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Definiendo la familia desde sus atributos esenciales: Una forma nueva de ser en el camino (página 2)

Enviado por Lucia Santelices


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Del apego inseguro al apego seguro

Psicológicamente el apego se define como el lazo emocional con figuras afectivamente significativas que, en su contacto cotidiano en el núcleo familiar, van gestando en los niños

conductas de apego que son representaciones mentales de la relación y sentimientos que constituyen la base de su seguridad emocional. Representaciones que se manifestaran durante toda su vida y que de alguna forma se traducen en conductas que les permiten entre otros más facilidad para: buscar y mantener proximidad con otros, resistir las separaciones, encontrar seguridad para explorar y sentir bienestar y apoyo emocional.

El apego se mantiene durante toda la vida pero, va cambiando su contenido en las diferentes etapas del ciclo vital y en último término en la vida adulta da cuenta del mantenimiento de las relaciones de parentesco y de la disposición para la protección y ayuda mutua. 2También facilita la relación con otros y prepara para establecer vínculos estables y sin conflictos en etapas posteriores de la vida.

Hoy día, alcanzar esos logros implica, una tarea familiar importante que exige poner alerta a los padres y madres de familia porque, las condiciones de vida en el mundo actual están atentando contra este importante aspecto en la consolidación de la personalidad de niños y adolescentes.

Consolidar el apego seguro requiere de familias estables, de relaciones constantes y cariñosas entre padres e hijos, entre hermanos y de los niños con sus abuelos, tíos y primos. No obstante hoy se puede observar dificultades de la vida cotidiana de los adultos que están haciendo muy débiles estos contactos y por tanto están gestando personalidades con tendencia hacia un apego más inseguro.

Por una parte se observa una confusión acerca de lo que significa la familia y lo importantes que son sus vinculaciones entre sus miembros para un buen desarrollo de las personas que la constituyen. Por otra parte, existe una suerte de carencia de identidad familiar que es necesaria para que los niños se sientan pertenecientes a ella y actualicen psicológicamente su propia identidad familiar, base para una sana identidad personal posterior.

La carencia en la identidad familiar que experimentan muchos niños ocurre entre otros porque hoy las familias cambian mucho de lugar, de rutinas y de ritos. Van perdiendo sus raíces y no cultivan tradiciones. Si las tienen se suelen vivir como una carga y en lugar de aplacar tensiones, propias de la vida moderna y de fortalecer el arraigo del espíritu familiar se tornan como un obstáculo frente a una suerte de dromomanía o manía del cambio y de la inestabilidad en la que estamos inmersos.

El resultado es que la familia que debería ser estable, aparece hoy en movimiento constante respecto de su forma de vivir y de pensar con lo cuál el apego de sus integrantes experimenta dificultades para ser seguro.

Con ese estar fuera de sí de los adultos – que deberían darles la contención necesaria para consolidar una sana personalidad y un apego seguro- los niños y jóvenes intentan ajustarse adaptándose de forma meramente superficial a lo que culturalmente se vive en el entorno.

El resultado es una vida de apariencia y una profunda soledad y desarraigo de los niños y los jóvenes que sólo necesitan para superarse, ser reconocidos y tratados como hijos. Pertenecientes a un linaje al que acceden por el amor de sus padres que les dieron la vida.

En este contexto es posible valorar educativamente la importancia de los ritos familiares y los encuentros y celebraciones en la familia extendida. Sin embargo es lamentable observar cómo las familias han suprimido sus rituales, ya ni siquiera se celebran los cumpleaños en la casa familiar.

Hoy es necesario replantearse educativamente en este sentido.

Los hijos requieren estabilidad y ella la otorgan entre otros, los ritos y costumbres familiares junto a las reglas para la convivencia.

Un hijo o una hija que no conoce reglas y a quién se le deja hacer siempre lo que desea tiene el riesgo de consolidar mal su apego. Con el agravante que a menudo no aprende a valorase a sí mismo. En último término cuándo no se recibe afecto manifiesto y una adecuada contención, no se siente el amor de los padres.

Cuándo los padres gestan un proyecto de familia orientado por la ética del amar, el apego de sus hijos e hijas es seguro y les resulta relativamente fácil durante su vida, mantener una relación de intimidad emocional con los demás. Es más fácil depender y tener a otros que dependan de sí. No existe preocupación por quedarse solos o porque los demás no los acepten.

En cambio si los aspectos de la convivencia familiar señalados no se han tenido en cuenta, los hijos pueden sufrir las consecuencias, no sólo viviendo una vida más dura e infeliz sino también haciendo más dura la vida de los otros y muy pobre su aporte al bien común.

Cuándo el en la vida familiar han sido inadecuadas las pautas de crianza y la convivencia se ha basado sólo en la ética del deber se puede presentar un tipo de apego inseguro con tres posibles perfiles que es importante reconocer a fin de re orientar esas prácticas educativas equívocas : el apego huidizo- ausente, el apego preocupado y el apego miedoso.3

Los niños que consolidan un apego huidizo- ausente, cuándo llegan a ser adultos no establecen vínculos íntimos, se sienten seguros siendo auto- suficientes e independientes. Tienden a no depender ni desean que otros dependan de ellos. Están inclinados a una vida individualista y por ello suelen sufrir las consecuencias de un empobrecimiento y falta de sentido.

Por su parte los que consolidan un apego preocupado necesitan la intimidad con otros no obstante experimentan una inseguridad vital que les lleva a entregarse a los demás por miedo a dejar de ser amado pero sin sentir ni valorar la reciprocidad en los demás. Quienes viven este tipo de apego se sienten solos y poco comprendidos.

El apego miedoso, lleva a la persona a desear establecer relaciones de intimidad pero la persona que lo experimenta desconfía y le cuesta depender. Teme a la entrega porque le puede ocasionar desilusiones. Este tipo de apego se observa a menudo asociado a falta de asertividad social.

Frente a lo anterior es indispensable prevenir el riesgo para la felicidad de los hijos y es necesario adoptar algunas prácticas para favorecer el apego seguro que se puede concretar en lo siguiente: estar disponibles, percibir y responder de forma consistente a las demandas de los hijos.

Ellos requieren aprender a predecir nuestras reacciones frente a sus comportamientos. Si hoy reprendo frente a un mal comportamiento, mañana debo hacer lo mismo si ese comportamiento se repite. Ser emocionalmente estables, mantener formas de interacción armónicas en las cuales se manifieste explícitamente el afecto, mantener reglas que sean comprendidas por los niños son algunas prácticas de crianza que educan bien y ayudan a gestar un apego seguro. Estas actitudes son consistentes con una ética del amor, que va fortificando otro factor muy importante a la hora de ayudar a nuestros hijos a concretar una vida más sana y más feliz: los vínculos familiares.

Vínculos familiares y su aporte educativo

El apego también se concreta positivamente con la vivencia de los vínculos familiares que son los lazos que conforman y distinguen una familia de otras comunidades humanas, que pueden ser muy respetables pero que no constituyen familia.

En la familia se dan tres vínculos fundamentales él vinculo conyugal, la filiación, y la consanguinidad. Cada uno de estos vínculos hace su aporte insustituible en el proceso educativo de niños y jóvenes.

Conviene recordar que desde el primer año de vida los niños una vez que establecen sus vínculos de apego, viviendo día a día su filiación y consanguinidad, van alcanzando más independencia. Si se ha consolidado un apego sano en los tres primeros años de vida, desde los cuatro años en adelante se podrá esperar una etapa familiar muy enriquecida.

Los niños junto a sus hermanos, abuelos, tíos y primos tienen la instancia para adquirir sus nociones acerca de su ser. En esa etapa de su vida y con el contacto que se da naturalmente con cada miembro de su familia ellos descubren que su ser es único y por tanto insustituíble y valioso.

En el contacto con los hermanos y primos los niños tienen el lugar para aprender a relacionarse con los pares. Aprenden a vivir el perdón y la solidaridad. Aprenden que perdonar es un acto cognitivo que orienta su voluntad hacia la persona del otro que puede equivocarse y necesita ser disculpado para seguir en contacto y para que siga el afecto creciendo .

El apego psicológico a estas figuras significativas de la infancia proveen de representaciones para resolución de conflictos, porque al ser estas relaciones imposibles de romper entregan la seguridad de que siempre éstos se superan y se vuelve a empezar porque es más importante la persona y sus vínculos que aquello que gestó la dificultad. En este espacio los niños descubren el verdadero sentido de la autoridad, que es servicio y encuentro y no dominio. Pueden reconocer que sus padres son autoridad y que cuándo ponen reglas y límites estas les protegen y resultan señales para caminar en la vida con más posibilidades de no sufrir innecesariamente.

También descubren el verdadero sentido de la libertad, que no es hacer lo que uno quiere sino decidir aquello que es conveniente respetando siempre el bien y la verdad.

Reconocen en la relación de sus padres que vivir la libertad implica responsabilidad, muchas veces renuncia y que por tanto es necesaria la voluntad. También descubren que la sexualidad es una cualidad del ser personal

No obstante esta armonía educativa que es menester vivir en cada familia hoy se está viendo interrumpida por conflictos en el sub- sistema conyugal.

Hoy, los encuentros familiares están dejándose de lado, su valor educativo y preventivo no se reconocen y un fuerte desarraigo se está incubando en las nuevas generaciones.

La ausencia de ritos familiares que como ya se señaló tienen un factor protector del apego sano, hoy se están cambiando por prácticas insanas propias de una sociedad de consumo que ha trasladado su centro desde el cuidado de los más débiles a un adulto a menudo ego centrado, que no se molesta por nadie. Hoy se evita juntar a la familia, organizar celebraciones, orar juntos frente a los logros y dificultades de alguno de sus integrantes.

Si emergen dificultades en el matrimonio, surge el deseo de la ruptura con lo cuál sólo se activan mecanismos nocivos para la felicidad de los hijos.

Los niños ante cualquier situación difícil como las dificultades de sus padres, una enfermedad o un problema escolar activan miedos a ser abandonados y el apego construido puede experimentar graves deterioros.

Frente a lo anterior hoy se señala como factor de riesgo psicológico la inestabilidad del sub- sistema conyugal y la falta de preparación de los padres acerca del impacto de su vínculo conyugal para el niño.4

Lo anterior se ve más complicado si se tiene en cuenta que a los temores del niño frente a los conflictos entre sus padres se suman sus posibles dificultades escolares.

Al respecto se está demostrando el fuerte impacto del fracaso en las instituciones formales de educación sobre el apego psicológico del niño. Se plantea que el fracaso escolar sumado a la inestabilidad afectiva del hogar es un factor de riesgo para el desempeño personal y social de los niños5, es más hoy también se asocian estas variables con la drogadicción, alcoholismo y embarazo precoz.6

Lo anterior pone de manifiesto que los vínculos antropológicos de la familia constituyen la base de la configuración del apego en los niños y es sobre esta base que en las otras etapas de la vida se irán afianzando las formas de sentir, pensar y actuar de apego.

Hoy se señala también que el estilo de apego se resiste a los cambios sobre todo porque a menudo las circunstancias familiares que le dieron origen no suelen modificarse substantivamente; es más se plantea que después de la adolescencia se convierte en un patrón básico que sólo se podría moderar con auto conocimiento, auto control de sus efectos y aprendizaje de habilidades sociales.

Mantener los vínculos antropológicos familiares – que distinguen a la familia de otra comunidad humana que no sea familia- filiación, consanguinidad y vínculo conyugal- constituye educativamente un fundamento importante para proteger al niño de dificultades que podrían ser origen de sufrimientos posteriores. Por ejemplo, hoy se señala que las repercusiones del apego se asocian incluso a la vivencia más o menos placentera de la intimidad sexual, porque en la vida adulta suele ser la pareja en quién se deposita el apego. Finalmente también es necesario detenerse en la tarea concreta del padre y de la madre si se desea consolidar hijos más felices.

Tareas educativas de la familia que requieren revisión por parte de padres y madres

En este contexto y buscando explicación a la urgencia de asumir la misión educativa de los padres y madres surge también la importancia de revisar el papel concreto del padre y el de la madre como primeros responsables de la educación de sus hijos porque hoy muchos piensan que la responsable de la educación de los hijos es la madre y ello es falso.

Francoise Dolto7 señala que todo ser humano tiene en su interior una idea de lo que es una madre y un padre, aún cuándo no haya tenido de verdad esa vivencia. Todo ser humano presenta en su conformación antropológica dos dimensiones en su ser: una dimensión de relación, que hace posible sus intercambios con lo que le rodea y una dimensión interior que le permite buscar sentido a lo que le acontece.

Para el niño y la niña el padre es alguien que le estimula a actualizar su dimensión de ser en relación. Le introduce en sus intercambios sociales, mediante su comportamiento y la forma de ejercer el poder y al otorgarle el nombre lo reconoce como otro ser social. La madre es quién está siempre disponible para satisfacer las necesidades biológicas y afectivas básicas. Es quién mediante su contacto le permite al niño y a la niña ir reconociendo su mundo interior porque le ayuda con su presencia a volver a sí mismo y vivenciar así, la dimensión interior de su ser.

El niño en razón de sus mecanismos de pensamiento se concibe como uno con su madre y por ello es, en la vinculación del niño con su padre, donde se encuentra la raíz de sus representaciones cognitivas de discontinuidad de las experiencias de seguridad, y la raíz de su aprendizaje acerca de cómo relacionarse con su contexto. Su madre es quién deberá explicarle cómo proceder cuándo esa seguridad de su interior se rompe frente a la salida de si mismo que exige la relación con el contexto. Cuando el deseo de exploración que pone al niño en contacto con el medio le lleva a cometer un error su madre es quién tiene la llave para hacerlo razonar acerca de lo vivido y darle la oportunidad de equilibrarse emocionalmente. Cuándo al niño se le prohibe hacer algo que no es conveniente es necesario que la madre le aporte las razones.

No obstante el padre debe estar de acuerdo y sostener la indicación de la madre. El es quien representa la ley a la que se enfrentan los deseos del hijo o de la hija. Por tanto el papel del padre y de la madre es distinto pero tan indispensable uno como el otro.

Por otra parte, también en la educación de la sexualidad de los hijos ambos padres tienen tareas educativas diferentes pero absolutamente indispensables para los hijos e hijas.

El padre es quién educa la sexualidad del hijo varón con su ejemplo de vida y es quién asume la educación del comportamiento sexual de las hijas cuándo ellas llegan a la adolescencia.

Por su parte la madre es quién con su vida y ejemplo educa la sexualidad de sus hijas hasta la adolescencia y asume la educación del comportamiento sexual de sus hijos varones desde la adolescencia.

Muchos padres no saben este importante papel y no conocen que la educación de la sexualidad de sus hijos e hijas no la pueden delegar porque es inherente a la relación cotidiana.

Tampoco tienen noción que al llegar la adolescencia se cruzan los papeles educativos y el padre es el referente para la hija y la madre para su hijo.

Educar la sexualidad no se remite a instruir genitalmente, sino es más bien una educación para ser, varón o mujer en plenitud.

Por otra parte la relación conyugal enseña a los hijos el valor de la sexualidad. Es en la relación con sus padres que los niños aprenden a reconocer su propio sexo, aprenden a valorar su ser sexuado de varón o mujer y a relacionarse como varón o como mujer.

También a partir de la relación de sus padres ellos aprenden a reconocer qué significa ser libre. Descubren que para comprometerse sus padres tenían que ser libres y que por serlo ellos se podían prometer un amor para todo y para siempre.

Hoy muchos jóvenes están viviendo las consecuencias de una sexualidad mal educada, no por mala voluntad de sus padres sino porque ellos no supieron que su ejemplo de relación de pareja eran clases cotidianas de educación de la sexualidad y vivieron sin amistad verdadera su relación distorsionando en sus hijos la visión al respecto.

Las desavenencias de sus padres, los conflictos, las indiferencias entre los padres y muchas veces las palabras de añoranza de éstos respecto de una supuesta libertad perdida con el matrimonio les hicieron pensar a los hijos e hijas que ser libre era hacer lo que los sentidos les pedían y así fueron perdiendo la posibilidad de vivir la verdadera libertad que exige responsabilidad y muchas veces renunciar a lo que deseamos si ello atenta contra nuestro bien.

Hoy se plantea como indicador de la modernidad la idea del divorcio vincular y con ello se piensa que desaparece el rastro de un mal compromiso matrimonial y la familia que tal vez nunca debimos formar.

Antropológicamente este es un equívoco, cuándo un hombre y una mujer se comprometen en una alianza conyugal es para siempre. Se comprometen sus linajes y sus hijos son el testigo de esa alianza para siempre. Es imposible desvincular realmente los linajes del hombre y la mujer que decidieron libremente unirse y sus hijos son sólo un testigo concreto de esa unidad.

En el hijo genéticamente se manifiesta la unidad que está en la base de cada familia. En su fenotipo, cada hijo permite reconocer rasgos de antepasados de ambos linajes. La familia que comienza con la alianza conyugal no termina nunca.

Muchos niños y jóvenes sienten una pérdida irreparable cuándo la ruptura de sus padres se concreta y es más por la poca claridad existente acerca de lo que es ser una familia ellos piensan que ya no tienen familia. Su dolor es pensar que ellos cambian de nivel y pasan a ser diferentes a otros niños que sí tienen su familia.

Si se analiza desde el ser la realidad familiar se entiende que no es verdad el divorcio vincular. Si una familia comienza sus vínculos son para siempre y es importante que esto quede claro porque es fuente de infelicidad con serias consecuencias para la felicidad de los hijos e hijas.

Los efectos de la educación sin los dos progenitores acarrea severas consecuencias en los hijos. En su salud, en su desarrollo emocional, en sus formas de relacionarse con los demás.

Lo anterior hace necesario también que frente a la misión educativa que corresponde a padre y madre aprendamos a fortalecer nuestra propia relación conyugal.

Esta tarea es posible siempre que se entienda que, el matrimonio requiere en primer lugar que cada uno de los conyuges decida conocerse, aceptarse y amarse a si mismo para desde allí ser capaz de abrirse para conocer, aceptar y amar al otro como otro.

Entender que si se pretende que el otro sea como yo quiero que sea no estoy dando posibilidad a la gestación y consolidación de un encuentro verdadero. Lo anterior es fundamental para formar el nosotros. Si el encuentro verdadero no se gesta, no sólo es imposible hablar de un nosotros verdadero sino más bien se ha establecido una relación de dominio.

En la relación de dominio uno de los conyuges asume la pertenencia total del otro. Se esgrime inconscientemente como dueño del otro y lo comienza a tratar no como alguien sino como algo. Lo anterior trae aparejado una sensación de soledad y vacío que termina en aburrimiento vital. Se experimenta la vida como un peso porque se siente la carga detener que decidir todo en soledad, sin una ayuda y sin compañía.

Lo triste de esta realidad es que quién experimenta ese vacío doloroso es el responsable de haber establecido respecto del otro una relación como con un objeto. Ahora te necesito y te tomo. Ya te utilice y ahora te dejo no obstante cabe preguntarse, ¿puede alguien ser feliz con un objeto?. La respuesta llega sola, nadie en una relación conyugal de dominio puede ser pleno.

A menudo en los matrimonios este hecho se desdibuja, el que tiene una personalidad más débil amolda el ser del otro a su manera con el consiguiente desgaste de la relación. Incluso la relación íntima se desvirtúa y no gesta plenitud porque no existe donación sino entrega pasiva por uno de los dos y posesión del otro como objeto de dominio por parte del otro.

La falta de capacidad de encuentro verdadero también dificulta la comprensión de las relaciones con las familias de origen. Si existe dominio, no interesa la familia del otro. Son tus padres y por tanto tu problema. No existe interés por dar oportunidad a los hijos para valorar la riqueza del contacto con las familias de origen. Obviamente se empobrece en los hijos el sin número de aprendizajes que son propios de estas relaciones.

En el adulto existe otro aspecto que es relevante revisar también frente a la necesidad de mejorar sus recursos personales para vivir bien y constructivamente su vida familiar, se trata de la intimidad.

Esta faceta de nuestra interioridad se puede percibir mediante el auto conocimiento acerca de tres variables: el compromiso, la comunicación y resolución de conflictos y la vivencia del poder y dependencia.

Reflexionar sobre las relaciones íntimas suele ser para el adulto fuente de auto conocimiento y de crecimiento hacia la plenitud que requiere nuestra relación conyugal para educar hijos más felices y plenos.

Las relaciones íntimas se manifiestan en los cambios familiares, la convivencia diaria y en la sexualidad.

Al respecto Tesh y Whitbourne en 1982 definieron seis Estatus de intimidad. Tres de los cuáles dan espacio para madurar si se les reconoce. Otros que resultan muy pobres en la perspectiva del crecimiento personal, no obstante utilizando la libertad personal que nunca se pierde mientras una persona vive y es consciente, es posible revertirlos.

Este status son los siguientes:

  • Intimidad mutua, caracterizada por gran compromiso con otro, favorable comunicación y equilibrio entre poder y dependencia.

  • Pseudo-intimidad, que se manifiesta con gran compromiso por mantener la unidad pero existe desfavorable comunicación. Sus interacciones se basan en reparto de papeles, su interacción es funcional tienden a evitar el conflicto y viven un equilibrio en cuánto al poder y la dependencia.

  • Fusión, en la cuál se percibe alto grado de compromiso, buena comunicación y utilización de buenos métodos de resolución de conflictos pero un gran desequilibrio entre el poder y la dependencia.

Habitualmente uno de los miembros de la relación es dependiente absoluto del otro. Está absorbido por el otro.

Entre el más pobre status de intimidad definido por estos autores se menciona el de relaciones estereotipadas y el de pre intimidad y aislamiento.

En el primero se puede dar una amplia vida social pero de corte superficial. En éste caso existe un auto descubrimiento mínimo.

En el segundo existe un potencial para desarrollar intimidad, no obstante, a la persona le ha costado encontrar una persona con quién interactuar con detenimiento.

Finalmente en el status de aislamiento aparecen personas con pocas habilidades sociales y con tendencia a no implicarse en las interacciones.

Lo anterior aparece muy importante porque en el adulto en general y también en el adulto mayor existe interrelación entre identidad e intimidad. Desde aquí es posible señalar que, por ejemplo, las relaciones de los esposos pueden ser un resorte muy valioso para revisar la propia identidad y el propio crecimiento.

Finalmente lo más importante.

Hijos felices exigen una familia que asuma su tarea .Tarea que es compleja pero que es posible, porque sólo requiere la buena voluntad. Esa buena voluntad está fortalecida por el amor de Nuestro Señor Jesucristo. El con su muerte y resurrección nos ha dejado la posibilidad de vivir sólo con nuestros recursos naturales o con los recursos de su Gracia. En nuestras manos está pedir al Espíritu Santo que El nos guíe en nuestra tarea educativa.

Que él consolide nuestro amor y con ello no sólo viviremos nuestra propia plenitud sino estaremos legando a nuestros hijos e hijas el más grande legado : la fe. Ellos con el testimonio cotidiano de nuestra fe reconocerán que Dios siempre está con nosotros y comprenderán que con El y en El siempre podemos superar las dificultades y vivir más plenamente los gozos de cada día.

 

 

 

Autor:

Lucía Santelices Cuevas

Profesora Titular de Educación. Magister en Educación, Coordinadora General Programa académico para la Familia. Pontificia Universidad Católica de Chile.

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