Resumen
Las artes plásticas cubanas padecen en este primer período republicano del mismo de la sociedad cubana, la frustración y el estancamiento, la mirada mimética hacia un pasado colonial cercano, aunque hay destellos de genialidad y rebeldía en algunas individualidades que romperán con el hacer de la academia decimonónica.
Desarrollo
Los artistas plásticos cubanos en las primeras décadas del siglo XX están influidos en su mayoría por el quehacer de la Academia de San Alejandro en La Habana, en la que poco se ha cambiado en este tránsito del decimonónico a la República. Los creadores están formados en la técnica del realismo romántico, apegado a la copia del natural y ajeno a las inquietudes estética que se producen en Europa, cuyos moldes más conservadores imitan.
Los pintores cubanos de más prestigio trabajan básicamente para una élite conservadora que encarga sobre todo, retratos en poses prefijadas y cuando quieren decorar piensan en paisajes bucólicos de corte europeo o cubanos idealizados.
La Academia de San Alejandro continúa formando pintores de tendencia clásica, dirigida es esta época por el cubano maestro Miguel Melero hasta su muerte en 1908. En el claustro de esta escuela sobresalen reconocidos artistas como Armando Menocal y Leopoldo Romañach, formadores de buena parte de los pintores de esta primera generación republicana.
En 1905 el Ateneo de La Habana organiza dos exposiciones de pintura francesa que impactaron el ambiente artístico de la ciudad. Eran originales que abarcaba diversas tendencias de las escuelas francesas, aunque ninguno de la vanguardia plástica que para esta fecha revolucionara la pintura francesa y mundial. Obras de Paul Chabas, Gastón La Touché, Raffaelli y Jean Paul Laurens, entre otros eran los expositores que dejaron una apreciable huella en el público y los artistas de la isla.
El gusto por lo bello y el contacto directo con el arte francés, provoca un deseo de conocer más de cerca los centros artísticos de Europa, un sacudimiento entre los artistas, la intelectualidad y la élite consumidora, preocupados ahora por actualizarse con los modos de la «Belle Epoque», lo que trae consigo un mayor interés por el diseño, la publicidad y el dibujo. El mismo Ateneo de La Habana apadrina las primeras exposiciones de dos artistas cubanos relevantes: Rafael Blanco(1885-1955) y Conrado Massaguer(1889-1965), quienes en 1912 exponen sus dibujos y caricaturas con símbolo del despertar de los nuevos tiempos.
La Academia de San Alejandro en un intento por mantener su predominio convoca, en el curso 1911-12, al Primer Concurso por el Premio Nacional de pintura que se otorgaría a quien reflejara de mejor manera el tema rural cubano. La escasa participación de obras, seis en total, da la medida del fracaso del concurso, aparte del ceñido tema que pretende alentar un malgastado tópico, el campo a través de la óptica idealizada de la élite, que solo quiere ver recodo de montes con predominio del palmar, arroyos murmuradores, bohíos idílicos y guajiros felices que juegan gallos, cantan décima y aman a su mujer. El premio fue para Armando Menocal, el pintor más representativo de esta pintura académica, oficial, clásica y bella donde no cabe lo feos, ni lo inoportuno, su obra, "Amanecer en el sitio". Al año siguiente no se entregó el premio por el desinterés de los artistas.
El gobierno republicano creó en 1918, un reglamento para otorgar becas de estudios artísticos, estableciendo que la misma se otorgaría por concurso de oposición. Estas becas eran por cinco años y consistían en pensión de cien pesos mensuales mientras se estudiaba en Madrid, Roma o París. Otras instituciones y organismo crearon becas con lo que se creó una corriente regular de artistas de Cuba en Europa.
Otra secuela de este resurgir estético en la isla fue la preocupación por crear en La Habana un Museo Nacional que recopilara no solo las piezas de valor histórico, sino lo mejor de la creación artística del país. La iniciativa parte del periodista Mario Giral quien promueve la creación de esta institución desde las páginas del diario, "La Lucha" en 1910. La idea se concreta el 23 de febrero de 1913 al crearse por Decreto de la Secretaría de Instrucción Pública dicho museo que abrió sus puertas el 23 de abril del propio año en una vieja casona colonial de La Habana, teniendo como director al arquitecto Emilio Herrera.
El Museo se convirtió en un almacén de algunas obras de arte, reliquias históricas y piezas de poco valor, todas guardadas y catalogadas de acuerdo a los conocimientos museológicos de la época, con muy poco apoyo oficial y una precariedad permanente que duró décadas.
Otro estímulo para las artes plásticas nacionales fue la creación de la Academia de Artes y Letras en 1910, que acogía entre sus miembros a los mejores artistas e intelectuales del país y valora lo mejor de la creación artística de acuerdo a los cánones del academicismo predominante.
Entre tanto el número de creadores plásticos crece, las inquietudes estéticas maduran al influjo de las exposiciones, la llegada de artistas extranjeros a la isla, el estudio en Europa de algunos pintores y escultores cubanos y la ampliación, aunque débil del mercado del arte en Cuba. Este es el ambiente en el que surge en 1915 la Asociación de Pintores y Escultores fundada por el pintor Federico Edelman Pintó. Esta organización tenía como premisa la organización anual de un Salón en el que expondrían los artistas cubanos y extranjeros de paso o radicados en la isla, a modo de estimular la creación en pintura y escultura, ampliada poco después a la caricatura.
Ese mismo año de 1915 se convocó el primer Salón y a continuación el de los caricaturistas. El país acogió muy bien la muestra, la prensa divulgó el acontecimiento y reprodujo reseñas y críticas de forma asidua mientras duró la exposición, hecho que contribuyó a la educación de un público y sienta las bases para los cambios que sufrirán las artes plásticas cubanas en la década del veinte. En los salones de la Asociación junto a los establecidos pintores del academicismo, expusieron figuras nuevas que enriquecieron las artes plásticas cubanas: Rafael Blanco, Conrado Massaguer, Víctor Manuel, Eduardo Abela, Juan José Sucre, Armando Maribona y otros muchos que harían época en Cuba.
La Asociación aglutinó a un buen número de artistas, muchos de ellos jóvenes; organizó clases nocturnas, conferencias, (…) "valorizando la polémica y logrando el desarrollo de una crítica severa, pero justa y sincera, que fue orientando al público"[1]
El desarrollo de la pintura cubana es estos primeros veinticinco años esta signada por la impronta de la Academia San Alejandro y su enseñanza de una pintura basada en los cánones académicos del romanticismo con un mayor desarrollo del retrato, el paisajismo y la pintura de temas históricos, basadas en temas cubanos. De esta pintura Jorge Mañach diría: "Un arte nuestro por la intención crítica y por los asuntos (…) una pintura de un cubanismo temático."[2]
Las dos figuras más sobresalientes en la pintura de esta etapa fueron, Armando Menocal y Leopoldo Romañach, pintores formados a fines del siglo XIX, cuyo quehacer artístico influirá fuertemente en este período y se adentrarían, aunque con menor fuerza, en décadas posteriores. Ellos representan el romanticismo decimonónico enraizado en Cuba.
Armando Menocal es el más apegado a la academia, combatiente del Ejército Libertado Cubano, se hizo durante la República pintor de temas históricos, basándose en sus apuntes y dibujos hechos durante la guerra o que le fueron contado posteriormente. En la época de bonanza económica de la Danza de los Millones, fue casi el "pintor oficial de la República" recibiendo encargos del gobierno y de figuras importantes de la sociedad habanera. Son muy conocidas sus pinturas alegóricas para el Palacio Presidencial, la Universidad de La Habana y la Casa Quinta de Rosalía Abreu, entre otras. Para el Palacio pintó la alegoría de la República en el techo del Salón de los Espejos y "La toma de Guimaro" (1918). Para la Universidad pintó grandes paneles simbólicos en el Aula Magna (1906) y para Rosalía Abreu pintó "Combate de Coliseo" y "La toma de la Loma de San Juan".
Dentro de esta temática histórica Menocal creó su famoso cuadro, "La Muerte de Antonio Maceo" (1906), que se conserva en el Palacio de los Capitanes Generales, obra pintada con minuciosidad de historiador pero carente de vida y emoción por el estatismo de las figuras. El detalle les robo el alma a aquellas figuras. En el retrato encontró Menocal desarrolla oficio y profesionalidad, era el pintor de moda y con su pincel perpetua a innumerables personalidades políticas, intelectuales, científicas o personajes sociales.
Entre sus retratos destacan el de Enrique José Varona, de impecable factura y colorido, el de José Martí elogiado por la madre de este por la fidelidad lograda a partir de un fotografía y el retrato de Dulce María Borrero, en la que queda recogido el carácter y la expresión de su rostro, todo un símbolo de la mujer de sociedad en la época.
En cuanto al paisaje su trabajo no fue menos meritorio poniendo énfasis en la calidad de su técnica, de pocas variables, aunque puede reconocerse cierta tendencia impresionista en el tratamiento y la pincelada en algunos de sus paisajes.
Como profesor de San Alejandro y luego como director del centro, desde 1927, contribuyó a difundir una técnica de pintura desfasada y fría, pero que se continuó haciendo durante largos años en Cuba bajo la influencia de esta escuela y estos maestros.
Leopoldo Romañach (1862-1951) es el otro gran pintor del período republicano, apegado a su línea del romanticismo de academia, mostrando habilidad en su oficio y una sensibilidad que encuentra sus mejores momentos en sus paisajes cubanos y en los retratos.
El paisaje de Romañach capta la luz de Cuba utilizando en este período las maneras atenuadas del impresionismo español de Sorolla, principalmente en sus marinas.
Su magisterio en San Alejandro fue importantísimo formando alumnos que siguieron sus huellas, otros que encontrarían su estilo en las escuelas europeas y un tercer grupo que asimila las corrientes de las vanguardias para revolucionar la pintura cubana.
La formación europea de muchos de los alumnos de la Academia de San Alejandro consolida en ellos la impronta academicista, sin encontrase con las nuevas tendencias pictóricas que están presente en esos países, principalmente en Francia, ellos buscan los grandes temas naturalistas, las escenas de aldeas italianas, los paisajes exóticos, el ambiente bucólico o la simbología de una cultura clásica que le sale al paso. Entre los pintores cubanos becados en Europa se destacan: Manuel Vega, Ramón Loy, Antonio Rodríguez Morey, Enrique Crucet, Manuel Mantilla, Esteban Valderrama, Esteban Doménech, Mariano Miguel, Domingo Ramos, Luisa Fernández Morell, Josefa Lamarque, Enrique Caravia, Bencomo Mena y Armando Maribona, entre otros. Para este grupo y otros no mencionados, los temas siguen siendo, el paisaje, los retratos y la escenas épicas.
Se habla de una tendencia impresionista tardía en la pintura cubana de esta etapa, se produce principalmente entre los pintores de este grupo, que la conocieron durante sus estudios en Europa. Pero sus características fundamentales están dadas por un impresionismo de técnica, dejando a un lado las sensaciones que el paisaje deja en sus pupilas y que hicieron de esta escuela impresionista un momento de cambio radical en la creación y percepción de la pintura.
A este grupo de "impresionistas" cubanos los une el apego al paisaje, el uso de los colores puros, con una pintura de agradable colorido, pero superficial, con cierta dureza en las líneas de contorno de las figuras por la difícil convivencia de estas con los juegos de la luz, motivado por cierta preocupación de los impresionistas cubanos por el dibujo en detrimento de la frescura y ligereza de las vibraciones y tonalidades de los reflejos cromáticos.
En este grupo se destacan, Esteban Doménech, Mariano Miguel, Valderrama, Ramón Loy, Domingo Ramos, Enrique Caravia, Enrique García Cabrera, Bencomo Mena, Luisa Fernández y María Josefa Lamarque. Este grupo ha captado numerosos paisajes cubanos famosos, («Valle de Viñales» de Domingo Ramos) y personajes populares de la isla, lo que unido a su técnica le garantizó una relativa aceptación en el reducido mercado de arte nacional. Con posterioridad a este período se extendió esta influencia tardía del impresionismo superficial en algunos pintores con clientela de encargo.
Uno de estos pintores fue Esteban Valderrama, becado en España y Francia donde perfecciona sus aptitudes. Alcanza premios importantes, como el otorgado por la Academia de Artes y letras de Cuba, por su tríptico «Fundamental» (1917), acerca de costumbres campesinas; la Medalla de Oro en Sevilla por su cuadro «Campesinos Cubanos» y algunos más en exposiciones posteriores.
Valderrama se destaca en la pintura histórica, donde al proyectar su obra se convierte en un documentalista histórico, al copiar la realidad en sus mínimos detalles, bien elaborada, pero carente de emoción, frenada su mano y su imaginación. En estos temas sobresale su cuadro «Muerte en Dos Ríos», la imagen más recurrida al ilustrar este momento final de la vida del Apóstol, a pesar de que el quemó el cuadro por las críticas que recibió en el momento de su presentación, quedaron las fotografías y la leyenda.
El artista plástico más innovador de este período fue Rafael Blanco Estera (1885-1955), dibujante que parte de la caricatura pero que no se queda en ella. En su obra hay un reflejo de lo cubano, más allá del costumbrismo decimonónico, con una visión social y estética que no se había alcanzado en las artes plásticas de la isla. En sus dibujos está presente el humor, a veces burlesco y satírico. Algunos críticos opinan que es un impresionista que dibuja lo que ve y lo que siente, sin complacencia, sin engañarse con intenciones de bondad en una obra que galvaniza el entendimiento.[3] Sus dibujos se caracterizan por la economía de líneas y están llamados a decir algo, en tanto el color tiende a resaltar las intenciones del artista.
Blanco estudió pintura en la Academia San Alejandro y fue un asiduo colaborador de la prensa de la época con sus caricaturas y dibujos humorísticos de un costumbrismo ácido y de compromiso político. Expone en el Ateneo de La Habana y en la Academia de Artes y Letras, y participa en los salones convocados por la Asociación de Pintores y Escultores. En 1918 recibe ayuda económica del estado para realizar estudios en Nueva York; pasando luego una estancia en México.
El surgimiento artístico de Blanco coincide con la renovación que está ocurriendo en el dibujo comercial dentro del país. Su exposición personal en el Ateneo y Círculo de La Habana, en 1912, fue un suceso cultural que marcó el preludio renovador de las artes plásticas cubanas, su amplia producción artística que abarca pintura, dibujo humorístico y caricatura se caracteriza por la crítica aguda e intensa del contexto social cubano de estas dos primeras décadas del siglo XX. Su signo distintivo la frescura de su obra que preludia los cambios que en artes plásticas se producirán en la segunda mitad de los años veinte.
Dentro de esta misma línea renovadora el cartel cubano se desarrolla acorde con las exigencias de la publicidad comercial, cultural y política de la época, asimilando las técnicas norteamericanas y abandonando poco a poco las influencias europeas. El cartel se va transformando en el principal elemento de propaganda y publicidad. Esta última se transforma del bucolismo romántico que resalta el paisaje cubano estereotipado y simplista de bohíos, palmas, arroyos y guajiros; por una publicidad pragmática más agresiva al estilo yanqui, de dibujo llamativo, curvas precisas y limpias.
Se destacan como dibujantes de carteles y propagandas: Rafael Lillo, quien trabaja con dibujos de líneas elegantes; José Manuel y Ángelo Acosta, introductores del modernismo europeo, con predominio de ángulos y líneas rectas; Conrado Massaguer, creador del "pasquín" o cartel político y renovador gráfico en los anuncios publicitarios; Rogelio Dalmau, Pedro Valer y Rafael Blanco, también aportaron lo suyo en este momento renovador de la cartelística y la publicidad en Cuba.
El dibujo humorístico cubano llega al siglo XX de mano de Ricardo de la Torriente, creador de uno de los personajes de más popularidad en este período, LIBORIO, símbolo del pueblo cubano y caracterizado por su derrotismo y el choteo criollo. Torriente sobresale por su habilidad para explorar situaciones grotescas en el dibujo. Sin una gran calidad estilística refleja en su semanario, "La Política Cómica" los problemas sociales y políticos del país.
Otros caricaturistas del período fueron del Barrio y Henares. Del Barrio trabaja la caricatura personal a partir de dibujar la cabeza enorme y el cuerpo pequeño de sus representados, eran más que otra cosa, retrato deformados, siguiendo la impronta de la prensa europea y norteamericana de fines del siglo XIX y principios del XX. Esto no quita a sus dibujos la frescura de su originalidad y la impronta de sus rasgos sicológicos. Henares sigue la misma línea pero es menos creativo con un dibujo más estático.
Frente a este dibujo humorístico de entre siglos en el que es notable la influencia extranjera, surge la primera generación de caricaturistas cubanos, con un dibujo que debe mucho al art-noveau, de trazos limpios y finos que acentúan la calidad del conjunto. Sus principales representantes fueron, Conrado Massaguer, Jaime Valls, Armando Maribona y Rafael Blanco, este último con un estilo muy personal que no le debe nada al art noveau. Completando el grupo están otros dibujantes como, García Cabrera, Sirio, Carlos Riverón, etc. Notable es la influencia que sobre este grupo ejerció el catalán Luis Bagaría, que visitó la isla en 1908.
Conrado Massaguer formado en el estilo de caricatura norteamericana de inicios del siglo XX, debuta en la prensa de Estados Unidos para luego publicar en los periódicos cubanos a partir de la segunda década del siglo, creando un estilo propio con personajes de difícil imitación.
En la caricatura personal Massaguer fue de los mejores, mezclando en su estilo el talento artístico, la elegancia y el estudio de las líneas, centrando la caricatura no solo en el rostro, sino en todo el cuerpo, revelando la importancia que cada personaje le da a determinados objetos.
Jaime Valls reelaboró el LIBORIO, transformándolo de guajiro ingenuo en campesino vivaracho integrado plenamente al pueblo. Desde el punto de vista gráfico este nuevo Liborio, simplificado y verdaderamente caricatura, servirá de patrón para representar al pueblo cubano, aún muchos años después por otros artistas.
Otro grande en la caricatura personal lo fue Armando Maribona, certero e ingenioso en la captación del rasgo preciso, dejando plasmado en pocas líneas cuerpo y alma. Su arte se hizo internacional colaborando con periódicos y revistas de América y Europa.
En cuanto a la escultura, tuvo poco destaque en estos primeros años de la República, atenida a los encargos monumentarios a los talleres europeos, principalmente de Italia, que ejerce una fuerte influencia en los artistas de la isla.
En estos primeros años republicanos sobresale el escultor cubano José Vilalta y Saavedra (1862-1912), radicado en Italia, desde donde cumple encargos públicos y privados desde finales del siglo XIX. En estos inicios de siglo su obra más relevante fue la estatua de José Martí, develada en el Parque Central de La Habana en 1903, obra caracterizada por la sencillez del tratamiento del personaje y la serenidad de su rostro, en comparación con el barroquismo que caracteriza a sus obras anteriores existentes en Cuba y la famosa tumba de "La Milagrosa" (1909) en el cementerio de Colón
De los escultores radicados en Cuba resalta Aurelio Melero, escultor de talento que también incursionó en la pintura y el dibujo. Con él se inicia un tema en la escultura cubana que luego prolifera a lo largo del siglo XX con mayor o menor suerte: los bustos de próceres, patriotas y personalidades. Obra suya son, un busto de Felipe Poey y los medallones de Máximo Gómez y José Martí. Desarrolló una intensa labor docente en la Academia Villate en la que inició a un grupo de jóvenes, entre los que destacan Ramiro Ortiz, Ramón Fernández y José Antonio Díaz.
En el primer salón de la Asociación de Pintores y Escultores figuraron obras de Ramón Fernández (busto de Raymundo Cabrera, busto de Pasteur y cabeza de Montoso, esta última en bajo relieve)
Ramiro Ortiz presentó sus escultura en los salones de 1918 y posteriores. En su obra se nota la evolución del retrato escultórico académico a la talla de la piedra con otros temas. Becado en Italia perfecciona su arte para ser un artista en dominio de su oficio.
El tercero de los discípulos de Melero, José Antonio Díaz deja una escasa obra en la que se aprecia el talento en desarrollo, truco por la prematura muerte.
Esteban Betancourt (1893-1942), es un destacado escultor camagüeyano formado en España e Italia. Dedicado a las esculturas monumentarias dejó dispersa por el mundo la muestra de su arte. Vivió un breve tiempo en Cuba dejando una estatua en bronce de Manuel Ramón Silva en la ciudad de Camagüey y un proyecto de monumento a Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Lucía Victoria Bacardí (1893-1988), nació en Santiago de Cuba y fue de las primeras mujeres dedicadas a la escultura en Cuba, formada en Europa y los estados Unidos, presentó sus obras de tema figurativo en los salones de la Asociación de Pintores y Escultores, incursionando igualmente en el retrato, con un busto de "P. Callejas", el medallón de su padre "Emilio Bacardí" y el famoso "Martí", obra en la que la cabeza del Apóstol emerge con fuerza expresiva con la frente inclinada. Su obra más reconocida en la trilogía, "Cabezas del Calvario" en la que representa la cabeza de Cristo escoltada por los dos ladrones que le acompañaron en el suplicio. Obra de gran tamaño concentra la expresión en la terminación cuidadosa, sobresaliendo la cabeza del ladrón no convexo por su incredulidad al mirar a Jesús, todo captado con magnificencia.
Rodolfo Hernández Giró (1881-1942), también de Santiago de Cuba, realiza una prolífera obra de variados temas. Estudio en Europa y asentó su estudio en su ciudad natal desempeñando cátedra de modelado y dibujo. Su obra va desde el monumento a la alegoría, pasando por el busto, el relieve, medallas, talla en madera, etc. Entre sus obras más conocidas están, un bronce de Federico Capdevila, las alegorías, "Santa Cecilia" y "Ecos"; un busto de Hernández Miyares, la placa mortuoria del capitán del buque "Virginius", Mr. Fry y un busto del músico alemán Beethoven.
Otros escultores del período fueron, Alberto Sabas, hábil en el desnudo y el retrato; Enrique Saló, tallista en madera que trabajó el relieve; Benito Paredes (1898-1974), especialista en los retratos de busto; José Oliva Michelena (1881-1970), formado en Europa y con una obra de calidad reconocida.
Estos primeros años de la República vieron erigirse otros monumentos en La Habana y ciudades del interior dedicados a próceres y figuras relevante de las letras, las artes y las ciencias. En 1908 se emplaza en la Plaza de San Juan de Dios una escultura de Miguel de Cervantes de Carlos Nicoli, la de José de la Luz y Caballero, obra del francés J. Lerieux, en la avenida del puerto. El relevante monumento al General Antonio Maceo (1916), emplazado frente al Malecón, obra del escultor italiano Doménico Bonni. Otro italiano, Giovanni Nicolini, es el autor de una estatua de mármol de José Martí, en la ciudad de Cienfuegos (1906) y del monumento ecuestre del general mambí Alejandro Ramírez emplazado en Paseo y Calzada, Vedado, La Habana (1916).
La famosísima Alma Mater de la Universidad de La Habana fue obra del checo Mario Kolbel en 1921 y la Glorieta que cubre el muro donde fueron fusilados los estudiantes de medicina en 1871 fue construida por suscripción popular por el arquitecto Walfrido de Fuentes, también en 1921.
En cuanto al grabado, es la litografía la que continúa un desarrollo notable, como base de la alta demanda que de ella tenía la industria tabacalera en la fabricación de marquillas, etiquetas y anillos, a lo que se agrega la impresión de envolturas de chocolates, cajas de fósforos y etiquetas variadas.
La Compañía Litográfica de La Habana S.A., se funda en 1907 por la fusión de cuatro empresas, "Guerra y Hnos.", "Estrugo y Maceda", "Rosendo Fernández"" y "García y Hnos.". La nueva empresa continua la tradición de calidad de la litografía cubana con impresiones de hasta diecisiete colores.
La fotografía artística en este período se caracteriza por el "pictoralismo"[4], principalmente entre 1900 y 1907, aunque muchos fotógrafos siguieron esta línea más allá de los años veinte. Era un estilo fotográfico en correspondencia con el "arte-noveau", tan de moda a principios del siglo XX.
El panorama estético de los primeros años de la república era bastante sombrío, sobre todo para las artes plásticas. Se ha creado una élite conservadora, apegada a los moldes establecidos desde la época colonial con predominio de los valores estéticos europeos del decimonónico y reacia a la aceptación de los nuevos rumbos estéticos. Una élite que proponiéndoselo o no, responde a los intereses de las clases dominantes, conservadoras y antinacional, en la que lo nacional se resume en el tratamiento formal de los temas históricos y en los valores de esos grupos.
Autor:
Ramón Guerra Díaz
[1] Loló de la Torriente: “Imagen en dos tiempos”. La Habana, 1982
[2] Jorge Mañach: “La pintura en Cuba”. La Habana, 1924
[3] Loló de la Torriente: Imagen en dos tiempos.
[4] El “pictoralismo” o fotografía pictórica fue la acentuación de los elementos pictóricos y expresivos nacidos de la relación fotografía-pintura a partir del auge del impresionismo.