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Escuela y Sistema Educativo en España, siglos XVI al XVIII (página 2)


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Esta presión redoblada de las tasas académicas sobre los estudiantes se hizo no obstante necesaria, porque las universidades aragonesas tuvieron siempre un número muy corto de estudiantes. La de Valencia, la de mayor matrícula en toda la Corona de Aragón, en el momento de mayor afluencia estudiantil a sus aulas no pasaría de los 2.000 estudiantes matriculados simultáneamente en un mismo curso académico, mientras que en Salamanca era normal una matrícula de 7.000 estudiantes casi todos los años. Antes de 1561 en la universidad valenciana sólo 213 estudiantes se habían graduado en medicina; todos los demás lo habían hecho en otros estudios. El balance y reparto fue como sigue: 107 doctorados en Derecho (Leyes); 79 doctorados en Cánones (leyes eclesiásticas); 72 en teología; y 601 en Artes. La universidad de Barcelona aún tenía menos graduados por aquellas fechas: de 1569 a 1600 se registra un total de 1.697 graduados entre todas las facultades universitarias, de los cuales sólo 123 doctores, y 1.574 únicamente bachilleres, distribuidos del siguiente modo: 1.411 bachilleres y 47 doctores en la facultad de Artes (humanidades); 39 bachilleres y 44 doctores en la de medicina; 61 bachilleres y 18 doctores en la de teología; y 63 bachilleres y 14 doctores en Leyes y Cánones. Estas cifras son realmente muy cortas, si las comparamos con las de las universidades castellanas. Alcalá de Henares tenía 1.949 estudiantes matriculados en 1547; Salamanca, 6.202 en 1552; en 1550 se graduaron en Salamanca 1.436 alumnos en Leyes y 621 en Cánones. En 1599 había en Salamanca 4.105 estudiantes matriculados, y 1.237 en Alcalá de Henares en 1600. En 1625 se graduaron en Salamanca 3.128 bachilleres en Cánones, y 1.282 en Leyes. En 1630, época de recia crisis económica, fueron 734 los graduados en Leyes en la universidad salmantina. En 1650 la matrícula recuperó cifras propias del siglo anterior, con una matrícula en Salamanca de 2.770 alumnos. En Alcalá de Henares, el mismo año había 2.061 estudiantes matriculados en sus facultades. La nómina de juristas salmantinos graduados en 1680, sin embargo, mostraba que España había entrado en un declive económico, demográfico y académico sin retorno, pues había bajado a los 141 en Leyes y 745 en Cánones. En lo más negro de la noche hispánica, al extinguirse la monarquía de los Habsburgo con la muerte de Carlos II en 1700, aún estudiaban en Salamanca 1.923 alumnos matriculados; en Alcalá eran 1.637. Sin embargo, las décadas de ruina económica y estancamiento académico habían consumido totalmente la solidez y el brillo de los que hacían gala las ciudades universitarias españolas del Renacimiento.

Los planes de estudios universitarios estaban regulados por estatutos u ordenanzas —reales en las universidades castellanas y municipales en las aragonesas—. Las más extensas y detalladas fueron las de Valladolid de 1545, con 257 puntos o artículos, y las más breves las de Salamanca de 1538, con sólo 68.

La estructura de los centros o facultades fue en líneas generales bastante similar a los modelos medievales primigenios. La Facultad de Artes (humanidades) tenía un papel propedéutico de preparación: el título de Bachiller en Artes se solía alcanzar a la edad de 20 o 21 años. Los estudios de Artes fluctuaban entre tres y cuatro años (como en Alcalá de Henares). Las facultades mayores o superiores eran las de Teología, Derecho (con separación de Leyes y Cánones), y Medicina. No existían otras carreras fuera de este reducido abanico. La carrera universitaria solía concluir a los 26 o 27 años. La Facultad de Artes era lógicamente la que más cátedras tenía —Salamanca tenía quince; Alcalá, ocho; y Valladolid, diez—. Las materias impartidas en esta facultad fueron lógica, filosofía natural (física y ciencias naturales, química), matemáticas —en Valencia desde 1503; en Valladolid, desde 1599— griego, hebreo, gramática latina, retórica latina y algunas otras más específicas como astrología (con materias astronómicas), con tres cátedras en Salamanca desde 1554, o como el estudio específico de un autor concreto de la literatura universal como Lorenzo Valla, precursor del Renacimiento, que cuenta con una cátedra específica en la universidad de Valencia entre 1526 y 1547. Cátedra de metafísica sólo tuvo un limitado número de universidades, como Alcalá de Henares (desde 1510), Valencia (desde 1587) o Barcelona (desde 1599); Salamanca no la tendría hasta 1789. La facultad de Teología contaría con ocho cátedras en Salamanca, tres en Alcalá, cinco en Salamanca y seis en Barcelona (desde 1588). En ellas se impartían clases sobre la Biblia y sus estudios conexos, la obra de Santo Tomás de Aquino, Durando, Pedro Lombardo y en algunas universidades y en épocas concretas, Duns Scoto (como en Valencia, entre 1500 y 1525). Las facultades de Leyes y Cánones ofrecían enseñanzas jurídicas basadas en el Derecho romano, con autores como Sexto Empírico, las colecciones jurídicas Clementinas, y sistematizaciones legales de origen bizantino (Instituta, Codex Iustinianeum, Digestum). Salamanca tuvo diez cátedras de Leyes y otras tantas de Cánones. Valladolid tuvo la facultad de Leyes más prestigiosa de España, circunstancia a la que no era ajena la proximidad de la Chancillería, tribunal de rango supremo en lo civil y penal para toda su demarcación, al norte de Sierra Morena (al sur de esta barrera montañosa estaba la demarcación de la Chancillería de Granada, de igual rango).

Las facultades de medicina enseñaban esencialmente la obra médica de Ibn Sina (Avicena), Hipócrates y Galeno. En Salamanca, las tres cátedras médicas que hubo al principio fueron creciendo hasta seis, creándose una de anatomía en 1551, otra de cirugía en 1556, y otra de botánica (o de "remedios simples") en 1573. La cátedra anatómica salmantina impartió clases sobre las obras del italiano Andrea Vesalio, gran estudioso renacentista de la anatomía humana y médico personal de Felipe II. En Alcalá hubo cuatro cátedras médicas; la de anatomía se creó en 1550, y la de cirugía, en 1594. La medicina en Valencia conoció un espectacular crecimiento a lo largo del siglo XVI: de una a nueve cátedras. La universidad valenciana contó con las primeras cátedras españolas de cirugía, anatomía y "simples". Durante las primeras décadas del siglo, la enseñanza fue sin embargo de bajo nivel académico y muy aferrada a los supuestos librescos establecidos por la tradición. Pero la situación cambió radicalmente a partir de la década de 1540, gracias a la actividad de un importante grupo renovador que consiguió imponer el retorno a las fuentes clásicas depuradas por la crítica textual renacentista, y que convirtió a Valencia en uno de los centros de enseñanza médica más avanzados de Europa. La enseñanza de anatomía y simples se basó, de acuerdo con las nuevas corrientes de la medicina renacentista, en la disección experimental de cadáveres humanos (limitadas a los meses más fríos del año) y la práctica de herborizaciones, constituyendo un modelo que luego seria adoptado por todas las demás universidades españolas. En 1560 las enseñanzas se desdobló en dos cátedras independientes, una de anatomía y otra de simples o "herbes" (hierbas medicinales). Por otra parte, en 1548 se había fundado una cátedra de práctica médica, y más tarde se crearían las de Hipócrates (1567) y de práctica particular (1574). En 1590 se creó otra más, con el nombre De remediis morborum secretis, que sólo funcionó un año. A pesar de ello, tiene un excepcional relieve histórico porque fue la única cátedra universitaria en la Europa del siglo XVI consagrada a los medicamentos químicos de origen no vegetal, siguiendo las obras y las teorías médico-alquímicas de Paracelso.

El poderío de los colegiales y los colegios mayores

En el siglo XVI aparecen los Colegios Mayores, que tienen especial importancia en las universidades castellanas, sobre todo en Salamanca, Valladolid, Alcalá de Henares, Cuenca, Oviedo y Santiago de Compostela. Destacan los cuatro Colegios Mayores ubicados en Salamanca: el de San Bartolomé, el de San Esteban, el de San Salvador, y el de Santiago; el único que había en Alcalá, el Colegio Mayor de San Ildefonso, con 33 colegiales y 12 capellanes, de raigambre eclesiástica; y el otro único que había en Valladolid, el de la Santa Cruz, fundado en 1479 por el poderoso Cardenal Mendoza. Hoy en día, su biblioteca posee una de las mejores colecciones del mundo de libros antiguos, en latín y español, de los siglos XVI al XVIII, y se visita como una atracción turística. Los Colegios Mayores disfrutaban de un considerable grado de autonomía, seleccionando a sus propios miembros y dirigiendo sus propios recursos financieros, normalmente sólidos y crecidos. Inicialmente creados como un medio para que estudiantes prometedores pero faltos de medios económicos pudieran cursar estudios superiores, fueron convirtiéndose en el feudo de una élite de estudiantes de buena familia, que una vez demostrada su pureza de sangre y su origen aristocrático, podían hallar en ellos todos los recursos necesarios para seguir una carrera funcionarial y eclesiástica tras las que les esperaban los más altos puestos políticos, funcionariales y clericales de toda la Monarquía Hispánica, cargos que tenían prácticamente asegurados desde el momento en que conseguían ingresar en el Colegio.

De acuerdo con los estatutos fundacionales de cada Colegio, los estudiantes de los reinos de Castilla tenían preferencia a la hora de ingresar, pero no más de dos colegiales podían proceder de la misma diócesis, ni podía haber más de un colegial de una misma ciudad en cada plazo de admisión de nuevos miembros. Los reinos no castellanos como Galicia, Asturias, Navarra, Vizcaya, o Aragón, Portugal o Cataluña, sólo podían tener un natural en cada Colegio. Sin embargo, y de manera progresiva a lo largo del siglo XVII, los estudiantes castellanos fueron cada vez más numerosos, desplazando completamente a los de los reinos españoles no castellanos, produciéndose un verdadero proceso de castellanización, que tuvo sus primeros compases en el reinado de Felipe II (1555-1598).

La edad de ingreso en los Colegios Mayores oscilaba, según los centros, entre los 20 y los 24 años. Los que lograban entrar lo hacían porque tenían familiares o valedores en las altas esferas del Estado, o porque sus padres o sus familiares habían estudiado en ese Colegio con anterioridad; de esta manera se iban perpetuando verdaderas dinastias familiares entre los Colegiales. Este cambio en la procedencia social de los Colegiales repercutió también a la hora de elegir las carreras: si en principio los más pobres elegían las eclesiásticas (Teología y Cánones), posteriormente los estudiantes de la nobleza elegían mayoritariamente carreras laicas y prácticas (Leyes, Medicina, Artes), sobre todo las jurídicas, con el fin de acumular conocimientos necesarios para ejercer altos cargos funcionariales. Los Colegiales fueron poco a poco dominando la burocracia y la toga judicial, copando la judicatura en las Chancillerías castellanas (Valladolid y Granada) y en los Consejos de la monarquía (sobre todo el poderoso Consejo de Castilla). Las cátedras de Leyes y Cánones fueron finalmente monopolizadas por los Colegiales en todas las univesidades castellanas. En Valladolid, entre 1500 y 1600, de 111 cátedras de Derecho, 90 son de Colegiales, y sólo 21 no les pertenecen. De 1600 a 1700, las 169 cátedras jurídicas vallisoletanas son ocupadas por Colegiales en 104 ocasiones. J. J. Linz estudió la carrera profesional de 6.120 Colegiales Mayores de San Ildefonso (Alcalá de Henares), demostrando lo que su beca podía reportarles: en un 2,5% de los casos llegaron a ser personajes de especial virtud religiosa, reconocida oficialmente por la Iglesia (elevados a los altares como santos, beatos o venerables); en un 35,7% ocuparon altas dignidades eclesiásticas; altos oficiales ejecutivos de la monarquía lo fueron un 22,6%; altos magistrados y jueces, un 25,6%; grandes nobles titulados, un 10%; y preceptores de casas reales y autores de reconocido prestigio en sus respectivas especialidades, un 3,8%. En cada Colegio Mayor solía haber una facción o camarilla clientelar que dominaba su vida institucional. Así, el Colegio Mayor de San Bartolomé en Salamanca se hallaba en manos de una facción formada por vicaínos y montañeses (de Santander, en la costa cantábrica); el de Santiago Apóstol, también en Salamanca, estaba controlada por una facción andaluza; y así, en la mayoría del resto de Colegios Mayores.

Otro signo de la adhesión a las élites sociales de los Colegios Mayores era la procedencia de los catedrático que pertenecían a ellos y enseñaban en las universidades castellanas, sobre todo en las facultades jurídicas: la mayoría habían sido anteriormente alumnos del Colegio al que pertenecían, pero al llegar el siglo XVII esta tendencia ya había cambiado, puesto que casi todos los estudiantes de los Colegios Mayores habían encontrado un seguro y cómodo cargo en la administración de la Corona, y no necesitaban ni querían —salvo en casos concretos— ejercer el cargo de profesor, menos remunerado y carente de privilegios y favores. Este éxito de los Colegiales Mayores a la hora de colocar a sus iguales entre los más altos puestos de la administración estatal se tradujo en un notable incremento de estudiantes matriculados (sobre el 25%); aumento que sin duda hubiera sido mayor de haber interesado, pero no había plaza para todo el que la deseaba.

La monarquía hispánica, ante el auge que iban cobrando los Colegios Mayores, intentó imponer su control sobre ellos y así, en 1634, Don Mendo de Benavides, obispo de Segovia y miembro del Consejo Real (equivalente aproximado del actual consejo de ministros o equipo de gobierno del rey), inició una serie de "visitas" o inspecciones (generalmente de periodicidad anual) a los Colegios Mayores de toda España, para que le rindieran cuenta de sus actividades y verificar que se adecuaban a los designios de la monarquía. En 1646, el mismo Consejo Real creó una Junta de Colegiados para controlar y mantener unos niveles académicos elevados, con el fin de "educar a los individuos elegidos para servir a Su Majestad". Sin embargo, estos intentos del poder de la Corona por controlar a los Colegios Mayores y sus poderosas facciones fracasaron en gran medida, debido a las potentes influencias y alianzas que sustentaban a estas instituciones, e incluso las tentativas que hizo el primer rey español de la Casa de Borbón, Felipe V (1700-1746), para ponerlos bajo el control de la Corona fallaron por las mismas causas, limitando así de manera efectiva el poder del rey dentro de su propio aparato burocrático. todo este proceso acabo deteriorando las relaciones entre la Corona y sus intereses por un lado, y los Colegios Mayores y los suyos por otro. Poco a poco, a lo largo del siglo XVIII las voces contrarias a los Colegios fueron teniendo un respaldo creciente en los medios burocráticos y judiciales. Sus detractores los acusaban del atraso académico y la corrupción que eran patentes en la mayor parte de las universidades castellanas. La tensión alcanzó el clímax con el ascenso al trono del rey Carlos III (1759-1788), que obligó a los Colegios a someterse a un plan de reformas, y estalló finalmente en el reinado de Carlos IV (1789-1809) cuando, en 1798, los Colegios Mayores fueron oficialmente clausurados y suprimidos, y sus bienes confiscados por el Patrimonio Real para respaldar las emisiones de Deuda Nacional de la Corona española.

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Autor:

Jorge Benavent Montoliu

(Valencia, España).

Fecha: 20 julio 2011.

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