El Nacionalismo palestino frente al Estado de Israel ? El sufrimiento como identidad
Enviado por Andrés Criscaut
EL SUFRIMIENTO COMO IDENTIDAD
A sesenta años del nacimiento del Estado de Israel, el sionismo ha sido bien estudiado. No es el caso de la identidad palestina, construida, a pesar de otros nacionalismos árabes, en base a sucesivos fracasos. El éxito de Israel contrasta con la irresolución de la "cuestión palestina", sometida a los avatares de la descolonización del siglo XX.
En términos generales, los nacionalismos israelí y palestino tienen varias similitudes: fueron ideados por elites alejadas de la zona anhelada; se formaron en un contexto colonial; cristalizaron en ausencia de una estructura estatal y vieron como potenciales ciudadanos a poblaciones diseminadas en diásporas y muy disímiles entre sí. En su gran mayoría, israelíes y palestinos fueron –y son– refugiados, desplazados, migrantes y/o sobrevivientes; personas que han padecido o ejercido de alguna manera la violencia o la discriminación a la largo de sus vidas.
El sionismo, una de las variantes del nacionalismo judío que homologó a las diversas judeidades en la idea de un ser israelí, es un caso bien estudiado. Pero recién ahora se está comenzando a investigar y a entender desde un punto de vista académico la otra cara de la misma moneda: ¿quiénes son, qué creen ser, y cómo son vistas esas personas que se denominan "palestinos"? Este retraso se debió en primer lugar a la dificultad de Occidente por entender las múltiples identidades y superposiciones de lealtades que se presentan en casi todos los nacionalismos de los países árabes. Para los ciudadanos occidentales, con una larga tradición de sistemas estatales que fomentan y sostiene identidades (escuelas, museos, fechas patrias, etc.) es difícil entender que para un palestino su identidad es mucho más compleja, móvil y simultánea (árabe en algún contexto, musulmán o cristiano en otro, de Naplús o de Jaffa, y finalmente palestina).
A su vez, hasta fines de los años ’60, cuando se diluyó la idea del pan-arabismo, el concepto de un Estado-Nación en el mundo árabe también había sido visto con temor y sospecha, como una más de las imposiciones del colonialismo europeo. El auge relativamente reciente de un nuevo pan-islamismo (otra fuente poderosa de representación), mucho más radical y anti-occidental, aún se encuentra en plena evolución en el mundo árabe.
Otro factor importante es haber entendido la historia del nacionalismo palestino como un subproducto o una simple reacción –y por lo tanto, menos legítima– de una de las más poderosas y efectivas narrativas nacionales: el sionismo-israelismo. La primera ministra israelí, Golda Meir, supo decir: "no hay nada que pueda entenderse como palestinos… ellos nunca han existido".
Por ejemplo, en un kibutz del norte de Israel, adolescentes judíos de todo el mundo juegan a ver quién sabe más de "israelidad". Cuál es el nombre del nuevo ministro de Defensa, cuántos escaños tiene la Knesset, qué equipo de Tel Aviv ganó la última final de básquet, y cuántos y cuáles son los países que limitan con Israel. Alguien responde "cuatro: Líbano, Siria, Jordania y Egipto", y todos aplauden esta respuesta. Pero otros no, y menos aun los palestinos, quienes han padecido una de las mayores políticas de "no existencia" o de "obliteración" de la historia.
Lo fascinante de la narrativa palestina fue que logró afianzarse casi exclusivamente en hacer del fracaso una fuente constante de identidad, haciendo de la derrota una victoria. En ese sentido, el nacionalismo palestino no es menos real o más ficticio que cualquier otro tipo de nacionalismo, pero sí podría decirse que pudo desarrollarse "a pesar" de los otros nacionalismos de la región, especialmente del israelí y del jordano.
Política de la negación
Al igual que todos los nacionalismos que se generaron en Medio Oriente durante el siglo XX, el palestino fue un producto de la injerencia extranjera. Paradójicamente, casi todos los procesos de descolonización estuvieron basados en las ideas de independencia, libertad y autodeterminación, influidas por el proceso de modernización al que se vieron arrastrados los pueblos colonizados. Así, el Mandato británico sobre Palestina significó un arma de doble filo, ya que a la par del control y la explotación, también representó una unificación política y administrativa sin precedentes.
El sistema secular y centralizado del Mandato desarticuló ciertas lealtades religiosas y sectarias tradicionales, modelando y asentando las bases para el posterior desarrollo de un pensamiento nacional moderno. Al mismo tiempo que los británicos acentuaban y perpetuaban el antiguo sistema de patronazgo, clientelismo y favoritismo entre los árabes, la administración moderna generaba nuevos actores, necesidades y marginalidades que constituían un desafío para las nuevas elites palestinas.
Como todas las sociedades de estructura tradicional de Medio Oriente, los árabes de Palestina se vieron sumergidos en el gran vendaval de cambios que produjeron las fuerzas políticas y económicas de la modernidad de principios del siglo XIX, y la consolidación del mercado mundial y del capitalismo. Los profundos procesos de politización y control administrativo articularon una suerte de islam secularizado, que también involucraba en forma muy activa a los árabes cristianos, los primeros en entrar en contacto con las nociones europeas de nacionalismo y patriotismo en las escuelas misioneras o a través de otros contactos con europeos (1). Esto comenzó bajo el Imperio Otomano y se profundizó con las administraciones de Inglaterra y Francia en la zona.
Pero al caso palestino se le sumó un factor ausente en todos los otros procesos de construcción nacional del mundo árabe: una doble amenaza. El proceso "natural" de explotación, saqueo y dominio imperial se vio acompañado por una colonización judía, altamente modernizada en los cánones europeos, que competía por el mismo espacio geográfico y por los mismos factores de producción.
El nacionalismo palestino no es una simple reacción al proceso de construcción sionista de un Estado judío, pero sin él su evolución hubiera sido sumamente diferente. Los sionistas hicieron de la política de negación de la población autóctona uno de sus lineamientos ideológicos. La consigna "un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo", así como una política económica que excluía la mano de obra árabe a favor de un "trabajo judío" redentor, son tan sólo algunos ejemplos.
Por otro lado, Inglaterra mantuvo durante todo su mandato sobre Palestina una evidente política de favoritismo hacia los judíos, ya que dentro de la lógica de "civilización o barbarie" que guiaba al Imperio no había dudas cuál de estas dos comunidades debía ser civilizada y cual no. Un claro ejemplo de esto fue cuando Inglaterra tomó posesión del Mandato sobre Palestina tras el desmembramiento del Imperio Otomano, luego de la Primera Guerra Mundial. Una modificación de su Estatuto incluyó la aprobación de permitir un asentamiento judío en la zona (declaración de Balfour), pero aclarando que esto no debía perjudicar a las otras poblaciones "no judías". La población autóctona era definida por la negativa, pese a que los árabes representaban casi el 90% de la población del Mandato.
El historiador israelí Ilan Pappé explica así esta falsa paridad: "Si los británicos hubieran llevado a cabo elecciones democráticas para representantes y autoridades locales, como hicieron en Egipto o en Irak, el carácter árabe de Palestina jamás hubiese sido puesto en duda" (2).
Durante ese período, la idea de una identidad particular palestina era compartida por una elite muy reducida de profesionales árabes urbanos, muchos de ellos cristianos, educados en escuelas de carácter europeo, y favorecidos por la prosperidad del dominio del Mandato. Pero la gran mayoría de la población palestina se encontraba en el macizo central montañoso, conocido hoy como Cisjordania, y veía su tradicional vida campesina de fellaheen cada día más complicada por la colonización judía.
Esta pauperización persistente del interior montañoso del país contrastaba con el auge de la planicie costera, cuya pujante economía se orientaba al voraz mercado europeo, y donde comenzaba a delinearse asimismo una clase social de jóvenes trabajadores árabes marginados, desclasados y desempleados, los shabab. El conflicto comenzaba a perfilarse en sus múltiples facetas: autóctonos contra foráneos, ricos contra pobres, campo y ciudad, modernidad versus tradición… árabes contra árabes.
Esta segmentación dentro de la misma sociedad palestina era fomentada por los británicos en su política de "divide y reinarás" favoreciendo y potenciando las lealtades locales de los pueblos y de los clanes en detrimento de un incipiente sentimiento nacional palestino.
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