre toca el banjo en la cocina/ de la casa (…) El padre toca rumbas,/ habaneras, canciones italianas" (22).

Un asturiano tocaba la gaita a escondidas, en el sótano de su casa porteña, por temor al hermano que le había prohibido ejecutar ese instrumento, evidencia de su condición de inmigrantes. El anciano "cuando su hermano no estaba en casa, entraba en el dormitorio de los tíos, levantaba la trampa del sótano disimulada bajo la cama matrimonial, bajaba cinco escalones, prendía la luz, cerraba la tapa y tocaba su música en la clandestinidad durante horas" (23).

Los ucranios Spasiuk hacían música: "En Apóstoles, un humilde pueblito a 50 km de Misiones, Juan (el tío) y Marcos (el padre) se concedían una pausa en la carpintería, tomaban cada uno su violín y su guitarra y, sobre un tablón, afloraban polcas, valses, rancheras, chacareras y rumbas, como una necesidad de recrear la música que sus antepasados habían importado de Ucrania y de Europa del Este (24).

Un pequeño nieto de rusos intenta aprender por las suyas a tocar el bandoneón que le había prestado un vecino: "Al caer la tarde, con los deberes ya hechos, Emilio llevaba el banquito y el bandoneón al patio y se ponía a tocarlo. Mejor dicho, a descubrirlo. Recorría uno tras uno los botones que tenía de cada lado, probaba estirándolo y arrugándolo, lo golpeaba despacito con los nudillos en la madera del costado. Por ahora no le salía nada que se pareciera a un tango, pero esa jaula oscura tenía algún misterio. Por momentos, a Emilio le parecía que se movía sola. ‘Lo que pasa –pensaba- es que todavía no sé regular bien el aire que le meto o le saco’. Pero el bandoneón, como si estuviera vivo, a veces le daba un sacudón sobre sus rodillas y Emilio tenía que sujetarlo para que no se le fuera al suelo" (25).

Juegos

En el Hotel de Inmigrantes, los hombres se entretenían con diversos juegos. Escribe María Teresa Andruetto: "Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas" (26).

En su casa, los hijos del gallego Pampillo jugaban al truco (27).

Señala Luis León que los sefaradíes trajeron de su tierra la lotería: "El tradicional juego de la lotería, era uno de los divertimentos que los djidiós trajeron como costumbre de Turquía. Este pasatiempo lograba interesar, reuniendo desde la generación de los nietos a los abuelos. La atención en torno a una bolsita con las piezas numeradas y los cartones, solía durar un tiempo largo. Los porotos cumplían la función de cubrir en el cartón los números ya "cantados". El que extraía y cantaba cada bolilla, era generalmente el que tenía sentido del humor y buena memoria para anticipar cada número que salía con un apodo o frase que la tradición había creado. Por eso ponía su mano dentro de la bolsa de paño cosida por la abuela, removiendo bien como para "cambiar la suerte" del juego, y con cautela sacaba uno diciendo "tirilín keresh o bailar?" y los jugadores sabían que había extraído el número tres. Eso prolongaba bastante más cada jugada y la hacía divertida, ya que el premio al que completaba una "quintina" es decir una línea de cinco números o el cartón entero, solía ser el entusiasmo del afortunado, y algún premio consistente en algunas monedas. Sobre la base de la tradición traída de Turquía, los djidiós agregaron apodos locales, y eso además de un juego, nos muestra la dinámica con que se fue modificando la cultura y la lengua" (28).

Fútbol

Los argentinos de ascendencia polaca de El libro de los recuerdos organizaban partidos de fútbol en la casa: "Cuando se jugaba en el vestíbulo, todos los movimientos del partido eran muy contenidos. Se jugaba con inteligencia y precisión, el control reemplazaba a la potencia y siempre se rompía algo. (…) En el fondo había un gran espacio vacío donde se podía jugar al fútbol maravillosamente. En Polonia, en las aldeas, antes de la Primera Guerra, no se jugaba al fútbol, y sin embargo el abuelo Gedalia no se había opuesto cuando Silvestre, con ayuda de su amigo Verbo Cópula, consiguió los palos y se pasó todo un fin de semana instalando los arcos" (29).

…..

Así se entretenían los inmigrantes y sus hijos en la nueva tierra, en los momentos en que descansaban de esa dura tarea de "hacer la América".

Notas

  1. Ver mi monografía "Inmigración y literatura: costumbres".
  2. S/F: "San Patricio. Fiesta de todos los celtas", en Viajero Celta. Año III, N° 26. Buenos Aires, Marzo de 1998.
  3. Ghitta, Víctor Hugo: "Elegía a Paco Rabal dormido en Aguilas", en La Nación, Buenos Aires, 2 de septiembre de 2001.
  4. Fernández Díaz, Jorge: Mamá. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
  5. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
  6. Saccomanno, Guillermo: El buen dolor. Buenos Aires, Planeta, 1999.
  7. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
  8. Onega, Gladys: op. cit.
  9. Weisz, José Martín: …mientras los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría. Buenos Aires, MILA, 2002.
  10. Giardinelli, Mempo: op. cit
  11. Onega, Gladys: op. cit.
  12. Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela inédita..
  13. Saccomanno, Guillermo: op. cit.
  14. Giardinelli, Mempo: op. cit.
  15. Itzcovich, Mabel: "De profesión, contadoras de cuentos", en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1997.
  16. Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
  17. Onega, Gladys: op. cit.
  18. Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, Buenos Aires, 12 de julio de 1998.
  19. Scotti; María Angélica: Diario de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996.
  20. González Carbalho, José: "Cuando mi padre habló de su infancia", en Requeni, Antonio: "Un poeta arxentino en Galicia: González Carbalho". Separata del Boletín Galego de Literatura.
  21. Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna, 1991.
  22. Andruetto, María Teresa: Kodak. Córdoba, Ediciones Argos, 2001.
  23. Fernández Díaz, Jorge:op. cit.
  24. Califa Oche: "Historia con tango y misterio", en Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
  25. Gaffoglio, Loreley: "Trato de ser mejor de lo que soy", en La Nación, Buenos Aires, 17 de diciembre de 2000.
  26. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
  27. Pampillo, Gloria: op. cit.
  28. León, Luis: "Jugando a la lotería", en SEFARaires N° 10, Buenos Aires, Febrero de 2003.
  29. Shua, Ana María; El libro de los recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

 

 

Trabajo enviado por

María González Rouco

Lic. en Letras UNBA, Periodista Prof. Matriculada

Partes: 1, 2
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