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Las relaciones humanas: La triangulación del saber

Enviado por Felix Larocca


  1. La familia como unidad funcional
  2. ¿Qué son los valores?
  3. El estilo de familia con autoridad recíproca
  4. En resumen
  5. Relaciones entre hermanos
  6. Dónde nace el problema
  7. Comencemos por el origen del problema
  8. Bibliografía

"Hemos de partir de la premisa de que la formación de la autoestima de los niños de ambos sexos depende en gran medida de la relación que establecen con adultos importantes en su vida, fundamentalmente sus madres y padres, así como abuelos y familiares extendidos. Serán ellos los vigías de su confianza y los estimuladores de su auto-respeto. Ambas premisas favorecerán una valoración personal que les llevará a querer y respetarse a sí mismos y, por extensión, a quienes les rodean". FEFL en Tío Remus: Educación y CulturaEsta es otra lección en la que proporcionamos una serie de temas correspondientes, entrelazados para agotar un tema.

Comenzaremos con la familia, luego seguiremos explorando la relación entre hermanos y, finalmente, considerando las amistades.

Este medio de proporcionar conocimiento accesible ha gozado de mucha aprobación por muchos lectores. Espero que quienes lo utilicen lo encuentren de utilidad.

La familia como unidad funcional

El estilo de familia con autoridad recíproca es el más indicado para favorecer el crecimiento de los hijos e hijas en todas las dimensiones.

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Familia paleolíticaedu.red

Los padres y madres, y la sociedad en general, están cada vez más preocupados por los comportamientos y actitudes de parte importante de niños y jóvenes. El consumo de drogas, la proliferación de la violencia, la falta de respeto, el acoso en las aulas o los malos resultados académicos son problemas evidentes, y crecientes, que llevan a hablar de una crisis de valores. Aunque sus causas y factores varían, los expertos coinciden en que la familia juega un papel crucial en su solución. Por lo tanto, a pesar de las dudas que se ciernen sobre ella, la familia sigue siendo el nudo esencial de la constitución de la personalidad y de la socialización de los hijos en los legados comunes de la colectividad.

¿Qué son los valores?

Los valores son elementos centrales en el sistema de creencias de las personas y se relacionan con estados ideales de vida. Responden a nuestras necesidades como individuos, nos proporcionan criterios para evaluar a los otros, a los acontecimientos que nos rodean y a nosotros mismos. Los valores nos orientan en la vida, nos hacen comprender y estimar a los demás. El primer contexto de su aprendizaje se halla en la familia, que no sólo va a ser transmisora de esos principios y reglas: en ella se comparte un proyecto vital en el que se da un compromiso emocional; se ofrece un contexto de desarrollo de las personas, sean hijos, padres o abuelos, y posibilita un encuentro intergeneracional; y sin duda, es una red de apoyo para los cambios y las crisis. Pero no sólo supone esto para los niños y niñas. Ellos son asimismo agentes activos en el proceso de su construcción, en la medida en que la relación padres-hijos es una relación transaccional, esto es, de ida y vuelta, aunque sea de carácter asimétrico.

Esto significa que no sólo cambian o se influye en los valores de los niños, sino también en los de los adultos. Por ejemplo, después de tener hijos una persona puede dar más valor a la seguridad que al reconocimiento social.

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Familia moderna

Las reglas familiares son en general implícitas, se transmiten de generación en generación y pueden funcionar como vehículos de expresión de los valores, pero deben ser consideradas como flexibles, puesto que han de cambiar a lo largo del ciclo vital y estar al servicio del crecimiento de los miembros del grupo. Por eso, el cultivo de los valores no sólo se hace modificando las conductas de los hijos o la de los padres, sino con la transformación de los tipos de relación en la estructura familiar.

Sigamos este proceso

Todo este proceso pasa por llevar adelante el proyecto educativo de la familia. Se trata de un acuerdo no escrito que define la forma en que se organizan las familias, cómo se dividen las tareas y qué expectativas generan sus miembros. Estos valores, actitudes y confianzas se materializan bajo un método que determina sus señas de identidad, plasmadas en un estilo con el que se transmiten los contenidos del aprendizaje y lo que diferencia a unas familias y a otras. Así, se distinguen varios estilos educativos que vienen determinados por la presencia o ausencia de dos variables fundamentales a la hora de establecerse la relación padres/madres-hijos: la cantidad de afecto o disponibilidad de los padres y madres; y el control o exigencia paterna/materna que se plasma en la relación padres/madres-hijos.

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"Nunca más se te ocurra desafiar a tu mamá… ¡NUNCA!

De esta forma, según se combinen el afecto y la exigencia, surgirán cuatro tipos de familias:

  • Familias con autoridad recíproca. En ellas estas dos dimensiones están equilibradas: se ejerce un control consistente y razonado y a la vez se parte de la aceptación de los derechos y deberes de los hijos, mientras que se pide de éstos la aceptación de los derechos y deberes de los padres y madres.

  • Padres y madres autoritarios-represivos. Si bien el control existente es tan fuerte como en el caso anterior, no está acompañado de reciprocidad, por lo que se vuelve rígido y no deja espacio a los hijos para el ejercicio de ninguna libertad.

  • Padres y madres permisivos-indulgentes. En este caso no existe control por los progenitores, que no son directivos, no establecen normas. En ninguna manera, estos padres y madres están muy implicados afectivamente y atentos a las necesidades de sus hijos.

Padres permisivos-negligentes. En este caso la permisividad no está acompañada de implicación afectiva y se parece mucho al abandono

El estilo de familia con autoridad recíproca

Más allá de la forma que adquiera, la familia sigue siendo la institución cuya función fundamental es responder a las necesidades y las relaciones esenciales para el futuro del niño y su desarrollo psíquico. Según las investigaciones existentes, el modelo de autoridad recíproca aparece en la actualidad como el más indicado para favorecer el crecimiento del hijo en todas las dimensiones. Los cambios operados en el interior de la familia desde los años 90 han dejado de lado el modelo tradicional, con una fuerte y rígida división de roles entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. Los padres y madres optan hoy por una educación para la libertad en la que se da más valor a la comunicación, el diálogo y la tolerancia. La familia aparece como la primera instancia donde se experimenta y organiza el futuro individual, donde se dan las contradicciones entre pertenecer a un grupo y a la vez mantener la autonomía, parecerse y diferenciarse. En el seno familiar se construye la identidad y constituye el primer paso importante hacia la cultura, la organización del sistema de valores, la manera de pensar y de comportarse de acuerdo a la pertenencia cultural.

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Que Dios bendiga este hogar y esta mesa…

De cualquier forma, más allá de la estructura, la historia, la cultura y la composición de la familia, sus funciones principales siguen siendo las mismas: favorecer lo mejor posible las relaciones y las condiciones necesarias para que los hijos maduren en el respeto hacia sí mismos y hacia las otras personas. Y no hay duda de que la relación padres/madres-hijos a través de la educación en valores constituye la primera y fundamental escena para lograr esta meta.

En resumen

La familia como unidad funcional es, de acuerdo a muchos antropólogos-sociales, la piedra fundamental donde se cementan las bases de todo grupo o unidad humanos.

La familia ha avanzado tanto en sus vicisitudes y permutaciones, que se requieren años de experiencia y de estudios para que los "expertos" la entiendan — ¿Cómo van, entonces, los educadores aficionados o los padres atareados lograr adquirir los conocimientos básicos para ser "buenos padres" y para los mismos hijos, ser "buenos hijos"?

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Ésta es una tarea tan enorme como utópica, por sus alcances. Para comenzar, tenemos el estudio y la asiduidad. Todos quienes desean conocimientos pueden dirigir sus preguntas a nuestra UD y LNTD para recibir artículos como éste, que aquí ofrecemos gratis.

Ahora veremos qué sucede entre hermanos

Relaciones entre hermanos

En muchas familias, sus componentes, reunidos para esa comida anual navideña ineludible, habrán comprobado una vez más las dificultades que entraña disimular, en aras de la concordia, los desencuentros personales con determinados parientes.

Mal que nos pese, algunas personas cargan en sus espaldas el abrumador peso de unas relaciones fraternales marcadas por la distancia, los enfados, o los crudos enfrentamientos con alguno de sus hermanos.

Casi nunca faltan motivos para llevarnos mal con alguno de ellos: desde la aparente incompatibilidad en la forma de ver la vida y comportarse ante ella de unos y otros, hasta causas muy concretas: herencias y otras cuestiones económicas, atención a los padres o hermanos enfermos, incomprensión o falta de solidaridad ante situaciones penosas que alguien padece — Sobran los argumentos que explican la distancia o la ausencia de comunicación entre hermanos.

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Muerte de Abel por Antonio Balestra

Hemos de partir de que lo natural entre hermanos en llevarse bien, siquiera por los lazos sanguíneos y por ese pasado vivido en común. Ello no significa que debamos sentir un cariño idéntico por todos ellos, pero resulta evidente que una fértil y serena relación entre hermanos ayudan a que todos nos sintamos mejor. Porque, querámoslo reconocer o no, la familia pesa mucho. Y, en última instancia, recurrimos a ella cuando los problemas más graves nos amenazan.

Aunque no nos ayude…

Es habitual que no nos suponga mayor problema expresar lo que sentimos o queremos, tratar las discrepancias e incluso los conflictos, cuando el interlocutor es un amigo o un compañero de trabajo; sin embargo, a veces nos sentimos incapaces de tratar ciertas cuestiones con nuestros hermanos. En seguida salta la chispa, surge la discusión, entran en pleno las palabras mayores, y se hace imposible mantener la más mínima comunicación. O también puede ocurrir que nos encontremos con una fría y protocolaria acogida a nuestro propósito de entablar conversación sobre el tema que nos interesa, lo que no nos anima precisamente a un nuevo intento.

Los hermanos, a veces nos juzgan. Y, cuando lo hacen, no son generosos en sus veredictos.

Pero, la cosa es que a menudo nos preguntamos el porqué de esa situación; querríamos resolver el problema, pero no sabemos cómo hacerlo.

Dónde nace el problema

Las malas relaciones fraternales acaban, en la mayoría de los casos, convirtiéndose en un lastre para nuestras vidas, que acabamos arrastrando con una emotividad muy negativa, diferente que la que nos supone, por ejemplo, romper con un amigo.

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Quizá sea porque, como dicta la tradición, aplicado al marido o esposa: "mi hermano (o hijo) es sangre de mi sangre y a ti te encontré en la calle". Tampoco carece de lógica el planteamiento inverso: "a mis padres y hermanos me los impuso la naturaleza, a mis amigos y a mi pareja los elegí, para bien o para mal, yo". Pero no se trata de opciones excluyentes. Necesitamos tejer a nuestro alrededor relaciones humanas satisfactorias, tanto las familiares como las ajenas a ese ámbito. Nuestro bienestar emocional depende, en buena medida, de la capacidad que tengamos para conseguir este objetivo.

Como en cualquier relación entre seres humanos, en las fraternales hay de todo. Algunas están definitivamente rotas, tras agrias discusiones repetidas a lo largo de los años. En otras ocasiones, quizá la mayor parte, son relaciones grises, teñidas de mediocridad, rutina y distancia emocional, que se mueven dentro de una cordialidad aparente, de un pacto gélido entre adultos; prima la ausencia de comunicación aunque se mantienen las apariencias. No nos atrevemos a hablar sincera y abiertamente con ese hermano (y, mucho menos, a abordar temas delicados) por miedo a que resurjan los fantasmas de ese conflicto arrinconado. Sufrimos el temor a que se termine de romper ese débil lazo que nos permite al menos hablar de vez en cuando o mantener una conversación intranscendente en las reuniones familiares y en los funerales. Cuántos de nosotros, ante la inminencia de encontrarnos con ese hermano con el que nos llevamos mal, hacemos repaso de cada uno de los temas que no conviene tocar o del modo en que debemos comportarnos para no dar pie a discusiones o conflictos que pueden "marcar" toda una reunión y propiciar escenas desagradables.

Afortunadamente, no todas las familias sufren este problema. En algunas, incluso, los hermanos, además de respetarse y quererse como tales, son amigos y confidentes, participan en proyectos conjuntos, se protegen mutuamente y se sienten orgullosos de la relación fraternal establecida. Nuestra congratulación para ellos.

Quienes sufren por la inexistencia de comunicación con alguno de sus hermanos y están dispuestos a afrontar las dificultades que supone comenzar a superar el problema, deben saber que casi siempre es difícil enmendar la situación, aunque ello nos suponga un gran esfuerzo y, en algunos casos, riesgos emocionales importantes.

Comencemos por el origen del problema

A veces, la interiorización que cada hermano hace de los papeles que desde la niñez se le asignan en el seno del hogar (esas expresiones que nos califican como "el o la responsable", "inteligente", "tímido–a", "bromista", "cariñoso–a", "estudioso–a", "simpático–a", "gordita", o "vago" …) puede perjudicar la relación entre hermanos. Desde estas clasificaciones, y con la diferencia de trato que conllevan por los padres y/o por el resto de los hermanos, se organiza la relación, con toda la asimetría y carga peyorativa que puede entrañar para alguno. Más que a un compañero, estas diferencias nos pueden hacer ver a nuestro hermano como un rival. Ahí pueden nacer muchas envidias y resquemores, que tendrán su repercusión en la fase adulta.

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Ya en la adolescencia, cuando comenzamos a emanciparnos del hogar, el problema puede ser la falta de una comunicación fluida y abierta con los hermanos. La ausencia de confianza nos llevará a un distanciamiento que se agudizará con el paso del tiempo. Este silencio y el "por la paz, un ave María" que con tanta frecuencia se da en el hogar paterno, no es más que una vulgar tapadera que nos conduce a una actitud pasiva, que lejos de solucionar el problema, lo enquista e incrementa, impidiendo la relación. Podemos acabar convirtiéndonos en desconocidos el uno para el otro. Dejar que pase el tiempo es una actitud poco conveniente. Pretender siempre que "las aguas vuelvan a la calma" sin abordar algo que sí ha pasado, no resuelve nada. Y afecta negativamente a la confianza entre nosotros, imprescindible en toda relación humana que se pretenda auténtica. Y no nos referimos sólo a confianza en la otra persona, sino también a la propia autoestima, a la confianza en mi capacidad de establecer relaciones desde mí, con franqueza y abiertamente.

En resumen

Partamos de que los hermanos, por el mero hecho de serlos, no tienen que llevarse por fuerza extraordinariamente bien ni mantener una comunicación cotidiana, o de confidencialidad total. Haremos de nuestra relación lo que estimemos mejor para todos, basados en el principio de la Realidad.

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  • No olvidemos que la amistad entre hermanos ha sido objeto del interés más variado entre los seres humanos y que, aún persiste como enigma para que solución se le encuentre.

  • Existe, porque muchas de las pasiones que nos afectan en el sendero del destino fueron mediadas con ellos y por medio de ellos: El miedo, la ira, el amor y el deber — sin mencionar los celos y la envidia. (Léanse mis artículos al respecto).

Para clausurar, consideraremos, los amigos…

La amistad: Función y proceso…

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Lo normal es que nos guste tener amigos: el ser humano es social por naturaleza, crece y madura con el trato con otras personas. Del mismo modo como la familia nos proporciona fundamentalmente compañía, afecto cotidiano, apoyo incondicional, estabilidad emocional y una dimensión trascendental de la vida.

Los amigos aportan preferentemente aire fresco, diversidad, entretenimiento, la posibilidad de desarrollar aficiones y de comunicarnos en un ambiente de cordialidad y soltura. Además, no pocas veces, la oportunidad de escaparnos de los problemas cotidianos.

Pero no todos los amigos son igual de importantes; hablemos hoy de esos que muestran interés por lo que nos ocurre, de los que siempre están dispuestos a aportarnos consejo, apoyo, cercanía y afecto — en otras palabras, los buenos amigos, los que parece que nos son imprescindibles.

La mayoría de nosotros tiene amigos, o los ha tenido. Pero, con el paso del tiempo, cambiamos de manera de ser, nos casamos y tenemos nuestras vidas que vivir y eso nos lleva a centrarnos en otras prioridades. Otros obstáculos son la distancia motivada, por ejemplo, por un cambio de residencia. Otro posible tropiezo más: compartir amigos con nuestra pareja y con sus amigos.

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A medida que pasan los años, algunos tendemos a volvernos más remotos, reservados, indiferentes, caprichosos o individualistas. Así, nos hacemos exigentes y menos abiertos, tolerantes y comprensivos, con lo que nos cuesta demasiado hacer nuevos amigos e incluso mantener los que teníamos. Con lo fácil que es perder un amigo, y lo difícil que resulta recuperarlo, pensamos, que si esto sucede, que la culpa fue nuestra. Sin embargo, una persona que muestra capacidad para hacer nuevos amigos evidencia una apertura mental y una sociabilidad superiores a quien se ve incapaz para conseguirlo.

Cada persona, de todos modos, es un mundo: algunas gustan de amistades íntimas y otras prefieren una relación más superficial, pero también hay quien tiene unos pocos amigos íntimos mientras que con los otros comparte la vida de modo menos personal. La clave no es tener muchos amigos, sino los suficientes para satisfacer nuestra necesidad de relación ajena a la familia, los vecinos o el trabajo. Podemos tener muchos amigos y que, sin embargo, no nos "llenen". En ese caso, es hora de plantearnos la necesidad de cambiar o ampliar nuestra red de amigos.

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Dar y recibir

La amistad es un vínculo de reciprocidad. No vale que se quiera mantener una amistad con alguien, ambas personas han de desearlo y deben participar de un similar concepto en lo que significa la amistad y en la implicación que conlleva. Para reflexionar y para decidir sobre nuestras dudas, para admitir sin derrumbarnos las frustraciones y el dolor, necesitamos experiencias, conocimientos y seguridades que han de provenir asimismo de nuestro exterior y de nuestra familia.

Gracias a los amigos nos vamos conociendo, nos desarrollamos y tenemos la compañía necesaria para recorrer la vida sin temor excesivo a las caídas, ya que ellos actúan como incentivo, como un punto de apoyo para seguir adelante. No con todos los amigos mantenemos la misma cercanía emocional. La diferencia estriba en cuánto y cómo compartimos, en el grado de implicación e intimidad en el que interactuamos. Las situaciones difíciles por las que todos pasamos se encargan de distinguir la calidad de nuestras amistades. Ya que es común que amigos de toda la vida, a veces, sólo mantengan una relación superficial con la que compartir el tiempo de ocio como el único fin para la proximidad. Por otro lado, la relación que mantenemos con los amigos es diferente a la de pareja, porque actúan en planos distintos de nuestra vida, complementarios pero difícilmente asimilables. Podemos compartir amigos con nuestra pareja, pero es más fructífero mantener algunos que sean exclusivamente nuestros.

Trabas para tener amigos y amigas

  • Un estilo de vida poco abierto a los demás. Si no nos proporciona oportunidades de relacionarnos y no hacemos nada por cambiarlo, la soledad será nuestra única compañía.

  • La baja autoestima y sentimientos de inferioridad. Si no confiamos en el valor de nuestra aportación, tenderemos a menospreciarnos y a aislarnos. Pocas personas resultan menos interesantes que las que tienen un bajo concepto de sí mismas. Si pensamos que no valemos nada, será difícil que iniciemos cualquier cosa, y menos si conlleva un riesgo de fracaso. Y cuando la propuesta de relación provenga del exterior, lo más probable es que, por miedo, no atendamos la llamada o no sepamos hacerlo eficazmente. Este es el problema de muchas adolescentes jóvenes que no entienden los "mensajes" verbales y no verbales que sus amigos y amigas les envían subliminalmente, resultando en frustraciones y decepciones amargas.

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  • Los miedos. A no gustar, a no cumplir con las expectativas que creemos se tienen de nosotros, a no estar a la altura de las circunstancias. Miedo a que si se nos conoce a fondo, se nos abandonará.

  • La falta de habilidades de comunicación. Decir lo que se piensa no es el problema, sino la forma en que se dice. Empatía (ponerse en lugar del otro) y franqueza (expresarnos con libertad y sinceridad, sin herir ni menospreciar) son la clave.

  • El autoengaño. Creer que lo damos todo, que siempre estamos a disposición del otro y, por tanto, esperarlo todo de nuestras amistades.

  • El acaparamiento y la tensión a que sometemos a los amigos hacen que quien se nos acerca acabe alejándose y nos sume en un sentimiento de incomprensión que termina reforzando el autoengaño.

  • Pretender tener siempre la razón, conducirse de forma altanera, intolerante o mezquina.

  • La frialdad, tanto en el campo verbal como en el gestual. La falta de emotividad, de acercamiento, de un abrazo, de una caricia de una palabra de reconocimiento o de aliento.

Para ser buen amigo…

  • Sal de tu caparazón: ahí fuera no están los peligros, sino las oportunidades de encontrarte a través de los otros.

  • Valora quién eres y tus habilidades. Intenta saber lo que estás aportando y lo que puedes aportar si te lo propones.

  • Cuida tus formas de expresión: mantén una actitud positiva y respetuosa. Pide lo que necesites. Da las gracias por lo que se te da y pide disculpas si es que has ofendido.

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  • Muéstrate como eres, no como crees que los demás quieren que tú seas. La sinceridad comienza en uno mismo.

  • Sé generoso a la hora de compartir, tanto cosas como sentimientos y opiniones.

  • Dedica regularmente tiempo a tus relaciones, que no son la solución para cuando no tienes otra cosa que hacer. Trasmíteles, con tu actitud cotidiana, que ocupan un lugar importante en tu vida

  • Atesora la relación con interés y dedicación.

  • Muestra sensibilidad y afecto. Utiliza gestos amables y cariñosos. Cuando las palabras sobran, todos necesitamos apoyo, afecto y comprensión

  • Una buena amistad es un tesoro que debemos conservar. Apenas hay enfados que no puedan superarse entre amigos de verdad. Dejemos el orgullo a un lado, y hagamos lo posible por recuperar la concordia.

  • Y lo más importante: a un buen amigo se le atiende y se le escucha siempre que realmente lo necesite — sin ofrecer o dar consejos gratuitos e innecesarios.

En resumen

La amistad es un remedio eficaz contra la soledad y el estancamiento. La amistad, sin embargo, como fenómeno es recíproco, necesitando que se la cultive con cuidado y esmero para que florezca en todo su esplendor posible.

Fin de la lección.

Bibliografía

  • Larocca, FEF: Tío Remus: Educación y Cultura en monografías.com

  • Larocca, FEF: La Biología de la Confianza Básica en monografías.com

  • Larocca, FEF: Abecedario "U" es por Ur-defensas, Utopía y Destino en monografías.com

  • Larocca, FEF: Abecedario "J" es por Job: Paciencia y Tolerancia en monografías.com

  • Larocca, FEF: Paciencia vs Optimismo: Aprendiendo a Vivir Nuestras Vidas en monografías.com

  • Larocca, FEF: Las Dudas en monografías.com

  • Larocca, FEF: La Angustia Señal y la Comunión con los Astros en monografías.com

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F. Larocca